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Mis cuentos inmorales (Entrega 15)

en Grandes Relatos

Quien desee leer "Mis Cuentos Inmorales" se los envío a su correo. Consta de 576 páginas A5

Aquellas preciosas enfermeras alicantinas

A mis 25 años, afirmo que era un hombre muy atractivo, de verdad. Ese metro ochenta; esa frondosa cabellera azabache; ese rostro agradable estilo Tony Curtis, y esos andares de torero hacían que un servidor fuera el "objeto del deseo" de miles de femeninas; mujeres que a pesar de la represión sexual de la época, en sus ojos se observaban las ganas de sus devaneos libidinosos hacia mi humilde persona.

Aquellas damitas podrían estar muy reprimidas por el Régimen, e incluso por sus preceptores y padres, pero el chumino "les picaba" exactamente igual que "les pica" a las de hoy. ¡O quizás más! Porque antes "esas mozas célibes" no consentían que un mozo "se lo rascara" aunque lo estuvieran deseando. Tenían que llegar "enteritas y sin catar" al altar.

A la sazón, trabajaba de comercial en una importante empresa distribuidora de productos de alimentación para la Zona del Levante Español. Vivía en Madrid, y como estaba solterito y sin novia salía de viaje tal día, y tardaba unos dos meses en volver; por lo que "este morenazo" con su cochecito, sus quinientas pesetas diarias de dietas; (pesetas del año 1965) y su palmito, ni que decir tiene que era el "rey de la carretera"; frecuentaba buenos hoteles, y por la noche me quedaba peculio para visitar los locales nocturnos de las capitales donde hacía noche.

Tengo que agradecer a Franco su sistema represivo sexual en la mujer española, aunque le odiaba con todas mis fuerzas, ya que "la caza del conejo de monte" estaba vedada. Y digo que se lo agradezco, puesto que de haber estado tan liberada en el sexo como está la de hoy, este galán posiblemente estaría "criando malvas" de tanto fornicar, o en una silla de ruedas. ¡Quién sabe!

Un buen día tuve un accidente en el hotel de Alicante donde me alojaba; resbalé bajando las escaleras y me fracturé los huesos cubito y radio del brazo izquierdo, y me disloqué la muñeca del derecho. Ni que decir tiene que a mis 25 años no podía ir al baño para hacer mis necesidades solo, y mucho menos abrocharme los botones de la bragueta; y aquí viene mi "odisea", que al final se convirtió en una especie de "dicha y gozo". Placer que comprenderán cuando les cuente lo que aconteció en el hospital al que me llevaron.

Como tuvieron que operarme dos veces para soldarme los huesos fracturados, estuve casi un mes en ese hospital antes de que me dieran el alta y volver a mi casa a recuperarme. Era atendido por las enfermeras de turno, sobre todo por dos preciosidades de unos 20 o 22 años, a las que llamaremos Pilar y Carmen, nombres de mujer muy comunes en España.

Nunca he sido una persona tímida, y no recuerdo que se "me subiera el pavo a la cara" (sonrojarse de vergüenza), pero para mí era "un trago" eso de que una mocita por muy enfermera que fuera, tuviera que llevarte al baño a hacer caquita o pis con todo los ritos que conllevan tales acciones, me hacía sentirme muy mal; sobre todo lo de la caquita. ¡Joder! que apuros pasaba a la hora de hacer fuerza para soltar los detritus de mi cuerpo. Obvio decir, que podía levantarme para ir al baño, por lo que no me ponían esas incómodas cuñas para hacerlo en la cama.

Pero como casi todo se supera en la vida ¡qué gran verdad es! Yo también superé aquellos malos momentos escatológicos: que una mujer por muy enfermera que fuera (vuelvo a repetir) y muy acostumbrada a esos eventos, tuviera que oler los "aromas" que emanaban de mi vientre, uno que presumía de oler a esencias de Lowe me ponían en evidencia.

Pero a la semana más o menos, aquella vergüenza se me había pasado. Seguía con mi brazo izquierdo en cabestrillo, y el derecho escayolado hasta el codo ¿Se imaginan la guisa? Pues así estaba este "moreno guapo". Y al final pasó lo que irremediablemente tenía que pasar.

Mi vergüenza se tornó en descaro; ¡eso si! con mucho tacto y delicadeza, (propias de mi educación y clase); sabedor por "los mensajes" que me mandaban los ojillos de las galanas empecé a tender "mis redes" para intentar "llevarles a mi huerto". Un buen día.

-Buenos días Carmen. Le dije a las ocho de la mañana, (hora en que me hacía la primera visita). Hoy te veo más guapa que nunca; seguro que tu novio te ha hecho un bonito regalo.

-¡Pues no! Porque no lo tengo. Me dijo con una risita. Y añadió –¿Has hecho pis y caca?

-No tengo ganas de hacer caca, ando algo estreñido, pero me estoy meando que reviento.

-Hala vamos, que te pongo.

Debo aclarar que estaba en una habitación doble, pero que la otra cama ese día estaba desocupada; por lo que me atreví a "atacar" con más motivo.

Es compresible que por los efectos naturales de la situación, uno no sintiera en su entrepierna los otros efectos propios de la edad. Pero en ese momento la tenía como el "palo mayor" de un barco de vela: 18 centímetros enarbolados.

-Verás Carmen... es que hoy...

-Hoy ¿qué?

-¡Qué!... Qué!... Mis dudas, sacaron las de ella. Se dio cuenta enseguida lo que me turbaba. La "muy lagarta", puso su vista en mi bragueta del pijama de una forma descarada, y dijo con cierta guasa.

-Venga, vamos.  Me dijo a la vez que me ayudaba a incorporarme del lecho.

Evidentemente Carmen o Pilar "me la sacaban" cada vez que tenía ganas de hacer pis, pero era como el que se la saca a un niño de tres añitos, ya que el dolor me impedía notar los efectos eróticos que las dos mozas me producían con sus manipulaciones en semejante parte. Pero esa mañana habían remitido los dolores y a mi mente volvieron los deseos sexuales que casi nunca me han abandonado a lo largo de mi vida.

Me puse en posición delante de urinario, y "aquello" seguía tieso como la mojama. Carmen situada a mi costado derecho desbrochó los dos botones de la abertura del pantalón del pijama; pero esta vez para "sacarla" tuvo que hacer una maniobra distinta, ya que no es lo mismo "sacar el pájaro de su nido" despierto que dormido, por lo que tuvo que meter su mano derecha más adentro de "la jaula" con el fin de poder asirlo con más seguridad.

Cuando noté la mano de Carmen como abrazaba todo el contorno, se me puso todavía más dura, y di un respingo mi culo que casi me meto dentro del urinario.

-¿Qué te pasa? Dijo conteniendo una carcajada, ante aquella escena.

-¡Joder! Carmen. Qué no soy de piedra.

Como me estaba meando, y no aguantaba más, ella me la apuntaba hacia la taza haciendo fuerza para abajo con el fin de que la meada no hiciera el efecto de un surtidor, pues "aquello" subía y subía. Oriné como pude, ya que el contacto de su mano con mi pene ardiendo me llevaba al borde de un orgasmo.

No sé si por piedad o por placer, al acabar la micción, en vez de dar las tobas de rigor para que caigan las últimas gotas, lo que hizo fue movimientos de muñeca ascendentes y descendentes a la altura del frenillo; justamente el punto de más placer en el hombre. "La corrida" fue inevitable. El primer chorro de semen se estrelló contra los azulejos del servicio. Carmen quedó como asombrada, pero al momento empezó a reírse de una forma desenfrenada contemplando como aquel borbotón de semen resbalaba muy lentamente por las baldosas queriendo alcanzar el suelo. Los siguientes borbotones quedaron en su mano, que no les hizo ningún asco. Y hasta me dio la impresión de que le entraron ganas de lamer pero se contuvo.

-Gracias Carmen. Sólo supe decir. Lo necesitaba más que el comer.

-Ya lo sé, cielo. Por eso te lo he hecho. Pero de esto, a nadie, ¿eh?

-¡Por favor! Qué soy un caballero. Esto no saldrá de estas paredes.

A partir de esa "furtiva paja", estuve en el hospital quince días más. Excuso decir, que de "aquello" pasamos "al polvo". Los días que le tocaron servicio nocturno, si no recuerdo mal fueron seis. En el turno de las tres de la madrugada, iba preparada con el condón, que me colocaba en mi pene hambriento de sexo. Me lo ponía con un amor exquisito. Y como un servidor no podía utilizar ninguna de las dos manos, me quedé sin ese magreo que preludia al amor; pero no me importaba, ya que ella sabedora de mis limitaciones manuales me pasaba sus hermosas tetas por la boca para que lamiera sus pezones, pedúnculos que emergían de sus pechos como dos cerezas.

Por las circunstancias relatadas, era ella la que me follaba, yo no podía poner nada más; pero eso de no asir sus redondas nalgas y abrazar sus caderas con mis manos me llevaba los demonios.

-No te preocupes, me decía. Cuando te quitemos las escayolas ya podrás acariciar mi cuerpo.

-¡No sabes cuánto lo deseo! Carmen.

-Vivo con una compañera en un apartamento cerca de la Explanada, ya buscaremos el horario que esté sola. Y aunque esté no importa, si se lleva a su novio muchas noches.

Cuando me dieron el alta salí disparado para mi casa de Madrid. Ardía en deseos de estar con mi familia, que dicho sea de paso dos fines de semana fueron mis padres a verme, pero deseaba estar en Madrid lo antes posible.

No volví a ver a Carmen porque me hubiera enamorado de ella, pero guardo un mechoncito de los pelitos de su coñito en una cajita de nácar con el siguiente poema.

¡Carmen! Más virgen que mujer.

Postrado allá, en esa triste cama,

hiciste en mi alma y mente tejer,

apasionantes y asombrosas tramas.

Con inmenso amor y adoración,

Llevo segmentos de tu "anagrama"

que me confirieron tanta emoción,

y que mi mente con pasión desgrana.

Te lo confieso con el alma y el corazón.

Lo que pasó con Pilar es digno de ser contado A ver si tengo ganas otro día.

 

Anécdotas sicalípticas de aquellos  años de la Dictadura.

Este relato no pretende ser un fiel reflejo de lo que representaba la sexualidad para aquella sociedad regida por una dictadura, pero que era machista nadie lo puede negar; y que la hipocresíaante el sexo, fue el denominador común en aquellos que pretendían formar a los jóvenes sobre los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia.

Fue una constante que dio sus frutos en las mentes estrechas de aquellos años cuarenta, cincuenta, e incluso los sesenta. Por lo tanto, no es extrañar, que, al advenimiento de la Democracia a mediados de los años setenta, esta sociedad reprimida, pasara de ser "la reserva espiritual", a la más disoluta de Europa.

Viví de niño, de púber, de jovencito y de casado, aquellos años de la Dictadura en donde la represión sexual fue tan enorme y absurda, que era como pretender ponerle puertas al campo. Pero la Iglesia Católica Apostólica y Romana en sus mandamientos decía que fornicar fuera del matrimonio, y desear a la mujer de tu prójimo, eran pecados mortales. Lo que me choca es que no hubiera otro mandamiento que dijera: "no desearás al hombre de tu prójima". Lo que evidenciaba como digo antes que era una sociedad machista cien por cien.

El ir a misa, confesar y comulgar con regularidad, era como una asignatura, ya que los niños y niñas de las escuelas públicas o privadas que no cumplieran con estos preceptos, mermaban sus notas o calificaciones.

Una de las preguntas que se hacían a los que se sospechaba que no habían asistido a la Santa Misa, era sobre el color de la casulla que llevaba el oficiante. Los más listillos, los que solían escaquearse de asistir, ya se habían informado del color que llevaba el cura. ¡Por si las moscas!

Cuando me confesaba, lo primero que me preguntaba el cura inmediatamente después del Ave María Purísima, preceptivo, era:

-¿Cuántas "pajitas" te has hecho desde la última confesión? Y como mentir era un pecado más grave que la masturbación, le decías la verdad.

-Padre, sólo me hecho seis.

-¡Hijo mío! ¡Esa mano! ¿Pero tan malos pensamientos tienes?

-No padre, es que todos los días me levanto con la pililla tiesa, y no lo puedo remediar. ¿Qué quiere que haga?

-Duchas de agua fría hijo. Mucha agua fría para que se te baje la calentura.

-¿Y has jugado a tocamientos con alguna niña?

-Verá padre, no sé muy bien a que se refiere.

-Que si has jugado con alguna niña a los papás y las mamás, o a los médicos.

-Sí, padre, alguna vez he jugado con unas vecinitas a eso que dice. -¿Qué si les has tocado? -¡Pues! ¡Pues! Algunas veces he llegado hasta tocarles el chichi por debajo de las braguitas.

-Hijo mío, eso está muy feo, estás en pecado mortal.

Y te ponía una penitencia tremenda: rezar seis rosarios por lo menos.

Entonces no me daba cuenta de las cosas, porque mis catorce años fueron los de un niño temeroso de Dios y creía en el Infierno; creencia que teníamos la mayoría de los niños y niñas de la época.

Creo que las niñas lo pasaron peor que los niños. Primero, porque se hacen mujeres antes que el niño hombre. Y segundo, porque el peso de los pecados sexuales se fundamentaban en ellas; ya que la mujer fue, es, y será siempre el motivo sexual del hombre. (Menos de los gays, ¡claro!)

La mujer por lo visto había nacido para ser madre y fiel esposa, y la sexualidad era ajena a su cuerpo y a su mente. Digo que las mujeres tenían más represión que los hombres porque la mentalidad del "macho ibérico" era: "la esposa en casa, y con la pata quebrada". Pero, ¡sí! ¡sí! Sentían más deseos que los niños a esas edades, porque eran ya casi mujeres. Una amiguita me decía:

-Yo me consuelo restregando la entrepierna con el pico de la mesa. Y me demostraba "in situ" como lo hacía.

Lo recuerdo como si hubiera sucedido hace un rato. ¡Palabra! Y uno cándido como una amapola, no captaba que lo que me estaba pidiendo era que se lo restregara yo.   Era aquella mentalidad infantil incapaz de entender las pasiones de la mujer, a la que creía pura y casta y pura (como mi madre y mi hermana), y exenta de esos pensamientos impuros.

Puedo contar tantas anécdotas cargadas de sexo, que uno no conseguía captarlas por su educación sexual tan restrictiva. Hasta tal punto, que aquella represión me supuso un grave problema de mayor. Un psiquiatra que consulté inmediatamente después de licenciarme del Ejército, determinó que los problemas de erección que tenía cuando iba con una mujer, provenían de mi niñez.

Mi dificultad no es que no me empalmara, ¡no! ¡no! Todos los días me levantaba con el pene más tieso que el "el pan de ayer". El problema era, que con las chicas que bailaba o ligaba no podía, algo me lo impedía. Luego al tiempo, cuando había una cierta confianza si conseguía erecciones completas y larguísimas bailando. Por eso no iba de putas, porque sabía que por muy buena que estuviera, no conseguía la erección.

Los amigos decían:

-En cuanto una tía se me arrima bailando, se me pone "el pijo" "como la mojama". Y lo que más me jode, es que en cuanto le "restriego la cebolleta" un par de veces, "me corro como un loco".

Y yo pensaba: -Qué suerte, ¡coño! A mi las titis se me pagan como lapas, "y se me esconde". ¡Cierto! Lo digo sin presunción: cuántas mozas tuvieron que desencantarse de mí, porque a este morenazo de un metro ochenta no se lo ponía en condiciones bailando con ellas.

Sin embargo, cuando me eché mi primera novia formal si que se me ponía tiesa hasta reventar, sobre todo cuando estábamos solos en el parque haciendo manitas; o la trincaba en aquella tapia del un solar sin iluminación.

Sin duda, eran los efectos de la represión sexual en un alma cándida como la mía. Afortunadamente superé ese trauma a los veinticinco años, y tía que me gustaba le sacaba a bailar, y nada más abrazarle por la cintura, ya estaba empalmado. ¡La de calzoncillos que mojé bailando! Pobre madre que era quien me los lavaba.

Sin embargo, la doble moral era normal en aquellos que disponían de recursos económicos. La figura de la "querida mantenida", era consecuencia de aquella situación. Miles de mujeres vivían gracias a la financiación de sus gastos por aquellos ricachones, la mayoría paletos que hicieron millones y millones con el estraperlo.

Todos se compraban el coche más grande que "aiga". De aquí proviene la denominación popular de "aiga"; aquellos coches americanos que deslumbraban a los pobres por sus dimensiones y lujo. Sobre todo aquel Cadillac con colas.

Fui testigo durante los años cincuenta y parte de los sesenta, de numerosos casos de prostitución, infidelidades y demás golferías. Y digo que fui testigo porque esto que voy a relatar, sucedía en un finca de una calle de Madrid, (página 54) finca famosa por los taxistas, ya que el "puterío" que allí vivía era popular entre los del gremio. Y porque un servidor vivió en ella con sus padres y hermanos durante quince años. 

Moraban más de 400 personas distribuidas en más de setenta viviendas en siete plantas más sótano; pero también hay que decir que vivían familias muy honestas y virtuosas.

No me arrepiento de no haberme follado por lo menos a 20 ¡o más! mujeres de aquellas. ¡Lo juro por mi honor! Aunque la verdad, tonto si que fui a mis 18 esplendorosos años.

¡Joder! y mira que estaban buenas la mayoría de aquellas "querindongas". Pero que inocente era el chaval de aquellos años. Al menos yo, si que lo era.

Las dos hermanas de Alcazar de San Juan

Más tarde ligué con dos hermanas naturales de un pueblo de Ciudad Real, y que estaban trabajando en Madrid;  y fue porque sólo les faltaron ponerme sus coños en mis narices para hacerles caso. Pero es que uno, y lo vuelvo a repetir, no sé si por instinto o por vergüenza, a esa edad era un chico muy selectivo a la hora de entablar amistad con una chica; me gustaba la mujer cuyos valores espirituales sobresalieran sobre los materiales.

Por eso no me follé "como Dios manda", a aquellas dos hermanas de la calle Francisco de Icaza esquina a la avenida de Oporto de Madrid. Vivían en la misma finca que mi hermano José Antonio de casado. Las llamaremos Lola y Pepa.

A la mayor, Lola si la llevé al "catre" un sábado de verano, lo recuerdo perfectamente. A Pepa en el coche hicimos lo que pudimos. Ya lo contaré después.

En San Martín de Valdeiglesias encontré la casa de una señora que alquilaba habitaciones; la idea era pasar la noche, y el domingo ir al Pantano de San Juán a bañarnos, y que se halla en los aledaños del pueblo.

Fue la primera vez que hice el "sesenta y nueve", y digo sin vergüenza que a pesar de hacerlo con una chica de mi edad que no estaba nada mal, no me desagradó.

La muy puñetera me dijo que todo lo que quisiera menos penetrarla, le pregunté:

-¿Eres virgen?

-Sí Félix. Sólo te pido que por "ahí no", lo demás, todo lo que quieras.

Me acordé del virgo de Estíbaliz y como la desvirgué, y volví a sentir curiosidad por saber si todos los virgos son iguales, por lo que le dije.

-No me lo tomes a mal Lola, ni pienses que no te creo, pero... ¿Te importa que te vea el virgo?

¿Es que nunca has visto un coño?

-Sí, coños si he visto algunos, pero virgos ninguno (mentira y gorda) y siento mucha curiosidad por saber como son.

-Bueno, si sólo es eso, mira.

Ver este himen fue más fácil, ya que Lola lo tenía depilado casi en su totalidad, sólo se habia dejado una matita de vellos en el pubis, y ambos lados del chumino totalmente afeitados. Se abrió de piernas todo lo que pudo y sólo me dijo.

-Anda mira, y satisface tu curiosidad.

Aquella actitud no dejaba lugar para la duda de que era verdad su virginidad, de lo contrario habría se hubiera negado.

Con los dedos pulgares de ambas manos separé los labios mayores, que por cierto no le sobresalían como a Estíbaliz. Exteriormente parecía el chichi de una niña, sólo se le veía la rajita. Los labios mayores, ninfas y clítoris estan inmersos.

Acerqué mis ojos para contemplar el espectáculo que me consta que muchos hombres no han contemplado en sus vidas.

 Efectivamente, la vagina de Lola estaba tabicada por esa telita rosácea que le llaman vulgarmente virgo.

-Ves como no te mentía, Félix.

-¡Coño Lola! Que te he creído desde un principio. Ya te dije que era pura curiosidad.

-¿Y que te ha parecido?

-Muy rico, lo que me da rabia no ser yo el que te desvirgue.

-Lo siento Félix, pero eso queda reservado para el que me lleve al altar.

-¿Y si no te casas?

-Si así sucediera, ya viese en su momento que decisión tomaría al respecto. Pero si te apetece me puedes desvirgar por atrás.

¡Hostias! Con esto si que no contaba.

Habían pasado como una hora desde que hicimos el sesenta y nueve; que por cierto me corri en su boca, cosa que me causó un poco de extrañeza que no me avisara o retirara la suya al ver "que me venía", por lo que le pregunté.

-¿A que sabe mi semen?

-Como verás no me lo ha tragado, lo he escupido en el lavabo.

-Sí, ya lo he visto, pero el sabor si que lo habrás notado.

-No sé como explicarte, entre un sabor dulzón y amargo.

En esto de dio la vuelta, se puso con el culo en pompa a la vez que me decía. -Por aquí si que me la puede meter. Se notaba que quería cambiar de tema, y tenía los ojillos chispeantes y con ganas de más juerga.

Debería ser verdad que también era virgen por esa parte, ya que se veía perfectante los pliegues como cerraban completamente el ano. Y como estaba otra vez empalmado a tope, me dispuso a darle por el culo.

Pero me fue imposible, ya que los flujos naturales de mi polla y los de su coño, no fueron suficientes para que pudiera entrar con facilidad y sin dolor. Al primer empujón pegó un grito y quitó "el ojete" de la posión que estaba a toda prisa.

-¡Uffff! Cómo duele!

-Es que sin vaselina no creo que pueda entrar.

-Entonces lo dejamos para otro día. -¡Ay! que escozor. Me dijo poniendo una carita de dolor.

Me hizo otra "mamada", esta vez si reciprocidad en la caricia. (no tenía ganas de "comer más coño")

Y nos quedamos dormidos hasta la nueve de la mañama de aquel domingo. Y entre baño y baño y algún achuchón dentro del agua del Pantano de San Juán, después de comer una paella en un chiringuito, nos volvimos para Madrid.

 

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