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Recodando al primer amor. Cap, 3,4 y 5

en Grandes Relatos

CAPITULO III

 Lo tenía muy claro, Cristina me había cautivado y mi mente empezó a tejer tantos proyectos que se me agolpaban. ¡Qué  bien se reconoce el amor cuando llega el amor! No hace falta que nadie te lo explique; es tan sutil que entra en tu vida de una manera tan delicada, que te inunda y te llena de sensaciones tan placenteras, que parece que tu alma se llena...

...Y mi espíritu se llenaba

de sensaciones placenteras

que el corazón se saturaba

de cosas que antes no entendiera.

¡Y se me caía la baba!

 

Así es el amor, es como la primavera que llega y no se sabe de que manera; pero llega.

La emoción de tener la primera novia es algo único; y más en aquellos años sesenta donde el amor carnal estaba prohibido fuera del matrimonio. Tenía ya mis veintiún años cumplidos, y poco o nada sabía de las cuestiones amorosas, ya que hasta la fecha sólo había tenido escarceos con las niñas del barrio jugando a las casitas o policías y ladrones. Algún "restregado de cebolleta", bailando en el Club Ayala los jueves donde de llenaban de "marmotas" (hoy empleadas de hogar) porque era la tarde libre que tenían entre semana, y poco más.

Lo que pasa, que un servidor era algo ñoño, en el sentido de que aunque como a todo "quisquei" a esa edad se te pone más dura que "el cerrojo de un penal", ir con una prostituta o una chica que no me gustara, no me excitaba, y "se me escondía como un caracol en vez de salir a tomar el sol". De verdad que no podía, y bien de rabia que me daba, porque al fin y al cabo una mujer aunque no te agrade para novia formal, para "echar un kiki" vale cualquiera. ¡Pero nada, de ninguna de las maneras! Pero con mi Cristina...

... Bastaba acariciar su mano

para llenar mi alma de dicha,

y las  ansias se me derraman

por donde rima con la dicha.

        

Pasaron tres días del día que nos conocimos, (que ya saben que fue el domingo pasado), para que se me hicieran eternos. No pasaba un segundo sin que no me acordara de ella.

¡Cuándo el amor hace de ti el acopio

todo sobra y nada ya te emociona!

Para nada ya sirve el amor propio;

dejas de ser una cuerda persona

y tu sentidos se inundan del opio

que al amor a todo lo condiciona.

 

Y así estaba yo ante ese amor desconocido, que me tenía en vilo. En un estado tan extraño de lo habitual, que es verdad que todo lo ves del color de rosa, pues...

...El amor es una mariposa

que revolotea por vergeles

buscando la rosa más hermosa

para libar de sus ricas  mieles.

 

Habíamos quedado hoy, a las seis de la tarde en el lugar de su trabajo, un concesionario de una marca de coches italiana. La esperaba discretamente a unos diez o doce metros de la puerta que da a la calle de Serrano nº 12. Y supe que estaba tan enamorado, porque salía acompañada de unos chicos en alegre camaradería, y se despidieron con un beso en las mejillas ¡por supuesto! Pero fue suficiente para que el corazón me diera un brinco.

-¡Pero leche! Pensé. -Si estoy celoso...

No lo pude remediar, pero ver cómo a Cristina "un menda" la besara aunque fuera en las mejillas, se me revolucionaron las neuronas de tal manera que cuando venía hacia mí, (ya que yo no fui hacia ella) durante unos segundos pensé en reprobarle tal acción, pero enseguida me pregunté:

-¿Quién soy yo para afearle tal cosa?

Por lo que opté por sonreír al tenerla ya  mi lado.

-Hola Amador. ¿Hace mucho que esperas?

-Hola Cristina. Casi nada chiquilla, llegué cuando ese chico se despedía de ti con un beso en la mejilla.

Me miró un tanto sorprendida, quizás por el tono que puse, ¿o quizás me noto en la cara alguna cosa rara?

-¡Ah sí! Es un compañero italiano. Tienen la costumbre de despedirse con un beso en vez de dar la mano.

Y ahí quedó la cosa. No quería ni por lo más remoto que al tercer día de conocernos, siendo unos desconocidos al fin y al cabo, me tomara la medida, y se creyera que soy un celoso pero es que...

....Amor sin  achares, no volará.

El amor muy alto no ha de volar,

si los celos no le hacen despegar.

 

¡Joder! Yo no volaba, pero como "una moto" si que estaba, la escena del italiano besando a Cristina me cabreaba, y lo peor, que ella lo notaba.

-¿Te pasa algo, Amador? Te veo con mala cara.

-No, no... Nada, no me pasa nada, un pequeño problema recordaba, quizás por eso puse esa cara.

-¿Algo importante? Me preguntó interesada.

Se me ocurrió lo más peregrino que me vino al caletre, por lo que di el tema zanjado.

 -¿Te apetece ir al cine? Tenemos tiempo de ir a la segunda sesión (las 19:00 horas, eran las 18:20)

-Prefiero mejor pasear, si a ti no te parece mal.

¡Jo! qué alivio. Ciento ochenta pesetas sólo llevaba, lo justo para sacar las entradas y para una bolsa de palomitas.

Cómo el Parque del Retiro a dos pasos estaba, le dije.

-Si te parece, damos un paseo por el Retiro y luego nos sentamos en una terraza que da al estanque.

-¿Te importa Amador que te coja del brazo?

-¡Joer! que impresión. -Será para mí un honor que dama tan distinguida tome del bracete a este mozalbete.

-¿Eres poeta? Me preguntó algo sorprendida.

-Hago mis pinitos en el arte de la poesía; los clásicos españoles son mis preferidos, y de los contemporáneos, Muñoz Seca me gusta. Pero estoy muy verde todavía.

-¿Y Becquer?

-Demasiado empalagoso para mis conceptos, pero mucho me temo que desde ahora será mi preferido, porque canta al amor con el mayor de los sentidos.

Sorprendida fue la cara que puso ella.

-¡No me digas que te ha entrado el amor de repente! -En el Parque te lo cuento, pues eso creo que si es amor lo que mi corazón siente.

  CAPITULO IV

Nos sentamos en una de las terrazas que hay cerca del estanque del retiro. Al llegar a la Plaza de la Independencia donde se hallan ubicada la Puerta de Alcalá. Le tomé de la mano, y a ello ella, no le puso reparos. Su mamo algo sudorosa, bien porque era verano o por la emoción, me sugirió escenas que ahora no voy a relatar (pero os las podéis imaginar)

El sudor de su mano

me excitó de manera

que de mi mente emano

como de enredadera,

agua que allí derramo

si del cielo viniera

Y me agarro a su tramo

aunque no consintiera

Para novia quisiera

una chica decente,

no soy un  calavera

si de esa guisa viera

Y me seco la frente

mi deseo se fuera.

 

Pero no se fueron, porque la mano de Cristina en mi mano, me transmitían tal cúmulo de sensaciones que ya empezaban a dolerme los c.... Pues sabido es, que a un efebo para que no le duelan los c ..., si quiere quedarse nuevo, y para que no le sigan doliendo los c.... no le sirve cualquier placebo; el manceboha de sacarse "el sebo" que  le produce ese dolor de c....

-¿Qué te pasa Amador? Me preguntó Cristina al ver que andaba arqueando un tanto las piernas.

¡Jo que apuro! "aquello" que no se ablandaba, seguía duro: y encima al ser verano, un pantalón de tergal ajustado en semejante parte me acomete; y cómo a los chicos de aquella época nos gustaba "marcar paquete" la cara se me estaba poniendo como un tomate.

-Nada, nada, que estoy un poco escocido por la parte posterior, y aunque no da dolor, si me da algo de vergüenza; es que para estas cosas tengo bastante pudor.

De reojo miraba Cristina al sitio donde se suponía que el escozor provenía; y al comprobar de donde procedía, y ver mi cara de agonía, con una sonrisa pícara me decía:

No te apures por eso Amador

que lo que pasa no es grave,

y aunque "eso" atenta contra el  pudor)

que pase, duda no cabe

y sientas vergüenza y temor.

 

No te aflijas ni que ello te trabe

que hasta al hombre de honor

y sin que su postura menoscabe

su "aparato locomotor"

estas bromas gasta. Ya se sabe.

El razonamiento de Cristina, me dejó anonadado, pues tal lección de lógica no esperaba.

-Gracias Cristina por tu comprensión, pero ya sabes que estos calores del estío... las chicas vais con livianos "vestíos", no es de extrañar que los tíos nos sintamos "escocíos" .

Sonrió Cristina y no dijo nada; pero esta incidencia por otra parte normal que se de entre dos jóvenes que se desean, me dio a entender que aparte de ser una mujer diez, no era una muñeca de mente vacía; era una chica que sabía muy bien lo que decía.

Ya sentado en aquella terraza, y repuesto de aquel evento que tanto me apuró, y que Cristina tan bien comprendió, tantas alas me dio, que ya estaba totalmente prendado de aquella preciosa rubia, seria el motivo de mis algarabías. ¡Qué felices me las prometía!

 ¡Pero ni lo que remotamente suponía que dos años después con otro me la pegaría! Pero no adelantemos acontecimientos y sigamos el orden cronológico del relato. La tomé otra vez de la mano, ya sentados...

        

¡Cristina..! Qué bebedizo  me has dado?

Solamente  tres días han bastado

para sentirme de ti  enamorado.

Di Cristina. ¿Qué brebaje me has dado?

-Nada malo te he dado Amador. Nada que te pueda causar dolor; de verdad. No sé de tu ardor, y me causa cierta preocupación que por mí te sientas preocupado...

-Cristina...

-Dime Amador.

-¿Quieres ser mi novia?

¡Caray galán! Qué la pregunta se las trae.

¿Tan grande es tu afán que mi mente sustrae?

¿No serás un don Juan de los que a dama distrae?

-Por Dios Cristina. Qué soy un caballero, y para más señas español. Y si os pido relaciones, no dudad señora, que son relaciones formales.

-No lo dudo caballero. Os creo, pero comprended que daros ahora el SÍ no puedo ni debo. En tan sólo tres días vuestra propuesta no apruebo...

-O sea; que me dais un NO por respuesta.

-No, no. ¡Por Dios! Me pareces un chico sincero; pero os repito que el amor entre en mi corazón, tres días pocos son. ¿Comprendéis?

-Comprendo, comprendo, y disculpa mi vehemencia, pero es que me corroe la impaciencia, ya que en mi corazón si ha entrado el amor en esos tres días. Y ¡por Dios Cristina! no lo tomes como una osadía.

-Pues osadía si es, ¡Jo..! (no dijo esta palabra Cristina pero la pensó) Pues la impaciencia a veces se convierte en indecencia. Así que reportaos, y dame tiempo a que lo piense.

-¿Cuánto tiempo necesitas?

-El que me indique el corazón.

-Esperaré Cristina, aunque me coma la desazón.

Y así quedamos, amarraditos de las manos... Pero ningún beso nos damos... de verdad lo dice el que lo narra..

...Y por eso le seguía el dolor de marras.

 CAPITULO V

 En un santiamén el tiempo había pasado. Eran las nueve y media y cómo Cristina tenía que estar a las diez en casa, interrumpimos la velada  muy a mi pesar, porque vi en su mirada deseos de estar enamorada.

Pero las chicas decentes no entregan su "prenda dorada", (y Cristina lo era) a la primera, por aquello de la maledicencia de la gente, y por el que dirán si a una chica la marcan en la frente; aunque en su mirada vi deseos de ser  "homenajeada" pues muy oscuro estaba el jardín frondoso que nos rodeaba; y para "eso se prestaba", un servidor apagó ese fuego tempranero diciendo.

-Cristina, que se nos hace tarde.

Y aunque, "estaba que arde", hubiera sido una canallada aprovechar esa hora tonta que tienen las mujeres a todas horas, ya que un caballero esa debilidad de las damas decentes con educación afronta.

-Sí, Amador, vamos a casa, que este "cubata de ron" me ha mareado y no quisiera hacer ninguna tontería... ¡Y mira que lo sabía! Pues cada vez que tomo ese cóctel, los ojos me hacen chiribitas.

-¿Y por qué lo tomas?

-Porque las penas me quita.

-¡No me digas que tienes penas!

-Tengo las penas normales de las chicas veinte añeras.

-¡Pero leche! Dije sorprendido. ¿Y se puede saber que clases de penas son esas?

-¿Me prometes que no te vas a reír, Amador?

-No te lo prometo, ¡te lo juro! Y cuando juro, si es menester hasta la tumba llevo mi juramente, te lo aseguro.

¡Pero es que no ves mi trasero!

grande, gordo como atabal,

verlo así ¡no quiero! ¡no quiero!

Esa pena, pena fatal

que me lleva al atolladero.

Aunque juré no reírme, juro que no puede remediar partirme de risa.

-Ves como te has reído, Amador. Has faltado a tu juramento.

-Mi risa no ha sido perjura, ha sido porque me haces el hombre más feliz del mundo.

-No te comprendo.

-Sí. Cristina, porque sí.

Una mujer que ha de hacerme          prisionero,

le pido tres cosas fundamentales:

que tenga unos bonitos fanales, lo primero;

y  segundo, unos muslos como catedrales

lo tercero, que tenga un generoso trasero.

 

-¿No me digas que te gustan las gorditas? Me preguntó asombrada.

-No es eso precisamente. Tú no estás gordita para nada. Lo que pasa que eres ancha de caderas, y se te ve de lejos, por eso tu complejo. Pero si te preocupa tu tafanario, a mí me parece extraordinario.   Siempre soñé con una mujer que igual que tú lo tuviera; y aunque pensé que nunca "iba a caer esa breva" porque las chicas que he conocido eran más bien estrechas de "esa ladera", ¡por fin! en ti hallé lo que de verdad de la mujer me supera.

-¿Lo dices en serio, Amador? ¿No te importa "este gordor"?

-¡Qué no mujer, qué no!  -¡Qué poco conoces a los chicos!

Una chica con poco" culamen"

a los chicos cómo que no mola;

si además tiene poco "tetamen"

no nos sugieren "una gayola".

 

-No seas grosero, Amador, ¡Por favor!

-Disculpa, pero sólo intentaba decir que si tu pena es porque ves gordo tu trasero, tu pena es infundada. Deberías estar orgullosa de tener ese portento, pues te aseguro y no es cuento, que de mil chicos que preguntaras, los mil chicos te aseguraran que lo que tienes debajo de los riñones, es bonito de...  narices.

-Eres tú el que no conoces a las mujeres. Unas nalgas demasiado prominentes son un obstáculo para vestir la ropa de moda, ya que aunque te sienten bien hasta la cintura, al llegar "al culete" la prenda se escora, y difícil se mete; y ¡claro! esa parte a la elegancia compromete.

A las diez menos cinco llegamos al portal de su casa.

-Cristina, de verdad, me encantas, y lo más me encanta es lo que a ti "te canta". No tengas pena por eso, que "eso" es lo más precioso que portas con tanto embeleso.

Vi cómo se perdía por las escaleras del portal, y quedé fascinado por ser yo el mortal que de aquella maravilla iba a disfrutar. 

Continuará

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