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Mis tocamientos con Isabelita

en Confesiones

Los relatos más gratos de un hombre guapo

 Aviso: estas primeras entregas de mis relatos responden a la primera etapa de un adolescente que recibe la llamada del sexo, y por la que hemos pasado todas las personas del Mundo.

He intentado contarlos con más lírica que realidad, y con más sensibilidad que crudeza, pero sin detrimento del erotismo, que al fin y al cabo son la esencia de todos los relatos que aquí se editan.

Y digo que aviso, porque no quisiera que alguien pudiera pensar que son relatos pedófilos, sin pensar que narro las primeras experiencias sexuales de dos adolescentes, que aunque narradas por un adulto, son relatos vistos de la mentalidad de dos púberes.

Gracias.

 Primera entrega: mis tocamientos con Isabelita. (Año 1955)

 Me ha dado hoy por recordar todas mis relaciones con las chicas que con las que tuve algún contacto sexual; y con cierta nostalgia me he puesto a evocar aquellos gratos momentos que han quedado grabados en mi mente como homenaje a mis emociones. (Sentimientos algunos salieron del alma, pero los demás salieron de mis cojones)

La primera chica con la que tuve emociones, fue con Isabelita. Tendría yo unos trece o catorce años, ella los mismos, mes arriba mes a bajo. Pero como a esa edad los niños son eso: niños, y las niñas son ya mujeres, fue ella la que me dijo de sopetón una tarde estando solos hablando en el rellano del portal donde vivíamos

-Felisin ¿Tú te tocas?

Quedé perplejo, pues estaba totalmente convencido de que "las pajas" eran sólo cosa de niños. Y la verdad, a pesar de que se me puso la cara como un tomate, le dije balbuceando.

-Me dan muchas ganas pero me aguanto, porque me dice mi confesor que es un pecado mortal.

-Pues yo si me toco, me dijo con un desparpajo que me dejó alelado. ¡Joder con Isabelita, con lo modosa que parece!

-¿Y por qué me lo preguntas? Sólo se me ocurrió decir eso.

-Es que el otro día, mis dos hermanas mayores, que tienen novios, las escuche decir sin que ellas me vieran, que las toque un chico da más gusto que tocarse una sola.

Aquí si que yo no salía de mi asombro; a mí jamás se me hubiera ocurrido abordar ese tema, y menos con ella, que la tenía como la flor más hermosa y pura del barrio. Pero el caso, es que se me puso la polla tan gorda y tiesa que me hacia daño entre aquellos pantalones remendados por mi madre. Se dio cuenta, le bastó mirar entre las piernas la cara colorada para decirme:

-¿Quieres que nos toquemos los dos?

-¿Pero cómo?

-Pues como va a ser, tonto, tú a mí y yo a ti.

Estaba tan cachondo como asustado, y empecé a buscar las formas de buscar la forma; ella fue la que me dio la solución.

-Mira Felisín, como es la hora de la siesta y nuestros papás están acostados y las mamás haciendo sus cosas, coge la llave los contadores de la luz (mi papá era el portero de la finca) y ahí no tocamos.

Ni corto ni perezosa (y con la picha que me babeaba), fui al llavero colgado en la pared de la entrada de mi casa, donde dejaba mi padre las llaves de los cuartos del servicio a la Comunidad. Mencionado cuarto era una especie de cuchitril de unos seis metros cuadrados donde estaban todos los contadores de luz de los vecinos, y al que nadie accedía salvo una vez al mes iba el revisor de la Compañía Eléctrica a tomar nota de los consumos. Y el acceso al mismo estaba al final de un pasillo, por que tuvimos mucho cuidado al entrar y al salir que nadie nos viera.

Seguía empalmado a tope. Y juro que no miento, que me medía 19 cm y era bastante gorda, sobre todo por  "el troncho", y algo más fina por el glande; el capullo, hablando en plata.

Una vez dentro y con la puerta cerrada, me entraron unas ganas terribles de echarme encima de Isabelita, pero al no disponer de un mueble o al menos una silla, y porque no era (ni soy) una bestia sexual, sólo se me ocurrió decir.

-¿Y ahora que hacemos Isabelita, por donde empezamos?

-¿No tienes experiencia con chicas?

-La verdad que no, Isabelita, te lo juro. Le dije como queriendo demostrar que estaba allí algo más que para tocarnos.

- ¿Y nunca has visto un chichi? Me dijo con cara de pícara.

-Bueno, sólo el de mi hermana, y cuando éramos más pequeños, ahora como tiene ya 17 años se cuida mucho de que no se lo veamos. (Se refiere a mi hermano y yo) Somos tres hermanos.

-¿Quieres ver el mío? Me dijo a la vez que se subía la falda y se ponía las manos en las bragas con intención de bajárselas.

El corazón me hacía: pon... pon... pon...

-¿Sabes Felisín que me gustaría que me hicieras?

-No sé, tú me dirás.

Lo que se cuentan mis hermanas cuando las espío sus conversaciones.

-¿Y que cuentan?

-Lucía, la mayor, tiene 21 años y le cuenta a Paquita, que tiene 19, que lo más le gusta es que su novio le de besos en el chichi.

¡Joder que asco! A los 14 años no se está preparado para besar por donde salen los meaos. Pensé para mis adentros, Qué cara pondría, que Isabelita que me dijo.

-Verás, vamos a hacer una cosa: sácala y te la beso yo primero, pues dice mi hermana Paquí que tenerla dentro de la boca es una sensación muy placentera.

¡Jooo Felisín! Pero que pilila más larga y gorda tienes. Exclamó cuando me la saqué de la bragueta.

-Es que has visto muchas pollas.

-Sólo dos, pero son la mitad que las tuya. Pero no me preguntes por los propietarios que no te lo voy a decir.

Esto me cabreó un poco, la niña más pura del barrio para mis ojos, ya sabía como son las pollas. Pero al verla que tiraba de las bragas y se las colocaba en los tobillos, la impresión que me dio al ver su coño, fue de infarto. ¡Y los muslos! ¡Madre mía que dos pedazos de muslos! parecían las columnas de Hércules. Se me puso de rodillas y se la metió toda en la boca de un trago. Eso no era besar, era mamar. ¡Y cómo mamaba la niña!

Las piernas se me doblaban a cada lametón y los huevos me reventaban. Paró de repente y me dijo:

-Ahora tú a mí.

Menos mal... Menos mal, que del coño de Isabelita emanaban unos efluvios que me parecieron perfumes de rosas. ¡Pero si yo creía que los coños huelen a meaos! Porque resulta que una señora de unos 35 a 40 años que viene los jueves a ayudar a mi mamá en las tareas de la casa, cuando sale del baño, deja un olor a "pises" que me dan ganas de vomitar. Por eso mi lógica que por donde salen los "meaos tiene que oler a meaos". Máxime cuando en aquellos años los desodorantes íntimos brillaban por su ausencia, y el bidé en pocas casas había.

Viendo mi cara de excitado de como contemplaba aquel coño con sus pelitos y todo, y con la "rajita colorá", se quitó las bragas de los tobillos, se abrió de piernas, me tomó de la cabeza con su mano derecha y a la vez que me la empujaba para llevara a "aquella fuente" dijo con voz trémula:

-Bebe hasta que mis labios queden secos.

Y Felisín totalmente hipnotizado "por aquel manantial", absorbió de los flujos de Isabelita que le supieron a "néctar de los dioses".

¡Joder, joder y tres veces joder! Jamás pude suponer que un coño estuviera tan sabroso y tan suculento.

Tuve que taparle la boca con las manos porque los ayes y gritos que salían de su boca podrían delatarnos. Cuando me dijo:

-¡Para, para, que me matas! Paré, y por sus muslos bajaban dos ríos; agua que manaba "de aquella fuente" y por allí transcurrían como meandros ¡Ojo, meandros! No que se estaba meando. Era el agua sagrada que brotaba de su fuente de amor.

Se dio la vuelta de súbito y lo que mis ojos vieron fue la apoteosis: dos nalgas redondas y duras como el pedernal, y me dijo con carita de pillina:

- A ver si te crees que no he dado cuenta como me miras el culo, allí donde me ves, la primera mirada cuando me doy la vuelta es a mi culo. ¿A qué sí, Felisín?

Estaba totalmente abducido, era demasiado fuerte aquella escena. Tenía puesta las manos en cada una de las nalgas de Isabelita, y mis ojos mirando hacia aquel agujero en el centro de aquel atolladero para mi mente. Abrí aquellas paredes con mis manos, y me dije para mis adentros: ¡Qué momento... que momento!

-¿Que me vas a hacer Felisín? Me dijo algo inquieta.

-Lamer de ese panal de rica miel que tienes en el centro.

-Prefiero que antes me lamas las tetas.

-¡Coño, es verdad! estaba tan ofuscado, que de las tetas me había olvidado. Se dio la vuelta Isabelita y me ofrecía con tanto amor aquellas "dos margaritas" tiernas y delicadas como dos desafiantes florecitas. ¡Qué cojones florecitas! Si parecían dos melones.

-Qué tetas más grandes tienes Isabelita! Vestida no se te notan tanto. Se me ocurrió decir para ocultar mi estupor

-Es que llevo un sostén reductor. No debo reseñarlas, porque soy una menor y además porque lo manda el pudor.

No aguantaba más, tome mi polla y la dirigí hacia sus entrañas mientras mis manos amasaban sus tetas con saña.

-¡No, por ahí no por Dios! ¿No ves que soy doncella? métemela por donde cuando entra se ven las estrellas. Y se dio la vuelta y a gatas se puso a "cuatro patas".

-Pero por agujero tan estrecho no creo que entre mi minina.

-No te preocupes, que traigo vaselina.

-¿Y por qué no quieres que te la meta por la vagina?

-Por ahí sólo entrará la picha que me lleve al altar en limusina.

Me untó bien el capullo de esa pomada, y de un empujón entraron los 19 centímetros. (Los huevos se quedaron en la entrada)

Una catarata de lefa inundó sus intestinos. La muy zorra movía el culo con tanto tino que el orgasmo de pronto me vino.

Mi dio un beso en los labios a la vez que me tan sólo me decía:

-Gracias Felisín.

-Gracias a ti, que me has hecho saber lo que de verdad siente una mujer.

-¿Pues que te creías de las mujeres?

- ¿Qué todas eran puras y castas como mi madre y mi hermana.

-¡Peo que tonto eres!

-Es que yo creía que de solteras sólo follaban las fulanas.

-No cariño, a todas las mujeres nos gustan esos placeres.

-Ya veo ya.

Y esta fue mi primera experiencia sexual con mujer, y gracias a Isabelita pude saber que lo que guarda en el cerebro una mujer; es lo mismo que al hombre le hace enloquecer. Pero con la deferencia que la mujer sabe mejor que el hombre como y cuando se debe hacer.

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