Breve historia de un transexual
Nota del autor: Esta historia es totalmente inventada, por lo que si coincide con la realidad de algún lector, es pura coincidencia.
Tercera parte - Año 1970
Después de casi año y medio de estar sometida a agotadora sesiones de adaptación mental (aunque en este aspecto no hacía falta) y tratamiento químico (y algo de silicona) para que mi cuerpo se desprendiera de las formas masculinas, y se fuera adaptando a las femeninas; pasé al quirófano.
El éxito fue total, y cuando ¡por fin! me pude ver el coño a través del espejo que me facilitó Laura, (era la enfermera que me atendía), no pude reprimir la emoción: al ver mi coñito, las lágrimas de alegría fluían de mis ojos como dos cataratas.
--¡Jolin Sonia! Si es más bonito que el mío. —Me dijo Laura cómo asombrada
Al estar solas ese momento estábamos solas. —Le dije sin pensarlo dos veces:
--¿Me enseñas el tuyo? Es sólo para comparar.
Laura se levantó la bata blanca, se bajó las bragas hasta las rodillas, y como lo tenía rasurado, pude verlo perfectamente. Estuve como dos minutos mirando mi coño y el de Laura. El de ésta era muy prominente, con las ninfas o labios menores aflorando a la superficie, fuera de la rajita, con una especie de lengua de unos dos centímetros.
--Yo sólo me veo una raja, Laura, no es como el tuyo. —Le dije un tanto desesperanzada.
-—No todas las vulvas son iguales Sonia. Tú, cuando eras hombre, tenías un pene que pocos hombres lo tienen así. Pero espera.
Laura, con los dedos pulgares de ambas manos, me abrió la rajita, a la vez que me decía.
--Míralo ahora con el espejo.
--Ahora si que me pareció un coño de verdad; con su capuchón, y una especie de clítoris injertado de mi glande, para que pudiera sentir placer pero lo que más me sorprendió, es que hasta me habían fabricado un virgo, ya que la entrada a la vagina artificial estaba tabicada con una especie de telita.
--¡Anda! pero si me han puesto hasta himen.
--¡Pies claro! Paro todos los efectos eres virgen, ya perderás la virginidad cuando tú lo quieras. Ten en cuenta Sonia, que te han puesto un aparato genital nuevo y completo.
--¡Claro, claro! Sólo supe decir.
Debo aclarar, que seguía viviendo con Pierre, mi gran valedor, y el artífice de que fuera una mujer casi completa, ya que obviamente no podría concebir. Era el director de uno de los hoteles más lujosos de París, y fue el que financió mi proceso de cambio de sexo.
Jocelyn, que seguía siendo mi gran amiga. A pesar de ser muy femenina, era bisexual, con más tendencia a lesbiana, Fue la que con infinita paciencia me enseño "el arte de ser mujer”; eso de abrocharme el sostén (talla 105) por la espalda, me llevaba por la calle de la amargura y andar con tacones, no lo superaba. Sin embargo recogerme el pelo y pintarme labios y ojos, se me daba de "rechupete".
Cuando Pierre salía de viaje, Jocelyn venía a casa a dormir conmigo, o yo iba a la suya. (Desde que soy mujer, antes no)
Me quedé desnuda delante de ella. Juro que no para provocar su libido, sino para ver su reacción ante mi nuevo cuerpo.
--Te han dejado un cuerpo de mujer muy hermoso, Sonia, te felicito.
--¿De verdad lo dices Jocelyn?
--Te lo prometo, créeme, eres una mujer diez.
Vi en ella los ojos del deseo, y aunque me sentía una mujer deseosa de hombres, era tanta mi gratitud, que le brindé una relación lésbica. Ya tendría tiempo de estar con tíos guapos.
La guiñé un ojo y le tiré un beso. Lo captó a la primera. Nos acostamos frente a frente, las bocas quedaron casi pegadas.
Lo primero que hizo fue meter en su boca mi pezón derecho, que succionó de tal forma que me dio una especie de latigazo que me corrió por todo el cuerpo. El ver a Jocelyn mamando de mi pezón, me sobrevino una sensación extraña pero a la vez maravillosa. Me sentía ¡Madre! y me embargó la emoción. La imaginaba como mi bebé mamando de una teta que nunca podrá dar leche, pero me hacía tanta ilusión, que me sentía la mas tierna de las madres. ¡Qué maravilloso debe ser madre!
Aparte esa imagen de mi mente, ya que debía responder a sus caricias como amante, no como madre; por lo que la aparté de esa teta, a la vez que le ofrecía la otra, lo cual aceptó con sumo agrado y siguió mamando con infinita delectación.
Lo que vino después fue la apoteosis, ya que ni tan siquiera me había dado tiempo a masturbarme; por lo tanto no sabía las sensaciones que me ofrecería mi nuevo sexo.
CONTINUARÁ