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Butch Femme

en Lésbicos

IV

Tras un inicio de año sin novedades llego el mes de febrero, nuestro aniversario. Hacia un año ya de que su presencia había cambiado completamente mi destino.

Preparaba en silencio una noche especial, para el primer fin de semana del mes; había planeado cocinar su plato preferido “Bangers and mash” (salchichas y puré), compre una botella de vino. Sinceramente me hallaba muy nerviosa, esperaba todo resultara bien y como me lo imaginaba.

El viernes, luego de entregar nuestro turno, Melissa y yo caminamos a casa y así yo aproveche de compartirle mis planes para el aniversario. Quería pedirle me cubriese el turno del día del domingo y yo cubriría el nocturno, así alargaba más mi noche de sábado con Isabel.

- ¡Me parece una genial idea!, así yo paso mi noche de domingo con Héctor, - suspiro – tal vez envíe al niño a casa de su abuela, ya sabes para tener más privacidad – rió con picardía y yo le sonreí. Le agradecí de nuevo.

- ¡Tranquila, no me agradezcas tanto! – se detuvo un instante a mirarme.

- ¿Qué sucede? – pregunte temiendo tuviese planes que no recordara y ahora no pudiese hacerme el favor.

- Oye, ¿puedo hacerte una pregunta? – la mire confundida y a la vez temerosa – es que no quiero ser indiscreta.

- ¡Dime! – le apremie.

- Cumples un año con John ¿cierto? – asentí.

- ¿No se te ha ocurrido que sea estéril? – confundida la observe – bueno, no sé si tu utilizas algún método de esos, como el capuchón de seda de los estadounidenses – me sonroje – lo siento, Ellie, es que me da curiosidad, tu sabes que Héctor y yo no tardamos mucho en concebir.

Me genero demasiada gracia aquella conversación, pero a la vez me dio una perspectiva muy interesante, la gente siempre se va a preguntar eso, y pues obviamente John y yo no podemos gestar un bebe juntos.

- Me cuido – opte por decir, lo más natural posible.

Siguió disculpándose, y yo sonriente le decía que no pasaba nada, solo no estaba preparada para esa pregunta, jamás me imagine que me interrogarían al respecto, pero ahora asumo tengo que estarlo para esa y muchas otras más, después de todo somos un matrimonio tradicional ante la sociedad.

En la mañana antes de que partiésemos a nuestras respectivas labores, bese sus labios y le pedí regresara pronto del trabajo, quería hablar con ella, le dije. Algo confusa acepto y se fue, yo creía que ella no sospechaba nada, había tratado de ser muy cautelosa, en serio pensaba que nos haría bien una noche diferente, de sorpresa.

La comida caliente y recién hecha esperaba por ella, quien sin defraudar mi petición no tardó mucho en llegar, la recibí con un beso.

- ¡Dúchate y cenaremos! – me sonrió sospechando ya, tal vez, lo que me traía entre manos.

El brillo de su mirada ante su plato preferido fue mi gran recompensa.

Tomamos asiento y comenzamos a cenar, conversábamos con libertad y espontaneidad, su rostro lucia alegre, su mirada frente a la mía, potentemente invadía mis ojos, y yo me sonrojaba con la misma intensidad de los primeros días.

Levante las cosas de la mesa y me dirigí a la cocina en busca del postre, un budín de pan que por primera vez hacía. Tan solo un par de segundos luego la sentí pegarse a mi espalda, besaba mi cuello y acariciaba mi cintura; subía sus manos, contorneaba mi pecho. Su tacto erizaba mi piel, ¡como extrañaba sentirla así, deseosa, cálida!

Me gire para poder verla y ella sin perder tiempo atajo mis labios en los suyos.

- ¿No me dejaras servir el postre? – pregunte bajito, con los ojos cerrados y mi nariz rozando la suya.

- ¡Tú eres el postre! – me afirmo sonriente, alzándome tomada de la cintura y subiéndome al mesón. El vestido que traía le dio plena libertad para, sin retardo y quitándome el aliento a fuerza de deliciosos besos, explorar una vez más dentro mí.

Sabía bien que no resistiría mucho tiempo, llevaba mucho anhelando el calor de sus manos, la pasión de sus besos, la lujuria en sus ojos. Ahogue mis gemidos en sus labios; y sin esperar mucho, me sentí abrumada por una sensación de tensión, de fervor en todo mi cuerpo.

Me baje del mesón, desate mi vestido para dejarlo caer, ella un paso lejos de mí solo me observaba; termine de sacarme cualquier otra prenda que me cubriese y quede totalmente desnuda, para la disposición de su tacto.

Me acerque a ella, desabotone su camisa y su pantalón, impidiendo que me besara, con sus manos recorriendo mi espalda.

Creí me llevaría a la habitación pero para mí grata sorpresa, me giro, dejándome de espaldas a ella de nuevo, obligándome a reclinarme un poco hacia adelante, tomando mis manos para dejarlas recostadas de lleno al mesón al igual que mi pecho. Sus besos se desplazaban a lo largo y ancho de mi espalda al tiempo que su mano deslumbraba con caricias mi clítoris, logrando que instintivamente abra un poco más mis piernas para permitirle de lleno el paso.

Su mano izquierda de forma contundente se internalizo en mi mientras la derecha traviesa aun me desquiciaba con su jugueteo.

Me penetraba con fuerza, con vigor, se me dificultaba en exceso no gritar; me erguí permitiéndole a mi excitación dominarme, pase mi mano hacia atrás, a su cuello para agarrarme de él y así pegarme más a su cuerpo.

- ¡Gime para mí! – me susurro al oído un segundo antes de pasar la lengua por todo el costado derecho de mi cuello.

Sentí mi índice de humedad elevarse solo con oír su voz; Isabel no suele hablar cuando hacemos el amor, pero las veces que lo hace logra que yo pierda la cordura.

La escuchaba jadeante, sentía su temperatura arder, su sudor aliado con el mío bajando por mi espalda. Le pedía me penetrara más fuerte e inmediatamente me cumplía, con su mano derecha acariciando ahora mis senos.

Percibía su respiración alcanzando el clímax junto conmigo, me mantuve lo más cerca de ella que me fue posible mientras aquellas emociones celestiales se adueñaban de ambas.

Nos tomó un instante recuperar el aliento. Me gire a ver sus ojos picaros y a besar sus labios con ternura, con deseo. Termine de sacarle las prendas que le restaban, tome su mano para guiarla a nuestra habitación y continuar, aún estaba muy lejos de saciarme de sus encantos.

El amanecer nos capturo desnudas y acurrucadas, trate de moverme levemente para no despertarla, pero ella me sorprendió apretándome y acercándome a ella con fuerza.

- ¡Dime que no debes cubrir turno! ¡No quiero que te vayas!

- No, no tengo que cubrir turno hasta la noche, lo he cambiado con Melissa.

- ¡Cuidaste de cada detalle! ¿Uh? …

El calor de nuestros cuerpos juntos y miles de besos lograron que olvidáramos el alimento hasta un poco pasado el mediodía.

El día siguió transcurriendo como hace largo tiempo necesitábamos, abrazadas, en cama, conversando, besándonos…

A eso de las ocho desperté de una pequeña siesta que buscaba recuperar un poco las energías perdidas en el día, exhausta y un tanto preocupada por la hora levante mi cuerpo, bese su rostro dormido y fui a tomar una ducha.

Isabel me siguió, me hizo suya una gloriosa vez más antes de permitirme asearme y alistarme para ir al trabajo. Note que se arreglaba y la mire curiosa.

- La acompañare a su trabajo señorita, claro, si a usted no le molesta.

Sonreí y me acerque a perderme en sus brazos por un momento.

Me llevo al hospital tomada de la mano, conversando, sonriendo. No podría estar más complacida de lo grandioso que ha resultado este fin de semana, había logrado superar la mejor de mis expectativas.

Me despidió con un beso a las afueras del edificio y partió.

Entré sonriente a marcar mi inicio de turno cuando Melissa, con una expresión preocupada se acercó a mí.

- ¿Qué sucede? ¿Qué haces aquí aun?

- ¡Creí que no vendrías!

- ¿Por qué no lo haría? – miro a la otras compañera en recepción y asintiendo le pidió que me mostrará.

- ¿Que sucede chicas?

- ¡Lee! – me apremiaron entregándome un periódico.

“Bombardeos masivos sobre el estado británico”. Todo en mi ser se aceleraba y detenía al mismo tiempo.

- ¡Tengo que buscar a John! – dije de inmediato.

- ¡Lo se Ellie!, por eso estoy aquí, ve, está con él, yo te cubro.

No tuve palabra para agradecer tan lindo gesto y me fui, ansiosa a buscarla.

Llegue al apartamento y no la vi hasta adentrarme en la habitación, con desesperación juntaba objetos en su bolso.

- John, ¿Qué haces?

- Ya debiste oír la noticia, supongo por eso has regresado.

- Si, por eso volví, quiero estar contigo – no dijo nada, y siguió metiendo cosas al bolso.

- ¿Qué haces Isabel?

- ¿Qué parece que hago? – Nos miramos fijo – me voy a buscar a mi hermano.

- Isabel no puedes hacer las cosas así – me ignoro – ni siquiera sabemos si Matthew aún está en Inglaterra.

- ¿Dónde más va a estar? ¡Acá no ha llegado!

- Tal vez viene en camino, tal vez está en otro lugar de Europa esperando que la situación mejore para salir.

- Solo estaré segura de cualquiera de esas variables buscándolo, y tú no puedes impedírmelo.

- ¡Sé que no puedo!; pero quiero que entres en razón Isabel, es demasiado peligroso ¡es una locura!, al finalizar la guerra lo buscaremos, juntas, ¡te lo prometo! – me acerque a intentar tomarla, no se acariciarla, hacer algo para calmarla. Se alejó bruscamente de mí.

- ¡Tu no entiendes!, es mi deber hallarlo.

- Isabel, Manchester… Londres… están destruidos, debemos esperar, por favor escúchame

Siguió sus actos como si nada, tomo el bolso con intención de irse. Me le plante al frente.

- ¿Cómo vas a ir a allá?

- ¡No lo sé! – intento evadirme y yo seguí como un roble, obstaculizando su huida.

- ¿Iras allá nadando? – me miraba incendiada en ira.

- ¡Ellie apártate!

- ¡No lo haré!

Nos retamos un par de segundos, sus ojos tornándose brillosos, mis ganas infinitas de abrazarla.

- ¡No debí dejarlo solo! – dejo caer el bolso. – ¡mi deber era estar con él, no contigo!

Paso por mi costado, dejando una estela de enojo y frustración a su paso; me esforcé, por Dios que sí, intente no tomármelo personal, intente respirar profundo y no llorar; pero falle, acomodando su ropa en su lugar se me escapaban las lágrimas.

Tras aquello, un par de días luego, intento disculparse conmigo y yo intente no sentirme dolida, pero creo que irremediablemente, ambas fallamos con nuestros cometidos.

Si nuestra relación había atravesado problemas antes, era solo juego de niños, pues ahora, son muy contadas las veces que nos hablamos, prácticamente ya ni duerme en la misma habitación conmigo, y yo en reacción a eso, he cogido todos los turnos nocturnos en el hospital para evitarme pasar las noches llorando por ella.

Un atardecer, al igual que cualquier otro, me hallaba en el comedor, estudiando para una evaluación; ella en el sofá, leyendo algún libro bélico como acostumbra, la casa en silencio, la tarde fría y mi dificultad para concentrarme. Oí el timbre sonar, y sin ánimos de pasar por su frente sin que siquiera me note, opte por pedirle a ella que atendiera el llamado a nuestro “amoroso” hogar.

Sin decirme nada, como siempre, se levantó a abrir la puerta.

- ¡Oh por dios! ¡No puedo creerlo! – la oí decir muy alto para su tono habitual. Mire hacia la puerta y se arrojó a abrazar a un hombre, de su misma altura y cabellos negros cortos.

- ¡Ellie! ¡Ellie ven! – la oí llamarme y me aproxime.

Abrazaba de nuevo a aquel hombre, para ese instante ya me había sido obvio que era su hermano, a nadie más en esta tierra saludaría de tal manera, sonriente me termine de acercar.

- ¡Matthew! ¿Cómo me hallaste?

- ¡Tú lo sabes hermanito!, < ¡El cantinero siempre lo sabe todo! > - Gritaron al unísono, abrazándose una vez más.

John abrazo a una chica.

- ¡Catherine! Me alegra que hayas salido, que hayan salido sanos y salvos.

Ella le sonrió y abrazándola, le comento algo inaudible para mí.

- ¡Pasen!, vengan. Ella es mi esposa, - dijo señalándome, Matthew lo miro sorprendido y luego me miro a mí, sonriente, tomo mi mano y le dio un pequeño beso. Catherine se acercó y me saludo con un abrazo. La calidez de ambos era refrescante.

- Hermanito no pierdes tiempo.

Sonrieron entre sí, Isabel cerrando la puerta y tras abrazarse de nuevo nos pidió a todos tomar asiento.

- ¡Carajo hermano! Me tenías muy preocupada cabeza dura, ¿Sabes eso verdad?

- Si Isabel lo sé, - me sorprendió la fluidez con la que hablaban, entendí entonces que Catherine sabía bien quien era Isabel – tú también me tenías preocupado, no sabía si habías logrado salir a tiempo. Fue una locura.

Isabel, sentada a mi lado tomaba mi mano, yo observaba el gesto, la observaba a ella, sus ojitos llenos de alegría, Matthew a su frente con la misma expresión, con tantos rasgos parecidos entre ellos, él, obviamente, un poco más fornido que Isabel, pero de misma sonrisa, con su mano sobre la pierna de Catherine.

- Tardé tanto por culpa de Catherine, – ella aunque sonriente bajo la mirada – se negaba a creer lo que pasaría, fue justo antes de que declararán la guerra a los nazis que al fin acepto salir, - él lejos de hacerle un reclamo, la miraba con ternura, su finalidad era justificarle a Isabel por lo que la había hecho pasar, yo solo guardaba silencio, saboreando el momento, todo lo que lo habíamos esperado, todo lo que había anhelado conocerlo, y que al fin le diera paz a Isabel.

- Se nos dificulto, - prosiguió -  conseguimos un buque, uno petrolero, pero nos llevaron a Venezuela, ya nos quedaba poco dinero, tuve que trabajar. - guardaron silencio un instante - Estos meses han sido un infierno para mí, el solo pensar en la posibilidad de no poder volver a verte me mataba Isabel.

Ella sin decir nada se levantó y fue a abrazarlo, Catherine y yo observando aquel bello momento, no pude resistirme y se me escaparon un par de lágrimas.

Mientras ellos seguían compartiendo anécdotas de viaje, de lo que John y yo habíamos pasado y lo que Matthew y Catherine por su parte habían vivido, yo decidí excusarme para ir a prepararles algo de té a los invitados.

Mientras tomaba la tetera pensaba en lo bendecido que habíamos terminado siendo, debía confesar que ya hasta yo misma tenía mis dudas acerca del paradero de Matthew.

- Permíteme ayudarte – me sorprendió Catherine en la cocina.

- ¡Oh no!, por favor, no te preocupes.

- ¿Puedo tomar asiento? – pregunto señalando la mesa.

- Claro – despeje la mesa de mis libros.

- ¿Qué estudias?

- Enfermería.

- ¡Qué bien! – me expreso sonriente, y yo me tome un instante para detallarla, su tez clara y bien cuidada me decía que era de buena familia, era muy hermosa, y un par de años mayor que yo, de la edad de Matthew me imagine.

- Sabes, cuándo Matthew me dijo lo que hacía Isabel, pensé que era una locura, pero ahora que veo cómo te mira, entiendo porque lo hizo – me arrojo tras unos segundos de estar sentada observándome.

- No sé qué decir.

- No tienes que, es imprudencia mía la verdad, pero es que no tengo ni media hora aquí y ya puedo notar que son una linda pareja. Me alegra mucho, Isabel es una gran mujer.

Conmovida y atontada por toda la sorpresiva situación no tenía mucho para decir solo atine a comentarle que me hallaba muy feliz de que se encontraran bien y de que al fin estuviesen aquí.

Les serví el té y algo de comer, todos seguíamos en la sala, esos dos no paraban de decirse cuanto se extrañaron, sinceramente el mágico momento daba para llorar de alegría.

Catherine fue vecina de ellos, tras salir de Leicester, un par de años después, la conocieron durante su estadía en New Castle y desde entonces Matthew quedo encantado. Isabel y él iban a buscarla para salir de Inglaterra, pero ella me conoció y decidió cambiar mi destino, separarse de su hermano para salvarme, situación de la cual apenas me vengo enterando hasta este momento. Isabel nunca dice más de lo estrictamente necesario, es desesperante la verdad.

La noche llego, haciendo y respondiendo miles de preguntas. Catherine exhausta quiso retirarse a descansar, Matthew intento partir a su habitación de hotel, Isabel obviamente no lo dejo, me despedí de ambos y fui a mostrarle y prepararle a Catherine nuestra habitación desocupada para que ellos descansaran allí, mientras Isabel y Matthew conversaban un poco más en la sala. Me asegure de que Catherine estuviese cómoda y abrigada y fui a prepararme para cubrir mi turno en el hospital.

- Chamberlain nos va a llevar a la desgracia, es demasiado apacible, creo que aún no le ha llegado la notificación de guerra.

- Jajaja lo sé, pero Churchill tomará su cargo, estoy segura.

Comentaban justo antes de que yo pasara e interrumpiera su conversación. Observe un par de vasos con whisky sobre la mesa, no era para menos, era una ocasión para celebrar.

- ¿Te vas? – me pregunto John levantándose de su asiento.

- Debo cubrir turno – le sonreí a ambos.

- Es una pena cuñada quería saber más de ti, has estado muy callada.

- No quiero interferir, ustedes tienen mucho de qué hablar, y eso es prioridad – Se levantó a abrazarme y despedirme.

Se fue al baño, yo le sonreí a Isabel e inicie mi camino hacia la puerta.

- Me gustaría mucho que te quedaras, compartir este momento contigo - sorprendida me gire a verla; sus ojos sinceros incrementaban mi tentación de quedarme – sé que debes trabajar, solo quería decirte eso.

Me regalo una sonrisa y se acercó a darme un pequeño y tierno beso.

Culpe de ese cálido momento a las circunstancias y el whisky, todo aquello la habría hecho olvidar la tensión entre nosotras.

Pase la noche distraída, pensando; tal vez ella ya no me deseaba a su lado y era mi deber partir, tenía miles de dudas.

¿Era este, tal vez, mi momento de irme?

Llegue a eso de las nueve de la mañana, pase directo a acostarme, notando que ninguno de ellos se encontraba en el departamento.

Me levante y el lugar seguía en silencio, ya era pasado medio día, se me hacía extraño que no estuvieran acá pero con facilidad presumí que habían salido a reconocer el territorio en el que estaban.

Me introduje a la ducha. Sentada en la peinadora secaba mi cabello con un paño, mientras otro cubría parcialmente mi cuerpo.

- ¡Hola!

Di un salto del susto.

- ¡Isabel me asustaste!

- Lo siento, no fue mi intención. Estuvimos almorzando en el restaurante de Carlos, te traje uno de sus asados, supuse que te gustaría – me expreso señalándome un envase en sus manos.

- Gracias. Y ¿dónde están?

- Los invite a quedarse con nosotras mientras se estabilizan, espero no te moleste.

La mire confusa.

- ¿Por qué habría de molestarme?

- Porque debí preguntarte primero.

Le sonreí – no me molesta.

- Te dejare esto en la mesa.

- Gracias.

Comenzaba finalmente a vestirme y la vi recostarse al marco de la puerta, solo me observaba sin decir nada.

- ¿Qué sucede?

- ¡Eres hermosa!

Me sonroje ante la sorpresa de un halago que no la oía decirme hacía más de un año. Solo sonreí y continué mi labor.

- Yo te debo una disculpa.

- Tu no me debes nada – le replique inmediatamente.

- Si te la debo, y una grande a decir verdad – tomo asiento en la cama – anoche – sonrío – mejor dicho, esta madrugada, cuando Matthew y yo al fin paramos de hablar y él fue a dormir un par de horas con Catherine en sus brazos, no sabes cuánto anhelé poder hacer lo mismo, me di cuenta entonces la total imbécil que he sido contigo – guardamos silencio, solo mirándonos por un segundo – mientras ellos dormían, yo me recosté aquí, sin poder llevar a cabo el mismo acto, extrañándote como nunca, con los ojos como lámparas observando el techo, pensando que bien merecido era mi castigo. He desperdiciado decenas de noches a tu lado tan solo por no saber hacer esto, saber disculparme, saber hablarte.

Yo, muda y estática permanecía de pie, sin culminar de vestirme, completamente abrumada por la inesperada sinceridad de sus palabras.

- La cuestión es que al fin me di cuenta de que sin ti jamás me hubiese sido posible soportar todos estos meses sin saber de él.

- Sin mí no hubieses pasado estos meses sin saber de él Isabel, por mi culpa pasaste este calvario.

Se sonrío.

- Tu mera presencia me calma ¿sabes?, el verte estudiando, ver como a ratos te distraes, dejas perder tu mirada en el horizonte y cuando al fin reaccionas tienes que leer todo de nuevo, el oírte suspirar antes de levantar todos tus libros para irte al hospital; el puchero que hacen tus labios, enojada con tu cabello por irse adelante mientras llevas a cabo alguna labor, sorprenderte cantando cuando te duchas. Eres mi motivación, tú has complementado mi existencia y soy una imbécil por no decírtelo. Soy una imbécil por haberte herido, soy una imbécil por no hacer esfuerzos para enmendarlo, soy una imbécil por alejarte aun sabiendo que estando a tu lado todo se vuelve soportable.

Sentía mis ojos inundarse de a poco, ella se levantó y se acercó a mí.

- Sé que has pensado en irte, lo he visto en tu mirada – intente protestar y me detuvo – créeme que tras todo lo que he analizado de mi conducta, no te culpo en lo absoluto, pero te pido que no lo hagas, te pido que me des otra oportunidad, que confíes en mí una vez más…

El silencio nos dominó por un instante, un par de lágrimas recorrían mis mejillas, sus manos acariciaban mis brazos, su pecho me atraía con la fuerza de mil imanes pero aun así no alcanzaba a mover ni un milímetro de mi anatomía.

Tomo mi mejilla en su mano derecha y se pegó de lleno a mi – Ellie, quédate conmigo. Se mía, y te prometo que sin tonterías, yo seré tuya.

Con suavidad beso mis labios al instante en que al fin pude abrazarme de su cintura.

Se detuvo el tiempo, se despegaron mis dudas, solo podía percibir el olor de su piel a través de las ropas que la cubrían, la firmeza de su pecho, el latir de su corazón.

¿Qué podría necesitar más allá de ese bello discurso?

Y sin necesidad de decirnos más nada, lo aceptamos, nos pertenecimos una a la otra, y nos hicimos un destino juntas, viviendo, amándonos, siempre con obstáculos pero jamás con miedo.

Fin.

P.D: Mil gracias a - - que me siguen y leen. Este relato tiene gran significado para mi y espero les haya gustado. La buena noticia es que pronto estare de regreso, ya estoy editando el proximo relato. Saludos y mil gracias de nuevo.