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Crisis de los Siete Años (I)

en Lésbicos

Crisis de los Siete Años.

I

De pie, recostada al balcón; observando la vista con la mente lejana a lo que dentro del apartamento ocurría, meditaba. ¡Diablos! ¡Todo estaba bien hasta que apareció!

- Emily ¿Qué haces allí? – observe a Rebeca sin tener nada que decirle, por más hermoso que fuese ese vestido no lograba sacarme de mis pensamientos.

- Solo tomo un poco de aire, vuelvo en un segundo. Se acercó a besarme. Y al final, solo opto por observarme fijamente un instante.

- ¡Sé lo que te sucede! – en silencio evadí su mirada - …pero hoy no – prosiguió – hoy por lo menos tomate la molestia de fingir que eres mía – con la mente vacía de argumentos volví a mirarla; regalándole media sonrisa ingrese de nuevo al departamento con ella colgada de mi brazo.

La reunión en su nombre fluía perfectamente. Mis ánimos para esta fiesta eran otros totalmente distintos, pero ver a Karen me desencajo mucho más de lo que creí pudiese ser posible.

El pasar de las horas, el licor y las caricias de Rebeca lograban meterme un poco más en la fiesta. Y en el punto más alto de la misma, con la música de “The Weeknd” acompasando mis movimientos, aleje a la cumpleañera del grupo en el que bailaban; solo quería sentir esa pasión suya, adentrarme en la fogosidad de su anatomía y olvidarme de todo lo demás.

Nos alejamos sin decirnos nada con su mirada perdida en el dominio de la mía.

El placer se apoderaba de mí y aun así mi mente me traicionaba, me arrojaba breves imágenes de Karen en recuerdos fugaces, me hacía preguntas, me mostraba dudas que ni si quiera sabia poseía.

< - Voy por una loción corporal – me comentó Rebe antes de alejarse de mí, “iré en busca de bocadillos”, le informe adentrándome en el siguiente pasillo del supermercado.

Seguía mis pasos sin fijarme en nada más que en los estantes, buscando snacks pero solo me encontraba con crema de arroz y compotas, por lo visto estaba en el pasillo para bebes.

Apresurando el paso me halle frente a un grupo de personas, atravesadas en el medio del pasillo, saludándose y perdiendo mi tiempo como si estuviesen solos en el universo. Cuando al fin pude hacerme espacio para pasar me topé con ella, de frente, sin tener a donde huir. Una especie de agua helada recorrió mi cuerpo.

Karen leía la parte posterior de una caja de cereal mientras sus brazos sostenían a un pequeño espécimen de nuestra raza.

“Es de dos o tres años”, pensé inmediatamente, calculando en el acto que hacía tres años desde que no estábamos juntas.

Subió la mirada y se encontró con la mía detallándola sin poder tener la decencia de disimularlo.

- Hola – me dijo, seguíamos observándonos y el pequeño humano decidió unírsenos en el gesto mientras sus manitas sostenían el cabello claro y liso de la que yo sospechaba era su madre.

- Hola – devolví tardía, aclarándome la garganta.

- ¡Te teñiste el cabello! – Solo observaba sus ojos – blanco… como querías – hizo una pausa fijándose en mi brazo derecho al tiempo que yo buscaba más rasgos suyos en el pequeño, queriendo confirmar que fuese suyo.

- …y te tatuaste un poco más – solo atiné a sonreír - ¡luces bien!

- Gracias – respondí sin consciencia suficiente para devolverle el cumplido si quiera. - ¿Es…?

- Si, es mío, su nombre es Matthew, tiene dos años.

- Es lindo – afirme tras un segundo, aclarando mi garganta de nuevo.

Un hombre se acercó tomándola con posesión de la cintura.

- Él es mi esposo – me expreso señalándomelo, él me estiro su mano, las estrechamos con rivalidad. Note al instante que él sabía de mí, mientras yo solo acababa de conocer que se llamaba Fernando.

Rebeca apareció de la nada y en un segundo se convirtió en una reunión aquel pasillo, ella buscando marcar territorio se pegó  a mi todo lo que le fue posible durante el minuto más que la feliz pareja se mantuvo frente a nosotras.

Desde allí hasta un par de horas más active mi piloto automático. De un parpadeo en el que me hallaba en el súper, repleta de incomodidad, al otro ya estaba trotando a solas por mi vecindario.

El día anterior me encontraba en el departamento de Rebeca, ambas desnudas, ella sobre mí, mis manos en su cadera justo como me encanta; jugueteábamos tras una tarde de maravilloso sexo. La luz del ocaso iluminando la silueta de su perfecto cuerpo.

- Tal vez debamos pasar mi cumpleaños así, solas, en la cama.

- Tal vez debiste decirme antes de vaciar el inventario de la licorería.

Sonrió – Te dije que con un par de botellas de ron sería suficiente, a la final solo somos unos universitarios.

- Me siento como una anciana cada vez que me recuerdas eso – mis manos contorneaban su anatomía, buscando la cuarta o quinta ronda, no lo sé, ya había perdido la cuenta.

- ¡No digas eso! ¡Solo me llevas un par de décadas, no más! – se burló a un instante de besarme.

Con el morbo a mil, ya estaba más que lista para continuar y allí, justo en ese momento, ella, tras el delicioso beso decidió detenerse un segundo y observarme a los ojos, para luego arrojarme un contundente “te amo” que heló cada centímetro de mi ser.

Tras un silencio incomodo solo pude decirle que no era cierto, que estaba confundida.

Se levantó, alejándose bruscamente de mí.

- Mejor era no decir nada – dijo notoriamente ofuscada, colocándose la bata de baño.

- Siempre he sido clara Rebeca, desde un principio decidimos tener algo casual – se burló.

- Desde un principio decidiste tenerme como tu puta.

- Sabes que no quise decir eso.

- Me ducharé, espero que al salir ya no estés aquí.

Y así le había dado un baño gélido a mi calentura, admito que me sentí mal, pero no puedo engañarla y prometerle cosas que sé que ya no están disponibles, prefiero hablarle con la verdad; ella algún día lo entenderá y sabrá que hice lo correcto, por el bien de ambas.

Seguía trotando y recordaba entonces mi discusión con Rebe en el auto. Decía que me había desentonado totalmente con solo verla, que seguramente aun la amaba, claramente no me hallaba en las mejores circunstancias para discutir pero sus reclamos calaban en mi mente, avivando y generando dudas.

Si ese pequeño tiene dos años solo podría significar dos cosas, o lo había concebido aun estando conmigo, o lo había hecho al poco tiempo de separarnos, como fuese el caso o me había engañado con el tal Fernando o no había llorado ni un par de días nuestra ruptura; de igual manera no estoy en el nivel más alto de la trasparencia como para juzgarla por ello. >

Regrese a la realidad, a sentir su cuerpo ardiendo gracias a mis acciones. El clímax nos arropo, las revoluciones buscaban volver a su normalidad, me recosté a su lado pero se levantó a vestirse de inmediato.

- ¡Eres demasiado traviesa! – Beso mis labios - ¿Cómo me alejas así de los invitados?

Le sonreí, se terminó de arreglar y salió, yo me quede allí sin camisa y con el pantalón a medio abrochar. Cerraba los ojos, una pequeña siesta tal vez repondría mis ánimos y energías. Pero al intentarlo solo me topaba con su imagen pululante en medio del ambiente opaco que creaban mis parpados cerrados.

Teníamos meses llevándonos mal, con escaza o mejor dicho inexistente vida sexual. No había razones que justificaran aquello, atravesábamos el mayor aprieto de toda nuestra relación porque discutíamos por cuanta tontería que se nos cruzaba; la crisis de los siete años le dice la gente.

Esa noche, la noche del desenlace final, me hallaba sola en aquel café que solíamos frecuentar, con dos meses sin hacerle el amor y cuatro días sin si quiera dirigirnos la palabra, con mi persona respaldando el típico cliché de dormir en el sofá cuando se está enojado con la pareja.

Recuerdo que fingía hacer cosas en mi laptop cuando en realidad vagueaba en el internet sin sentido de los hechos.

El tiempo transcurría sin que yo lo supiese, solo seguía allí, en compañía de mi latte vainilla.

- Siempre he querido saber cómo te llamas – alce mi mirada y me encontré con la joven figura de una hermosa Rebeca aún desconocida para mí. Le sonreí con curiosidad y complací sus dudas anunciando mi nombre.

- Rebeca, - tomo asiento en el sofá, a un par de centímetros de distancia de mi – soy la cajera – me explico, apenada le sonreí de nuevo, no recordaba haberla visto – mi tía es la encargada del lugar – continuó, dando inicio así a una grata conversación que termino por distraer mi noción del tiempo.

Al cabo de un rato me pregunte la hora, observe mi reloj y note lo tarde que era, mire a mi alrededor y el local estaba cerrado, a media luz y con solo nosotras en el. Volví a observar su rostro, el cual estaba inundado en picardía notando que al fin me había dado cuenta de lo que sucedía, y mi mente atontada trataba de salir de la inocencia que la inundaba.

Aun con una sonrisa dibujada en su rostro, se acercó a besarme hábilmente, justo antes de que yo iniciara torpemente mis preguntas.

Con una sensualidad envidiable tomo asiento sobre mis piernas, dejándome en contra del respaldar del sofá y frente de sus redondeados senos. Sin perder tiempo busco besarme de nuevo, subiéndole rápidamente el tono a las circunstancias, yo tratando de ponerme al día con su ritmo me deje llevar y deje perder mis manos bajo su camisa, explorando así por primera vez la suavidad de su piel, lo celestial de su anatomía.

No podía detenerme, me era imposible dejar de observar lo rítmico de su silueta, acompasada por gemidos de ambas, por mi culpabilidad y a la vez placer.

Tras una noche repleta de todo llegue al departamento, en busca de Karen, sin tener el más mínimo plan para justificar mi estadía en la calle. Me dirigí a la habitación, la cama tendida de una forma tan perfecta que de inmediato notabas que nadie había dormido en ella. Para mi aquello fue señal suficiente, fue darme cuenta que ya ambas habíamos tomado rumbos distintos, fue saber que ambas llevábamos a cabo la misma tarea pero no juntas como debía ser.

Tome mis cosas y partí, le deje una nota, “lamento mucho que no haya funcionado”, y no supe más de ella hasta hoy en ese inoportuno pasillo de supermercado.

Abrí los ojos para percatarme de la música aun resonando en cada rincón del apartamento, acomodé mi atuendo y salí a culminar con el protocolo de la fiesta.

Dormí un par de horas con Rebeca en mi pecho y me fui a buscar distracción en mi negocio.

Descanse un poco en la tarde, para partir en la noche a la discoteca, al parecer para Rebe y sus amigas aún no había sido suficiente con la fiesta, tenían que seguirla y por supuesto arrastrarme con ellas.

Llegamos al mejor club de la ciudad; “Blue moon night club” se observaba reluciente en la entrada, sobre la fila de personas esperando su oportunidad para entrar. Con algo de billete y sonrisas acelere la cuestión, pasamos de inmediato. Una mesa en el VIP y un par de botellas para subir un poco más los ánimos.

Rebeca bailaba y disfrutaba, yo no andaba de ánimos de acompañarla así que me quede bebiendo un par de tragos y note sabores peculiares, me aleje de la mesa, fui a la barra, quería seguir probando los cocteles, ver como los preparaban, algo andaba mal con ellos.

- ¿Sucede algo? – me pregunta amablemente una mujer q se posesiona de pie a mi lado, rostro perfecto, ojos achocolatados, un tanto más baja de estatura que yo, no sé, los tacones confundían mi percepción y de presencia imponente.

- Me llama la atención el sabor de sus licores señorita.

- ¿…mis licores?

- Solo un dueño se interesaría

Sonrió satisfecha - ¡Sígame!

Me llevo a su despacho en el último piso.

- Tome asiento señorita…

- Sánchez, pero prefiero que me llame Emily.

- Emily – hizo una pausa pensativa – yo me llamo Paola.

- Un placer – asintió.

Aclare mi garganta ante su mirada clavada en la mía.

- Primero me gustaría preguntarle, si no es mucho atrevimiento de mi parte, ¿recientemente cambio de proveedor de licores? – Guardó silencio, esperando un argumento para aquella pregunta – solo de esa manera prestaría atención a una catadora improvisada como lo represento yo en este momento.

Volvió a sonreír con satisfacción – y en ese caso – continúe – usted ya tiene sospechas claras de lo que está ocurriendo.

Asintió con su rostro invadido por la seriedad.

- Considero que su mayor problema está en el vodka y el ron, al probarlo en cada uno de sus cocteles pude notar irregularidades, el licor base no está puro, se encuentra mezclado con algo de mucha menor calidad; el brandy y el whisky están exentos, asumo que por temor a que usted lo notase pues por lo que puedo observar son sus licores favoritos – aseguré mirando un mini-bar a nuestra izquierda.

- ¿Sugiere entonces trabajo interno?

- No lo sugiero, lo aseguro.

Asintió reclinándose hacia atrás, con la mirada pensativa, fija en mí.

Un leve “toc - toc” en la puerta llamo nuestra atención.

- Pao, - escuché aun sin girarme a ver, percatándome de inmediato de lo angelical que se oía aquella voz, Paola se levantó en el instante en el que la chica entro en mi campo visual, pidiendo disculpas por la interrupción. Se le acerco y fijo su mano izquierda en la cintura de ella, abrazándola.

- No se preocupe – asegure poniéndome de pie.

- Alex ya está aquí – le dijo a Paola, mientras yo la detallaba con cautela, impresionada del cuadro que presenciaba, eran las dos mujeres más hermosas que había visto. La recién llegada un tanto más baja que Paola y yo, poseía unos hermosos ojos azul cielo, tez más clara y un rostro repleto de inocencia y ternura.

- Ella es mi pareja y socia, Diana, ella es Emily una catadora improvisada – Sonreí estrechando la mano suave y delicada de un ángel.

- Tengo asuntos que atender, si me disculpa.

- Comprendo.

- Pero la espero acá, a las cuatro de la tarde mañana, aún tenemos que charlar.

- Perfecto – partí deseándoles una linda noche.

Baje y volví con Rebe, quien a duras penas se había dado cuenta de mi partida, ¡gracias a Dios!, así no me acribillaría con sus celos.

Con la puntualidad de un reloj suizo me bajaba de mi auto estacionado frente al club. Un minuto después una camioneta se estaciona tras de mí y vi bajar a Paola.

- ¿No siente frio Emily? – me arrojo como saludo, sonreí fijándome en su sobretodo gris.

- ¡Esta franelilla es más que suficiente! – asegure, sonriente detallo mis tatuajes fugazmente y nos adentramos al club.

Sin perder tiempo bajamos a la bodega. Introdujo sus manos en los bolsillos de su abrigo y me miro sugerentemente. Sonreí y entre en acción.

Ignoré todas las cajas del frente, estas en su mayoría estaban selladas, esas eran la fachada, las originales; en la parte de atrás, ocultas en el rincón me topé con cuatro filas de vodka y ron alterado, con las etiquetas arrancadas, las botellas sin sellar, sabrá Dios que le habrán ligado a esos licores.

Le asome la evidencia, de inmediato su rostro cambio de tonalidad, su mirada se tornó oscura y solo opto por decir “¡No debí permitir que Goyo se fuera!”, la mire confusa.

- Mi encargado, decidió trabajar en las tiendas, estaba cansado del horario del club – asentí en silencio.

- Dado que ha tenido usted razón supongo tiene algún tipo de propuesta para mí; su modo de conocer el licor no es simplemente un hobby, es su campo de trabajo - ahora era yo quien sonreía satisfecha.

- Esa no era mi intención, pero ya que lo menciona. Sonreímos.

- Como bien sabe mi inventario de licores ha decaído catastróficamente, y me temo que es su responsabilidad – sonreí.

- Si he pensado en una propuesta que podría gustarle.

- ¡Perfecto!, la espero mañana a las doce, en el bistró del hotel plaza, ahora tengo una nómina de empleados que – hizo una leve pausa, frunciendo el ceño – atender.

Me despedí y partí a organizarme.

De nuevo puntual llegue al lugar acordado, Paola y Diana se hallaban en una mesa al fondo. Me acerque con un fabuloso catalogo hecho por Tonny y yo.

Al instante de tomar asiento colocaron en mi frente una copa de champagne para acompañar las de ellas. Tras el saludo adecuado solicito mi propuesta. Le extendí mi catálogo, lo hojeo y se lo entrego a Diana casi sin verlo. Aclare mi garganta, asumí de inmediato que ella quería una buena exposición de propuesta.

Tras un par de minutos y un par de copas más, habíamos solventado dudas de parte y parte, el negocio iba viento en popa.

Los platillos del almuerzo me sorprendieron.

- Me he tomado la libertad de ordenar, espero no le moleste.

Observe mi patillo – luce delicioso.

Sonrió complacida.

El almuerzo estuvo placentero y la charla muy amena y completa, fijamos todas las condiciones necesarias, entre ellas que yo misma entregase el pedido en su club, cosa a lo que no tendría razón para negarme. Tras el postre la conversación dejo a un lado la rigidez y los negocios para conversar un poco más de todo, sin presiones.

Diana se excusó para ir al tocador, Paola y yo nos pusimos de pie para excusarla, Diana sin ningún reparo se acercó a Paola, le dio un tierno y fugaz beso en los labios. Volví a mi asiento e inconsciente me fije en ella mientras seguía su vía hacia el baño. Pensaba lo tierna y atenta que era, no pasaba más de un leve momento sin acariciar a Paola, eran muy delicadas y discretas a la hora de demostrarse afecto pero siempre constantes. Yo seguía sin creerme todo aquello que ocurría.

Volví a mi realidad, para encontrarme con la mirada profunda de Paola pidiéndome explicaciones del por qué miraba fijamente a su pareja.

- Es hermosa – afirme con respeto, ella enarco su ceja derecha, mirándome aun fijamente – me recuerda a alguien – culmine con pesar, aclarando mi garganta y bebiendo de mi trago.

- Alguien muy importante supongo – dijo tomando de su copa.

- Alguien que estuvo allí cuando yo no era nadie.

- ¿Estuvo?

Diana regreso y tomo asiento de nuevo.

- Nos separamos hace un par de años – Diana me observo con empatía, que gestos tan bellos los de aquella mujer, eran para no creerlo.

- ¿Qué paso? – siguió Paola.

- Simplemente se complicó todo.

Ellas con sonrisas se observaron, cómplices de su propia historia, tal vez.

- Lo complicado no es lo que importa, – indicó Diana, con seguridad, tomando la mano de Paola – lo único que importa es que valga la pena pasar por lo que sea por estar con esa persona.

Se observaron con cupido de su lado de nuevo y a mí no me quedo más que sonrojarme, aquella era una frase para aprender. Quizás debí luchar más por Karen.

Bebimos y conversamos un poco más antes de excusarme para ir a efectuar su pedido pues cumpliendo con sus exigencias, yo misma debía entregarlo.

Pase el resto de la tarde pensando, en ellas, en cómo es la dinámica de su relación, recordando inevitablemente que poseía algo muy parecido, muy lindo y deje que se fuera al infierno. Pero ahora ¿Qué podía hacer? ¿Buscarla? ¿Acampar en el pasillo de bebes del supermercado?, a esperas de que el pequeño fruto de nuestro fracaso juntas necesite más pañales. Lamentablemente ya nuestro tiempo había pasado.