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Crisis de los Siete Años (II)

en Lésbicos

II

 

Dormir, trabajar, ver a Rebeca, dormir, trabajar, ejercitarme, trabajar, sumida en la rutina normal transcurrían mis días, y así un par de semanas.

Por necesidad de aire fresco, de distracción, salí al club de Paola.

- ¡Espero no te topes con irregularidades en los licores! – me abordo Paola en la barra. Reí.

Cruzamos un par de palabras antes de invitarme a unirme a su grupo de amigos, yo seguía atónita admirando la belleza de esas dos mujeres, creo que siempre lo estaré.

Conversaba con Diana, sentada, tranquila, cuando me percate de una despampanante mujer que se acercaba con paso seguro hacia nosotros, las bellezas en este club no terminaban.

Diana se levantó a saludar a la misteriosa dama envuelta por un favorecedor vestido negro. Paola busco presentarme, me levante de inmediato, note entonces que sus tacones finos la dejaban casi a mi altura, sus ojos oscuros eran intimidantes, su maquillaje y cabello lucían perfectos.

Al saberla sola quise acércame más, hablarle. Tras unos instantes de dejarme caer en sus ojos seductores ameritábamos bebidas, me levante y acerque a la barra, Diana me sorprendió allá.

- ¿Qué tal la charla? – pregunto picara.

- Excelente – respondí con el mismo tono - Sandra es una mujer muy interesante – me sonrió, llegaron los tragos, le guiñe el ojo y seguí mi camino.

- ¡Emily! – me giré, supuse aquí venia la amenaza de amiga.

– ¡Tranquila!, no la voy a herir – me miro con sorpresa; una amplia sonrisa se dibujó en su rostro y se acercó de lleno a mí.

- ¡Ten cuidado! ¡Que no te hiera ella a ti! – partió riéndose, ahora era yo quien estaba sorprendida. 

Camino a la mesa observaba las piernas cruzadas y un poco descubiertas de Sandra, ¡qué mujer tan sensual y elegante!

- Emily – llamo mi atención al cabo de probar de su trago – ¿a qué te dedicas?

- Soy comerciante – asintió – y ¿tu?

- ¿Te arriesgas a adivinar?

Reí.

- Tengo mis conjeturas

- Dímelas

- Temo de ellas

- ¿Cómo es eso?

- Es que si eres lo que sospecho me encantaras aún más – su ego sonrió por ella.

- Dime, si aciertas tal vez te ganes un premio.

Me acerque un poco más a ella.

- Bueno si me lo pones así – me miro sugerentemente – abogada.

Se carcajeo suavemente.

- ¿Qué me delato?

- Veras, yo tengo una especie de don con las damas de tu profesión.

Me termine de acercar, quede a un milímetro de sus labios.

- ¿Así es la cosa?

- Si, ¡justo así! – observe su cuerpo, iba a tomar la vía más obvia, ya iba a besarla.

- Pues debes haber adivinado también que yo no soy de ambiente – freno mi avance colocando su dedo índice sobre mis labios, impidiéndome así alcanzar los suyos.

- Si, y tú ya debes sospechar que yo no me rindo ante un buen reto.

- Muy hábil con las palabras ¿no?, veamos ahora que tan bien bailas.

Me sorprendió levantándose, tomando mi mano y halándome a la pista de baile. Paola nos miraba traviesa, alzando su copa en nuestra dirección, yo solo opte por sonreír.

Las pistas pasaban, yo solo me percataba de su cuerpo bailando, de su silueta rozándome, de su juego seductor, de su mirada de placer por tan solo el hecho de jugar así con mi deseo.

Su cuerpo de espaldas al mío, la calentura recorriéndome, mis manos abrazando su cintura, la música sonando, yo encontrando un rincón en su cuello, una manera de encajar aún mejor para pegarme a ella un poco más, sus labios buscando mi oído para hablarme.

- ¡Ya es hora de que reclames tu premio! – erizo con ansiedad mi piel antes de girarse y al fin besarme.

Sin necesidad de despedirnos partimos a su apartamento para disfrutar de la maravilla que seguía. Insaciables nos tomó dos lunas para salir de aquel edificio, y lo hicimos para atender cuestiones laborales al día siguiente, de lo contrario aun estaríamos allí.

Para el martes mi hermana estaba de aniversario con mi cuñado, por lo cual ambos me pidieron quedarme en su departamento y cuidar de mis sobrinas. Un completo placer para mí la verdad, son mis niñas consentidas.

La noche se fue en juegos, Hannah Montana, Disney y miles de cosas hasta que caímos rendidas.

Me levante y prepare un delicioso cereal con leche que me quedo espectacular, esperamos por mi hermana y cuñado, comimos en familia y a mitad de la tarde decidí partir.

A un par de cuadras más adelante, mientras le daba golpecitos leves al volante al ritmo de la música, la vi de nuevo, cruzo frente a mí, empujaba el coche a través del paso peatonal, dirigiéndose hacia el parque con su bebe.

Me orille más adelante, deteniéndome a un costado del parque, dudando de lo que hacía. Me baje y la observe a la distancia, sentada en un banco, con la pelota de mejillas rozadas en sus brazos, le leía mientras se cubrían del sol con ayuda de un árbol a sus espaldas.

Ya me había bajado, ¿ya que más podía perder?, me pregunte.

Me acerque hasta ella, ni se inmuto con mi presencia, tome asiento a su lado. Me sentía como una acosadora.

- ¡Te ves absolutamente tierna! – exprese tras un par de minutos.

Alzo su mirada de inmediato.

- ¿Emily? ¡Que sorpresa encontrarte aquí!

- Pues pasaba por aquí, vengo de casa de mi hermana. ¿Tú vives por aquí?

- Si, bueno, el departamento de Fernando está en la siguiente cuadra – asentí – no sabía que vivía por aquí tu hermana, ¿Cómo están las niñas?, imagino han de estar inmensas

- Y hermosas – sonreímos.

Verla así, con el pañal dependiente en brazos me recordaba cuantas veces habíamos hablado acerca de procrear, una cuestión que para mí resultaba más que complicada. Vengo de un matrimonio que termino siendo destruido por mi padre y su vagabundería; yo iba muy en camino a igualar su record cuando Karen llego a mi vida. En fin, mi padre no nos atendía mucho que digamos así que mis mayores recuerdos de él se centran en verlo manejar su auto, con cerveza en mano y cornetear a cuanta mujer bonita se topaba, “prima”, les gritaba mientras ellas solo lo miraban confusas, “¿no te acuerdas de mí?”, culminaba diciéndoles, algunas le sonreían, fijándose en su auto o en su porte de macho fornido, mientras que otras lo miraban con enojo y aceleraban el paso; y así de simple, con esa rutina tan burda las conquistaba una buena parte de las veces.

Me preocupaban tantas cosas de que ella llevara a cabo su sueño de ser madre, ¿Cuál sería mi rol? ¿Le agradaría al pequeño? ¿Él o ella me agradaría a mí?, siempre supe que lo único que podía dar por sentado era que como fuera ella se vería hermosa en todas y cada una de las etapas, y que sería una excelente madre, ahora que la observo aquí en este parque, interactuando con su chiquillo confirmo que tuve la razón todo el tiempo, se ve simplemente hermosa; ¡Diablos!, ya hasta habíamos visitado una clínica de maternidad, nos tomaron muestras, pero mi miedo me consumía y la crisis llego, bueno ya saben cómo termino esa crisis. En fin, todas mis tribulaciones y fobias a lo materno ya no tienen relevancia, alguien más, y de la manera más tradicional le ha cumplido su meta.

Conversamos un poco y el cielo se nublo, me ofrecí a llevarla a su departamento.

Afuera de su residencia, a punto de despedirse la invite a cenar, me miro dudosa.

- Siempre dijimos que podríamos llevarnos muy bien tras una posible ruptura – casi enrojecí diciendo aquello, ella me regalo una tímida sonrisa de medio lado. Y tras buscar en su bolsillo me entrego una tarjeta, Karen Márquez, abogado, no sé qué tiene esa profesión, pero siempre me ha generado un morbo bestial.

- Escríbeme para vernos el viernes.

- ¡Perfecto!

Dudaba entre ir a un restaurante o traerla a casa, al final opte por cocinarle algo, evitar el tráfico, evitar tener que reservar, y no sé, jugar un poco con un fuego que no puedo ostentar a tocar.

A la hora pautada escuche un auto detenerse afuera, espere a que llamase a la puerta. Me acerque a abrirle, su chamo en brazos impacto contra mi vista y mis proyecciones de como seria la noche, creo que simplemente no me acostumbraba a la idea y muy en el fondo, por alguna razón desconocida, creía que esta ocasión nos llevaría momentáneamente a lo que fuimos en un pasado.

Le pedí tomara asiento en la mesa del comedor mientras yo muy hacendosamente traía todos mis platillos especiales.

Al pequeño Daredevil sobre sus piernas parecía haberle agradado mi puré de papas pues era lo único que comía.

Hablamos bien sabroso, me conto sobre el parto y yo con ganas de saber más del tiempo de concepción la verdad, si el chico fuese un tanto moreno hasta sospecharía que el carajito es mío jajaja.

Pasamos a la sala luego de la cena, el niño inquieto y con algo de llanto exigía ser mecido, acto que su madre pacientemente cumplió hasta que él se quedó dormido.

- Recostémoslo en mi cama – le dije – es grande y podemos armarle la muralla de almohadas que le hacíamos a mis sobrinas.

Sonrió.

- Olvidaba que habías tenido tu pequeño curso de maternidad con ellas.

Reí bajito para no despertar al mocoso – Solo me dieron el preview.

Lo dejamos durmiendo plácidamente y de regreso, recorriendo el pasillo que conecta con la sala se detuvo a observar una foto nuestra; ese día estábamos de paseo al rio con unas amigas en común, apenas estábamos comenzando nuestra relación para entonces. En su expresión resaltaba la sorpresa.

- ¿Qué sucede?

- No creí que la conservaras aun, y menos que las tendrías enmarcada y exhibiéndose.

- No tengo razones para esconderla.

Creo que ese momento nos sirvió para llenarnos de nostalgia a ambas pues de vuelta al sofá ya no contábamos con la misma fluidez que veníamos compartiendo.

En un intento de romper el hielo prepare y nos serví un poco de café. La música sonaba suave y retomábamos el ritmo de la conversación poco a poco.

Inconscientemente comencé a comparar su pasado y presente, anatómico y gestual; detallaba y recordaba todo lo que me encantaba de ella, su manera tan simple y perfecta de ser siempre ella misma.

Karen permanecía con el 80% de sus sentidos pendientes de su hijo desde la pequeña distancia que los separaba y a cada segundo mi porcentaje de anhelo y deseo subía peligrosamente pero sabía que si intentaba la mínima treta solamente la alejaría, se asustaría y yo dejaría de disfrutar de este delicioso masoquismo que recién iniciaba.

La conversación nos llevó a una de sus anécdotas de trabajo, cuestión que desde siempre me ha encantado, su intelecto al igual que su cuerpo es supremamente sensual e irresistible para mí.

Mi vista fija en ella, mi mente recordando tantas cosas, miles de cosas vividas juntas, y se formó un remolino en mi ser, un huracán que tomo control de mis impulsos y sin dudas se arrojó en busca de su boca.

Acariciaba su labio inferior, jugueteaba con la suavidad de su piel, ella indecisa aun no me rechazaba por completo. Me aparte un milímetro en espera de una señal, de que me mandase al diablo con un rechazo o al cielo con otro beso, tras un segundo ataque de nuevo, me acercaba como Aquiles a Esparta, estaba en la playa, conquistando de a poco lo que más deseaba. Esta vez me siguió el juego, el beso se extendió, los suspiros leves hicieron aparición y de la nada se levantó, alejándose bruscamente de mí, la vi internarse con rapidez en mi cuarto y al fin pude percatarme de que cachetes había decidido llorar e interrumpir mí atropellada estrategia.

Tras un minuto volvió a la sala, tomo asiento en el sofá que le permitió estar lo más lejos de mí posible.

Culminaba de calmar al niño y sin decir nada observaba su reloj, ya yo sabía la excusa que fielmente seguía a ese gesto. Sin perder más tiempo se levantó, alegando por supuesto la hora, “es tarde”.

La escolte a su auto, acomodo a la pequeña interrupción en medio de los puestos traseros. Me dio una tímida sonrisa y sin siquiera atreverse a besar mi mejilla partió.

Estaba más que segura que esa sería la última vez que la vería.

Una mañana soleada y tranquila como cualquier otra, yacía acostada viendo la tv al tiempo que Rebeca se arreglaba para ir a la universidad.

- Emily, sabes que hoy almorzaré con mis padres, están en la ciudad – me comentaba mientras delineaba el contorno de sus ojos con un creyón que amenazaba con arremeter en contra de su cornea – me gustaría que me acompañaras.

- Nop – dije relajada, cambiando de canal.

- ¿Por qué no?

- Porque ya tuve suficiente con conocerlos el año pasado. Cosa para la cual me obligaste, gracias.

Me levante y comencé a vestirme previniendo lo que se me vendría encima tras mi sinceridad.

- No entiendo por qué huyes tanto de mi familia.

- Porque no les agrado ni ellos a mí y a ti te sigue fascinando forzar cosas sin necesidad de…

- No te mataría involucrarte más en mi vida – iniciaba la danza del pincel en su rostro para colocarse el rubor en las mejillas.

- Y a ti no te mataría dejar que las cosas fluyan.

- Llevo tres años dejando que las cosas fluyan, y aun no sé a dónde nos estas guiando o si quiera sí lo estás haciendo.

La mire con cansancio y fui en busca de mis zapatos.

Dejó de ver el espejo - ¡Quiero que me respondas no que te vayas!

- ¿Qué quieres que te diga Rebeca? No puedo seguirte explicando algo que ya te he dicho mil veces.

Me dirigí hacia la salida de emergencia.

- ¡Sí cruzas esa puerta no regreses!

La observe un instante.

- Te dejare las llaves en la entrada.

¡Diablos! Es muy temprano para enojarme y aparte es viernes, es pecado capital estar enojado un viernes.

Tal vez sería difícil para Rebeca, pero creo que ha sucedido lo mejor.

Estacione en mi casa con la luz de recalentamiento del carro encendida, cosa que me pareció extraño, bueno debía dejarlo enfriar para revisarlo.

Desayune y me quede dormida en el sofá sin planificarlo. Desperté, cinco llamadas perdidas de Tonny capturaron mi atención.

- Emily debes ir al banco.

- ¿No pagaste el impuesto?

- Se me olvido.

- ¡Carajo! ¿Y dónde estás?

- En mi casa, bebí ayer – inhale muy profundo evitando que las palabras de enojo salieran de mi boca – lo siento.

Guarde silencio.

- Pero la licorería está abierta, le he dicho a Ana que me cubra.

Respire una vez más.

- ¿Dónde está la planilla?

- En el local.

Colgué para no decirle lo que se merecía, mire mi reloj, 2:43 pm, el banco cierra a las 3:30.

Encendí el carro y se ilumino el mismo indicador de nuevo. Abrí el capo, una manguera estaba rota, no tenía tiempo para eso. Cogí un taxi, busque mi planilla, pague mi impuesto, volví al local, tuve mi adecuada conversación con Tonny, me largue, compre la manguera, tome el transporte y volví a casa.

Tome un par de cervezas del refri y me puse a meterle mano al carro.

- Dando problemas ¿uh?

Saque mi cabezota del capo – Hola Gaby – vecina, vive al final de la calle - ¿trotando? – dije fijándome en su hermoso husky.

- Seh, de lo contrario lobo se me pone holgazán.

Reímos.

- ¿Necesitas ayuda?

- No, ha sido solo una manguera, ya estoy terminando de ajustarla.

Movió un poco la manguera para ver que no estuviese floja, cosa que no me molesto, a la final ella sabe mucho más de esto que yo.

- ¡Has hecho un buen trabajo!

- ¡Lo sé! – Reí - ¿una cerveza?

- Claro.

Bebimos y conversamos un buen rato hasta que partió a ver de su novia y yo  a ver de mi refri, prepararme un snack para seguir bebiendo.

El frenesí del licor me pedía salir a algún lugar, tal vez encontrar a alguien, ver a Sandra, pero el estrés del día me exigía quedarme holgazanamente, descansar, ver una película.

Tras no sé cuánto tiempo embelesada viendo los vengadores por enésima vez, oí mi celular sonar.

Lo tome muy tarde para lograr atender. Karen era quien me llamaba, extrañada espere por si marcaba de nuevo. Y lo hizo.

- ¿Te desperté? – me pregunto luego del apropiado saludo, reí.

- No vale.

- ¡Qué bien! ¿Estas ocupada?

Observe mi cerveza a medio tomar.

- En lo absoluto.

- ¿Gustas ir por un par de tragos?

- ¡Si, claro! – respondí sorprendida.

Nos vemos en pop – me indico antes de colgar.

Confusa llegue al sitio, aún no había llegado ella, pedí una mesa y la primera cerveza.

El lugar decorado con imágenes y discos icónicos del pop de los años ’80 y ’90 siempre nos había agradado.

Sin esperar mucho llego ella, hermosa como siempre, y naturalmente sin el niño.

Conversábamos, observábamos los retro-videos musicales en las pantallas, cantábamos, la noche iba genial.

El propietario nos observaba a la distancia, el hombre, irónicamente, era un extranjero bastante homofóbico que se negaba a aceptar que su bar se había convertido en un sitio “in” para toda la comunidad LGBT de la ciudad, no tenía el coraje para corrernos del sitio, dinero es dinero ¡claro está!, pero si nos vigilaba, “no quiero conducta inadecuada” – decía cuando regañaba a cualquier pareja de ambiente que viniese y se pasara de su línea privada de moral, ¡ja! Si supiera cuantas veces Karen y yo tuvimos lujuriosos encuentros en el tocador.

A eso de la una, siendo un lugar pre-rumba ya nos comenzaban a despachar ofreciéndonos la cuenta. Pagamos lo consumido y como decimos aquí, más prendidas que un bombillo nos dirigimos al estacionamiento.

Yo observaba a los lados.

- ¿Qué buscas?

- Tu auto.

- No lo he traído – se burló de mi desorientación, te lo dije al llegar, tienes que llevarme caballerosamente a mi casa.

Riendo subimos a mi carro; el muy necio decidió no encender, asumo no le gusto la manguera que le había colocado. Le deje dinero al argentino para hospedar mi carro en su estacionamiento sin que se pusiera histérico y nos fuimos en un taxi.

El taxi nos llevó a mi casa, ella riéndose bajo de el.

- ¿Qué hacemos aquí? Se suponía debías llevarme a casa.

- ¡No tengo dinero para doble taxi! – Reímos - Y además aquí hay más cerveza.

La risa y comentarios tontos nos acompañaban.

Se recostó a la barra, de espaldas a ella, observándome sacar la cerveza. Me acerque para entregársela, bebimos en silencio, su labio se enrojeció, mis impulsos buscaban dominarme de nuevo pero no, esta vez no podía permitirlo de ninguna manera, había sido una noche genial y no debía ahuyentarla de nuevo.

Hablamos, bebimos, preparamos un par de sándwich, bebimos un poco más, sinceramente no recuerdo a qué hora nos acostamos. Ella durmió en mi habitación, yo me fui al cuarto desocupado obviamente.