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A solas (1)

en Dominación

Todo había terminado por fin. Ahora podía... ¿Qué quería hacer en realidad? ¿Descansar? Sí, seguramente. Apenas tenía recuerdo alguno de las últimas 48 horas, pero su cuerpo gritaba por un pausa.

A solas.

Su novio y sus amigas no lo entendían. No eran capaces. Seguramente llevaban razón en lo que la estaban diciendo, en que quedarse sola no era la mejor de las decisiones ahora mismo, pero la daba igual, no se trataba de lo mejor, se trataba de lo que necesitaba.

El camino hasta su casa nunca le había parecido tan largo, tan frío ni tan solitario. Cada paso hacía delante representaba una batalla y cada paso dado una victoria. No mirar atrás la producía un sufrimiento indescriptible. Pero no podía permitírselo.

Se derrumbó en el suelo cuando la puerta se cerró. Tenía ganas de llorar. No había derramado ni una lágrima desde que se lo comunicaron. Tampoco iban a salir ahora. El teléfono sonó una y otra vez...

-Lo siento, pero voy a llegar un poco tarde.

-No importa, tío. A decir verdad, quiero estar un rato a solas.

-Llegare más o menos sobre el mediodía. ¿Te ves con fuerzas para preparar algo para los dos?

“Tendrá cara. Quiere que cocine” Pero en realidad, ¿Qué importaba?

-Esta bien.

-Bien, sabía que lo harías. Estoy deseando llegar para darte un buen abrazo.

Ella no. No veía a su tío desde su primera comunión y habían pasado como ocho años desde entonces. Según su padre, ese maldito viejo verde se había pasado todo el banquete perdiendo los ojos detrás de cada mujer medio guapa, e incluso había montado un escándalo estando borracho con una de las camareras en el retrete. La verdad es que no sabía que había visto la hermana de su madre en él, pero era la única familia que la quedaba.

Su única familia.

Sonaba difícil decirlo y aún más difícil asimilarlo. Un tío que sólo había visto tres veces en su vida, cuando nació, en su primera comunión y... Pensándolo bien, su tío la había visto como vino al mundo, de blanco y por lo visto ahora la iba a ver de negro. Un pensamiento tan absurdo que no pudo parar de reír. Pero no pensaba cambiarse de ropa, el vestido era demasiado bonito para quitárselo. Era completamente negro, largo hasta la rodilla, un poco escotado. Elegante, discreto y algo sexy.

Preparó algo, un poco bastante. Era la primera vez que preparaba comida para un hombre que no fuera su padre y apenas sabía que hacer ni cuanto hacer. Se sentía extraña. No era una cita, claro. Pero estaba vestida y preparando comida como si lo fuera. Era una sensación que la revolvía el estómago. Los ladridos del perro de su padre la sacaron de sus pensamientos, se quito el delantal y fue a abrir la puerta.

-Vaya, si que has crecido. Te pareces un montón a tu madre. ¿Puedo pasar? -No dijo nada. Y tuvo que ver como aquel hombre al que ya odiaba se metía en su casa, se quitaba los zapatos y los tiraba por ahí, y se sentaba en el sofá como si la casa fuera suya. - ¿No vienes?

Se había quedado apoyada en la puerta.

-Yo... Pensé que íbamos a comer. Lo tengo todo listo.

-Buena chica. Nos vamos a llevar bien tú y yo. Pero ahora ven, ven, tenemos que hablar. -La estaba llamando como ella llamaba al perro, y quizás por eso, su cuerpo comenzó a moverse sólo- Pero mírate, que hermosa te has vuelto. Seguramente tienes a mil chicos calientes dando vueltas a tu alrededor.

“Viejo verde” pensó la chica mientras la devoraban con la mirada.

-En realidad no, tengo novio.

-¿Dónde está? -Preguntó del degenerado mirando alrededor de la casa.

-No esta aquí. Yo quería estar un rato a solas... hasta que tú llegaras.

-Lo entiendo. Puedes sentarte. -Ella obedeció inmediatamente, casi por impulso.- No, ahí no, ahí no, en el suelo.

-¿Qué?

-Que te sientes en el suelo, y no me hagas repetírtelo.

Todos sus instintos la gritaron que saliera corriendo con todas sus fuerzas. Todos menos uno. Estaba extrañamente excitada. No sabía muy el porqué y desde luego creía saber bastante bien lo que iba a ocurrir a continuación.

-No pienso...

El bofetón resonó por toda la habitación. Nadie jamas la había puesto la mano encima. Cuando volvió a mirar al anciano, este ya se había quitado los pantalones y todo tipo de ropa interior y pudo apreciar perfectamente el enorme instrumento que se gastaba. El más grande que había visto en toda su vida y al menos el doble de grande que el de su novio. No podía apartar los ojos de él

-Te gusta, ¿Verdad? No te preocupes, dentro de nada será todo tuyo.

Intento correr, pero el anciano ya se había puesto entre ella y la puerta. Lo único que consiguió fue caerse de bruces ante la zancadilla que le puso su tío. Este se puso encima de ella y tras darla unas cuantas bofetadas más, arrancó sus bragas.

Y metió esa enorme cosa dentro de ella. Hasta el fondo. Una y otra y otra vez, buscando tierras vírgenes y tiernas nunca antes exploradas. Aunque en realidad, el anciano comprobó en seguida que toda ella era territorio virgen.

-Pero que a diablos esperan los muchachos de hoy en día. Hay que meterla así.

Una embestida brutal, seguidas de unas cuantas penetraciones muy rápidas. Sus amigas la habían advertido que la primera vez dolía. Al fin y al cabo la estaban metiendo un objeto extraño dentro de ella. A ella la estaba doliendo como jamas le había dolido nada antes. Pero que en seguida se le coge gusto a la cosa, la habían advertido, pues al fin y al cabo, el sexo era un acto de amor, de entrega al ser amado. Un acto donde la mujer podía sentir en su propio cuerpo todos los sentimientos del hombre que había decidido que fuera su compañero.

El anciano volvió a clavar completo su enorme instrumento. No era falso tampoco. Podía sentir la violencia, la brutalidad, la falta de cariño y sensibilidad. Sentía que ella no significaba nada para él. Pero también Notaba el empuje, las ganas, el deseo que le quemaba, la felicidad, la vida...

Tenía que conseguir que le resultara un poco más fácil. Abrió un poco sus piernas y se movió un poco para arriba. Su tío la penetro aún más profundo. Gimió de dolor, pero era el camino correcto. Colocó sus piernas alrededor de él.

-Vaya con la perra novata. -Se había entregado completamente a él. Podía sentir la satisfacción y el recogido que esta decisión había provocado en su tío. -Tu difunta madre y la perra de tu tía no hicieron nada más que dejarse violar la primera vez que me las folle.

Las embestidas se hicieron más profundas, más frenéticas, más fáciles... Más placenteras. Otra amiga la había dicho, en la intimidad, que en realidad lo que ocurría a ella era que se volvía esclava de la polla. No sabía explicarlo, claro, pero se reducía a que ella solamente feliz cuando la polla la usaba para su uso y disfrute. Creía que ahora entendía a su amiga. Ese hombre, esa polla, se estaba convirtiendo en su dueño.

No sabría decir cuanto tiempo duro el polvo salvaje que estaban echando. ¿Horas, días, meses? Sólo sabía que la polla estaba dura todavía cuando se paro. Y ella, según reflejaba el espejo, estaba hecha un asco. Tirada en el suelo con el pelo revuelto, la falda levantada, con las medias negras puestas dejando únicamente al descubierto su coño complemente rasurado y unos muslos tiznados de sangre. Nunca se había sentido más atractiva ni más deseable.

No tuvo tiempo para mirar nada más. La levantaron tirándola del pelo y en seguida su amo y señor penetró en hasta la garganta. No tuvo tiempo para nauseas y demás. La estaban follando la boca a una velocidad salvaje, aún mayor que el coño. No tardo en sentir el sabor del semen inundando toda su boca.

-No te lo tragues. ¡Pero tampoco lo escupas¡ -La bofetada que recibió fue tan fuerte que todo su preciado semen terminó derramándose por todo el suelo- ¡Mira como lo has puesto todo, cerda¡ ¡Límpialo¡

No necesitaba que la dijeran como. Se desprendió de sus carísimos zapatos para poder caminar a cuatro patas como la perra en la que se estaba convirtiendo. Saco la lengua para lamer el primer pegote de semen.

-Buena chica.

Eso la hizo feliz. Extrañamente feliz. Fue de aquí para allá lamiendo hasta la última gotita del suelo sólo para que la felicitaran de nuevo.

No hubo tal felicitación. Su amo se había sentado en el sillón que gobernaba todo el salón y se había puesto a beber los caros whiskys de su padre. También vio que tenía a su lado una de las correas que usaba para su perro, así como la fusta que utilizaban para castigarlo.

-De rodillas, y levántate la falda.

Pensó en salir corriendo y gritar para recibir ayuda. Sus manos dejaron al descubierto primero el fin de sus medias, sus blancos muslos tiznados de sangre y finalmente su depilado coño goteando todo tipo de líquidos.

-Mastúrbate.

Se llevo las yemas de los dedos a sus labios vaginales. Nunca había estado tan excitada, tan húmeda ni tan caliente. El simple roce la hizo vibrar. Volvió a tocarse de nuevo, pero no... No le iba a dar a ese viejo la satisfacción de verla en un acto tan íntimo y privado. Con todo el esfuerzo del mundo logro separar su mano de su zona más íntima y arreglarse la falda. Entrelazo sus manos a su espalda, y sonrió.

El bofetón fue brutal. Lo había visto venir y aun así ni si quiera hizo gesto alguno para defenderse. Todavía estaba mareada y era incapaz de enterarse de que la estaban gritando cuando ya sentía dentro de si a su amo. No podía despegar la cara ni el pecho de la mesa donde habían apoyado su cuerpo y sus piernas y vagina estaban completamente abiertas. Las arremetidas eran salvajes y muy profundas. El hombre descargo contra su cuerpo toneladas de furia y rabia, y lo estaba disfrutando. Y no se apaciguo hasta que el semen recorrió su muslo.

Se sentía sucia, usada... Un mero objeto para el divertimiento de su amo a la que seguramente la acaban de dejar preñada. Pero nunca se había sentido tan bien.

El hombre metió su fría mano entre sus muslos. Era la primera vez que sentía las atenciones de la mano de un hombre en una zona tan delicada. El roce de esos dedos fríos, duros, viejos, pero sobretodo expertos en sus labios vaginales la puso a mil. Lo suficiente para aceptar que la colocaran la correa de su perro alrededor de su cuello sin ofrecer ninguna resistencia.

Un vistazo corto pero intenso al espejo la mostró lo que ella ya sabía. Noto como la quitaban las medias con cuidado y suavidad, y continuación ambos se pusieron a pasear como un amo y su mascota.