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La joven ama (1)

en Sadomaso

Robert se había asegurado bien de que los cofres pesaran. Los había preparado a conciencia sólo para que ese maldito negro fracasara. Únicamente entre sus cuatro negros más fuertes habían sido capaces de levantar cada cofre por separado. Pero los dos cofres juntos no suponían ni el menor problema para Bestia. Había logrado elevar los dos a la vez sin aparente esfuerzo y los llevaba adentro de la casa señorial ante la mirada de asombro de todos los presentes.

-No deberías dejar a Bestia hacer estas exhibiciones, padre.

Quien hablaba era Bella, la única hija del terrateniente más rico del estado y la otra razón por la que Robert y su hijo habían hecho el viaje. Tenía la esperanza de que su hijo mayor, Peter, pudiera cortejarla y casarse con ella.

-Un día de estos puede hacerse daño o peor aún, dejarnos en ridículo -continuó hablando Bella.

Bestia dejó caer los dos pesados cofres en la entrada de la mansión a modo de protesta.

-La última vez que necesite que una mujer se preocupara por mi llevaba pañales y chupaba pecho, señorita.

Robert se extraño de que ninguno de los hombres de la casa replicara o se levantara para proteger el honor de la dama. Pero las dudas se despejaron en cuanto la enorme figura de Bestia se hizo presente en el marco de la puerta. No le cabía ninguna duda de que si todos los hombres blancos presentes intentaban salvar el honor de la señorita, se los llevaba por delante.

-Como sigas presumiendo de tu fuerza delante de los amigos de mi padre y de las esclavas que te traen para que las preñes, no te extrañe que bien pronto necesites de una mujer para que te cuide ya que no te vas a poder mover de la cama.

Bestia se reía a carcajadas mientras Bella se dirigía directamente hacía Robert.

-¿Cuánto te ha pedido mi padre por preñar a cada esclava?

-Hemos llegado a un trato por dos mil dolares, hija mía.

Bella asintió.

-Ya ha visto lo que Bestia puede hacer, así que serán diez mil por esclava o no hay trato.

-Ya he llegado a un acuerdo con su padre.

-Bestia -dijo Bella sin inmutarse lo más mínimo- Asegúrate de correrte fuera de ellas, o en su cara, pero no dentro.

-Eso puede arruinar mi reputación -dijo Bestia- Pero lo haré.

-Tengo un trato con su padre -recordó el viejo enfadado de verdad.

-¿Y quién se va a encargar de que Bestia lo cumpla? ¿Él? -Preguntó Bella señalando a uno de los negreros que había traído Robert con él- ¿Ellos? -Preguntó señalando a los cuatro negros que apenas habían podido con uno de los cofres. -Diez mil por cabeza.

Robert echaba espuma por la boca.

-¿Y quién me asegura que se cumpla el trato?

-Yo misma... No mire a mi padre ni a mis hermanos. ¿De verdad piensa que algún hombre de esta casa tiene la más mínima influencia sobre Bestia? ¿Sabe lo qué hizo Bestia al último hombre que le observo preñando a una esclava?

-Pero teníamos un acuerdo... -mencionó débilmente Robert- Eres una señorita -dijo escandalizado

-Sólo es sexo entre animales -declaró con firmeza Bella. -Me he pasado toda mi vida viendo como se preñaban perros, gatos, vacas, caballos y cerdos. Puedo ver también como lo hacen los negros sin escandalizarme. Entonces, ¿Diez mil por cabeza?

Robert miro a las seis esclavas que traía consigo, escogidas entre lo mejor de lo mejor. Si los hijos se parecían a Bestia...

-De acuerdo. Diez mil por cabeza.

Bella asintió y se subió sin la menor perdida de tiempo al carromato. Bestia no tardó mucho en unirse a ella, apartando amablemente al negrero que lo conducía.

-¿Van a ir ahora? -Preguntó Peter totalmente embobado con la que suponía su futura mujer.

-Claro -Respondió Bella. -No conozco ninguna manera de apartar a una bestia de un grupo de hembras prometidas.

El silencio era sepulcral entre las seis esclavas del carromato. Las historias sobre Bestia, o Tres piernas, como le conocían las negras de todas las tierras, eran míticas. Desde luego, era el negro más gigantesco que habían visto en toda su vida. Y el más fuerte. A su lado, la joven ama, Bella, aparentaba ser muy poca cosa. Era preciosa, con el pelo más largo y más bonito que habían visto nunca. También parecía muy frágil, pero nunca habían visto a mujer alguna hablar con tanta seguridad delante de un grupo de hombres. Ni tampoco dejarse acompañar de una forma tan despreocupada por un único negro gigantesco.

El carromato se detuvo unos pocos centenares de metros después.

-Pasa detrás.

-Dentro de una semana cumplo los diecinueve. Ya no soy...

-Pasa detrás -volvió a ordenar Bestia.

-Delante de ellas, no, por favor -suplicó débilmente Bella.

-¿Las tienes envidia?

-Sabes que tengo envidia de cualquier mujer que pueda darte hijos- reconoció Bella. -Lo sabes desde hace mucho.

Las esclavas no podían creer lo que estaban oyendo. Ni lo que estaban viendo. Bella terminó cediendo, y se levantó del carromato para sentarse en la parte posterior, con ellas. Bestia la encadeno como si fuera una vulgar esclava más. Ninguna de ellas cruzó una palabra. Pronto llegaron a una cabaña en medio del bosque. Bestia libero a la chica blanca de las ataduras que la mantenían unida al carromato y la sacó como tantas y tantas veces habían visto a los amos coger a sus esclavas, por la fuerza. Bella, con las manos encadenadas a la espalda, no opuso resistencia.

Y ahí mismo se la follo de una forma tan brutal como sólo habían visto hacer a los negreros para castigar a las esclavas.

Hacía seis años que había despertado sexualmente, en un viaje acompañando a su padre en la cría de los perros y caballos. Cuando preguntó como era posible que las hembras aguantaran que los machos se montaran encima de ellas, le respondieron que era porque las gustaba. A decir verdad, las encantaba. Algo de verdad tenía que haber en ello porque las montaban una y otra vez sin obligarlas a ello. Desde esa noche empezó a jugar con sus deditos, imaginándose que era a ella a la que montaban y hacían disfrutar todos esos animales.

Unos meses después pilló a una pareja de negros en el granero. La dejó sin palabras la forma absolutamente brutal con la que el hombre, Tres piernas como más tarde descubrió, trataba a la hembra. Los pilló mientras la embestía contra la pared, luego por detrás mientras ella se apoyaba con todas fuerzas contra la esta y no paraba de gemir, y finalmente la obligó a ponerse de rodillas y usar su boca mientras la agarraba del pelo. Y cuando terminó, la dejó tirada en mitad de la paja.

Esa noche, los animales dieron paso a Tres piernas.

Adquirió la costumbre de ir todas las tardes por el granero a espiar. Tenía que inventarse mil excusas para sus padres y el res Las hembras iban y venían, pero tres piernas siempre estaba allí. Era el macho alfa de todo el territorio.

Se pasó un año enteró de esa manera, siempre espiando a escondidas, siempre viendo como Tres piernas se acostaba con mujeres para luego dejarlas tiradas en mitad del granero. Hasta que un día, la descubrió. Tres piernas simplemente se río a carcajadas cuando la negra advirtió su presencia.

-Así que al final la has visto. Lleva visitando esto todo el año.

-¿Y no me dices nada?

-Si a la blanquita la gusta mirar, pues que mire.

-Ves allí y dila algo. Regáñala

-¿A la hija del amo? ¿Es qué has perdido la cabeza?

-Ves y tráela aquí. Tenemos que darla una lección.

-Es una guarra -afirmó convencido Tres piernas mientras la negra mientras se vestía -Seguro que se imagina que se la metó a ella.

-Es una chica blanca -respondió sorprendida la negra- Una señorita blanca que ni si quiera puede casarse aún.

-Es una guarra -volvió a repetir Tres piernas- Y nadie me puede enseñar como tratar a las guarras

El corazón de Bella estaba acelerado desde el mismo momento en que la negra la descubrió, pero en contra de todo su sentido común, se había quedado a escuchar tras correr unos escasos centenares de metros. Y sus piernas habían decidido no dar ni un paso más. Tal y como sabía Tres piernas, sólo tuvo que salir del granero para encontrarla.

Llevaba un año y pico viéndolo desnudo, pero de cerca era impresionante. Era el negro más alto y musculoso de los alrededores, pero contemplarle desde tan cerca era realmente increíble para Bella. Quería tocarlo, posar sus manos sobre y el acariciarlo. Era la hija del amo, sabía que si se lo decía Tres piernas tenía que obedecer. Ya había visto a varias amigas suyas hacerlo, pero las palabras no la salían de la garganta.

-¿Sabes lo que toca ahora?

Bella asintió con la cabeza.

-¿Y quieres hacerlo?

Volvió a asentir.

-Será mejor que te quites las botas y las medias, blanquita. No queremos que nadie sepa que has estado aquí.

-Me llamó Bella -respondió la chica mientras se las ingeniaba para hacer lo que la habían pedido sin marcharse el vestido.

-Las guarras no tienen nombre.

Tres piernas observó desde arriba como se iba descalzando. Había visto muchas veces como los amos hacían caminar a las negras con los pies desnudos a su lado. No entendía el porqué, ni tampoco entendía porque todas y cada una de ellas se negaban siempre a hacerlo con él salvo que él estuviera descalzo también. La tendió la mano y la guarra acepto sin rechistar.

Sólo la hizo caminar a su lado durante unas pocas decenas de metros a través del granero, pero logró entenderlo. Se trataba del poder, y de la humillación. Bella tenía los pies muy suaves y delicados para el frío suelo del granero. Aunque intentaba disimularlo, se la notaba en la cara que de vez en cuando gestos de asco y de dolor, pero continuaba hacía delante guiada por la mano que llevaba. Tres piernas se preguntó que pasaría si le hiciera caminar por el establo en lugar de por el granero. Pero esa era una pregunta para otro día.

Los zapatos y las medias no fue lo único que se quitó. El precioso vestido blanco que llevaba así como la ropa interior también se la quitó. Se desnudo completamente. Era la primera vez en su vida que se quedaba completamente desnuda delante de un hombre. Era una chica muy bonita, o al menos eso decían los chicos blancos con los que coqueteaba en las diferentes fiestas. Pero el hombre que tenía delante no era un chico blanco virgen coqueteando con damas por primera vez. Era un enorme negro maduro harto de follar negras con cuerpos de escándalo. No podía levantar la vista del suelo. Ni de parar de ocultarse la partes íntimas.

-No te escondas, muéstrate. ¿Te ha llevado tu padre a comprar esclavas? -Ella asintió con la cabeza- Pues entonces haz como ellas.

Se llevó un brazo a la espalda y luego el otro y se agarró bien fuerte por las muñecas, dejando todo su cuerpo expuesto para la inspección, tal y como hacían las esclavas, incluso había separado un poco sus piernas tal y como pedían a las que necesitaban ser más inspeccionadas. Pero a ellas las pegaban palizas brutales si no obedecían... Ella lo había hecho por iniciativa propia. Estaba deseando que la tocaran, si es que merecía tal honor.

-Si el más mínimo sonido sale de tu boca, no volverás a verme nunca más.

Bella no lo entendió. Todas las mujeres con las que había estado Tres piernas gritaban y gemían como locas. Incluso a las esclavas que su padre y otros amos inspeccionaban se las permitía. El único momento en que las amordazaban para que no emitieran sonido alguno era cuando las marcaban con el fuego. Bella asintió con la cabeza al tiempo que cerraba los ojos.

-Y ni si quiera se te ocurra cerrar los ojos.

Volvió a asentir y los abrió.

No tardo en ver su deseo cumplido. La enorme mano de Tres piernas agarró su tierno pecho con fuerza y sin ninguna duda. Y acepto sin ningún reparo el regalo que le habían hecho metiendo su colosal dedo dentro de ella sin el menor pudor. Una masturbación salvaje dio comienzo sin la menor tardanza.

Quería gritar de dolor y gemir de placer al mismo tiempo, pero no lo hizo. No podía hacerlo. Lo había prometido.

Un fuerte e intensó orgasmo no tardo en inundar de placer todo su joven cuerpo. Sus rodillas fallaron y no cayó porque Tres piernas la tenía bien agarrada del pecho. Este paso la mano pringada con la sangre de la vírgenes y de la corrida por la cara de la joven dama y por su larguísimo pelo negro. Siempre había querido hacer algo así, maldita sea. Las negras estaban obligadas a llevar el pelo corto, salvo las que el amo seleccionaba para follárselas el mismo, las únicas inalcanzables para él.

Llegó el momento de hacerla gritar, pues ya había jugado demasiado con la cría. Se abalanzó sobre el joven cuerpo que tenía delante y mordió el pezón duro como una piedra con todas sus fuerzas.

No tardó en saborear la sangre, incluso dejó de sostener el cuerpo para que todo el peso de la joven recayera en el pezón herido. Pero esta no grito. Decidió volver a masturbarla de nuevo por el puro placer de poder hacerlo.

La metió un dedo, no, mejor dos. Apenas cabían en su apretado coño. El orgasmo inundo de nuevo el cuerpo de la joven.

Abrió la boca y la dejó caer. Y contempló su obra. Bella tenía la cara manchada de su sangre virgen, y dos hilillos de sangre que se veían perfectamente por la blancura de su piel brotaban de su pezón izquierdo y de su coño. Pero la chica no había gritado... Por ahora.

Se desvistió y sacó al aire la tercera pierna. Bella la contempló hipnotizada. Vista desde cerca era la masa de carne más gorda y más gruesa que había visto en toda su vida. No parecía pertenecer a un humano, parecía más bien de algún animal e incluso estos se quedaban pequeñas.

El macho se la metió sin contemplaciones. Entera y de golpe. Y se la follo duro. Era su sueño, maldita sea. Salvo con algunas negras que le traían para ser castigadas, las peores y menos guapas, al resto se las tenía que meter despacito y hasta cierto punto.

Pero no pensaba tener contemplaciones con la joven dama. Y esta no gritó. Había entendido el mensaje desde el principio. Su amo y señor la estaba marcando a fuego donde nadie podría ver nunca las marcas.

Otro orgasmo inundó su joven cuerpo. Menos intensó que los anteriores, pero igual de placentero. Tres piernas entendió que el cuerpo de chica estaba rendido. Decidió parar un momento, pero sin sacar en ningún momento su enorme polla del interior de la joven.

Agarró ambos pechos con sus enormes manos. Eran más grandes de lo que parecían, suaves y firmes. Magníficas. En unos meses se podría hacer magníficas pajas con ellas. Comenzó a jugar con sus duros pezones. Los golpeo primero, los retorció después, y la levantó a continuación.

La dama se llevó ambos brazos a la espalda. No pensaba apoyarlas en el suelo como su cerebro exigía una y otra vez.

La dejó caer y se la siguió follando duro como si no hubiera mañana. Y durante un buen rato siguió haciéndolo hasta que noto que estaba cerca de correrse. La gran duda que le asaltó era dónde. ¿Dentro, en su boca, sobre su cuerpo? No, dentro no... por ahora.

-Ya sabes como termina esto.

Tres piernas se había puesto de pie. Bella sabía lo que se esperaba de ella, sólo que no estaba muy segura de donde sacar las fuerzas para ello. La dolía todo el cuerpo, en especial los pechos, y su vagina estaba en carne viva.

Se acercó a él gateando, a cuatro patas, como una animal cualquiera. Tres piernas perdió la paciencia, la levantó del pelo y la metió su enorme falo en su pequeña boquita. Aguantó como pudo las arcadas que la vinieron. No iba a desfallecer ahora que estaba tan cerca.

Pronto toda su boca quedó inundada del sabor del macho que la estaba haciendo suya. Era caliente y espeso. Pensaba escupirlo como había visto tantas y tantas veces hacerlo a las negras.

-No -ordeno Tres piernas en cuanto vio su intención -No tienes ese derecho. Tragatelo.

Tres piernas notó el miedo en sus lindos ojos.

-Una hembra no esta completa hasta que no da un hijo a su macho, pero quizás seas muy joven para ser mi hembra.

Herida en su orgullo, Bella se lo tragó. Eso pudo con ella, y cayó agotada al suelo mientras se llevaba la mano a la tripa.

-¿Voy... Voy a tener un bebé? -preguntó inocentemente cuando tres piernas se terminaba de vestir.

-No te preocupes, conozco un remedió infalible para evitarlo, pero tienes que ser una niña muy buena -Ella asintió con la cabeza- Ven mañana a mi cabaña, allí te lo daré.

Recorrió con su enorme mano el cuerpo de la joven. Boca, pechos, tripa, muslo y genitales. Bella se dejaba hacer, su cuerpo había recuperado fuerzas y la resultaba muy placentero. Tres piernas uso también la otra mano. Sabía de sobra lo que estaba pasando. El cuerpo de la joven lo estaba llamando a gritos y le resultaba imposible hacer oídos sordos a la voces.

-¿Te gusto? -preguntó tímidamente la joven.

-No -respondió brutal y sinceramente Tres piernas mientras sus manos no paraban de sobarla. -Eres demasiado blanca y estás demasiado poco hecha

-¿Pero te gusta lo que me haces? - preguntó con un hilo de voz -A mi me gusta -reconoció avergonzada.

No pasaba nada por jugar un rato más con ella. La coloco de nuevo de forma que la joven ama mostrara todos sus atributos. Se había levantado para poder verla, y así, mirándola desde arriba, estuvo un buen rato. Era blanca, demasiado blanca. Y demasiado niña también.

-Tócate -ordeno -Y no dejes de mirarme

Se llevó su manita a su coñito. Empezó a frotarse, primero suavemente, luego algo más rápido. Al cabo de un rato, empezó a penetrarse con sus deditos.

Un nuevo orgasmo había inundado su cuerpo de nuevo, pero en contra de su costumbre, no se paro. Tres piernas se lo impidió por el simple método de impedir que sacara la mano de su interior. Así que seguía penetrándose todo lo rápido que podía. Estaba llevando su joven cuerpo al límite, aunque eso es lo que hacían los amos con las esclavas, y ella ya lo era.

Eso era lo que le gustaba de verdad de ella. La chica era obediente. Se preguntó hasta cuándo o mejor, hasta dónde estaba dispuesta a llegar. De momento, ninguna negra jamas se había masturbado delante de él. Lo consideraban un acto demasiado íntimo para darle ese gusto. Otro orgasmo la sobrevino, y esta vez sí, el ritmo bajo.

-¿Eso es todo lo que puedes dar?

Se sacó la polla y orino sus tetas, su cuerpo, su cara. Viendo el gesto de asco y culpa que reflejaba la cara de la joven, había acertado de lleno con el castigo. No importaba lo más mínimo, cerca había agua para poder lavarla.

-Chúpamela. -ordenó.

Lo hizo. Era lo más maloliente y asqueroso que se había metido jamas en la boca, pero lo hizo.

Bestia volvió a jugar con sus pechos antes de devolverla a su casa. No estaba muy seguro de porque, pues había tocado pechos mucho mejores en su vida, pero los pechos de la joven dama le volvían loco. Quizá era porque estaba seguro de que el era el primero, o quizá fuera porque las demás negras no se dejaban hacer lo que ella.

-Mañana en mi cabaña. Que no se te olvide.

Bella sólo pudo sonreír.