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La joven ama (4)

en Sadomaso

La noche se acercaba despacio a la pequeña cabaña de Bestia y sólo había regreso una de las seis esclavas. Miriam, pues así se llamaba, salió al porche con la excusa de fumarse un cigarrillo. En realidad, lo que quería era verla. La curiosidad y el puro morbo eran en realidad mucho más fuertes que ella.

Bella estaba fuera, a unos pocos centenares de metros y al borde del lago, atrapada en un cepo de castigo completamente desnuda e indefensa ante las picaduras de los bichos que iniciaban su actividad nocturna. La habían dejado ahí tras azotarla con saña por cagarse encima delante de todos los presentes. Tenía también una mordaza puesta.

Miriam contemplo primero su cuerpo, sus cicatrices, sus marcas. Paso sus dedos por las anillas de su coño. Metió su dedo dentro y descubrió que también tenía anillado su clítoris. Tiró de ella con fuerza. No la importaba en absoluto si la arrancaba de su piel. Bella se fue abriendo poco a poco de piernas y bajando el culo ante el enorme daño que estaba recibiendo. Eso estaba bien, era así como la quería. Agarró una rama seca y algo gruesa que tenía al lado y se la clavo en el culo.

Metió dos dedos dentro de ella y clavo sus uñas en el clítoris de Bella. No la importaba si se lo partía por la mitad. Era divertido ver como la rama pegaba golpes contra el suelo a causa de que la blanquita se retorcía de dolor.

También metió una sorpresa que había sacado a escondidas de la casa de Bestia y espolvoreo azúcar hasta un hormiguero cercano. Se lo había visto hacer a uno de los amos blancos con una de las esclavas negras y estaba deseando ver que hacían esas hormigas en el cuerpo de la blanquita.

Decidió apagar el cigarrillo en el interior del coño de Bella. Al fin y al cabo, a Miriam nunca la había gustado fumar.

 

 

Después de seis meses recorriendo todas las noches el mismo camino, Bella ya se lo conocía de memoria. La primera noche se había presentado delante de su puerta con un simple camisón, unas zapatillas, y muchísimo miedo por si alguien llegara a descubrirla. Ahora recorría el mismo camino en lencería fina y tacones. Sujetador y bragas de encaje rojas a juego y medias de liga. Como una auténtica prostituta de lujo. Lo único que seguía llevando consigo era el miedo.

Por supuesto las esclavas no salían de su habitación por las noches. Aunque hacía cosas con ellas que era mucho mejor no recordar para comprar su silencio, eran lo suficientemente listas como para guardarse por la noche. No, no le tenía miedo a las miradas de las esclavas. Le tenía miedo a los reflejos de los espejos.

Y a lo que reflejaban los ojos de Bob. Bella se quitó el pequeño trozo de papel que llevaba en el coño y se lo tragó para no dejar ninguna pista...

Este la recibió sin demasiada ceremonia. Lo primero que hizo fue comprobar si su putita estaba mojada o seca. Hacía unas semanas una de las esclavas negras de la casa le había chivado que la joven ama se tocaba para prepararse para él. Eso no le gustaba y se aseguro de que Bella lo entendiera azotándola con uno de los instrumentos que usaban en la casa. Para ello, la había atado a los barrotes de su propia cama como si fuera una vulgar esclava. La joven juró entre llantos que eso no era verdad, que ella no hacía eso, lo que provocó que Bob se enfadará aún más con ella por mentirle.

La misma esclava que había mentido le contó días después el trucó del papel.

Bob Comprobó con deleite que su putita. estaba completamente seca. Sacó uno de sus pechos fuera del sujetador y se puso a mamar de él como si fuera un bebé al tiempo que la penetraba salvajemente. Era doloroso y molestó para ella, un infierno los primeros días, pero rápidamente un intensó orgasmo que la hizo doblar las rodillas se apodero de ella y dejó de pensar en tonterías.

Le había cogido cierto gusto a que se la metieran en seco, a que un hombre se abriera pasó a través de ella por pura fuerza bruta. Sabía que en el fondo la estaban utilizando y forzando, pero la gustaba. Se besaron con lengua mientras Bob seguía dentro de ella duro como una piedra. Era otra cosa que la gustaba hacer también y que no podía hacer aún con Bestia. Ya le daba placer oral, y recorría con su lengua todo su cuerpo, pero no tenía permiso para besarlo. BobVolvió a chupar sus pechos. Inesperadamente para ambos, los pechos comenzaron a segregar leche materna.

-Vaya, tu cuerpo piensa que soy tu bebé- se rió el negro.

Comenzó a follársela de nuevo mientas la chupaba hasta dejarla completamente seca.

No fue la única sorpresa de la noche. Bob mostró a la joven Bella uno de los collares que utilizaban para atar a los perros. Ella no pudo oponer ninguna resistencia mientras se lo ponían pues la habían inmovilizado con anterioridad.

-Serás mi mascota y te comportaras como tal hasta que tus familiares regresen.

-No, por favor, eso...

No pudo pronunciar una palabra más, fue amordazada. Bob está vez la azotó en las plantas de los pies. Se aseguro de causarla tanto dolor que ni se la pasaría por la cabeza ponerse de pie.

Todo el día siguiente lo pasó a cuatro patas y recorriendo toda la casa. Bob había decidido pasear y mostrar a su mascota. También fue el día que perdió la privacidad de sus funciones vitales, pues como es bien sabido, a las mascotas se las saca fuera para que lo hagan. Y también fue el primer día que no pudo reunirse con su amo en el granero. Antes de caer la noche, Bob volvió a destrozarla las plantas de los pies, para que tuviera que ir desde su habitación hasta el cuarto de Bob a cuatro patas. Allí se encontró con la sorpresa de que Bestia le estaba esperando junto a un enorme mastín en celo... La gran bestia marcó por primera vez, y de forma permanente, su espalda.

Mientras su vientre y sus pechos se hinchaban, Bella se convertía en la puta de los tres machos de su casa. A los tres los daba de mamar y los tres utilizaban sin ninguna vergüenza su cuerpo para satisfacer sus enormes apetitos sexuales. Las dobles, y hasta triples penetraciones con otros negros de la plantación, se habían convertido en el pan de cada día. Y las palizas.

Bob ya la pegaba con regularidad, y ahora lo hacía todos los días en las plantas de los pies para recordarla cual era su sitio. Llegaron las primera marcas de cigarrillos también. Pero desde que el gran mastín la dejó marcada, a Bestia se le pasaba una idea por la cabeza.

Una noche, la cogió en brazos y se fueron juntos en el carromato hacía la cabaña de Bestia. Allí, la ató y la azotó hasta dejarla la espalda en carne viva.

Durante una semanas los dos vivieron como marido y mujer, salvó una excepción. Todas las tardes sin faltar ni una, Bestia salía de la casa en dirección al granero.

A Bella le devoraban los celos. No lo entendía. Hacía y se dejaba hacer cosas con las que esas negras no podían ni soñar. Bob el negro la había enseñado muy bien como dar placer carnal a un hombre. Al final explotó de rabia y le pidió explicaciones a Bestia. Este le prometió que cuando diera a luz al hijo que tenía en su vientre, las cosas cambiarían.

El día del parto llegó. Pero nada salió bien. Dio a luz a siameses que murieron en cuanto vieron la luz del día y las hemorragias internas que sufrió fueron tan graves que la dejaron incapaz de volver a tener hijos.

Bella regresó de nuevo a su casa para seguir siendo la mascota de Bob el negro. En eso se había convertido, en una mascota.

Bob se la follaba mientras esta le amamantaba con sus pechos. Y sonreía.