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Juanita

en Hetero: Primera vez

Juanita, la Gordis

Para Juanita el sexo era un asunto secundario, al paso del tiempo había terminado por aceptar que por su gordura ningún chico se iba a fijar en ella. A sus 18 años y pese a las constantes dietas su robusto cuerpo había terminado por imponerse, los gruesos muslos y caderas, sus prominentes tetas y sobre todo su abultado vientre le alejaban cualquier prospecto a novio. Pese a ello se sentía satisfecha, con su modesto trabajo como secretaria tenía para cubrir sus limitadas necesidades: ir al cine con amigas –donde se atascaba de palomitas y chocolates--, comprarse ropa y uno que otro gusto.

En cuanto al sexo, cada semana o cada dos, según se sintiera, le bastaba con abrir su paraíso particular antes de dormir. Ya en su cuarto y bajo las sábanas deslizaba su mano derecha bajo la pantaleta hasta llegar al peludo y gordo chumino, de tanto tocárselo lo conocía de memoria: la tupida pelambre castaña de largos vellos y el promontorio formado por los labios mayores. Con el dedo índice recorría la raja de arriba abajo y sólo bastaba con presionar un poco para que su dedo fuera tragado por la gorda pucha, entonces descubría su calidez interior y aquellos jugos viscosos de olor penetrante, entonces se cuerpo se empezaba a calentar, sentía que su respiración se aceleraba y el dedo hacía más febril su movimiento.

Ya la panocha se abría solita, sin necesidad de separar los gordos pedazos de carne, que ahora lucían expuestos hacía afuera de lo que antes sólo era una raja gordita y peluda. Suspiraba, haciendo subir y bajar aquellas ubres de carne y su dedo estaba ya sobre esa carne dura, en la confluencia de los labios, ahí estaba el clítoris, erecto, estimulado con febriles círculos del dedo, sentía ya no poder más y Juanita perdía la respiración y oleadas de placer se posesionaban y la hacían gemir.

Eso había hecho desde que era apenas una adolescente y había empezado a fijarse en los muchachos. Con el tiempo sus juegos nocturnos se hicieron más refinados, por ejemplo, podía acariciar su clítoris con el dedo medio de la mano derecha, mientras que dos dedos de la izquierda jugaban en la entrada del canal vaginal, aquello la volvía loca, sobre todo porque sentía que algo adentro succionaba sus dedos, que en la cima del placer sumergía hasta los nudillos moviendolos no sólo adentro y afuera, sino haciendo malabares con ellos dentro de su vagina. Así era capaz de tener dos o tres orgasmos, hasta quedar desfallecida de tanto placer, en tanto que su recámara quedaba impregnada de aquel olor penetrante.

También se había hecho de su propio juguete. Al respecto recordaba cuando hacía un tiempo, mientras iba de compras con una amiga, ambas descubrieron una tienda muy especial, una sex shop en la Zona Rosa, entre risas se animaron a entrar y ante sus ojos se desplegó todo un mundo de artilugios sexuales, entre ellos los famosos consoladores. Apenadas y con la cara roja de vergüenza salieron casi corriendo. Luego mientras tomaban café, ambas se confesaron que ver aquello las había llenado de cosas y pensamientos extraños, "mi hermana tiene uno de esos", le confesó la amiga, y la propuesta "¿y si compramos uno?", les pareció atrevida, pero quedaron de regresar algún día.

Aquel descubrimiento generó en Juanita persistentes pensamientos sexuales a la hora de irse a la cama "¿qué se sentirá?, ¿dolerá?, ¿será igual que con uno de verdad?, ¿y si probara?". Esa noche, mientras ya sus dedos se movían furiosos en su caliente pucha aquellos pensamientos regresaron a su mente, suspendió sus juegos sofocada y al voltear la vista al buró encontró un buen sustituto de consolador, era el cepillo que siempre usaba para peinar su abundante cabellera luego de salir del baño, no supo cómo pero lo tomó y con atención revisó el instrumento, el mango de madera tenía la punta un poco más delgada de tal forma que en la parte media ya era más grueso, en cuanto al tamaño calculó que mediría casi diez centímetros, "¿será suficiente?", pensó, "pero ¿cómo hacerlo? ¿y si me lastimo?".

Pese a sus dudas volvió a sus juegos, la pucha seguía caliente y abierta, ya escurriendo los viscosos jugos, atacó con los dedos el clítoris en tanto que la otra mano dirigía el mango del cepillo a la entrada de la vagina, sintió algo extraño, algo duro, al principio indiferente. Deslizó la madera entre los labios viscosos hasta dar con la entrada, contuvo la respiración y presionó un poco, apenas dos centímetros entraron, sacó aquello y repitió la operación, volvió a empalarse, hummm, si, le estaba gustando, presionó más hasta que la mitad del mango de madera fue tragado por su ávida panochota, su excitación se intensificó al meter y sacar el cepillo, que ahora al penetrar sentía las cerdas chocar contra el agujero vaginal ahora distendido, metió y sacó, metió y sacó, metió y sacó, y huuuy, entonces si, fue presa del más intenso placer hasta entonces sentido.

Al terminar sorprendida descubrió que se había metido todo el mango del cepillo y que la vagina ahora estaba tremendamente distendida escurriendo esa agua babosa y de olor muy penetrante, como a pescado. Así descubrió Juanita nuevas formas de darse placer, del placer que ella creía tener vedado por la fealdad de su cuerpo, "así para que quiero un hombre, con mi cepillito tengo suficiente", pensaba, pero a veces entre sueños las imágenes de hombres apuestos y bellos con su respectiva verga oculta bajo el pantalón, "había algo más, algo mucho más hermoso y bello que mi consolador" se decía al despertar.

El paseo

Eran sus primeras vacaciones pero no tenía a donde ir, su propia familia la animó a salir de paseo, a contratar un paquete en una agencia e irse de vacaciones. Entre dientes aceptó. Durante siete días recorrería Chiapas en autobús acompañada de un grupo de turistas, cuyos integrantes por su variedad le parecieron indiferentes, con fastidio ocupó uno de los asientos "esto será perdida de tiempo", de dijo y su fastidio se incrementó al ver que su acompañante sería un viejito, un señor canoso, "vaya!, me tocó un abuelito, me carga!". El señor aquel quiso hacerle plática pero las cortantes contestaciones de Juanita acotaron cualquier acercamiento amistoso, empero ambos estaban de alguna forma predestinados a tener acercamientos bastante cercanos, íntimos.

Al llegar a Palenque y visitar la zona arqueólogica Juana mejor prefirió seguir su propio camino y alejarse de aquel grupo de viejos. Y cuando recorría por senderos ocultos partes poco exploradas de aquel lugar de pronto unas apremiantes ganas de orinar se posesionaron de ella, ¿qué hacer?, ni modo, miró a su alrededor y al no descubrir gente alguna tras de unos arbustos se bajó los pantalones y en cuclillas dejó salir el impetuoso chorro de orines, se sintió satisfecha, acomodó sus ropas y cuando se disponía a regresar, descubrió que estaba perdida, no encontraba el camino de regreso!, sintió temor, pero creyó controlarlo, caminó un poco y se sintió tranquila al descubrir entre los árboles a una persona de espaldas, se acercó un poco y al ver a su acompañante del autobús la tranquilidad volvió a su cuerpo, pero..., algo estaba haciendo aquel hombre..., si, estaba orinando!, frenó su camino y cuando iba a dar la vuelta lo vio voltear mientras guardaba su miembro dentro del pantalón, fueron breves instantes pero vaya!, qué verga se cargaba el viejito!, se dijo a si misma, antes de retirarse de ese lugar. Pero seguía perdida. Y cuando trataba de determinar por dónde regresar, la voz del hombre maduro la sorprendió "¿estás perdida verdad?, será mejor que me sigas, por acá es el camino correcto", en silencio lo siguió y cuando regresaron al sendero conocido no tuvo más que dar las gracias.

Así se había roto el hielo. Y como no tenía alguien más con quien platicar no tuvo más remedio que hacer del viejito su pareja de viaje, platicaron, comieron juntos, fueron de compras. Así siguieron el viaje. Parecían el abuelo llevando a pasear a su nieta. Pero había algo más, entre ellos se estaba creando una atmósfera de atracción mutua. La noche les había agarrado mientras el camión iba camino a San Cristobal. Juanita estaba inquieta, en el hotel no se había podido masturbar pues se sintió incómoda al compartir su cuarto con otra mujer. Tenía ganas, se dijo, ya me hace falta mi cepillito, se repitió. Y recordaba al viejito de al lado mostrando sin querer su apetecible falo. Hummm, vaya con el viejito, pensó y en medio de la penumbra volteó a verlo, parecía dormir, y ella con esa calentura allá abajo. Como no queriendo Juanita pasó su mano sobre sus muslos, y hasta ahí sentía calor, como no queriendo abrió las piernas para dar cobijo a su mano y mirando de reojo a su compañero de viaje sus dedos hicieron a un lado su calzón para tocarse la peluda y caliente entrepierna. Un dedo hizo su entrada en la raja y un involuntario suspiro escapó de sus labios, cerró los ojos y el jugueteo del dedo se hizo más intenso en su pucha. Entonces algo extrañó ocurrió, otra mano subía por sus piernas, intentó decir algo, pero un dedo sobre su boca le indicó callar, temor y excitación se confundieron, fue obligada a abrir sus piernas en compas y en la total penumbra los dedos de esa mano entraron en la raja abierta, penetrando su vagina por momentos, recorriendo los carnosos labios para dar con su botoncito del amor, se dejó llevar por las sensaciones de placer y tuvo que morderse los labios para acallar su orgasmo, pero la mano seguía ahí, moviéndose, agitadamente, entrando y saliendo del canal vaginal, llevándola de nuevo a la cima del placer, volvió a venirse casi brincando sobre el asiento, y los dedos dejaron de moverse cuando ella había perdido la cuenta de sus orgasmos.

El descubrimiento

La experiencia vivida en el camión la había dejado confundida, avergonzada, pero feliz. Y sólo imaginar ver a los ojos al viejito la llenaba de pena, pero era inevitable. Cuando llegaron a aquellas grutas fingió lo mejor que pudo y dos o tres veces esquivo las miraditas de aquel hombre, se sintió mejor, iniciaron el paseo siguiendo el camino trazado y las explícitas explicaciones del guía hasta que al entrar a una nueva galería volteó sin querer y ahí estaba él, el hombre maduro que había apagado –momentáneamente— el volcán que traía entre las piernas, una liguera inclinación de cabeza fue la señal, el viejo le indicaba que lo siguiera, Juana sintió que las piernas se le doblaban y un inesperado nerviosismo se posesionó de su cuerpo, detuvo sus pasos y dejó que el grupo siguiera adelante, inesperadamente una mano se posesionó de la suya y fue jalada hacía la penetrante oscuridad de otra caverna, no hubo preliminares, Juana ni siquiera imaginó que fuera así, de esa forma.

De pronto se encontró de espaldas a él, apoyada con sus manos a la resbaladiza superficie irregular de la roca, en tanto que el ya le había bajado la pantaleta y subido el vestido lo suficiente para descubrir su grueso nalgatorio. Un momento después sintió deslizarse entre sus nalgas el duro y largo miembro del macho, y al momento siguiente eso duro y grueso penetraba en su pepa, lo inesperado de la penetración se hizo doloroso y un apagado "¡aaahhh¡" escapó de sus labios, pero ya estaba empalada, lo sentía todo, hasta el fondo de su vagina que resentía de momento las dimensiones del primer miembro que entraba hasta la profundidad de esa caverna. Luego vinieron las metidas, las sacadas, con furia, con violencia, con tal urgencia, que todo el cuerpo de Juana –en especial su pepa— respondían ya a sensaciones nunca antes sentidas. La jovencita estaba disfrutando ya la inusual cogida, estaba ardiendo, sintiendo el garrote taladrar su cuevita viscosa y caliente, el primer orgasmo le llegó de repente y las oleadas de placer se posesionaron de todo su cuerpo que vibrante seguía recibiendo las arremetidas del ariete carnoso y duro.

El placer poco a poco amainó, Juanita pensó que el hombre la soltaría, pero no fue así, el miembro le removía deliciosamente las entrañas y en sus nalgas el choque continuo del otro cuerpo, de nuevo sintió renacer aquella urgencia, y la verga entrando y saliendo sin cesar de su pucha que ahora escurría el viscoso jugo del amor, hasta que no pudo soportar más y cuando sin querer su boquita dijo "!ya, ya no puedo más¡", se fue al cielo, pareció perder la conciencia y sintió que sus piernas se le hacían de trapo, en tanto que en su vagina deliciosas contracciones espasmódicas le transmitían oleadas de inmenso placer, entonces sintió la verga eyacular, "¡qué delicia¡, ¡o dios es riquísimo¡", pensó. El hombre aumentó la fuerza y velocidad de la cogida mientras chorros y chorros de algo caliente inundaban su de por si llena panochota, hasta que de pronto él se quedó quieto pegado a sus nalgas y con el miembro todavía dentro de su vagina con los últimos estertores de placer. Segundos después Juanita percibió que esa carne extraña abandonaba su cuerpo y que su pucha abiertísima expulsaba esa agua viscosa y de penetrante olor, con las piernas temblorosas apenas pudo enderezar su cuerpo en tanto que el viejo le extendía papel sanitario, salido de quien sabe dónde, para que se limpiara la panocha. La chica como pudo limpió su entrepierna, subirse los caídos calzones y escuchar a su oído "gracias Juanita, eres deliciosa!", emprendieron el regreso, buscando la salida de aquel oscuro lugar y ya casi habían salido cuando las voces de sus compañeros los sorprendieron "vaya, ya aparecieron, el guía les dijo que no se separaran que se podían perder", no supieron que contestar. Juana resintió las inquisitivas miradas de dos o tres mujeres que con los ojos buscaban algún indicio del por qué la jovencita se había "perdido" largo rato con aquel viejo.

De regreso a la ciudad la joven prefirió viajar sola en un asiento desocupado, y al llegar al hotel el grupo fue informado de que podrían tomarse la tarde libre para pasear y hacer compras. Al oir aquello Juanita sintió una inesperada felicidad, tendría la tarde libre, libre para, tal vez, volver a estar a solas con aquel hombre maravilloso. Él intuyó lo mismo y cuando Juanita salió del hotel, ya con unas pantaletas limpias, lo encontró en el jardín frente al hotel, al verla el hombre le dio la espalda y empredió su camino, con pasos ligeros y espaciados, "quería que lo siguiera, pero sin ser vistos", pensó la mujer. Eso hizo, y tres cuadras adelante él ya la esperaba, subieron rápidamente a un taxi que los llevó a un hotel de paso.

Esa tarde Juanita pudo a sus anchas descubrir detalladamente a su amante. Sí, tenía el pelo canoso, pero su cuerpo era hermoso, fuerte, bien proporcionado, y sobre todo su verga!, gruesa, larga, con el cuerito que le cubría el prepusio, el paquete de los huevos, rugosos, más moreno y rodeado de un tupido conjunto de largos vellos, las caderas armoniosas y también velludas, lo mismo que las piernas. Hizo otros descubrimientos, el hombre, que se llamaba Juan, insistió en desnudarla totalmente, insistió en despatarrarla sobre la cama, insistió en besarle la pucha. Juanita se dejó hacer dócilmente, y descubrió el sexo oral. La filosa lengua del macho desplegó su más secreta intimidad y supo llevarla a innumerables orgasmos. Nunca imaginó Juanita que aquello fuera tan delicioso, se la estaban mamando de forma tan rico, con la lengua jugando sobre su rígido clítoris, los labios como ventosas sobre la entrada de la vagina y sobre todo, ese dedo que jugaba rico en el ojete de su culo. Huyyy, tres o cuatro veces sintió Juanita perder la conciencia.

Luego aprendió que coger se puede hacer de muchas formas, él arriba, taladrándola, ella arriba cabalgando sobre la inhiesta verga, ella empinada sobre la cama, sintiendo como era penetrada desde atrás. Ella de espaldas con las piernas apuntando al techo de la habitación, luego acostados de lado frente a frente permitiendo que la ávida boca del macho le mordiera las bamboleantes tetas. Ya había perdido la cuenta de sus orgasmos cuando desfalleciente sintió la pringosa verga sobre su boca, abrió los labios y cerró los ojos. Así aprendió a mamar, se pegó al miembro con el ansia de un bebé hambriento, mamó, chupó, succionó, lengüeteó la amoratada punta, disfrutó de ese desconocido sabor, siguió mamando y mamando hasta que aquella carne se puso tensa al máximo, el hombre se quedó quieto sobre ella unos instantes y luego el miembro vibró, se contrajó, y de forma intermitente su boca fue inundada de leche, de semen. Su primera reacción fue expulsar aquello que le llenaba la boca, pero no, no fue capaz y tragó esa leche, la boca se volvió a llenar de liquido y volvió a tragar, chupó más fuerte y más leche salió de aquella jeringa humana, fue increíble, se dijo después, todavía con la lengua recogió los últimos restos y su mano frotándo sobre la dura carne extrajó una o dos gotas más. Ya había anochecido cuando salieron de ese hotel, Juanita feliz, como mujer en su viaje de bodas. Su macho la llevó a cenar y luego la dejó cerca del hotel, ya en su cuarto Juanita rememoró lo vivido, sintió culpa, pero fue más fuerte su gozo de mujer bien cogida.

Todavía tenían tres días, tres días!, se dijo Juana. Los aprovecharon al máximo. Ya el grupo se había acostumbrado a que la jovencita y el viejo siempre anduvieran juntos. En Tuxtla Gutiérrez Juan le propuso algo nuevo: "quiero tu culo!", Juanita no supo que contestar, se dejó hacer. Primero el hombre le mamó la cola jugando a la vez con sus dedos en la pucha abierta. La mujer disfrutó de esa nueva forma de sexo, primero apenada dejó que la pusieran de bruces en la cama y que las varoniles manos le abrieran los cachetes de las nalgas. Luego fue la lengua filosa, el contacto fue inesperado, sintió cosquillas, pero también placer, mucho placer, de manera inesperada percibió que su culo se ofrecía, los pliegues parecían aflojarse, sus nalgas buscaban aquellos incesantes lengueteos. Luego él la montó y sintió el duro glande presionando sobre el conjunto de pliegues, ella apretó los dientes sobre la sábana, "afloja el cuerpo" escuchó, el ariete apretó más y de pronto con un agudo "aayyy" sintió que el glande había roto su natural barrera, algo ardiente y doloroso borró de momento el placer sentido, aguantó como pudo el dolor y poco a poco su intestino se llenó de carne, hasta que sobre sus nalgas tuvo sólo la pelvis del hombre. Estaba llena, totalmente llena de verga. Sofocada dejó que el hombre iniciara su vaivén, lentamente, extrayendo el duro émbolo, para de nuevo ser empalada, despacio, muy lentamente el dolor fue amainando, a la vez que su culo se distendía sin ella quererlo. Luego el hombre metió los dedos en su jugosa pucha, primero fue un dedo dentro de su vagina, removiéndose con ansia, luego fueron dos y cuando ya tenía tres dedos dentro las arremetidas del miembro dentro de su culo se hicieron intensas, como intensas eran las sensaciones placenteras, así llegó al orgasmo y se sorprendió al sentir las contracciones de su culo sobre la verga que la penetraba, taladrándo, entrando y saliendo furiosa. Al llegar al segundo orgasmo sintió el hirviente semen inundando su intestino, aumentando su placer al percibir cada una de las pulsaciones del miembro. Fue increíble!, se dijo a si misma cuando terminó de venirse y no le importó que el penetrante olor a sexo se mezclara con el peculiar olor a excremento, olía feo, pero a la vez excitante.

El tiempo se fue volando y el viaje llegaba a su fin. En siete días se había producido una transformación en Juanita, ya no le importaba aparecer gorda, su felicidad se traslucía en todo su ser, el viaje aburrido se había convertido en una grata experiencia. Al llegar a México ya conocía mucho de su amante, era profesor, divorciado y al parecer sin compromisos, seguirían viéndose, se harían amantes. Para su familia y sus amigas era obvio que a Juanita le había pasado algo, pero no sabían qué.

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