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Los pelos de la tía Celia

en Voyerismo

Los pelos de tía Celia

Los efectos de la reprimenda y el susto le habían durado casi tres semanas y recordaba todo como si hubiera ocurrido apenas ayer. Aquel día, luego de terminar de comer, la dura mirada de la madre lo alertó de que había sido descubierto, y no se equivocó, la señora fue directo al grano: "tú tía Celia se quejó conmigo de que la espías cuando se mete a bañar, ¿es cierto?, ¡anda contesta!... no se que pretendes con ello… además me dijo que tomas su ropa íntima para masturbarte y que ella misma encontró una de sus pantys en tu cuarto, bajo el colchón, ¿es cierto?, ¿te parece correcto eso que haces?, ¿por qué le faltas al respeto de esa manera?, ¿qué te ha hecho Celia para que te comportes de esa manera?, a ver ¿di algo?, ¿qué tienes que decir?" y el chico sólo bajó la cabeza, humillado, avergonzado y el regaño siguió: que era un pervertido, que era lógico que a su edad anduviera ansioso… pero ¡con su tía!; y ella que lo tenía en tan buen concepto y lo quería mucho; al final la sentencia: "¡tienes que ofrecerle una disculpa!, ¡tienes que enfrentar tus errores!, y… ¡te prohíbo terminantemente que siquiera te acerques al sanitario cuando tú tía se baña!, ¿entiendes?, por lo pronto terminaron tus salidas al cine o con tus amigos a jugar a la cancha, ¡quedó claro!".

Así recordaba lo ocurrido hacía algún tiempo, y el enojo y el silencio de su madre; y su vergüenza al cruzarse con Celia, sin atreverse a dirigirle palabra alguna; en fin, sintiéndose como cucaracha y todo por… mirar a la tía, por espiarla, por esperar el momento oportuno para verla desnuda y hacerse deliciosas pajas, masturbarse dos o tres veces recordando con lujuria lo entrevisto por una rendija del baño. Pero… ¿qué tenía Celia que había desatado su lujuria?, si era una mujer madura común y corriente: delgada, nalgas escuálidas, senos como limones, rostro nada bello, sobre todo con sus gafas bifocales, empero guardaba un secreto: los pelos… la desmesurada pelambrera que le cubría por completo el bajo vientre y le escapaban rebeldes por los bordes de sus aseñorados calzones. ¿Qué cómo se percató de ello?

Fue un sábado cualquiera cuando a regañadientes obedeció la orden materna: "te toca poner la ropa en la lavadora, tú tía Celia salió y regresara por la noche, así que… no sales hasta que la lavadora termine de lavar y pongas a tender la ropa, ¿entendido?"; y mientras rumiando su enojo, el adolescente echaba la ropa a lavar cuando sin querer notó que una de las pantys de su tía tenía algunos vellos adheridos, tres o cuatro, largos hirsutos, de un castaño oscuro, casi negros; buscó otro calzón y lo mismo, más vellos, y en la zona de la entrepierna la mancha parda y olorosa de algún flujo vaginal; aquel descubrimiento le genero entonces una inesperada erección.

A partir de entonces fue coleccionando los pelos de su tía, pues siempre se los encontraba al lavar la ropa de su congénere. Al respecto el adolescente ya tenía algunos antecedentes sobre su tía velluda: las flacas pantorrillas de Celia en ocasiones lucían vellitos crecidos que al siguiente día desaparecían, suponía que ella se depilaba. Aquellos descubrimientos y conjeturas generaban tal excitación en el chiquillo que terminaba masturbándose en el sanitario utilizando alguno de los calzones de Celia, sobre todo con aquellos que se había quitado por la mañana antes de bañarse.

Luego de masturbarse le llegaban como sin querer algunas fantasías, la favorita era espiar a la tía. Mirarla sin que ella se enterara y ver con sus propios ojos si Celia en verdad estaba muy peluda de su pepa, como él suponía; así fue tramando la estrategia adecuada, la hora y el lugar eran importantísimos. Y como la ocasión es amiga de los malos actos descubrió que el sanitario era el lugar ideal, ¿y la hora?, por la mañana cuando la mujer se metía a bañar antes de irse al trabajo, a esa hora la madre del chiquillo ya iba rumbo a su oficina y él, ciertos días de la semana, tenía clases en la escuela hasta las once de la mañana. Una mañana hizo el primer intento: ya tía ya estaba dentro del baño y él, con mirada ansiosa buscando cualquier rendija en la puerta de madera y cuando encontró por fin el pequeño haz luminoso del interior sólo descubrió el lavabo, solitario, y el ruido del agua cayendo de la regadera, nada más.

Empero el solo hecho de haberse atrevido a espiar a la madura, sin haber visto nada en realidad, había generado en el adolescente un estado de excitación que tuvo que aplacar de la forma conocida: frotándose el pito erecto con la mano, mientras con los ojos cerrados se imaginaba a su tía Celia y sus pelos, en gloriosos momentos de placer y una fenomenal eyaculación que dejaba manchados de semen uno de los calzones de su tía flaca y fea.

Luego del erótico ejercicio el chico meditó sobre sus acciones: si bien era cierto que su tía fea y ya algo vieja, además de su flacura, el sólo hecho de tratar de espiarla había desatado su naciente lujuria. El saberse oculto, que la señora fuera ajena a sus incursiones y que ella estuviera a su merced para descubrir sus más íntimos secretos, eran argumentos que alimentaron desde ese momento su sexualidad en ciernes.

Luego del primer intento vinieron otros y tuvo más éxito. Por principio de cuentas buscó un mejor punto de observación, no le costó ningún trabajo: debajo de la escalera había un espacio desocupado que acondicionaron como una bodega pequeña, donde se fueron acumulando cosas inservibles, y lo principal, justo al otro lado estaba el baño, separado solamente por tiras de madera pintadas de blanco con algunos adornos, a modo de un rústico plafón.

Ansioso esperó el momento oportuno y antes de que Celia se metiera a bañar él ya estaba dentro de la incómoda bodeguita, en cuclillas, con el ojo pegado a una rendija y el espectáculo comenzó: entró su tía enfundada en su vieja bata rosa y en las manos la ropa interior que se pondría y la toalla grande y blanca, ya para entonces el chiquillo sentía que la verga le abultaba el pantalón y siguió mirando, Celia de espaldas a él se quitó la bata luciendo la flaqueza de su cuerpo: brazos, piernas, espalda esmirriados y blanquecinos por la falta de sol; luego la madura se quitó el sostén y sus diminutas y fofas tetas quedaron al descubierto, más abajo el vientre flaco y flojo, y… lo principal, el bajo vientre, cubierto por la aseñorada pantaleta rosa por cuyos bordes escapaban rebeldes una inmensa cantidad de vellos púbicos, que en el monte de venus formaban un bulto ostentoso.

El adolescente contuvo el aliento cuando su tía se despojó del calzón y con sorpresa y el aliento contenido confirmó sus sospechas: la abundante y desmesurada pelambrera le cubría por completo el bajo vientre e invadía grosero los inicios de los flacos muslos; por más que aguzó la mirada la raja sexual no aparecía por ningún lado, todo eran vellos y más vellos, hasta en las esmirriadas nalgas flacuchas, por la juntura de los flacos cachetes escapaban los vellos.

La excitación del chiquillo llegó a su límite y mientras Celia se enjabonaba él se practicaba una furiosa masturbación, breve pero deliciosa, los chorros de mocos salpicaron la madera y él ahí, con el ojo pegado, mirando a su tía peluda embarrar de jabón la peludísima entrepierna, los vellos por el efecto del agua formaban una rara forma de barba, escurrida y goteante; y el adolescente siguió atento y lujurioso el ritual matutino de su tía: secarse el cuerpo con la toalla, untarse crema en el flaco cuerpo y ponerse la ropa interior y al final la horrenda bata rosa deshilachada, y en su refugio esperó hasta que la señora se fue al trabajo.

De esa forma el chiquillo se aficionó tanto al voyeurismo que… una mañana cuando fisgaba a la tía masturbarse, ¡sí!, Celia se masturbaba algunos días, uno o dos días a la semana, antes de meterse bajo la regadera la madura se sentaba en la taza del water y entrecerrando los ojos su mano derecha se perdía entre los flacos muslos abiertos y entre la pelambrera de vellos para tocarse la raja, y suspirar, primero lentamente, con ojos atentos a las maniobras de sus dedos, hasta que poco el placer hacía vibrar el cuerpo por las deliciosas sensaciones de la masturbada, hasta que la tía gemía, cerraba los ojos y la respiración se le iba no sabía a dónde, pero al final su mano mostraba las húmedas pruebas de la chaqueta femenina, y así… fisgándola, mientras se reponía de la masturbación… la cara del chiquillo golpeó la madera del baño, el ruido fue inesperado y por demás inoportuno, la madura suspendió sus juegos eróticos y rauda se levantó para ir a averiguar, buscando el origen del extraño ruido, el chico contuvo el aliento viendo a Celia mirar con ojo atento a las tablas de la bodega para luego irse a bañar, por supuesto cuando él salió del escondite la señora ya lo esperaba junto a la escalera, ambos se miraron, más bien el chiquillo se quedó sin habla y la tía le reviró la mirada con ojos de enojo y sorpresa, y sin decir nada se fue a su cuarto.

Luego vendría la regañina de la madre, la reprimenda y los castigos; la vergüenza en la cara al cruzarse con la señora, su temor a siquiera hablarle para disculparse.

Al paso de los días las cosas fueron tomando su curso, el enojo de la madre había amainado y la tía poco a poco había tornado a su trato amable, claro, sin comentar nada respecto al voyeurismo del adolescente, hasta que…, fue un sábado por la tarde; la madre había salido de compras y Celia estaba enfrascada en hacer el aseo de la casa, en tanto que el chico confinado a su recámara trataba de matar el tiempo mirando la TV, en eso llegó la tía, ambos se miraron y el adolescente sintió un estremecimiento al temer el regaño de la señora, pero no: "oye Betito, ¿por qué no sales a la calle?, tu madre no está y yo no le diré nada si sales a jugar un rato con tus amigos, además ya va siendo hora que todo quede olvidado, ¿no?".

El chico la miró a los ojos y ella siguió: "si, Beto, ya no estoy enojada contigo, pienso que estás entrando en una etapa de la vida en que surgen muchas dudas y empiezas a tener sensaciones que antes no estaban ahí, así que… perdono tu atrevimiento, ¿sí?, ya no estaremos enojados, ¿está bien?".

--"Sí tía, como tú digas y… perdona por hacer esas tonterías".

La mujer sonrió y se atrevió a preguntar: "¿y… antes de ese día… cuantas veces me miraste desnuda en el baño?".

--Perdona tía… fueron varias veces, pero… no podía contenerme, disculpa por favor".

--"¡Ay Beto!, pero ¿por qué yo?, ¡tan fea, tan flaca, tan vieja que estoy!, ¿qué te generó esa curiosidad?, dime, por favor y ya no estaremos enojados, lo prometo".

--"Es que… quería comprobar si… en verdad… eras tan… velluda, perdona… pero a veces dejabas algunos vellos en tus pantys y cuando echaba la ropa en la lavadora descubrí eso… tus vellitos, y quería…", y el jovencito guarda silencio.

La madura mueve la cabeza como desaprobando la conducta del chiquillo pero: "y supongo que lo comprobaste, ¿verdad?, y lo confirmaste a cabalidad, ¿verdad?, pues si… soy muy peluda, ya lo sabes y de sobra y… supongo que eso te generó cierta… digamos… excitación, ¿verdad?, bueno lo supongo, porque te masturbas con mis pantys, no se… pero creo que no tiene caso que te prohíba que lo sigas haciendo, estas en edad de esas… cosas, pero… al menos procura… buscar… no se… que sea otra mujer quien te genere esa… excitación, ¿sí, Betito?, y ya no te hagas "pajas" pensando en mí, ¿sí?, pensar en eso me… genera mucha vergüenza, que tú… mi sobrino, se excite mirándome desnuda a la hora del baño".

El chico bajó la cabeza avergonzado y la tía cariñosa le acarició el cabello antes de salir.

Así volvieron las cosas a la normalidad, o al menos eso parecía, pues no obstante que el chiquillo hizo su mayor esfuerzo…, y durante varias mañanas cumplió su promesa de no volver a fisgar a la tía, volvió a las andadas, a espiar a Celia, quien tal vez suponiendo que el sobrino seguía con sus secretas aficiones… no hizo mucho por impedirlo, es más, la madura tal vez sin quererlo, fue haciendo más osadas sus exhibiciones a la hora de la ducha.

Así el jovencito pudo contemplar, cuando la tía se agachaba, que si, Celia tenía muchos vellos en el ano, y además que la madura adoptaba la mejor postura para que, el sobrino, escondido en la pequeña bodega, pudiera a sus anchas disfrutar de su erótico espectáculo: se despatarraba frente al lavabo, mostrando la pelambrera en el sexo, para luego separar con ambas manos los pelos y mostrarle al adolescente la raja morena, los labios carnosos expuestos, el sexo maduro y peludo.

Quizá la señora sospechaba que de nueva cuenta el sobrino la espiaba, pero ambos, al menos eso parecía, escondían sus secretos y al cruzar las miradas se comunicaban, quizás el mismo deseo.

Días después la osadía aumentó: la tía ya desnuda se paró frente a las rendijas de madera y ahí fijó la mirada, para luego de abrirse los pelos con una mano, la otra empezó a acariciar la raja abierta, los dedos subían y bajaban por la panocha; Celia cerraba los ojos disfrutando del delicioso pasatiempo, mientras el adolescente se frotaba la pinga, disfrutando a su vez de la gloriosa visión: su tía se masturbaba para él. El adolescente con ojos ansiosos miraba como la flaca mujer se acariciaba la entrepierna, primero suavemente, luego los dedos de la mano derecha danzaban dentro de la raja morena y viscosa, y la mujer temblaba, su cuerpo se agitaba y en el momento del orgasmo la tía cerraba las piernas con fuerza manteniendo la mano masturbadota atrapada entre los flacos muslos, el cuerpo doblado hacia delante, gimiendo. Al final con el cuerpo tembloroso la señora le guió un ojo a la abertura tras la cual miraba su sobrino, para luego dirigirse a la ducha.

Pero había más, el jovencito empezó a sospechar que él a su vez era espiado por Celia, no estaba seguro, pero cuando se duchaba casi podía sentir sobre su cuerpo la mirada indiscreta de la tía, además de que al salir del baño se cruzaba con la madura y notaba el nerviosismo y la mirada esquiva. Por ello, cuando el chico se bañaba procuraba tener la pinga erecta, o mejor aún, masturbarse frente al lavabo para disfrute, suponía él, de su querida tía peluda, que seguía siendo la fuente de su irrefrenable lujuria.

Al paso de los días el adolescente confirmó que Celia estaba cambiando, algo en su comportamiento le fue dando señales; primero cuando se cruzaban estando solos en casa sentía el nerviosismo de la madura flaca, casi podía percibir el temblor de su cuerpo; luego la descubría mirándolo con insistencia y al devolver la mirada, Celia se sonrojaba y escondía la mirada y suspiraba mirando el suelo. Hasta que una noche en que ambos miraban la tv juntos, pues la madre había salido a una fiesta con sus amigas, la tía se atrevió a preguntar: "oye Alberto… este… ¿sigues mirándome cuando me baño?, ¿sí, verdad?".

El chico bajo la mirada quizás un tanto avergonzado.

--"Sí, lo suponía… y ¿por qué Beto?, ¿te gusta… verme?".

--"Sí tía, no lo puedo evitar… perdona".

--"No te preocupes… pero algo tienes que hacer… debes conocer chicas, tener novia, ¿tienes novia Alberto?".

--"No tía, todavía no, soy… muy torpe para acercarme a las chicas, además… me gusta verte y…".

--"Y te masturbas, ¿verdad?, te he visto… perdona… pero a veces yo también te miro por las rendijas de debajo de la escalera, ¿verdad?, y yo… también lo hago, ya haz visto… ¿verdad?, perdona Betito pero… algo tenemos que hacer para dejar estas… cosas… indebidas".

El sobrino sintió sobre sí la mirada de la tía y contestó: "sí tía, como digas".

--"¿Sabes?, creo que me voy a conseguir un novio… hay un profesor que es mi amigo y… me ha invitado a salir… creo que quiere conmigo y… la otra tarde me trajo a casa y me dio un beso antes de que bajara de su auto, creo que intenta ligarme y… yo siento pena… como vergüenza… además… pienso en ti, no lo puedo evitar, pero creo que eso es lo mejor, así ya no siento estas cosas por ti… dime ¿qué piensas?".

--"Pues no se tía Celia, pero sí, debes tener pareja, si el te gusta y tú le gusta, pues… qué bien ¿no?".

--"¿Y si me pide que nos acostemos?, ¿no te vas a enojar conmigo?, ¿no?".

--"Claro que no tía, ¿por qué dices eso?".

--"No se, a veces soy muy tonta, perdona, mejor me voy a dormir", dijo la madura antes de darle un beso tierno en la mejilla al sobrino.

El chico se quedó solo viendo la tv, en eso llamó su mamá por teléfono para decirle que se quedaría en casa de sus amigas pues ya era un poco noche y al día siguiente era sábado y no iría a trabajar, al chico se le ocurrió ir a avisarle a su tía, entró al cuarto y encontró a la señora acostada: "tía Celia… llamó mamá que se quedará en casa de sus amigas a dormir", la madura lo miró fijamente.

Ya se iba el adolescente cuando: "espera Betito, ven conmigo, acércate".

El indeciso chamaco se acercó con pasos titubeantes hasta llegar a la cama, Celia cubierta con las sábanas le esquivaba la mirada, de pronto la mano nerviosa de la madura fue haciendo a un lado la ropa de cama hasta descubrir su desnudez, el cuerpo enjuto, el brasiere que cubría las diminutas tetas, abajo la aseñorada pantaleta blanca, abultada en medio por los vellos de la pepa, Celia tomó aire para decir: "¿esto es lo que te atrae?, ¿sí?, pues aquí está, no tienes que esconderte para ver esto", y con ambas manos la flaca tía fue despojándose de su calzón, la pelambrera quedó expuesta, ostentosa, la mata abundante ahí como algo grosero y feo, pero a la vez incitante y erótica.

--"Ven Betito acércate, mírame la pepa peluda, ¿eso quieres no?, ven, tócame, siente los pelos, acaríciame, anda, ven", dijo la tía abriendo los flacos muslos.

El adolescente se quedó estupefacto, quieto, parecía no haber escuchado la propuesta indecorosa, pero temblando se fue acercando poco a poco, se sentó junto a la cama y sus ojos nerviosos se posaron en la entrepierna de la tía, que se mostraba impúdica, las piernas abiertas y en medio la peluda pucha; los dedos temblorosos del chiquillo repasaron apenas los vellos, dos, tres, cuatro veces, hasta entremeterse buscando la raja morena; con ambas manos separó el espeso bosque velludo, Celia suspiraba manteniendo cerrados los ojos, más cuando los dedos recorrieron la intimidad carnosa.

Alberto fue acercando su cuerpo, su cara, hasta la entrepierna peluda, como inspeccionando, como descubriendo poco a poco la panocha de la tía ofrecida y cuando no pudo más se acostó entre las piernas de la mujer para poder inspeccionar a sus anchas la carnosa raja olorosa y mojada y caliente; los dedos iban lentos de arriba abajo metiéndose en la carne abundante y húmeda, pero cuando intentó besar aquello que lo atraía su tía se opuso: "¡no Beto, eso no!, espera, ya, no lo hagas, no, eso no, me apena, no", pero el chiquillo sumergió la cara hasta posar la boca en esa otra boca, y beso, lamió, succionó la raja prieta y olorosa, hasta que la madura pudo cerrar los muslos y suspirar.

Luego se quedaron mirando unos segundos, Celia iba de los ojos primero, luego más abajo, donde abultaba el pantalón de su sobrino, que poco a poco se iba desabrochando el pantalón, luego la tía le ayudó a quitarse la camisa hasta dejarlo desnudo; Celia no pudo reprimir el intento por agarrar la dura tranca del sobrino y "ven Betito, anda, súbete en mí, hazlo, quiero tenerte, aunque sólo sea esta noche, nunca diremos nada, ni lo volveremos a hacer, ¿si?".

Y el chiquillo se metió entre las piernas delgadas de la tía, Celia llevó el duro ariete a su peluda panocha y cuando el glande empezó a penetrarla suspiró un hondo "aaaahhhhh", el chiquillo la fue penetrando poco a poco hasta sumergir toda la verga en la cálida pucha de la tía; cuando se quedaron pegados la mujer sintió la prematura eyaculación y enlazó sus piernas en su sobrino, disfrutando de los chorros de semen, suspirando, acariciando el cuerpo del adolescente, dejándose hacer cuando el chico empezó a arremeter con su tronco, sacándole grititos de placer y satisfacción, "sí Beto, anda, más, sigue, sigue, no pares, quiero más" y Celia abrió lo más que pudo sus piernas, que momentos después alzó hacia el techo de la habitación cuando le llegó el orgasmo a gritos.

La noche apenas empezaba, la pareja repitió sus eróticos e incestuosos ejercicios, Celia estaba maravillada por la potencia del adolescente que parecía no tener llenadero, al final el cansancio venció a la madura que apenas pudo suplicar al sobrino: "ya Alberto, vete a tu recámara, tu madre no debe saber nada y no quiero que te encuentre aquí, en mi cama, hasta mañana mi amor", y cariñosa beso al sobrino.

A la mañana siguiente, cuando la madre regresó les preguntó curiosa: "a ver Celia, Alberto, ¿qué hicieron anoche, cuéntenme?", Celia nerviosa se apuró a contestar:

--"Yo me dormí temprano y Alberto se quedó mirando la tele, no se hasta qué horas", lanzando una mirada cómplice al sobrino.

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