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Una experiencia zoofílica

en Zoofilia

Algo de zoo

El comentario quedó por ahí arrumbado: una noche antes de dormir, luego de que Ana me sacara la leche a mamadas y nos recuperábamos de la sabrosa cogida, de alguna forma surgió el comentario acerca de la zoofilia: "es cierto, hay mujeres que lo hacen con perros o caballos… y ¡hasta con gatos!", dijo Ana poniendo cara de sorpresa: "¿y tú cómo sabes?", le inquirí; "porque lo se, conozco a viejas que les gusta hacerlo con animales", dijo segura, eso picó mi curiosidad: "¡ah sí!, ¿y quienes son esas viejas?, ¿las conozco?", pregunté; "no, no las conoces, pero platicando ha salido ese tema y me han contado cosas", dijo madura mientras me frotaba el pito que parecía volver a despertar.

--"¿Tú lo haz hecho?", le pregunté ansioso.

--"¡No!, ¿cómo crees?, nunca he hecho esa clase de perversiones, pero esas cosas de la zoofilia son ciertas, ¿a poco de chamaco no te calentabas mirando coger a los perros callejeros?, yo los miré algunas veces y… resultó excitante, ¿no?", dijo la madura volviendo a mamar la verga.

Y mientras dejé que ella me succionara el pene me atreví a preguntar: "¿no te gustaría hacerlo?, con un perrito… ¿no?", ella dejó de mamar momentáneamente y expresó: "no se… tal vez" y volvió a afanarse en la mamada. Ahí quedó aquel comentario y pasaron meses.

Una noche la mujer me comentó: "fíjate que llamó tu suegra, se va a ir de fin de semana con Claudia, a Dolores, y quiere que nos quedemos en su casa a cuidar a sus pájaros, sus tortugas y a su perro el Dani, no hay quien les dé de comer y esas cosas, le dije que si, ni modo".

--"¿Ah si?, y nosotros que culpa tenemos de sus viajes, ¿por qué no les deja el alimento para varias días? y asunto arreglado", dije en tono molesto.

--"No rezongues, dijo mi mamá que te dejó tus chelas en el refri y compró carne para asar y esas cosas, con eso de que tiene bien consentido, papacito".

Así las cosas pasarías el fin de semana en la casa materna.

Aquel sábado llegamos a medio día y nos instalamos en la casa, siempre ocupábamos la recámara que daba a la calle, pese al ruido constante de los carros que pasaban por la avenida. Era una cosa curiosa, pero nos excitaba coger en la casa materna, "me calienta mucho hacerlo aquí, en casa de mi madre, si supieras las locuras que hacía en este cuarto", me había comentado Ana y nomás llegamos al cuarto la madura se sentó en la orilla de la cama y desabrochando mi pantalón propuso "una mamadita, sin compromiso, ¿si?" y dejé que me mamara la verga, era una experta, "me gusta mucho mamar, se las mamé a todos mis novios, a mis amantes, a mi marido y a algunos amigos de mi marido", me había comentado alguna vez posesionada de lujuria, y cuando eyaculaba en su boca golosa descubrimos que el perro, un cocker color miel, un tanto viejo, pero apacible y manso, nos miraba desde la puerta; Ana limpiándose el semen de la boca comentó "¡ay pobre!, seguro no ha comido y nosotros aquí, haciendo cochinadas", y sin más salió llevándose al perro al patio.

Por la tarde reposábamos la comida, yo iba por mi segunda cerveza y miramos al viejo Dani entrar a la cocina, Ana lo corrió: "anda, vete perrito, ya sabes que no te dejan entrar a la casa, luego haces tus cochinadas, anda salte ya!", pero el manso perro se echa en el piso sin hacer caso de la orden.

--"Pobre perro, déjalo, no lo molestes, nomás no dejes que se meta a la sala y vaya a mear los sillones, míralo, tan apacible, está como atarugado, el pobre, tu madre lo tiene apendejado con tanto grito, ni ladra ni nada, sólo come y caga, seguro que nunca lo dejaron aparearse, pobrecito, a lo mejor es virgen y así se va a morir", le dije a la madura.

--"Ya esta viejo, pobre Dani… y que me acuerde… nunca le trajeron una perra para cruzarse, mi madre lo tiene más a fuerza que de ganas, se lo regalaron a mi hija hace años y aquí se quedó", comentó Ana.

Un rato después, mientras veíamos la tele, descubrimos que el perrito ya había agarrado confianza y soñoliento estaba echado en el tapete de la sala, junto al sillón que ocupaba mi mujer, "pinche Dani, nomás te meas aquí y te doy unos chingazos", comentó Ana mientras acariciaba el suave pelaje del animal que parecía disfrutar de la inocente caricia y seguimos mirando la tele. Luego sin querer vimos al perrito lamiéndose la pinga alzando la pata derecha, "perro cochino, míralo, lamiéndose el pito", dijo Ana dando un ligero golpe en su cabeza y nos quedamos en silencio, ambos con las miradas fijas.

--"¿Recuerdas lo que comentamos sobre la zoofilia?", pregunté.

Ella guardó silencio, volvió a acariciar el lomo del animal y comentó en voz baja: "si… pero no".

--"¿No?, ¿qué?", le dije tratando de picar su curiosidad.

--"No me metas ideas locas… no me atrevería… pobre perrito… a lo mejor ya ni puede, pero no… digas más cosas, ya sabes cómo estoy de loca, nomás se te ocurren cosas y…, ya sabes".

--"¿No sientes curiosidad?".

--"¿De qué?", preguntó.

--"De ver si se le para al Dani, tócale el pito, sobre la funda de pelos, a ver si se le para todavía la pinga".

--"¿Para qué?, mira que… no mejor no… sería una loca y masturbara al pobre Dani, no, ni lo mande el cielo", dijo y dejó de acariciar al perro. Yo me quedé callado. Sabía que la curiosidad había picado a la mujer.

Minutos después comentó: "Además… qué pasaría si lo acaricio y se le para… está muy chiquito y viejo, tendrá la pinga pequeña… aunque no se… he sabido que se les para y de perros verga chiquita… pasan a perros verga grandota, ja, ja, ja, ¡ay!, se te ocurre cada cosa". Seguí en silencio.

Momentos después rompió el silencio: "hay viejas calenturientas que les gusta mamarle la pinga a los perros, sienten placer, no me imagino esas… perversiones…, dime… ¿te gustaría verme haciendo cochinadas con el Dani?, ¿te calentaría?, ¿sí?", dijo mirándome fijamente.

--"¿Y a ti?, ¿te excitaría jugar con el perrito?", le reviré.

--"No se… suena excitante, nomás de estar platicando me siento… caliente, hasta siento mojadas las pantys de sólo pensarlo" y levantándose del sillón se alzó el vestido mostrándome la mancha de humedad en sus pantaletas y diciendo "mira nomás, tengo la pepa encharcada".

Y agregó: "¿pero aquí?". La miré en silencio. Acto seguido se levantó y se fue rumbo a la cocina, regresó una gruesa jerga de trapo, limpia y seca; luego colocó el jerga sobre el tapete y sin más acostó al perrito sobre el trapo diciendo: "a ver perrito, te voy a hacer travesuras, a ver si todavía se te para la pinga".

Seguí con atención los juegos, Ana recostada parcialmente acariciaba amorosamente el lomo peludo del animalito, que nada renuente se dejaba acariciar, momentos después la mano de la mujer repasaba la panza del perro, que alzaba la patita y mostraba la funda que guardaba la pinga, todavía sin aparecer; luego Ana fue más osada, pasó varias veces la mano acariciadora sobre la funda animal, a la vez que comentaba: "se siente bien, la tiene dura, se le siente la pinga ahí guardada", en ese momento se levantó, fue hasta la ventana y corrió las cortinas como para asegurarse que nadie desde la calle pudiera mirar al interior, luego regresó y un tanto ansiosa fue despojándose de su blusa roja y su falda negra hasta quedar en brasiere y tanga azul calada y de encajes floreados, por cuyos bordes escapaban algunos pelos largos; me preguntó: "¿ya se te paró el pito?, ¿sí?" y regresó junto al perro, volvió a acariciar la funda peluda y con mirada atenta fue haciendo más ágiles sus movimientos provocando que poco a poco la punta de la pinga saliera de su escondite, la verga animal, roja y viscosa fue quedando libre, el perrito se dejaba masturbar por la vieja madura; Ana sin decir palabra seguía con su placentera tarea comentando: "mira, perro cochinón, todavía se le para la verga y la tiene grande, el condenado", tomando con la mano la base de la pinga perruna y agitándola llena de curiosidad.

--"¿Te atreverías a chupársela?", le pregunté. Ana guardó silencio atareada en pelar toda la tranca, que lucía ya bien erecta y mojada, luego comentó: "no me atrevería, ¿a qué sabrá?, huele raro, pero no feo, ¿a qué sabrá?, ¿qué se sentirá chuparle el pito a un perro?, mejor te la chupó tantito a ti, papacito, ¿si?", y dejando momentáneamente a Dani llegó hasta mi y se apuró a sacarme la verga, para metérsela toda en la boca, suspirando, chupando golosa, así por algunos segundos, luego se sacó la verga para comentar: "tu verga huele diferente, la pinga del Dani tiene otro olor, como más penetrante, ¿quieres que se la chupe?, ¿si, papacito?". Preferí guardar silencio.

Agitada y nerviosa Ana regresó junto al perro, volvió a agarrar la verga perruna y sin decidirse dijo: "me excita esto, nunca imaginé que llegara a hacerlo, pero… secretamente alguna vez fantasee con hacer una cosa así", y como dudando se acercó más, hasta casi tocar al perro con su rostro, abrió la boca indecisa y sacando la lengua titubeante lamió un momento el tronco animal, luego se apartó como temerosa diciendo: "¡ay no!, siento pena, vergüenza, y sabe raro, no es feo el sabor, pero es diferente al de las vergas humanas, ¿sigo?", preguntó mirándome a los ojos, permanecí en silencio. Sin dejar de verme volvió a abrir la boca y con la punta de la lengua recorrió la verga animal, varias veces, desde la base a la punta enrojecida, parecía que la mujer tomaba confianza pues sin dejar de ver la verga, se la fue metiendo en la boca, rodeando la pinga con sus labios, de forma delicada, suavemente, lamiendo ansiosa.

Noté que la madura se estaba excitando en demasía, pues luego de algunos segundos ya succionaba la verga perruna, sacándosela por momentos para decir: "si… es rico… me calienta hacer esto, y más que tú me veas haciendo estas cochinadas, ¿te gusta?, a mi ye me está gustando, oye… ¿y si se viene el Dani?".

--"Te tragas los mocos, eso te gusta ¿o no?", le dije convencido.

El comentario hizo que Ana suspendiera su placentera tarea, dejó al perro con la pinga lustrosa y erecta y ansiosa fue hasta mi diciendo: "ya papacito, no más… no me hagas cometer estupideces… ya te complací".

--"Pero te gustó hacerlo, ¿no?, y seguro quieres más".

--"¿Cómo sabes?", dijo a la vez que me besaba con pasión agarrando mi verga.

--"Quítate el calzón y deja que el perrito te chupe la panocha, mientras tu me mamas la verga, anda, ¡perra calentona".

--"Si, soy una perra calentona, tú me haces convertirme en una vieja caliente y lujuriosa", dijo excitada la mujer mientras se quitaba los calzones y sentándose junto al perro abrió las piernas en compás, el animalito se levantó al momento, el penetrante olor de la pucha de Ana lo atrajo y con miradas estáticas vimos como el Dani se colocaba entre los muslos carnosos de la madura y ella casi brinco del tapete al sentir la osada caricia, el perro le lamía la pepa abierta, acto seguido Ana me jaló junto a ella y en el acto empezó a mamarme la verga, deliciosamente, pero con urgencia, lamiendo, succionando, agarrando el pito con toda la mano por la base, mientras que con la otra mano me acariciaba los huevos, así varios minutos, en los que la excitación la hacia gemir y bufar cálidamente, pues el perro se atareaba en lamer la pucha abierta que escurría jugos e impregnaba de penetrante olor la habitación, hasta que de repente Ana soltó el pito y grito: "hummm, ya… ya… ay perrito, me viene, me viene, que rico que rico siento, qué lamidas por dios… dame leche papacito, dame tus mocos, papacito de mi vida", la mujer era presa de un tumultuoso orgasmo. Y sin dejar de mamar mi pito la mujer fue recuperándose del orgasmo causado por el perrito, quien se empeñaba en seguir lamiendo el sexo de Ana que cerrando las piernas trataba de oponerse a los raptos del insistente animal, "no, perrito lindo, ya no, por dios no, ya deja, deja, ¡ay, qué placer".

Cuando ella dejó de gemir y suspirar, con pasos tambaleantes se puso de pie y amorosamente sacó al animal de la sala: "ya Dani, ande vete a dormir a tu casita, ya no seas travieso, perrito calenturiento", yo la esperé en la sala, "qué venida, por dios, nunca pensé que fuera así de… intenso, maldito perro me lamió hasta el… alma, huy, ¡la mamada que me puso el pinche perro!", dijo la mujer sentándose amorosamente junto a mi y añadiendo "pero tú… no terminaste, ¿cómo quieres?, ¿quieres culito papacito de mi vida?".

--"No mamacita, mejor trata de poner algún desodorante en la sala huele mucho a sexo de… perro".

--"Si, ¿verdad?, huele mucho a sexo y a cogida y a mamadas", y presurosa fue a la cocina a buscar algún artilugio para alejar los malos olores, yo aproveché para irme a la cama. Ya casi me metía bajo las sábanas cuando la escuché: "oye papi, voy a darme un baño, huelo mucho a verga de perro" y se metió al baño.

No se cuanto tiempo dormí, serían algunos minutos quizá, cuando un ruido me sacó del sueño, busqué con la mano en la cama y no encontré a mi mujer, no había nadie salvo yo, en el cuarto, eso me extraño y venciendo mi pereza me levanté para averiguar por qué Ana no estaba conmigo. Fui al baño y nada, atisbé por el pasillo y por el cubo de la escalera noté que había luz en la planta baja, caminé despacio procurando no hacer ruido y baje con lentitud varios escalones. Cuando atisbaba la mirada entre los barrotes del pasamanos la descubrí, Ana acostada de espaldas sobre el tapete de la sala, las piernas muy abiertas, el rostro con una expresión de infinito placer y entre sus piernas al perro, el Dani que obediente dejaba que la mujer lo empujara, acompasadamente, contra su entrepierna; los gemidos de placer y los movimientos pausados de la mujer provocando que el perro la penetrara desataron mi excitación, pero me contuve, quería averiguar hasta dónde llegaría la calentura de Ana.

Momentos después sus gemidos se hicieron palabras en voz baja: "si, si, ay perrito ya te tengo, siento tu verga dentro de mi, hummm, así, despacio, hummm, ay qué placer, la tengo toda, así, muévete poquito, hummm, toda, toda, más, hummm, así, así", y la mujer agitaba el vientre yendo al encuentro del sexo del animal, moviendo las caderas con parcimonia, con suavidad, a los lados, arriba y abajo, suspirando, gimiendo sus "aaaahh, humm, sí, más, hummm, ay perrito de mi vida qué cogida, por todos los cielos, qué rica verga", y más y más suspiros, hasta que… Ana: "no, no, ya no, ¿qué haces perro?, ya…, te creció, es enorme…, tu bola, ay perro, ya, ya me… abotonaste, no, no, hummm, uy, duele, sácalo, no, uy, no, hummm… termina, ¿qué hago?, santo cielo… la leche… el semen, uy, ¡qué cantidad!, hummm, me vengo, me vengo, hummm, ¡qué grande!, la bola tan gorda, humm… me vengo, hummm me llega el… orgasmo… aaahhh, hummm, ¡qué rico!", y la mujer que se había quedado pegada al perrito gemía. Pasaron varios minutos en los que ella, con los ojos cerrados y respirando agitadamente seguía disfrutando del apareamiento antinatural, hasta que de pronto Dani saltó sacando la verga chorreando del coño abierto y jugoso de la madura, e inmediatamente se puso a lamer sus propios jugos y la venida de la mujer, que abandonada y con los muslos abiertos dejaba que el perrito le lengüeteara la panocha. Yo permanecí quieto y en silencio, preferí ser solamente un testigo mudo de las perversiones de la mujer.

Más tarde cuando por fin Ana se metió bajo las sábanas se percató de mi erección, y creyéndome me acarició la verga con delicadeza diciendo: "si supieras lo que acabo de hacer, papacito" y agachó la cara para mamarme el pito, yo dejé que siguiera y momentos después eyaculé placenteramente en su boca.

A la mañana siguiente esperaba que ella me confesara sus travesuras con el perro, pero cuando buscaba sus ojos huía la mirada sonrojándose un poco, no quise interrogarla. El domingo por la noche, antes de que su madre regresara del paseo Ana se afanó limpiando la casa, ya que aún en la sala se percibía un ligero olor a sexo perruno, y ya cuando la madre llegó mi mujer me apresuró para que nos fuéramos a nuestra casa, eso extrañó a la señora: "oye Chiquis, siquiera dale de cenar a tu marido… ¿qué prisa tienes?".

--"No mamá, tengo cosas que hacer en casa, ¿nos vamos papacito?", sentenció la madura.

Ya de camino, en el cruce de un semáforo descubrimos a un chiquillo que ofrecía pequeños cachorros a los conductores, perritos recién nacidos y de apariencia dulce y bonachona, le pregunté a la mujer: "oye, ¿no quieres comprar un cachorrito?". Ella volteó la cara hacia afuera del auto, sonriendo con cierta picardía pero sin decir palabra, yo pensé: "¡vieja cabrona!, creerás que no te descubrí cogiendo con el perro, ¡maldita vieja calentona!".

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