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Jenny

en Sexo Anal

Jenny (o una mujer muy especial)

La primera noticia que tuvo Jenny acerca del sexo anal la recibió en su casa. Su madre y su padrastro ya estaban en su recámara cuando la jovencita, por curiosidad, pegó la oreja a la puerta de aquel cuarto y lo que escuchó la dejó confundida. Ahí dentro, entre gemidos, su madre casi gritaba: "ahora en el culo, dame tu verga por el culo, anda papacito métemelo todo por atrás..., ayyyy, despacio que me destrozas..., ya, ya casi entra, más, despacito, todo, hummm, chiquito de mi vida, ya lo tengo todo, todo, hummm, es delicioso, anda muévete, quiero tus mocos en el culo".

"Así qué... aquello también se puede hacer por atrás..., ¿dolerá mucho?", pensó Jenny cuando ya bajo las sábanas jugaba con los vellitos de su sexo metiendo su mano derecha bajo la pantaleta.

Como cada noche Jenny se acariciaba la puchita, deleitándose al disfrutar de su paraiso particular. Le encantaba tocarse la puchis, sentir como su cerrada rajadita se abría apenas para dejar pasar el dedo medio entre los labios, lo dejaba ahí por largo rato recreando en su mente las imágenes de erectas vergas. Luego movía despacio el dedo atrapado entre los gruesos labios. Sólo era cosa de moverlo tantito y su gatita se transformaba, de repente se ponía caliente y un viscoso líquido empapaba su dedito que ahora iba y venía a lo largo de la raja entreabierta.

Su pepita se hinchaba y solita se abría, ahora podía jugar con aquellos otros labios, empapados en agüita viscosa y de penetrante olor, su pucha olía como a pescado. La respiración se le escapaba por momentos, ya le venía el orgasmo, todo su cuerpo palpitaba, los dedos de la mano ya frotaban furiosos su pepa abierta escurriendo de jugos y casi en el momento de la venida llegaron a su mente las palabras de su madre: "por el culo, mételo por el culo...", entonces se detuvo.

--"¿Y si me toco tantito el chiquito?", pensó Jenny y mientras se decidía se despojó de su pantaleta, la guardó bajo la almohada y abrió más las piernas. Ahora utilizó la mano izquierda, la repasó entre los labios abiertos y mojados de la raja y se empapó de aquello viscoso. Entonces inició la incursión de un dedo entre sus nalgas, lo deslizó despacio, lentamente entre los cachetes, justo abajito donde terminaba su sexo y la caricia la sorprendió.

Sintió rico, muy rico, tan sólo con poner la punta del dedo en el apretado ano le produjo sensaciones nuevas y placenteras.

Dejó ahí el dedo, atrapado entre sus carnosas nalgas. La mano derecha reinició sus juegos sobre la raja, en especial arriba, donde algo durito y sensible botón reclamaba más la caricia de sus dedos juguetones, sintió que su respiración se le cortaba, se estaba yendo al cielo y cuando su cuerpo vibraba en el preludio del orgasmo sintió que su colita palpitaba, rico, muy rico.

Entonces apretó el dedo sobre el sensible culo y la primera falange del dedo la penetró en el momento justo que todo su cuerpo era presa del más rico orgasmo hasta entonces gozado.

Fue increíble, su pucha y su culito fueron presas de espasmódicas sensaciones y las oleadas de placer la hicieron desfallecer. Esa fue su primera experiencia.

II

Fue como ingresar a otro mundo. Jenny era poseedora ahora de un delicioso secreto. A partir de entonces a la hora de masturbarse se metía un dedo en el culo. Era fascinante y por demás placentero.

Desarrolló nuevas técnicas, por ejemplo, doblar las piernas hasta que sus rodillas casi tocaran sus senos, así podía llegar más fácilmente a su chiquito y con su dedo jugaba sobre los cerrados pliegues mientras la otra mano frotaba la raja abierta y mojada. Y cuando por fin el dedo medio de la izquierda traspasaba el anillo de carne todo su cuerpo brincaba en la cama, iniciaba entonces lo mejor, meter y sacar el dedo del culo una y otra vez, maravillándose de como aquello se distendía y al tercer intento ya el dedo resbalaba con facilidad adentro y afuera de su culo, en tanto que su otra mano trabajaba sobre su clit, tomándolo con las puntas de los dedos y sometiéndolo a la deliciosa tortura de retorcerlo con furia.

Aquello la llevaba al orgasmo de manera automática y tumultuosa, más cuando en el punto de máximo placer movía el dedo dentro de su culo, doblando las falanges, entonces el placer se duplicaba y el orgasmo se prolongaba tanto que las palpitaciones en su ano le quitaban el aliento.

Empero había cosas que la chica no se explicaba. Una cosa era meterse el dedo en la cola y otra cosa, suponía, era tener dentro la verga erecta de un hombre. Acerca de la puchis, ni hablar, suponía que coger como debe ser incluía ciertas dificultades, ¡hasta dolor!, se dijo, pero era delicioso venirse, de eso no tenía duda, sería rico coger, estaba convencida. Pero... ¿por atrás?, había escuchado furtivamente a su madre pidiéndole a su marido que se lo metiera por la cola, entonces..., pues si, pero la colita está tan chiquita y tan apretada y ¿un pitote paradote y duro?, entrando y saliendo... ay no sé, se decía una y otra vez.

Con estás preocupaciones en mente, una noche en que Jenny tomaba un baño de tina luego de rasurarse las axilas analizó con detenimiento el rastrillo o maquinita para rasurar, era de plástico resistente, casi duro, más largo que su dedo medio y un poco más grueso, su contorno curveado tenía algunas rugosidades como para evitar que resbalara entre los dedos de la mano, sobre todo se fijó en el extremo inferior, terminaba en punta, muy conveniente, se dijo. Lo miró con detenimiento y un pecaminoso pensamiento le llegó de pronto: ...y sí, pensó y puso manos, literalmente, a la obra.

Sumergida en la tibieza del agua, con abundante jabón en la mano repasó su pubis piloso, cerró los ojos y se sumió en ensoñaciones eróticas: sujetos de rostros irreconocibles pero musculosos, fuertes, amenazantes, pero sobre todo con aquellos apéndices erectos apuntándole directamente, que estaba a su merced, temerosa pero ansiosa, suspiró y dijo apenas te quiero a tí, señalando al imaginario macho que la montaría, en tanto los circulitos que hacía con sus dedos sobre la parte más sensible de su sexo la hacían emitir apagados quejidos, los hummmm, hummmm, en tanto su pelvis salía en busca de aquella incesante caricia que la estaba llevando al final.

En eso su otra mano llevó la maquinita de rasurar entre sus piernas, que abrió más, hasta colocar cada una de ellas en los extremos de la tina, busco delicadamente el sitio correcto, ya sabía dónde, ahí estaba aquello, apretado cerrado, duro. La chica siguió acariciando su pepita, ahora viscosa, muy olorosa, y luego cuando ya la excitación se había apoderado de ella, deslizó el dedo hacía atrás, buscando el apretado agujero y presionando sólo un poco su ano se fue tragando el dedo, y así jugó algunos minutos, deleitándose con esa rica pajita anal, y cuando ya el culo estaba distendido con cuidado colocó la punta de la maquinita de depilar y sólo presiono un poco y el duro objeto se le empezó a meter en la cola.

Jenny suspiró hondo profundo cuando lo tuvo todo adentro y entonces inició la verdadera fiesta: metía y sacaba, rápido y de forma violenta, el rastrillo de su cola y los dedos de la mano derecha, juntos y aplanados, hacían círculos sobre su pepota bien abierta y no pasó mucho tiempo cuando un grito gutural, venido de lo más profundo de su ser, la tomó por sorpresa al venirle el primer orgasmo, y en ese mágico momento removió dentro de su intestino el mango de la maquinita de rasurar, haciendo círculos dentro de su culo y así siguió hasta que de nueva cuenta se vino en un orgasmo lleno de gritos y quejidos. Para cuando terminó el festín estaba agotada, pero gozosa y feliz.

 

III

Jenny estaba por cumplir los 20 cuando decidió que ya era hora de quitarse aquel estorbo que le impedía meter su dedo al fondo de la vagina, el himen le estorbaba. Escogió al desvirgador y por fin un domingo en lugar de ir al cine con él, lo siguió a un hotel. Aquella experiencia fue placentera para la jovencita, pues el amante la supo excitar lo suficiente como para que el dolor de la primera penetración casi desapareciera para dar paso a su primer orgasmo con una verga dentro de la vagina.

Empero, mientras se recuperaban del combate amoroso y el orgulloso novio no cabía de contento al haber inaugurado la panochita de Jenny, la jovencita se preguntaba una y otra vez cómo hacer para que su amante le inaugurara también el culo, ¿qué hacer?

No hicieron falta estrategias femeninas. El siguiente domingo, mientras su novio se la cogía de a perrito y Jenny recibía desde atrás los embates de la verga que entraba y salía con furia de su panochota abierta, caliente y goteante, para llevarla a otro orgasmo, algo ocurrió. De repente el amante se detuvo y sacando el erecto garrote se lo colocó en el apretado ano. De inmediato Jenny suspiró pensando si, si chiquito, lo quiero por el culo, aflojó el cuerpo y la fuerte presión del glande sobre los pliegues le fue arrancando un doloroso grito, un largo aaayyyy surgido del fondo de su cuerpo la convenció de pronto de que la tarea no sería fácil y al parecer tampoco placentera. Pero el amante sostuvo la verga sobre el renuente culo y poco a poco su intestino se fue llenando de carne. La joven sentía como cada instante sería el último de su existencia cuando aquel duro garrote le destrozaba las entrañas. La verga continuó entrando, con paso firme, lentamente, hasta que la sintió toda adentro y los vellos de la base del miembro chocaron contra sus abiertas nalgas.

--"Ya, ya está, toda, toda adentro", se decía la jovencita que casi agonizante no comprendía como aquello podía producir placer. La verga se movió arrancándole de nuevo dolorosos quejidos, salió casi todo el miembro, sintió la cabeza en la entrada del culo, y la sintió de nuevo penetrar, pero ahora había sido más fácil. De nuevo salió y de nueva cuenta la llenó por completo, entonces un laxo placer fue apoderándose de su cuerpo. Más cuando la diestra mano del hombre atacó su abierta raja, llenándola de caricias. Entonces todo cambió, la fricción de los dedos del novio sobre su pucha la llenaron de placer haciendo desaparecer la dolorosa penetración, no, ya no había dolor, ahora era placer. Su excitación renació, surgió de sus entrañas, con el ir y venir de ese garrote, hasta hacer que ella involuntariamente fuera al encuentro del miembro cuando la penetraba, una y otra vez, más rico, hummm, si, es delicioso, se dijo la jovencita hasta que ya cuando la verga entraba furiosa y rápida en el distendido agujero el orgasmo llevó a Jenny a límites nunca imaginados. Sintió como su vagina y su culo palpitaban en deliciosos espasmos.

Todavía repitió el ejercicio anal con ese novio dos o tres veces, hasta que Jenny determinó que aquella no era la única verga en el mundo y que ya era hora de buscar nuevos horizontes.

IV

Durante los siguientes tres años Jenny tuvo las suficientes vergas en el culo --y también en la panochita-- como para sentirse satisfecha, empero la lujuria se había posesionado de ella al grado de masturbarse con ansia la mañana siguiente de su más reciente encuentro sexual.

Sus desenfrenados deseos la hacían buscar nuevas experiencias, ya fuera con chicos que tuvieran el miembro muy grande o con juguetes, de los que llegó a tener una abundante colección. Empero su experiencia más memorable la tuvo con un hombre maduro, y casado para acabarla de chingar, que poseía un inmenso miembro de más de 25 centímetros sumamente grueso. Aquello fue lo máximo para la jovencita. Sentir como ese descomunal garrote le destrozaba las entrañas cada noche para llevarla a sensaciones indescriptibles compensaba el hecho de que ese hombre no podría ser suyo por mucho tiempo.

Luego de tres meses de aventuras maravillosas la prudencia, el temor y la culpa fueron más grandes que su calentura y puso fin a su relación con el hombre aquel. Esa decisión si bien la libró de un problema la metió en otro, pues para librarse al sujeto de la gran verga se enredó con otro, un hombre joven que sin saberlo ella supo agarrarla en sus cinco minutos de pendejura. Jenny se enamoró por primera vez en su vida.

Pero las cosas no andaban bien, su enamoramiento no le impedía percatarse de que el amor de su vida era el típico macho, celoso y desconfiado, que la interrogaba con insistencia acerca de sus anteriores experiencias, Jenny tuvo que mentir, mentir lo suficiente hasta convencerlo que ella jamás había estado antes con un hombre en la cama, tuvo que refrenar sus deseos y sus ansias, en fin comportarse como una recatada y decentita mujer. Decidieron casarse.

V

Los primeros meses de matrimonio fueron tranquilos para Jenny, pero insatisfactorios para su desenfrenada sexualidad. Si bien el celoso marido resultó un buen amante, en nada se comparaba con sus anteriores experiencias, sobre todo por el hecho de que la joven esposa no sabía cómo hacer que él le metiera el miembro por las nalgas. Pero fue cuestión de tiempo. La actitud de recato la hicieron negarse las primeras veces.

Cierta noche después de que el esposo la había montado el suficiente tiempo como para tener ella un callado orgasmo, lo escuchó decirle en voz baja al oído: "oye chiquita ¿me dejas hacerlo por tu colita?".

--"¿Qué dices?, ¿estás loco?, eso no se hace, ¡eres un cochino!, ¡ya déjame en paz!", le gritó Jenny y enojada le dio la espalda, pero el marido insistió, lo sintió abrasarla por la espalda y repegar el erecto miembro entre los cachetes de las nalgas mientras le decía: "anda chiquita, se buena, mira nomás déjame jugar con tus pompis, si no quieres no te la meto, sólo quiero venirme con tus nalgas", ella callada lo dejó hacer, sintió como el duro émbolo se deslizó entre los cachetes de sus nalgas firmes hasta llegar al apretado ano.

Trató de contenerse, pero las sensaciones eran deliciosas, se mordió los labios para acallar alguna exclamación y apretó el culo para impedirle la entrada que ella calladamente ya deseaba con ansia. Y cuando casi el pito eyaculaba pegado a sus pliegues, no pudo impedir aflojar las nalgas y dejar que el glande la penetrara parcialmente para inyectarla de semen, sintió muy rico, muy rico, y su esposo tuvo un orgasmo fabuloso.

Cuando él terminó le preguntó, "¿te gustó mamacita", "¡no, cómo crees!, me lastimaste mucho, yo no se como te gusta hacerlo así, ya déjame dormir!", dijo la candorosa Jenny.

A la tercera noche la callada Jenny por fin recibió el duro miembro en su intestino, gritó de dolor y trató de impedir el empalamiento, pero ya cuando la verga entraba y salía la esposa metió entre sus piernas una de sus manos para acariciarse la panocha, en tanto que el bajo vientre del hombre chocaba una y otra vez contra sus nalgas llenando su intestino de carne dura y palpitante, la mujer ya no pudo acallar su excitación y cuando la verga palpitaba en su interior inundándola de leche, Jenny dejó escapar el contenido quejido que denunciaba su enorme placer. El marido ya no la interrogó.

Así reanudó Jenny sus experiencias anales. El feliz marido disfrutaba a sus anchas haber despertado esa oculta calentura de su esposa, que poco a poco lo llevaba a practicar nuevas posturas y variantes para meterle por el agujero del culo la hiniesta vara.

Pero no todo funcionaba bien en el matrimonio de Jenny, el enamoramiento de la chica fue transitorio y a los pocos meses ya la mujer sentía que era un fastidio vivir con ese hombre. Los celos, el hostigamiento y la desconfianza del marido hicieron el resto, las peleas se hicieron cada vez más frecuentes y ya para cumplir el primer año de casados decidieron poner fin a la unión.

Jenny regresó a la casa paterna llorosa y compungida. La familia no tuvo más remedio que aceptarla dudando que la separación fuera definitiva.

Pero cuando ya la joven acomodaba sus cosas en su antigua recámara, descubrió en el fondo de su maleta un objeto muy personal que durante casi un año dejó olvidado, era su consolador favorito. Jenny suspiró mientras repasaba el juguetito por sus mejillas.

Esa noche, la primera de su recuperada libertad, la festejó Jenny empalándose con aquel consolador, y mientras la mujer recordaba fragmentos de sus cogidas anales con su último amante, el señor de la gran verga, el consolador entraba y salía con violencia y rapidez de su distendido agujero, llevándola poco a poco al primero de sus orgasmos.

Lo anterior, no es más que la recreación de una historia contada por Jenny misma, que en la realidad no se llama así, pero con la cual sostuve una relación bastante cercana. Todo comenzó cuando descubrí sus secretas aficiones por el sexo anal. Al principio ella se negó de manera terminante a contarme como había iniciado su vida sexual y sobre todo como se había hecho adicta a coger por atrás, pero luego de un tiempo me empezó a contar algunos fragmentos de su vida, hasta que tuve la suficiente información para redactar lo anterior que estuvo mucho tiempo guardado en mi computadora.

 

 

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