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Recuerdos del barrio (11)

en Grandes Series

Recuerdos del barrio

Décima primera entrega

XXXVIII

"Todo por no estudiar". Sumido en mis pensamientos camino por la calle, cargo en el hombro un garrafón de agua purificada –con eso de que por aquí nadie toma el agua que sale de la llave por la contaminación--, cuando escucho un grito: "¡eso te pasa por no estudiar!", me detengo por momentos pero no descubro a ninguno de mis amigos cerca, sigo mi camino soportando el peso del garrafón lleno de agua y de nuevo: "¡eso te pasa por no estudiar!" y una carcajada estruendosa, entonces me detengo, es obvio que esa voz va dirigida a mi, bajo el garrafón al piso y busco con la mirada, pero salvo dos o tres mujeres que caminan cerca no hay nadie, pero enfrente está un destartalado camión de limpia, donde los vecinos pasan y dejan su basura, pero no veo a ninguno de los trabajadores de ese camión y de nuevo la carcajada estruendosa que por fin creo reconocer, entonces una cara y la pelambrera lacia y rojiza que cubre hasta los ojos se asoma y… es el "Chon", Juanito El Chon que ríe despreocupado diciendo "quíubo mi buen Beto, ¿qué onda?, ya ves por no estudiar tienes que andar repartiendo agua, ¡ya ni friegas!", y llego hasta él, nos saludamos de abrazo fuerte, tiene años que no veía al Chon, y platicamos un rato: "no pus, aquí ando, recogiendo la basura, ni hablar mi Beto, de algo hay que comer… pues dos, tres, con eso que tengo que entregar la renta del camión, son 300 al día por sacar el carro de la Delegación, ¡pinches cabrones corruptos!, y tengo que pagarle a mi chalán –ayudante— y si se descompone el camión hay que arreglarlo, de mi bolsa ¡claro!, pero en un buen día me quedan los 200 o 300 varos pa´ comer, pero ni pedo mi buen Beto".

El Chon, fornido y casi güero, de pelos lacios, risa desparpajada que deja ver los enormes dientes, fue mi compañero en la escuela secundaria y me cuenta más o menos algo su vida: además de recoger basura y vender los desperdicios aprovechables se dedica a la lucha libre, sí, el Chon es luchador amateur: "si güey, ¿a poco no sabías?, siempre me gustó la lucha, desde chiquillo, y como cerca de mi "jaus" está una arena de luchas, pues empecé a ir, primero de mirón, luego empecé a entrenar casi diario, bueno cuando tenía dinero y ahora ya entro en las funciones de los jueves, nomás pa´garrar experiencia, ¿cómo ves?, se lleva uno sus chingadazos pero me gusta el ambiente y… me mantengo en forma ¿a poco no?", y si, Juanito Chon se ve fornido, musculoso de espaldas y brazos y sin nada de barriga. Pregunta por mi vida y mis quehaceres, lo pongo más o menos al tanto, me invita a verlo luchar: "cuando quieras mi Beto, los jueves por la tarde noche, le dices al güey de la entrada que eres mi primo y te deja entrar sin pagar, y así hasta me echas "porras", ¿cómo ves?" y recuerdo que el Chon tenía o tiene, no lo recuerdo bien, una hermana de muy buenas carnes.

En la secundaria siempre iba con el uniforme remendado y descolorido de viejo y unas botas rotas pero limpias, siempre pedía prestados los libros pues no tenía para comprarlos, en fin, siempre fue pobre pero estudioso y nada tonto, y ahora anda recogiendo la basura en un camión rentado por las "autoridades delegacionales", ni hablar, de algo tiene que vivir la gente, me digo.

Y mientras intercambiamos impresiones acerca de nuestras vidas pasa junto a nosotros una visión de ángeles y querubines: doña Esperanza meneando sinuosamente su enorme nalgatorio y el Chon no puede contenerse: "¡Ay nanita, cuánta carne y yo con esta hambre!", por supuesto el piropo no parece afectarle a la señora, que bien sabe el efecto de su anatomía en las miradas varoniles y sigue su camino, tal vez meneando con mayor lubricidad su exagerado par de nalgas; Juanito suspira anhelante "¡ay mano!, que buena está esa vieja a pesar de sus 40 y tantos años", coincido con él, sobre todo porque la madura, además de sus nalgas portentosas, tiene algo en su mirada que promete mucho, es como si esa mujer no pudiera esconder sus deseos y estos se le salen con la mirada. Yo mismo he sentido esa mirada entre sumisa y prometedora, entre apenada y "dando puerta", y cuando me he atrevido a devolver la mirada sus mejillas se encienden de un rojizo hermoso. Algunos vagos comentan que tiene mirada de "chíngame mis quincenas", o sea mirada de doble filo.

Por momentos nos extasiamos baboseando las nalgas de doña Esperanza –chaparrita, cara redonda, cabello teñido de rubio cenizo, cintura bastante estrecha, culo monumental, piel muy blanca y ojos verdes y soñadores— que vive de vender ropa y calzado en "abonos" o sea a plazos, hasta que la voz de mi amigo me saca de aquel paraíso de carne vibrante: "¿y con ella…?, ¿qué a poco tú no?... porque yo… ¡ya!, ja, ja, ja, como las niñas de Jalpa cuando sacaban a pasear al santito por el pueblo, siempre solicitaban chicas vírgenes para cargar al santo y una de ellas empujó a su amiga, "ve tú, porque yo… ya", ja, ja, ja –las carcajadas sonoras y descaradas--", por fin luego de comentar algo sobre sus "quehaceres" eróticos o no tanto, el Chon se despide, quedamos de vernos para mi cumple.

Cuando el camión da vuelta en la esquina emprendo mi camino, pero Don Vito me hace señas para que me acerqué, pienso "pinche viejo, si quiere decirme algo ¿por qué no viene él a buscarme?, pero no, como se siente el rico del barrio cree que todos tienen que rendirle pleitesía, y ahora ¿qué chingaos quiere?". Me paro frente a él que parece recorrerme con los ojos de arriba abajo y "mira Beto no se si sepas que ya mero es la fiesta de los 15 de mi hija y… tus amigos quieren ir, pero… ya sabes cómo son… --mueve la cabeza pelona a los lados-- tragones y borrachos y escandalosos, ya sabes, y pues si tú te encargas de cuidarlos que no hagan desmanes… podría darte unos boletos para que entren al salón de fiestas, ¿qué dices?".

Guardo silencio pensando "¿y a mi… que chingaos me importa su pinche fiesta", pero: "pues no pensaba ir, la verdad no sabía que usted me quería invitar, la verdad ¿o no?, pero… no he hablado con mis amigos… ¿y… a quienes quiere invitar?", le digo al viejo panzón y calvo.

--"Pues creo que quieren ir el Ruperto, Javier el Burro, uno que le dicen el Moco, no se… tres o cuatro, si aceptas te doy unos boletos y tú los llevas y cuando terminé la fiesta tú los sacas antes de que hagan sus tropelías, ya sabes, ¿sí?", y pienso: "como si fuera yo la nana de esos cabrones", y: "este… déjeme platicar con ellos y nos ponemos de acuerdo.

Antes de volver a cargar el garrafón me digo "a este paso nunca voy a llegar con el agua a mi casa, ¡me lleva!", en eso siento que alguien me toca el hombro, es Mita: "¡hola Bebé!, ¿cómo estás?, ¡tiene tiempo que no nos vemos!, ¿no?, ¿puedes ir más tarde a casa?, ¿sí?", entorna sus ojos maravillosos y se despide con un beso rápido en la mejilla y la veo cuando se va, caminando despacio, con esa elegancia tan suya, meneando las nalgas, pero despacio, como si tuviera todo el tiempo del mundo para exhibirse y encender las más recalcitrantes braguetas, los hombros altos y parejos, la espalda firme, como si fuera modelo de modas en pasarela… y suspiro, añorando sus… nalgotas, su panocha deliciosa, su boca que sabe mamar tan bien… hasta que la veo meterse en el viejo edificio, y trato de seguir mi camino cargando el garrafón, ya por fin voy llegando al edificio, pero algo pasa: veo un VW taxi verde ecológico que acaba de arrancar del portón del edificio y… si, me pareció que mi hermana iba en el cochecito, ¿con quién?, ¿su novio un taxista?, y siento un repentino ataque de celos mientras subo las escaleras cargando el garrafón, y pienso: "¿eso me pasa por no estudiar?, pues algo tengo que hacer para no terminar como mi amigo el Chon".

XXXIX

Una tarde con Mita. Preguntándome quién será el tipo del taxi que anda con mi hermana llego al departamento de Mita, se alegra de verme y nos besamos apenas cerramos la puerta: "¡ay bebé!, ya te extrañaba, tengo cosas que contarte y además quiero que…", y no termina la frase, nuestras bocas se pegan golosas y su respiración caliente me pega en la mejilla. Cuando llegamos al viejo sofá la madura ya ha sacado la verga de mi pantalón y lujuriosa exclama: "¡han pasado cosas bebé!, dejo de verte unos días y ando muy nerviosa, agitada, me pasan cosas extrañas y ando piense y piense en ti, bebito querido" y vuelve a besarme con ansia mientras me frota la pinga como queriendo arrancarla, yo me aferro a sus nalgas gloriosas, pero no hacemos el amor, al menos en ese momento.

Mita prefiere contar sus aventuras: "mira bebé… hace días fui al ginecólogo, ya me tocaba mi examen anual… como siempre fui con el doctor que conozco, un señor ya maduro, casi viejito, es muy atento y cortés, muy amable y… me cobra poco… y pues, no se por qué… pero me sentí inquieta, intranquila, pensando cosas, creo que me excité o algo así y… cuando el médico me hizo el examen sentí cosas… ¡ay bebé!, creí que iba a tener un orgasmo si el doctor no terminaba pronto, el tipo se dio cuenta y comentó "tranquila señora Carmen ¿por qué está tan nerviosa?, no se preocupe, ya termino" y cosas así, pero casi estoy segura que él se dio cuenta de mi excitación y yo… muerta de la vergüenza, luego me hizo preguntas… que con que frecuencia tenía relaciones, que si ya me había casado o tenía pareja, que mi vagina estaba muy bien… ¡ay bebé!, lo que yo quería era salir del consultorio, me sentía tan excitada que mojé el calzón, en fin que llegué a la casa, antes te busqué, pero nada… hasta hoy bebito lindo", y volvemos a besarnos apurados, ambos acariciándonos, le buscó el sexo que huele a hembra y mis dedos se sumergen en la cálida abertura viscosa y Mita frota con ansia la tranca erecta.

La madura se nota demasiado excitada, le acaricio la pepa sobre su calzón blanco de algodón y mis dedos se impregnan de sus olorosos líquidos pero ella reanuda sus "aventuras": "espera bebé, deja que te cuento… luego ayer u otro día, llegué por la tarde y como hacía un calor del demonio decidí darme una ducha y eso hice, pero por el calor dejé la ventanita medio abierta, ya ves, es pequeña y no se ve nada, eso creía, sólo desde la azotea, pero nunca me ha pasado nada extraño… hasta esa tarde…".

"…Ya estaba terminando de bañarme y sentí algo extraño, como si alguien me estuviera mirando, alcé la mirada a la ventana abierta y fue como una sombra, algo que se movió desde la azotea, ¡ay bebé a lo mejor algún mirón me estuvo espiando desnuda!, ¡eso me llenó de miedo y… ¡ay bebé!, ¿me creerás?, ¡de excitación!, si bebé, me sentí muy caliente pensando… que alguien me estuviera mirando… no pude resistir y ¡me masturbé bebito!, así como estaba, bajo la regadera y mirando hacia la ventana del baño… tuve el orgasmo casi inmediatamente, nomás me froté la pepita con los dedos y ¡zas!, casi me caí de la intensidad del orgasmo" y su boca ansiosa se abre para cubrir la mía con lujuria, y mis manos acarician sus nalgas perfectas y redondas y carnosas, le deslizo un dedo en su culo firme pero amigable que lo deja entrar, y Mita gime su pasión agarrada de mi verga, pero: "si, bebito estos días he tenido pensamientos muy morbosos y unas ganas de… coger que ya no aguanto", ambos caemos en el sofá abrazados luchando contra la ropa que nos estorba, pero…

"Sí, te quiero bebé, te necesito en mi puchis con tu pinga gorda, pero antes quiero que… hagamos cositas, ¿sí? –recompone el cuerpo en el sofá y se separa un poco tratando de contagiarme con su mirada lujuriosa— es que quisiera… que… tú… subieras a la azotea y vieras si… desde ese lugar alguien… me puede mirar… ¿sí?, ¿quieres jugar así papaíto de mi vida?", dice coqueta y yo siento que su petición no es necesaria, ambos estamos excitados y calientes y ganosos, así que: "humm, bueno voy arriba a verte desnuda" y me acomodo la ropa mientras subo la escalera de madera vieja y ruidosa.

Ya arriba me asomo por el cubo de servicios, que sirve para alimentar de aire y de luz las cocinas y los baños del viejo edificio, y dos pisos abajo identifico la ventana del baño de Mita, no se ve nada o casi, pues por la pequeña ventanita, cuando encienden la luz interior, se percibe perfecta la regadera del baño y quien esté bajo de ella, en este caso… Mita que aparece desnuda mojando su cuerpo divino bajo el agua tibia, supuestamente tomando el baño vespertino y sí, veo su espalda enjabonada y lisa, sus caderas amplias y sin celulitis, sus piernas bien formadas; cuando gira el cuerpo sus tetas pequeñas de pezones rosados y erectos, y más abajo la maraña de pelos escurriendo agua; confirmo entonces que… más de uno se ha hecho chaquetas espiando a mi novia bajo la regadera y lo peor, que yo mismo me siento excitado con aquella visión furtiva.

Y mientras siento como la erección crece bajo mi pantalón Mita juega con su cuerpo, sus manos acarician los senos, luego van a su trasero y lo exhibe a la ventana indiscreta empinando el cuerpo, así por lentos instantes para luego apoyar la espalda en la pared y cerrando los ojos y despatarrada, sus manos se deslizan por los muslos para confluir en la entrepierna, donde los dedos parecen apresar el pubis, casi percibo su respiración agitada y los dedos de la mano derecha refriegan el sexo ansioso de caricias, entonces abre los ojos y fija la mirada en la mía contagiándome de placer mientras su dedo medio se agita furioso sobre el clítoris, pero sólo unos instantes pues el mismo dedo sale de su pucha y se dirige a mi llamándome, y corro por la escalera, sintiendo molestias en la verga por la presión del pantalón, y llegó al baño de Mita quitándome la ropa y la encuentro ahí, con cara de puta, el agua cayendo sobre su hermoso cuerpo y la calentura pintándole la cara y la lujuria total que se posesiona de ella cuando está bien caliente y voz melodiosa: "anda bebé, ya quiero pinga, te necesito, ven querido mío".

El agua cae sobre mi mientras me quito la camisa y los calcetines y Mita caliente me atrapa, sus brazos largos me rodean y su boca se pega la mía mientras refriega con su mano la verga sobre su sexo hambriento y cuando la empujo contra la pared del baño logro penetrarla, ella gime ansiosa por la urgente penetración y sus ojos miran hacia la ventana en tanto arremeto contra ella que mantiene abiertas las piernas, ofrecidas, amplias, amigables y suaves, y nuestras bocas juegan con las lenguas, mis manos atenazan sus glúteos carnosos, y seguimos en un lujurioso concierto de arremetidas, gemidos, besos, los dos fundidos en uno solo; sobre la verga que entra y sale con suma facilidad siento los apretones de su vagina amorosa que ya se viene y Mita grita: "¡ya bebé, ya viene, me viene, sigue no pares, no pares nunca, sigue, más, más, más por favor papaíto lindo!" y el "aaaahhhhh!" estruendoso coincide con mi orgasmo, siento como los chorros de semen escapan impetuosos y urgentes, pero yo sigo arremetiendo contra ese cuerpo caliente y lujurioso que se desmadeja, que parece caer de entre mis brazos mientras me sigo cogiendo a Mita, al final quedamos los dos echados sobre el piso del baño sintiendo como el agua tibia se torna fría, todavía la madura juega con mi verga sumisa y agotada, en tanto el agua se lleva los mocos que escapan de su pucha abierta, grosera, deforme. Y mientras cierro la regadera, pues el agua ya se tornó fría, me levanto de mala gana y Mita me atrapa, su mano agarra la verga flácida y amorosa se la lleva a la boca que golosa la traga entera, como un trozo de tripa a medio vaciar, la carne sin fuerza y dolorida, pero su boca exquisita poco a poco le devuelve el vigor, poco a poco, mientras la madura chupa la verga se endereza, entonces agarro su cabellera mojada, miro hacia abajo y la veo indefensa, sumisa, mamando verga; su mirada suplicante, a mi merced, hace que le meta todo el tronco, ella se somete, sacrificada, obediente, mientras agarrado a su cabello arremeto contra su boca abierta y meto y saco la verga, toda, toda, una y otra vez, queriendo terminar.

Mita, obediente me mira con lascivia y deseo, pero a la vez con un tono de súplica, como deseando más verga, y me la sigo cogiendo por la boca mientras ella mira a la ventana abierta del baño, tal vez deseando que alguien nos vea coger así, y siento que la leche llega o tarda en llegar, y arremeto más, la verga entra y sale de su boca abierta, sus dedos juegan con mis huevos y uno de ellos intenta jugar con mi ano y entonces, entonces… me aferro con violencia de su cabellera y los mocos salen impetuosos llenándole la garganta, Mita regurgita, trata de vomitar pero yo, necio, sigo agarrado a sus cabellos echándole semen, sintiendo que desfallezco, que el paraíso se abre frente a mi, y Mita mamando, succionando ansiosa, dejando que haga con ella yo lo yo quiera, dejando que las lágrimas le escurran por las blancas mejillas sin soltar de su boca la verga flácida.

Un rato después tomamos cervezas en la azotea del edificio, el viento nocturno es fresco con cierta amenaza de lluvia, el paisaje no es tan hermoso, más bien parece sombrío, sólo edificios ruinosos, tinacos viejos y tendederos de ropa que el viento intenta llevarse como jirones, y salvo el ruido del tráfico citadino, arriba el cielo gris, como siempre. Todo parece normal, pero ahí estamos Mita y yo tratando de encontrar una estrella entre los negros nubarrones de lluvia, o entre la asfixiante contaminación. Con todo, corre un viento fresco y Mita, luego de dar un sorbo a su botella: "oye bebé, nunca te sentí tan hombre como hoy; hasta creí que ¡me ibas a matar!, ¡con tu verga querías matarme, casi pierdo el sentido!, pero… yo quería más y más, nunca me sentí tan llena de hombre como esta noche bebito de mi vida!", y su boca apresa la mía para luego decir como profecía "¡nunca te voy a olvidar!, ¡siempre estarás en mi mente, bebito chulo!, haz cambiado mucho, ¡enormidades!, ¿recuerdas?", y seguimos tomando cervezas que ella había comprado, mientras ella comenta: "¿recibiste mi postal y los… pelitos de "puchis"?, ¿sÍ?", y añade: "ya tengo tu regalo de cumpleaños, pero será nuestro regalo" y nos besamos y siento que mi dolorida verga intenta levantarse desafiando adversidades y caminamos abrazados por la azotea, tal vez bailando un bolero silencioso y llegamos al otro extremo, donde está el baldío y bebiendo chelas miramos como sin querer, abajo, en claroscuros tratamos de ver quien se coge a quien, pero no es una pareja, como suele suceder, son ¡tres, cuatro, cinco y… una chica!

Mita abre los ojos asustada, quizás pensando que es una violación, pero no, son tres cuatro chicos y una… joven, ¿puta?, no, quien sabe, y vemos las evoluciones, los forcejeos, los intentos, los jalones de ropa; la chica –que ya reconocí— que coopera, que trata de establecer un orden, un ciclo. Reconozco a Luz, Luz María y algunos vagos que tratan de tomar el primer lugar, pero ella impone el orden: uno a uno… o dos a una, y a Mita se le salen los ojos mientras mira como Luz chupa una verga mientras otro la ataca por detrás, y la escena se torna lasciva y lujuriosa y… la verga se me vuelve a parar, y Mita con ojos golosos viendo hacia abajo como coge esa chica con todos aquellos, me pongo tras Mita que para la cola y le deslizo la verga erecta entre las nalgas y ella "¡sí bebé!, quiero en la cola mientras los veo" y su culo apretado apenas me deja entrar y mientras abajo los vagos se cogen a Luz le deslizo la pinga en el intestino y Mita ve golosa lo que pasa abajo mientras siente como la penetro, una y otra vez, fuerte, con violencia; ella aferrada a la barda mirando abajo y yo cogiendo su culo, amoroso, flexible y Mita pidiendo: "¡sí!, dame más, quiero más, más fuerte, dale al culo fuerte, ¡papaíto chulo!, dale fuerte a la cola, dale lo que se merece, ¡verga!, dale verga a mi culo, sí, papi, más!" y mi verga escupe semen, fuerte, pero casi no sale leche, después de tres venidas, y Mita gime sin dejar de mirar abajo y sigo eyaculando, pero ya no sale nada, y sin sacarle la verga del culo ella voltea a besarme y su boca me sabe amarga y lujuriosa, su voz como sentencia: "¡nunca te voy a olvidar vidita mía!" y no me atrevo a preguntarle, más bien me limpio el pito con su falda rosa llena de flores y siento que los ojos se me llenan de agua.

Cuando bajo del edificio los vagos me esperan. El burro, el Moco, el Ruperto y dos tres más; los veo contentos, satisfechos luego de darle "vuelo" a Luz María. Me hago el desentendido y ellos "¿qué buey, qué traes?, ¿tienes los boletos pa´l baile?, ¡no te hagas!", sigo fingiendo y uno me ofrece una chela fría, doy un sorbo y sigo indiferente pensando en lo que dijo Mita: ¡nunca te voy a olvidar!", pero trato de jugar con ellos: "¡Ni madres bueyes!, ¡no hay boletos pa´la fiesta de la Tere!, se chingan pinches putos culeros!", ya cuando me largo les aviento los pases: "¡tengan bueyes, pero se bañan, no los quiero apestando, si no… no entran, cabrones!". Y me voy pensando en lo que dijo Mita y de paso en mi hermana que anda con un taxista.

XL

Mi cumple. Lo mejor de mi fiesta de cumpleaños fue el reencuentro con mi tío Aurelio, ciego desde la infancia, viejo gordo y ciego, adorable en todos los sentidos y músico de profesión –que fue miembro de innumerables orquestas de soneros, luego arreglista, músico en bandas de burdeles, integrante de bandas musicales en delegaciones y más y más, sobre todo trompetista y "tresero" sobresaliente. Recuerdo que mis primeras experiencias con la música las obtuve con ese obeso ciego, o ciego y obeso, como se quiera, que tocaba con maestría varios instrumentos y de quien durante un tiempo fui lazarillo, pues lo llevaba a sus ensayos o al trabajo, y que a cambio me dejaba disfrutar, durante intensas horas, de su discoteca particular; en su casa aprendí algo –o mucho, según se vea-- sobre las grandes bandas de música, de los músicos brasileños –desde lo clásico hasta la samba--, de los boleros melancólicos yucatecos y sus compositores, de los alegres sones huastecos, de los grandes de la música clásica, del son caribeño, del sorpresivo y vibrante jazz y por supuesto del triste y melodioso viejo blues del Mississippi y mucho más. Tenía una enorme colección de discos, que los estantes eran incapaces de contener y se hacinaban en los rincones de la amplia sala.

De aquellas tardes recuerdo su paciencia, su memoria fotográfica –pues recordaba perfectamente quien tocaba tal o cual canción, la fecha de grabación, los integrantes de la orquesta y otras cosas de cada uno de sus discos y alguna que otra anécdota curiosa—, su sonrisa siempre feliz y sobre todo su disposición para explicarme cosas de música u otros temas. En cierta ocasión me atreví a preguntarle: "perdone tío, ¿qué es la ceguera?", tuve miedo de su reacción, pero él, meneando la cabeza a los lados –primero hacia el hombro izquierdo, luego al derecho-- me explicó con voz pausada: "la ceguera es un mundo oscuro, negro, pero feliz, muy feliz, donde no entra la maldad, ni los diablos que han creado las personas que si pueden ver, si te preguntas si yo soy feliz, puedo decirte que si, soy muy feliz en mi mundo sin sombras ni luces, ni demonios", contestó sonriendo.

La tarde de aquel domingo de fiesta tuve otras sorpresas. Por principio de cuentas debo aclarar que nunca tuve tocadiscos hasta ese día. Los escasos discos que había acumulado los tenía que tocar en la consola de mi primo Jaime, que vivía a varias cuadras de mi casa, y que tal vez por consejo de su mujer, un día me dijo que su tocadiscos no servía más, acusándome de paso de haber sido el causante de la descompostura, pero más bien para que yo dejara de ir a poner mis ruidosos discos en su fino aparato de sonido –Stromberg Carson, lo mejor de aquel tiempo--; le ofrecí disculpas por la supuesta descompostura y nunca más volví a ir a su casa.

Pero bueno, regresando a lo de la fiesta, no, más bien algunos antecedentes. En el tianguis de la colonia hay un viejo que vende cosas viejas los sábados, la mayoría inservibles, pero al que acuden muchos en busca de cosas que no pueden pagar nuevas, y vende de todo, desde licuadoras arregladas hasta podadoras de medio uso, pasando por tv´s blanco y negro y… por supuesto, tocadiscos. Al respecto, con ese viejo mugroso, de barbas canosas y olor penetrante –pues no es muy afecto a bañarse--, también hay disponibles utensilios nuevos y aparatos de la mejor calidad, por supuesto de "extraña procedencia", o sea robados, pero esa es otra historia. De esa vendimia procedió el tocadiscos que mi hermana me regaló.

Antes de que los invitados llegaran ella había colocado algo cubierto con papel de colores y enorme moño azul sobre la mesa del comedor y luego de desearme muchas felicidades me invitó a abrir el bulto, un poco aparatoso, pero que resultó ser un tocadiscos, "de medio callo" o sea usado, pero que cuando puse a funcionar tocó a la perfección un disco de Antonio Carlos Jobin que me encantaba y que tenía muchos meses de no oír porque no tenía donde ponerlo. Y antes de abrazarla y besarla para agradecerle el regalo, le pregunté cuánto le había costado el armatoste, "no te preocupes, también en cosas usadas hay pago a plazos" y me dio un beso apretado en la mejilla y un abrazo que casi me saca el aire y "¡felicidades Betito lindo!, ¡qué la pases muy feliz en tu día", me dijo mientras los ojos se le llenaban de agua.

Luego llegaron la tía María a calentar el mole rojo que ya traía, y sus hijas: Amada –quien me masturbaba de chiquillo a la hora del baño--, Victoria –a quien espié alguna ocasión mientras defecaba, y que por cierto tenía pecas en las nalgas--, y a… Luchita, Luz, --a quien me había fornicado en una fiesta de bodas y lucía un embarazo –no supe de quién. Cuando miré a Amada sentí una inesperada palpitación en la verga, y es que Amada es de esas mujeres que ya casadas, resultan la excepción a la regla.

Me explicó: por lo general cuando las chicas se casan y tienen hijos, uno o dos bastan, pierden todo su encanto, sus curvas maravillosas desaparecen y en su lugar surgen senos flácidos y colgantes, las nalgas se les caen y se deforman, y las breves cinturas de avispa ceden su paso a vientres hinchados, panzas deformes, y de aquella linda chica de cuerpo escultural queda el cuerpo de una mujer ajada, guanga y por lo general de mal humor.

Amada es diferente, parece que con los tres embarazos que ha tenido, con cada uno de ellos agregó belleza a su cuerpo, piernas y brazos firmes y bien formados, nalgas paradas y en forma de pera perfecta, sus senos desafían la gravedad: erectos y llenos, bien firmes, apenas se mueven cuando camina, y su rostro mantiene la belleza juvenil de hace años, salvo una que otra huella de la última golpiza de su marido y que el maquillaje no fue capaz de ocultar.

Y mientras las mujeres ponían la mesa para comer, llegó el tío Aurelio, acompañado de su tercera esposa –nunca supe como le hacía el viejo ciego para conseguirse viejas--, y con un bulto bajo el brazo: "ten hijo, te traje unos discos, creo que te gustarán", dijo el gordo amoroso al abrazarme con fuerza y entregarme un verdadero tesoro, varios discos, entre ellos uno de Joao Gilberto que grabó en México y que tenía la mejor interpretación de "Farolito" de A. Lara, apenas acompañado de su guitarra y su maravillosa voz, que hacia tiempo había escuchado en su casa. "Gracias tío" le dije emocionado y mientras el ciego gordo pasaba sus dedos sobre mi cara, como para averiguar cuánto había yo cambiado desde la última vez que "nos vimos", agregó: "no me des las gracias, considéralo un préstamo, cuando ya no te gusten o te hayas cansado de escucharlos, me los regresas", "eso no va a suceder, nunca me cansaré de escucharlos tío", y él soltó su clásica y ruidosa carcajada.

--"¡Pero si ya eres un hombre!, haz cambiado mucho Beto, ya te empieza a salir bigote", dijo el tío gordo y ciego entre risas, mientras sus dedos repasaban mi cara. Yo me sentía algo avergonzado o nervioso, además porque mi tía me regaló una camisa a cuadros, Luchita una bufanda roja –que nunca me iba a poner--, y porque el tío agregó 200 pesos al regalo de sus discos: "ten hijo gástalos en lo que quieras".

Ya en la mesa disfrutamos del banquete preparado por tía María: mole rojo con pollo y arroz a la mexicana, de postre un pastel delicioso que había comprado mi hermana. En eso estábamos cuando escuché un agudo silbido que identifiqué de inmediato, me asomé a la ventana y ahí estaban él, Samuel, el Samy, acompañado de su novia, más bien su prima, o su novia y prima, Noé El Negro, de Carlos, el Piolín, a quienes no veía casi desde la época de la secundaria, y… Juanito El Chon, chela en mano; los invité a pasar pero el Samy, siempre penoso: "no, mejor te esperamos aquí, además ya comimos". Sin más regresé a terminar de comer, tenía ganas de ver a mis amigos que se habían acordado de mi cumpleaños, pero también quería estar con mi gente; mi hermana insistió en que fuera por ellos para que nos acompañaran, pero conociéndolos los dejé allá abajo, sentados en la banqueta.

Más tarde, mientras las mujeres recogían los platos sucios, pasó junto a mi Luchita pelliscándome el trasero y "ya te vi, maldito, cómo le ves las nalgas a Amada, no tienes vergüenza", luego pasamos a la sala, donde los tíos, mi hermana y las primas se pusieron a platicar y salí a ver a mis amigos un rato.

Respecto a Samuel puedo decir que fue mi ídolo algún tiempo; era de esos chamacos mucho muy inteligentes que están seguros de que no necesitan estudiar para pasar un examen, y mejor dedican sus esfuerzos en otros asuntos, tal vez más gratificantes que meterse entre libros. No, Samy no necesitaba estudiar para sacar una buena calificación, le bastaba dedicarle media hora al examen para entregarlo contestado, mirando con sorna al profesor, quien quizá se preguntaba cómo hacía el "güevon" del Samuel para terminar tan rápido.

Pero Samy tenía un pequeño defecto, le encantaba meterse pastillas o cualquier madre para drogarse, y tenía en su casa una gran colección de medicamentos capaces de producir los más diversos efectos. Cuando iba a su casa a escuchar discos, al final él terminaba balbuceando cosas incoherentes de tanta madre que se metía, eso me daba tristeza, no comprendía cómo él tan inteligente perdía de esa forma el tiempo y su dinero, pues yo no compartía sus gustos ni aficiones, pero éramos amigos inseparables.

En cuanto a Carlos, el Piolín, nos conocimos desde la primaria y nos hicimos amigos, éramos compañeros en equipos de fútbol, donde él era la estrella, y yo iba muy seguido a su casa, primero porque tenía la más grande colección de discos de los Beatles –importados y nacionales que había juntado con la ayuda de sus hermanas— y segundo: porque sus hermanas estaban buenísimas. Cosa curiosa, mientras las dos chicas eran morenas y altas y de pelo ensortijado, mi amigo era güero, lacio y bajo de estatura. Por supuesto que cualquier comentario sobre la belleza de sus hermanas era motivo de enojos y pleitos, alguna vez nos dimos de puñetazos en un polvoso llano cuando me atreví a decirle "oye mano qué buena está tu hermana Paty", furioso la emprendió a golpes contra mi, que intenté responder de igual forma, al final, los dos sangrando de la nariz, nos consolamos tomando un refresco en una tienda, él insistiendo: "no vuelvas a decir nada de mis hermanas, ¿quedo claro?". Pero cuando los amigos íbamos a su casa a escuchar música, nos deleitábamos mirando las deliciosas caderas de sus hermanas.

Respecto a Noé El Negro, buen jugador de futbol y muy flaco, de mirada triste y meditabunda, aunque vivía un poco lejos siempre lo visitábamos y al encontrarlo… siempre estaba metido en libros de Marx y al levantarse los mechones de pelo lacio y negro respondía con su sonrisa afable. Años después fue dirigente de un partido de oposición y siempre presidía las asambleas con sus conocidas camisas de color claro y por lo demás bastante viejas; luego fue diputado o senador de su partido y luego… tuvo un ligero percance: alguien –un porro, jugador de fut americano, lo supe después-- lo empujó cuando pasaba el metro, los sangrientos trozos de su cuerpo se esparcieron a lo largo del andén, salpicando a la gente… pero eso es otra historia. (¡Pinche gente, pinche ciudad!, de aquellos hechos ningún diario publico nada).

Ya en la calle, me abrazaron dos, o tres o los cuatro o más, pues la novia del Samy me apretó con su abrazo y beso de chupete en la mejilla. Por supuesto ya habían comprado cervezas y con ellas brindamos por mi cumple años; ahí platicamos un buen rato, Samy me regaló un libro de filosofía y el Piolín un disco de sus ídolos, los Beatles; el Chon unos pases para ir a verlo luchar; ante la pequeña aglomeración llegaron el Moco, el Burro y el Ruperto, estos últimos con sendas caguamas en cada mano, las cuales nos acabamos, pero insistieron en no subir a mi casa y luego de quedar en vernos para escuchar música en casa de Samuel, regresé con la familia.

Encontré al tío Aurelio tomando café y fumando platicando añejos recuerdos con los demás, minutos después las mujeres nos dejaron solos y el gordo y ciego habló conmigo: "mira Beto, no te voy a sermonear, no estoy para eso, más bien quisiera compartir contigo cosas que me pasaron de joven… a tu edad andaba como burro en primavera tratando de saber de mujeres… al poco tiempo las tuve, no una ni dos, sino muchas… la cosa es que comprendí que ellas quieren lo mismo que nosotros y que… luego de que lo tienen… no te dejan hasta que te amarran y te casas, a lo mejor no con la que de verdad quieres o amas, sino por las circunstancias o la calentura… luego eso se pasa y te arrepientes… te dan ganas de darte de topes en la pared… pero ya es tarde… mira, no te digo que conozcas mujeres sino que procures no comprometerte antes de tiempo… no cometas el mismo error que yo… de lo contrario puede ocurrir que no termines nunca de arrepentirte, llegan los hijos y las obligaciones y la frustración… así que… pues… piensa un poquito antes de meter la pinga en el hoyo" y me acarició el pelo con cariño.

Luego hablamos de música un largo rato y llego la hora de la partida y todos nos despedimos felices, Luchita de paso volvió a pellizcarme las nalgas diciendo: "¡nomás te metes con Amada y me las pagas, cabroncito!" y se fue luciendo su panza de seis siete meses; Amada por su parte volvió a abrazarme diciendo: "pórtate bien primito, no hagas pendejadas, ¿eh papacito?", untando sus gloriosas tetas en mi pecho, quizá como una promesa de futuros placeres.

Y mientras se hacía de noche ayudé a mi hermana a levantar la casa, limpiar el cenicero que el tío había dejado lleno de colillas y a lavar platos, luego coloqué el tocadiscos en mi recámara y cuando iba hacía la puerta, mi hermana: "¿dónde vas?"; "a la tienda, no tardo" le contesté, me alcanzó para entregarme algo, un pequeño paquete de condones: "úsalos, por favor, si vas a ver a la gorda o a la otra te lo pones, ¿si?", dijo en tono resignado pero sonriendo, no supe qué decirle, pero me sentí feliz ese día.

 

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