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Recuerdos del barrio. Novena Entrega

en Grandes Series

Recuerdos del barrio

Novena entrega

XXXII

Un amanecer tormentoso. No lo se bien, creo que fue el frío lo que me despertó o el sueño delicioso, sarcástico y contradictorio. Bajo las sábanas siento la verga erecta, el glande mojado, escurriendo babitas. Casi había amanecido y el frío inclemente me hizo pensar que este quizá sea uno de esos días en que en 24 horas se dan las cuatro estaciones: al amanecer una temperatura de 3 grados que hiela el cuerpo; al medio día un calor de 33 grados que sofoca y ataruga; a media tarde los ventarrones furiosos serán el preludio de la tormenta que caerá apenas iniciada la noche, así es en esta ciudad de locos.

Y mientras me acarició la pinga erecta recuerdo fragmentos del sueño: quizá las reminiscencias del primer encuentro sexual con Mita, pero de una forma contradictoria y un tanto frustrante quizá, que ocurrió hace… ¿semanas?, no, ¡meses!, si, meses ya, y recuerdo aquella tarde en el departamento de Mita, ella sentada en el sofá mirándome fijamente sin decir nada, yo, de píe frente a ella, nervioso, mis ojos van de su cara linda a su pecho, a sus piernas llenas que tiene recogidas sobre el sillón, sus ojos parecen mirarme con cierta burla y dice: "¿la tienes grande?", y presuroso intento desabrochar mi pantalón y su grito "¡no!, oye ¿qué haces?" detiene mis intentos por liberar el miembro erecto, y sigue hablando: "¡ay estos niños de hoy!, no entienden las palabras, ¡ay niñito!, te pregunté "las tienes grande", no "enséñame la pinga", ¡ay chamaquito calenturiento!, apenas te conozco y ya te quieres desnudar", y su risa burlona se fija en mi, me siento avergonzado, torpe, estúpido; ella vuelve a hablar: "¿te haces muchas pajitas pensando en mi?, ¿sí?, hummm, seguro te la haces todos los días pensando… ¿en mis pompis?, ¿en mis piernas?, ¿te gustan?, ¡ay tus miradas!, pareces querer comerme, ¡niñito!... a ver…", y señala la erección prominente con su dedo, parece que quiere que le enseñe la verga pero dudo, ella insiste con el dedo, yo bajo el cierre del pantalón y me saco el miembro, erecto, bien duro, ella abre los ojos con asombro y "¡ay bebé!, ¡mira nada más que tranca!, si la tienes grande… hummm, seguro ya la estrenaste, ¿verdad?, tienes cara de que sabes fornicar, ¿verdad?, y ahora… quieres que yo… te deje… meter esa cosa horrible en mi… cosita, ¿verdad?", y vuelve a dibujar la sonrisa burlona sin dejar de mirarme.

De pronto el silencio nos envuelve, ambos nos miramos, sus ojos recorren mi entrepierna, mi verga parece palpitar, me siento muy excitado; y sin dejar de mirarme cambia su postura en el sillón, con lentitud sus manos van a la orilla de su pantalón gris de algodón y con lentitud lo baja, veo sus piernas deliciosas, sus pantorrillas, entreveo su sexo que abulta en la pantaleta rosa de satén y su mirada se torna esquiva, avergonzada, mira de lado entrecerrando los ojos y abre las piernas para ofrecerse a mis miradas, no puedo evitarlo y llego hasta ella, me detengo ante sus muslos carnosos y abiertos, y ella vuelve a mirarme diciendo en voz baja: "¡ay bebé!, no debemos… no… es incorrecto, no" y una de sus manos recorre el calzón rosa descubriendo su panocha peludita, mis ojos se fijan en esa carne entreabierta, la raja sonrosada, los bordes carnosos, los vellos castaños y rebeldes, y Mita se queda quieta, ofreciéndose.

Inclino un poco el cuerpo hasta tocar con el glande la raja húmeda, Mita suspira y cierra los ojos diciendo: "no me cojas bebé, no lo hagas, no, por favor" y alza la pelvis para hacer que nuestros sexos se rocen delicadamente, yo recorro la raja velluda con mi verga, acariciando desde arriba hasta abajo, donde la abertura vaginal parece escurrir babas olorosas y sigo frotando haciendo gemir a la madura y cuando le apunto la verga ella recula y dice: "no bebé, no lo hagas, no me cojas, es incorrecto, no lo metas, no, bebé, no" y pese a las protestas le meto la verga, ella tensa el cuerpo y exhala el aire de sus pulmones, como abandonándose y sigo metiendo el pito, todo o casi todo, lo empiezo a meter y sacar con suavidad, siento que la pucha rodea mi verga, siento esa calidez y esa humedad y… en ese momento siento que se me sale el semen, Mita reacciona de inmediato y recula, haciendo que la verga salga de su cálido albergue, y los chorros de mocos salpican su entrepierna, su pantaleta de satén y sus piernas; ella me mira con ternura diciendo: "hummm, bebé, tu leche, qué rica leche, te ganó la excitación, ¿verdad?, jo, jo, jo, no te preocupes, además yo no quería que lo metieras, no, capaz… que me embarazas, jo, jo, jo", dice con risa apenada y cierra las piernas, yo me quedó frente a ella con el pito goteando mocos, me mira y pregunta "¿quieres más?" y estira la mano para acariciarme el pito, su mano se embarra de mocos pero sigue acariciando, frotando todo el lomo del pito, provocándome sensaciones deliciosas, y sigue acariciando, más y más, hasta que minutos después vuelvo a eyacular, ahora en su mano que se empapa de semen, dice en voz baja apenada: "¡ay bebé!, ¿cuánta leche?, ¿viste?, yo, una mujer madura y decente, haciéndote una paja, ¡Jesús, qué dirá la gente!" y vuelve a reír jocosa.

Eso recuerdo de ese erótico sueño, no puedo aguantar la excitación y busco bajo el colchón, sacó la pantaleta de Ludy y con ella me acarició el pito, me masturbo, con lentitud, disfrutando el rapto indebido, con suavidad, rodeando el glande con la tela de nylon de mi novia y refregando con suavidad, siento que no tardaré en venirme y… hummm, la deliciosa venida hace que mi cuerpo brinque en la cama y suspiro pensando en Mita, pensando en Ludy, pensando en mi hermana que ahora le ha dado por usar unas tangas diminutas de encaje floreado, en lugar de sus aseñoradas pantaletas de algodón, cuando me recupero de la venida y ruido ensordecedor golpea la ventana, llueve con fuerza, es una tormenta, rayos estruendosos y relámpagos, una fuerte granizada, me levanto para averiguar por la ventana: el fuerte viento, la lluvia que cae furiosa y los golpes del granizo sobre los cristales, el frío hace que me den ganas de orinar y camino rumbo al sanitario, al pasar veo la puerta abierta del cuarto de mi hermana, y a ella dormida boca abajo, parcialmente desnuda, veo sus piernas bien moldeadas y sus nalgas curveadas casi al desnudo pues trae una tanga de color negro, la tira de tela se le mete entre los cachetes del culo, siento una palpitación en el pito y reanudo mi camino al baño, trato de orinar pero de nuevo me siento excitado, pujo fuerte y el chorro de orines salpica la taza del baño. Cuado regreso a mi cuarto veo el despertador, van a dar las cinco de la mañana, intento prender la luz del cuarto y nada, se fue la energía, vuelvo a acostarme recordando las ricas nalgas de mi hermana y pensando "¿por qué ahora usa tangas?, ¿para quién?, ¿tendrá pareja?, ¿andará cogiendo mi hermanita?, tal vez", me digo.

Ese día no fui a la escuela, la tormenta mañanera provocó serios trastornos en la ciudad, hubo inundaciones, el caos vial fue de pronóstico, el agua encharcada inundó la planta baja del edificio, en fin, que me tomé el día. Mientras desayunaba con mi hermana me atrevo a preguntar: "oye manita, ¿por qué ahora usas tangas tipo hilo dental?", me mira sorprendida y "¡eso a ti no te importa!, ¿o si?, a ver dime, ¿yo te digo algo por dormir encuerado?, ¿no, verdad?, luego paso por tu cuarto y ahí estás… durmiendo, con el pájaro erecto… ¡sinvergüenza!, así que si uso tangas… no debe importarte, ¿entiendes?, soy tu hermana mayor ¿entiendes?", me encojo de hombros y confirmo, pues si, a mi que chingaos me importa.

XXXIII

Encargos impropios. Malhumorado, apretando el paso, voy por la calle; sin querer me cruzo con el Ruper: "¿onde vas güey?", pregunta él.

--"A la pinche farmacia, son mamadas, la verdad mi hermana se pasa, mira que mandarme a comprar caballos, "anda ¿sí?, se buenito, ve a comprarme toallas sanitarias, se me terminaron y… ya sabes", ¿cómo voy a ir yo, un cabrón, a comprar caballos a la farmacia?, son chingaderas", le dijo en tono enojado.

--"Ni pedo buey, tienes que ser buen niño y comprarle sus cosas a tu hermanita, antes mis hermanas eran iguales hasta que decidí mandarlas a la chingada, que se compren ellas sus pinches caballos", dice el Ruper, me mira con sorna y añade: "mira por qué no compras las toallas en la tienda de doña Amalia, vende de todas marcas, además sirve que me acompañas, ¿no?".

--"¿Y tú a que vas con doña Amalia?", pregunto intrigado.

--"¡Oh güey!, a chambear, de vez en cuando voy a hacerle la limpieza de la miscelánea y me da unos varos, además me robo una chela, ella se da cuenta pero no me dice nada, y pues… chance uno de estos días le dejo ir la pinga a la señora…, no creas todavía se ve buenona la vieja, ¿no crees?".

--"Pinche Ruper, nomás anda viendo donde meter la pinga, ya ni chingas", le contesto.

Y como sin querer llegamos a la tienda y yo, con cara apenada: "perdona doña… ¿tiene toallas Femms medianas?"; Amalia me mira con ojos de interrogación y pregunta: "¿de 10 o 20 toallas?, ¿para flujo abundante o normalitas?, ¿cómo las quieres?".

Siento que mi rostro enrojece y añado: "pues no se… normales… de 20 toallas, ¿sí?". La mujer sonriendo me entrega el paquete y recibe el billete para cobrarse, raudo recojo el cambio y salgo de la tienda, el Ruper me detiene: "oye güey ve a dejar el encargo y te das una vuelta al ratón, voy a ver si le saco una chelas a doña Amalia luego que termine de limpiar, le digo que se moche pa´los cuates, ¿cómo ves?".

No le contesto, me siento muy enojado con mi hermana y apuro el paso para ir a entregarle sus toallas. De camino trato de recordar algo sobre doña Amalia: ya es una madura cincuentona, de buenas tetas y mejores nalgas, solo que como muchas viejas del barrio tiene una doble moral, es religiosa hasta la exageración, pero hay rumores ciertos sobre su sexualidad escondida; como tiene años de vivir sin pareja –su marido la abandonó para irse a formar otra familia— la señora con frecuencia se enreda en amoríos un tanto, digamos, clandestinos. Cuando llego a la casa le reclamo: "ten, aquí están tus toallas, y… ¿no crees que tú deberías ir a comprar esas cosas?, ¿cómo me mandas a mi a hacer ese tipo de compras?".

Mi hermana voltea a mirarme y aclara: "¿qué tiene de malo?, ni modo que le diga al vecino, "oiga quiero que vaya a comprarme toallas sanitarias", tú eres mi hermano y no tiene nada de malo que me hagas ese tipo de favores, así que no reniegues".

--"Pues si, pero mis amigos se burlan porque me mandas a eso..", le digo mirando al suelo.

--"¿Y qué?, ¿a poco ellos no van a comprar caballos para sus hermanas?", dice de manera despreocupada.

Mi enojo aumenta y prefiero salir de la casa, en la calle me encuentro al Moco y lo invito a la tienda de Amalia: "dijo el Ruper que iba a convencer a la doña de ponerse en medio con unas chelas, ¿vamos?", despreocupado el Moco me acompaña.

Cuando llegamos encontramos la tienda ya cerrada, pero el zaguán de la trastienda esta apenas emparejado, el Ruper nos ve y nos indica con un dedo en la boca que guardemos silencio, pasamos a la trastienda sin hacer ruido y escuchamos un diálogo interesante: "no Ruper, ¿cómo crees?, búscate una chica joven, no eres mal parecido y seguro tienes admiradoras, a ver, ¿por qué yo?, una vieja, no, no, no, deja de decir tonterías y ponte en paz", luego silencio y la voz de la señora: "no, mira que no, ¡ya Ruper!, no me toques ahí… hummm, no, te digo que no, ¡oye no seas tentón!, mira que puede venir alguien… no… hummm, ¡ay Ruper eres tremendo!, hummm, se te nota esa cosa… ya la tienes crecida, ¡sinvergüenza!".

Y mientras el Moco y yo tomamos unas cervezas escuchamos al buen Ruper: "ande doña Amalia, nomás unos besitos, ¿sí?", tratando de convencer a la señora.

--"¿Unos besitos?, si lo que tú quieres es otra cosa, mira nada cómo estás… muy excitado… se nota tu pantalón… tan abultado, no… mira que no… ¡ya Ruperto!, no seas atrevido… hummm, besas rico… ¿qué haces?, no, eso no, saca la mano de ahí… hummm, ¡ay Ruper de mi vida!, ¿qué voy a hacer contigo?... eres tan… caliente".

El Moco y yo damos sorbos a la cerveza y con sigilo espiamos lo que pasa dentro de la tienda y descubrimos a doña Amalia abrazado del Ruper, se besan con pasión, la señora tiene parcialmente abiertas las piernas y entre ellas, bajo el vestido la mano del amigo le acaricia al pepa, la mujer parece bufar de excitación y mueve la pelvis; la excitación crece entre ambos, el Ruber ya logró bajarle el calzón y pese a las protestas de la mujer hace que le de la espalda, le alza el vestido y le desliza la verga erecta entre las nalgas, se la empiza a coger, con fuerza, entrando y saliendo de su pucha, la vieja gime gustosa pidiendo más, "si, Ruper de mi vida, más, hummm más, fuerte, me gusta fuerte, que me cojas fuerte, hummm, aaahhhh, más, pero… no termines así… no… no te vengas en la pucha, hummm, más… me viene, me viene" y escuchamos el ruidoso orgasmo de la mujer que con ambas manos se sostiene del mostrador de la tienda. Nos sentimos tan excitados que hemos abandonado las cervezas para seguir contemplando la cogida del amigo Ruper, quien voltea a vernos y nos hace ademanes para que nos vayamos de ese lugar y mientras salimos llevando varias botellas de cerveza escuchamos a doña Amalia: "¡ay Ruber!, ¿quieres más?, ¿sí?, ¿por atrás?, ¡ay no!, ¿y si me duele?, hummm, pero despacio, poquito a poco, ¿sí?" y dejamos a nuestro amigo complaciendo a la mujerona.

Minutos después, fuera del edificio, nos tomamos las cervezas sentados en la banqueta y mientras doy un sorbo un auto frena de improviso casi frente a nosotros y nos asusta, reconozco el coche, el Mustang azul metálico de Verónica, que baja el cristal eléctrico del auto y me dice: "¡hola amorcito!", el Moco me mira con sorpresa y burla, Vero insiste: "¿cómo estás papacito?, anda ven, tengo una sorpresa para ti", esquivo la mirada de mi amigo y subo al auto de la prima que reinicia veloz la marcha del auto; cuadras adelante se detiene en una zona oscura, la calle luce desierta y no hay alumbrado público, le pregunto a Vero: "¿qué haces a esta hora por aquí?".

--"Quería verte, hace días que no nos vemos, quiero besarte rico, ¿si?", dice la prima amorosa y caliente.

Recuerdo lo ocurrido hace un rato entre el Ruper y doña Amalia y dejo que la prima se abrace a mi y nos besamos con pasión, la prima sabe besar de una forma deliciosa, y mientras nuestras bocas juegan su mano juguetona aprisiona mi verga sobre el pantalón, hace intentos por abrir el pantalón y le ayudo, momentos después Vero me acaricia la pinga diciendo con voz entre cortada: "hummm, ¡qué rica!, ya la extrañaba, hummm", y seguimos con los besos, en mi mente voy preparando la acción: "¿qué tal una mamadita con Vero?, y… una culeada, ¿se podrá?" y mientras le acaricio las tetas a la prima le propongo: "quisiera que lo besaras rico, ¿sí?", la prima guarda silencio y sigue besándome, refregando su boca abierta y golosa en la mía y dice. "te lo chupo un poquito, si quieres, ¿eh?, ya sabes que no me gusta eso, ¿si?" y sin más acerca su cara a mi falo erecto, siento que agarra el miembro por la base y su aliento recorre mi pinga, su boquita delicada me besa el tronco con suavidad, recorriendo los labios sobre el duro tronco, así varias veces, luego su boca abierta besa el glande, besos tiernos y breves, como si le diera vergüenza mamar, luego abre la boca y sus labios rodean el glande y ahí se queda unos momentos, su mano me acaricia la verga y su boca aprisiona el glande lamiendo delicadamente con su lengua y ya, suspende la mamada, endereza el cuerpo y me mira apenada: "ay Betito, ¡que cosas me haces hacer!, chuparte el palo, no me gusta, de verdad, ¿quieres más?", y sin esperar respuesta vuelve a mamar, ahora con mayor iniciativa, comiéndose medio pito y succionando con suavidad, su lengua titila la punta y chupa, varias chupadas más y suspende la mamada sin decir más.

Volvemos a besarnos, siento el aliento caliente de Vero y mi mano le acaricia la entrepierna que siento mojada y caliente, como acostumbra Vero no trae calzones y mis dedos penetran la jugosa raja, la prima gime ganosa y se abraza a mi con fuerza suspirando "si, Beto, así, tócame rico, pero quiero… tu… pene, dámelo amorcito, quiero… coger…" y se pega de nueva cuenta a mi boca, entre besos ensalivados le propongo coger en el asiento trasero de su carro, obediente se pasa a ese lugar, yo hago lo mismo, y mientras nos quitamos parcialmente la ropa sigo metiéndole los dedos en la caverna jugosa que es su panocha.

Con la voz entrecortada y ansiosa pregunta "¿cómo quieres?, ¿cómo lo hacemos?". No le contesto, seguimos con los besos ensalivados, mi mano le acaricia la pucha que siento gorda, carnosa, mojada y caliente; mis dedos recorren la raja y frotan su clítoris, Verónica gime de placer y: "huuummmm, qué rico me tocas, sigue, sigue, hummm" y mis dedos ya danzan dentro de la caverna elástica y caliente y mojada, llenando el auto de olor penetrante; momentos después ya estoy sobre ella, una de sus piernas sobre el respaldo del asiento delantero, y la otra chocando contra el cristal trasero del coche; la penetro, toda, mi verga tragada por esa caverna deliciosa y ajustada, nos movemos primero lentamente, luego arremetemos los dos en contra sentido, las bocas pegadas, Vero bufando de excitación, seguimos con la danza amorosa, mi verga entra y sale con fuerza, la pucha de la prima ahora está aguada, chorreante, la cogida produce ruidos de chapaleo, "chaz, chaz, chaz", y seguimos, siento que la pucha aprieta, palpita y a Vero: "hummm, si, si, más, más fuerte, dame leche papi, dame leche, que me… vengo… ¡aaaaahhhh!" y mientras nos venimos alzo la cara y descubro la cintilante luz de la torreta de una patrulla que avanza lentamente pero no puedo suspender la cogida, la prima me tiene atenazado con brazos y piernas gimiendo, y la patrulla avanza y poco a poco se aleja.

Al fin Vero recupera la respiración y mi verga deja de palpitar, ella me extiende pañuelos desechables para limpiarme los mocos, ella hace lo mismo, me atrevo a preguntar: "¿te estás cuidando?, ¿qué utilizas?".

--"Oh niñito, ¡no seas preguntón e indiscreto!... me inyecto, una ampolleta al mes, eso me dijo la doctora de la escuela", dice con una sonrisa en la cara.

--"¿A poco le dijiste que andas cogiendo?", pregunto.

--"Bueno, le dije que hacía cositas con mi novio, que todavía no, pero ya casi… hacíamos el amor…", y me besa amorosa.

Minutos después mi novia-prima se ha ido y regreso a buscar al Moco y a ver si todavía alcanzo una cerveza, lo encuentro en la misma banqueta, sentado, lo acompaña el Ruper que ya terminó su "quehacer" con doña Amalia. Presuroso pregunta el Moco: "¿qué buey?, ¿quién esa mamacita con carrazo?, ¿eh?".

--"¿Qué chingaos te importa buey?", y le arrebato una chela todavía sin destapar y el Ruper le aclara: "¿qué no sabes?, el Betito se anda cogiendo a su primita rica?, ¿a poco no sabías?, el muy cabrón no sólo se arrempuja a la señora Mita y a la gordita Ludy, ¡no!, el güey no se llena".

El Moco me mira intrigado, yo tomo mi cerveza sin hacer caso del comentario.

XXXIV

De realidades a medias. Trato de recordar lo ocurrido ayer. No se, pero a veces pienso que vivo en un país surrealista: me veo entre gente que pasa apresurada, haciendo caso omiso de los gritos de los ambulantes que ofrecen de todo. Acabo de salir del metro y sin querer me detengo ante un puesto de periódicos, ayer fue 2 de octubre y un aniversario más de aquellos sangrientos hechos; como cada año hubo manifestación y los encabezados de los diarios me confirman una vez más que vivimos en un país de realidades aparentes: uno afirma que "fueron poco más de cien revoltosos" los que se manifestaron y al lado otro más anuncia que "sumaron casi 500 mil manifestantes" los que gritaron "¡2 de octubre, no se olvida!". ¿A quién creer?, no lo se, quizá la gente adopta la realidad que mejor acomode a sus intereses o a sus gustos, o a sus necesidades. Así por ejemplo una nota del periódico afirma que el presidente llevó a cabo el último reparto agrario entre campesinos y ejidatarios del norte del país, y que yo recuerde la reforma agraria hace años que terminó y ya no hay tierras que repartir, según. Tal vez esa noticia sirva para que algunas conciencias se tranquilicen y confirmen que en el país todo va bien y cada vez hay menos pobres y "una equitativa repartición de la riqueza", según.

Dejo estas cavilaciones para reírme solo ante la foto en la portada de un diario amarillista: un grupo de manifestantes desnudos, variopinto, unos parecen indígenas, otros citadinos, todos ya maduros, hombres y mujeres totalmente desnudos portando pancartas; los hombres de vientres prominentes, carnes flácidas, velludos; las mujeres de senos flácidos, caídos, algunas con las tetas colgantes que parecen llegarles más abajo del ombligo, las nalgas planas, rebosantes de celulitis, protestan por la negativa del gobierno a entregarles tierras, dinero, despensas y más y más cosas. El periódico explica que forman parte de un movimiento supuestamente campesino, pero que ante la poca afluencia de protestantes, los alquilan pagando cien pesos a todo aquel desempleado que acepte encuerarse y protestar y gritar mostrando sus escuálidas miserias. Y mientras medito sobre aquella singular forma de protesta junto a mi pasa una mujer madura, manejando con imprudencia su auto y hablando sola y gesticulando, parece pelearse con alguien invisible mientras parece embestir a los transeúntes, y manotea y habla y maldice, la gente la mira extrañada y luego de evitar la embestida reanuda su camino. Yo me quedo parado en aquella esquina, indeciso entre comprar el diario o comprar una torta de tamal, pues ya hace hambre.

Aquel día fui a cumplir el encargo de la miss Ana. Era de mañana, antes de las nueve, toqué el tercer timbre del viejo edificio, dos tres veces; una voz masculina, metálica y algo gastada, preguntó por el interfón: "¿si, diga, quién es?", le contesté a lo que iba y de mala gana "¿y por qué a esta hora?, ¡ya ni chingas!, regresa más tarde"; y yo: "no señor, tengo que entregarle una caja y recoger un sobre"; el tipo "¡ah que la chingada!, pues vas a esperar un rato". Más de media hora después el portón negro y pesado se abrió, se asomó una cara añosa, arrugada, un bigote tipo Picasso y mejillas escuálidas, arriba la calvicie hacía sus estragos; me acerqué con la caja en la mano derecha, el tipo fijó su mirada, lo vi impávido, las miradas como estudiándonos; un brazo con manga de tela negra y horribles dibujos chinos tejidos en amarillo se estiró con un sobre de papel manila, también amarillo, le entregué la caja cuando tuve el sobre en mi mano, volvimos a mirarnos con desconfianza; ya le daba la espalda cuando su voz, carraspeando, me detuvo: "oye, espera… ¿qué eres tú de Ana?" y salió casi parándose en la banqueta, luciendo su horrible bata de dormir y su cuerpo flaco y pequeño, en su rostro los estragos de la cruda.

--"Soy su vecino, sólo vine a entregarle la caja".

--"¿Y… cómo está ella?", dijo algo intrigado el viejo.

--"No se, creo que bien, no sabría decirle", aduje.

--"¿Cómo no sabes?, ¿entonces… cómo vienes a esto?, ¿a entregar y recibir cosas personales?, ¿vives con ella?, ¿cerca?", preguntó intrigado.

--"Ya le dije que somos vecinos, me pidió el favor de entregar la caja y recoger un sobre, sólo eso, y… no vivo con ella, y como le dije… creo que está bien, trabaja, no se qué más haga, no me importa", contesté mirándolo a los ojos.

El viejo con bigote puntiagudo me vio con fastidio para decir "esperaba que viniera ella, tiene tiempo que no la veo, quería verla, saber cómo le ha ido… en fin" y estiró el brazo con un billete de 50: "ten, de propina". Tomé el billete pensando: "¡pinche viejo!, ¿si vieras la panza que se carga la miss?, no la ha pasado nada mal… si supieras"; ya había dado tres pasos cuando "¡oye!, espera, si quieres pasa, nos tomamos un café y me platicas cómo está Ana", no hice caso, seguí mi camino rumbo al metro Chapultepec.

Con parte del billete de 50 pesos del viejo tipo Picasso desayuné tamales y atole y compré dos libros viejos –a cinco pesos cada uno, de un montón de libracos hacinados en la banqueta, que vendía un anciano oloroso a alcohol: una vieja novela, la primera que leí hace años, Del oficio, de Antonia Mora, que relata la vida de las mujeres y la sociedad mexicana hace que… 30 40 años a través del relato de una prostituta; es un libro triste, muy triste. También compré una novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas: el relato de un marino que se embarca en los ríos del Congo en busca de otro marino, al que todos han idealizado como un ser maravilloso, --esa novela, por cierto, serviría para inspirar una gran película: "¡Apocalipsis Now!", con Marlon Brando, en el papel del coronel Kurtz. En fin que esas viejas novelas estuvieron ahí, en mi buró, esperando varios días antes de que yo, me decidiera a volverles a "hincar el diente", pues estuve meditando, entre otras cosas, en el viejo estilo Picasso y la miss; ¿qué misterio había entre ellos?, ¿habrían sido amantes?, ¿habrán vivido juntos, cuántos años?, ¿nos pasará a mi y a Mita lo mismo que a ellos?, me estremecí.

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