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Manualidades (2)

en Autosatisfacción

Manualidades, II

El fastidio y el cansancio al regresar del trabajo. La madura echa un ojo al solitario departamento, "ya le urge una limpiada a esto…", piensa, mientras ve abandonados en la mesa platos desechables con restos de pizza, una taza con una mosca dentro nadando sobre el poco café que quedó; más allá la toalla abandonada en una silla, en el piso unas pantis sucias afuera del baño y sobre el viejo sofá el bulto de ropa que ha olvidado llevar a la lavandería y "pues sí… esto luce de la chingada" se confirma ella misma, pero… no tiene ganas de hacer nada, nada.

El desgano, el aburrimiento, la abulia total le confirman que este es uno más de esos días en que la depresión le llega como para no irse, no tiene caso que lo piense, que medite sobre las causas, las conoce de memoria: se sabe sola, abandonada, luchando infructuosamente contra la crisis y las adversidades, el empleo en aquella escuelita de niños no es seguro y casi nunca le pagan puntualmente, y, para variar, le subieron el costo de la renta, su coche necesita urgentemente servicio y llantas nuevas, y para completar el panorama su madre enferma, a la que tiene que visitar los fines de semana para hacerle el aseo de la casa y oír sus constantes reclamos, y justo cuando su mano derecha toma la escoba recargada sobre la pared, en un vano intento por empezar los quehaceres del hogar, se grita a sí misma: "¡a la chingada!, ¡no voy a hacer ni madres!", y furiosa avienta el instrumento de limpieza y taconeando se dirige a su recámara.

Cuando entró al cuarto las fuerzas le alcanzaron para quitarse las medias, los viejos zapatos de tacón y… echarse en la cama, no sabe si para descansar o intentar dormir la siesta, no lo sabe, pues también el insomnio ha hecho su aparición y casi no puede conciliar el sueño, ni de día ni de noche, entonces… "¿para qué la cama?", pero ya está en el lecho, mirando hacia arriba donde ya urge una pasada de pintura al yeso, suspira resignada y sus ojos van a la pared de enfrente, donde está la solitaria fotografía de su "amor" y ella, tomada una tarde en el zócalo de Toluca: ella abrazando fuerte al hombre, ambos con la sonrisa de felicidad en la cara mientras un turista les toma la foto; Ana fija los ojos en el cuadrito de madera café y "¡qué chingue a su madre!, ¡maldito cabrón!, cuando más enculada estaba… me botó el desgraciado", un hondo suspiro escapa de su boca… y sobre la pared el sol de la tarde y las sombras de las ramas del viejo árbol que llegan hasta su departamento se agitan pausadas, formando formas curiosas sobre la pared pintada de color durazno, tirando a rosa. Las ramas frondosas, el inmenso árbol, que le traen viejos recuerdos:

La casa paterna. Ella, aún adolescente, dormía en la recámara del frente que da a la calle, y el novio, de los primeros amores, pasando las diez de la noche subía el viejo y frondoso árbol, ella ya había abierto la ventana y el chico se metía sofocado por el esfuerzo pero ganoso de sexo, igual que ella, y durante una hora –más o menos--, ambos disfrutaban de aquella forma clandestina de ardor juvenil y ganas de fornicar.

Pero no cogían como "se debe", pues Ana insistía en resguardar una virginidad que ya había "perdido" años atrás, pese a ello hacían el 69 y el sexo… anal, que ella aprendió a disfrutar al máximo, así pasaron aquellas semanas de intenso amor clandestino, hasta que una noche… la madre de improviso entró a la recámara y los encontró: a ella empinada en la cama gimiendo de placer al tener dentro del culo la verga erecta del novio y a éste con cara estúpida mirando a la señora. El chico no tuvo tiempo ni de ponerse el calzón, saltó de improviso por la ventana para huir por el árbol añoso; la adolescente que recibía los bofetones maternos sentía escapar por su ano los chorros de semen. Aquellos recuerdos le hacen esbozar una pícara sonrisa al rememorar primero la golpiza de la madre, luego a su padre colocando una improvisada malla metálica en aquella ventana cómplice en sus aventuras y luego a sus hermanos burlándose de ella, quienes a la menor provocación entonaban estrofas inventadas de la canción "mi árbol y yo" de Alberto Cortés.

Y Ana siente una ligera palpitación en el bajo vientre y suspira al recrear aquellas aventuras eróticas que apuraron al padre a buscarle marido y mirando al frente las suaves ramas que se mecen bajo el sol vespertino, su mano baja delicada y sigilosa, encuentra bajo la falda escocesa y roja a cuadros la textura de nylon de su pantaleta rosa y las perceptibles mechas de los vellos de la pepa, no siente ganas de "pajearse" si no sólo, quizá, acariciarse.

Y entrecierra los ojos tratando de recrear aquellos añejos recuerdos, sus dedos recorren suavemente la pucha sobre la tela del calzón, siente la gorda pepa hinchada y flexible, los bordes de la raja apenas peluda, primero arriba donde hay más pelos; luego siguen el contorno de la pucha que percibe un poco mojada y caliente y así sube y baja los dedos de la mano derecha, siempre sobre la tela de nylon, sumida en aquellas ensoñaciones juveniles: sus primeras experiencias mamando verga, en ocasiones en lugares peligrosos, como un parque, la orilla de un río, el rincón de los trebejos de la casa paterna, detrás de un viejo lavadero, en un confesionario de la iglesia de Tepotzotlán... y la madura sonríe golosa y la mano adquiere energía al frotar la comba del sexo maduro y suspira.

La mujer imagina otras cosas, siempre relacionadas con pingas, erectas, grandes, gordas, bien paradas, echando los mocos en su boca o en sus tetas grandes aunque un poco flojas ya, o entre sus nalgas bien formadas, pues algunos de sus novios de esa forma terminaban el acto de amor: salpicando de semen el culo renegrido de Ana, y abre las piernas en compás, así sus dedos profundizan más en la abertura carnosa, casi puede meter los dedos índice y medio en la caverna y entre los pliegues internos.

Ana suspira y los dedos buscando el hoyo y la tela del calzón y el dedo se le meten agitados y golosos, ella suspirando, su vientre subiendo agitado, buscando la caricia y Ana suspira y el "aaaahhhh", profundo y ansioso le nace de repente cuando siente las palpitaciones en todo el cuerpo, más bien en las puntas de los pies, más bien en las piernas que se contorsionan, más bien en la panza que sube y baja o más bien en el pecho, o todo ello junto y simultáneo, y el gemido se torna en grito estruendoso, "aaahhhhh, mássss, sí, más, más, quiero más": el orgasmo bienhechor y delicioso, los dedos empapados de ese líquido pegajoso, y sobre todo el olor penetrante que inunda la habitación, y sus piernas atrapan la mano que aún acaricia la pucha viscosa que ha empapado la panty, su respiración poco a poco regresa a la normalidad y los rescoldos del placer hacen que su cuerpo vibre de forma involuntaria, parece que el sueño la invade.

Media hora después, la madura se decide a poner orden en su diminuto departamento y enfrascada en sacudir y aspirar muebles y piso recibe la llamada inoportuna, con fastidio acude a contestar y:

--"¿Chiquis eres tú?, soy Lucy, tu hermana chula y adorada".

--"Hummm, si, ¿qué hay, cómo estás?".

--"Yo bien, pero… acabo de regresar del ginecólogo…".

---"Entonces no estás bien, ¿qué tienes?, ¿qué te pasó?, ¿no me digas que de nuevo quedaste embarazada?".

--"¡Ay no, ni loca que estuviera!, no fui yo a la consulta… llevé a tu sobrina querida… chamaca pervertida…, ¡ay me dio una pena con el doctor!, pero en fin lo que una tiene que hacer por las hijas, lo dicho, ¡esta juventud cada vez está más loca que…".

--"A ver, a ver, cuenta, ¿qué le pasó a la niña?", pregunta intrigada la madura.

--"No pues… que la chiquilla anda en plena punzada y ¡ya sabrás!... resulta que… se masturba, la condenada…".

--"Pues es lo normal, ¿no?, ni que tú no hubieras pasado por esta etapa, ¿recuerdas?, y seguro que actualmente te sigues haciendo chaquetitas, ¿o no?".

--"Humm, si, pero resulta que tu sobrinita se mete… cosas, ¡ay qué vergüenza con el médico!".

--"¿Cosas?, ¿qué cosas?".

--"¡Ay mujer!, si, se masturba con… lo que encuentra, ¡maldita pervertida!, y resulta que hace días se metió una… zanahoria, ¡así, cómo lo oyes!... y la tonta agarró una infección vaginal… ¡de poca!, y así anduvo varios días hasta que ya no pudo más y me tuvo que decir todo el rollo, ¿tú crees?, primero me dio un coraje… ¡qué no veas!, o sea, si la chamaca se mete cosas en la panocha es que ya no… tú me entiendes, ¿verdad?, pues si, ya no es virgen y la babosa necia en no decirme con quien había perdido el quinto, ¡desgraciada!, luego lo de meterse cosas, hasta los marcadores de texto que usa en la escuela, pasando por… ¡plátanos, pepinos y el colmo… zanahorias!, ¡hija de su madre!, anda ardiendo por el sexo, ¿tú crees?".

--"Pero bueno, ya la revisó el médico y le mandó medicamentos para la infección, ¿no?, y bueno es mejor que se meta cosas… a que ande poniendo las nalgas por la calentura, con el riesgo de quedar panzona ¿no crees?", dijo Ana.

--"No pues si… el médico platicó con ella y pues… le dijo que la masturbación estaba bien, pero que… si usa cosas al menos procure lavarlas bien, o que en su caso utilice condones para protegerse de cualquier infección, hasta me comentó el doctor que le comprara un vibrador, ¡sentí una vergüenza!, y pues por eso te llamo...".

--"¿A mí, yo que tengo que ver con vibradores?, ¡nunca he usado uno!, ¡jamás!, me masturbo de vez en cuando para aplacar la calentura, ya sabes, pero de ahí a meterme objetos en la pucha, pues no, ¿yo que tengo que ver?".

--"Es que… yo no me atrevería a ir a una de esas… sex shop, les dicen, creo, además yo no sabría pedir uno o escoger un, digamos, "modelo", así que pensé en tí, ¿cómo ves?".

--"¡Ay Lucy!, yo tampoco he ido a un sitio de esos, pero… oye… ¿por qué no hablas con tu hermanita Angélica?, ya sabes… a ella le encanta eso de los consoladores, tiene su colección, cada que se va de viaje a EU regresa con un nuevo modelito, hasta a tu mamá le trajo uno, creo, no estoy segura pero por ahí supe el chisme, así que… llámale, casi estoy segura que ella le regalará un vibrador a tu hijita, la cachonda esa, ¿eh?, ¿cómo ves?".

--"¡Cierto manita!, Angélica seguro sabe donde comprar esas cosas o quizá hasta me regale uno para esa cabrona pervertida de tu sobrinita, deja le llamo y te aviso que pasó, ¿sale?".

Luego de colgar el teléfono, la madura regresa a sus quehaceres meditando sin querer: "plátanos, pepinos, zanahorias, marcadores, ¡no… si viejas calentonas dónde quiera hay!, ¡sí lo sabré yo!". Y mientras pasa la jerga mojada por el piso, sigue pensando: "plátanos, pepinos, zanahorias… marcadores de texto… ¡ay hija de su madre!, ¡yo no sería capaz!, ¿no?, bueno… alguna vez… sí… un pepino… no, primero fue un plátano… pero de eso… uf, ya llovió, si… alguna vez… pero… ¿yo, a mi edad… con esas… perversiones?".

Como sin querer llega al sanitario trapeador en mano y mira su rostro en el espejo, la leve sonrisa dibujándole la cara que se sonroja pues… su mano vaga ya solitaria sobre la comba de su sexo, percibe la humedad del calzón y el olor… si, el olor a sexo, baja la vista y hace a un lado la prenda íntima y ahí está, la pucha, la panochita como le dice, hace más campo en el calzón y mira su pepa, parda, velluda, los pelos ya le asoman por las orillas del calzón, "ya me hace falta una depilada, pero… ¿para qué?, si ni la uso, puro dedo, puro pinche dedo, ya me urge una buena cogida, por dios que sí", se dice la madura y sigue con ojo atento la revisión de su sexo, abre los labios carnosos y descubre hilitos de baba, recorre con el dedo la raja entre abierta, ahí están los otros labios, morenos y deformes que se hinchan cuando está excitada, como ahora, saliendo de entre la raja gorda; un dedo profundiza en la cueva caliente y ella suspira pensando "¡ay Ana!, te acabas de hacer la chaqueta y sigues caliente, ¡ya ni friegas!, ¡andas bien caliente!, una verga, ¡sí!, necesito una buena verga, llena de leche calientita y rica", mientras el dedo sigue el recorrido de la raja, de arriba abajo hasta tocar la entrada vaginal, pero no se siente cómoda, así de pie tocándose la pepa.

--"No, así no", piensa mientras se baja el calzón hasta quitárselo, entonces se sienta en la taza del wc estira la mano y toma el espejo pequeño, se lo coloca entre las piernas y vuelve a la revisión de su sexo, "es tan linda mi pucha, tan rica, tan sabrosa, y qué rico aprieta la condenada, ni parece que tengo 49 años, todavía está rica mi pepita sabrosa, ¡aprieta como si fuera quinceañera!", y suspira.

Cierra los ojos e inicia de nueva cuenta la masturbación, con dos dedos se acaricia el clítoris y de improviso regresa la idea: "pepinos, zanahorias, plátanos, marcadores, hummm", alza la vista y descubre junto al lavabo el cepillo para el pelo y mientras lo toma se dice: "¿quién dice que las mujeres carecemos de imaginación sexual?, ¿quién?".

Se acomoda sobre la taza y abre más las piernas, y mientras con una mano mantiene abierta la panocha, la otra dirige el mango de hule del cepillo, la sensación es extraña, el frío objeto la estremece mientras con la punta repasa la raja, no se atreve a penetrarse, sólo juega con el mango del cepillo sobre la raja, yendo y viniendo entre los labios carnosos que se hinchan y escurren babas de juguito, entonces se decide, presiona un poco, sólo un poco conteniendo la respiración y siente la punta del cepillo en la entrada vaginal, en la entrada de la cueva, suspira y con ojo atento sigue empujando, siente como esa cosa dura y fría se le mete, la penetra distendiendo el canal vaginal que cede, pero cosa rara, la sensación no es dolorosa, es más, le causa placer, medita la madura cerrando los ojos.

Y Ana suspira cuando por fin tiene metido el mango del cepillo, observa atentamente como los labios rodean el duro objeto de hule, ¿diez, doce centímetros adentro?, e inicia el trajín, lo saca lentamente, poco a poco, el hule sale lustroso de líquido, presiona poco a poco y el mango entra todo, y así sigue, sintiendo como el calorcito de la excitación invade su cuerpo, y suspira y vuelve a ensartarse con el artilugio para el pelo, momentos después la danza se hace más activa, ha agarrado práctica, ahora el cepillo entra y sale con facilidad, la vagina se le llena de sensaciones deliciosas y piensa: "qué rico… de lo que me he perdido… hummm, con razón mi sobrinita se mata a pajas metiéndose cosas en la pucha, maldita niña pervertida, pero… ¡qué rico!, hummm, sí, hummm, más, más, hasta parece que me penetro con una verga de verdad, huy, qué rico".

En ese momento el cuerpo se le contorsiona, la panocha palpita y el orgasmo es tumultuoso, sublime, delicioso, la madura se afana metiendo y sacando el cepillo de su panocha que ahora es un charco de líquidos olorosos, el cepillo chapalea al entrar y salir y de repente Ana cierra las piernas apretando el cepillo que tiene bien metido en la vagina, y suspira y goza, casi perdiendo el sentido… se viene de nuevo, el orgasmo la hace brincar, gritar, gemir, el aire escapa de sus pulmones y… disfruta entre cerrando los ojos e imaginando que una verga de verdad la tiene bien cogida.

La madura, disfrutando de los remansos de placer que aún hacen vibrar su cuerpo, recrea lo que acaba de hacer y sus ojos, como sin querer repasan su entorno y sorprendida descubre que el desodorante que usa después del baño es largo y tiene la tapa redondeada, lo mismo un frasco de crema capilar que utiliza para humectar su cabellera, y un frasco de loción lo mismo: tapas redondeadas, como si… y se estremece, "es como si los fabricantes hicieran los envases de esas cosas a propósito… para que las mujeres les demos… un uso extra y más satisfactorio", y Ana vuelve a suspirar mientras extrae de su cuerpo el cepillo del pelo escurriendo babitas olorosas.

Horas más tarde, luego de haber terminado sus quehaceres, se complace al observar su departamento limpio y reluciente, hasta se siente contenta, satisfecha aunque de repente le entra la culpa: "yo… metiéndome el cepillo, ¡qué puerca soy!, pero… fue delicioso, pero debo tomar mis precauciones, lavar bien el cepillo o cualquier otra cosa, si, eso debo hacer si quiero seguir haciendo esas cochinadas ricas", en eso el teléfono que llama la saca de sus lujuriosos pensamientos:

--"¿Si… diga?".

--"Soy yo, tu hermanita Lucy…".

--"Hummm, ¿qué pasó con tus consoladores?, ¿hiciste contacto con tu hermanita Angélica?".

--"Si mana, tu hermanita me resolvió tan horrible problema, fui a su casa y me mostró su colección, ¡ay jija del maiz!, Angeliquita es terrible, ¡tiene cada cosa!, así que ya tu sobrinita pervertida tiene su vibrador, es más… me regaló uno para mi, digo… no lo necesito pero… ¿tú que piensas?, ¿estará bien que lo pruebe?, ¿y si me hago adicta a esas cosas feas?, ¿qué dices?".

--"Ay Lucy… esas son cosas personales, tú debes decidir si te metes un consolador, además… tú tienes quien… ¿o no?, ¿ya dejaste a tu nuevo novio?".

--"Hummm, ni me recuerdes, el maldito ni se aparece, parece cometa, llega por ahí a los mil años… desgraciado, pero bueno, voy a pensarlo y te cuento, ¿sÍ?".

--"Bueno pues… haz la prueba y me dices cómo te fue, adiós".

--"Oye Chiquis… ¿sabías que hay consoladores… anales?, para el… culito…".

--"¡Ay Lucy!, déjate de cosas, seguro debe haber, yo no se… por ahí investiga y me platicas, bueno ahora si… adiós".

Cuando cuelga el aparato piensa: "pinches viejas calentonas, todas… todas son iguales, todas tienen sus secretos ocultos, cosas que hacen y ocultan, y yo… metiéndome el cepillo del pelo, hummm, si… pero fue fantástico y… además sobran cosas, todo lo que se asemeje a una… pinga… todo… con un poquito de imaginación y otro tanto de… lujuria", y entrecierra los ojos para sumirse en ensoñaciones cachondas.

--"Hmmm y nadie lo sabe, nadie, si hago cosas o no, nadie sabe, nadie me ve, nunca nadie sabrá que a mi edad me hago la chaqueta a falta de hombre o bien… que me masturbo usando… objetos, hummmm, ya veremos que se me ocurre", piensa la madura sintiendo que de nueva cuenta la pucha le palpita, pero prefiere contenerse, "juntar las ganas para disfrutar más, mucho más", se dice la madura.

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