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Madre consentidora (4)

en Amor filial

Madre consentidora, IV

Los, al parecer, insufribles y contradictorios sentimientos de culpa que en un principio Teresa sentía, al haber dado satisfacción a los incestuosos deseos de su vástago --y de ella misma--, pronto fueron dejados atrás al dar paso a la desaforada lujuria que ahora embargaba a la pareja. Ella, sorprendida de la inusual potencia del adolescente en ciernes, pronto se adaptó a su doble papel de madre amorosa y al mismo tiempo amante, siempre dispuesta a satisfacer los reclamos sexuales de Beto, quien por su parte trataba de amoldarse a su papel de hijo y amante de su madre al mismo tiempo.

Un fin de semana particularmente intenso –el sábado por la noche la mujer soportó con estoicismo al menos cuatro ataques, y el domingo, otros tantos— ya entrada la tarde y mientras Teresa resentía en su región pélvica la insistente picazón producida por el intenso e intermitente trajinar sexual, se dijo que algo tenía que hacer para contener los ímpetus amorosos de su hijo, quien no desaprovechaba la oportunidad para metérsele entre las piernas, se armó de valor y lo enfrentó:

-- "Oye Beto, tenemos que hablar…".

-- "Si, dime mami...".

-- "Mira Betito, ya te he demostrado, con creces, que estoy dispuesta a satisfacer todos tus caprichos, pero en cuanto al sexo, que sabes que siempre que quieras me tendrás, tenemos que poner... cierto orden, por decirlo de algún modo, no podemos seguir teniendo relaciones con la frecuencia que tú quieres, a mi me provocas ciertas molestias, más si tomas en cuenta que hace tiempo que no me acuesto con nadie; en cuanto a ti, por joven e impetuoso que seas, al paso que vas puedes ver afectada tu salud, tus energías las verás disminuidas, lo sé porque ya viví con un hombre, tú padre, además de que tener mucho sexo puede crear en ti una obsesión por eso y afectar tu vida, bueno digamos en algunas cosas, como el colegio, ¿entiendes?".

-- "Pues más o menos mamita, dime, ¿ya no quieres seguir haciéndolo?, ¿es eso?".

-- "No mi amor, claro que quiero, sólo que desearía que fuera menos frecuente, para que no descuides tu salud y sigas siendo un chico estudioso, destacado en tus calificaciones, no quiero que por pensar en sexo todo el día acabes reprobando, es sólo eso corazón mío".

-- "¿Y cómo haríamos mamy?".

-- "No se, se me ocurre que cuando lo hagamos, no seas tan insistente y te conformes con eyacular una vez, o algo así, podríamos hacerlo entre semana no todos los días, o reservarlo para el fin de semana, ¿qué dices hijito?".

-- "Pero es que me dan muchas ganas..., no voy a poder estar tantos días sin eso mamita...".

-- "Tal vez sea un poco difícil al principio, pero debes procurar poner de tu parte, también se me ocurren algunas cosas que todavía no sabes y que te quiero enseñar, pero serán como sorpresas papi lindo, ¿quieres?, bueno. ¡Ah!, otra cosa, creo que si ya compartimos todo entre nosotros lo mejor será que cuando estemos solos me llames de otra forma y no mamá o mamy, ¿quieres?".

-- "Bueno ma..., digo te llamaré Tere o Teresa o Teresita, ¿así?, y tu me llamas Beto, ahora quiero que me digas eso que me vas a enseñar".

-- "Ah!, bueno, espera, será una sorpresa, primero quiero que prepares tus cosas del colegio y luego arreglas tu cuarto y cuando hayas terminado me avisas, mientras trataré de dormir la siesta, ¡me dejas agotada!", dijo Teresa pensando que como toda mujer se daría sus mañas para educar sexualmente a su nuevo amante, diciendo "si ya lo hice una vez con su padre, ahora le tocará a mi hijo, que aprenda que hay que ganarse la camita y la cogidita".

Un rato después Alberto entró al cuarto de su madre ya dispuesto a hacer valer sus dotes de "hombre de la casa", Teresa intuyó sus evidentes intenciones cuando se fijó en la protuberancia que lucía su hijo en el pantalón, trató de no hacer caso esperando que fuera él quien tomara la iniciativa y así fue:

-- "Ya ma... digo Tere, terminé con mis tareas de la escuela, me dijiste que me tenías una sorpresa...

Ella, desde la silla donde estaba sentada, volteó a verla con mirada pícara: "Ven Betito, acércate, bien, mira el sexo se practica de varias formas, algunas ya las sabes, lo haz hecho ya conmigo, digo, hacerlo por adelante y por atrasito, por la colita, ¿verdad?, bueno pues, pero también hay otras maneras, por ejemplo con la boquita, ¿entiendes?, ¿no?... mira ven, escucha, hay ocasiones, sobre todo entre parejas que todavía no se casan, en que se practica ese tipo de relaciones, el chico le besa la cosita a la novia y ella besa su pene; es frecuente, aunque a algunas chicas no parezca gustarles, lo cierto es que muchas de ellas de esa forma complacen a su pareja mientras llegan al matrimonio, y ya cuando forman una pareja el sexo oral es una práctica común o casi, pues hay mujeres que nunca terminan por aceptar esa forma de tener sexo, no se si me entiendas Beto...

-- "Casi, más o menos, ella besa el pene de su pareja o al revés, ¿es así?, dime ¿tú lo haz hecho?..., ¿me enseñas?...

-- "Si Betito, alguna vez lo hice con tu papá, al principio del matrimonio, luego ya casi no, pero él me enseñó y le gustaba mucho, y si tú quieres podemos hacer la prueba...

-- "Me gustaría mucho Tere, pero..., ¿sabes?, ¿puedo preguntar?...

-- "Claro Betito, a ver dime ¿qué quieres saber?

-- "Tengo curiosidad, a ver dime, mi papá te lo hacía o tú a él...

-- "Bueno..., a veces yo, a veces él, otras los dos al mismo tiempo, es rico creo que te gustará", dijo la mujer y sin dejar que su hijo siguiera preguntando lo acercó a ella, cuando lo tuvo de frente procedió a desabrocharle el pantalón y al bajarlo parcialmente por sus casi infantiles muslos la verga erecta saltó casi frente a su cara. Ella sonriente sin dejar de ver a su hijo tomó con la diestra la dura pinga; la acarició con suavidad, sobre todo en el glande, donde presionando hizo que el prepucio dejara pelona la cabeza del miembro, luego con lentitud abrió su boca y posó apenas sus labios, al momento la mujer percibió como el cuerpo de su hijo temblaba totalmente; abrió los labios y se fue comiendo lentamente el morado glande, cerró su boca sobre la cabeza del miembro y succionó apenas, levemente; Beto suspiró, Teresa fue más audaz: con su lengua acarició el glande, rodeando y lengüeteando la roja cabezota, para luego tragarse lentamente todo o casi todo el miembro; eso hizo apenas dos o tres veces pues de pronto el palo de Beto palpitó y el chiquillo gimió, momentos después Teresa recibía los chorros de semen en su garganta; el primer chorro la agarró desprevenida, pero lo tragó entero y siguió mamando hasta que incapaz de tragar todo el semen por las comisuras de sus labios empezó a escapar el blanquecino líquido; todavía la mujer dio de lengüetazos a la verga palpitante de su hijo, quien ya desfallecido suspiraba placenteramente.

Luego, mientras la mujer se limpiaba la cara con una toalla, le preguntó: "¿te gustó Betito?".

-- "Si ma…, digo Tere, me encantó, sentí riquísimo, eres maravillosa". Amorosa la madre besó a su hijo en la frente, lo cubrió con las sábanas y mientras salía del cuarto le dijo: "bueno, por hoy fue suficiente, ahora tienes que dormir", a lo que su hijo protestó:

-- "¿Ya te vas?, ¿no quieres seguir?, tengo más ganas, además yo también quiero besar tu cosita".

-- "Hoy no Beto, será otro día, recuerda lo que acordamos, debemos ser prudentes con nuestros goces, tal vez mañana sigamos practicando".

-- "¿Tú no tienes ganas?"; "si betito, siempre tendré ganas de ti papito, pero debemos contenernos, en eso quedamos ¿eh?, mañana veremos", con eso Teresa puso fin a los asedios de su hijo, al menos por ese día.

La tarde siguiente le tocó al chiquillo descubrir más a fondo las intimidades de su madre; Teresa tuvo que ceder, o la verdad también tenía ganas de una mamada, así que en el sillón de la sala dejó que su hijo se arrodillara entre sus piernas abiertas y apresurado le quitara los calzones, la mujer miraba fascinada como su hijo se había quedado quieto al ver su pucha peluda; lo miró fijar la vista en la raja cubierta apenas por los largos vellos castaños, luego ella misma al abrir más las piernas con ambas manos separó la pepa para hacer más ostensible la lujuriosa visión que en esos momentos disfrutaba el chiquillo.

En ese momento sintió Teresa que el insano deseo se apoderaba de ella y siguió con mirada atenta cuando Beto fue acercando su rostro a su entre pierna y alzó las piernas posando los talones en la orilla del sillón y hasta entonces sintió primero los delgados dedos de las manos de su hijo recorrer temblorosos por las carnosidades externas de la pucha, luego el aliento entre cortado que pegaba en su raja interior y por fin la boca palpitante y ansiosa al posarse en el centro de la pepa abierta en algo que parecía un beso; ella brincó el sentir la deseada caricia y suspiró de placer anticipado, pero era obvio que el hijo no sabía mamar, es más, que nunca antes había visto así de cerca la panocha de ninguna mujer, por ello conteniendo los suspiros se animó a intervenir: "dale besitos, bésame despacito, con cariño, así, otra vez, con suavidad, así, ahora recorre con tu boca la rajita, despacito; ahora chupa un poquito, más, arriba también, sigue, así, más, chupa más, ahí, en la puntita, ¿sientes ahí?, es algo durito, rico, me da mucho placer, a todas las mujeres les gusta mucho ahí, besa más, lame, despacito, sigue, sí, sigue, mmmmm, más, ahí, más, chupa, más, chupa, más, lame, chupa, lame, chupa, más, aaaaahhhh" y entonces la mujer no pudo contener el orgasmo que la tomó por sorpresa e hizo que brincara sobre el sofá haciendo que su hijo fracasara en su intento por seguir mamándole la pucha.

A ese primer intento siguieron otros, como luego ellos mismos me contaron, o cuando Teresa tuvo que abrirse a mis interrogatorios, pero fue evidente que mi amigo Alberto no necesitó de muchas clases de sexo oral, pues tenía una excelente profesora, además de que, como voy a contar, lo descubrí por mi mismo, es el momento en que yo entro en la historia.

Sucedió una tarde en que mi amigo faltó a clases, no recuerdo si ya se aproximaban las vacaciones o ese día iniciaban, y por tanto Alberto faltó a la escuela. Esa situación me extrañó puesto que él era de los chicos que nunca faltaba aún estando enfermo y como su casa estaba a pocas cuadras de la mía, decidí averiguar la causa de su ausencia y de paso invitarlo a los video juegos en la farmacia de la esquina. Total que llegué a su hogar y estuve tocando, varias veces, pero nadie salió; extrañado entré al patio y rodee la casa para tocar por la puerta de la cocina y cuando estaba por tocar la puerta escuché unos ruidos, algo extraño, como quejidos apagados.

Fue la curiosidad lo que me hizo acercarme a la ventana, por entre la cortina floreada pude contemplar aquella escena: Teresa acostada de espaldas sobre la mesa de la cocina, la falda levantada descubriendo sus hermosos muslos ligeramente flexionados, la mano atenazada al mantel y el rostro contrito, como sufriendo un gran dolor; entre las piernas de la madura la cara de mi amigo pegada a esa intimidad secreta. Mi sorpresa no tuvo límites, no encontraba palabras para explicarme lo que estaba sucediendo ahí dentro, el cuerpo agitado de la mujer, los apagados quejidos y el enorme placer que iluminaba su rostro me confirmaban que estaba gozando enormidades; de mi amigo no veía nada, más que su cabeza que se movía sobre la entrepierna materna, con suavidad, con ritmo, con ansia, luego ocurrió aquello: los cerrados ojos de Teresa se abrieron, giró el rostro a un lado y… ¡me descubrió!, el semblante de su rostro cambio de mueca placentera a horror o espanto, en ese momento salí huyendo, lleno de confusión y, por qué negarlo, sumamente excitado.

Sobra decir que en los siguientes días evadí cualquier contacto con Beto, más aún ni siquiera me acercaba a su casa, hasta que cierta tarde que caminaba sin rumbo de lejos vi a Teresa, ella también me descubrió y a señas me obligó a acercarme:

-- "A ver niñito… ¿qué diablos estabas espiando ese día desde la ventana de la cocina?, quiero saber, ¿qué estabas haciendo ahí y por qué lo hacías?, ¡no sabes la falta de respeto que es espiar las casas ajenas!, ¡quiero que me digas, inmediatamente!", dijo la mujer casi a gritos.

Asustado y paralizado no hice más que agachar la cabeza y mirar la banqueta de la calle. Ella insistiendo casi a gritos, yo sin saber que decir, hasta que balbucee:

--"Es que… fui a buscar a Beto… ese día faltó a clases, él es mi amigo y quería… quería saber por qué no había ido a la escuela, tal vez estaba enfermo, eso es todo, lo juro señora".

-- "¿Y por qué espiabas?, ¿qué fuiste a hacer atrás por la cocina?, ¿qué tenías que buscar?, ¡anda dime, contesta!", las preguntas como gritos de Teresa.

-- "Es que… toqué la puerta y nadie contestó… por eso dí la vuelta a la casa a ver si encontraba a Beto y…", musite con vergüenza.

-- "¡Calla, calla maldito chamaco metiche!, ¡no tenías que andar espiando!, ¡lo que hiciste fue algo indebido, prohibido!, y a ver dime… ¿qué viste?, ¿qué estuviste mirando, he chamaco cochino?, ¡contesta!".

Guardé silencio algunos momentos y apenas dije un falso: "nada, no ví nada, lo juro".

-- "¿Cómo que nada?, si estuviste no se cuanto tiempo fisgando por la ventana, no te creo… sólo espero que… por tu bien… ¡óyelo bien!, por tu bien… no digas nada a nadie de lo que viste ese día, ¿entiendes?, ¡contesta!".

Apenas asentí con la cabeza gacha y a pausas reinicié mi camino, dejando a Teresa quieta, de una pieza, en medio de la banqueta, sentí su mirada furiosa sobre mí. Pero sólo avancé unos pasos, su voz demandante me detuvo:

-- "¡Ven aquí inmediatamente!".

Llegué junto a ella que me miraba con furia: "tal vez nunca entiendas lo que hacíamos Beto y yo en la cocina ese día, nunca comprenderías, pero por mi hijo soy capaz de todo, ¡entiendes!, lo daría todo por él, todo, absolutamente todo, y por Beto me voy a asegurar de que tú no divulgues nuestro secreto, ¡ya verás!", y tomando mi brazo me jaló hacia la casa, iba tembloroso, sumamente espantado, sin saber que haría de mi esa mujer enojada, sin imaginar jamás que ese día se abriría para mi el paraíso.

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