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Recuerdos del barrio. Segunda Entrega

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Recuerdos del barrio

Segunda entrega

VII

La mamada de Mita. Ha pasado una semana o poco más, pero ya no puedo contenerme y busco a Mita, la espero a que llegue cerca del portón de su edificio, cuando aparece me ve de reojo y me reclama: "¿por qué no haz venido?, ¿ya no somos novios o… amigos?, jo, jo, jo, mira… entra pero por donde me dijiste del agujero bajo la escalera… te espero arriba" y se mete sonriendo; ansioso voy al basural de la construcción derrumbada y me afano en quitar piedras y láminas viejas, hago espacio y entro, ya estoy bajo las escaleras del viejo edificio y subo procurando no hacer ruido, ella me espera junto a la puerta: "entra bebé, que no te vea nadie, van a pensar que te voy a violar, jo, jo, jo", llegamos a lo que debe ser la sala: un cuarto casi vacío, un enorme sofá viejo y desgastado, una pequeña tele blanco y negro sobre una mesita de madera, frente al sillón, en la pared, el espejo grande, viejo también y… nada más, la estancia además de verse vacía parece triste, eso pienso mientras me toma de la mano "ven, acompáñame, voy a cambiarme de ropa".

Llegamos a la recámara, también casi vacía: una cama grande y metálica –cabecera y piecera de modelo antiguo con bolas bronceadas en las puntas-- encima una colcha con dibujos desgastados, al costado una silla de madera, pintada de algo que algún día fue color marfil; pegado a una pared un ropero grande, añoso, sin puertas, puedo ver colgada la ropa de la mujer, algunos vestidos y pantalones, faldas; a un lado la puerta del baño, a donde se mete Mita llevando algo de ropa en las manos y desde adentro oigo su voz: "dime, ¿qué haz hecho?, sigues trabajando en la mueblería de ese viejo, ¿y la escuela?, ¿y tu novia la gordita?".

Repaso con la mirada las solitarias paredes que necesitan urgentemente una mano de pintura, y le contesto que todo va bien, más o menos, que Ludy… no se… pero que creo que no somos novios, que no la veo seguido: "pero cuando lo ves… ¿la besas?, ¿se tocan?, ¿lo haz hecho con ella?, ¿dónde?, ¿usas protección?, ¿verdad?, no la vayas a embarazar… jo, jo, jo"; le contestó, sintiendo una ligera palpitación en el pito, que nos acariciamos a veces, que a veces jugamos a hacer el amor, pero que no se deja penetrar, que eyaculo entre sus piernas, que a veces así disfrutamos los dos y que le he pedido hacerlo bien, pero ella no acepta y que además no tengo dinero para llevarla a un hotel.

Se asoma por la puerta del baño ya con otra ropa y me dice: "¿sabes?, así me pasaba de joven, tuve un novio al que quería mucho, era muy ardiente, insistía en hacer el amor, pero siempre me negué y no porque fuera virgen, yo quería casarme con él, llegar de su brazo hasta el altar, como lo desean todas las chicas… creo que así pasa siempre, no se… pero cuando no queremos tener sexo con el novio se debe a dos razones: el chico no nos gusta lo suficiente y no lo amamos; o bien estamos enamoradas y queremos que la relación termine en boda".

Vuelve a desaparecer en ese cuarto y "… sin embargo, la mayoría de las veces terminamos aceptando, y aunque estemos convencidas de que no nos casaremos con él, le damos lo que tanto desea, porque… a final de cuentas también deseamos eso, hacer el amor, hacer realidad nuestros sueños, tener sexo, aunque al poco tiempo la relación termine".

Sin dejar de hablar salió del baño ya vestida, con un pequeño corpiño de algodón que le llegaba a medio torso y aprisionaba sus pequeñas tetas, abajo un pantalón tipo pescador color gris que le ajusta el cuerpo y que dejaba al descubierto sus pantorrillas perfectas --era curioso, pero arriba el corpiño ajustado le remarcaba el busto y las aureolas de sus chiches se traslucían, y abajo, lo ajustado del pantalón hacía, que por el frente, la pepa se le remarcara formando una misteriosa comba en el sexo, y por atrás la prenda parecía remarcar sus nalgas esculturales.

Descalza caminó despacio hasta la ventana, dándome la espalda y mirando hacia fuera siguió hablando: "…entonces seguimos buscando, con la esperanza de que el novio siguiente sea el que se convierta en nuestro marido, claro que conforme pasa el tiempo nuestra búsqueda se hace más desesperada y nos hacemos mañosas, manipuladoras, mentirosas, desarrollamos nuestra capacidad para parecer inocentes, cariñosas, candorosas, comprensivas, o bien lujuriosas, cachondas o cínicas, dependiendo de la persona y la situación; en muchas ocasiones todo falla y nos hacemos viejas, nos quedamos solas, llenas de recuerdos y fantasmas, añorando lo que alguna vez llegamos a tener… lo perdido, y tratando de repasar nuestras fallas y cómo hubiéramos hecho para corregirlas, pero ya es demasiado tarde…".

--"Pero también… a veces pienso que las mujeres somos tan inocentes o lujuriosas, tan recatadas o putas como los hombres quieren, ustedes nos moldean a su antojo, así nos hacen y luego pasa que nos reprochan lo putas o recatadas, lo inocentes o calientes que somos, no se… creo que así es la vida", y silenciosa se quedó junto a la ventana mirando el cotidiano espectáculo de la avenida llena de automóviles y camiones.

Lo siguiente que recuerdo es que ella estaba acostada en su cama, de lado hacía mí, sosteniendo la cabeza con su mano derecha, atenta, escuchando en silencio algo que yo, sentado en la silla, le contaba –cosas de mi infancia y de mi incipiente adolescencia--; en cierto momento platicaba que hacía dos o tres años tuve apendicitis y tuvieron que operarme de emergencia, Mita puso mayor atención y fijó silenciosa sus ojos en mi, luego preguntó: "¿te dolió mucho?, ¿sí?, ¿te quedó cicatriz?, ¿dónde?"; me levanté de la silla sin dejar de verla o mirando las marcas de sus pezones sobre el corpiño blanco, desabroché el pantalón y lo bajé un poco, junto con mi trusa blanca y le mostré la pequeña cicatriz arriba de los vellos de mi sexo.

Ella entonces corrigió su posición, se recorrió sobre la cama hasta quedar acostada recargando la espalda sobre las almohadas, sin dejar de mirarme, ahora a los ojos, luego abajo donde los pelos del pubis asomaban encima del calzón, parecía que deseaba ver algo más, se quedó expectante, sin moverse; me atreví a dar dos pasos, hasta la cama, junto a ella que siguió mirando, parece que percibí un ligero temblor en su cuerpo, y frente a ella bajé más el pantalón y mi calzón de algodón, me descubrí el sexo, la verga brincó erecta, muy erecta, el glande mojado asomando apenas por el prepucio, mi palo parecía palpitar de placer anticipado; afuera sonaban las bocinas de los autos y la sirena de una patrulla, sus ojos fijos sobre la pinga expuesta sin recato.

Seguí así por instantes esperando su voz, pero nada ocurrió, hasta que con un movimiento lento Mita estiró la mano izquierda, como dudando, temerosa; creo que la mano tembló cuando sus dedos, tres de ellos, tocaron apenas el duro tronco, y recorrían de abajo a arriba la verga, la miré excitado y atento, y en un momento las miradas de cruzaron y ella se sonrojó y volvió a mirar abajo, donde sus dedos jugaban con la piel del prepucio, oprimiendo delicadamente la punta para que una babita de jugo mojara sus dedos; su mano rodeó el tronco endurecido y gordo y sin dejar de presionar peló por completo el glande que lucía amoratado y viscoso.

Mita detuvo su caricia y miró atenta la verga, parecía estudiar mi garrote con ojos científicos, por instantes que se hicieron eternos, hasta que su mano rodeando toda la verga reinició el suave movimiento, de arriba abajo, sin dejar de ver, una y otra vez peló la verga acariciando todo el tronco, desde la punta hasta la base, donde su mano chocó entre los vellos largos y negros, y regresó a la punta que se volvió a cubrir de esa delicada carne, y de nuevo peló la cabeza, sus dedos cubrían la mojada cabeza y se empapaban de esa cosa viscosa, se detuvo, alzó la mirada que parecía preguntarme "¿te gusta?".

Su mano que agarra mi verga me jala y tuve que dar un paso, la verga queda a centímetros de su rostro y sentí en el miembro su calido aliento, sus labios se abrieron un poco y sus ojos se cerraron, acercó su cara y su boca formando un anillo brevemente besó la punta de la verga, al separarse un hilito de baba quedó entre el glande y su boca, volvió a besar de nuevo y abrió ligeramente sus labios para comerse el glande y ahí se quedó, quieta, suspirando y sin soltar la cabeza de entre sus labios, la mano abandonó el tronco, miró anhelante hacia arriba para ver mis ojos, sus manos rodearon mi cintura y apretaron mis nalgas y me jalaron hacia ella con lentitud, mi verga entonces la penetró, me come con lentitud el tronco que desaparece, pero no todo, sólo la mitad; su boca succiona cuando la verga sale poco a poco, volvió a mirarme, sus ojos parecen suplicantes, su cara se llena de lujuria y su boca volvió a tragarse casi todo el pito y succiona, mama jalando hacia dentro el pitote, vuelve a sacarlo con lentitud y cuando los labios aprisionan el glande su lengua juega traviesa con los contornos de la cabeza, titilan debajo de la verga, recorre el contorno de la cabezota y vuelve a mirarme, descarada, con la ansiedad pintada en la cara, sigue lamiendo el glande.

Luego va más abajo con la lengua filosa, recorre el tronco abajo, lame y se detiene de nuevo en el glande y titila sin dejar de ver mis reacciones, un temblor delicioso recorre mi cuerpo, desde los pies hasta los cabellos, no puedo evitar tomar su cabeza con mis manos, mis dedos se meten entre su cabello castaño, que siento suave, sedoso, y ella entonces se vuelve a tragar la verga, su respiración caliente me pega en la pinga al tragar; intenta comerse todo el tronco, su boca se deforma y la verga parece penetrarla toda y cuando los vellos tocan su nariz, regurgita, un "aaarrrggg" de vómito la hace sacarse parcialmente el pito, pero no lo suelta, vuelve a mamar y a tragarse el miembro con ansia.

Y sigue mamando, lamiendo, mamando, una y otra vez, muchos eternos segundos después, cuando la pinga está a la mitad siento la palpitación en el pito, me agarro a su pelo sedoso y ella aprieta sus manos en mis nalgas y le suelto el semen; las palpitaciones son intermitentes, un placer indescriptible se posesiona de mí, los mocos le llenan la boca de semen pero no nos soltamos, mis manos atenazadas en su cabello, ella que aprisiona mi cuerpo y sigo eyaculando, un sonido gutural interrumpe el silencio, "huuuummmm" y entonces traga el semen y sigue succionando los mocos que salen a pausas, yo suspiro embargado de placer, la fuerza de sus brazos disminuye y puedo sacar y meter, sacar y meter el pito que palpita en su boca abierta, y al hacerlo una bocanada de mocos escapa y cae, saltando sobre el blanco corpiño y le embarra la barbilla, ella se apura a comerse de nuevo mi pito para seguir mamando, nuestros ojos se cruzan, los de ella con una intensa ternura, los míos llenos de agradecimiento, creo, y cuando la pinga deja de contraerse nos quedamos quietos unos momentos para luego separarnos, Mita atrapa con sus dedos los restos de mocos y los esparce en su boca y en las mejillas con ojos lujuriosos; momentos después se levanta, hago a un lado mi cuerpo para que ella baje de la cama, la mancha de mocos sobre su pecho y su blanco corpiño es algo grosero, ostensible; con pasitos apurados va al baño y yo me quedo junto a la ventana mirando, entre la cortina raída, los autos detenidos por el rojo del semáforo, la verga todavía parada fuera del pantalón.

Y así estoy, tratando de comprender lo que acaba de ocurrir: la primera mamada con Mita, "fue algo glorioso", pienso, creo que sigo temblando de la emoción, ella llega silenciosa por detrás y dice a mi oído: "¿ahora si me enseñarás la cicatriz?".

VIII

Como aclaración. No recuerdo bien cuando empecé a escribir todo esto. Y no fue fácil. Al principio fueron algunas ideas o recuerdos al azar, sobre Mita, sobre el barrio, acerca de la gente y así. Luego les fui dando alguna forma en la computadora, a ratos, cuando me sentía nostálgico, unas veces por la tarde o en la madrugada cuando no podía dormir, pero no lograba poner las ideas correctas en el escrito y sólo perdía el tiempo. Así estoy, tratando de poner orden sobre cosas que se me ocurren, o que recuerdo, pero nada queda en claro.

Estoy escuchando una vieja cinta de los Beatles, una canción: "Mientras llora mi guitarra", de Harrison, de pronto la cinta se detiene y sólo salen ruidos por las bocinas del destartalado estéreo, de nuevo la cinta se ha enrollado o roto. Regreso a la computadora y recuerdo que últimamente escribo en la vieja compu con mi libreta a un lado, van dos o tres líneas y voy al cuaderno, y es que hace tiempo me di cuenta que cuando voy en el camión, en el metro, o en la escuela en los intervalos entre clases vienen a la mente cosas, a veces nítidas, intensas, y procuraba recordarlas después y… nada, la idea, el recuerdo, la imagen se habían ido quien sabe dónde o quedaban retazos insulsos.

Así fue que me compré en el tianguis mi libreta, e iba con ella a todas partes –escribiendo con lápiz y con garabatos casi ilegibles, por si alguien por curiosidad, revisaba mi libreta--, de esa forma lograba rescatar las ideas o recuerdos o imágenes que brincaban en el momento más inesperado; y así estoy ahora y recuerdo: como se hizo costumbre que mi hermana me mandara a la azotea a echar a lavar la ropa me llevaba mi libreta, y mientras la maquina lavaba, con su ronroneo, yo escribía apoyado en el lavadero, eran siete minutos de lavado que ocupaba para escribir o para buscar ideas mirando hacia el edificio de Mita; luego tenía que sacar la ropa, desaguar la lavadora, poner la ropa y echar agua para que la máquina enjuagara, pues la nuestra no es de esas que lavan, enjuagan, exprimen, sacan y hasta planchan, juar, juar (creo que es chiste), y de nuevo siete u ocho minutos para escribir, y así. Y aquí me viene un recuerdo que he tratado de mantener alejado de las teclas, algo sobre lo cual prometí discreción pero ya está aquí y no puedo dejarlo pasar.

Recuerdo que en esas ocasiones, echando a lavar la ropa, a veces me "inspiraba pensando en Mita" o bien mirando los calzones de dona Ana, colgados del tendedero, e imaginaba cosas, pues las pantys de la miss eran bastante sugerentes, una en especial llamaba mi atención, era una pantaleta negra de encajes rojos bordados, pero tenía algo especial, en la zona del pubis tenía una coqueta abertura también con encajes –color rojo--, que, pienso, ya puesta dejaba libre acceso a la panocha, he imaginaba a la miss con esa coqueta tanga y la verga se me paraba.

Cierta ocasión en que estaba en la azotea atento a la lavadora y a mi cuaderno, vi a la miss, estaba lavando en un lavadero, pues ella no llegaba a lavadora, la miraba de reojo y seguía con lo mío, ella creo hacía lo mismo, nuestras miradas se cruzaron varias veces; un rato después volví a mirarla y ella también, dejó de tender su ropa y mantuvo la mirada que parecía indiferente pero con algo especial, así estuvimos quizá minutos y luego ella caminó hacía su baño, se metió pero dejó la puerta abierta, como una invitación, eso creí, pero tuve un inesperado ataque de nervios y no podía dar el primer paso hacia allá, hasta que ella asomó la cara por la puerta y volvió a mirarme, para confirmar que me esperaba; lo que siguió fue como un sueño realizado: la miss evadiendo la mirada y sin decir nada abrió la bragueta de mi pantalón y sentándose en la taza del baño --para mayor comodidad, creo--, tomó mi verga con su mano y la acarició, rodeando el tronco, con suavidad, hasta lograr mayor erección para después besar la punta y lamer el contorno del glande, luego puso sus labios en forma de anillo sobre el glande cubierto de la suave piel, presionó y a la vez que se iba comiendo mi pito, lo fue pelando con maestría, hasta dejar el glande pelón, y siguió comiéndose el pito, lamiendo, mamando, una y otra vez, suspirando de vez en cuando, yo sentía que en cualquier momento me iba a venir, en eso el ronroneo de la lavadora terminó, y doña Ana, atenta, se sacó el pito para decir: "ya terminó la lavadora, ve a ver"; "no, sigue", le pedí suplicante; "no, ya te dije, ve a ver, luego, mejor luego"; y sin más fui a continuar mis labores de "lavandero".

Al terminar la busqué pero ya no estaba en el baño, fui a su departamento y la puerta estaba abierta, entré y la hallé sentada en la cama, llegué hasta ella y me saqué la verga, al verla la miss volvió a posesionarse de ella, recreando lo que sería mi segunda mamada del día, me sentía en la gloria, pero no duró mucho, fue una mamada breve, pues Ana al ver que ya la tenía bien erecta se acostó sobre la cama y se abrió de piernas, mirando de lado con los ojos cerrados, haciendo a un lado su pantaleta azul de nylon me invitó a poseerla, la monté con premura y se lo metí, la miss tenía una pucha delicada, como acolchonada, húmeda, caliente; la abracé y quise besarla pero hizo a un lado su cara para evitarlo, y me seguí moviendo sobre ella que, a la vez que ronroneaba con gemidos apagados, movía hacia los lados su pelvis, y cuando sentí que me llegaba la leche y suspiré, la señora con maña bien estudiada se hizo hacia atrás y se sacó la verga, y la tomó rodeándola con la mano para pajearme mientras eyaculaba sobre su vieja pantaleta azul, al terminar la venida me acosté a su lado, ella me acariciaba el pelo como con cariño y luego dijo: "bueno, ya te di lo que deseabas con tanta insistencia, luego quiero que me hagas un favor ¿aceptas?, ¿sí?, bueno… luego te digo". Y salí del cuarto para ir a tender la ropa lavada. Claro, esto ocurrió antes de que saliera a relucir el misterioso embarazo de la miss Ana, del cual me confieso totalmente ajeno.

IX

Manualidades de Mita. Una tarde estamos en el parque, lejos del barrio, pero no tanto. Compré un cigarro en un puesto de revistas atrasadas, Mita observa atenta como fumo, luego miramos a los vagabundos tirados en el pasto, mugrosos y greñudos, despreocupados, unos duermen, otro bosteza y sin dejar de mirar la mujer relata: "Anoche subí a la azotea a tender mi ropa lavada, y pensé en ti, tenía ganas de verte; me asomé por la azotea mirando hacia donde a veces estás con tus amigos, pero no…; seguí mirando unos segundos y hacía abajo ví el baldío, estaba oscuro, aún así vi a una pareja, pensé que eras tú con tu novia, pero no…; se besaban ansiosos y se acariciaban, creo que estaban excitados, me sentí extraña mirando aquello y creo que me sentí nerviosa, como excitada; la pareja seguía con sus juegos amorosos, luego ella se recargó en la pared y abrió un poco las piernas, su novio se repegó a su cuerpo y se empezaron a mover, creo que hicieron el amor, cuando me fui al departamento iba muy excitada, ya en la cama me dieron ganas de tocarme, pero no lo hice…".

--"Casi nunca me toco, me controlo, dejo que el deseo se vaya, aún así a veces tengo sueños húmedos; recuerdo que cuando chica mi tía insistía mucho en que no me tocara allá abajo, decía que eso era algo sucio y pecaminoso, que tenía que respetar mi cuerpo… pese a ello a veces en el baño miraba mi cuerpo en el espejo, me bajaba la panty y miraba mi sexo velludito, me gustaba verme la pepita, tan bonita, tan inocente… con los labios juntos, gorditos; a veces abría la rajita y miraba atenta el interior, la carne rosada, los labios pequeños tan bonitos, plegados… pero lo que me gustaba más era mirar mi colita…, jo jo jo –ríe un poco— ¡hacía cada cosa!... me gustaba poner el espejo en el piso, recargado en la pared y me arrodillaba en el piso y miraba hacia atrás, repasaba con los ojos mis glúteos, los amasaba con las manos, los abría un poco para descubrir mi colita, ¡cómo me gustaba mirarme la cola!, me excitaba mucho ver eso, en ocasiones hacía ejercicios… si, mira, observaba en el espejo mi cola, tan rosadita, tan apretada y jugaba a contraer y distender la colita, cómo si fuera a defecar, pujaba y miraba el culito deformarse, hacia fuera, los pliegues parecían abrirse, luego contraía la cola, la apretaba y el hoyito se plegaba hacia adentro, los pliegues apretados de nuevo".

Mita guarda silencio y me mira de lado, como para ver mis reacciones, me descubro tan embebido en su plática que creo que tengo la boca abierta, la veo sonrojarse un poco y mirando al suelo añade: "ay bebé, vas a pensar que soy una mujer muy… loca, ¿sigo?, bueno… otras ocasiones era más atrevida… no me bastaba mirarme la cola, sino tocarla, con un dedo… ponía un dedito ahí y sentía las rugosidades de los pliegues, la carne tan cerrada, sentía un placer tan enorme tocándome la cola… me excitaba tanto que dejaba el dedito ahí, sobre el agujerito apretado, presionando un poco, y con la otra mano me tocaba la cosita, me masturbaba haciendo círculos en mi clítoris, el orgasmos era algo… maravilloso, muy intenso… sentía como mi culito se contraía en espasmos deliciosos al venirme, al terminar quedaba acostada boca abajo en el suelo del baño, adolorida por el esfuerzo, mis piernas acalambradas, muy mojada de la puchis y todo el cuarto oliendo muy… intenso… a eso…".

Ella suspende su relato y se pone de pie, caminamos hasta el puesto de revistas que está por cerrar, compra una botella de agua, paga con algunas monedas, me ofrece algo pero apenado digo que no gracias. Regresamos a la banca y sigue: "claro que esas sesiones masturbatorias eran espaciadas, mi tía me vigilaba mucho y me daba vergüenza pensar que ella descubriera que yo me tocaba la puchis … aunque la verdad es que ella… se lo hacía seguido… resulta que ella era muy… ardiente y mi tío no tanto, y empecé a mirarlos de manera diferente… creo que es normal… cuando uno entra a la adolescencia empiezan esos pensamientos… incorrectos, ideas sobre el sexo…, pensaba ¿cómo harán el sexo?".

--"Así empecé a espiarlos, descubrí que la tía era más activa, y el tranquilo era mi tío; lo que si le gustaba a él era el sexo oral, cierta noche miré por el ojo de la cerradura y me sorprendí al ver a mi santa tía haciendo sexo oral con su marido; lo gozaban mucho, sobre todo porque el señor tenía una pinga muuuy grande… y ella se metía toda esa cosa enorme en la boca… luego, a veces, la tía lo montaba y así tenían sexo por un buen rato… otras veces era diferente, el tío se quedaba dormido y ella tenía que masturbarse acostada en la cama, despatarrada, con la mano derecha se frotaba el coño con muchas ganas, su cuerpo se arqueaba y tenía un orgasmo, luego otro y otro… se venía varias veces de esa forma, sin embargo conmigo era estricta: antes de dormir me preguntaba si me había tocado la cosita, yo lo negaba siempre y repetía que por ningún motivo debería poner mi mano en la puchita, hacíamos juntas las oraciones y me arropaba, ella se iba a succionarle el miembro a su marido y yo tenía que acariciarme el clítoris…jo, jo, jo", la risa de Mita apenada.

Ha oscurecido sin darnos cuenta y caminamos rumbo al barrio, me mira de reojo y atento espero que siga contando: "en ocasiones estoy en la casa, recostada en el sofá mirando las novelas de la tele, subo la vista hasta el espejo y me veo ahí, me miro mirándome… e imagino cosas… sin dejar de verme repaso mi mano sobre el cuerpo, sobre mis pechos, bajo a la pancita plana, mi mano sigue bajando hasta mi entre pierna y noto la comba de mi sexo… e imagino que alguien --frente a mi o tras el gran espejo-- me ve tocándome, alguien que me espía mientras me toco el sexo por encima del pantalón y siento que un rico calorcito invade mi cuerpo y cuando mis dedos repasan los contornos de mi puchis… me espantó, como si hubiera sido sorprendida haciendo algo indebido y suspendo mis exploraciones… trato de pensar en otras cosas… ¿sabes bebé?, pensarás que estoy loca, pero… quisiera que un día jugáramos así, que me vieras mientras me veo la cola en el espejo… o que me espíes haciéndome una pajita…".

--"¿Cuándo?", pregunto apresurado.

Mita sigue caminando y me responde: "no se bebito… creo que hago mal diciendo estás cosas… a veces pienso que estoy abusando de ti… ya hemos hecho cosas indebidas… y me entra el remordimiento, pero cuando pasan los días y no te veo siento que me haces falta… no se… yo te digo si me decido ¿sí bebito?". Un rato después la dejo cerca del viejo edificio y rodeo para llegar hasta donde están los vagos.

X

Doña Esther I. Camino de prisa por la calle oscura maldiciendo a Venancio, el mueblero: "maldito viejo, cada vez me deja salir más tarde, abusa el desgraciado porque sabe que necesito el dinero, viejo jijo", y sin querer me cruzo con Ruperto, Chuperto pa´los cuates; me detiene: "quiubo buey, ¿onde vas?, vente", le pregunto que a dónde; "voy a llevar un encargo con doña Esther, no nos tardamos nada, luego te invito los tacos, ¿sale?", y caminamos juntos, de reojo veo que lleva un paquete, algo como una caja dentro de una bolsa de plástico, bajo el brazo; pregunto "¿qué llevas ahí?"; "o güey, no seas pinche preguntón, es un encargo pa´ la señora esa", y no dice más; minutos después llegamos frente a la casa de doña Teté y me sigo preguntando qué encargo será el que lleva Ruperto; toca el timbre pero no sale nadie, insiste, pero nada, dice "creo que no está, pero hay que esperarla, tengo que pagar el encargo hoy mismo" y me mira resignado pero sin aclarar nada más, cruzamos la calle; y ahí estamos, recargados en un poste, silenciosos, en la penumbra de la calle.

Minutos después vemos que un carro se detiene frente a la casa de la doña, nos extrañamos pues no es el auto de la señora, es un Jetta rojo y lo conduce un hombre joven, Teté va de acompañante; apuro a Chuperto para que entregue la caja y nos vayamos, pero "no, pérate tantito, que se vaya el buey ese…", argumenta y me deja más extrañado que antes; dentro del auto la pareja parece platicar. Ya cuando intento insistir para irnos Chuperto me sorprende: "¿ya viste quién el chavo ese?, es el Burro, Javier el Burro" y volteamos ambos a mirar al carro, que pese a los años de uso está en buenas condiciones, entonces algo ocurre dentro del auto: la señora Esther gira un poco su cuerpo en el asiento y despacio se va inclinando hacia Javier, más bien hacia abajo, donde está el volante del coche y debe estar la entre pierna del Burro; Ruperto y yo nos miramos como para confirmar lo que va a ocurrir: la doña le hará una mamada al chavo, y el suave vaivén de la cabeza de la doña que sube y baja lo confirma, el Burro recarga la cabeza en el respaldo y disfruta, al menos es lo que creemos; la señora se apura en su mamada, por los movimientos que hace y por las contorciones de Javier sobre el asiento, hasta que de pronto ambos se quedan quietos, Ruperto y yo nomás mirando, momentos después aparece doña Esther, más bien su cara, que limpia con algo como papel higiénico, intercambian palabras y la puerta se abre, baja la señora acomodándose la falda y se despiden.

Esperamos a que ella entre en su casa y vamos a tocar el timbre, segundos después sale la doña y el Ruperto, ceremonioso: "buenas noches doña Teté, vengo a entregarle su encargo, son mil 500, ya le había dicho" y le ofrece el paquete; la mujer nos ve con recelo, mira la caja y alza los ojos para corregir "dijimos mil 200, ¿o no?"; Chuperto: "no, seño, quedamos en mil 500 y sin problemas ¿o no?"; Esther nos vuelve a mirar y pregunta "¿y éste qué?, ¿ahora necesitas guardaespaldas o qué?" y toma "el encargo" como revisando el empaque; "es el Beto, mi amigo, de aquí del barrio, y de confianza, se lo aseguro", corrige Chuperto; "tiene cara de enojado o de ´mátalas callando´, bueno pasen, pero no toquen nada, voy al baño y luego a buscar tu dinero" y seguimos a la señora por el pasillo lleno de plantas y flores. Nos quedamos junto a la puerta de la sala, por aquello de "no toquen nada", no tarda mucho, le entrega a Ruperto un rollo de billetes que él se apura a contar y cuando nos vamos, Teté añade: "¿la caja viene cerrada, verdad?, no quiero cosas usadas, ¿eh?... ¿entonces vienes mañana?, pero traes a tu amigo el callado, ¿o no?"; mi amigo me mira como preguntándome, y yo sin entender, Ruper se apura a confirmar: "este…perdone doña pero yo nunca le he traído cosas usadas, ¿o sí?... y este... si, venimos mañana a esta hora ¿cómo ve?"; "bueno, pero traen ´gorritos´…, aquí a las nueve okey?", dice con ojos prometedores mientras veo de reojo la caja que la señora tiene en las manos y las fotos coloridas de la portada me desconciertan, es algo que alguna vez ví en una revista porno: un consolador, dildo o vibrador, entre coloridos textos en inglés.

Y así acompaño a Ruperto por la calle pensando: ¿un dildo?, ¿para doña Teté? y… Ruperto ¿los vende?, y… ¿venir mañana… a qué?, y mi amigo parece adivinar mis pensamientos: "¿a poco no sabías de las aficiones de doña Esther?... es una vieja tranquila que no le hace mal a nadie, vive sola y es amable con la gente del vecindario, sólo que pos… tiene que aplacar a los demonios que trae dentro", y casi sin darnos cuenta llegamos a la casa de la señora Paula, vendedora de ropa para mujeres obesas en el tianguis –por cierto mal hablada y con un genio de los mil diablos, y a quien varios califican como lesbiana--, nos detenemos y Chuperto toca el timbre, momentos después sale Paula, nos mira y mi amigo le entrega mil cien pesos: "aquí tiene doña… como quedamos"; la señora cuenta el dinero y vuelve a mirarnos con algo de desconfianza y "¿qué te dijo Teté?, ¿le gustó?"; "pues… no se, de los otros no hubo queja, no se…" y nos vamos, ahora si, a comer tacos, según el Ruper, y mientras esperamos a que el Cuñao nos sirva sendas órdenes de tacos de cabeza de res –en un puesto callejero--, mi amigo agrega: "doña Pau además de vender ropa para gordas, vende otras cosas, muchas viejas lo saben pero no se atreven a ir ellas mismas a comprar juguetes sexuales o películas, así que… yo de esa forma me gano unos varos ¿cómo ves?", no se qué contestar.

XI

Doña Esther II. La tarde siguiente estoy en mi cuarto poniendo cierto orden, pues últimamente mi hermana se ha negado a limpiar mi recámara, dice que es mi responsabilidad y le doy la razón; en eso escucho voces extrañas, aguzo el oído y confirmo quien ha llegado, es Victoria, Vicky, amiga de mi hermana desde hace años, las dos se ponen a platicar mientras mi hermana le pone botones a una de mis camisas, dejo que hablen de sus cosas y sigo con lo mío. En eso escucho sin querer un trozo de conversación:

--"¡Ay mana!, no se cómo le haces, pero yo no puedo estar sin sexo, pasa una semana o dos sin coger y me pongo de malas, ¡de un genio del carajo!, la verdad; y no creas, me hago el dedo de vez en cuando, pero yo si, necesito coger o siento que me vuelvo loca, ¿tú no?...., ¡ay no!, y el cabrón de mi novio nomás me busca cuando su vieja lo deja sin… cenar, ja ja ja; entonces ahí viene muy calientito a que le de lo que la otra no… pero bueno, así están las cosas…; ya estoy pensando en buscarme otro novio para que me "atienda el asunto", ja, ja, ja, cuando el otro anda de buenas con la esposa… vieja maldita, le pone los cuernos a mi novio y el muy pen…tonto ahí buscándola, ay por qué serán tan pendejos los hombres!, me encabrona está situación…", y sigue con su edificante plática la Vicky.

Lo que escucho me hace acercarme a la puerta abierta de mi cuarto y veo a la amiga de mi hermana, está de espaldas a mi recargada en la mesa, sobre su vestido veo su protuberante trasero y más abajo sus piernas redondas un poco abiertas, se me ocurre una idea: me arrodillo en el piso a cuatro patas y con lentitud me acerco más a la puerta, ya puedo ver más de sus piernas y sigo acercándome y Victoria hablando de sexo, me agacho más hasta casi pegar el rostro en el piso y lo que veo me paraliza: el culo de Victoria luciendo una coqueta tanga tipo hilo dental; las nalgas al descubierto tragándose la delgada tira de tela blanca y algunos pelos negros que escapan entre los mofletes del culo; Vicky sigue hablando y yo mirándole las nalgas grandiosas, tal vez con un poco de celulitis, pero la vieja está bastante buena con ¿sus… 28, 29, 30 años?, y mientras mis ojos se llenan de esa sabrosa carne, la mente se me llena de ideas lujuriosas y la verga se me para; escucho que tocan a la puerta del departamento, raudo me levanto y espero mientras mi hermana va a averiguar, momentos después me llama: "¡Beto aquí te buscan!, pero si vas a salir, antes termina de limpiar tu cuarto ¿eh?". Salgo preguntándome quién será, tratando de cubrir la erección y de reojo veo a Victoria mirándome con cierta picardía, llego a la puerta y Chuperto: "¿Qué güey, ya estás listo?, vámonos".

--"¿Vámonos, a dónde?", pregunto.

--"No te hagas, quedamos en ir con doña Teté", dice.

--"¿Quedamos?, pendejete, ¿Quiénes quedamos buey?", le espeto.

--"¡Uh qué la chingada!, la vieja nos invitó, ¡no te hagas!", dice como desesperándose el Ruper.

--"¿Y tú cuándo me dijiste?, pedazo de pendejo, y ¿qué madres son esas de "traen gorritos"?, ¿eh buey?, a ver si te explicas, pinche Ruperto!", le digo en tono serio.

Chuperto me jala del brazo hasta la escalera y dice serio: "mira buey, es mi negocio, ¿sí?, doña Teté es buena clienta, vamos un rato, está medio loca, ya lo verás, pero no hay pedo, coge rico y hace unas mamadas…de pronóstico… además me da una propina…", y no lo dejo terminar:

--"¿Ah sí, buey?, pues eso se llama prostitución, ¡cabrón!, por si no estabas enterado, y ¿sabes?, yo no le entro y vete mucho a la chingada!, ¿quedamos?", le sentencio mirándolo seriamente.

Y el Ruper baja la mirada, hace cara triste y argumenta algo pendejo: "pinche Beto, por eso no saldrás de jodido, ¡ya ni chingas!"; eso me enardece: "¿Ah sí, buey?, ¿y tú ya eres millonario?, ¿sí, eh?, ¡vete a la chingada!"; en eso veo la cara de mi hermana asomándose por la puerta: "oye Beto, ¿por qué gritas?, ¿qué te pasa?", le digo que nada y se mete, y para no hacer más teatro bajo las escaleras con el Ruperto.

Ya en la calle sentencio a mi amigo: "mira pinche Chuperto, vamos con Teté, pero si me metes en algún pedo, juro que tú no te la vas a acabar, ¿te quedó claro?".

--"Me caí que si, carnalito, no es la primera vez que voy a esa casa, vas a ver que saldremos con una lana de esa casa luego de haber mojado la brocha", dice.

--"Si cabrón, pero no te robes nada, si no vamos al bote los dos, y el dinero que sea para tí", le aclaro, él como si nada asienta con la cabeza.

Respecto a esa mujer lo que se es que se casó muy joven, pero al paso del tiempo descubrió que su marido era homosexual y pese a ello el tipo le hizo dos hijos, el tiempo pasó, los hijos crecieron e hicieron su vida, ella se divorció del puto marido y como era emprendedora Teté primero se dedicó a la venta de uniformes para personal en empresas privadas, luego estudió algo y en la actualidad se dedica a atender a niños retrasados o con alguna afección de la cabeza, y como por este rumbo escasea ese tipo de servicio para niños enfermos, la doña se hizo de clientela, cobra poco pero tiene suficientes consultas y "terapias" para vivir con cierta holgura y hasta para viajar, pues ya madura a doña Teté le dio por los paseos al extranjero; en el barrio se le conoce como una mujer feliz, por las mañanas saca a su perrito cocker a pasear –llamado gringo--, y a cagarse en las banquetas –por supuesto--, y saluda a todo mundo con su sonrisa fácil, pero como dice Chuperto "tiene que aplacar de alguna forma los demonios que lleva dentro".

Doña Esther ya nos esperaba cuando llegamos: "¡hola muchachitos!, son puntuales ¿eh?, pasen, en la sala hay cervezas y bocadillos, mientras voy a cambiarme ¿eh?, ¡ah!, recuerden, no toquen nada", la señora desaparece por un pasillo y el Ruper se abalanza sobre los bocadillos de queso y de jamón, se atraganta mientras abre una botella de Victoria. Parece que mi amigo siempre anda hambriento, pienso, mientras repaso como sin querer la sala; una enorme colección de adornos se esparce sobre varias mesitas de madera, pequeñas esculturas de cerámica de todo tipo en un enorme concierto de algo que intenta decorar con "buen gusto" aquella habitación, pero que definitivamente crea el efecto contrario, sobre todo porque muchas de las miniaturas son de evidente origen chino y lo compruebo al alzar la escultura de un pequeño ángel: "made in Taiwan".

Y mientras veo a Ruper devorar el último pedazo de jamón sale Teté enfundada en una colorida bata de dibujos chinos –dragones de colores y ese tipo de cosas bordadas--, nos mira con una falsa sonrisa lujuriosa, no se que va a ocurrir, pero la señora con voz afectada no me deja especular: "Ya regresé, ¿eh?, ¿les gusta mi kimono?, es chino, ¿eh?, ¡ah!, una cosa: lo que ocurra aquí hoy, aquí se va a quedar, ¿entendido?", y nos mira fijamente, Ruper, despreocupado, abre otra cerveza y la veo quitarse con algo de teatralidad la horrorosa bata para lucir su lencería negra: un negligé negro y transparente que en la zona del busto tiene sendas aberturas por donde asoman los pezones rosados de las chiches –gordas y flácidas-- de la señora; las piernas enfundadas en medias negras con encajes de flores, sostenidas por un liguero también negro; y en medio, en el pubis, una coqueta tanga negra adornada con encajes; Teté gira con lentitud para mostrarnos que por atrás sus nalgas quedan al descubierto, pues la tela de la tanga se le mete entre los mofletes de sus nalgas, frondosas, aunque algo caídas. Ruperto no parece sorprendido y yo tengo que aceptar que pese a su edad, la señora se ve apetecible, quizá de carnes fofas, las piernas con algo de celulitis, una llantita de grasa alrededor de la cintura, pero Teté se esfuerza en aparecer apetecible y me mira con cierta ansiedad, como invitándome a seguirla.

La doña camina por el pasillo hacia su recámara, volteo a ver a Ruper que parece interpretar mi indecisión: "si quieres ve, luego te alcanzo" y le da otro sorbo a su cerveza. Procuro no hacer ruido al caminar, al fondo veo la habitación casi en penumbras; cuando entro encuentro a la mujer sobre la cama, con una media amarrada en el rostro, a la altura de los ojos, no dice nada, pero noto su respiración agitada. La señora empieza a pasar sus manos sobre su cuerpo, primero en las tetas que libera del sostén negro, chiches abundantes y flácidas de enormes aureolas rosadas y pezones endurecidos, parece gemir suavemente; baja sus manos sobre su vientre, que entreveo también fofo, y con suavidad empieza a despojarse de su calzoncito negro, para descubrirme su pepa rasurada, sin un vello, sólo la raja gorda del sexo algo requemado, prieto; ahí sus dedos exploran con lentitud la raja, Teté acelera sus gemidos y yo siento que mi verga se endereza formando un bulto en el pantalón, pero no se que hacer, si sacarme la verga del pantalón o sólo seguir mirando a la señora.

Momentos después la madura se abre de piernas y su mano derecha se afana en masturbarse la pepa, decido sacarme el pito, ella saca de debajo de una almohada un vibrador, rosado, mediano, no muy largo, lo activa y el ronroneo me indica lo que va a pasar: Teté repasa el artilugio sobre su panocha que se nota ya húmeda; coloca la punta del dildo donde debe estar el clítoris y sus gemidos aumentan de volumen; los movimientos de su pelvis y los de su mano, dirigiendo el consolador parecen sincronizados, suaves, voluptuosos, ya cuando el aparato entra y sale de su panocha hinchada Teté sube y baja la pelvis y gime, suspira hondo, su rostro adquiere un rictus de sufrimiento o de placer, de repente grita un "¡aaaaayyy!, ¡mmmmm!", sumerge por completo el consolador en su vagina y cierra repentinamente las piernas, se está viniendo entre contorciones, y yo ahí, junto a la cama acariciándome el pito.

Decido salir de la recámara y me cruzo con el Ruper, que está junto a la puerta, lleva una cerveza en la mano, voy a tomar una en la sala y ahí me quedo unos minutos, la cerveza me sabe muy amarga. Cuando regreso al cuarto encuentro a mi amigo colocando a la señora en cuatro patas sobre la cama, ha hecho algo más: con unas cintas de cuero ha atado las manos de la mujer en los barrotes metálicos de la cama, para luego colocarse detrás de ella y cogérsela en esa posición, la doña –que sigue con la media cubriéndole los ojos-- vuelve a suspirar moviendo hacia atrás las caderas cuando el Ruper arremete, la escena parece excitante, pero no siento ganas de participar en una orgía. Me voy escuchando los gemidos de la señora que suplica: "dime cositas sucias, feas, muy feas, por favor"; y el Ruperto: "¡maldita vieja puta!, ¿te gusta la verga?... ¿sí, verdad?... ¡pues toma verga!... vieja maldita", y más insultos.

XII

Mita me saca la leche. Una suave brisa vespertina entra por la ventana y mece las cortinas deslavadas. Estoy sentado en el viejo sofá, mi ropa hace un bulto en el suelo; Mita semidesnuda arrodillada entre mis piernas abiertas me acaricia el pito con la mano; mis ojos fijos siguen las evoluciones de su mano al sobar el tronco: rodea el pito desde la punta y con lentitud extrema pela la punta, descubre el glande amoratado, sigue jalando la piel, hasta dejar desnudo por completo el glande y ahí se detiene y observa el contorno de la gruesa cabezota; con atención, como haciendo una revisión médica; luego baja la mano por el tronco hasta tomar por la base el erecto pitote y su mirada sube buscando mis ojos y dice en tono inocente: "¿sabes bebé?, ¡me encanta tu pinga!, ¡es tan hermosa!, la piel suave, delicada, la carne dura, gruesa, ¡tan caliente!, tu verga bebé… taaaaaannnn graaaaaaaande" y no puede contenerse, con ansia besa la punta que palpita de placer.

La señora regresa a su revisión y sin soltar el garrote, con la otra mano jala un cojín para ponerlo bajo sus rodillas y estar más cómoda; vuelve a sus observaciones: "además me gusta la pielecita que cubre la cabeza de vergi, no me gustan las pingas circuncidadas, pelonas, así son feas; me gusta la tuya con el prepucio suave que se desliza para dejar al descubierto el glande, y huele a… hombre…, además estás muy peludo, eres mi bebé peludo…, tienes muchos vellos en el sexo, tus huevos también son peludos, más abajo, en tu colita también hay vellos… y en las piernas también, mi bebé peludo… es curioso… pero mira… la cabecita, tan linda, tan tierna, tan inocente… su boquita es como la de un pececito, pero vertical, ¡hummm!, ¡qué rica pinga tienes bebé!, dime papaíto, ¿te haces muchas pajitas?, ¿sí… no?, ¿y cómo te las haces?", pregunta curiosa fijando sus ojos pícaros en mí.

Le explico que antes, hace dos o tres años, me pajeaba a diario, a veces dos veces al día, pero que ahora ya casi no, y para enseñarle cómo me masturbo rodeo el garrote con la mano y con lentitud empiezo a subir y bajar mi mano, y le digo que así lo hacía, frotándome, primero lentamente luego más rápido, conforme aumentaba mi excitación, pero ella corrige: "¿así bebé?, bueno, creo que es la técnica usual, pero… mira… te explicó otra técnica…", y se aplica en demostrar su "técnica": coloca los dedos de su mano derecha en punta sobre el glande, rodeándolo; las puntitas de sus dedos acarician suavemente ahí, luego presiona un poco y los dedos se deslizan hacia abajo hasta pelar la cabeza, ya húmeda, rezumando líquido, vuelve a subir y la cabeza se cubre de piel, vuelve a bajar y la deja pelona, así dos o tres veces y pregunta ansiosa: "¿te gusta, bebé?, ¿sientes rico?, esto lo aprendí… hace años, con mis primeros dos o tres novios… mi hermana me explicó la "técnica", decía que hacerlo así les fascinaba a los hombres, y lo comprobé...".

--"Pero esta "técnica tiene una variante", dice con tono experto y rodea el duro tronco, dejando que el glande asome fuera de su mano que aprisiona la verga, y con la palma de la otra mano frota la cabeza ya pelona, haciendo lentos círculos en el sentido contrario a las manecillas de un reloj, con suavidad; las caricias incrementan mi placer, siento que en breve voy a eyacular y ella suspende sus maniobras, vuelve a mirarme y sin decir nada más se mete la verga en la boca, con ansia, con urgencia, muy excitada, y siento como succiona mi pito erecto al máximo, su lengua que juguetea con el glande, la suavidad de sus labios que aprisionan todo el garrote, y cuando siento que la leche me llega, la madura vuelve a suspender sus juegos.

Mita recarga amorosamente su cabeza en mi vientre, mi verga toca su boca, su lengua da ligeros toques a la punta, y alza la mirada y vuelve a hablar: "¿te gusta mi boca, bebé?, ¿sí?, es linda, pequeña, de toda mi cara es mi boca lo más hermoso, mis labios carnosos pero pequeños, bien formados… es curioso, pero mi boca no se deforma… puedo chupar una gran pinga y… mi boca sigue estando hermosa… mira", y endereza el cuerpo para quedar de nuevo hincada en el cojín exhibiendo su rostro con un gesto casto, me muestra su boca, bien delineada y pequeña, luego acerca la boca al pito, con la mano lo acerca a sus labios y los posa apenas en la punta, dispensándome un beso breve, para luego abrirlos y rodear la gorda cabeza, alza los ojos y sigue comiéndose mi pito, y sin dejar de verme su boca continúa tragándose el tronco duro, hasta que su nariz se rodea de vellos, luego regresa a la punta, la besa y me mira diciendo "¿ves?, mi boquita sigue igual de bella, no se hace fea, ni se deforma, vuelve a ser la casta e inocente boca de Mita, jo, jo, jo…, eso no pasa con la pucha o con la colita; la conchita puede ser muy linda pero cuando la penetran se transforma, se hincha, los labios se abren, escurre sus jugos, y al final se queda abierta, grosera, muy fea… lo mismo pasa con el culito… pero, bueno… ya no te voy a torturar bebé, ya estás por venir… pero luego quiero que me hagas cositas sucias… ¿sí?", y sin esperar respuesta vuelve a mamar el pito son ansia, con fuerza, tragándose todo el tronco, apretando la boca que succiona, así en un breve y eterno tormento, y no puedo más, mi cabeza se alza y mis ojos miran al techo donde algunas costras de yeso pardo parecen caerse en cualquier momento y me voy, eyaculo, mi semen es succionado y la boca de Mita sigue mamando, sólo escucho el chapaleo de esa boca que me está dejando seco.

Cuando bajo a la calle, satisfecho y contento, una brisa nocturna parece refrescar la noche del barrio y alejar los malos olores de las coladeras; todo luce solitario y los escasos negocios parecen estar a punto de cerrar, en eso algunos ruidos guturales alteran la negrura y el silencio de la calle, es el "peleador callejero", un viejito loco y flaco y manco y harapiento, que blandiendo una botella vacía de "Pet" amenaza a los monstruos nocturnos; le dicen el Peleador callejero, tal vez en referencia a una película gringa, y tal vez porque efectivamente por sus movimientos parece que lucha contra alguien descocido: va de aquí para allá con carreritas impetuosas, lanza puñetazos con su único brazo y sonríe por haber dado el golpe certero y corre y vuelve a atacar, parece que nunca se cansa. Dicen en el barrio que el brazo que le falta se lo cortó un ferrocarril cuando alguna noche se quedó dormido de borracho sobre las vías del tren; otros insisten en que el brazo se lo cortaron en un hospital porque lo tenía gangrenado; lo cierto es que el "peleador callejero" alguna vez fue el dueño de la mejor relojería del centro de la ciudad, arreglaba solamente relojes finos, muy finos, pero, siempre los pinches peros, cierto funcionario de gobierno le encargó arreglar el reloj de su amada y como el relojero al final quedó mal con el arreglo el pinche "funcionario" le pagó cortándole le brazo con una sierra eléctrica, de ahí a la locura sólo un paso.

Y mientras le miento la madre a la pinche ciudad por permitir tantas mamadas, veo que el viejito loco se aleja blandiendo con su brazo bueno su botella vacía de plástico contra los monstruos nocturnos, luchando como lo hiciera aquel otro valiente que atacaba molinos.

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