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Mara o Rosita

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Mara o Rosita

Ambos las vimos entrar, una alta, frondosa, pelirroja, melena lacia hasta media espalda, maquillaje suficiente para acentuar la hermosura de su rostro, muslos y brazos carnosos sin ser gordos, vestida con un ligero vestido a rayas que por atrás remarcaba el sello de las mujeres de ese estado: un hermoso y curveado y lleno par de nalgas; y la otra, su amiga, más joven pero fea, chaparra, descolorida con cara de frígida y labios torcidos. Llegué con Narez temprano a ese bar en un hotel a la salida de Guamichil, Sinaloa, casi éramos los únicos en el bar en penumbras, ´la cosa se pone buena más tarde´, nos había dicho el mesero luego de dejar las cubas en la mesa; empezó a sonar la música, de banda, más bien de tambora, fuerte, estridente. Me animé y le llegué a la grandota, la invité a bailar, ella me midió con la mirada como diciendo "¿y éste güey de dónde salió?", pero aceptó.

Bailamos música de banda, pero yo no sabía cómo se bailaba eso y menos en aquella región, ella se dio cuenta: "no eres de aquí ¿verdad?"; acepté ser chilango mientras dejaba que la mujer me llevara por la pista, metiéndome una de sus piernas entre las mías al bailar y dejándome apresar por aquel cuerpo grande y firme; así bailamos, pegaditos, untados uno con la otra, sintiendo sobre mi pecho los senos redondos y suaves de la mujer. Luego de la primera vino una segunda pieza, así supe que ella era empleada de un banco, ahí en Guamichil y que, como casi todos los viernes, ella venía con su amiga a bailar a ese bar, a veces solas y otras acompañadas.

Cuando terminó de sonar la banda la regresé a su mesa sólo para descubrir que la amiga ya estaba en otro lugar acompañando a un tipo con sombrero, entonces la llevé a mi mesa para ver que el Narez también se había ido. Nos sentamos y pedimos cubas de ron Bacardí blanco con coca cola y entre trago y trago, y en medio del ensordecedor ruido de la música platicamos sobre cosas, ella me dijo su nombre: "Mara, pero siempre me han dicho Rosita, desde chiquita", y luego: "¿qué vas a hacer mañana?", contesté que tenía ganas de ir a Culiacán y de ahí tal vez a Mazatlán; ella me pidió, primero entusiasmada, luego entornando los ojos: "¿me llevas?".

--"Si, pero nos vamos ahorita", le propuse como para meterle miedo y fui yo el asustado: "vale, nomás llévame a mi casa por ropa". Así fue.

Pasaba la media noche y ya íbamos por la larga e inmensa carretera que va a Culiacán; una noche oscura y clara a la vez, casi sin nubes pero si con cientos de estrellas y con una enorme luna llena que los venía siguiendo desde el entronque de la carretera. El Jetta a casi 150 kph y en la casetera los Creedence le daban duro a Nacido en Bayou y el aire entrando fuerte por las ventanillas contribuían a la magia de traer una buena nalga al lado, eso y las chelas, dos six de Modelos bien frías, entonces me dieron, de nuevo, ganas de mear; ganas que trataba de distraer acariciando los carnosos muslos blancos de mi nueva amiga o fumando, o acariciándola y tomando del bote de cerveza, o ambas cosas.

Cuando las ganas se hicieron insoportables detuve el carro junto a la carretera, sin apagarlo, nomás con las luces de emergencia y el freno de mano puesto; la noche parecía tenebrosa y alucinante, o espléndida y ominosa, o todo a la vez, y cuando por fin dejé salir el potente chorro de orines escuché que también Mara bajaba del carro y subiéndose el vestido hasta la cintura se acuclillaba junto a la portezuela abierta para orinar; ella me descubrió mirándola mear: "oye, no mires, voltéate". Hice caso y miré hacia el frente escuchando el fuerte chorro de orines femeninos, más allá había un inmenso campo de cultivo al que cruzaban de lado a lado las intensas luces de un tractor trabajando a esa hora; miré el cielo y su límpida y oscura negritud, y la redonda e inmensa luna que nos perseguía desde hacía largo rato. Cuando Mara se acomodaba el vestido fui por otro bote de cerveza, lo abrí y me apoyé en la cajuela del carro para dar el primer sorbo, la mujer se acercó, le entregué la cerveza y encendí un cigarro, estuvimos fumando y tomando cerveza un rato sintiendo el aire caliente pegarnos el rostro; luego la mujer se recargó en mi hombro, la atraje hasta que ella me quedó pegada al cuerpo y por encima del vestido le empecé a frotar las nalgas, suaves, satinadas por la tela de la ropa, acojinadas y firmes, ella se dejó hacer y hasta abrió las piernas cuando exploré su entre pierna y descubrí que ya no traía calzones; cuando giré su cuerpo y puse el bote de Modelo sobre la cajuela ella buscó mi boca y sin soltar su cintura hice que apoyara sus nalgas en la cajuela del carro, en ese momento escuché cuando el bote se cayó al suelo, pero seguimos con las bocas pegadas mientras en el estéreo sonaba "hijo afortunado" del Creedence; Rosita o Mara entendió en seguida: abrió y atenazó las piernas en mi cintura y cuando el miembro erecto buscó la raja del sexo suspiró hondo alzando el rostro hacía la luna, mirándola con los ojos cerrados, e iniciamos una lenta cogida en la desierta noche que sonaba escandalosa con esa música y cuando llegó al clímax Mara se dejó caer hacia atrás hasta pegar en el cristal del carro y ahí se quedó mientras seguía bombeando esa caverna caliente y mojada –y un apresurado coyote flaco y hambriento cruzaba la carretera--; me estaba costando trabajo venirme, como ocurría a veces cuando me emborrachaba, pero empujaba furioso la caverna húmeda y viscosa de la mujer, acompañando sus gemidos, tratando de seguir la música que inundaba la solitaria noche, hasta que por fin con un bufido anuncié que me estaba viniendo también: "yaaaa mamacita, toma mi leche" y los chorros se fueron intermitentes, sincronizados con el parpadear de las luces traseras del coche y hasta que terminé pude respirar, hondo, desde muy dentro y me recargué en la mujer que suspiraba y me decía: "ay me dejaste empapada, te vino mucho, ¿siempre eres así?, digo… aguantas mucho tiempo…", contesté que a veces, algunas veces era mejor, otras no tanto, pero que cada experiencia era única e irrepetible; ella lo confirmó con un "tienes razón, así pasa, pero eres … muy rico, me lo hiciste muy sabroso", sonriendo jocosa mientras se acomodaba las chiches dentro del sostén.

Casi amanecía cuando llegamos a las afueras de Culiacán, paramos a echar gasolina y el empleado nos dijo que una llanta del auto estaba baja, dejamos el auto ahí hasta que abriera el taller de reparación y caminando borrachos nos metimos en un motel que estaba enfrente, dormimos hasta que llamaron por teléfono para que fuéramos a recoger el carro ya reparado. Con todo y la cruda me vestí apurado para ir por el auto dejando a Mara que musitaba "no tardes, no me dejes sola, me da miedo". Horas después reanudamos el camino no sin antes echarnos otro "palo" bajo la ducha –ella levantando una pierna para que la pudiera penetrar-- mientras nos bañábamos; al final la hermosa chica de largas piernas y pechos firmes aunque pequeños confesó: "hacía tiempo que no me venía tantas veces". Poco después emprendimos el viaje y ya estábamos cerca de Mazatlán cuando descubrimos que teníamos hambre, paramos en un restaurante en el camino, pedimos pescado "zarandeado" cuando ya habíamos dado cuenta de la sopa de mariscos y me levanté para ir al sanitario, y mientras el chorro de orines salía impetuoso me congratulaba de haber encontrado esa "joya" de mujer, tan buena, tan alegre, tan cariñosa, tan sincera, tan… Poco después salí del baño sólo para descubrir que Mara no estaba en la mesa, le pregunté a un mesero, indiferente contestó "posiblemente fue el baño", pero ella tardó en salir, el pescado frito se había enfriado y me invadía una sensación de temor e incertidumbre, hasta que dos horas después, sin que Mara hubiera regresado, pagué la cuenta y fue el acomodador de autos quien dijo. "ah sí, la señorita se fue con sus amigos, iban muy contentos, se subieron en una troca nuevecita, negra, sin placas, ¿qué?, ¿no le avisó?", dijo el tipo sonriendo, como burlándose, sólo suspiré pensando que no le fuera a pasar nada malo a Rosita o a Mara o como se llamara, daba igual, y me sentí defraudado, triste, se me quitaron las ganas de seguir de vacaciones y decidí regresar a la capital…

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