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Curiosidad científica

en Sexo con maduros

Curiosidad científica

Todo empezó una aburrida tarde de domingo, uno más de los consabidos festejos de familia, ese día en casa de la tía Lucy. Los chicos se aburrían, ellos comentando sobre videos o música, tratando de pasar desapercibidos para llegar hasta donde estaba el bar y robarse un par de tragos; las chicas, primas entre si y adolescentes en ciernes –llenas de dudas y sensaciones nuevas y preguntas sin contestar y deseos insatisfechos--, sentadas en sendas sillas plegables para matar el aburrimiento jugaban con sus celulares, presumiendo entre sí el nuevo modelo que les había comprado su respectivo padre y miraban a los papás: Hugo y Germán atareados con la carne asada pero con sendas cervezas en la mano; cerca Arturo y el otro Hugo platicaban y daban cuenta de su tercera cerveza, más allá otros invitados, todos disfrutando de la tarde y de los tragos; las adolescentes intercambiaban miradas, Olga comentó "a este paso, antes de las seis terminarán bien borrachos"; Malena agregó: "te quedaste corta, antes de las cinco ya estarán bien pedos y discutiendo", las demás asintieron convencidas. En eso algo distrajo su atención, bueno no de todas, más bien la de Olga y Magdalena, quienes hicieron una seña a Ana para que se acercara y Olga dijo:

--"¿Ya vieron quien llegó?".

Ana volteó extrañada y no supo contestar.

--"Es don Javier, el empleado del tío Arturo…", aclaró Olga.

--"Si, qué tiene, ya se que es el gato de Arturo, pero qué…", contestó Ana, la mayor, de 17 años recién cumplidos y a quien ya le quedaban chicos los sostenes.

Y Olga aclaró: "es que… ese señor se carga una… de tamaño familiar…. ¡enorme!", provocando las risitas nerviosas de Malena y Ana sin entender, "si mana, a don Javier le dicen el burro porque tiene una tranca de ese tipo de animalitos", aclaró Olga entre risas nerviosas, sintiéndose muy sabelotodo y separando las manos lentamente para ofrecer con ellas una medida, "así, o más o menos".

--"¿Ah sí?, ¿y tú como lo sabes?, ¿ya se la viste, pendeja?, ¿se la mediste o qué?, ¡qué pendejadas dices pinche Olga!, será mejor que te calles la bocota y no hables sin saber", corrigió Ana mirando con dureza a la prima.

--"Pues no, no se la he visto… pero… lo se y de buena fuente… mira… ¿recuerdan la pasada fiesta en casa de la abuela Ceci?, bueno… ya casi de noche estaban las tías Lucy y Claudia en la cocina platicando, ya estaban medio pedas, ¿recuerdan?, bueno, yo estaba lavando los trastes sucios y… algo hablaban entre ellas y lo que dijeron me interesó: "si, don Javis la tiene de burrito, no, corrijo, de burrote!, ¡una vergota enorme, casi de 30 centímetros!", dijo asombrada la tía Claudia y la tía Lucy "¿a poco se la mediste?"; "pues si, con la regla de la oficina y mira", dijo Claudia…. "le pasa de los 28, casi 29 centímetros"… oír aquello me asustó y en ese momento Lucy descubrió que estaba escuchando y me corrió: "¿y tú, chamaca, qué tanto oyes?, ¿eh?, ¡estás muy atenta, verdad!, anda, vete a la sala, luego terminas de lavar la loza, déjanos platicar cosas de adultos" y tuve que salir, por eso sé que el apodo de don Javier se debe a que tiene muy grande el… miembro", dijo Olga segura de sí misma.

--"Ya no digas tarugadas, chamaca calentona, tú qué sabes del pobre don Javier, le dicen el burro porque trabaja como burro, creo", añadió Ana y guardó silencio. Y como sin querer miraron al empleado, algo mayor y cabello pintando canas, de cuerpo fornido y espaldas anchas, que solícito repartía cubas de ron con coca entre los invitados a la comida, pero Olga no se pudo contener: "ahora verán si no…", y llamando al empleado: "oiga don Javier, ¿cuando termine puede venir un momentito?", el hombre asintió, y luego llegó hasta el grupo de chiquillas y…

--"Oiga don Javier, ¿nos regala una cubita?, ¿sí?, ande no sea malito", Olga.

--"No niñas, están muy chamacas para tomar alcohol", dijo el señor sonriendo.

--"Entonces queremos… que nos aclare una duda, ¿sí?", pidió Olga.

--"A ver niñas, digan pa´que soy bueno", dijo con parsimonia.

--"Es que mis primas quieren saber por qué… le dicen el burro, ande díganos, ¿sí?".

El hombre sonrió bonachón y "no, no, niñas, no deben hacer caso a rumores, son puros chismes los que inventan, y ustedes están muy chiquitas para averiguar ciertas cosas… a su tiempo, niñas, todo a su tiempo, ¿eh?, bueno ya me voy, porque si me ven los señores que me la paso platicando capaz y me regañan", y el empleado se fue a seguir ofreciendo sus bebidas.

--"¡Ay pinche Olga!, ¡descarada!, mira que preguntarle pendejadas al pobre de don Javier, ¡ya ni chingas!, pinche vieja calentona!, seguro nomás te la pasas pensando en sexo… o en penes o esas pendejadas", dijo Ana en tono de regaño.

--"Ah sí, ¿y tú no?, ¿a poco no piensas en eso?", interrogó Malena. Ana guardó silencio.

--"¡Ya cálmense cabronas!, verán que don Javis al rato viene, verán, ya verán, no podrá aguantar la curiosidad", dijo Olga segura de sí misma.

Un rato después el señor fue a dejarles una cuba de ron pero, "qué no las vea nadie tomando eso, ¿eh? Y sobre lo que preguntaron… ¿por qué tienen esa curiosidad?, a ver vayan diciendo".

Las chicas intercambiaron risitas, Ana moviendo la cabeza con desaprobación. Y fue Olga:

--"Bueno, es que… usted sabe, estamos creciendo y tenemos nuestras dudas, ya sabe… y pues… humm, digamos que… tenemos curiosidad… científica, eso es, queremos aprender sobre algunas cosas y… pues, que mejor viendo algo sobre… eso…", dijo la chica apenada.

--"¡Sí, eso es!, estamos en formación y necesitamos aprender… y es eso… curiosidad científica, solamente eso, ¿entiende?", dijo Malena recalcando en tono serio.

--"Curiosidad científica, vaya, vaya… con que curiosidad científica… ¡ay estas niñas de ahora!, miren… lo que traman es algo indebido… si alguien se entera o sabe algo… no saben el problema en el que me meten, ¿eh?, pero bueno, curiosidad científica, vaya, vaya, pero sólo un momento, ¿eh?, miren ya saben que al fondo de la casa está una puerta que da a la bodega de la tienda de don Arturo, ¿eh?, está abierta, vayan para allá y procuren que nadie las vea, ¿eh?, al ratito voy para allá… y a propósito, ¿quiénes tienen esa… curiosidad científica?, ¿eh?", dijo el hombre con ojos de picardía.

--"Nomás yo y Male y la Ana, sólo las tres", dijo nerviosa Olga, y minutos después sigilosas caminaron con disimulo hacia la bodega, luego don Javier dijo en voz alta: "don Arturo, voy a la bodega por más carbón para el asador ¿eh?", el borracho ni se dio por aludido, empinando su vaso de ron con coca y el empleado se dirigió al sitio indicado.

Cuando el sigiloso don Javier entró a la bodega reinaba el silencio y la parcial oscuridad, caminó entre cajas de azulejos y otros materiales hasta el fondo, donde las tres chiquillas, de pie, nerviosas y en actitud expectante lo esperaban: "¿con que curiosidad científica eh?, ¿con que quieren saber por qué me dicen el burro eh?, a ver, a ver, vamos a ver niñitas curiosas" y se detuvo ante ellas que no movían un músculo, las miró a los ojos, estaban temerosas, quietas y casi temblando, y con lentitud pasmosa bajó el cierre de su pantalón de mezclilla deslavada y de entre la trusa blanca de algodón fue sacando el miembro, despacio, ante las chiquillas que abrían la boca pasmadas y ansiosas, hasta que el enorme pene, parcialmente flácido, casi negro y muy grueso quedó a la vista, al momento el "aaahhhh" que exclamaron las jovencitas resonó en la silenciosa bodega, y el hombre así se quedó, con la verga de fuera, colgante, mediría sus 20 centímetros, pero estaba dormida, mustia.

La expectación fue rota por el hombre que con gesto de sorna en la cara tomó el pene con la mano derecha y balanceándolo frente a las adolescentes les preguntó: "¿y bien, niñas?, ya saben por qué me dicen el burro, a ver digan, qué opinan". Las chicas no salían de su asombro, hasta que Olga: "¡ay don Javier!, ¡con razón le dicen el burro!, ¡está enorme su… cosa!"; "y eso que lo tengo dormidito, ¿eh?, mi chiquito esta dormidito, ¿eh?", dijo el señor, orgulloso de su tranca. Aquello despertó la ansiedad de Malena:

--"¿Dormido?, ¿dice que dormido?, ¡si está muy grande!, ay don Javier, mire nomás que cosota, y…", no terminó la frase la chiquilla, pues ante sus ojos el hombre empezó a frotarse el pene, con lentitud, con suavidad, ante las casi niñas que disfrutaban del erótico espectáculo, hasta que poco a poco la enorme tranca fue tomando fuerza, creciendo, alzando su amenazadora presencia, negra, tumefacta, como de hierro, la verga alcanzó los más de 28 centímetros o poco más o poco menos, y el grosor, ¡qué gruesa estaba la enorme verga!; la tremenda lanza hizo temblar de miedo a las adolescentes, que ora se frotaban las manos nerviosas, ora trataban de esquivar la mirada de aquella cosa espantosa, ora mantenían la boca muy abierta, hasta que de pronto la función terminó y don Javier: "bueno niñas, ¿ya quedó satisfecha su curiosidad científica… ¿o no?, y les recuerdo que nadie debe saber de esto ¿eh?" y con cierto trabajo se acomodó el miembro dentro del pantalón y luego con paso lento se encaminó a la salida. Ellas quedaron mudas, temblorosas, el sudor les perlaba las frentes y sentían una curiosa comezón entre las piernas, mudas, recreando la visión de aquella pasmosa víbora que se balanceara ante ellas y las tenía como hipnotizadas.

Pasaron minutos de silencio hasta que las chicas fueron capaces de mirarse entre sí y lentamente sus labios formaron el inicio de una sonrisa, que luego se tornó en pícara mueca y luego en sonora carcajada, los "ja, ja, ja", y "¿vieron?, ¡que vergota, por todos los cielos!, ¡se los dije!, ¡yo sabía!, ¿eh? –dijo imitando al viejo Javier-- ¡no qué no mostraba su pinga don Javis!", dijo Olga.

--"¡Ay sí!, no me explicó como le hará ese hombre para coger, seguro no hay mujer que le aguante tan tremenda… pinga, ¿y… tú Ana, qué piensas?".

--"¡Ay Male!, no digas tonterías, don Javier es casado, tiene tres hijos, no creo que a su señora le cueste trabajo darle su cena a ese tremendo animalito, además el señor burro ha tenido sus aventuras y cogederas, no me pregunten con quien de la casa, porque hay rumores de que las tías han andado fornicando con ese señor, sobre todo la tía Gris… pero si recuerdan él estaba en la tienda de Portales y me contaron… que una tarde la tía Griselda fue a la tienda, ya iban a cerrar y entró sin avisar y… encontró a don Javier y la chica esa, la empleada prieta y chichona, la Isela, en una situación un tanto… digamos… comprometedora, por eso el abuelo lo mando a la tienda de Arturo, ¡entienden!".

--"Ay, no se ustedes, pero ver esa… cosa espantosa me puso toda inquieta, temblorosa, hasta las piernas me tiemblan", dijo Olga.

--"Dirás que estás caliente, no aguantas las ganas de ir al baño a frotarte la concha con el dedo, chamaquita cochina, ¿o no?", dijo Ana, que parecía tener más experiencia.

Cuando todas salieron de la bodega intercambiaron una sonrisa de complicidad con el viejo Javier, y Olga y Malena casi corriendo fueron a la casa, tal vez a buscar un rincón solitario para poner en paz sus afiebrados cuerpos. Mientras Ana buscaba una silla vacía para tomar asiento sintió sobre su cuerpo la mirada y, de lado, giró la cabeza para encontrarse con los ojos lujuriosos del señor Javier, le sostuvo la mirada temblando de emoción o ansiedad, o quien sabe, pero la chiquilla volvió a sentir palpitaciones en la entrepierna.

Pasó un largo y aburrido rato para la adolescente Ana, ya los tíos borrachos discutían acalorados sobre asuntos de trabajo y ganancias y deudas y esas cosas, las mujeres platicaban entre ellas, algo borrachas también; los primos tomaban a escondidas de una botella de ron y las primas… estaban en la casa, tal vez masturbándose o viendo una peli porno en el cuarto de la tía Lucy, a saber… fue entonces que sin querer, como suelen pasar las cosas, que Ana vio aquella escena: Isela, "la prieta y chichona", empleada de una de las tiendas, de lacio pelo largo y negro, platicaba algo con Javier El Burro, y luego de algunos momentos, al retirarse la chica –27 o 28 años, no más, de muy buen ver y que había sido, en distintas épocas, amante de los hombres de la familia--, como sin querer le dispensó al maduro Burro una pícara caricia con la mano en la entrepierna y se retiro como si nada, meneando con lubricidad su firme trasero, mirando al frente como si nada hubiera pasado, para mezclarse con los tipos que brindaban con cubas de ron.

Aquello fue como una llamada de alerta para la adolescente que pensó: "¿qué?, ¿cómo?, ¿o sea… qué?... el viejo Burro y esa pinche negra chichona… se entienden, ¿eh?, andarán… ¿cogiendo?... ¡hijos de su mal dormir!", y su ágil mente siguió pensando: "seguro van a intentar algo este día, sí, seguro, tengo que vigilarlos… pero… ¿intentarán algo aquí?, ¿dónde?... ¡en la bodega!, ¡seguro!" y con paciencia siguió con mirada atenta las evoluciones de aquella pareja hasta que… la chichona Isela se dirigió sigilosa a la bodega y… momentos después Javier El burro fue tras ella. Ana indecisa y ansiosa no sabía que hacer, corriendo fue a la casa a buscar a las primas y "oigan pinches viejas calentonas, será mejor que vengan, síganme vamos a la bodega, pero ¡ya!".

Cuando entraron en aquel galerón semi oscuro sigilosas buscaron a la pareja, pero nada, no se escuchaba un solo rumor, caminaron cuidadosas hasta el fondo y… ahí, recargado sobre unas cajas estaba el maduro empleado, el pantalón parcialmente bajado, y entre sus piernas, hincada, la chica de grandes tetas, que con lubricidad le mamaba el tremendo tronco al hombre, que cerrando lo ojos suspiraba. Las adolescentes con ojos sorprendidos, miraron como la mujer con lujuria y deseo besaba, lamía y chupaba la cabeza del enorme miembro, suspirando, lengüeteando la verga, tragándose medio miembro, succionando amorosa agarrada con ambas manos de la dura tranca. En eso una repentina idea le vino a la cabeza a Olga, que al oído les dijo a sus primas "esperen, algo tenemos que sacar de este cochino secreto, ahora verán", y alejándose un poco gritó en voz alta hacia el fondo, donde estaba la pareja haciendo sus eróticos ejercicios:

--"¡Don Javier, don Javier!, ¿no ha visto a Isela?, ¡le llaman por teléfono!, ¿sí?, oiga si la ve le avisa por favor, además a usted lo anda buscando el tío Arturo… que tiene que comprar más hielo y cocas".

Momentos después junto a ellas pasó la tetona Isela arreglándose el vestido y caminando presurosa para salir de la bodega, y sobre todo… sin atreverse a mirarlas. Las chicas confirmaron que tenían al viejo burro a su merced, bien agarrado de los huevos, algo tenía que hacer por ellas o de lo contrario le contarían al abuelo los "sucios y horribles juegos a que se entregaban el viejo Javier y la prieta y chichona de Isela" y… así se lo hicieron saber al maduro tipo que con ojos sorprendidos no entendía que cosa querían las adolescentes de él, pero… ni ellas mismas sabían que pedir a cambio de guardar silencio, hasta que Ana, quizá la de mayor experiencia, adoptando una pose de mujer seria sentenció: "A ver, ¿eh?, don Javier, ¿con qué esas tenemos?, usted y la cochina vieja esa haciendo ese tipo de porquerías, aquí, en su lugar de trabajo, en casa ajena, aprovechando que todos están de fiesta, como dice el dicho "cuando el gato no está… los ratones hacen de las suyas", ¿eh?" y acercándose añadió: "ahora se va a portar buena gente, que nosotras vamos a hacer algunas cositas con su… palote de burro, ¿eh?", el viejo Javier sin atreverse a decir palabra dejó que la chiquilla se le acercara con mirada cínica y sonrisa burlona para abrirle el pantalón y sacarle de entre la ropa la verga espantosa, prieta, casi negra, muy gruesa, olorosa a hombre, pero flácida, colgante y mustia.

Ana miró de soslayo a las asombradas primas para luego tomar con ambas manos la verga del viejo y con amorosos gestos hacer que reaccionara; la adolescente acariciaba con ternura y suavidad el tronco prieto, luego hincándose frente al hombre alzó la cabeza hasta tener frente a sí el enorme miembro y con un gesto casi místico, como rezando ante una imagen religiosa, con las manos llevo la punta morada a sus labios carnosos y suspirando, primero dio un beso tierno sobre la punta tumefacta, luego algo murmuró y volvió a besar golosa la tranca de don Javier, quien con ojos sorprendidos miraba a la chiquilla que se aprestaba a darle una mamada a su "chiquito" como él viejo le decía a su espantable tranca.

La adolescente se tomó su tiempo y suspirando abrió los labios carnosos para posarlos con suavidad sobre el glande, mirando arriba para ver los gestos del empleado, luego a los lados para percatarse que sus primas estaban a su lado, prestas para tomar parte del festín, les guiñó un ojo y luego abrió lo más que pudo la boca para rodear la cabezota del pito ya erecto y lamer, más bien succionar, más bien mamar la tranca, y pasaron minutos en que las chicas miraron con ojos golosos las maniobras de Ana mamando la erecta poronga, en tanto que don Javier se abandonaba, laxo, dejando que la chiquilla le succionara el pene, aferrado con las manos a las cajas de cartón en las que estaba recargado, suspirando y gozando la gloriosa mamada de Ana, que parecía tener la suficiente experiencia en la manada, para hacerlo gozar al máximo.

Y cuando el maduro hombre suspiraba sintiendo que la leche estaba por explotar… Ana suspendió sus eróticos y amorosos juegos, se puso de píe y dándole la espalda se inclinó un poco sin soltar el verga que mantenía aferrada con una mano, le dio la espalda al hombre sorprendido y bajando un poco su panty dirigió a sus nalgas la verga espantosa y dura como el fierro, diciendo entre gemidos: "ahora don Javis, vamos a jugar un poquito, ya siento que me vengo y usted… está más que puesto para echar lechita, ¿eh?", y ante los ojos lujuriosos de las primas empezó a frotar sobre la raja de su sexo la punta del miembro erecto, lentamente, llevando el glande a lo largo de la carnosa abertura, húmeda y caliente, entre suspiros de ambos, haciendo que el garrote endurecido se le metiera en la vagina, pero no todo, nomás la gruesa cabezota o poco más o media asta, para luego sacarla y frotarse ansiosa la verga sobre la panocha jugosa y caliente, así varias veces, en que la lujuriosa chica jugaba con el grueso mástil del viejo Javier, hasta que la excitación fue mayor al deseo de aumentar el placer y en el justo momento en que la chiquilla exclamaba a gritos: "¡me vengo, me vengo!" y se retorcía, el viejo empleado suspiraba al echar fuera el primer chorro de mocos, y luego el segundo y el tercero y más y más, la verga palpitando, la adolescente gimiendo y los chorros de semen impetuosos, los dos gozando del sexo, del delicioso acto que hizo que los goterones de semen escurrieran por los muslos de la adolescente que desfallecida parecía suplicar y gemir y bufar de placer.

Luego desfallecida, la joven Ana enderezó su cuerpo tembloroso y limpiándose con la orilla de la falda corta los chorros de mocos dijo a sus primas "bueno niñas, ya les enseñé cositas, ahí les dejo al señor Burrito, a ver que les puede enseñar, yo me voy a lavar la panocha que siento que me escurre"; las atónitas chicas se quedaron mudas viendo como el miembro del maduro todavía palpitaba con lentitud y se alzaba ominoso, sin saber que hacer, y así se quedaron hasta que don Javier las sacó del trance para decirles. "…y bien niñas, ¿qué vamos a hacer?, ¿eh?, jugamos un ratito" y las asombradas chicas miraron asombradas como el pitote lentamente levantaba su amenazante presencia.

Cuando Ana se encaminaba a la puerta escuchó a su prima Olga: "oiga don Burro, perdón don Javier, yo quiero como a la Ana, pero nomás la puntita, ¿sí?, por favor, ¿sí?". La adolescente fue a buscar urgentemente una cuba de ron.

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