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In memoriam (5: Ana y la disco)

en Confesiones

El acto de disolución de la agrupación ácrata, consistió en la emotiva ceremonia de clausura del viejo caserón: apuntalar las ventanas, recoger la parafernalia de banderas, posters y propaganda subversiva y la quema de los mismos en el patio trasero…un digno funeral vikingo.

En cuanto a sus miembros, Monseñor anduvo dando tumbos por el barrio un par de años hasta terminar como cooperante en una ONG "no se qué leches sin fronteras" en el Äfrica subsahariana, Pijote ya dije que la diñó tiempo después por sobredosis de algo fuerte, Epi y Blas siguieron siendo pareja de hecho, de Glasgow, Lassi, Pepi, Bayeta y Makoki no volví a tener noticias y de Asun…si que la tuve…tiempo después.

El sufrido lector estará pensando: ¿Ya está?. ¿Tan poco sentimiento en la despedida?... ¡Vaya mierda de colegas!.

Pues que queréis que os diga, troncos, las cosas son como son y no vale la pena rasgarse las vestiduras (con lo caros que están los trapitos de marca) pensando en lo que pudo haber sido y no fue.

Personalmente, las despedidas me gustan al estilo de: "Que te vaya bonito, pero no escribas".

Y ahora, otra disgresión, para desesperación de la audiencia. En emilios muy poco amables, se me ha acusado de ser políticamente incorrecto por no usar el género femenino. Joder, ¿que tengo que poner entonces: troncos/as, idiotas/os, etc?. ¡Me niego en redondo!. Además, la papelera del ordenador tiene una gran capacidad de almacenamiento.

De aquel par y pico de añitos, me quedaron unas nociones rudimentarias sobre sexo en pareja, otras más avanzadas sobre el sexo en grupo y una paranoia permanente con las ladillas.

En cuanto a la estética, que hoy en día calificaríamos de deplorable, con la que mi madre coincidía ya en aquella época (coincidía en que era deplorable, claro): Vaqueros cuanto más gastados mejor, camiseta cuatro tallas grande, preferiblemente de color chillón, el chaleco del abuelo y botas camperas. Y en invierno, un gabán por las rodillas, de color indescriptible. El pelo largo, sin llegar a los hombros, que nunca me fueron las mariconadas. Y como la puta barba se hacía de rogar, me tuve que conformar con una perilla a lo Frank Zappa.

De ésta guisa me dispuse a tirarme todo lo que se moviera. ¡Había que tener valor!.

El siguiente paso en mi meteórica ascensión al Olimpo del libertinaje, consistió en matricularme en un módulo profesional de Delineación y conseguir un currito como vigilante nocturno en un parking (en el que la peste a gasolina casi no me dejaba dormir).

¿Y qué coño tiene eso que ver con el fornicio?. ¡Logística!. Las guerras se ganan empezando por una buena logística. El ir a clase era una buena excusa para tirarles los tejos a las niñas del módulo de Administración y los cuatro duros que me ganaba como durmiente en el parking, me financiaban los vicios, la entrada de la disco y poder invitar a la incauta de turno a algo más que un paseo por el parque. ¿Entendéis ahora la importancia de una buena logística?.

Para aquellos de vosotros que sois demasiado jóvenes, o los que ya les falla la memoria por sus muchos años y el abuso de sustancias ilegales, no está de más recordar que, en aquellos años, las discotecas programaban primero la música cañera y después la melódica. La aviesa intención era que, primero te exhibieras con tus dotes de bailarín y después tuvieras oportunidad de arrimar la cebolleta. Después llegó el bacalao y se perdieron las buenas costumbres.

Y ahora, tengo que reconocer que era un auténtico hijo de puta.

Se supone que los adolescentes son inconformistas, rebeldes y egoístas (en el sentido de que nada es bastante para ellos). Así como alegres, románticos, colegas de sus amigos e ingenuos. En mi caso, los tres primeros adjetivos eran ciertos, pero la sana alegría siempre estaba matizada con un punto ácido de humor negro, el romanticismo lo reservaba para la punta del nabo, los amigos no se fiaban un pelo de mi en cuanto había una tía de por medio y lo de la ingenuidad…je,je.

El plan de operaciones habitual era de una sencillez apabullante, para quien se haya leído el manual prusiano de adiestramiento, claro:

Selección del objetivo principal. Primer paso, fundamental, para mantener alta la moral de la tropa. Debe reunir los requisitos de ser atractivo (1,65 mínimo, cara agradable, buen tipo y nada de vacas lecheras…la teta que quepa en la palma de la mano), pija a ser posible…ya me había hartado de revolucionarias y putones verbeneros (quedaban reservados para que abusaran de uno en las intoxicaciones etílicas…y te llevaran a casa a dormir la mona).

Selección del objetivo secundario. En caso de topar con una resistencia mayor de lo previsto, asegurar el éxito con objetivos alternativos, de similares características al principal. Obsesionarse con la toma del objetivo puede llegar a producir importantes bajas de tropas.

Toma previa de contacto y labor de espionaje. El objetivo ha de conocerte de vista y mostrar algún sutil signo de interés. Conocer sus gustos nunca está de más…así puedes hablar de algo antes. La cafetería de la escuela de FP era un buen sitio para ir catalogando el ganado, las conocidas del objetivo aportaban datos de interés y (lo más divertido), si algún colega vacilaba de habérsela ligado, dejaba que hablase y ponía cara de que su churri no era mi tipo.

Demostración de fuerza y armamento de mejor calidad. Un buen bailongo durante la primera parte, con saltitos, calambres en las extremidades, remate de cabeza imaginario a la salida de un corner y un juego insinuante de caderas, puede que no esté al alcance de todos, pero asegura un incremento exponencial en el interés que el objetivo te presta.

Aproximación al objetivo. Sin vacilación alguna. Citando de lejos con la mirada. El lenguaje corporal es importante. El objetivo ha de ser consciente de que vas a lo que vas.

Asalto a las trincheras. Dando por hecho que es inevitable la capitulación, alabar el objetivo (ropa, atributos físicos, simpatía…qué más da), refuerza su autoestima y puede llegar a convencerla de que eres un buen chico. La fase de peloteo ha de ser breve. Si ya estaba convencida de que eres un chulo, no lo estropees con demasiado jabón. Una mano el culo, mientras con la otra en la espalda le planchas las tetas contra tu camisa, seguro que resulta convincente.

Eliminación de bolsas de resistencia y recuento de bajas. Si a estas alturas no te han cruzado la cara de una bofetada…la reserva de munición del objetivo está a punto de agotarse. Y si te la cruzan, aprende de tus errores…tómate un copazo en la barra para recuperar la moral de la tropa…y a por el objetivo secundario.

Rendición incondicional. El objetivo ha claudicado ante tus habilidades tácticas. Mientras le comes el morro con dulzura (ten en cuenta que sus amigas están al acecho, quieren creer que eres un tipo romántico y no conviene que te vean meterle mano bajo la falda…alguna puede convertirse en el objetivo de la siguiente campaña), mantén la cabeza fría (la otra cabeza, no, esa tiene que estar presionando insistentemente en el punto caliente del objetivo), y piensa en un sitio cómodo dónde firmar el acta de rendición.

Exigencia de reparaciones de guerra. Llegados a éste punto, cabe la posibilidad de usar el altillo de la disco, los servicios (ambas opciones incómodas y poco higiénicas), rascarse el bolsillo y soltar 1.000 pelas a la bruja de la pensión…o ejercer de chulo y preguntarle al chochito si tiene 2.000 pelas (de ahí la importancia de las niñas pijas y que el chochito de la idem haya pasado del estado sólido al líquido para hacer menos traumática la propuesta).

Ocupación del territorio o exterminio. Dependiendo de las características físicas (evidentes y apreciadas), carácter (maldición, nunca me topé con una mudita) y extras (dependiendo de lo habilidosa que resultara en el catre), se podía llegar a plantear una relación más o menos larga (desde "qué guay, ya te llamaré" hasta dos o tres semanas).

Con semejante decálogo militar, estarán vds. de acuerdo conmigo en que la afirmación sobre la honorabilidad de mi madre no era exagerada,¿no?.

Y a título de ejemplo, por algo éste capítulo está dedicado a ella:

ANA. 1980 aprox.

Llevaba una buena temporada como ligón de discoteca. Dos meses con éxito clamoroso cada viernes y sábado, me habían hecho elevar poco a poco el listón del nivel de exigencia. Con el perfeccionamiento del método de acoso y derribo, me sentía el rey del mambo y la panda de colegas demandaba emociones más fuertes (la presión del grupo, vds. me entienden). Ya estaban olvidados los patinazos de los primeros intentos.

Ya te había echado el ojo, desde los primeros días en la cafetería de la escuela, pero me intimidabas. Una cosa es que tuvieras unos cuantos tacos más que yo, que las entradas que hacías en la cafetería, meneando el pandero con poderío, obligaran a callar a todo dios, que no gustaran los sostenes…eso se apreciaba al instante, que tuvieras la manía de repasar los labios con la lengua…con parsimonia y poniendo una carita de angelical inocencia y que, sin tacones, uno tardaba una eternidad en recorrer tus piernas con la mirada. Eso no era problema, me gustan las maduritas de buen ver. Peor era la suficiencia con la que despachabas a los ligones que rondaban tu grupo de amigas del módulo Auxiliar de Enfermería…corría el rumor de que os iba la tortilla.

Una vez convencido de la mala leche del rumor (el cariñoso apretón que le diste en la piscina a los huevos del monitor de natación), así lo demostraba, el convencimiento que por entonces tenía de ser un enchufado de La Fortuna y una explosión primaveral de hormonas, me llevaron a iniciar los preparativos de aproximación.

Luego me contaste que te hizo gracia la chulería del pavo, que te entró con la disculpa de echarle un vistazo a la Vespa…petardeaba. Yo estaba convencido de que la buena acogida se debía a mi encantadora sonrisa, el verbo fácil y la habilidad mecánica.

Luego diréis que somos unos cerdos, que no pensamos en otra cosa. ¡No te jode!. ¿Qué me contaste después?. ¿En qué te fijaste primero?. En la sonrisa no: en unos labios gorditos. En la conversación amena y divertida, tampoco: en un pendejo alto, de voz grave, con pinta de chulillo…y con unas manos grandes, de largos dedos…en qué estarías pensando, me pregunto.

Y en cuanto a la habilidad demostrada para desmontar y volver a armar el motor de la Vespa…sin que sobrase ninguna pieza, tampoco: estabas más interesada en saber que número calzaba.

Así que la noche de autos, creo que estabas más predispuesta que yo a triunfar. Y el uniforme de guerra que escogiste para la ocasión, así lo daba a entender: camisa blanca de volantes, sin mangas, con suficientes botones desabrochados para que no cupiera duda de que ibas con las tetas a pelo, faldita corta de amplio vuelo, sin maquillaje, pero con el morrito de rojo pasión y una cara de vicio que asustó al portero de la disco.

Armamos el taco bailando suelto. Aún no se había puesto de moda la lambada, pero creo que los achuchones y magreos que nos dimos, se le parecían bastante.

Cuando llegó la música lenta, sudábamos como cerdos, la respiración agitada en ambos…y no por falta de fuelle pulmonar y, al menos tú, un brillo en los ojos igualito al de la pantera que acecha un corderito.

Que te colgaras de mi cuello con ambos brazos, clavándome los pezones en el esternón (¿son de carne o postizos? recuerdo que te pregunté después), metiéndome la lengua hasta la campanilla y restregándote sin disimulo contra mi entrepierna, eran cosas que no hacían de entrada las chiquillas que frecuentaba.

Aquello no era bailar y meterse mano, en todo caso, meterse mano con ritmo.

Cuando dejabas de morderme los labios, aprovechaba para morderte el cuello. Con una mano te subía la falda por detrás y con la otra sobaba una teta, luego la otra, pellizcaba un pezón y no dejaba que el otro tuviera celos durante mucho rato. Así, hasta que los tres botones de tu camisa que seguían abrochados, terminaron por ceder.

Tú te entretenías comprobando la firmeza de mis glúteos a base de estrujarlos con una mano y con la otra la firmeza de mis pelotas y el correcto desarrollo de mi polla, pasando de unas a otra con la palma abierta y apretando sin compasión.

Unos años antes, habríamos terminado pasando la noche en comisaría, acusados de escándalo público.

Supongo que la peña de alrededor se lo estaba pasando de miedo con el espectáculo. Porque, una vez finalizados los magreos sobre la ropa, pasamos de mutuo acuerdo a realizarlos bajo ella.

Tus bragas andaban a medio muslo. Mi mano izquierda tanteaba indecisa desde tus nalgas hasta rozar con la punta de los dedos el chochito por detrás. La derecha, más decida, o con mejor ángulo de ataque, trasteaba por delante ¡un chochito depilado!. Pasando un par de dedos por los labios abiertos, chorreantes, titilando el clítoris de vez en cuando y amagando con comenzar una penetración digital en cualquier momento.

Tampoco es que tú perdieras el tiempo, con una mano mantenías firme mi cabeza, en posición para que chupara, lamiera y mordiera a discreción tus tetas y con la otra, después de bajar la cremallera del vaquero con deliberada lentitud, te dedicabas a sacar brillo al palo de mesana con encomiable dedicación.

En el momento que quisiste sustituir mi dedo índice por otra de mis extremidades, de mayor calibre, consideré oportuno replantearme el dar por finalizada la sesión de baile. En el estado en que me encontraba, no pensaba con claridad, así que tuve que concentrarme en dibujar mentalmente el plano del local, buscando un rincón donde poder seguir con esta locura, y recordé que detrás de los focos, en el piso de arriba, hay unas mesas desde las que no se alcanza a ver la pista.

OK. Arriba no hay mucha gente y toda pegada a la barandilla. Han quitado las mesas detrás de los focos, pero han amontonado unos cuantos sofás.

Llegamos al más escondido de todos, me empujas sobre él, te plantas delante y con gesto desafiante terminas de desprender tus bragas, quitarte la falda y abrir la camisa. Aprovecho la tregua para intentar bajarme los pantalones y el slip, lo consigo a medias antes de que te coloques a horcajadas sobre mí, y situando en posición con una mano, la polla que apunta al techo, introducirla centímetro a centímetro en la cueva de las maravillas

Cuando ya no queda ni un milímetro de polla por engullir, te atraigo en un beso donde nuestras lenguas hacen diabluras, tu cuello se arquea hacia atrás cuando lo recorro con la punta de la lengua, deteniéndome solo para aplicar los labios antes de seguir hacia abajo. Tus pechos apuntan a mi cara como dos misiles y como en trance los recorro, aplicando la mínima presión de la lengua sobre los pezones, calmándolos con saliva de la irritación que produjo la tela y chupando a continuación hasta hacer desaparecer medio pecho dentro de mi boca.

Tus manos van de mi cabeza a mi pecho, haciendo presión y arqueándote para notar la polla hundida hasta el fondo, traspasando la vagina y rozando con la punta la entrada del útero. Procuro no moverme apenas, mi polla se adapta a las contracciones de tus músculos vaginales, tensándose y relajándose siguiendo el ritmo que me marcan.

Noto un ligero espasmo de tu cuerpo. Inmediatamente otro un poco más fuerte. Un tercero te hace sofocar un grito, y a partir de ahí los acontecimientos se disparan. Tomando impulso con las manos te lanzas hacia arriba y te dejas caer a continuación, quedando empalada hasta la empuñadura en cada ocasión, los movimientos son cada vez más acelerados. Ahora los dos jadeamos como locos sin importarnos que alguien pueda estar espiando.

Te estoy mirando, sin acabar de creerme que la fiera enloquecida que me cabalga, sea la misma que hace poco me parecía el colmo la dulzura femenina.

Los flujos de ambos han lubricado tanto nuestros sexos que se deslizan como estuviéramos en el agua y un torrente de flujo y semen se mezcla en tu interior, chorrea, empapa mis muslos y gotea sobre el piso.

Poco a poco vamos recuperando la percepción de donde estamos, sobresaltándome al oir las risotadas de mi pandilla con la historia del eyaculador precoz: un elemento de cuidado. Se calza un condón, elige víctima, le pega un par de meneos bailando…y la cara que pone al correrse es para descojonarse de risa.

Ana fue un caso especial. La bonita historia de amor duró hasta el verano.

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