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Aniversario (3: Inicio del crucero)

en Trios

El día antes de embarcarnos en el crucero, Natalia llegó como huracán caribeño, justo a tiempo para evitar que Alessandra terminara con mis últimas reservas de energía.

Fue un alivio poder dejarlas en el hotel, dejarlas jodiendo, quería decir, y dedicarme a callejear por Venecia. O a vadear por Venecia, según se mire.

¿Ya he contado la increíble cantidad de mierda que atesora tan celebrado enclave histórico-turístico? ¿Sí? ¡Da igual, insisto!

Seguro que Alessandra, presa de fervor patriótico, me araña cuando lea esto, pero es que me subleva la mugre…y en Venecia la hay en cantidades industriales. Un consejo, queridísimo lector: si no te queda más remedio que llevar a la parienta -porque insiste machaconamente-, procura que sea de octubre en adelante. Tu pituitaria te estará eternamente agradecida.

Después de cinco o seis horas de hacer el primo por la cuidad de los canales de desagüe, atracado por serviciales camareros -sin la más mínima vergüenza al pedirme 20 € por una cerveza…tibia- y hacer docenas de fotos a parejitas angustiadas por encontrar a alguien que inmortalizara su paso frente al Puente de Los Suspiros, o cualquier otra ruina local, consideré que las dos fieras de mis chicas ya habían tenido tiempo sobrado para celebrar el reencuentro.

Antes de eso, pude darme un morreo con una británica –pelirroja-, con don de lenguas. Bendito don, que le permitió entenderme cuando su chico me pidió que les hiciese una foto con el Campanile de fondo y le contesté: "Claro, chatín, pero después de que tu churri me lo agradezca como es debido", en un inglés de curso por correspondencia, que el guiri no pilló. Y gracias también por el otro don de lenguas, que le permitió a la escocesa limpiarme las telarañas de la traquea, provocándome de paso un sobresalto en la polla.

Así que volví al hotel con un arma cargada entre las piernas, un auténtico peligro para las pelirrojas con las que me tropecé en el camino de vuelta, acompañadas o no, guapas o…–no hay pelirroja fea-, dentro de un intervalo de edad que va desde una cifra que no se puede mencionar aquí (por motivos de vergonzosa censura), hasta otra que tampoco se puede mencionar (porque me vergüenza a mí confesarla).

¿Se pueden creer que las muy putas seguían en plena faena? Cuando me fui estaban en los prolegómenos de un 69 y, cuando volví, un ahogado gemido fue lo primero que escuché nada más abrir la puerta de la habitación. Natalia se había puesto un cachivache de esos que parecen unos calzoncillos de látex, pero con una polla -también de látex- asomado. Mi dulce pelirroja estaba doblada sobre el reposabrazos del sofá, con el culo en pompa y lleno a rebosar por la polla de plástico. La muy puta no se andaba con miramientos: con cada embestida levantaba los pies de Alessandra del suelo, enterraba su cara entre los cojines del sofá –que estaban ya cubiertos de rastros de babas, prueba evidente de que la tenía desde hacía rato en la misma postura- y le soltaba un par de guantazos en las nalgas.

Ahora, siguiendo el curso de los acontecimientos, normal desde el punto de vista de la mayoría de los lectores de la página, debería desarrollarse una escena de trío. Pero una de dos: o yo soy un poco gilipollas o a la mayoría de los lectores de la página no les vendría mal una terapia de relajación sexual.

Lo que siguió fue un arrebato de caballerosidad para con mi amada. Fui algo menos educado con Natalia, que aterrizó en la cama, en el otro extremo de la habitación, por obra y gracia de un tirón de pelos que casi la deja sin coleta.

-¿Pero qué coño te pasa a ti, loca de los cojones?- Una forma como otra cualquiera de dirigirse, educadamente, a una tía despatarrada en la cama con una polla asomando entre las piernas.

-Y tú, ¿desde cuando te va el rollito de que te inflen a leches? ¡Joder, si tienes el culo en carne viva!- Y viendo la sonrisa que tenía pintada en la cara, empecé a sospechar que sí, que la ración de hostias la ponía bruta.

-Y a ti, mío caro, ¿qué te pasa? ¿No podemos divertirnos como queramos? Anda, tonto, no te enfades, que te salen unas arrugas muy feas- ¡No me lo podía creer! Alessandra me estaba soltando auqello abierta de patas en el sofá y, a falta de polla, se entretenía en meterse tres dedos en el chochito. Se me ocurrió pensar que se le había reblandecido la sesera con tanto folleteo o que la bruja de Natalia le había echado alguna pastillita en la bebida.

-Lo que pasa es que tu querido es más estrecho que el coño de una novicia, querida- Remachaba Natalia desde la cama, sobándose la polla con premeditación, alevosía y nocturnidad, con una técnica que envidiaría el más consumado onanista.

Ocurre que, en materia sexual, tengo un espíritu competitivo poco desarrollado. Nunca tuve que esforzarme demasiado para obtener los favores de ninguna y ya me pilla muy mayor el tener que andar jugándome un polvo ganándole por la mano a una tortillera. Además, con el servicio, pocas bromas. Alessandra se descojona, llamándome provinciano y pequeño-burgués, cuando me ve en éste plan. ¡Pero, qué cojones!, la asistenta por horas que venía por las tardes a casa de mi madre, tenía bigote, blasfemaba más que hablaba y fumaba Celtas sin filtro. Esas cosas te marcan para siempre.

Como las chicas seguían con ganas de guerra y yo nunca fui rencoroso, terminamos la velada con un revolcón y…¿adivinan cuál fue la pipa de la paz que se fumaron?

Ninguna de la dos se quedó muy convencida con el rendimiento que ofrecí aquella noche. Tuve que pagarlo bien temprano al día siguiente, cuando Natalia me despertó con la aspiradora funcionando a plena potencia, con Alessandra supervisando de cerca de operación, dispuesta a lanzarse al ataque en cuanto mi polla se despertase, cosa que ocurrió –siempre ocurre- antes de que fuera consciente de la artera maniobra.

Otra que tiene más peligro que un neurocirujano con Parkinson es Sara, la mujer de mi socio, la que me recomendó el crucero. ¿No saben de quién les hablo? Pues ya pueden ir leyendo los dos capítulos anteriores de la serie: Aniversario (1: El puto regalo) y Aniversario (2: Antes del crucero), porque me jode andar repitiendo las cosas.

Empezamos a sospechar algo raro en cuanto embarcamos. Una cosa es que la tripulación fuese amable con el pasaje; otra muy distinta es que el saludo de bienvenida te lo diesen con lengua. En cuanto a elegancia, nada que objetar; a una de las chicas le encantó el uniforme del personal masculino: chaquetilla abierta, sin nada debajo, y pantalones cortos marcapaquete. La otra y yo, tampoco objetamos nada al diseño del uniforme de la tripulación femenina: tanga elástico…y unos zapatos muy monos, sin tacón, a juego con los pendientes.

Y en cuanto a educación, amabilísimos. Una parejita muy mona nos acompañó a los camarotes y se ofrecieron a desnudarnos: el pasaje también tenía uniforme…el mismo que la tripulación. Nada de diferencia de clases.

-Nos vemos ésta noche, después de la cena. Un beso- ¡Joder con el beso! El mío fue con la mano por dentro del pantalón. El de Alessandra también fue con la mano dentro del pantalón: la mano de ella. Natalia se quedó sin él. Asustó al pobre chico con un amago de rodillazo en los huevos si le ponía la mano encima. La chica apuntó algo en la agenda electrónica, que sacó no sé de dónde, y se fueron dejándonos con la boca abierta y un folleto explicativo en las manos.

Más o menos, las normas de etiqueta eran las siguientes:

Vestuario: Elegante y discreto (Ya les harán sido entregados los uniformes). La piscina y alrededores son zonas nudistas. En los comedores no es obligatorio el uniforme, pero se exige ropa sexy. La ropa de calle y la deportiva están prohibidas.

Actividades lúdicas: Cada día se exigirá a todos los clientes (salvo indisposición o fallecimiento), apuntarse a una de las actividades disponibles: orgías, tríos, voyeurismo, gay-lésbico, zoofilia, actividades manuales, sex-submarinismo o polvo subacuático, nivel básico para principiantes y relajación tántrica. Cada una de ellas en una zona asignada y bajo mi supervisión. Cada cliente será marcado en la nalga con un tatuaje (lavable) que identifique el grupo al que pertenece. Cada día se cambiará de grupo.

Educación: Se evitarán las discusiones y los malos modos, así como se perseguirán implacablemente los celos y las actitudes posesivas. Aquí se viene a pasarlo bien, a olvidarse del pariente y que la niña tenga suerte y la desvirgue un buen semental. Todo el mundo puede relacionarse con todo el mundo, siempre en un clima de comprensión y buen rollito.

Los camarotes no disponen de cerradura. El mío tampoco.

Tripulación: Amable, profesional y siempre disponible para satisfacer al cliente. El equipo de animación es particularmente entusiasta al respecto.

Otras actividades: Cada noche, en el salón central, se repartirán premios a los pasajeros que hayan demostrado un mayor entusiasmo, canjeables por "bonos fantasía" para satisfacer peticiones especiales del cliente.

Excursiones en los puntos de atraque. Es posible que dejen de celebrarse. Los clientes me comentan, espero que ustedes o sean la excepción, que para qué vamos a perder el tiempo paseando.

Fdo. Ingrid Sorenson (Jefa de Animación y Relaciones Personales. También Públicas).

Contemplar Venecia desde un crucero es una pasada. Por la altura, que te permite una amplia panorámica de la ciudad y quedar a salvo de la fetidez del agua cuasi-estancada. Pero, sobretodo, por la cara de envidia que adivinas en los que te saludan efusivamente desde los muelles, deseándote una grata travesía y un feliz naufragio. Otros, viendo que las tetas proliferaban en las cubiertas del buque, se acercaban en veleros o lanchas motoras, gritando obscenidades, aunque en italiano suenan muy finas.

El pasaje se agolpaba en las barndillas, todos impecablemente uniformados, devolviendo saludos y buenos deseos. Nosotros no. Había tenido la precaución de reservar camarotes con terraza y orientados al Este (ruego me perdonen los amantes de la navegación y los deportes náuticos, pero me armo la picha un lío con lo de babor y estribor); es decir, a la izquierda, según el sentido de avance, para poder contemplar a gusto la costa Dálmata desde ambas habitaciones. Dio la puta casualidad que también estaban orientadas hacia la ciudad. No pudimos resistir la tentación.

Sin ensayar ni nada, nos quedaron unas escenas dignas de una peli porno. Primero salieron ellas, contoneándose exageradamente, dirigiendo besos a la concurrencia, magreándose las tetas (cada una las suyas), comiéndose después los pezones (cada una los de la otra) y terminando por hacer la tijera en la tumbona. El personal de los muelles aullaba y sacaba fotos. El de los veleros intentó un abordaje. Alessandra, con sus exacerbadas inclinaciones exhibicionistas, disfrutó como nunca.

Luego aparecí yo. Bueno, en realidad, la que primero apareció fue la punta de mi polla, pero dudo que nadie se fijara en el curioso efecto de perspectiva. Con gran éxito de público y crítica, debo añadir, a juzgar por el alboroto que se formó. El pasaje, como después nos comentaron algunos, pensó que tanto entusiasmo desbordado iba dirigido hacia ellos y colaboró con algún espectáculo improvisado. Poca cosa: algo de meter mano, un par de mamadas y algún polvo simulado, debido a que la peña aún no había entrado en ambiente.

En nuestra terraza, dónde se desarrollaba verdaderamente la acción y se concentraba la atención del público, la cosa se estaba desmadrando por momentos. Natalia, apoyada con los codos en la mesa, echaba las caderas hacia delante, facilitando la mamada que le estaba dando Alessandra que, a su vez, de rodillas en la tumbona, me ponía el chochito a tiro. Luego, fuimos cambiando de posturas, hasta terminar la función con una mamada a dos bocas sobre mi polla. Aunque, esto último, ya sólo pudieron apreciarlo unos cuantos entusiastas que nos persiguieron por toda la laguna veneciana.

Una cosa que me sorprendió –je, je, ¿sólo una?- fue la gran cantidad de familias que había abordo. Nada raro en un crucero, pero un poco extraño en éste; vamos, digo yo. Omitiré la edad de los más jóvenes (por los ya citados motivos de censura, muy rígidos en esta página, pueden creerme). Pero añadiré que incluso los púberes tenían sus "actividades recreativas" bien cubiertas. Perdón, quería decir "incluidas", no se vaya a bieninterpretar lo de cubiertas.

Durante la cena, nos fueron presentando a la mayor parte de la tripulación. L@s responsables de cada sección nos detallaron sus funciones –centradas en hacernos agradable la travesía- y los que ni hablaban ni servían las mesas, se concentraban en hervir en su jugo las almejas de las señoras y mantener bien erguidos los mástiles de los caballeros, por usar términos marineros. Para los aquejados de disfunción eréctil, había distribuidas por todo el barco bandejitas con pastillas azules. Algún despistado pensó que eran gominolas y se tragó un puñado.

En vista de que el uniforme no era obligatorio durante la cena, aquello perecía un desfile de lencería fina. Mucho modelito de firma exclusiva, me cotilleaba al oído Alessandra; aunque, para mí, unas bragas siempre serán unas bragas y un sujetador una prenda inútil. Pero, hostias, casi doscientos bodys, conjuntos de braga y sujetador, tanga y sujetador, tanga a secas o ni una cosa ni otra; es decir, en pelota picada, levantan la moral a un muerto. De los tíos mejor ni comento…pandilla de horteras. Alessandra eligió para la ocasión una cadenita de oro en la cintura y zapatos de aguja. Natalia ni eso: un poco de colorete en los pezones. Y yo, pues el traje de faena: chaquetilla torera a pelo y pantalones cortos marcapaquete, también a pelo.

Terminada la cena, dónde el deporte más practicado consistió en fisgar a los de las mesas de al lado, pasamos al salón-discoteca-punto de reunión de orgías, según rezaba en el cartelito de la entrada, en inglés, francés, alemán, italiano, portugués, croata, griego, sueco, polaco, finés, castellano y catalán. Pedazo cartelito, que ocupaba más de la mitad de la doble puerta de acceso al local.

El ambiente estaba cargado, se mascaba la emisión incontrolada de feromonas y, yo diría, que la humedad relativa ambiente se incrementaba con la que le chorreaba patas abajo al pasaje. ¡Joder, que todo dios estaba salido!

Nos dividieron en grupos de unos veinte, más o menos mitad y mitad, dentro de cada grupo, y comenzó el juego…o la subasta. Salía un@ por sorteo. El resto del grupo pujaba. Adjudicad@ al mejor postor. A los más impacientes la broma les salió por un ojo de la cara. Yo recuperé 1.200 €, ingresados inmediatamente en mi cuenta de débito, gracias a una…una guiri, que se encaprichó del prometedor bulto de mis pantalones. Alessandra casi bate el record de la noche, con 3.500 €, adquirida por un italiano gordo, calvo y rico. La cabrona de Natalia pagó 150 € por una chiquita muy mona, tierna y un poco tonta, pero con unas tetas impresionantes. Se desilusionó mucho, cuando le dije que se lo descontaba del sueldo. A mi no me chulea la pasta semejante cabrona, por muy encoñada que tenga a mi amorcito.

Como el que paga manda y a la que pagaba no le temblaba el pulso –su marido no se lo iba a descontar del sueldo-, no tardó ni dos minutos en meterme mano; la cuarta vez que me ocurría en el día. ¿Dije mano? Perdón, quería decir las dos manos, que mi pantaloncito era muy elástico. ¡Menuda loba!

Aparte de presentarse como Matilde, Mathilda, Matil-dhu o algo parecido, muy comunicativa no era la señora, la verdad. Debía de andar por los cuarenta y tantos, se notaba que se cuidaba y que se gastaba una pasta en "arreglitos". Esto último lo comprobé inmediatamente, en cuanto le eché mano a las tetas, que uno será un caballero, pero no es manco. Lamento no poder ampliar la información sobre su indumentaria. Con los nervios de la subasta –juro que fue la primera vez que cobraba pasta por un polvo-, no me fijé en los detalles, pero debía de ser escasa.

Como ya sabrán, por la experiencia que ya conté en el local de intercambio de Roma, me jode bastante tener a los mirones cerca. Aquí no es que estuvieran cerca, es que los teníamos encima. Joder, que mientras intentaba seguir el ritmo de la música y marcarme unos pases de baile medio decentes, forcejeando con la elementa, empeñada en bajarme del todo los pantalones y hacerme una mamada en mitad de la pista, por mi culo pasaron más de una docena de manos. De eso sí que me acuerdo.

Conseguí convencerla de que había sitios más cómodos para saldar la deuda, mediante el expeditivo método de salir andando, con toda la dignidad posible de la que uno es capaz cuando tiene los pantalones medio bajados y la polla tiesa asomando, camino del camarote. Tres intentos de felación más tarde, en mitad de los pasillos, conseguí llegar.

La cabrona tenía una fijación oral, estoy seguro. Me tumbó en la cama y se la calzó de un bocado. Ni mimitos, ni caricias, ni bonitas palabras. Una mamada a pulso, sin manos –las tenía apoyadas en la cama, para mantener el equilibrio y no perecer ahogada-, de pie delante de la cama y doblando el espinazo. ¡Las hay brutas!

Pensé que la cosa se había terminado, después de que se tragara su ración de leche sin rechistar. Pero no, se fue a escupir al baño, esperó un cuarto de hora y volvió al ataque. ¡Ya me parecía a mí mucha pasta por tan poca cosa!

Intente devolverle el favor, consiguiendo que moviera las manos frenéticamente y negase con la cabeza. Probé a tumbarla y clavársela a lo bestia, pensando que igual era de las que fantasean con violaciones, pero me calzó un bofetón. ¡La tía quería seguir mamando!

-¡Que te jodan, chiflada! Por mí puedes seguir chupando hasta que se te desencaje la mandíbula- Le solté, con una sonrisa y seductora entonación, convencido de que no me entendía una palabra. Con lo que no contaba es que, una vez consiguió que mi herramienta volviera a recuperar la alegría de vivir, saliera zumbando por la puerta, después de hacerme unos inequívocos gestos de que no me moviera.

Volvió cerca de una hora más tarde, cuando ya daba por liquidada la cuestión y estaba cogiendo la postura cómoda para dormir, acompañada por una chiquita. ¡Joder, qué susto, se me había olvidado que las puertas no tenían cerradura!

 

 

Apostillas del autor.

¿Un final un poco abrupto? Lo sé, pero la culpa es de mi ordenador. Algún cabrón me ha mandado un emilio infectado y ahora le da por comerse letras. He tenido que repasar seis veces el texto para que no quedasen frases de tipo: ¿S pueden cree que las my putas segía e plea fna? Siempre tuve la sospecha de ser levemente disléxico al teclado, pero esto ya es demasiado.

Antes de que algún lector me abronque por auto-plagiarme (estoy pensando en cierto remero de agua dulce que se estará frotado las manos), reconozco que las normas de etiqueta están sacadas, con algún retoque de estilo y alguna cosilla que no cuadraba, del relato "Ingrid se embarca".

La enumeración de idiomas del cartelito es casual; así como su orden, no.

Aún yendo en contra de todos mis principios, tengo que advertir a los lectores más entusiastas que las situaciones descritas son producto exclusivo de las experiencias y de las mentiras que me cuentan los amigotes más salidos. La ambientación, no. Mi imaginación no da para tanto.

De todas formas, si la firma que organiza los cruceros se da por aludida y me reclama que indique el nombre y forma de contacto, estoy dispuesto a dejarme querer…por una sustanciosa cantidad.

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