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¡No me hagas reír, Bonifacio!

en Dominación

Estaba un día de estos viendo la tele…bueno, más que ver la oía; porque, ocupada como estaba en comerle la polla a Fernando, no la cambio yo por la caja tonta.

Mientras él recuperaba el resuello -derrumbado en el sofá-, y yo buscaba un pañuelo de papel para deshacerme del regalito que me había dejado en la boca –lo siento, pero por muy de moda que esté…que se lo trague otra-, en la tele daban un numerito de hipnosis. Un fulano, con pinta de profeta bíblico; es decir, con barba de chivo y unos ojos de loco que daban miedo, se dedicaba a sumir en trance hipnótico a media docena de voluntarios, haciendo oscilar un reloj de bolsillo delante de sus narices.

-¡Menuda gilipollez! Eso lo hago yo sin necesidad de reloj. Me basta con mis tetas.

Fernando, que es un descreído, me retó a demostrarlo. Así comenzó la historia con Bonifacio -el frutero de la esquina-, su hijo Boni y la novia de éste, Amelia.

El asunto de las tetas no es ninguna broma. Lo tengo más que comprobado: te planto mis melones a medio palmo de la cara, clavas la mirada en mis pezones –es curioso, pero a los tíos no hace falta que se lo digas, ya lo hacen ellos "motu proprio"-, los meneo con un ritmo cadencioso…y ya puedo pedirte que me folles haciendo el pino y cantando el recitativo de la tercera escena del primer acto de "Così fan tutte", que tú –te lo sepas o no- empiezas con lo de "Che sussurro! Che strepito! Che scompiglio!"

Para darle un puntazo de morbo y una dificultad añadida, se me ocurrió elevar la apuesta y hacerlo con Fernando de testigo. El premio, en caso de ganar, era un viaje de dos semanas a Kenia –tenía la fantasía de tirarme a un masai, pero esa historia queda pendiente para otro día, palabrita- y, en el improbable caso de perder, tendría que hacer de puta para su panda de amigotes durante un fin de semana. El caso es que ya me los había cepillado a casi todos, pero como eso fue antes de casarnos y nunca me lo preguntó, no creí oportuno comentarle nada.

Faltaba escoger el conejillo de indias. Aquí intervino Lita –mi amiga, el putón de "¡No me hagas reír, Lita!"- y, después de comentarle la apuesta, me pidió –por favor, porfa, plis- que lo hiciera con su marido y se lo quitara de encima aquel fin de semana. Por una amiga hago lo que sea. Y más habiéndome prometido que, en compensación, me cedía a Juan y Ramón cuando yo quisiera. Siento mucho haberle fallado, auque Lita no es rencorosa y terminó prestándome a su par de sementales –pero eso os lo contaré…eso mismo, listos, en otra ocasión-, pero se cruzó el frutero, el hijo del frutero y la novia del hijo del frutero.

Soy consciente de lo condenadamente buena que estoy, por lo tanto, salvo que tenga un día de esos que te levantas con el coño hirviendo y pidiendo guerra desde bien temprano, soy discreta a la hora de vestir. Aquella mañana, cosa rara en mí, ni me fijé lo que me ponía. Total, que salí de casa recién duchada, con unos tejanos de esos que tienes que ponértelos echada en la cama y una camiseta sin mangas –sin sujetador, por supuesto-. No había pisado la calle y ya andaba revuelto el personal masculino –y parte del femenino-: silbidos de los albañiles de la casa de enfrente, un taxista asomado a la ventanilla del coche, voceando obscenidades –y a punto de atropellar a un viejo en el paso de peatones-, una manada de turista japoneses –que me frieron a fotos- y una señora, con permanente y perrito pekinés, que me hizo proposiciones mientras esperábamos a que el semáforo se pusiera en verde –conclusión: ellos amagan y no dan, mientras que nosotras vamos al grano-. Pensé que sería la primavera, hasta que me di cuenta que no me había secado bien y que parecía "Miss Camiseta Mojada". Cogí el número de la señora –"Quizá otro día, guapa. Hoy tengo prisa y la compra sin hacer" y salí pintando para la frutería.

El caso es que una tiene su ego y estas cosas te ponen la autoestima por las nubes. Después, pensando en la cara de gilipollas que se les adivinaba a los nipones tras las cámaras fotográficas, comencé a reírme. Y debido a esa extraña disfunción que padezco, empecé a calentarme. Cuánto más me reía, mejor me sentía. ¡La leche! Llegó un momento en que tuve que agarrarme a una farola: estaba doblada riéndome y a punto de correrme. Cuando entré en la frutería, mis pezones habían crecido un par de centímetros y mis bragas encogido un par de tallas…sería por la humedad.

¡Había que ver a Bonifacio! Pobre hombre, no me extraña que empezara a tartamudear y se equivocara al darle el cambio a la señora que encabezaba la cola, despachara a la siguiente con un "No hay pepinos, señora. La siguiente". La siguiente era yo, pero la otra seguía insistiendo: "¿Y eso de ahí qué son?", hasta que la puso de patitas en la calle a empujones y echó el cerrojo a la puerta.

-¿Qué va a ser, pechugona? Perdón, señora…quería decir señorita-, supongo que dijo, porque entre el tartamudeo y el farfullo, no lo podría jurar. El caso es que me hizo gracia que el vejete le echara tanto morro, a parte de que se le notaba una erección de caballo. Y yo, después del amago de orgasmo agarrada a la farola, no estaba para muchos remilgos.

-Un polvo rápido en la trastienda, un kilo de tomates para ensalada, medio de cebollas y un par de pepinos…de esos que no hay-, le solté como si tal cosa, meneando las tetas hipnóticamente.

Bonifacio salió como una flecha de detrás del mostrador. ¡Qué coño salió…Saltó por encima del mostrador! Me llevó en volandas hasta la trastienda, se dejó los pantalones y los calzoncillos por el camino, y aún no me explico cómo, también los míos. Con esas prisas, las filigranas que hizo y la cantidad de cajas que había almacenadas, fue un milagro que no nos abriésemos la cabeza. Yo, por si acaso, me agarraba a su polla como si fuera una barandilla.

Tengo que aprender a ser más dominante. No puede ser que el hipnotizado, aunque cumpla mis órdenes y me folle a base bien, se salte a la torera mis recomendaciones. En concreto, le dije bien claro a Bonifacio que estaba como loca por saborear su polla, pero no me hizo ni puto caso. Me tumbó boca abajo sobre cuatro cajas de calabacines, me rompió las bragas de un tirón y me puso los ojos en blanco con la primera embestida. Después, según fuimos cogiendo el ritmo, me tuve que conformar con chupar una de las cucurbitáceas más gordas que había en la caja.

El tío berreaba como un animal y parecía estar empeñado en hurgar con la punta de la polla en el cuello de mi útero. "Pues te vas a enterar tú de lo que vale un peine, viejo verde", recuerdo que pensé, mientras me concentraba en tensar los músculos del perineo, convirtiendo mi vagina en una prensa hidráulica. En estos casos, si el tío no se acojona y se le desinfla la polla antes de tiempo, los resultados son espectaculares. La presión vaginal aumenta hasta un punto en el que las paredes aprisionan el miembro, impidiéndole retirarse. La única opción es seguir empujando y vencer la resistencia. La maniobra me permite poner en contacto con la polla de mi ocasional acompañante todas y cada una de las terminaciones nerviosas de mi chochito, proporcionándome un placer indescriptible.

Bonifacio cumplió como un campeón, a pesar de que a primera vista, sus sesenta y pico años, abundante barriga y escasas altura y musculatura, parecieran indicar lo contrario. "Hasta que no catas el melón no sabes si estará maduro", es lo que siempre me digo en estos casos.

Al principio se sorprendió un poco, viendo que su polla se quedaba atascada a medio camino; pero se sobrepuso rápidamente, agarrándome con fuerza de las caderas y sacudiéndome una serie de pollazos que habrían abierto hueco en un muro de hormigón.

-¡Me cago en la leche, cabrona, lo tienes más estrecho que el culo de una monja!- Me provocó un ataque de risa y, como es de suponer, un orgasmo de esos que te dejan vacía de flujo. Mi coño se convulsionó, vibró y creo que hasta lloré de gusto.

-La hostia, ¿tú qué tienes entres las piernas…un chocho o una batidora?- seguía diciéndome burradas y yo, descojonada de risa, estaba al borde la crisis orgásmica –punto crítico, que una vez alcanzado, ya no hay vuelta atrás y ligas una mano de cuatro o cinco corridas seguidas-.

-Sigue dándole duro y no pares de decirme burradas.- No hacía falta animarlo, pero por si acaso. Sólo una vez me pasó, con un jugador alemán de balonmano, de metro y medio de ancho de hombros y una polla a juego, que me dejaran a medias en este trance. Aún se debe acordar del rodillazo en los huevos.

-Por mis muertos que te la saco por la boca.- Dos y casi me atraganto con el calabacín.

-Te voy a dejar el chocho "alicatao" y más suave que el culito de un bebé.- Tres y me dio un calambre en la planta del pie.

-Luego probamos por detrás…a ver si lo tienes más dado de sí.- Cuatro y me fallaron las piernas.

-¡Papá! ¿Qué cojones haces?- Cinco y casi me da un infarto, de gusto y por el susto; porque no me sonaba el tono de voz.

-¡Boni, hijo!- Asunto aclarado.

Lo sentí por Bonifacio, al que la impresión le provocó un repentino "bajón de ánimo".

-Aquí una clienta…aquí mi hijo.

El caso es que el hijo me recordaba mucho al alemán, en versión morena y pelo negro rizado. Me picó la curiosidad y quise averiguar si también se le parecía en otros aspectos. Un par de meneos de tetas –los pezones amenazaban con abrir dos agujeros en la camiseta- y lo tuve en el bote.

Que estaba absolutamente hipnotizado era incuestionable. Ni rechistó cuando le metí la lengua hasta la campanilla y le bajé la cremallera de la bragueta.

Tampoco fue muy locuaz cuando, arrodillada entre los dos, me di un festín con su polla –un poquito más corta que la del teutón, aunque lo compensaba con un mayor diámetro- y volví a levantarle el ánimo a su padre con una manuela de artesanía.

Lo siguiente que recuerdo es que estaba cabalgando ese pollón –sin virguerías vaginales, que ya tenía calambres de cintura para abajo-, con Boni tumbado de espaldas y su padre de pie, poniéndome la polla al alcance de la boca. No eché de menos el calabacín para nada.

-¿Hay sitio para una más?...o esto es una reunión estrictamente familiar.

Ya empezaba a estar hasta el moño con tantas interrupciones. Aunque, pensándolo mejor, caí en la cuenta de que nunca me había montado un cuarteto con dos hombres y otra mujer. Había que aprovechar la ocasión.

Las presentaciones fueron rápidas. De hecho, no hubo presentaciones, salvo que "¡Amelia, cariño!" se tome como tal. Además, la moza estaba como un queso y más que dispuesta, con un tanga raquítico como única vestimenta y una mano dentro de él.

Amelia ocupó el puesto de Bonifacio, ofreciéndome un chochito depilado –el tanga se había volatilizado- que sabía a gloria y pasando el padre a ocupar la única plaza disponible…¿hace falta explicar cuál?

Cuando salí de la frutería, dos horas y media después de haber entrado, tenía un cuarto de litro de semen repartido entre el coño y el culo, la lengua escocida, moratones en las rodillas y calambres hasta en la raíz del pelo. Pero diez orgasmos no son moco de pavo y eso se me notaba el la cara. Lo notó hasta el portero de casa, a pesar de que está a punto de operarse las cataratas; así que no os cuento nada del alboroto que armé de regreso a casa…me parecía que llevaba colgado el cartelito de RECIÉN FOLLADA Y CON GANAS DE MÁS.

La única pega es que Fernando no me creyó. Bueno, me creyó la historia de la frutería, pero achacándola a mi compulsiva cachondez y no a mis dotes hipnóticas.

Al final terminamos yendo a Kenia, pero me tuve que montar un numerito con la pareja gay del ático y un par de amiguitos que estaban de visita, con Fernando grabándolo todo en vídeo –resultó ser una de las grabaciones caseras de mayor éxito en la red-…y todo ello gracias a mis portentosas dotes paranormales.

Apostillas del autor.

Respondiendo por escrito –así me ahorro un "puñao" de emilios- a los indignados lectores que me acusan de tener un retorcido sentido del humor, por colgar escritos con escaso o nulo erotismo y, lo más grave, con temáticas que nada tienen que ver con las secciones en las que se publican, tengo que confesarles que estoy totalmente de acuerdo.

No obstante, si alguien se siente particularmente ofendido, le recuerdo la recomendación: terriblea el relato y relájate. De todas formas, abusando un poco, ¿podría pedir que lo acompañaras con un comentario explicativo?...de más de una línea, por favor.

Resulta una gamberrada de dudoso gusto, además de un atentado a las buenas costumbres de esta insigne página, no atenerse a las reglas de cada sección. ¡Coño, para algo están ahí!, ¿no?

Expresado mi dolor de contrición por el pecado cometido –si sólo fuera uno…-, ahora tocaría lo del propósito de enmienda…pero va a ser que no. De cumplir la penitencia, ni hablamos.

Lo que sí estoy en condiciones de cumplir, queridísimos sufridores, es que no falta mucho para concluir la tortura. En concreto, si hago bien las cuentas, y contando con que éste se publique en la sección de Dominación, ocho relatos.

A saber:

-El segundo capítulo de La Benéfica (Interracial)

-Un relato en bable –otro más- con los maternales consejos y confesiones de una maruja a su hija (Lésbico).

-Un par de cuentos infantiles –sólo cuentos, sin ninguna clase de coña y dirigidos al público infantil- (Textos Educativos).

-Un capítulo de las andanzas del heterosexual centurión (Gay).

-Otro del inquisidor Fray Justo (Sadomaso)

-La increíble historia de Santiago López, teletransportado catorce mil años en el futuro (Sexo Virtual).

-Las hazañas cinegéticas de Neke, chamán y cazador de búfalos, veinte mil años atrás (Otros Textos).

Venga, chic@s, un poquito de paciencia y prometo que después sólo vendré a incordiar en los ejercicios y en alguna colaboración…si me dejan.

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