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In memoriam (7: Asun...otra vez)

en Confesiones

¡Hace un frío de cojones!, ¿eh?.

No se me alteren, que no les pienso hablar hoy del tiempo.

Decía que, al menos en el culo del Norte, dónde ahora me encuentro, refresca por la noche. Y como, oficialmente, seguimos en verano, la calefacción ni olerla. ¡Hay que joderse!.

Me he despertado ésta noche con tiritona, hecho un ovillo y las manos abrazando amorosamente mis pelotas, buscando calorcillo.

Si no fuera tan descuidado, estaría confortablemente acompañado, disfrutando del calor de pecho ajeno, procurando llevarme toda la manta y dejarla con el culito al aire, según me cuentan esas brujas que suelo hacer. ¡Infundios y mucha mala leche!, me pueden creer.

La culpa es de las nuevas tecnologías y de mis despistes. ¡A quién se le ocurre olvidar el móvil al alcance de una marujona!.

¡Menuda bronca!. No valieron de nada mis disculpas, tratando de convencerla de que los msm cachondos, eran un juego poético que me traía con una desconocida. ¡Joder, para una verdad que le cuento, no me cree!.

Me temo que con ésta ya no hay reconciliación posible, pese a mis desvelos por mantener relaciones cortas, intensas y con un final de consenso (procurando que la idea salga de ella). Siempre dejando la puerta abierta…nunca se sabe.

Y volviendo al tema de mis pelotas congeladas…Eso me trae a la memoria un día despejado, claro y frío, de enero de 1985. (Si, ya se que vuelvo a las andadas con los saltos en el tiempo. Pero, ¿saben qué?, ¡a joderse tocan!. No estoy de humor para gilipolleces).

Recuerdo que era enero porque había rebajas. Y entonces las rebajas se ponían cuando tocaba. No como ahora, que las de enero empiezan, ¿cuándo, el mes que viene?. Todo dios acarreando bolsas, echando fuera de la acera a los viejecitos de andar cansino…que nos cierran la tienda.

Andaba por una calle comercial del centro, con las manos en los bolsillos del gabán, perdido en mis ensoñaciones, pero atento a las miradas que me dirigían los transeúntes, emulando el juego de lengua de Mick Jagger cuando la mirada en cuestión se pasaba de insolente (para pasmo y escándalo de la interesada).

-"Mariano, ¿has visto lo que me hizo el degenerao ese?". Tirando frenéticamente de la manga del Mariano, que, como siempre, no se entera.

Cuando el objeto de mis habilidades lingüísticas era uno y no una, ya sabía lo que venía a continuación:

-"¡Maricón!".

Estaba haciendo examen de conciencia, sin propósito de enmienda (me fustigo, pero sin llegar al sado-maso), buscando algún resquicio legal con el que auto-absolverme por falta de pruebas, sin encontrarlo. ¡Jodida conciencia!.

Una vez concluida la FP, me había encontrado con un currito de media jornada y sueldo misérrimo. Suficiente, eso pensaba yo, para emanciparme y alquilar un estudio de renta antigua…de renta no tan antigua como el estudio, claro. Un dato, para sentarme en el inodoro, tenía que pasar una pierna por encima de bañera. Y cuando digo bañera, entiendan que la de los pitufos era una piscina.

Con éste panorama, y sin esperanzas de mejorar mis ingresos a corto plazo, se me ocurrió matricularme en una carrera técnica de la UNED. Con resultados insospechados, años más tarde.

Así que, dos años antes, había resultado presa fácil de un colega con un negocio inmejorable: pasar el verano en Sitges como "acompañante exclusivo para señoras".

Pensaba omitir la cuestión por vergüenza torera, pero me he encontrado en ésta página con las memorias de un gigoló (recomiendo encarecidamente su lectura a quienes no lo hayan echo ya), y me he dicho: "¡Qué cojones!, si el colega lo cuenta con tanto desparpajo…"

Tranquilos, les ahorraré los detalles siniestros. Tan sólo unas pinceladas sobre el modus operandi, la clientela y los resultados económicos.

Con la base de operaciones ya establecida y un socio conocido en el sector, sólo hacía falta instalarse a media tarde en la terraza del paseo. No más tarde de las 20.00 h, que la clientela, mayoritariamente guiri, cenaba temprano. El socio dominaba el inglés y yo me defendía en francés (sin doble sentido, no me sean mal pensados). Con la clientela germanoparlante, nos entendíamos por señas y en espafrancinglis.

Según me comentó el colega, la idea de ser dos había sido un hallazgo empresarial. Era mucho más fácil que entraran al trapo de dos en dos, de tres en tres o en grupo tipo charter, que vencer la vergüenza de una en una. Igualito que los tíos en los bares de putas.

Salvo contadas y honrosas excepciones, había que tener estómago y falta de escrúpulos para lidiar con aquel ganado. Un episodio cachondo fue el protagonizado por la abuela, la madre y la "sobrina". Igual cae un relato en al apartado de amor filiar.

Con una tarifa que variaba entre las 25 y las 50 mil (ptas), por cabeza de chulo y noche, dependiendo de lo numeroso del grupo, digamos que el negocio era rentable.

Repetimos durante cuatro años consecutivos: los dos anteriores y los dos siguientes al mencionado examen de conciencia.

A otra cosa. Volvamos al paseo, cierto día de enero, claro y frío (me gusta éste tono poético).

- "¡CASKOTE!". Hacía años que nadie me llamaba por mi antiguo apodo de guerra.

-"¿Asun?. ¡Joder, no me lo puedo creer!". Tenía ante mí a toda una dama. Con un abrigo de pieles procedente del pellejo de un montón de animalitos, la melena rubia con permanente, típica de aquellos tiempos y la carita angelical con un morro rojo pasión. Nada que ver con la camarada de célula que yo recordaba.

- "Te veo como siempre. Igual de desastre, pero más guapo, cabrón".

- "Pues yo, no sé, te veo…distinta. Guapa, elegante, cojonuda". Conseguí rectificar a tiempo.

Me enganchó del brazo, me dejó marcado el morro con pintura de guerra -menuda pareja-, encontramos un café tranquilo y nos contamos nuestras cosas. Había que ponerse al día desde cinco años atrás.

Omití los detalles más peliagudos y le ofrecí una versión edulcorada y lacrimógena de mi existencia durante ese tiempo.

Ella me contó su noviazgo con un chollo de tío. Familia forrada de pasta, un matrimonio apresurado y un fatal encontronazo entre el huevo de caballos del buga de su difunto marido y un trailer. No sin antes haber dejado el papeleo en regla, para desesperación de la familia del finado, me contaba con un brillo malicioso en los ojitos. Y un enano de tres años, a título póstumo. Ésta era la Asun que yo recordaba: vital, alegre y con un par de huevos.

Con un: "Hoy cenamos en casa" por su parte, me dispuse a ponerme al día en el aspecto de la cuestión que faltaba por tratar.

Puse cara de pasmo ante el lujo de choza que habitaba, en la zona más pija de la ciudad. Eso fue después de que el portero estuviera a punto de hacerme un placaje, antes de enterarse de iba bien acompañado por la propietaria. ¡Joder, les das un uniforme y ya se creen capitanes generales, los mamones!.

No me gustan los enanos, creo que ya lo había dejado claro en algún capítulo anterior. Pero el de Asun es la excepción. Un crío rico, rico…y no estoy pensando en él con un tomate en la boca y guarnición de patatas, como me suele ocurrir. No era berrón, ni esperaba muchos mimos, bastante pasota el enano…bien educado. Hoy lo sigo tratando y me recuerda a mí en aquella época, en su caso con mejor pinta y más educación.

Cena con mantel y cubertería de plata, que trabajo me costó no distraer alguna pieza…para la colección, asistenta coreana de nombre irrepetible y menú de alta cocina internacional…coreana. Con acompañamiento de vino blanco italiano. Seguida de postre coreano, café de no sé que coño montañas de Jamaica, coñac francés y puro cubano. Estaba claro que los únicos productos nacionales esa noche iban a ser el conejo y el nabo del país.

Asun seguía manteniendo un verbo fácil, agudo y sin cotilleos. Un placer escucharla mientras me entretenía en el sofá haciendo aritos con el humo del puro y me dejaba arrullar por los vapores etílicos de alta graduación. Sin cotilleos hasta que tocó el tema de sus "nuevas amigas". ¡Joder, que despelleje!. Estaba claro que, en el fondo, seguía fiel de corazón a los principios morales que con tanto trabajo nos inculcó el camarada Monseñor.

Y como recordatorio de aquellos viejos y buenos tiempos, cerró la botella de coñac, se quitó las bragas con mucho arte, tiró el puro por la ventana, se subió a caballito encima de mi, un breve morreo –por éste orden- y sin más preámbulos, su boquita estaba haciéndome una mamada. Tendré que recordar que la habilidad más celebrada de Asun, era la felación a pulso, sin manos. Una habilidad que obraba milagros con órganos moribundos (por algo su apodo de Asunción), y que mantenía intacta, podía dar fe en aquellos momentos.

No les aburriré con los detalles húmedos del reencuentro, salvo para indicar que Asun seguía con las manías de siempre. A saber:

Mamada lenta, exasperantemente lenta, incluso cuando se la calzaba hasta la empuñadura (a mí siempre me dio la impresión que tenía que respirar por las orejas).

Polvo rápido (una velocidad supersónica a la hora de correrse la primera vez, dejándome a mí a punto de caramelo).

69. Yo encima. Otra manía, incómoda. Corrida mutua asegurada y limpieza a base de lengua, que nunca le hicimos ascos a los fluidos del otro.

Fase tierna de besos y caricias. Yo echado de espaldas y ella con la cabeza cómodamente instalada entre mis piernas. Los besos y caricias no eran para mí, eran para mi otro yo. También había confidencias, claro.

Y vuelta a empezar.

Siempre tuve la duda de que si el accidente del difunto fue fortuito…o una medida desesperada.

La sorpresa me la tenía reservada la coreana.

Al día siguiente, no recuerdo haber dormido, pero el agotamiento debió de dejarnos fritos en algún momento, me despertó un sobrepeso en el otro extremo del colchón.

Allí estaba la empleada de hogar, en pelota, a horcajadas sobre Asun y dándole un masaje a base de aceite, que no tenía nada de terapéutico.

Alguna vez había visto a Asun en faena con Bayeta y Lassi (y el que se pregunte quienes son éstas dos, que se joda y lea más), pero eran poco más que juegos para poner cachondos al grupo de ácratas…al reducido grupo susceptible de ponerse cachondo con el espectáculo.

Lo de éstas dos era distinto. Aquí había química y teoría cuántica de por medio. ¡Joder con la chinita!.

En cuanto Asun abrió el ojo y la coreana le dijo algo (serían los buenos días, digo yo), se enzarzaron en un combate de lucha libre en el barro (sin barro y en el catre), pero resbalaban igual, por efecto del aceite. Menos morder (en las tetas parece que si estaba permitido morder), se dieron una paliza de la hostia entre jadeos y berridos, que me parecieron poco deportivos, pero me pusieron como una moto.

No sabría precisar la edad de la oriental, quizá era un poco mayor que Asun. O podía ser su madre, vete a saber con las chinitas, que hasta que no se les arruga el pellejo del cuello, no sabes que han pasado la menopausia.

¿Muñeca de porcelana?...no. Ese recurso literario ya está muy manido. Me quedo con "flequillo lacio". ¡Mira que me joden los chochitos peludos!. Pero el de ésta (y el de las orientales en general, aprendí después con la experimentación científica) era una gozada. Unos pelitos suaves y lacios, que pedían a gritos que soplaras y le alborotaras el flequillo. Y un chochito de juguete. Chiquitín, apretadito…una gozada.

-"¿Que me dé la vuelta?. ¡Vamos, no jodais!. De una en una, o mejor las dos a la vez. Ya tengo yo ganas de pelearme también".

Pero no hubo manera. Las normas de la casa imponían un masaje previo. A cuatro manos, dos bocas y cuatro pies…¡que gozada!.

Seguido de una mamada a dúo, sin desafinar ni una nota. Allí se notaba una compenetración producto del duro entrenamiento. Mientras una se dedicaba al tallo y la alcachofa, la otra atacaba la raíz.

Para terminar con un sándwich, en que yo era la mortadela. Una a cuatro patas, con el menda detrás sudando la gota gorda, sujetándola por las caderas con una mano y la otra mano retorcida hacia atrás, haciendo juegos malabares con el chochito de la segunda. Y ésta pegada a mi espalda, mordiendo lo que se le ponía a tiro y empujando con fuerza las caderas para no peder el ritmo de la embestida.

Y como uno es un caballero, tras otra pausa de besitos y caricias, tocaba cambio de rebanadas…no se si me entienden, pero se me hace tarde para dar detalles más suculentos.

Con un buen desayuno, de mediodía, salí de la casa de alto standing obsequiando al mamón del portero con mi mejor sonrisa, más seco que uva pasa y con la polla escocida pero contenta.

Después quise hacerme el duro, prometiéndome que esperaría a que me llamara Asun. Pero la carne es débil (y la de mi alma gemela, ni les cuento) y fui yo el que llamaba tres veces por semana, invitándome a cenar. Con la excusa de que era una pena que se echaran a perder unos puros tan cojonudos.

Unas palabritas sobre el enano y los sentimientos, que tengo que demostrar alguna flaqueza humana para no peder del todo el respeto de la audiencia.

Me preocupé porque el enano quedara desatendido por las mañanas, hasta que me tranquilizó su mamá con la lista del personal de servicio…jodidos capitalistas.

No me preocupó en absoluto faltar un día por semana al curro, hasta que terminé de enterrar a toda la familia cercana, vivos, fiambres ilustres y algún conocido.

Y la peor de todas: me declaré a Asun, un día que había abusado más de la cuenta del coñac.

-"Casi te creo, chaval. Pero no. Tu no tienes corazón".

Sabias palabras.

Y eso que no me iba a extender. Es que ya se sabe: lo de la jodienda, no tiene enmienda.

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