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Las voces (0: No es amor, son feromonas)

en Grandes Series

¡Mi amigo Segis es un puto genio!. No hablo de que sea inteligente, un pedazo de artista o un pitagorín de las matemáticas, que lo es. Además, es un genio reconocido oficialmente: 190 de coeficiente intelectual…la hostia.

Somos amigos desde que empezamos juntos en la guardería. Como todos los de su especie, tiene un punto de chifladura, faltaría más. Yo siempre digo que es un toque de sabio despistado. De pequeños era peor, le daban unos prontos que acojonaban al personal; sobretodo, cuando se ponía a bailar dando saltitos y canturrear en idiomas desconocidos. Las tías de la guardería, y después los profesores del colegio, flipaban en colores. Pero eso sólo pasaba cuando se salía de sus casillas. A un tío del montón, como yo, cuando le sacan de sus casillas, suelta una hostia y ya está. Segis, canturrea en lapón o bosquimano…lo normal.

Con estos toques de originalidad, Segis no era muy popular entre sus compañeros del colegio. De hecho, lo tenían marginado. Nos tenían marginados, ya que éramos, somos, inseparables. Ellos se lo pierden. Porque el puto genio tiene un punto de guasa que lo flipas, lo sabe todo, las pilla al vuelo y no conozco a nadie que le haya podido hacer tragar una bola. No se cómo lo hace, pero antes de que abras la boca para contarle una milonga, te suelta: "Me vas a mentir. Mejor te callas". Lo cojonudo es con las tías; ya puede ser una golfa yendo de estrecha o una virgen de mujer fatal, las caza al primer vistazo…y se lo suelta a la cara, sin que se la partan a él.

¿Quién coño soy yo?. ¡Hostia!, me embalo hablando de Segis y resulta que aún no me he presentado. Soy Manuel, su único amigo, ¿ya lo había dicho?. Los dos tenemos 25 tacos, yo soy un tipo normalito, bastante alto, moderadamente cachas, ni guapo ni feo…resultón, bastante vago y lo suficientemente listo y educado. Segis es más, más de todo y además, un puto genio. Lo que más me jode es que tenga los ojos azules y yo grises. Pero no es rubio y yo si, eso si que a él le jode, je, je.

¿Qué cojones hago contándoles la historia de Segis?. Pues eso, contarles la historia de Segis, desde mi punto de vista. El muy capullo no se atreve. Ya que tuve la potra de estar en el sitio justo en el momento oportuno y de contar con información de primera mano, no me resisto a contarles la historia. Además, ¡qué coño!, yo soy el protagonista de la parte más jugosa.

Según me ha dicho, tengo que transcribir fielmente sus palabras, por muy fantástica que me parezca la historia, empleando mi estilo.

No me extraña que insista en que escriba yo. El tío será todo lo puto genio que se quiera, pero escribiendo aburre a las piedras; a pesar de que, como dije antes, hablando tiene un punto de coña. Como yo le digo: "Joder, tío, si quieres contar algo por escrito, escríbelo como si me lo contaras a mí". Pero el tío que nones, insiste en escribir en un estilo que le parecería pedante y aburrido al padre Baltasar Gracián (Borrar esto en la copia para Segis, seguro que si lo lee se mosquea).

La que está como un cencerro es su madre. Empezando por la putada del nombre: Segismundo. ¿Qué clase de madre le hace semejante cabronada a un hijo?. Una hija de puta o una loca de atar. Según mi vieja, oye voces. Dice que se lo confesó un día que la pilló con la guardia baja. ¡Coño, también Segis oye voces!, pero no creo que llame a un hijo suyo Anacleto, Eufragia o Armando. ¿Armando no es una putada de nombre?. Si que lo es cuando te apellidas Guerra.

Creo que he perdido el hilo de lo que estaba contando. Volvamos al puto genio. Cuando teníamos ocho años, y en el colegio estaban hasta los huevos del listo de la clase, algún profesor cayó en la cuenta de que tanta precocidad no era normal y presentó a Segis a las pruebas del test Stanford-Binet. El resultado dejó acojonados hasta los entrevistadores del CTY.

A finales de curso, se presentaron en casa de sus padres unos tipos muy bien trajeados y con acento guiri. No eran mormones. Le compraron un coche nuevo al viejo, un abrigo de pieles a la vieja loca, una beca en dólares para Segis y se lo llevaron cuatro años a la Universidad Jhon Hopkins, en los USA del paraíso de la hamburguesa.

No sé qué coño le harían allí, dejaremos que él lo explique mejor, pero cuando Segis volvió, no era el mismo. Seguía oyendo voces, pero había aprendido a sacarles partido. Ya no bailaba y sólo canturreaba en sueños.

Volvió justo a tiempo. Con trece tacos, estábamos entrando en la adolescencia, cambiando la voz y empezando a tener sueños raros por la noche. Raros para mí, no para él, que trataba de explicarme con mucha paciencia los desajustes hormonales que provoca el crecimiento. Mucha teoría, pero el puto genio se hacía los mismos pajotes que el menda y ver una teta en una revista nos tenía empalmados dos días y una noche.

Poco después empezamos a perseguir tías. Y cuando digo perseguir, no es una figura retórica, ligábamos por agotamiento. Veíamos un par de colegialas por la calle y, espantadas ante nuestra cara de salidos, salían huyendo. Poner cara de salidos no nos costaba mucho trabajo: era un acto reflejo. La persecución solía terminar con éxito, acorralando al par de uniformadas en un portal o una esquina, momento en el que entraban en acción las prodigiosas artes de seducción de Segis. Yo, calladito y aprendiendo del maestro. Hoy en día sigo aprendiendo.

Rápidamente pasamos de meter mano para ir directamente al grano. El grano se concretó una calurosa tarde de julio, con dos Teresianas (alumnas teresianas), dejemos a las reverendas madres en paz…de momento, (cuya edad omitiré para no tener una agria polémica con el amigo Alex), en una mugrienta pensión que se llevó nuestra paga de dos semanas. Por mi parte, el único hecho digno de mención, a parte de dejarnos el bolsillo tiritando a Segis y a mí, fue que cuatro pardillos perdieron el virgo en aquella asquerosa habitación. Segis se lo montó mejor, a juzgar por los grititios de rata que daba la teresiana que le tocó en suerte, mientras la otra y yo esperábamos turno en el sevicio, metiéndonos mano. Tanto trajín previo, tuvo como consecuencia que me corriera en cuanto me tocó la polla. Pero después cumplí como un campeón, un rápido campeón, en el catre.

De nada sirvieron los sabios consejos de Segis, yo seguí siendo un eyaculador precoz, hasta el bendito día en que me hicieron la primera mamada. Estaba tan cortado y preocupado por no llenarle de leche la boca a mi condiscípula de instituto, que aguanté y aguante hasta unos increíbles cinco minutos. Control mental, tiene razón Segis. ¡Joder, cuándo no la tiene!.

Ya dije, que una vez regresado de Baltimore (USA), Segis aparentaba ser un tipo normal, listo de cojones, pero normal. Eso facilitó mucho nuestros ligues en el instituto. Las tías se quedaban quietas al vernos llegar, hasta nos miraban, con cara de coña pero nos miraban. Ya no teníamos que gastar energías persiguiéndolas por media ciudad. Y en cuanto el puto genio abría la boca, se les caían las bragas. Siempre tenía a punto el discurso que querían oír: ingenioso o zalamero, chistoso o filosófico, prosaico o poético. ¡Joder, hasta podía recitar la parrafada de Cyrano de Bergerac a su prima, oculto bajo el balcón!...hasta yo me ponía tierno, no les digo más.

No pillé una anemia de puro milagro. Llegó un momento, coincidiendo con los dos últimos años de bachiller, en que dejé de hacerme pajas. Estábamos sobresaturados de trabajo.

Me estoy imaginando la cara de incredulidad del astuto lector. Comprendo sus razones para ser escéptico. Pero todo tiene su explicación, y dejaremos que sea Seguis quién lo explique, aunque sea yo quién lo transcriba en fluida y amena prosa, más adelante.

Una fantasía recurrente de todo alumno adolescente, heterosexual y sin alguna rara tara física o mental, es tirarse a su profesora. Si la docente está buena y además enseña matemáticas, la fantasía se convierte en obsesión. Y todos, casi todos, estábamos obsesionados con la profe de 2º. Segis ya era una leyenda, así que todo dios cruzaba apuestas sobre el tema. ¿Se la tiraría o no se la tiraría el semental del instituto?. Las apuestas estaban 2 a 1 a que si.

Conociendo las aficiones de mi amigo, yo aposté a que no. Perdí. El muy cabrón llevaba años comiéndome el coco con que, para él, follar era secundario; un medio para cumplir SU DESTINO. ¡Pues me cagué en su puto destino!, cuando perdí las mil pelas que aposté.

El hijoputa se la cameló con un trabajo sobre la esfera de Riemann y no sé qué leches de geometría diferencial y variedades de Lorentz. Ya pueden someterme a tortura para que explique de qué coño va eso: ni puta idea. Pero la cabrona se abrió de patas con la genial demostración matemática y luego lo demostraba en clase, delante de todos, con cariñitos muy poco académicos.

La bronca que le armé por habérmela jugado de forma tan ruin, fue de tragedia griega. Y el muy cabrón, va y me suelta que se había equivocado. Eso aún me jodió más, ¿encima guasa?.

Acabaron los buenos tiempos del instituto y empezó la larga travesía del desierto universitario. A Segis lo fichó la jodida Jhon Hopkins, Baltimore (USA), para estudiar Bioquímica; matrícula gratis, beca en dólares, muchos dólares y sustancioso ingreso en la cuenta corriente de sus viejos, en pesetas. A mí me aceptó la facultad local de periodismo, con reparos.

¿Tendré que contar mi triste destino?. Acostumbrado a follar cuándo, dónde y con quién quería, se me hizo muy duro valerme por mis propios medios. El índice de éxitos se redujo a menos de la mitad y tuve que volver a entrenar en el viejo equipo del cinco contra uno. Una vergüenza.

Lo más normal es que Segis se hubiera unido a la larga lista de la fuga de cerebros. Pero no, en cuanto acabó la tesis, volvió al terruño patrio, con gran alborozo por mi parte. El muy cabrón se descojonaba contando la cara de pasmo que se les quedó a los yankis, cuando les dijo que se metieran por el culo su propuesta de fichaje por una agencia estatal supersecreta.

Entre la multitud de ofertas laborales que tenía, se decidió por un laboratorio de cosmética; mientras que a mí, fichar de becario en un periodicucho deportivo, me costó un par revolcones con una redactora a punto de jubilarse. ¡Hay que joderse!, si el único deporte que practico es encima de un colchón o moviendo fichas sobre un tablero.

A propósito, ¿conocen aquel de en qué se parecen una tía y una ficha de parchís?...Nada, una gilipollez.

Aprovechando mi sueldo de sub-mileurista y el suyo, que duplicaba con creces el mío, pero que tampoco era cómo para tirar cohetes, nos independizamos…los muy ingenuos. Después de mucho buscar un pisito en alquiler, céntrico y molón, tuvimos que terminar aceptando la propuesta de Karla de compartir el suyo: inmenso, céntrico, con dos plazas de garaje, terraza, jacuzzi y caro de cojones. La única pega es que Karla no es una tía y trabaja de transformista en un club nocturno.

Acordados los términos económicos, y los aún más importantes de convivencia, compartimos piso los cuatro: Karla, Segis, yo mismo y el perro. Adoptamos un chucho callejero al que bautizamos "Tu puta madre", en honor de la progenitora de Segis. Lo que nos descojonamos en los parques, llamando al perro.

A estas alturas de la película, algún lector malpensante estará dándole vueltas al rollito de: dos tíos, una loca, un chucho…esto termina en orgía gay con toques zoofílicos y aderezo de pluma. ¡Me cago en los muertos del lector malpensante!. ¿Quedó clarito?, ¿eh?, ¿quedó clarito o tengo que ponerme serio?.

El motivo de las investigaciones cosméticas de Segis, eran un misterio para mí, convencido de que algún día lo vería doblando el espinazo delante del rey de Suecia. No me lo imaginaba mezclando potingues para conseguir una crema con mayor grado de hidratación. Me parecía un desperdicio; igual que la frustración que yo sentía, haciendo miles de fotocopias y recaditos varios en el periódico, en lugar de estar investigando alguna sucia trama político-inmobiliaria.

Hasta que un buen día empezó a explicarme el asunto de las feromonas. Resulta que los anuncios de potingues con feromonas, dónde una tía te huele el sobaco y se corre, son el timo la estampita.

Según Segis, cada uno tiene las suyas, unas partículas químicas pequeñitas y cabronas, que transmiten información sobre nuestro sexo, estado de salud…y la hostia de cosas más. Lo jodido es que no se huelen. ¿Cómo que no se huelen, capullo?. Pues no se huelen, hemos perdido la capacidad de distinguirlas conscientemente: actúan provocando una reacción hormonal inconsciente, con resultados positivos o negativos, según el caso.

Los tíos producimos siempre las mismas, las tías no. Según estén en periodo fértil o no, varían. Lo cual confirma mi teoría de que son unos bichos mucho más evolucionados que nosotros, casi extraterrestres, las muy brujas.

¿Han visto alguna vez una pareja de chuchos oliéndose el culo?. Pues no es que sean unos guarros, intercambian información. Si el olisqueo es satisfactorio y da la casualidad de que no son del mismo sexo, tendremos a dos chuchos dale que te pego sin necesidad de perder el tiempo en un agotador cortejo.

El descubrimiento genial de Segis era eso mismo: devolvernos a un estado sexual perruno, potenciando la información sexualmente relevante del emisor (yo) y haciéndola sugestiva para el sujeto receptor (cualquier tía), independientemente de que esté ovulando o no. Los detalles técnicos en cuanto a dosis, radio de acción, periodo de emisión, circunstancias ambientales, etc, ya eran muy prolijos para un tipo de letras como yo.

En el laboratorio creían que estaba desarrollando un nuevo tipo de desodorante, pero el muy cabrón se la estaba dando con queso.

El medio perfecto para concretar SU DESTINO, poniendo esa cara de estar en trance que tanto me acojonaba. ¿Su puto destino de nuevo?. La última vez me había costado pasta.

Convertirme en conejito de indias de un científico chiflado no era una de mis fantasías preferidas; así que negocié duramente las compensaciones por exponer mi cuerpo serrano en bien de la ciencia. La patente sería al 50%, si la prueba tenía éxito.

Elegimos un viernes y un local de salsa para el trascendental experimento. Las agujas me dan un repelús que te cagas, pero el inyectable con el que tuve que pincharme entre el agujero del culo y mis cojones (mi olfato empresarial me indica que mejor una pastillita, con vistas a su futura comercialización), tenía una aguja pequeñita. Operación que tuve que realizar en los servicios del local, para un óptimo aprovechamiento de las propiedades del compuesto, y sujetando la puerta del cagadero con mi mano libre, no me fueran a pillar en una postura un tanto sospechosa.

Teníamos que haber elegido mejor el local. Aquello rebosaba de cuarentonas en busca de un cubanito para emular a cierta folclórica. Cuarentonas, siendo optimista. Los morenos, no sé si cubanitos o no, arrasaban. Los que no estábamos bien surtidos de melanoma, la mayoría del personal masculino presente, no nos comíamos una rosca. Ya estaba empezando a mentar los difuntos antepasados de Segis, cuando, inexplicablemente, el ambiente cambió.

Siendo honesto, tendría que admitir mi poca habilidad como salsero. Unos pasos de merengue, con escaso cimbreo de caderas, y voy que chuto. Y en estas estaba, viendo como un moreno magreaba sin contemplaciones a una entusiasmada maruja, y berreando a gritos: "Así, así, mi amol, suéltate más". "¿No te ha dicho tu mamá lo que tiene el negro?". "Vas a ver, mamacita". En fin, intercambio cultural.

Mientras observaba los progresos del salsero en el pandero de la maruja, se me acercó por detrás otra, se pegó como una lapa a mi culo y empezó a restregarme el paquete a dos manos. "¡Hostias, la cosa promete!". Lo que ya no prometía tanto era la elementa en cuestión, cuando me dejó darme la vuelta. Rozando la cincuentena, si no la rebasaba de largo, medio kilo de pinturas de guerra en la cara y unas ubres, que notaba postizas cuando me las aplastó contra el pecho. Antes de darme la vuelta, tenía sus manos en el paquete. Mientras me giraba, allí seguían y, cuando terminé el giro, igual. ¿Cómo coño se arregló la malabarista aquella?.

Mientras me sobaba a gusto, me besaba. A un tipo sensible y cariñoso como yo, le gustaría pensar que con dulzura. ¡Y una mierda!. Me metió la lengua hasta la campanilla, acompañada con un apretón de huevos que casi me los casca. Estaba forcejeando con la tía, intentado evitar que me ahogase, cuando sentí una mano sobándome el culo. La situación se estaba descontrolando por momentos.

Ahora tenía enfrente una bruja que estaba intentando bajarme la bragueta, a lo que me resistía con firmeza, otra desconocida acosándome por la retaguardia y, en un vistazo general al campo de operaciones, alcancé a distinguir a otra que se acercaba por el flanco con aviesas intenciones. Aquello no pintaba nada bien.

En cuanto les faltó espacio para tantas manos, se liaron a guantazos entre las tres, tirándose del pelo y amenazando con sacarse los ojos unas a otras. Me volví invisible.

Alcancé el guardarropa con agilidad felina, esquivando la muchedumbre que empezaba a formarse alrededor de las tres luchadoras, mientras se alzaba un coro de mutuas alabanzas: "Te mato, hijaputa". "Zorra, yo lo vi primero, es mío". "Bolas de sebo, soltadme que os desmeleno".

Habría que avisar a Segis para diluir la mezcla, vistos los resultados. Sumido en éstas reflexiones, surgió un dulce voz, entre las sombras del guardarropa.

-"Yo también me voy. Espera y salimos juntos. No pude acercarme a bailar contigo…no me dio tiempo".

Una aparición mariana, flotando ingrávida, envuelta en un halo de cegadora luz y con banda sonora de trompetas celestiales, no me habría causado mayor impresión. ¡La niña estaba cómo un pan y no llegaba a los veinte!.

Nos largamos del antro cagando leches. Cuando llegamos al aparcamiento ya íbamos metiéndonos mano. Antes de arrancar el buga ya se había subido la camiseta, enseñándome unas tetitas que me hicieron salivar y, aprovechando un semáforo en rojo, se lanzó a comerme el nabo con devoción.

Al aparcar delante del colegio mayor, regentado por una congregación de reverendas madres teresianas, se afanaba en impedir que una sola gota de mi corrida manchase la tapicería. No hay nada como las chicas bien educadas.

Colarse en un colegio mayor, regentado por monjas, es más difícil que asaltar un cuartel. Mientras ella entretenía al sargento de guardia, disfrazado de monja, contándole que unos desaprensivos la habían intentado violar en el parque, yo me arrastraba por la entrada, esquivaba las cámaras de seguridad, subía la escalera de cuatro en cuatro escalones, tres pisos, daba esquinazo a un par de internas despistadas y me colaba en la habitación. No tuve necesidad de utilizar la tarjeta de crédito para abrir la puerta; me había dado la llave.

Cuando entró en la habitación, después de haber creado un revuelo de cojones con la excusa del despiste, yo ya estaba en la cama, recién duchado, en pelota y la polla apuntando al cabecero de la cama. Joder, no estaba yo acostumbrado a tal capacidad de recuperación y potencia eréctil. Habría que discutir con Segis los "efectos secundarios".

De momento, me relamía observando a la dulce ninfa despelotarse en tres pasos: los tres pasos que había desde la puerta a la cama. Me dio tiempo a confirmar la primera impresión de que estaba como un tren…y a suplicarle que: "Con los dientes no, bonita; así, usando la lengüita…tengo el capullo sensible".

¡Menuda loba!. Tres lengüetazos al capullo y se sentó encima, a pulso, flexionando las rodillas y haciendo desaparecer mi polla en babeante la cueva del conejo, poquito a poco. Un truco de magia muy bueno.

Yo soy un tipo impasible, parco en palabras, hasta cuando me corro. La bella ninfa, no. Menuda verborrea barriobajera gastaba la niña. Semejante escándalo está bien en una habitación de hotel (que se jodan los vecinos), pero es poco recomendable en una institución regentada por el clero.

La mala noticia fue que nos pillaron. La buena, que nos pillaron cuatro horas después. Y la mejor: que la monja sufrió un colapso nervioso, cuando entró en la habitación y vio que las seis internas no entraban todas en la cama. Chicas muy educadas: guardaban turno, de tres en tres, sin empujarse ni nada.

La monja tardó en reponerse, así que terminamos tranquilamente el turno…y salí por la puerta del colegio mayor a velocidad supersónica.

Analizando con Segis los resultados del experimento, extrajimos tres valiosas conclusiones:

- Rebajar la dosis. Se trata de estimular, no de que la peña se follen unos a otros sin control.

- Incluir entre sus propiedades un efecto similar al de cuatro pastillas de Viagra. El muy mamón creía que vacilaba, cuando le conté que ocho, sin repostar, en cuatro horas…hasta que le enseñé la polla, despellejada.

- Recomendar su uso en la intimidad y desarrollar la versión femenina, nada de ser machista y limitar las ventas a la mitad del mercado potencial.

Segis me está dando la vara con que ahora toca contar los de SU DESTINO. Mira, tío, cállate la boca y déjame dormir, que estoy muerto.

 

 

Apostillas del autor. (Yo mismamente, Manuel).

- Lo anterior, es capítulo piloto de una larga y amena, espero, serie de hechos, situaciones y personajes, que irán desfilando sin orden ni concierto, en sucesivas entregas.

-En el próximo capítulo, Segis nos desvelará las inquietantes circunstancias de SU DESTINO, así como el origen de "las voces".

- A los lectores que encuentren dificultoso y/o ininteligible el léxico empleado, les recomiendo encarecidamente la siguiente lectura:

http://www.todorelatos.com/relato/54525/

Tampoco estaría de más que lo valorasen con algún terrible. Se ha quedado sin estrellitas…y empiezo a ponerme nervioso.

Y ya puestos, un par ellos más:

http://www.todorelatos.com/valoracion/54721/

http://www.todorelatos.com/valoracion/53812/

Por idéntico motivo. No hace falta que pierdan el tiempo leyéndolos, basta con valorar, con terribles, si no es mucho pedir.

- No me pidan muestras gratuitas, las he gastado todas. En Navidad encontrarán el producto en todas las farmacias.

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