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In memoriam (6: Balbina y el 23 F)

en Confesiones

Leyendo los relatos de autores "del otro lado del charco", me convenzo cada día más, sin llegar al extremo de los anglosajones, de que somos pueblos separados por una misma lengua.

¿Porqué?. Por la puta manía que tenemos -yo pecador, me acuso el primero-, de escribir en argot y la ilimitada cantidad de sinónimos que posee el castellano.

Y puestos a facilitar la comprensión de los insufribles ladrillos que me ha dado por escribir (más entrenar en el catre y menos dar la vara, chaval), me propongo iniciar una campaña pedagógica, con la inclusión de un glosario al final de cada entrega (de lectura opcional, al igual que el resto, claro).

A título de ejemplo, no me resisto a contar éste caso.

Ubicación: Lima. Ascensor de un hotel (con el componente claustrofóbico del lugar).

Protagonistas: El cabrón de mi suegro y una pareja de viejecitos, muy finos y educados ellos (según la versión que cuenta el suegro).

Diálogo: "¿Nos haría el favor de decirnos su gracia?".

Interpretación: Hay gente con cara risueña, simpáticos a simple vista. Otros, no tanto. Y la cara del cabrón de mi suegro es la de un perro de presa con malas pulgas.

Mensaje que procesa mi suegro: ¿Gracia, qué coño gracia?. Están para que los encierren, los viejos.

La parejita insiste, sin entender la cara de desconcierto del interlocutor.

El suegro empieza a mosquearse. Los viejos siguen insistiendo.

"Tentado estuve de bajarme la bragueta y enseñarles mis gracias, coño". (Versión que cuenta cuando no está presente mi suegra).

Conclusión: Resuelto felizmente el malentendido, lo que querían saber los viejecitos era su NOMBRE.

Y con ésta sencilla introducción, espero haber hecho desistir de seguir leyendo a los amantes de las emociones húmedas y los diálogos a onomatopéyicos.

¿Recuerdas dónde estabas el 23 de febrero de 1981?. Yo si. Lo llevo grabado en el pellejo.

La culpa fue de Dña. Balbina. La maruja del 5º dcha.

Dejémoslo en marujilla. Bastante agobio debía tener la pobre con criar un fututo delincuente juvenil (al que yo no perdía ocasión de darle una colleja cada vez que me lo topaba en la escalera, enano mamón) y tener contento al Sebas, un armario de 1,90x1 m (al que cedía educadamente el paso, so pena de bajar rodando dos tramos de escalera…educado que ya era uno por entonces).

Con el espíritu crítico que dan los años, hoy debo reconocer que Balbina no estaba tan mal, a pesar de que no se arreglaba mucho, la pobre. De hecho, no se arreglaba.

En la peluquería no sabían quién era. Los potingues faciales y corporales no existían, como pude comprobar más tarde en su cuarto de baño. El traje de diario consistía en un vestido a cuadritos, tipo bata, con una hilera de botones que iba desde las rodillas hasta el cuello.

Aún así, las generosas hechuras de Balbina se las arreglaban para insinuarse bajo ese disfraz. Encantos a los que yo me mostraba inmune. Una vieja de treinta y tantos, comadre de cotilleos de mi vieja y con la que el viejo se mostraba sospechosamente solícito, no era el tipo de rollete que tenía en mente.

La cosa empezó a cambiar justo a primeros de año.

Me la tropecé en el portal con un cargamento de bolsas del supermercado. Y el menda, al que se le podrá llamar con razón de todo, salvo maleducado, se ofreció a subir los cinco pisos sin ascensor, más cargado que un negro en un safari.

Durante el primer tramo de escaleras, tuve que soportar estoicamente el sermón sobre mi vestuario (mira la que habló, supermodelo). La charla durante el segundo pasó a lo de: "claro, que se yo de las modas de hoy en día"."¿Ligas mucho?" (A ti te lo voy a contar, pellejo, para que le vayas con el cuento a mi vieja).

En el tercero, aprovechando que mi ritmo de ascensión decrecía, pasó delante.

En el siguiente, empecé a reparar en el bamboleo de sus nalgas (impresionantes), que se marcaban en la bata con nitidez, al echar el culo hacia atrás, cada vez que subía un escalón.

Al llegar, por fin, delante de su puerta, ya me encontraba en un estado de cachondez en que hubiera mirado con ojitos tiernos a una rata (que no ratón) de alcantarilla.

No le hizo falta insinuar que dejase las bolsas en la cocina, lo di por hecho, colándome en cuanto abrió la puerta.

"¡No sabes cuanto te lo agradezco!. Ya sabía yo que eras un sol. ¿Tomas algo?". Y planta el pie encima de una silla para subir el detergente a un estante del armario de la cocina.

(Coño, los cuatro primeros botones del vestido se han desabrochado misteriosamente, dándome una perspectiva de palmo y medio de muslazo).

"Y los estudios, ¿qué tal?. ¿Sabes que mi sobrina me ha hablado mucho de ti?. Menudas juergas que os corréis en la discoteca, ¿no?"

(No tengo ni puta idea que quién será su sobrina, pero su tía me está poniendo cardiaco con tanto subir y bajar de la silla…y dos botones de arriba que han desaparecido. ¿O será el copazo de Anís del Mono que me ha servido?).

"¿Sabes un secretillo que yo me se?"-. Y ahora le da por ponerse juguetona, alborotándome el pelo.

"Si es un chismorreo del vecindario, paso"-. Contesto muy digno.

"Del vecindario, si. De un vecinito del 2º izquierda"-. Y por la cara picarona que pone, ya se que se refiere a mi…o al viejo.

"¿Si…?"-. Y suena a "me temo cualquier cosa, ninguna buena".

"Pues al vecinito le da por ducharse con el ventanuco del baño abierto. ¡Jesús, que impresión me dio aquel día!"-. Está claro que soy yo. Tengo la manía de ventilar para que no se forme una nube de vapor. Hora de ir al baño, con cualquier excusa, y estudiar el teatro de operaciones.

(¿Será bruja?. ¡Si tiene que subirse a la bañera para mirar hacia abajo!. Y, si, con el ventanuco abierto, la visual es cojonuda…de cintura para abajo).

"¿Muy impresionada, entonces?. Nada del otro mundo, supongo, con el pedazo tronco del Sebas"-. Que se note que no me arrugo. Así, sentado bien espatarrao y marcando el paquete.

"¡Ja, ja, ja!. ¡Que sabrás tu!. Mucho músculo, menos donde más falta hace. No, mi niño, gloria bendita lo tuyo"-. Y le daba énfasis a sus palabras agachándose a darle un buen apretón al objeto de su devoción.

Sin saber cómo, me encontraba de pie, con la con la cabeza sujeta por sus manos y enterrada entre dos tetas descomunales, apenas contenidas por un sujetador talla XXL.

Sin llegar a la categoría de ballenato, la figura de Balbina era desmesurada en todos los aspectos. Un mar de curvas de carne prieta, maciza.

Me costó dios y ayuda quitarle el dichoso sostén, blindado, con más hierro dentro que una ferretería. La maniobra con dos dedos que tenía tan ensayada, no me servía de nada en éste caso. Había que emplearse a fondo con las dos manos, deshacerse de no se cuantos corchetes y procurar no asfixiarse durante el proceso.

Mientras mi boca era teledirigida de una teta a la otra, yo me entretenía sobando el resto de su anatomía. Del ombligo para abajo no encontraba más que tela. ¿Qué coño era aquello?. Cuando conseguí separar la cabeza lo suficiente para poder mirar hacia abajo, me encontré con unas bragas de mercadillo, del tipo de las que usa Batman encima de los leotardos.

(Joder, muy salido tenía que estar para que aquella visión infernal no afectase mi capacidad de concentración).

Por iniciativa propia, se dio la vuelta de cara al fregadero, tirando el sostén que colgaba de un hombro y empezando a bajarse las bragas a tirones, contoneando el pandero a cada tirón para facilitar la maniobra.

Aún no había pasado de los muslos y yo ya estaba en pelota picada (récord mundial de velocidad).

Cuando las bragas cayeron al suelo, podría jurar que resonó un eco por el patio de luces. Para mi fue como el pistoletazo de salida de la carrera. Me pegué como una lapa a su espalda, dándole chupetones en el cuello, las manos amasando sus tetas y la pollla entrando a matar por el hueco que formaban el final de sus muslos.

Balbina bufaba como un Miura, se retorcía con cada achuchón que le daba a las tetas, brincaba cuando le pillaba un pezón entre el índice y el pulgar, retorcía el cuello con cada chupetón y culeaba en trance al notar la polla deslizarse por su chochazo.

Todo muy bonito, muy romántico…hasta que noté la punta del nabo enredarse en una maraña de pelos. ¡Qué cojones es esto!. Bajé la mano y me tropecé con una selva tropical.

-"¡Andando!"-. Llevándola de la mano hacia el baño.

-"Si, mejor en la habitación. Estaremos más cómodos"-. Me decía, ignorante de lo que le esperaba.

La cara de susto que puso, cuando la senté en el bidet y cogí la espuma de afeitar y la cuchilla del Sebas, fue un poema.

-"Verás que mono te voy a dejar el conejo"-.

-"¡No!. ¿Qué le voy a decir al Sebas?-.

-"¡Que te suda el chocho, que te pica…yo que se!. Lo que se te ocurra. Pero o hay sesión de peluquería o me largo ahora mismo"-. Mientras aprovechaba para extender la espuma por la parcela boscosa y comprobaba con un dedo que ya tenía la partida ganada.

La Rapa das Bestas (fiesta tradicional gallega, dónde se cortan las crines de los caballos semi-salvajes), se coronó con rotundo éxito, quedando un chochito limpio, suave, bien perfumado y despejado de matorral.

Una vez instalados en el catre, y como premio a su colaboración, le dediqué una limpieza de bajos con lengua, marca de la casa. Acogida con estruendosas muestras de entusiasmo por su parte, perturbando la tranquilidad comunitaria del edificio.

Según me confesó más tarde, el Sebas, a parte de poseedor de un micro-pene, no era un entusiasta de bajar al pilón…no se lo reprocho, al pobre.

Otra cualidad extraña de Balbina, era la facilidad con que se corría. Con emisión intermitente, abundante y a presión, de líquidos. Ni orina ni flujo. Digamos que algo intermedio. Menos denso que el flujo e inodoro.

Como era la primera vez que veía una cosa igual, me produjo una impresión de cojones, el chorrito saliendo disparado y empapándome, aunque la peor parte se la llevaba el sufrido colchón.

Mes y pico de sesión diaria, preferiblemente a mediodía, después de salir de clase, me convirtieron en un experto manipulador de índices de masa corporal superiores a 35.

Y llegó la tarde del 23 de febrero con el "¡se sienten, coño!".

El Sebas debió de salir de estampida del tajo, en cuanto se corrió la noticia.

Lamentablemente, en esos momentos, estábamos a media sesión del kiki y con los aullidos de Balbina, ni nos enteramos de cuando se abrió la puerta.

En similares circunstancias, tiempo después, desarrollé un protocolo de actuación que me libró de escenas violentas. Basado en el diálogo tranquilo con el interesado, dándole la razón en un primer momento, para ir poco a poco dejando caer elementos probatorios atenuantes…y salir por pies cuando la furia justiciera del marido daba paso a su derrumbe emocional.

En el caso que nos ocupa, no. Me enfrenté cabreado al energúmeno (¡Joder, estaba a punto de correrme!). Mala elección.

Un par de hostias de su parte, las mías no hacían mella, y ya tenía un ojo hinchado y el estómago dolorido. Peor fue cuando quise resolver por la vía rápida, con una patada en los huevos, y fallé. El guantazo que me atizó en el morro, me partió el labio y me dejó K.O.

Mejor así. De haber seguido encajando hostias, dudo mucho que no me hubiese roto algo.

La segunda parte de la película, fueron la manada de hostias que me propinó el viejo.

Reconozco que debe ser muy duro para un padre encontrarse en la puerta de casa con su hijo, con la ropa bajo el brazo, el vecino sujentándole del pelo, escuchar los gritos del interesado y pensar que el muy cabrón te ha levantado el plan. No se lo reprocho.

El viejo tuvo su oportunidad poco después, una vez que Balbina enviudó gracias a un andamio defectuoso. La vieja y él se mudaron de casa gracias a un azar de la fortuna, relacionado con la hiperactividad sexual de su retoño (léase el menda).

Dña. Balbina sigue viviendo en el mismo sitio. Los años la han tratado mal y ha envejecido prematuramente. Aún así, le sigue gustando la carne tierna…para regocijo de los chavales del barrio.

Como marca indeleble de tan señalada fecha histórica, me quedó una cicatriz molona en la comisura izquierda del labio superior y cierta prevención hacia las vecinas. Podría haber sido peor.

GLOSARIO. Sin orden alfabético, según vaya saliendo.

Viejo, vieja. Padre, madre (al igual que en Argentina). A diferencia de allí, no se usa para referirse al cónyuge. Es más adecuado parienta, contraria, costilla y máquina de reñir para referirse a la esposa y contrario, maromo y máquina de roncar para referirse al esposo.

Tío, tía. Relaciones de parentesco a parte, forma universalmente aceptada de referirse a alguien.

Tronco. Individuo, sin distinción de género.

Maruja. Con mayúscula, nombre propio. Con minúscula, ama de casa, en sentido despectivo. Aplicable a todas las mujeres sin trabajo remunerado fuera del hogar ni aspiración a cambiar de estatus, excepción hecha de las profesionales del sexo, claro está.

Armario. Aquí y en China, habitáculo dónde se guarda todo tipo de objetos. Aplicable a individuos con exceso de esteroides en la dieta.

Pandero. Culo. Conjunto de culo y nalgas

Morro. Cara (mucho morro: caradura). Sinónimo más empleado: jeta.

Gallumbos. Calzoncillos (aún no utilizado en el relato).

Dar la vara. Dar la lata, incordiar.

Cojones. Partícula imprescindible para dar énfasis a cualquier frase.

Coño. Órgano sexual femenino. Al igual que en el caso anterior, imprescindible para denotar sorpresa, pasmo o incredulidad. Sinónimo más empleado: chochito (utilizado también para referirse a la mujer en su conjunto).

Conejo. Órgano sexual femenino. Más concretamente, la parte visible del mismo, incluyendo la pelambrera del monte de Venus. Etimológicamente hablando, procede del hecho de la forma en que se agarra con la mano: con la palma de la mano hacia arriba, en el caso de la mujer y con la palma hacia abajo, en el caso del roedor. Que a los chochitos de Play Boy se les llame conejitas, no es más que un ejemplo de apropiación intelectual indebida por parte del imperio de la hamburguesa.

Polla. Órgano sexual masculino. Emplease como sufijo en palabras que demuestran escaso aprecio a quien se dirigen: gilipollas, soplapollas, etc.

Catre. Cama.

Kiki. Polvete, rollete, jodienda…miles de acepciones.

Molón. Elegante, guapo.

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