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Cuentos canallas: El plato frío.

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Arturo Uribarren dibuja una torcida sonrisa en su cara. En una tonta asociación mental, de esas que le surgen sin ton ni son, se acaba de acordar que ayer vio, en la pantalla de plasma de treinta y dos pulgadas del salón, el DVD "La milla verde". El corredor de la muerte. Y resulta que se encuentra en la oficinas de una de las entidades bancarias de mayor solvencia del país, en la calle de Claudio Coello, en plena milla de oro madrileña. Teniendo en cuenta que espera desde hace media hora a que el director se digne a concederle audiencia, el chiste no es del todo malo.

Vuelve a dar un repaso –innecesario por repetido, pero así calma un poco los nervios- a los datos del plan de viabilidad de la empresa. A primera vista, correctos, con un buen margen de beneficios y una presentación impecable; más que suficiente para hacer morder el anzuelo al gilipollas del director de la sucursal, renovar la línea de crédito…y a rezar para que la crisis no dure mucho más. El problema radica en que ya es la tercera vez que repite la misma jugada este año. Y aunque en las dos anteriores logró hacerle comulgar con ruedas de molino, el crédito concedido no fue, ni mucho menos, el solicitado. Suficiente para ir tirando, pero no lo bastante para acometer la reestructuración que la obsoleta línea de producción de la empresa pedía –y sigue pidiendo- a gritos.

Sin saber tampoco por qué, le asalta el recuerdo de la última bronca que tuvo con su mujer. Últimamente, desde que la puta crisis le obligó a recortar gastos, todo son quejas por su parte: "No me alcanza con dos mil quinientos al mes para mis gastos". "Me da vergüenza que mis amigas me vean con los trapos de la temporada pasada". "Para una cosa que sabías hacer bien –ganar pasta-…porque mejor me callo lo demás…se ve que te estás haciendo mayor, querido" ¡Menuda arpía! ¡Joder, a perro flaco todo son pulgas!

Menos mal que la niña de sus ojos, Teresita, siempre está ahí para sacarle una sonrisa a papá. Una sonrisa, un comentario amable y…"Papuchi, ¿no tendrás algo suelto –quinientos euros-, verdad?" ¡Pero qué coño, está en la edad de tener caprichos! ¿Qué se le antoja un mp4? Mejor dos, no vaya a ser que lo pierda y se disguste. ¿Que estoy harta de libros y ya acabaré el bachiller otro año? No hay prisa; después de haber repetido los dos últimos cursos, no le vendrá mal un año sabático para centrarse. ¿Que ya va siendo hora de sacar el carné de conducir? Habrá que ver su cara, la que se le quedaba el día de Reyes, al ver la pila de juguetes que casi tapaban el árbol de Navidad, cuando encuentre el descapotable aparcado en el jardín, con lacito rosa y todo.

Por eso, aunque hace tiempo que fantasea con la idea de mandarlo todo al carajo, llenar un par de maletas con billetes lila y desaparecer, le frena la idea de perderla. "Bueno, no hay prisa. Llegado el caso, ya se me ocurrirá algo para convencerla de que se venga conmigo".

No es que sea un tipo raro. De hecho, cuando sale el tema en las cenas de negocios, todos sus colegas terminan confesando haber pensado alguna vez en ello. "Pues una de dos: o consigo los sesenta millones de euros, o que me busquen en algún paraíso fiscal con buenas playas". El conserje llega justo cuando empezaba a visualizar a la mulatona -de impresionante culo y portentosas tetas sin operar- que le va a alegrar su dorado retiro, anunciando que hay cambio de planes. El mismísimo director general créditos está dispuesto a recibirle. –"¿Eso es bueno o anuncia borrasca?"- se pregunta Arturo.

-Siempre es un placer conocer personalmente a uno de nuestros más distinguidos clientes- le saluda, casi en la puerta del despacho, un hombrecito insignificante: apenas metro sesenta de estatura, dentro de un traje de rebajas que le queda grande -de hace cinco temporadas, por lo menos-, gafas de culo vaso y cuatro pelos, mal peinados, que dejan al descubierto la mayor parte de un cráneo desproporcionadamente grande. ¡Un cromo de tío!

La primera impresión es descorazonadora para Arturo Uribarren, representante arquetípico de la "beautiful people" –Armani, por supuesto-, tiburón de los negocios, alero del equipo de baloncesto de la universidad de Deusto y, aunque más o menos de su misma edad –más cerca de los cincuenta que de los cuarenta-, a ojos de un observador imparcial podrían pasar por especimenes de planetas distintos. Para acabar de empeorar las cosas, el apretón de manos –viril, enérgico y decidido, en el caso de Arturo- tropieza con la mano fláccida y fría de su interlocutor. –"Igual está muerto y aún no se ha enterado"- se permite bromear para sí.

-¿Arturo Uribarren, verdad? Sí, claro, aquí tengo su expediente. Bien, bien, bien…pues dígame usted en qué podemos servirle- el tipo sigue con los modales obsequiosos de un viajante de comercio, recordándole a su padre…un fracasado cuyo único mérito fue sacrificarse toda su vida para pagarle los estudios-. Ayer mismo me comentaba el Sr. Gómez, el director de la sucursal, que usted es uno de nuestros mejores clientes. Así que me dije: Ya va siendo hora de conocer personalmente a Don Arturo, presentarle mis respetos y atender personalmente su solicitud…porque el placer de verle, supongo que responde a la apurada situación económica que atravesamos, ¿no es cierto?

-"¿De dónde habrá salido este gilipollas? ¡Coño, hasta el vendedor de Estambul, el que nos vendió la alfombra del dormitorio el año pasado, tenía más estilo que el calvo éste! "- le da por pensar a Arturo, mientras se esfuerza en lucir la mejor de sus sonrisas y le tiende la solicitud de crédito y el plan de viabilidad.

El caso es que su cara le suena de algo. Desde luego, de haber coincidido alguna vez, debió de ser hace mucho tiempo. Un tipo tan estrafalario, con esas pintas de contable de folletín decimonónico, y semejantes modales de verdulera, seguro que no pertenece a su círculo de conocidos. Cuando se lo cuente a Claudia, su secretaria particular –lástima que no sea tan eficiente en el despacho como en la cama-, se va a partir el cóccix de risa.

-¡Vaya, vaya, vaya!…¿Qué tenemos aquí? ¡Ochenta y cinco millones de euros! Ya veo que no se anda con chiquitas a la hora de solicitar crédito. Y juraría que el estudio de costes, sin temor a equivocarme, es obra de R&M Asociados. Unos chicos muy elegantes, aunque no muy de fiar. Va a tener que explicarme con detalle estos datos, porque a primera vista, no me parecen del todo correctos- concluye el calvo, tras estudiar el plan durante veinte tensos minutos.

-"¡Hay que joderse! A que va a resultar que el gilipollas es más listo de lo que aparenta"- se sobresalta Arturo, que no obstante, encaja el golpe sin pestañear y se lanza al contraataque. –Efectivamente, demuestra usted…por cierto, ¿me ha dicho ya su nombre?...un buen ojo para detectar informes elaborados por tan prestigiosa firma de auditores. Entre nosotros, el estudio quizá peque de exceso de optimismo a la hora de prever la futura evolución del mercado, pero sus conclusiones son claras: mi empresa está entre las mejor situadas del país para engancharse al carro de la recuperación económica, del que la locomotora alemana empieza ya a tirar con fuerza y…- ni en sus sueños más delirantes, habría imaginado Arturo la que se le venía encima.

-¡Déjate de monsergas, Arturito! Aquí no hay ni una sola cifra que no esté inflada, por no hablar de que la prestigiosa firma de auditores a la que te refieres, son los mayores chorizos de guante blanco conocidos. Además, ¿tan flojo andas de memoria que ya no te acuerdas de mí? Perdona el teatro que le eché antes, pero es que me divertía la idea de seguirte un rato la corriente. Ahora, hablemos claro.

La estatura del calvo, inexplicablemente, ha crecido de repente más de un palmo, mientras que Arturo siente como si el sillón quisiera tragárselo. Y en los ojos de su interlocutor hay algo inquietante, un brillo gélido que le pone los pelos de punta. Poco a poco, surgiendo de los recovecos de la memoria, crece la certidumbre.

-No…no puede ser. ¿Carlitos? ¿De verdad eres tú? Oye, perdona que no te haya reconocido a la primera, pero…- aquí se acaba su discurso, cortado en seco nada más empezar.

-Carlos Cifuentes. Carlitos…Carlitos el memo…Cabezabuque. Supongo que te acuerdas de lo bien que os lo pasabais en el instituto, a mi costa, los colegas y tú. Chiquilladas, me dirás. Hace tanto tiempo, pensarás. Treinta y dos años, exactamente. Y aquí dentro –Carlos se toca la cabeza con el índice derecho- guardo cada humillación, cada paliza, todos los motes con los que tú, el chico guapo, el líder de la pandilla, me torturabas. Todos los días, desde hace treinta y dos años, revivo la pesadilla. Y todos los días, aunque los psicólogos que me han tratado desde entonces han intentado disuadirme, juraba que me las pagarías todas juntas…algún día.

Un nuevo intento de Arturo de articular palabra, se queda en amago, ante el torrente de recriminaciones que se le viene encima.

-¿Te acuerdas cuando acabé con la cabeza dentro de un váter lleno a rebosar de mierda? ¡Una broma cojonuda, macho!, te felicitaban después los otros, impresionados con el par de hostias con las que acabaste por convencerme de que era mucho mejor que metiera la cabeza voluntariamente…no fueras mancharte las manos. O de otra, algo menos…digamos escatológica, cuando me encerraste en el armario del laboratorio de Química. Estaba tan avergonzado que ni rechisté, cuando el profesor me descubrió allí, cuatro horas más tarde. Pero lo jodidamente genial, fue cuando descubriste que estaba loco por Teresa…y te faltó tiempo para demostrarle que estaba totalmente a tu merced, obligándome a bajarme los pantalones y los calzoncillos en mitad del patio. La mirada de desprecio que me dirigió, aún me tortura todas las noches.

A estas alturas del discurso, Arturo empieza a recuperarse de la sorpresa inicial, aguanta el chaparrón de acusaciones y comienza a elaborar su coartada exculpatoria…sí, quizá se le fuese un poco la mano, pero ¿quién no ha hecho alguna trastada de jovencito? Lo peor que puede pasar, piensa, es que este loco le deniegue la solicitud de crédito, pero hay otros bancos a los que engatusar.

-Seguramente estarás pensando en qué te afecta lo que te estoy contado –prosigue, implacable, Carlos-. Tranquilo, enseguida llegamos a eso. Antes, permíteme que te ponga en antecedentes-. Pero, contradiciendo lo anunciado, se entretiene buscando algo en una pila de documentos.

Mientras su antiguo condiscípulo ordena cuidadosamente el contenido de una carpeta –un dossier del que no llega a distinguir el título-, el único pensamiento de Arturo, después de dar por perdida la solicitud de crédito, es salir cuanto antes de aquel despacho…pero no sin antes haberle apretado las tuercas a este tarado.

-Tengo una curiosidad, Cabeza…perdón, Carlitos. ¿Cómo ha llegado a ejecutivo de medio pelo un "borderline" como tú? ¿Espabilaste de repente o es que diste un braguetazo?

El aludido levanta un momento la vista de los papeles, la fija en un punto indeterminado situado detrás y por encima de su interlocutor –una marrullería que, cuando se trata de minar la moral del contrario, tiene el éxito asegurado-, y aprovecha el momento de confusión creado para reducir a escombros la incipiente recuperación de moral del contrario.

-Hace un par de años, cuando empezaba a perder la esperanza de poder localizarte algún día, el director de esta sucursal me habló de un excelente cliente, aunque fue de tu mujer de quien realmente se deshizo en elogios. Me picó la curiosidad e investigué. Arturo Uribarren no me sonaba de nada…luego me enteré de que habías invertido el orden de tus apellidos. ¿Tanto te avergüenza ser el hijo de un autónomo del montón? Pero Teresa Nespral no es un nombre demasiado corriente.

Arturo no puede evitar reflejar en su cara el sobresalto que le produce oír el nombre de su mujer en boca de semejante majara, aunque antes haya disimulado con éxito, al citarla Carlos como su amor de juventud. Éste se da cuenta del hecho y lo aprovecha, girando la carpeta que ha estado hojeando y permitiendo que Arturo lea el título: Arturo Peña. (1980-2009)

-Tranquilízate, Arturito, no tienes nada que temer con respecto a tu mujer…en relación a su seguridad, quiero decir; porque, la verdad, ha resultado ser más golfa de lo que jamás podría haber imaginado- aunque estas palabras no logran tranquilizarle lo más mínimo, más bien todo lo contrario.

-Ya estoy harto de esta comedia, chiflado. Suelta de una vez lo que tengas que decir, antes de que acabes con la poca paciencia que me queda y resolvamos el asunto a hostias- se engalla Arturo, capaz de aguantar casi cualquier cosa, menos que alguien ponga en duda la fidelidad de su esposa. ¡Ella no…jamás!

-¿Ves la cámara de videovigilancia?- Carlos señala una esquina del techo- Los chicos de seguridad no son muy diplomáticos con los alborotadores, y como supongo que querrás seguir conservando esa cara bonita, te aconsejo que te calmes y escuches atentamente el resto de lo que tengo que decirte. Intentar salir tampoco es buena idea: la puerta está bloqueada, y seguirá así hasta que terminemos esta agradable charla.

Arturo comienza a intuir que su destino, no sólo su futuro como empresario, está en manos de un tipo que lleva más de treinta años rumiando su venganza; un desequilibrado mental obsesionado con él. No anda muy descaminado, pero sigue subestimando a un oponente al que, en su fuero interno, continúa considerando el zoquete de la clase, el blanco perfecto de todas las burlas y el puching-ball sobre el que descargar todas sus frustraciones de adolescente.

Pero ha llovido mucho desde entonces. A Carlos le costó un par de años de tratamiento psiquiátrico superar el complejo de inferioridad, sustituido después por una obsesión compulsiva en controlar su entorno, manipulando voluntades y aplastando sin miramientos todo lo que intuyera como una amenaza…o a todo aquel que no plegase a sus deseos. Una actitud tan "profesional", le hizo escalar puestos vertiginosamente en el escalafón del banco. El resultado de tan exitosa terapia, fue crear un individuo sin empatía por nada ni por nadie, cuya única motivación era la venganza. Ahora la tiene al alcance de la mano.

-Como te decía, una vez que descubrí que tras Arturo Uribarren se ocultaba Arturo Peña, mi antiguo compañero de instituto, casado con la única mujer de la creo haber estado enamorado, me centré en analizar hasta el más mínimo detalle de tu vida privada y tus negocios. Y tengo que añadir que has resultado una gran decepción en ambos casos, Arturito. Permíteme que te refresque la memoria.

Lo que sigue es la descripción de un desfile de chanchullos inmobiliarios, operaciones poco claras en bolsa, tráfico de influencias y hasta un negocio fallido con un capo colombiano, todo ello acompañado de la documentación que va saliendo de la carpeta: informes, fotografías, declaraciones de testigos y extractos bancarios, suficientes para constituir el sueño húmedo de cualquier fiscal. Como remate, Carlos deposita sobre la mesa el resumen del último balance de la empresa –el real, comprueba Arturo-, junto con la copia del precontrato que acaba de firmar con el Ministerio de Fomento -¡Algo que sólo conocen el subsecretario de Infraestructuras y él!-, añadiendo una fotografía en la que aparece un Arturo bastante más joven, con camisa azul, brazo en alto y cantando a grito pelado en el Valle de los Caídos.

-¿Tengo que contarte el cabreo que pilló el ministro cuando "un buen amigo" se la hizo llegar?- comenta Carlos confianzudo, palmeándose divertido las rodillas-. Por cierto, yo daría por perdidos los 500.000 de la comisión: el cese del subsecretario se anunciará mañana. Ya, ya sé que la operación estaba hecha y contabas con sacar una buena tajada, suficiente para sanear las cuentas de la empresa y mandar unos cuantos milloncejos al paraíso fiscal de las Islas Caimán donde guardas tus ahorros.

El as que Arturo guardaba en la manga acaba de evaporarse, igual que sus ilusiones de empresario. Ahora toca poner en marcha el plan B: salir por pies y salvar lo que se pueda.

-¿Dije ahorros? ¡Qué despiste! Casi se me olvida decirte que la cuenta ha sido congelada- continúa el acoso-. No pongas esa cara, deja que te explique. Da la casualidad de que la entidad de las Islas Caimán es una filial de este banco. ¿No lo sabías? Tranquilo, no eres el único. Una vez deducidos los intereses de la deuda, te quedarán…-Carlos disfruta ese momento con placer orgásmico, demorando la respuesta, observando la cara de su víctima-…¡Vaya por Dios, ni un puto euro! ¿Te lo puedes creer?

No, Arturo no se lo cree. Él sigue siendo el accionista mayoritario de la empresa, y a la cotización actual del mercado…

-Ya sabes cómo se propagan los rumores. Inexplicablemente, el asunto del contrato fallido con el ministerio ha trascendido, y en estos momentos –Carlos gira la pantalla del ordenador, donde recibe en tiempo real las cotizaciones de bolsa- tus acciones valen menos de la mitad que al inicio de la sesión. Además, según el régimen de gananciales de tu matrimonio…

-¡No te atrevas a mezclar a mi familia en esto, hijoputa!- estalla Arturo fuera de sí.

-¿Yo? ¿Por quién me tomas? Lo único que me he permitido ha sido informar a Teresa de tu situación, aconsejándola, como buen amigo que fui. Pero te juro que la decisión ha sido suya.

-¿Decisión? ¿Qué decisión?- balbucea Arturo.

-La de poner a la venta, ayer, justo antes del cierre del mercado, la mitad de las acciones…la mitad que legalmente le pertenece. Ya deberían haberte informado de la operación; pero, claro, tu secretaria ligó ayer con un tipo cachas y me temo que hoy no ha ido a trabajar. ¡No sabes tú los precios abusivos que cobran estos chicos por sus servicios! Sobre la demanda de divorcio no voy a decir una sola palabra…eso se lo dejo a Teresa, y no se te olvide preguntarle el precio de la información confidencial, gracias a la cual podrá conservar su casa y llevar una vida más o menos desahogada. No tanto como antes, pero mucho más que la tuya, me temo.

-¿Te la has tirado, verdad?

-¿A Teresa? ¡No, por Dios! Resultó mucho más satisfactorio obligarla para que convenciera a la niña de tus ojos, Teresita, de que debía sacrificarse en su lugar.

Humillado, arruinado, y sin fuerzas para levantarse del sillón, Arturo tiene la sensación de que acaba de sacar la cabeza de un váter lleno de mierda a rebosar.

Media hora después de ver salir a su víctima arrastrando los pies y con la cabeza gacha, Carlos cae en la cuenta de que es muy posible que se tome en serio su recomendación: "A cincuenta metros a la derecha, según sales, tienes una estación de metro. Por una vez en tu vida, échale huevos".

Ha disfrutado hasta hartarse del plato del plato frío de la venganza; pero ahora, ¿qué le queda?

-En fin, siempre habrá una estación de metro cerca.

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