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Los líos de la familia Gómez

en Amor filial

Una de las desventajas de ser "una mano"…sí, una mano, ¿qué cojones pasa, nunca habéis visto una? Bueno, perdonad la salida de pata de banco, pero es que siempre me pasa lo mismo: me presento y la peña se parte el culo de risa. ¡Y ya estoy harto!

Como iba diciendo, ahora que ya se me ha pasado el berrinche y estoy más calmado -perdón, calmada…siempre se me olvida que, ahora que sólo soy una mano, tengo que emplear el género femenino-, una de las desventajas de que tu apariencia física se reduzca a una palma con cinco dedos y un trozo de antebrazo, es que no sales mucho y te relacionas con poca gente. ¡Ni falta que me hace, joder! Desde que se pusieron de moda los móviles y los videos de Youtube, no tengo dedos suficientes para vigilar que no me grabe algún desaprensivo y me convierta en un fenómeno mediático. Así que lo dicho, salgo poco.

Algún lector particularmente perspicaz estará pensando que esta historia le suena -claro que el título ayuda, ¿verdad?-. No se equivoca el astuto lector. Soy la mano de "La Familia Addams". O "La Cosa", según esos cabrones de guionistas.

La prueba irrefutable de que mi vida social deja mucho que desear, es que acabo de enterarme de todo esto. Y menos mal que a la enana de la familia le dio por sacar del videoclub la película; o pasan otros quince años y no me entero. También es una desgracia que sólo pueda comunicarme mediante el lenguaje de signos -soy un experto; perdón, experta-, porque carece de la contundencia necesaria para expresar el "rebote" que pillé. Lo suplí tirándoles a la cabeza todo el mobiliario que se me ponía a mano…cogen el doble sentido, ¿no?

Mi indignación, aparte de que mi propia familia -adoptiva, pero familia al fin y al cabo- me hubiera ocultado el hecho de que habían vendido los secretos familiares a esos carroñeros de Hollywood, también iba dirigida contra la canalla hollywoodiense, por desperdiciar una historia tan cojonuda con una peliculita de tres al cuarto. Después me aclararon que no, que los derechos se los habían vendido a un periodista americano -un tal Addams-, hace un "puñao" de años. Claro, así se explica que sigamos siendo los "pringaos" del barrio y que el ayuntamiento haya abierto expediente de desahucio sobre nuestra vieja y querida mansión familiar…total, por cuatrocientos treinta años de tasas municipales impagadas. Pero las batallas que libramos contra la especulación inmobiliaria no vienen aquí al caso.

Ahora me toca aclarar que los Addams, en realidad, son los Gómez. Lo cual explica que el cabeza de familia –en la película de los cojones, un par de secuelas posteriores, una serie de televisión en blanco y negro y algún dibujo animado…tan bajo hemos caído-, se llame Gómez Addams. ¿Sería gilipollas el periodista para confundir el apellido con el nombre? Y residentes en Alcalá de Henares. Que yo sepa, ningún ancestro emigró nunca a los EE.UU. de los USA.

Y ya que nombramos al cabeza de familia, habrá que presentar al resto de la familia, mucho más extensa que la que aparece en el celuloide; y así, de paso, se aclaran después quién se tira a quién en esta familia. Bueno, la verdad es que aquí todos se tiran a todo lo que se mueve -con la salvedad de la prima Rita, tetrapléjica, la pobre…quiero decir que también se la cepillan estos degenerados- y respira -excepto Satán, el perro, que más de una vez lo he pillado follándose a la criada…cuando aún está calentita, antes de acabar sirviendo de abono en el jardín…¡la criada muerta, cojones!, que hay alguno que estará pensando que el chucho está bien educado y caga en el jardín…que también-. Resumiendo, tal y como tan gráficamente lo expresa el tío Fétido: "Mientas tenga pelo y me quepa, todo va bien". Pero antes, permitidme que aclare cómo me vi reducida a tan triste situación.

Como ya habrán adivinado, hubo una época en tuve una apariencia normal. ¡Qué coño, tenía un físico de la hostia!, tal y como atestiguan mis correrías juveniles por todos los burdeles de Alcalá y Madrid -por el puto morro-, así como una amplia colección de viudas, monjas y adeptas a los ritos satánicos. Con las casadas y las virginales doncellas nunca me atreví, ya que maridos y padres eran muy celosos de su honra por aquella época y tiraban de toledana por un quítame allá un polvito. De haber tenido un buen maestro de esgrima, mi colección habría sido mucho más amplia.

¡Joder, qué despiste!, casi se me olvida decir que nací en 1555. Hijo segundón de una familia de hidalgos de postín: los Gómez de Las Heras y Alvar-Núñez del Valle-Casares. Para hacer juego con tan escuetos apellidos, los cachondos de los viejos me pusieron por nombre Rui. Respecto a la familia, la verdad es ya ni me acuerdo y, en cuanto a mis ocupaciones, lo que recuerdo es que nunca tuve ninguna, como todo buen hidalgo que se precie. Para no aburrirme, y dado que se ligaba bien, me dio por frecuentar círculos de aficionados a la brujería y los ritos satánicos. Todo fue bien, hasta que cierto día de 1578, nos trincaron los chicos de La Inquisición mientras celebrábamos una misa negra. A mí me pillaron en pelota, bastante despistado -estaba justito a punto de correrme con la mamada a dúo que me estaban haciendo un par de nuevas adeptas- y con los cuernos de cabra en la cabeza. Yo creo que fue este detalle -los cuernos- lo que después tuvieron en cuenta para mandarme a la hoguera. Aunque lo que más me jode, es que el último polvo de mi vida fuera un "coitus interruptus".

Tres semanas más tarde, después de gozar del exquisito trato que nos dispensaron a la bruja -ésta cayó en otra redada, al día siguiente- y a mí, nos quemaron a los dos en un Auto de Fe al que asistió toda la ciudad con sus mejores galas, cotilleando el escándalo de que un miembro de tan ilustre familia fuese un esbirro del maligno. Entre la multitud, alcancé a distinguir al par de mamonas que tan buen trabajo me estaban haciendo el día de la detención -anduvieron más listas que yo-…y eran de las que más indignadas estaban, las muy putas.

Bueno, a mí me achicharraron todo menos la mano derecha, porque me la habían cortado a la altura del codo, un par de semanas antes. El capullo del hábito negro que dirigía el interrogatorio, se tomó como un signo satánico el que yo contestase levantando el dedo corazón a una de sus preguntas. Es lo bueno de estar al tanto de la última moda italiana.

El caso es que la mano se libró de la quema y, gracias a un conjuro de la bruja,…hasta hoy.

Ahorraré al sufrido lector el relato de la sucesión de desdichas que me acontecieron desde entonces. Échenle un poco de imaginación y a ver quién es el guapo que adivina la forma en que una mano puede sobrevivir en este perro mundo. ¿Jodido, eh? Pues se puede, pero me callo el cómo.

Tuve la suerte de asociarme con un par de peculiares personajes: "el Risitas" -actual mayordomo de la familia- y "la Rizos". El primero es un tétrico tipo de dos metros y pico de altura, cachas, muy calladito y buena persona -menos mal, porque la única vez que se mosqueó, le soltó tal hostia al cobrador de la contribución, que aún andan buscando los restos-. Es el mayor de todos; según él, ya era un madurito de buen ver cuando se tiraba a la viuda de Tutankamón, pero creo el muy cabrón nos vacila. El segundo es una masa peluda, no muy alta, caracterizada por poseer un chillido de alta frecuencia, capaz de romperle los tímpanos a cualquiera y que, cuando Fétido le pone los cuernos, se calma chillándole a la vajilla…hasta que la rompe. Calculando a ojo, por las matas de pelo que le crecen una encima de otra, cada cincuenta años, calculamos que nació allá por el 1.650. Lo que nadie se explica es por dónde cojones se la mete el primo Fétido.

Éste sí que tiene partida de nacimiento. Lo descubrimos abandonado en un vertedero, el mismo día que Massiel ganó el festival de Eurovisión, así que tiene cuarenta tacos el pichabrava. No me extraña que lo tirasen a la basura. ¡Joder, menudo monstruito! Aunque, con el circo de familia que formamos, apenas desentona. Aparte de feo, malencarado, ducharse una vez al año -año bisiesto- y formar pareja de hecho con "la Rizos", como característica distintiva del primo Fétido, cabe señalar las extraordinarias dimensiones de su polla. Una peculiaridad como cualquier otra, pero que resulta muy apreciada en la industria del cine porno. Ya les contaré luego.

De la que se olvidaron en la dichosa película es de Martirio, la abuela. Un fallo imperdonable, ya que resulta que es la única bruja de la familia. Pero ya sabemos lo descuidados que son con la documentación histórica esos guionistas, ¿verdad? Corroborado por la aparición estelar del abuelo vampiro. ¡Ni vampiro ni hostias!, el cabrón está alcoholizado perdido y le da al bloody mary desde bien temprano. Vale, reconozco que es una excentricidad lo de colgarse boca abajo enrollado en la capa, pero cada uno duerme la mona como mejor le parece y como tonto no es –borracho y con desbarajuste neuronal, sí; pero no gilipollas-, se abriga bien para no pillar un mal aire.

Una vez presentado el abuelo y desvelada la confusión que han creado sobre el personaje esos mamones de Hollywood, nos olvidaremos de él. No es por nada, pero pinta tan poco que hasta nos hemos olvidado de su nombre. Es lo que pasa cuando te tiras cincuenta y pico años pedo perdido y, además, sufres daños cerebrales irreversibles el día de tu boda. Pero eso es adelantar acontecimientos.

La abuela, ésa sí que tiene miga. La descubrimos un día de carnaval, bailando en un tablao flamenco, a mediados de los años cuarenta del siglo pasado. Hago la mención de que era carnaval porque es de las pocas ocasiones en que el Risitas, la Rizos y yo nos atrevemos a salir de casa sin miedo a desentonar. A mí me atan una correa y me dejo arrastrar por la calle.

"Martirio, la Revientabraguetas", así rezaba el cartel del tablao. Entramos cagando leches, como es de suponer. En aquella época de hambre y escaso fornicio, no se podía dejar pasar una oportunidad semejante. La verdad es que era poco más que una cría y un saco de huesos, pero movía el cuerpo con tanto arte y era tan descarada con los parroquianos, que nos alegró la noche a los tres. El Risitas reventó la costura del pantalón –la publicidad engañosa no existía en aquella época- y así se quedó, con la punta del ciruelo asomando por encima del mantel de la mesa; hasta que una camarera –escandalizada camarera- tapó con una servilleta tan escandaloso y enhiesto atributo. La Rizos no sé si llegó a empalmarse o no; aún está por dilucidar si es ella, él o ello. El primo Fétido no se define al respecto; personalmente, creo que se la trae floja. Él, con tal de que le quepa –que ya es difícil-, es feliz. En mi caso, puedo decir que me puso tieso hasta el meñique.

Una vez que terminó los tres pases de la noche, nos dirigimos a los camerinos para felicitarla, con el Risitas llevando aún la servilleta ondeando en el mástil.

-Muchas gracias, chicos– el Risitas fue el que habló; poco, la verdad, aunque con gran sentimiento-. ¿No tendréis un bocadillo de butifarra para mí?- Y mira tú por dónde, en ese momento resbaló la servilleta que con tanto arte había llevado el más cachas de los tres. Martirio debió de tomárselo como una indirecta, porque se plantó delante de él, le dio un tiento al manubrio –comprobando con ojo experto su calibre y consistencia- y se lo tragó de un bocado. El Risitas, pillado por sorpresa, le largó un viaje en el que sus huevos llegaron a tocar el mentón de Martirio. Creí que le había descoyuntado la mandíbula a la pobre; pero qué va, la cabrona aún tenía aguante para sacar la lengua y lamerle los cojones…lo que hace el hambre y una boca como un buzón de correos.

Le dije a la Rizos –por señas, claro- que montase guardia a la entrada del camerino y que nos dejase hacer en paz, que ya se nos había olvidado la última vez que pillamos cacho y la cosa iba para largo. Desde luego, la mamada no: duró cosa de dos minutos. Y de quince a veinte años de abstinencia, dan para mucha leche. La que le enchufó el animal del Risitas, directamente en el esófago. "Éste la ahoga. Por mis muertos que se la carga", alcancé a pensar. Ni con esas, oye. Martirio chupaba, tragaba, se atragantaba, seguía chupando y, cuando ya parecía que iba a reventar…¡Pidió más!

El Risitas se despelotó en menos de lo que me cuesta escribirlo y, Martirio, más rápido aún. Aunque le eché una mano, que ya había estado bien de ser el amigo mirón del protagonista. –Y ahora, lo de siempre, pega un grito, se desmaya y tenemos que salir por pies, antes de que nos cuelguen el muerto. ¡Pero, qué cojones, un día es un día!- reflexionaba yo, mientras me peleaba con el elástico de sus bragas. Ni se inmutó, como si fuese lo más normal del mundo que una mano sin dueño se colara entre sus bragas.

Dicen que esas cosas, como montar en bicicleta, nunca se olvidan. Lo malo es que en mi época no había bicicletas. Pero, con la falta de práctica, no debí de perder mucho tacto para hacer una buena paja, visto lo rápido que empezó a lubricar. Yo estaba en la gloria, con dos deditos masajeándole el clítoris, un tercero los labios, el cuarto amagando un mete-saca y con el quinto -para no desaprovechar el flujo vaginal-, mojaba y tanteaba por detrás. Conociendo al Risitas y la polla que se gastaba –no muy larga, pero más gruesa que el puño de Martirio-, era capaz de entrar a matar sin previo aviso, y entonces sí que la liábamos buena.

No fue el caso. El Risitas le pasó una mano alrededor de la cadera, la levantó a pulso, le dio un beso –sólo uno-, le aplastó las tetas con la otra mano y le plantó un cacho de carne -que volvía a mirar al techo- entre las piernas. Martirio, riendo como una loca por las cosquillas que le hacían esos dedazos en sus caderas, pataleó un poco, se abrió de piernas y se la encajó hasta los huevos con un alarido de satisfacción.

He visto polvos bestias en mi vida, alguno hasta lo perpetré yo en mis buenos tiempos, pero como ése, pocos. El Risitas movía el culo adelante y atrás a un ritmo frenético. Martirio, colgada con ambas manos de su cuello, le obligaba a doblar la espalda hacia delante y colaboraba en cada embestida con un buen empujón. En cada acometida, el resultado era un choque de trenes en el que la pobre chica salía rebotaba hacia atrás, la polla salía de su coñito con un taponazo, cogía nuevo impulso y vuelta a empezar.

Una de dos: o la parte por la mitad o la estrella contra la pared, alcancé a pensar. No hacía falta ser adivino. Fue lo segundo. Se corrieron los dos a la vez. El Risitas le soltó un cañonazo de leche con el último viaje y Martirio, en el frenesí del momento, soltó las manos. El camerino no era muy grande, pero lo atravesó volando de punta a punta. Vamos, que si no ando listo –o lista, pero es que cuando me pongo cachondo pienso en masculino- y le cojo la cabeza, se la abre contra la pared. Aún así, la hostia fue de campeonato y yo me llevé la peor parte, quedando estampada contra la pared –observe el lector que vuelvo a recuperar el genero femenino, una vez pasada la fase de excitación-.

Con lo que no contábamos era con ampliar la familia. Martirio se puso a recoger sus pertenencias y, mientras lo hacía, nos iba anunciando:

-Ha sido un placer chicos. Increíble. Aunque tengo que deciros que no del todo inesperado. Ya sabía yo que hoy cambiaba mi suerte. Las cartas no mienten y me habían anunciado una visita inesperada que cambiaría mi destino. No era lo que esperaba; pero, decidido, me voy con vosotros y que le den al empresario-. Le plantó un beso en los morros al Risitas, a mí en el dorso de la mano, pasó de hacerlo con la Rizos –por algo relacionado con una alergia- y nos fugamos los cuatro.

La huerfanita, librada de las garras de una compañía ambulante de variedades, encajó perfectamente con nosotros. ¡No te jode! Y tanto que encajó…todas las noches le hacíamos un apaño entre el Risitas y yo. Primero la calentaba yo, porque el de la charla breve no entiende de preliminares –lo suyo es romper a empujones- y yo soy un artista con los dedos. Luego la descoyuntaba el Risitas y, finalmente, me tocaba terminar la función, enterrado hasta la muñeca en un chochito pringoso de leche. Pero nada es perfecto, el tiempo va pasando –más deprisa para la gente normal que para nosotros, es la verdad- y la chica llegó a una edad en que le apetecía tener un bebé. Está claro que ninguno de los tres cumplía los requisitos mínimos para dejarla preñada: el Risitas es estéril –no es que sus espermatozoides tengan poca movilidad, es que están fosilizados-, la Rizos por incompatibilidad de género –con reservas- y alérgica –cada vez peor- y yo…bueno, no doy la talla como papá.

No hizo falta que le buscásemos novio. Se echó las cartas y escogió uno. Lo que tuvimos fue que encontrarlo –siguiendo las indicaciones del tarot- y secuestrarlo. No nos costó mucho, la verdad. En cuanto nos vio y le echamos el guante encima, se cagó por la pata abajo y se desmayó. ¡Menuda mierda de novio se echó la niña!

Preñar, la preñó, pero no dio más de sí, el pobre. Yo creo que la impresión del primer día fue demasiado fuerte y se le fue la pinza de modo permanente. El caso es que nadie se acuerda cómo coño se llama.

Nació una niña preciosa. Hacía mucho tiempo, siglos, que no estrechábamos entre nuestros brazos a un bebé –yo, ni eso- y se nos caía la baba cuando nos hacía pucheros. Pero nos pilló desentrenados en cuanto a nombres. Rompió aguas un martes, pero la puñetera niña se hizo de rogar hasta el miércoles –un Miércoles de Ceniza- y con Miércoles de Ceniza se quedó. Mira tú por dónde, ni en eso acertaron esos cabrones de Hollywood. Hay que ser muy tarado para confundir a la madre con la hija -la que nació después- y no tengo ni puta idea de dónde sacaron lo de Morticia. El caso es que ahora todo el mundo la llama así, lo que demuestra la nefasta influencia de la dichosa fábrica de sueños. Los chicos de la Inquisición se habrían puesto las botas con estos cabrones.

A mi me daba mala espina que la niña, con tres o cuatro añitos, prefiriese jugar con su botoncito antes que con las muñecas. Pero ya digo que no somos una familia corriente. Una parada de monstruos corriente, puede ser; pero no una familia corriente. Y, claro, pasó lo que tenía que pasar: la niña desarrolló un pedazo de clítoris que alguno querría como polla y una adicción al sexo más que preocupante.

Bueno, no me quejo, porque si tengo que elegir entre calentar a la abuela –la pobre va perdiendo facultades y, a partir de los setenta años, ya sólo se tira al Risitas en días alternos- o a la hija, me quedo con la última. Además, la otra sólo me dejaba trajinarle el coño y ésta, lo que quisiera, cuando quisiera y todo lo que quisiera. Otra razón para ir distanciándome poco a poco de la abuela, es que siempre me dieron un no se qué las brujas…y el Santo Oficio.

Me jodería quedar retratada como una degenerada asaltacunas, pero Miércoles de Ceniza –MC para abreviar- aún no era mayor de edad cuando ocurrió lo inevitable. Me extrañaba mucho la afición que le había entrado, así de repente, por la limpieza del hogar. No es que la chica fuese una guarra, pero tenía unos gustos raros en lo que a decoración se refiere. Yo, qué quieren que les diga, las telarañas, los esqueletos de bichos y las rosas –los tallos espinosos de las rosas, sin capullo-, no los considero muy apropiados para la decoración del hogar. Pero allá cada uno con sus gustos, que en eso yo no me meto.

Todo esto viene a cuento de la fijación que le entró con la aspiradora. Llegaba todas las tardes del colegio, tarareando feliz y con esa faldita plisada, a cuadros, que tan bien le sentaba. Subía de dos en dos los escalones de la escalera, tiraba los libros, cerraba la puerta…y enchufaba la aspiradora. Así todos los días. El caso es que su habitación seguía siendo la leonera de costumbre…mosqueante, ¿no?

Dispuesta a solucionar el misterio, me escondí en su habitación antes de que llegara. Escogí un buen puesto de observación –encima del armario- y me entretuve aplastando cucarachas hasta que llegó.

Entró tarareando, tiró los libros, cerró la puerta con llave, se despelotó, encendió la aspiradora…¡Un momento! ¿Desde cuándo se pasa la aspiradora en pelota picada? Estas son reflexiones que me hice "a posteriori", porque en ese momento yo sólo tenía ojos –dedos, quería decir- para admirar el cuerpazo de mi ahijada. Hoy en día, con poco más de cincuenta años, sigue estando buena de cojones; así que dejo a la fantasía del cachondo lector, imaginar el escándalo de cuerpo que ya prometía por aquellas fechas.

Mucho ojo con lo que viene a continuación, que no tengo ganas de iniciar una moda que acabe con la mitad de los imitadores en las salas de urgencias. Acabo de leer que un crío se rompió la crisma, tirándose por la ventana con el traje de Spideman puesto, y algún gilipollas habrá que quiera probar el invento. ¡Avisados quedan!

Miércoles C se acomodó en sofá, abierta de piernas, luciendo un matojo de pelo negro y rizado en la entrepierna –a principios de los setenta aún no se había puesto de moda el conejo afeitado-, por que asomaba un clítoris del tamaño del pulgar y con el mango de la aspiradora en la mano.

Empezó por tantearse los pezones, acercando y alejando el trasto, hasta conseguir que la succión tirase de ellos. Los dos primeros intentos resultaron fallidos, con el resultado de una de sus tetas atascada a la entrada del tubo y ella forcejeando para desatascarla. Después de un buen rato pasando de un pezón al otro, los dos lucían espectaculares: tiesos, rosaditos, duros…para comérselos. Dejé de ser mera espectadora y me puse cachondo –repito que, cuando me excito, lo hago en masculino-

Después fue bajando el tubo por el estómago, hasta situarlo enfrente del clítoris. Si éste ya lucía antes unas dimensiones prodigiosas, con el tratamiento al que lo sometió –eso sí, con mucho cuidado-, el apéndice creció aún más. Miércoles C bufaba y se contorsionaba, con las dos manos crispadas sobre el tubo y atenta a mantener las distancias –en caso de atasco, se lo arranca de cuajo, seguro-. Por mi parte, con la emoción del momento y para no perder de vista el espectáculo, me asomé peligrosamente al borde del armario.

Cuando empezaron a temblarle las piernas y el jadeo de su garganta se transformó en un ronroneo continuo, se abrió los labios del chochito y metió el tubo con decisión. ¡La leche!

Me pilló por sorpresa, me asomé un poco más…y ni les cuento la hostia que me di.

-Deja de hacer guarradas de mirón y échame una mano, ¿quieres?- No se inmutó, así que ya debía de saber que tenía público. Por mi parte, encantado de ayudar a la familia en todo lo que sea menester.

-¡Ay, joder, qué rico! Ni punto de comparación, oye. Es mucho mejor cuando me lo haces tú y no se me acalambra la mano sujetando el tubo. No me lo puedo creer…me corro…otra vez-. Lo que yo no me podía creer es que tuviese dentro palmo y medio de tubo y pidiese más. A partir de ese día, le cogí afición a pasar la aspiradora. Por si acaso, después de de cada "limpieza", revisaba el depósito, no vaya a ser el demonio que pareciese un trozo de tripa de mi ahijada. La cabrona las debe de tener blindadas.

Con tanto uso, los cacharros no duraban nada. Cada dos por tres, teníamos al técnico en reparaciones haciéndonos una visita a domicilio. Y con tanta ida y venida, la niña se nos enamoró del pollo. No tengo nada en contra de las minorías étnicas -en eso soy muy moderna-, pero tiene cojones la cosa, ¿tenía que ser gitano el técnico en reparaciones?

Estuve presente el día que se le declaró. No se le ocurrió mejor momento que hacerlo en pleno frenesí orgásmico: mientras él le rompía el culo, yo le enchufaba dos palmos de tubo de aspiradora a plena potencia y ella se pajeaba el clítoris con el puño cerrado –igualito que un tío meneándose la polla-. En estas condiciones, cualquiera dice que se lo pensará.

El día de la boda se presentó el clan de "los estreñíos" al completo: doscientos y pico, todos primos –los de menos de cuarenta- y tíos –los de más edad-, bruja incluida.

Esta fue la encargada de comprobar la "virginidad" de la novia, metiéndole el pañuelo. Se suponía que tendría que salir manchado de sangre, pero como yo sabía que MC no tenía virgen ni el tabique nasal –alguna guarrería habíamos hecho ya con sus narices-, me estaba temiendo que aquello acabase en un follón con brillo de navajas.

Falsa alarma. La pobre sangró como una cerda en sanmartín. Cualquiera no, viendo la uña que le clavó la bruja. Lo extraño es que no se desangrara.

Menudo jeta resultó ser "Juanito el estreñío, el de la Churrina". Desde que volvió del viaje de novios, sus únicas ocupaciones conocidas han sido cuidar del jardín del caserón –muy abandonado después de cuatrocientos y pico años- y hacer crujir los muelles de la cama matrimonial. Por lo menos, en esto, se aplicó con devoción y le cogió afición. Salvo esporádicas recaídas, MC abandonó la aspiradora y, con ella, mis servicios.

No tuve que esperar mucho para volver a las andadas. Enseguida nació Miércoles –Miércoles a secas-, demostrando que la precocidad sexual femenina es un rasgo genético familiar. Por si heredaba también otras aficiones de mamá, di de baja todas las aspiradoras de la casa. A partir de entonces, aquí se limpia el polvo de forma ecológica: dejándolo tranquilo, que ya sabrá él adónde ir. Me costó dios ayuda hacérselo entender a la empleada de hogar…y eso que siempre las escojo sordomudas.

¿Ven cómo se lían las cosas? Siguiendo con la relación causa-efecto, terminaré hablando del primo Fétido y el/la Rizos, el extraño influjo que esta parejita ejerce sobre el benjamín de la familia –el Gordo Gómez, así como suena-. De la mariconada impronunciable con la que le bautizaron en la película, prefiero no acordarme. Sin olvidarme de la tía Rita y Satán, el perro, que también tienen su aquel.

Para no perder el orden cronológico, prosigo con el primo Fétido. Después de encontrarlo abandonado en un vertedero, en un arranque filantrópico impropio de esta familia, lo adoptamos. El nombre, menuda cabronada, lo escogimos democráticamente –por unanimidad- y no hará falta dar muchas explicaciones del por qué, ¿verdad?

Quizá debido a su nombre –lo de tío fue por influencia del clan paterno-, el niño empezó a desarrollar costumbres bastante asquerosas –la de bañarse cada cuatro años no es la peor- y un nabo de extraordinarias dimensiones. Para que luego digan que el hábito no hace al monje.

La Rizos era la única que lo aguantaba. El resto de la familia, salvo los 29 de febrero, fecha en la que toca baño y nos tenemos que juntar todos para meterlo en la bañera, procurábamos mantener las distancias. Ya se sabe que del roce nace el cariño. Pues estos dos debieron de rozarse mucho. Llevan veinticinco años como pareja de hecho. De las intimidades de su relación no les puedo hablar: son un misterio.

Algo que hay que agradecerle al primo Fétido, es la inyección económica que ha supuesto para la depauperada economía familiar, su estrellato en la industria del cine porno. Por lo visto, las pollas de grandes dimensiones se cotizan al alza –a saber el por qué-. La del primo Fétido, con 45x14 cm, ocupa uno de los primeros puestos en el ranking. El problema es su cara –cuando menos, peculiar-, los ciento cincuenta kilos –repartidos en una masa corporal que mete miedo- y el nauseabundo olor que desprende. A grandes males, grandes remedios –debió de pensar el tipo que lo lanzó al estrellato- y lo especializó en papeles sin mucho diálogo, cubierto por una máscara, un traje de cuero –pantalón marcapaquete y pare usted de contar- y actrices con mucha vocación –que antes, se han sometido a la extirpación quirúrgica de la pituitaria-.

Sólo he tenido estómago –de haberlo tenido, se me habría revuelto- para ver una de sus películas. A la pobre chica la tenían atada de piernas –abiertas- y brazos –también-, amordazada y, según una voz en off, dispuesta al sacrificio. No me lo pareció, viendo cómo se debatía y las miradas de terror que lanzaba a la cámara, pero no estoy muy al tanto de los usos y costumbres del género cinematográfico en cuestión.

Cuando apareció el primo Fétido en escena y enfocaron un primer plano de su polla, recuerdo que pensé: "¡Qué cojones, no le cabe!" Entrar, entró, pero de qué manera: se pudo oír perfectamente el crujido de los huesos de la pelvis. Menos mal que la moza perdió antes el conocimiento. Luego, según me contó el protagonista, tuvieron que darle sales para que despertara…no le habían operado la nariz y casi se les queda en el sitio.

En una de las visitas del clan paterno –se te presentan en casa treinta y tantos de golpe, sin avisar-, se dejaron "olvidada" a la tía Rita. No hubo manera de que se la volvieran a llevar. Bueno, después de un par de semanas, nos acostumbramos a tenerla en casa y, a no ser que tropieces con la silla de ruedas, apenas te enteras de que está. Tetrapléjica de nacimiento, sólo mueve la cabeza, no habla y es muy servicial con las visitas. Lo descubrimos en la siguiente invasión de los parientes, cuando nos dijeron que la tía Rita parecía muy tristona…se bajaron los pantalones y organizaron un…-un no sé qué hostias, en japonés-. Había que ver lo contenta que se puso con ocho pollas alrededor, mamándolas según se las ponían delante. A partir de entonces, cuando alguien tiene un calentón, ya sabe.

A la que no le hizo ni puta gracia la novedad, fue a Rigoberta, la criada –el nombre no le hacía justicia; es feo, pero ella metía miedo-. Por obvios motivos de movilidad, la tía Rita no puede quitarse de encima el pringue, y no es plan que los pegotes resecos se vayan acumulando. Una vez al mes, toca limpieza general.

Me faltó decir que el baño del primo Fétido se realiza en ácido sulfúrico concentrado. De otra manera, es imposible eliminar la roña acumulada en cuatro años. Hemos probado con el chorreo de arena –método muy eficaz en la limpieza de fachadas, aunque agresivo-, pero ni con esas.

También fue éste el motivo del prematuro fallecimiento de la abnegada Rigoberta. Ya teníamos preparada la bañera y, no se sabe cómo, la criada aterrizó de cabeza en ella. Circunstancia que aprovechó Satán, el rottweiler, para follársela; dado que la mitad inferior del cadáver quedaba fuera de la bañera y tenía el culo en pompa. El cabrón es listo –salido, pero listo- y cuidaba de no meter las patas dentro de la bañera. El detalle técnico de cómo coño la desvistió, quedó esclarecido un mes después, cuando descubrimos en un apartado rincón del jardín, los restos de un cobrador de la contribución, al que le habían bajado los pantalones y los gallumbos a mordiscos. "Bueno, mientras sólo sean funcionarios…", nos dijimos; pero quedamos un tanto preocupados con la –aparente- bisexualidad y –demostrada- antropofagia de nuestra mascota.

Después del trágico fin de Rigoberta, contraté una nueva empleada de hogar; con mejor tipo, aunque no tan fortachona como la anterior. Una pena. El primo Fétido se la encontró un día subida a un taburete, limpiando de telarañas el techo del sótano–cuando Miércoles C se enteró, casi le estalla la vena del cuello del berrinche que pilló-. El caso es que el primo Fétido es fetichista: le vuelven loco las braguitas. Con la falda cortita que usaba y los brazos extendidos hacia arriba, algo debían de asomar y eso fue su perdición. El primo Fétido llegó muy angustiado, casi llorando, diciendo que no sabía lo que había pasado. ¡Será borrico! Lo que había pasado es que la desencuadernó desde la pelvis al esternón. Pero el cabronazo se Satán se nos había adelantado y estaba en plena faena cuando llegamos al sótano. Con buen criterio, esperamos a que acabara –las tres veces-, hiciera la digestión y abonara el jardín, antes de notificar a la Oficina de Empleo la misteriosa desaparición de la empleada.

La nueva, siempre es mejor prevenir que lamentar, está bien aleccionada sobre los usos y costumbres de la casa. Ya veremos lo que dura.

En cuanto a los niños -Miércoles y el Gordo Gómez-, como no podía ser de otra manera, siguen las tradiciones familiares. Bueno, lo de niños es relativo, claro. La mayor, Miércoles, anda ya cerca de los cuarenta y el enano, cuatro años menos. Pero a falta de otros descendientes, siguen siendo mis niños.

Creo haber comentado ya la precocidad sexual de las féminas de la familia. Pues lo de su mamá no fue nada, comparado con lo de la niña. ¡Menuda pedazo zorra!

Aún no había hecho la primera comunión –seremos raritos, pero católico-apostólico-romanos y a mucha honra- y ya me tocó hacerle la primeras pajitas…su mamá insistió. A falta de electrodomésticos con apéndice susceptible de ser introducido –recordaré que había hecho desaparecer todas las aspiradoras-, se decidió a experimentar con Satán.

¡Escándalo! ¡Horror! Éste es un relato de rollito Filial, así que nada de líos de zoofilia -estarán pensando ustedes, con razón-. Pero qué quieren que les diga, peor hubiera sido que debutara con el primo Fétido.

Pecadillos de juventud, enseguida se le pasó el capricho por la zoofilia. En su lugar, sedujo a su hermanito, que aún jugaba a las canicas con sus amiguitos.

El problema se planteó al reparar en la diferencia de tamaño entre la polla del Gordo Gómez y la de Satán. No lo he dicho, pero por aquella época, al niño lo llamábamos Gómez -sin connotaciones de grandeza-.

Antes de que la abuela Martirio comenzara a manifestar los primeros síntomas del Alzheimer, Gómez, muy acomplejado por comentarios despectivos de su hermana hacia su "cosita", pidió como regalo de cumpleaños –omitiré la cifra, por obvios motivos de censura- un nabo talla primo Fétido. La bruja se esmeró…y todos contentos. A partir de entonces, sí que pasó a llamarse Gordo Gómez.

Prefiero no entrar a comentar las guarrerías de estos dos y, para terminar, sólo me restan un par de apuntes y una petición. Sean comprensivos y atiendan la petición.

Todas las sagas familiares pasan por altibajos, es ley de vida. Pero esta ya no tiene remedio.

La abuela está en fase terminal y se nos escapa de casa cada dos por tres. Al abuelo lo enterramos hace un mes –con una lápida sin nombre-, después de que apareciese tieso, colgado boca abajo de la viga del salón. La Rizos y el primo Fétido se han fugado, limpiando de paso la cuenta corriente. Miércoles y el Gordo Gómez siguen a lo suyo, sin ninguna intención de ampliar la familia y, ahora, moderan un foro de ambiente gótico en una página web.

El clan de los estreñíos no nos dirige la palabra y, en represalia, se han vuelto a llevar a la tía Rita. Miércoles C tiene una depresión de caballo –son muchos golpes juntos y ya no es la que era desde Gómez Addams y Satán se miran con ojitos tiernos- y la he pillado ojeando un catálogo con los últimos modelos de aspiradoras del Carrefour.

El Risitas y yo hemos discutido el asunto, llegando a la conclusión –penosa, pero inevitable- que debemos hacer las maletas y buscar nuevos horizontes.

Por tanto, he aquí mi petición: ¿No habrá alguna familia dispuesta a dar cobijo a un mayordomo cachas, calladito, servicial y con garantía de uso hasta el día del Juicio Final? Y ya puestos, una servidora sale gratis, se conforma con dormir junto al gato y siempre puede echar una mano.

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