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Las Voces (6: Fin de la historia)

en Grandes Series

Tenía preparadas otras tres entrevistas con otros tantos ancestros de Segis, pero tras el aluvión de recomendaciones que he recibido, he convencido al puto genio para dar carpetazo a la serie. Le he dicho que la audiencia estaba tan entusiasmada y emocionada con las vivencias de sus memorias, que mejor dejarlo a tiempo, antes que morir de éxito.

Si le llego a contar la verdad; es decir, que a la audiencia le importa un huevo sus memorias, que está hasta los mismísimos de tanto fiambre borde y que hay uno que pregunta si el bable es una lengua indígena, desaparecida, hablada en tiempos en los Llanos de Venezuela, al pobre le da algo. Aunque, pensándolo bien, que se joda, por los motivos que descubrirán más adelante…si es que llegan, cosa que dudo mucho.

Una pena. Se van a quedar sin conocer al chamán, Neke, cazador de bisontes en las estepas centroeuropeas de hace 20.000 años, un tipo muy calladito y con poderes telepáticos. A Lao Li Mai, una chinita de hace 1.500 años, una bomba sexual y experta en venenos. Y a Santiago López, su tío, que no es estrictamente un antepasado suyo, ya que vivirá en el futuro, dentro de 14.000 años, aunque nació en 1.953. Una anomalía espacio-temporal tuvo la culpa, creo. Me lo explicó Segis en su momento, pero creo que no llegué a pillar del todo el concepto.

¡Joder, ahora me acuerdo! ¿Saben lo del acelerador de neutrones que hay en Suiza? Ya, también hay bancos, chocolate y la casita de campo de Heidi con su abuelo disecado; pero debajo, muy abajo, hay una especie de túnel de la hostia de kilómetros dónde los neutrones hacen carreras a velocidades sub-lumínicas (palabro de Segis).

Pues hace dieciocho años, coincidiendo casualmente con la cagada de Chernobil, unos cuantos de estos veloces bichos se dieron a la fuga. Algo raro pasó cuando tropezaron con el tío de Segis, que había sacado al chucho para que cagara en acera, y se encontró de pronto en el dieciséis mil pico d.C. El chucho no, éste apareció dos días después, con un grave trauma psicológico perruno.

Ya me estoy enrollando con gilipolleces de las que no tengo ni puta idea y el amable lector calladito, aguantando impasible el chaparrón. ¡Protesten, pataleen! y si son demasiado educados para ello, ejerzan su derecho constitucional a terriblear el escrito. Pero, por favor, que nadie vuelva a preguntarme si el personaje de Fray Justo Torres fue juzgado por el tribunal de Nuremberg.

¿Aún recuerdan lo del puto destino de Segis? ¿La búsqueda de la candidata ideal para parir un genio, digno hijo de su padre? ¡Pues apareció! Un par de meses después, apareció. Tanto buscar y resultó que la teníamos al lado. ¿También se acuerdan de la chica del colegio mayor? No, coño, la alemanota, no. La otra, la que encontré en el guardarropa del local de salsa, el día que probé el cóctel de feromonas. La de la orgía.

¡La hostia! Casi me atraganto cuando Segis se presentó en casa con ella.

-¿Os conocéis?- El puto genio parecía un poco mosqueado, viendo que yo me hacía el sueco y que Lucía (me enteré entonces que llamaba así) enrojecía hasta la raíz del pelo.

-¿Eh? No, qué va. Es la emoción del momento. ¡Joder, tío, qué guay! Enhorabuena…Lucía. Y tú, cabrón, no te comas más el coco con tus paranoias. Je, je, mira que ir a buscar tu puto destino al culo del mundo y resulta que estaba aquí al lado…- Soy un bocazas, lo reconozco. Con lo guapo que estoy calladito. Había que ver a Segis mirándome con cara de presunto cornudo y lanzándole a ella miradas de soslayo, con un interrogante "¿Seguro que no os conocéis? ¿Cómo sabe éste que no eres de Valencia? Me vas a tener que explicar muchas cosas, bonita".

Una situación muy tensa. Estaba a punto de confesarle la verdad, aunque conociendo lo estrecho que es para estas cosas, me lo pensé otra vez, no fuera a darle un pronto asesino y que la bonita historia de amor terminara en crónica de sucesos.

-Tú eres amiga de Irma, ¿verdad? Sí, creo recordar haberte visto un día que la acompañé hasta el colegio mayor- Mentira, podrida mentira. No habría vuelvo a poner los pies por allí ni loco, pero todo sea por tranquilizar a Segis, que a estas alturas tenía un peligroso parecido con el negro del Mercader de Venecia.

-¿Sabes que Lucía está embarazada? ¿No es fantástico? Nos casamos dentro de un mes. De momento, vivirá aquí con nosotros. Tienes un mes para ir buscando piso- Hijoputa, cabrón hijo de puta. Con lo jodidamente caros que están los pisos, ya me imaginaba volviendo a casa de papá y mamá con el rabo entre las piernas.

-¡Doble enhorabuena! ¿Pero ya sabe tu churri que el piso es de la loca de Karla? Y, hablando de Karla, ¿ya se lo has dicho? Lo digo porque está acostumbrad@ a considerar como suyos todos los chochitos que aparecen por aquí- También soy un poco cabrón, qué quieren que les diga.

-También pondría en antecedentes a Lucía. Nunca se sabe. Un día está tan tranquila en la ducha, Karla se cuela dentro, con intención de darle un repaso de lengua, y la pobre chica aborta del susto. Esas cosas pasan- Vale, muy cabrón. Aprovechando que Lucía nos había dejado solos por culpa de una urgencia urinaria, cosas de embarazadas.

Una semana después, la cosa estaba que echaba chispas. Karla dudaba si quedarse con la parejita y el más que probable enano llorón. Yo le había lanzado alguna indirecta, en el sentido de que podríamos considerar una rebaja del alquiler, a cambio de algún pago en especie. Segis daba como seguro mi desahucio, aún a costa de nuestra amistad. Lucía alucinaba, aunque no la veía muy convencida de unirse en santo matrimonio con el capullo de mi ex-amigo. Y Tu Puta Madre, el perro, el único imparcial, se dedicaba a sus asuntos: lamerse el nabo, fundamentalmente.

Un asunto que me intrigaba, y que nadie se molestaba en aclararme, eran los motivos por los que Lucía era la candidata ideal para parir el super-puto-genio-de los cojones. Yo la veía de lo más normalita. Estaba buena, tenía un buen polvo, era bastante putilla (con feromonas o sin ellas, como me demostró en más de una ocasión…a Karla también…cuando Segis no estaba, claro), pero superdotada, como no fuera mamándola, no la veía, la verdad.

Así que le entré por las bravas un día. Una tarde, quería decir, después de haberle entrado muy educadamente por el culo; mientras nos fumábamos un cigarrito, aprovechando el clima de camaradería, propicio a las confidencias, que un pitillo compartido crea.

Me enteré que el cabronazo de Segis se la encontró en la barra de una cafetería, codo con codo, mientras desayunaba porras con chocolate. El tipo de al lado la miró de forma muy rara, le cogió un churro, lo mojó en el chocolate y se lo dio a probar. Lo siguiente que recordaba era estar en el servicio de señoras, con las bragas por los tobillos, abrazada a la taza del water y dando unos alaridos que se oían desde la calle. ¡Joder, me puso como una moto! O quizá fue que, mientras me contaba tan romántica historia, me sobaba la polla con delicadeza. Da igual, nos dedicamos a alborotar el resto de la tarde, poniendo cardiacas a las marujas del vecindario.

Otro día me contó lo de sus memorias. ¡La tía también tenía memorias! Pero yo estaba hasta la punta del nabo de aguantar pirados. La convencí para que se callara la boca y abriera las piernas. Luego no hizo falta insistir. Mi lengua haciendo diabluras en su chochito y el dedo índice en el culo, son argumentos muy convincentes para cambiar de conversación.

El caso es que pasó un mes y no hubo boda. Yo seguía de realquilado y el vecindario nos miraba peor nunca. Segis trabajaba más que nunca y Karla nos tiraba los tejos a todos.

Pasó otro mes y estalló la bomba. Estábamos los cinco y medio (el genio, la loca, la embarazada, el perro, el proyecto humano y yo), una tarde de domingo, despatarrados por los sillones del salón, escuchando a Queen y al fiambre de Fredy a todo volumen, cuando el feto se lió a dar patadas. Coincidió, pura casualidad, que Lucía y yo estábamos sentados juntos y Segis enfrente. La emocionada mamá cogió mi mano y la puso sobre su regazo. La mirada del supuesto papá se cruzó con la mía y pude ver que su calculadora mental echaba humo procesando fechas y probabilidades.

El resultado no debió ser el que esperaba.

Una de mis habilidades, fruto de un par de años en los Boys Scouts –sí, yo también fui un de esos niños pijos en pantalón corto, que van tras un pijo, no tan niño, haciendo el pijo por el campo- es el código Morse. El enano no pataleaba, estaba transmitiendo, muy cabreado: Bajad el volumen, cabrones.

Segis cruzó el salón en tres pasos, con la cara descompuesta, los puños crispados y dirigiéndose directamente a Lucía y a mi -lo de cabrones era algo definitivo- hijo.

Él no se lo esperaba. La verdad es que yo tampoco.

Hoy, tres años después, entre Lucía, el enano -un puto genio, muy mal hablado-, Karla, Tu Puta Madre y yo, formamos una alegre familia. La opinión del vecindario no ha mejorado en absoluto.

Segis, no. Tres dientes menos y un tabique nasal roto, le convencieron de que el desahuciado era él.

 

 

Apostillas del autor.

La cosa no va a quedar así. Mucho me temo que el chamán, la chinita y el viajero del tiempo nos van a dar la tabarra, más adelante. Paciencia, sufridores.

Las campañas políticas reblandecen la sesera, eso es cosa sabida. Pero es absolutamente falso que el citado Fray Justo sea la encarnación de cierto político; por mucho que la barba, cana, de chivo pueda dar lugar a equívocos. No conscientemente, al menos.

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