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Las Voces (2: El puto destino)

en Grandes Series

Ya no puede uno fiarse ni de la proverbial seriedad teutónica. Oía la voz nasal de Irma por el telefonillo del portero automático, con su perfecta dicción de las erres, confirmándome por enésima vez la predisposición genética femenina al cotilleo.

-"Hi, Manuel. Yo Irrrma. Venirrr con Mónica, grrrande amiga, mucho cachonda. Tú verrr".

Estuve a punto de no abrir y mandar a la mierda a Irma y su cachonda amiga, hasta que un ligero picor de huevos me hizo recordar que diez minutos antes me había inyectado una dosis de feromonas. Entre arriesgarme con Karla, que estaría al caer, atosigar a "Tu Puta Madre" (nuestro chucho), o vérmelas con éstas dos elementas, la elección no dejaba lugar a dudas.

Estaba dispuesto a montarle un pollo de cojones, pero la presión de la polla en pantalón del chándal no me dejaba concentrarme y organizar mis ideas con una línea argumental coherente. Tampoco hubiera valido de nada. Ni saludaron. No había terminado de abrir la puerta del sacrosanto domicilio, cuando una ya me estaba comiendo el morro y la otra, de rodillas, atacaba mi paquete. Joder, éstas cosas no pasaban cuando las monjitas incluían bromuro en la dieta.

Con el trabajo que nos había costado encontrar el piso, y lo pijo que era el vecindario, sólo faltaba que a una maruja le diera por espiar por la mirilla (la otra opción, que se uniera a la juerga, se negaban mis neuronas a procesarla), para que el propietario nos pusiera a los cuatro de patitas en la calle. Así que forcejeaba intentando cerrar la puerta, a lo que se oponía Irma, tres centímetros más alta que yo y con una masa corporal equivalente a la del menda, además de la aspiradora que tenía enchufada al nabo.

Un sencillo diagrama de fuerzas convencerá al lector, aficionado a resolver problemas de estática, de la imposibilidad del intento, aún considerando un coeficiente de rozamiento despreciable. (Joder, Segis, no te pases. Con decir que no me dejaban cerrar la puerta, ¿no valía?).

Cuatro palabras a propósito de Mónica: pequeñita, morena, cordobesa, cachonda.

Antes de terminar la faena bajo el marco de la puerta, se me ocurrió la feliz idea de mencionar el jacuzzi. Sigo teniendo un extraño escrúpulo moral sobre lo de llenarle la boca de leche a una desconocida. Y la cordobesa no había dicho ni hola. Había abierto la boca, pero sólo para tragar y soltar unos hilillos de saliva.

De los cinco minutos que tardó el jacuzzi en llenarse, les sobraron cuatro y medio para despelotarse. Yo me lo tomé con más calma, dándoles conversación y dejando que las feromonas hicieran su efecto. A ellas, evidentemente, se la traían floja las feromonas; pero yo sospechaba que iba a necesitar sus "efectos secundarios".

¡Soy un gilipollas!, tal y como no se cansa de repetirme Segis. Gracias al puto principio de Arquímedes, y la feliz idea de llenar el jacuzzi hasta el borde, provocamos una inundación de catastróficas consecuencias para el falso techo del piso de abajo.

¿Había dicho ya que Mónica no hablaba?. Eso fue hasta que se despelotó. Luego no había manera de que se callase, ni de que se estuviera quieta un momento. Joder, un torbellino de tía. Movía todo el cuerpo a la misma velocidad que la lengua…con más agua filtrándose entre las baldosas del suelo.

Si no nos hubiéramos entretenido tanto con el polvo, se podría haber hecho algo por atajar la inundación; si hubiera sido un polvo. Tres mamadas, dos polvos y una enculada después, ya era tarde.

Y encima no me comí la canica de Irma, se la tragó la revoltosa Mónica. A la pobre alemanota, remisa en principio a dejarse comer el chochito por su compañera, un color se le iba y otro se le venía, mientras jadeaba y juraba en un perfecto alemán. Me resarcí a pollazos en el chochito de Mónica y después en el culazo de Irma.

Del otro polvo, siendo cabalgado por la germánica, recuerdo los esfuerzos que hice para que Irma no me ahogase en la poca agua que quedaba en el jacuzzi, mientras su amiga hacía equilibrios en el borde para mantener su chochito al alcance de mi lengua.

Más tarde, mientras nos relajábamos en la cama redonda de la habitación insonorizada (dónde Karla solía montar sus fiestecitas privadas), con un 69 a tres bandas, llegó Segis; frustrado por no haber concretado SU DESTINO, una vez más. Debía venir con ganas, porque ni se molestó en presentarse; cosa rara en él, siempre tan educado. Y como dónde maman tres, maman cuatro, según el refranero, nadie protestó cuando se unió a la fiesta.

Protestamos después, Segis y yo, cuando apareció Karla con ganas de guerra a altas horas de la madrugada. Mis dos amigas hacía rato que mostraban claros síntomas de agotamiento, especialmente Irma, que ya había sufrido tres conatos de insuficiencia respiratoria. Pero se animaron un montón cuando descubrieron que, la supuesta competencia, escondía una buena polla debajo de las braguitas.

Era una gozada ver a Karla dándole la cuarta ración de nabo al culo de Irma, mientras el suyo lo ocupaba Mónica, equipada con uno de los muchos artilugios de la colección de nuestr@ compañer@ de piso. Un prodigio de sincronización, comentábamos Segis y yo, entusiastas espectadores del espectáculo, mientras nos tomábamos un café bien cargadito.

Tratando ahora de temas serios, volvamos al asunto de las voces y el destino.

 

¿Ya se acabó la parte de polla dura, chochito babeante y "métemela ya, cabrón, que no aguanto más"?. Pues si, chaval, ya se acabó. Si te has quedado a medias, no sabes cuánto lo siento.

 

Decía, antes de ceder al impulso gamberro anterior (que espero haya surtido el efecto deseado), que faltaban algunas consideraciones más a propósito de las voces, antes de que descubramos el misterio del puto destino de Segis.

Planteado de forma que se entienda: ¿Qué cojones hacía Segis en la Universidad Jhon Hopkins, Baltimore (USA)?.

Los cuatro primeros años, lo normal para los enanos de ocho años: estudios básicos de manipulación genética, últimas teorías sobre el origen del universo (demostraciones matemáticas incluidas), agujeros de gusano y la influencia sobre los mismos de la antimateria, literatura tibetana, costura, partidas simultáneas de ajedrez y sudokus por un tubo, además de ser sometido a exhaustivas pruebas médicas.

Tanto estímulo cerebral, cómo escaso relajo lúdico, pusieron a Segis de muy mala hostia y poco predispuesto a colaborar con los altruistas fines de tan prestigiosa institución.

Coño, que por muy puto genio que fuera, no dejaba de ser un crío con ganas de armar putadas.

Así que, con un laboratorio químico bien surtido y a su entera disposición, se convirtió en el rey de la bomba fétida, con una línea de distribución clandestina que abarcaba todo el condado de Baltimore. Algo olía a podrido en Maryland por aquella época.

Cuando la peste ya era insoportable y el FBI tomó cartas en el asunto, temiendo alguna fuga en una de las instalaciones dónde, supuestamente, se fabricaban aerosoles insecticidas, Segis se lo olió la tostada (el avispado lector no habrá dejado de percibir la ironía subyacente en el empleo de la expresión olerse la tostada en comunión con el hecho de la fabricación de bombas fétidas, ¿no?) y cambió la orientación del negocio.

Seguro que tiene algún antepasado fallero, visto el éxito de los petardos sísmicos que inventó. Se enterraba el petardo, previo encendido de la mecha lenta, y el micro-sismo reventaba una acera, provocaba un socavón en la calzada o jodía los cimientos de una edificación cercana. No había fiesta de cumpleaños en la que se tirasen menos de media docena de petardos, con funestas consecuencias para el mobiliario público y las viviendas colindantes. Ni macarra de barrio que saliese de casa sin su alijo de petardos.

Ésta vez lo pillaron y lo mandaron de vuelta a España, con un par de collejas y ficha policial. Menos mal que hablamos de siete años antes del 11 S. De ser hoy, me veo mandándole el tabaco a Guantánamo.

Volvieron a ficharlo en 1999, por conducir bajo la influencia de cierta sustancia vegetal, poco antes de que intelectual petrolero tejano ganase las elecciones presidenciales con un pucherazo. Después ocurrió lo de la demolición con medios aéreos en Nueva York y ya no corrían buenos para la lírica del petardazo, así que Segis se entretenía con lo que mejor se le daba: tirarse a toda bípeda implume, siempre que aún respirase.

Fue por ésta época, intimando con una condiscípula taiwanesa que presentaba claros síntomas de ser una puta genio, cuando se enteró de que podía penetrar en el subconsciente de su pareja, por unos instantes, mientras ésta se corría.

Una cosa llevó a la otra: de la taiwanesa pasó a una canadiense y de ésta a una colombiana, todas unas putas genios, y alguna puta a secas, todas con sus voces interiores.

De ahí a deducir que tal densidad de putos genios, concentrados en tan insigne institución, no era casual, podría haberlo hecho yo mismo. Segis no, a éste le costó más, perdido entre un montón de posibilidades e implicaciones. Al final, como yo, terminó deduciendo que allí se cocía caldo gordo.

Los muy hijos de puta estaban haciendo una selección de personal un tanto particular.

Un poco de investigación y un poco de conversación con una jefa de departamento, muy locuaz cuando se quitaba las bragas, le revelaron que allí estaban buscando crear un híbrido, genéticamente modificado, con capacidades telepáticas y de control mental: un monstruito. Aquello apestaba a expediente X financiado por el Pentágono o algo peor.

El cuanto se graduó, salió por pies, dejando con dos palmos de narices a unos chicos muy bien trajeados y a unas condiscípulas inconsolables con su partida.

Fue entonces cuando se concretó lo del puto destino, con el que llevaba dándome la tabarra desde pequeñitos: encontrar a una churri 100% compatible, no hacía falta que fuera una lumbrera, con no sé qué coño de marcador genético y preñarla.

Casi le doy de hostias cuando me lo contó. ¿Tanto cuento para terminar preñando a una tía?. Y luego, ¿qué?, ¿sacrificamos al enano a los dioses o lo matriculamos en un colegio pijo?. Hay veces que me dan ganas de patearle el culo.

Bueno, la cosa tenía su miga. No vayan a pensar ustedes a creer que Segis se nos había vuelto gilipollas de repente.

Según un cálculo estadístico que me enseñó, doscientas páginas de gráficos y ecuaciones muy jodidas, tenía que haber en éste momento 1.245 churris que cumplieran con las especificaciones. "Venga, a buscar, seguro que alguna no vive lejos", se me ocurrió animarlo, pensando que se refería a 1.245 churris en España. ¡Qué cojones en España, en todo el mundo mundial!.

Estaba claro que habría que idear un método de busca, captura y embarazo. Las probabilidades de encontrar una, sin un método selectivo de búsqueda, eran de 1 entre 2.800.000; 1 entre 1.205.000, si limitamos la edad entre 18 y 30 años…aún así, muchos polvos para mi gusto.

El potaje de feromonas, ése que está a punto de salir al mercado, convenientemente diluido para que no cree adicción, no era más que un detector remoto para localizar a un ejemplar del raro espécimen, sin necesidad de la churri tuviera que correrse. Menos divertido pero más práctico.

Segis se dedicaba al trabajo de campo, con unos chutes de feromonas cojonudos, rastreando la ciudad, la provincia, la nación, el continente y un par de escapaditas de hicimos a Tailandia y California, mientras que yo me dedicaba a rastrear la red, apuntándome a todos los chats y páginas de ligoteo habidas y por haber. Ligando por poderes.

Yo no pillé ninguna candidata que superase el examen, lo que si pillé fue unas cuantas guarrillas desesperadas…y un gripazo, por pasarme tantas horas en pelota delante de la webcam.

Tardamos un par de meses en dar con ella…otro misterio, que sólo será revelado a aquellos lectores que demuestren el suficiente masoquismo y paciencia para aguantar hasta el final de la serie…dos capítulos más, no quiero pasarme de con el castigo.

Respecto al enano/a, fruto de una coyunda tan científica y planificada, se suponía que sería un Segis con capacidades mucho más desarrolladas y, andando el tiempo, con otra búsqueda implacable de candidat@, pa/matriarca de una dinastía que bla, bla, bla…Joder, qué pesadito se pone cuando le ataca la neura de salvar al mundo.

Aún me queda presentarles a los ilustres ancestros de Segis, a los pocos que pueden ser presentados en sociedad. Me la suda lo que diga el genio, los que tenían información comercializable, no los presento ni de coña.

Ya ando en tratos con el Vaticano para venderles los manuscritos, cuando los encuentre, de Criterias de Tebas, un anacoreta copto con una historia muy interesante sobre cierta secta. Seguro que llegamos a un buen acuerdo, o les jodo el negocio.

 

 

Apostillas del autor:

Hoy no les hago ninguna recomendación. Francamente, dudo mucho que nadie en su sano juicio hasta llegado hasta aquí para leerla.

De todas formas, nunca se sabe. Si es así, un consejo bienintencionado: chaval, hazte unos análisis, igual lo pillas a tiempo.

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