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In memoriam (9: Cuatro bodas y un funeral)

en Confesiones

No tuve noticias de Marisa durante toda la semana siguiente. El tiempo que tardó en reunir el valor suficiente para contárselo a su papuchi y el que éste empleó en poner a los sabuesos tras mi pista.

Luego, comenzaron a pasar cosas raras.

El primer motivo de alarma fue el seguimiento al que me sometieron un par de "armarios". Unos chicos muy educados, bien trajeados, pero que no me inspiraban mucha confianza.

Por la mañana, esperaban a la puerta de casa a que saliera para la oficina, para llevarlos de escolta cuatro pasos más atrás. El segundo día hasta me tocaron el timbre del portal, cuando vieron que me retrasaba y que iba a llegar tarde al trabajo.

A media mañana, me los volvía a tropezar. Escolta hasta las dependencias ministeriales y/o municipales.

A la hora de comer, gozaba de su silenciosa presencia en la mesa de al lado.

El modus operandi se parecía mucho al del Cobrador del Frac, menos espectacular, pero igual de intimidante para el objetivo del seguimiento.

La idea inicial, que era un bromazo de mal gusto por parte de alguno de los cabrones de mis colegas, empecé a desecharla cuando los interrogué uno por uno.

-"¡Joder, tío!. Una cabronada así, sólo se te ocurriría a ti"-. Prueba del gran aprecio que me profesaban los amiguetes. 

El asunto empezó a joderme el segundo día, al encontrármelos apostados en el portal de una conocida, a la que había ido a consolar durante la ausencia de su trabajador marido. Que la velada se prolongase hasta las 03.30 h, fue por tener que buscar una farmacia de guardia para reponer las existencias de "chubasqueiros do pito".

Al día siguiente, me levanté decidido a discutir civilizadamente el asunto con ellos. Mala idea. El ademán que hicieron ambos, de buscar algo a la altura del sobaco, me convenció de que no era prudente entablar conversación.

La siguiente desgracia me la comunicó por teléfono la propietaria del apartamento: rescisión del contrato de arrendamiento. ¿Motivo?: una excusa muy mala sobre el hijo de una prima segunda, un traslado…¡y una leche!.

- "¡Vale, japuta!. ¿Y también le vas a cobrar al sobrino los gastos de comunidad en carne?".

Y como las desgracias siempre llegan de tres en tres, la siguiente rescisión de contrato fue el laboral.

Yo era, soy, un tipo pacífico (no me lío a hostias así como así, salvo grave provocación), sensible (cuando el adversario, tras grave provocación, muerde el polvo, me abstengo de patearle la cabeza), educado (después, suelo llamar a los servicios de urgencia), dialogante (antes, expreso de forma ordenada y lógica los motivos de la agresión) y nada rencoroso (cuando ya me estoy yendo, no vuelvo a romperle los dientes…salvo en un par de ocasiones).

Comprenderán vds, que después de tanto infortunio, respondiera de forma un tanto maleducada, a la invitación del jefe a discutir la liquidación del contrato.

-"¡Pedazo mamón!. ¿Quién ha puesto éste negocio moribundo a dar pasta?. ¿Tú?. ¿El "tarao" de tu sobrino?. ¿La mamona de la secretaria?"-. (Fea como un demonio, pero con un morrito que dejaba adivinar cuales eran sus funciones en la oficina).

No pretendía cargarme el ordenador del jefe, no lo hice a propósito. Tropecé con el cable. Pero el tipo parece que pensó otra cosa. Así que no tuve necesidad de mostrarme excesivamente persuasivo para que cantase.

-"Mira, no es cosa mía dónde la metes. Pero has jodido a un tipo peligroso…con             influencias".

Ni se me pasaba por la cabeza que tan aciago cúmulo de desdichas pudiese tener relación con Marisa, así que seguí insistiendo educadamente, con las dos manos en las solapas de su chaqueta, subiéndoselas hasta las orejas…no fuera a resfriarse, el pobre…hasta que escupió el nombre, la dirección, el DNI y todos los datos de la ficha del cliente.

¡Me quedé de piedra!. El primer apellido coincidía, y atando cabos…¡Todo éste lío por un polvete, hay que joderse!.

Salí de la oficina con el talón de la liquidación en el bolsillo. El doble de la que legalmente me correspondía. Visto el buen resultado del incidente del ordenador, me volví un patoso repentino: tropecé con las sillas, un archivador, el portarretratos de la familia, que luego pisé sin querer, las cortinas se vinieron abajo sin saber por qué, la lámpara se desarmó misteriosamente y el ficus terminó fuera del macetero…lo que se dice una negociación de libro.

Con buen ánimo, me dirigí a la mansión familiar de papuchi.

La muy puta no había comentado nada sobre su familia. Yo tampoco; de hecho, ni que el viejo había pasado a mejor vida hacía poco. Pero, coño, ya se sabe que los tíos somos muy reservados con nuestras cosas, ¿no?.

Ya me extrañaba a mí que, mientras se fumaba el cigarrillo post-coital, sólo me hablase de sus amigas y los colegas de facultad. Una tía como es debido, vacila un poco con la pasta de papá y te da la posibilidad de considerar la conveniencia de un braguetazo. Aquel mismo año, un par de colegas lo consideraron adecuado.

Que semejante hijoputa (el papuchi de Marisa), estuviese forrado de pasta, ya lo iba considerando durante el trayecto, visto el despliegue operativo que había montado. Cuestión que se vio confirmada cuando llegué, en taxi, al portón hierro forjado de 4 m de altura, cámaras de vigilancia y caseta de seguridad con inquilino. Un kilómetro más adelante, al fondo de un camino bordeado por árboles centenarios, se alzaban como 2.000 m2 de construcción modernista de tres plantas.

-"¿Que el señor no recibe sin cita previa?. ¡Dígale que quiere verle el que le va a hacer      abuelete!"-. Y pasé, vaya que si pasé. Pasé cagando leches.

¿Qué podría haber sido más diplomático?...psssi, es probable. Pero tenía prisa por dejar bien claritas un par de cosas: olvídame, cacho cabrón, tú y tu hija.

-"Como vuelva a ver a los dos tíos de negro, te meto un puro por acoso que te cagas,       viejo…"-. Entré gritando en el despacho, hasta que un par de manazas me agarraron por los codos y me llevaron volando hasta una silla, donde me dejaron caer con unos modales muy poco finos.

-"Valiente mierda de yerno me ha ido a caer en suerte. Un muerto de hambre sin             educación"-. Decía el tío, muy tranquilo, sin levantar la voz, mirándome por encima de   las gafitas de leer, con cara de asco, mientras repasaba los cuatro folios de mi curriculum vitae, hazañas cinegéticas recientes incluidas, supongo. Y los dos gorilas, uno a cada lado de mi silla, poniéndome las manos en los hombros. ¿Querrían darme apoyo moral?.

¿Yerno?. ¿Habría oído bien?.

-"Oiga, creo que se equiv…"-. Me dio tiempo a decir, antes de que el fulano ladeara la      cabeza, señalándome. Las dos hostias que me cayeron, aparte de volver a abrir la vieja   cicatriz del labio, me convencieron de quedarme calladito.

Éste verano se ha hecho muy popular cierto personaje, con apariciones estelares en los telediarios: un tal Paco el Pocero. Digamos de ambos compartían algo más que el nombre, se daban un aire, la misma sensibilidad reflejada en el rostro; en el caso del suegro, con algo menos de pelo, cierto aire mafioso y poses de gentleman, o quizá el acojone no me dejaba ser objetivo.

-"No estás aquí para opinar, saco de mierda. No quiero oírte decir ni una palabra hasta que te pregunte. El caso es que, éste lamentable asunto, afecta directamente mi dignitas"-. Así como suena, en latín. Que se note la influencia de una buena educación clásica, aunque el asunto a tratar sean mis pelotas.

-"Has dejado embarazada a mi hija…mi única hija. Vas a firmar unos papeles y a casarte en diez días. ¿Estamos de acuerdo?"- Y creí llegado el momento de exponer razonadamente mi punto de vista.

-"¡Chúpamela!". Lo que desencadenó otra ensalada de hostias. Es que ni ahogándome puedo tener la boquita cerrada.

-"Claudio, ¿han comido hoy los perros?. ¿No?. ¡Magnífico!. El camino hasta el muro es largo, propicio para que algún indeseable sufra un fatal accidente"-. Otra vez ese tono neutro, como si no fuese conmigo la cosa.

-"¡Dadle un pañuelo, hostia, que me está dejando perdida la alfombra!"-. Vaya, se altera cuando le mancho la alfombra de sangre, pero no cuando me fríen a leches o planea cómo darme pasaporte, curioso. Habrá que tomar nota.

Y el menda, que era un inconsciente, pero carecía de tendencias suicidas, firmó lo que le pusieron delante y quedó régimen de libertad vigilada, mientras uno de los chicos de negro se pasaba por la pensión a por mis cosas, que nunca más volví a ver. Me jodió perder la agenda.

Una vez aseado y borrados los rastros de la calurosa acogida recibida, fui presentado al resto de la familia en cena gala.

Mamá Patricia, poliadicta medicamentosa, capaz de trasegar prodigiosas cantidades de escocés de malta, calladita y golfa (la mirada braguetera que me dedicó como bienvenida, ya me sonaba de algo).

Mi queridísima Marisa, empeñada en convencerme del idílico futuro que nos esperaba, mientras yo calibraba las proporciones de su culo, comparándolo con el de su mamá. Ganaba Marisa, por escaso margen.

La abuela Gertru, un elemento decorativo más de la mansión, afectada de Alzeimer terminal.

Ahorraré al sufrido lector la lista de preparativos para tan magno evento. Y la serie de indignidades a las que me sometieron. En tres días no me conocía ni la madre que me parió.

Y hablando de mamá: de ligue en Benidorm, en un viaje del INSERSO (o como coño se llamaran entonces las orgías de jubilados), ni se enteró hasta después de la boda.

Menos mal que pude invitar a media docena de colegas, los más presentables, bajo la supervisión de una mosqueada novia. A media docena de colegas y sus respectivas, menuda colección de guarrillas…iba a resultar una boda divertida, a pesar de todo.

La reclusión preventiva a la que me sometieron, siempre que no me diera por pasear más allá del invernadero, territorio por el que patrullaba la jauría de asesinos de cuatro patas, tampoco era carcelaria. Tenía derecho a visitas vis a vis. Derecho a recibirlas, no a realizarlas. Gilipolleces del paterfamilias, como se autodenominaba Paquito, según la lengua viperina de mi futura suegra, que en estado sobrio (hasta media hora después de desayunar) no hablaba, pero bajo los efectos de estimulantes, antidepresivos y el alcohol, hacía funcionar la lengua con efectos devastadores.

Siendo quisquilloso, debería decir que una sola visita, por parte de Marisa. Y siendo más explicito, debería añadir el por qué, cómo y cuando.

En cuanto al por qué: por un desgarro anal. Práctica a la que yo me había negado previamente, en razón de cierta anormalidad anatómica, descrita en algún capítulo anterior. Pero Marisita estaba ansiosa por afrontar nuevos retos sexuales. Menudo escándalo se armó camino de urgencias.

El cuando: la segunda noche. (La primera me dolía la cabeza, las costillas, el estómago y el amor propio. Pero qué cojones hago dando excusas al querido lector. Ni que estuviéramos casados, tú).

En cuanto al cómo, ¡échenle imaginación, joder!.

-"Bonito espectáculo disteis anoche. ¿Te gustaría ver la grabación?. Merece la pena". Me soltó la suegra la tarde siguiente, aprovechando la ausencia de la nena (con un par de grapas adornándole el culo) y Paquito, que andaban repartiendo invitaciones a la flor y nata de la aristocracia local.

Viendo el estado, lamentable estado, en que se encontraba, podía imaginarme cualquier cosa.

Nos sentamos en el salón, con la segunda botella de escocés, ya mediada, a mano.

De que la finquita estaba plagada de cámaras de seguridad, ya me había dado cuenta, no era ningún paleto.

Pero de que las hubiera también dentro de la casa, camufladas, no. Mi retorcida mente aún no estaba lo suficientemente entrenada.

Así que podrán imaginar mi desconcierto cuando comenzó la repetición de las mejores jugadas del desvirgue anal de Marisita. Menos mal que el plano era general y tomado desde una distancia prudencial.

No es que estuviera incómodo con aquella flagrante intromisión de mi vida privada, estaba lívido de terror pensando en la reacción de mi (ya inminente) suegro, al ver a su hijita…su única hija, berreando como una posesa con la enculada.

¿Acaso su madre estaba indignada, escandalizada, presa de ira justiciera contra el autor de tamaño desaguisado?. Yo diría que no. Ni por un instante. Es más, el descojone que se traía al principio de la emisión, más por mi cara que por la temática de la grabación, me relajó bastante.

¡Joder con Dña. Patricia!.

Del descojone pasó a la curiosidad puramente técnica, con algún que otro comentario jocoso sobre la impericia de su hijita en dichos menesteres.

De la curiosidad técnica, dos copazos más tarde, pasó a demostrar gran interés (yo no paraba de buscar el mando a distancia para bajar el volumen…tampoco tenía por qué enterarse todo el servicio doméstico).

Del interés, a ponerse como una moto, no tardó nada.

Y lo demostró dejándose resbalar en el sofá, poniendo un pie encima de la mesita, remangándose la falda y empezando a juguetear con una mano en sus braguitas y la otra pasando del vaso, dónde metía los dedos, a la boca, dónde los rechupeteaba con cara de vicio.

Al llegar al clímax de la grabación, con la histórica frase de: "¡Me has roto el culo, cabrón!", Dña. Patricia tenía la braguitas de encaje bamboleándose graciosamente del tobillo que apoyaba en la mesita, una mano en el chochazo (sin que pueda precisar con cuántos dedos y hasta que falange introducidos) y con la otra sujetaba firmemente una polla a la que mimaba con virguerías de tragasables.

Creo haber comentado ya, que los atributos de mi querida suegra, no eran moco de pavo. Salvo por algún ligero rastro de celulitis en los muslos, el resto de la carrocería se mantenía en aceptable estado de conservación, con expresa mención de unas tetas impresionantes, que juraba no haber sometido a cirugía estética…no sé yo, al tacto no lo parecía, pero mantener firmes esos melones a su edad…

Si a esto unimos un carácter de naturaleza cachonda y su falta de inhibiciones, provocada por sus aficiones etílicas, tenemos como resultado la suegra ideal.

El primero de mis muchos destrozos en el mobiliario, fue el manchurrón que quedó en el sofá del salón. La dueña de la casa se cuidó de mantenerlo intacto, dando al respecto estrictas órdenes al servicio, como recuerdo de un primer acercamiento familiar. En el fondo es una sentimental, la vieja.

Los acercamientos empezaron a hacerse diarios. Siempre encontraba una buena excusa para hacer desaparecer al par de estorbos: restaurante (en dos ocasiones), iglesia, floristería, sastre y modista (dos y tres, respectivamente)…y alguna más que no recuerdo. Con el cuento de que la niña es tonta y le toman el pelo y de que tú, querido, tienes un gusto deplorable; así que juntos, os complementáis estupendamente.

El cachondeo que se traía, con el roto del culo de su hija, era constante. Y no me extraña. Menudo agujero negro se gastaba la suegra: capaz de engullir una galaxia.

A falta de condones, el primer homenaje a tan portentoso fenómeno natural, lo realicé con la mano hasta la muñeca (fisting, con h intercalada por algún lado, lo llaman ahora los horteras), sin mucho alboroto por su parte.

Una vez solucionado el desabastecimiento, fui un alumno aplicado en una materia que tenía muy desatendida, durante un cursillo acelerado de dos semanas escasas.

La que andaba muy triste aquellos días era Marisita. Insistiendo en darme las buenas noches.

-"Que no, mujer. Tómate un respiro, relájate, que te veo muy tensa. Pero relájate de otra manera, coño. Y no la vayamos a joder y se te salten los puntos"-. Procuraba tranquilizarla.

Al que no tranquilizaba en absoluto mi presencia, era al cabrón del suegro, se le veía muy mosca con la repentina locuacidad, menor consumo de sustancias estupefacientes y risitas que se traía su mujer. "¡Jódete, cabrón!, que ya me he enterado de que las habilidades traseras de la parienta no son cosa tuya". Lo pensaba, le tenía mucho amor a mis pelotas como para verbalizarlo.

Sólo dos o tres cositas más, antes de dar por finalizado tan doloroso capítulo de recuerdos.

El traje del novio. Espectacular, lo juro. A medida. Sastre a domicilio.

Una vez desechados todos los modelos del catálogo vip de novios, me decidí por uno del catálogo de disfraces: húsar de caballería en traje de gala. Botas altas de cuero y espuelas, mallitas azul claro, marcando un paquete torero, charreteras por un tubo, cazadora al hombro, sombrero de piel y espadón al cinto. Vamos, que estaba hecho un pincel.

Claro, el tío flipaba. Me costó un huevo convencerlo de que había que llevarlo más en secreto que el traje de la novia.

Tuve que echarle huevos para ponérmelo el día de la boda. Pero resultó: la novia estuvo en un tris de dar la vuelta al entrar en la iglesia, el suegro amagó con un trombo coronario (lo bordó, una actuación de oscar), a la suegra se le corrió el rimel con el ataque histérico de risa, el cura ni se inmutó (lo que no habrá visto el tío) y entre el público asistente, división de opiniones (el que no se cagaba en mi padre, lo hacía en mi madre). Los colegas amenizaron la función con gritos de "torero, torero".

Pero el sabotaje, aunque divertido, no tuvo los efectos deseados y la ceremonia terminó como terminan todas las bodas: con una novia sonriendo radiante y un novio sonriendo con cara de idiota.

El banquete. Aperitivos, primer y segundo plato muy sosos, unos postres juguetones y fin de fiesta por todo lo alto.

Hasta los postres, como todas, un auténtico coñazo. Luego me acerqué a la mesa de los colegas (mesa amplia, para doce, con manteles finos, bordados y, lo más importante, bien largos, de los que arrastran por el suelo). Aprovecharon para sacar el regalo sorpresa: maleta de cuero con todos los adminículos sexuales imaginables, con el correspondiente jolgorio al ir pasando de mano en mano y escándalo de distinguidos invitados.

Ya metidos en faena, alguien propuso aprovechar y ver quién pagaba la cuenta. A las guarrillas empezaron a hacerles chiribitas las bragas y, en un descuido, ya se habían sorteado los turnos de actuación. En circunstancias normales, cuando nos jugábamos la cuenta en un restaurante, le tocaba pagar al que se delataba en un mayor número de ocasiones.

¿Qué, ya vamos pillando las reglas?. ¡No me jodan y digan que si!. Se me hace tarde, y ya se mosquea cierta individua con tanto chateo.

Había que ser un consumado actor para mantener una conversación mientas te la maman bajo el mantel. Y aquel día, ya que no nos jugábamos nada, la peña no se cortó un pelo.

La noche de bodas. Inolvidable. Aprovechando el relajo de las medidas carcelarias de seguridad, nos largamos los trece. La juega duró dos días, hasta que me localizaron los chicos de negro. Ni los colegas ni yo estábamos en condiciones de oponer resistencia a la detención.

¿Qué pasa con el título?. Tenía pensada una brillante disertación, pero…"¡JODER, YA VOY. ME ESTOY LAVANDO LOS DIENTES!"

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