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Cuentos canallas: Ajuste presupuestario.

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A Feliciano García López, administrativo de primera y con cincuenta y nueve años mal llevados a cuestas, la cola de la oficina del INEM se le antoja la antesala del infierno. Y dentro de media hora, si ninguno de los cuatro acusados que le preceden –si esto fuera un juicio, culpables…no hay más que verles la cara- se entretiene más de lo debido con la declaración, le tocará el turno de confesarse delante de un funcionario al que le importa un carajo la angustia que le reconcome.

- Oye, ¿lo tuyo qué ha sido? Lo mío, un ERE de esos de los cojones.

- Nada, que se veía venir. Contrato por obra…y ya ves tú cómo está ahora el ladrillo- contesta el interpelado, acostumbrado al trato confianzudo que propicia estar esperando toda la mañana en la cola del paro.

- No te quejes, tío, que a un "paleta" con oficio nunca le faltan "chollos". Ahí tienes a mi cuñado, cambiando de coche cada dos años y veraneando en el Caribe…desde que factura sin IVA.

- Peor lo tiene el "pringao" ése, el del traje con chaleco y corbata. ¿Tú te crees que se puede venir aquí con esas "pintas"? Con los años que tiene la momia, como no pille un puesto de animador en un centro de la tercera edad, lo tiene "crudo" el "pavo".

Las risotadas que acompañan el comentario –las de los dos que hablan y las del resto de la cola que lo han oído-, confirman a Feliciano que debería haberle hecho caso a su mujer, cuando esta mañana le aconsejó vestir de forma informal. "Olvídate del traje, Ciano, que no vas a la gestoría. ¿O ya no te acuerdas? En la oficina del paro no creo que te encuentres a muchos directores generales, y para el caso que te harán, como si vas en bermudas y chancletas".

¡Pobre María! La infeliz aún mantiene la esperanza de que el negocio remonte y Don Joaquín le vuelva a contratar como gestor de seguros. En su día, le faltó valor para confesarle que el negocio iba de mal en peor desde que se puso de moda internet, que la cartera de seguros hacía tiempo que estaba vacía, y que Don Joaquín –que en gloria esté- llevaba casi un año criando malvas, fulminado por un infarto y por tantos disgustos.

Para ser sinceros, llegó a ocultarle -y eso le llena ahora de remordimientos- que hacía justo dos años que estaba en paro. A las seis y media en punto, en pie –"Ya sabes lo mal que después se pone el tráfico"-, ducha, café con tostadas…y a pasear al parque. Eso fue después de patearse todas las gestorías conocidas y negocios del sector. Buenas palabras, palmaditas en el hombro y el consabido "No se preocupe usted, que treinta años de experiencia tienen su valor. Cualquier día de estos le llamamos". Después, a comer a casa, tras haber convencido a su santa de que, en el último convenio colectivo, se había pactado la jornada continua para los mayores de cincuenta años. "¿Has visto, María? Toda la vida comiendo fuera, y justo cuando el estómago empieza a darme la lata –a saber las porquerías que le dan a uno por ahí-, los chicos del sindicato nos salen con éstas. Vamos, que como sigamos así, lo siguiente será pagarnos el sueldo sin salir de casa". Pero el pastel se descubrió el día que llegó la dichosa notificación con la extinción de la prestación por desempleo.

- ¡Joder, tío, espabila! ¿No ves que te toca?

Se le ha ido el santo al cielo y ahora le toca aguantar otra sarta de descalificaciones, jaleado por toda la fila, por parte del descamisado albañil que antes había criticado su indumentaria.

"En otros tiempos, cuando en este país se respetaba a los mayores, y un buen traje infundía respeto, estas cosas no pasaban. Hoy en día ya no hay respeto por nada ni por nadie, ni educación ni modales. Vamos, que cualquier mocoso te tutea a ti o al profesor…eso lo arreglaba yo con un par de soplamocos".

- Venga, abuelo, siéntese de una vez y empecemos. ¿No ve que me está alborotando la fila?- le apremia el entrevistador, nervioso porque llega la hora de la pausa para el café. Hora y media que aprovechaba para darle un repaso a Julia, la de administración.

- Buenos días, joven. Feliciano García, para servirle, gestor de seguros, con amplia experiencia en el sector. Demostrable. Aquí le traigo una serie de documentos que acreditan lo que afirmo y…

- ¡No me toque lo huevos y déme la tarjeta de una puta vez, coño! Aquí se viene a sellarla y punto. Y después no le quiero volver a ver el pelo hasta dentro de seis meses, ¿estamos? ¡Pero…coño, si está caducada! Ay, ay, ay, me temo que esto es grave. ¿Cuánto le queda para cumplir los sesenta y cinco?

Feliciano, que es de los creen a pies juntillas en todos y cada uno de los derechos –y deberes- que reconoce al ciudadano la Constitución, entre ellos el derecho al trabajo, se subleva cada vez un funcionario pretende despacharlo rapidito. ¡No señor, él ha venido aquí a buscar empleo!; así que insiste, dando la tabarra con lo de su amplia experiencia, celo profesional y amor al trabajo. Cualidades que, en su opinión, le abrirán de nuevo las puertas del mercado laboral. No quiere oír nada de pensiones asistenciales hasta que le llegue la edad de jubilación.

- ¡Por Dios, qué cruz! Vamos a ver si se lo explico clarito y me entiende. ¿Estudios superiores?...Ah, graduado social. Empezamos bien. Lo de menor de treinta y cinco años…lo dejamos estar, ¿vale? ¿Domina el inglés?...sólo si es bajito y se deja, me temo. Del asunto de la informática creo que ya hablamos otro día, cuando me contó que aún usa la calculadora con el rollito de papel. En resumen, que lo mismo da que eche la solicitud aquí o en Lourdes…allí, de vez en cuando, dicen que se producen milagros.

La cara de fastidio del entrevistador salta a la vista, cansado de discutir siempre lo mismo con carcamales que se han quedado anclados en el Cretácico. "¿Los dinosaurios no se habían extinguido por aquella época? Entonces, ¿por qué siguen viniendo a darme la lata?"

- Usted no entiende mi situación ni los derechos que me asisten como ciudadano responsable que paga religiosamente sus impuestos, vota siempre que le dejan y puede caminar por la calle con la frente muy alta, con un certificado de penales inmaculado. Ni una multa de tráfico impagada, perdone que le diga. No quiero ni caridad ni vivir de la sopa boba. Lo que demando…exijo, es un puesto de trabajo con un salario digno, sentirme útil, poder llegar a casa y no sentir vergüenza cuando mi María me pregunta qué tal ha ido el día.

En pleno paroxismo reivindicativo, Feliciano aporrea la mesa del funcionario, remachando cada uno de los argumentos de la exposición con un puñetazo. Vuelan los papeles, ruedan los bolígrafos y en la oficina de empleo se hace un silencio casi religioso.

- Oiga, cálmese. No me obligue a llamar a seguridad y vayamos a tener un disgusto. ¿Está usted bien?- responde el entrevistador, al que no está gustando ni un pelo el cariz que están tomando los acontecimientos.

Cada vez que aparece un chiflado de estos y suelta su arenga, los ánimos del resto de parados se calientan, comienzan a protestar, a exigir sus derechos y a cantar la Internacional. Como el asunto se le vaya de las manos…y haya que redecorar otra vez la oficina, el próximo demandante de empleo puede ser él.

- No, no estoy nada bien. Según el médico del ambulatorio, padezco de estrés severo y depresión. Me ha recetado unas pastillas que me dejan hecho un trapo, así que sólo las tomo cuando María me obliga- confiesa Feliciano, un tanto avergonzado de su reacción anterior. Él, que siempre fue de derechas, ¿tomado por un revolucionario? ¡Lo que le faltaba por ver!

- ¡Haber empezado por ahí, hombre!- al funcionario se le ilumina la cara de alivio, y si se da prisa en convencerle, hasta puede que hoy coma…porque lo que es el polvo a Julia, ése cae sí o sí.

- Usted me trae el certificado médico y yo le arreglo el papeleo en un santiamén. Vamos a ver…- ojea la tabla de ayudas sociales para disminuidos psíquicos- ¿Ve? Aquí está. En caso de grave deterioro psíquico del demandante, le serán mantenidas todas las ayudas que venía disfrutando hasta la fecha, se le pagará el tratamiento prescrito por el facultativo, incluyendo cuantos gastos de desplazamiento, dietas y alojamiento en establecimiento hotelero de categoría no inferior a cuatro estrellas, para el demandante y un acompañante, sean necesarios hasta su completa recuperación- lee de corrido.

- ¿Menuda bicoca, eh? Porque, y esto que quede entre nosotros…no nos conviene que se corra la voz –cuchichea, guiñándole un ojo a Feliciano-, estos tratamientos son largos y, con un poco de ayuda por mi parte, quédese tranquilo, durará hasta que se jubile. Así que, firme aquí, y ya le puede dar la noticia a su mujer de que las vacaciones, a partir de ahora, corren por cuenta de los Presupuestos Generales del Estado- remacha triunfal el entrevistador, sin levantar la voz, no vayan a pensar el resto que aquí se reparten vacaciones gratis.

- ¿Me ha escuchado antes, cuando le he dicho que lo que yo quiero es trabajar? Cuénteme lo que quiera, véndame las motos que le dé la gana o regáleme un viaje Honolulu y la muñeca chochona, pero yo no salgo hoy de aquí sin un trabajo- responde, cabezón, Feliciano, para desesperación de su interlocutor.

Infructuosamente, el funcionario trata de explicarle cuál es la situación; que las recientes medidas de ajuste presupuestario no son cosa de broma -¡Joder, como que a él, de un plumazo, le han bajado un ocho por ciento el sueldo!-, que bastante hace él con hacer la vista gorda y solucionarle la papeleta –nada, ni hablar de comer hoy…y como se descuide, también se queda sin mojar el churro-; y que para milagros, lo dicho, a Lourdes. Pero Feliciano no da el brazo a torcer, los de la cola ya están cantando a grito pelado lo de "En pie, famélica legión"…y algún cabrón ya está jugando con el mechero, mirando de reojo a los archivadores.

- Bueno…pensándolo mejor, ya que su caso es de fuerza mayor, espere aquí cinco minutos, justo lo que tardo en llamar al jefe de negociado. No le prometo nada, pero cosas más raras se han visto.

Los cinco minutos se le van en convencer a Julia de que el retraso de hoy es por una emergencia. Al jefe, no…ése puede esperar hasta mañana.

- Solucionado. A partir del lunes, ya puede empezar a trabajar.

- ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Haciendo qué?- Feliciano cree estar soñando.

- Aquí mismo, hombre. El otro día, un amiguete de Correos me comentó que ahora venden seguros en todas las oficinas. ¡Y nosotros no vamos ser menos, qué coño! Imagine que un demandante de empleo resbala y se rompe la crisma mientras espera en la cola. ¡Menudo puro nos puede caer si tiene malas pulgas y nos denuncia! Eso se soluciona creando un seguro de accidentes que cubra estas contingencias…y ahí es donde entra usted en juego. Ya le veo convenciendo a nuestros clientes de que, de la que firman el impreso que nos exime de reclamaciones, aprovechen la oportunidad para renovar el seguro multi-riesgo del hogar- asegura, con absoluta convicción, el funcionario.

- Sí, suena bien. Pero no sé…ahora que me he acostumbrado a pasear por las mañanas, a hacer la compra, a cuidar de los nietos y esas cosas, necesitaré un periodo de adaptación. Además, yo siempre trabajé a comisión…

- Pues nada, tómeselo con calma. Tenga en cuenta que aquí el horario es muy flexible. Con venir un par de horitas al día, y entre permisos, moscosos, fallecimientos e indisposiciones de familiares –hasta de tercer grado-, fiestas y puentes, la cosa se queda en diez días al mes, asunto arreglado. Y tenga en cuenta que la pensión ya no se la toca nadie, súmele las vacaciones pagadas, las "horitas extras"…sin pasarse, ¿eh, pillín?, que ya le veo venir; y el porcentaje de la comisión, que no vamos a discutir ahora, y verá que el chollo es de los que se presentan una vez en la vida.

Seis meses después, Feliciano es otro hombre. El negociado de seguros ha sido un éxito, obligando a contratar más personal para gestionar el papeleo que generan cinco millones y pico de expedientes…circunstancia que Feliciano ha aprovechado para enchufar en la Administración a la mitad de sus parientes, una docena de amiguetes y algún conocido. Porque, claro, el protocolo se ha ido complicando de forma inexplicable, y lo que al principio se solucionaba con una firmita de nada, ahora requiere de dos fotocopias tamaño carné, fe de vida, media docena de impresos y un par de visitas a la oficina de empleo.

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