GRACIAS, VECINA.
Mi primer relato en esta página quiero que sea un pequeño homenaje a mi vecina, una mujer madura que de lunes a viernes, todas las mañanas a las 8.00, exhibe su cuerpo para mí.
Jamás he hablado con ella, me la cruzo con cierta frecuencia por nuestra calle, unas veces sola, otras acompañada por su marido. Cuando va sola, siempre me dedica un gesto cómplice, una sonrisa o un guiño de ojo, pero nunca nos hemos parado a hablar. Y quizás sea mejor así: no quiero que se rompa la magia diaria, ella en su papel de exhibicionista, yo en el mío de voyeur.
Ni siquiera sé su nombre. Calculo que tendrá unos 55 años, es rubia teñida, corpulenta y maciza, sin complejos, a la que no le importa aprisionar sus carnes, sus grandes pechos, su rotundo culo, en ropa ceñidísima (camisetas, mallas, jeans), que parece que va a estallar en cualquier momento por la presión. Algunos días la veo también con minifaldas tan cortas que pocas veinteañeras se atrevería a usar, de lo poco que deja a la imaginación.
Vivo en un quinto piso y ella en ese mismo número de piso, pero en el bloque de enfrente. Las ventanas de la cocina-lavadero y de los cuartos de baño de ambos bloques están separados únicamente por un estrecho patio interior, por lo que las ventanas de enfrente se encuentran a menos de siete metros de distancia.
Cada mañana a las 8.00, siempre puntual, escucho los rieles y cordeles donde tiende la ropa. Yo, recién levantado, me asomo por la ventana del lavadero y la veo: enfrente está ella, vestida con una bata blanca, escotada, recogiendo la ropa tendida el día anterior. Cada vez que inclina su cuerpo para coger las prendas, la bata se le abre por arriba, permitiéndome ver los pechos de la mujer: puedo contemplarlos casi enteros, desnudos, incluso alcanzo a apreciar los rosados pezones. Ella, sabedora de que he comenzado a disfrutar con su espectáculo, me mira y sonríe satisfecha. No sé si su marido se ha marchado ya a trabajar o sigue durmiendo plácidamente en la cama, ajeno a todo. La verdad es que no me importa.
Yo solo llevo puesto un bóxer negro y mi verga ya ha empezado a empalmarse bajo la prenda. Mientras la mujer termina de recoger la ropa, continúo gozando con sus tetas y comienzo a imaginar de qué color llevará hoy las braguitas. Comienzo a manchar mi bóxer de líquido preseminal a causa de la creciente excitación justo en el momento en que ella abandona el lavadero. Raudo me dirijo al cuarto de baño y levanto la persiana casi hasta arriba. Sé que mi vecina no tardará en aparecer en el suyo, como cada mañana. Miro al frente y veo que se enciende la luz tras el cristal de su ventana. Segundos después descorre el cristal de la ventana, en forma de mampara, permitiéndome tener una visión completa del interior del baño. Ella luce aún su bata puesta, pero por poco tiempo. Tras cerrar la puerta del cuarto, se desata la bata y la deja caer al suelo. El cuerpo de la mujer se me muestra casi desnudo, solo cubierto por unas braguitas diminutas de color morado. La mujer se gira para mostrarme su culo: la escasa tela de las bragas no puede cubrir al completo los glúteos, que están en buena parte al descubierto. La braga la tiene prácticamente enterrada en la raja del culo, casi como si fuese un tanga.
No aguanto más y comienzo a acariciarme mi paquete bajo el bóxer. Mis dedos no tardan en mancharse de flujo preseminal, a la par que mi vecina se lleva las manos a la cintura y se baja las bragas. Estas quedan tiradas en el suelo cerca de la bata. Por fin contemplo el cuerpo totalmente desnudo de la mujer: esos senos turgentes y grandes y su sexo poblado de vello púbico. Supongo que los labios vaginales deben estar ya húmedos por la excitación de la mujer al sentirse observada y deseada por mí.
Tras sentarse a hacer un pipí, se levanta y se mete en la ducha, que está justo pegada a la ventana. Me acabo de quitar el bóxer y dejo al descubierto mi polla tiesa y marcada por las venas. El glande rosado se encuentra húmedo y fuera del prepucio, dispuesto a escupir leche a chorros cuando llegue el momento cumbre. Acerco mi mano derecha a mi pene, lo agarro con ella y empiezo a masturbarme. Mi mano se desliza suavemente sobre la piel de mi polla, mientras observo a mi vecina abrir el grifo de la ducha. El agua comienza a empapar su cuerpo de arriba a abajo y la mujer cubre con gel toda su piel, empezando por los hombros, continuando por la espalda, los glúteos, las tetas, el vientre, los muslos…..
Vuelve a acariciarse los senos, a jugar ahora con ellos, friccionando los empitonados pezones. Lentamente desciende con su mano hasta la entrepierna y la frota con la palma de la mano. He aumentado el ritmo de mi masturbación y lo incremento todavía más cuando observo que mi vecina se introduce dos dedos en su coño. ¡Con qué maestría los mueve dentro, autocomplaciéndose! Ella me mira otra vez y yo noto mis testículos hinchados, duros, como auténticas pelotas de golf. Entonces retrocedo unos pasos para asegurarme de que la mujer tenga ángulo de visión perfecto y pueda ver el grado de excitación que tengo por ella, la forma en que me estoy masturbando y mi inminente eyaculación. La mujer sonríe al percatarse de lo que he hecho y agita con vehemencia los dedos dentro de su vagina. Está así, incansable, durante unos minutos hasta que se detiene bruscamente, se separa los labios vaginales y me muestra su coño abierto de par en par, rojo de la irritación. Yo le doy un par de sacudidas intensas y enérgicas a mi pene y no puedo contenerme más: varios chorros de esperma caliente y viscoso salen disparados, impactando finalmente contra la pared y el suelo de mi cuarto de baño. Un día más lo ha vuelto a conseguir: ha logrado que derrame mi leche por ella.
Sale de la ducha, se envuelve en una toalla rosa y antes de abandonar el cuarto se gira y me mira. De mis labios sale un tenue e inaudible: “Gracias, vecina. Hasta mañana”.