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Tocándome al amanecer.

en Autosatisfacción

                                                                              TOCÁNDOME AL AMANECER.

 

Es temprano. Comienza lentamente a amanecer. La noche ha sido calurosa, demasiado para la altura del año en la que estamos, mediados de junio. “Ola de calor africano” dicen los expertos. Suelo dormir con un pijama corto, pero esta noche he hecho una excepción: el calor era asfixiante. Así que solo me he dejado puesto un bóxer negro con unas rayas blancas de adorno en la cintura, el la parte que entra en contacto con los muslos y en la zona central, bordeando el espacio donde queda ceñido todo mi sexo. Al despertar me he dado cuenta de que mi pene estaba erecto, apretado entre mi cuerpo y el colchón, aprisionado bajo el bóxer. Últimamente amanezco empalmado a diario. Antes me pasaba de vez en cuando, pero ahora se ha convertido en costumbre cotidiana. Hoy, como otras muchas mañanas, he decidido tocarme, jugar con mi miembro, gozar hasta correrme. Sentía esa necesidad al notar mi miembro palpitar, duro e hinchado. Llevé mi mano derecha a mi torso desnudo y con suavidad comencé a acariciar mis pequeños pezones. Con la yema de mis dedos los rocé hasta que se pusieron un poco más grandes y tiesos. Pasé luego varias veces la palma de mi mano sobre ellos con fuerza hasta que fui descendiendo, llegando a la altura de mi vientre. Bajé un poco más la mano derecha por mi abdomen y palpé el inicio del bóxer, su tejido suave y fino. Mi mano se dirigió entonces al centro de la prenda y empecé a masajear lentamente mi polla sobre el bóxer.

Tumbado en mi cama notaba cómo con cada roce de mi mano el pene palpitaba y se endurecía más de lo que ya estaba. Deslicé mi mano un poco hacia abajo, hasta llegar a los testículos. Con delicadeza los encerré en mi mano y los masaje, sintiéndolos hinchados. Abría mi mano, la volvía a cerrar apretaba un poco, aflojaba, volvía a apretar, así hasta unas diez veces en total. Mis bolas parecían querer escapar de la prisión que suponía para ellas el bóxer. Comencé a notar la punta de mi pene húmeda y no tardé en percibir sobre la prenda dicha humedad.

Me llevé la mano a la nariz y aspiré con fuerza el intenso olor a líquido preseminal. Con parsimonia comencé a bajar el bóxer negro: mi verga salió como un resorte. Después fueron mis testículos los que quedaron al descubierto, poblados por una ligera capa de vello. Me saqué el bóxer por los pies y lo arrojé al suelo. Acerqué mi mano a mi pene, lo agarré y suavemente deslicé varias veces mi mano sobre la piel de mi tieso miembro. El glande estaba ya al descubierto, rosado y mojado, con su agujerito central dispuesto a soltar en unos minutos una descarga de blanco semen caliente. Empecé a combinar series de movimientos lentos con otras más rápidas y enérgicas. Las venas de mi polla se marcaban sobremanera. Entonces cogí de la mesita de noche los dos geles estimulantes que tengo, uno de efecto calor y el otro de efecto frío. Apliqué primero el de frío sobre toda la longitud de la polla: los 17 centímetros quedaron embadurnados y no tardé en percibir esa sensación dy hielo sobre mi pene. Con cada movimiento de mi mano, con cada roce, el efecto parecía intensificarse. A continuación extendí el otro gel y el contraste fue muy placentero. El cambio de frío a calor hizo que mi polla ardiese como si estuviera envuelta en fuego.

Aceleré un poco más con la mano derecha sobre mi verga, mientras que con la izquierda volví a masajear mis testículos. Trataba de acompasar el bamboleo de mis huevos con la agitación a la que estaba sometiendo a mi polla. Con los ojos cerrados estuve disfrutando varios minutos, hasta que noté que se acercaba el momento de la eyaculación. Agité con fuerza mi polla con toda la rapidez de la que fui capaz, noté varias contracciones en el abdomen y una explosión de placer en mis testículos. Varios chorros de leche salieron disparados de forma incontrolada, manchando la cama, el suelo y mi vientre. Seguí moviendo mi mano hasta que las últimas gotas de esperma manaron de mi glande.

Con la respiración aún agitada y sudoroso permanecí recostado unos instantes más, mientras el olor al semen derramado penetraba hasta lo más profundo de mi nariz.

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