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La dependienta (reedición).

en Sexo con maduros

LA DEPENDIENTA.

 

 

AVISO: Es la reedición del relato que publiqué bajo mi anterior nick de autor, “David”.

Hace un mes estuve curioseando en internet en algunas páginas de contenido erótico. En una de ellas una chica había escrito un comentario en el que expresaba su deseo de encontrar a una persona capaz de redactar en un relato una experiencia sexual que había tenido unos días atrás, pues ella era incapaz de encontrar tiempo para hacerlo de forma adecuada y además no tenía mucha soltura a la hora de expresarse por escrito. Dejaba una dirección de correo electrónico para los interesados.

No lo dudé y rápidamente le envié un correo. Al día siguiente la joven me respondió, contándome los hechos básicos de lo que le había sucedido, de forma algo atropellada y con algunos fallos de expresión y ortografía. Me dispuse a formar un relato a partir de lo que la chica me escribió y a ella le pareció muy bien que, una vez redactado, yo lo publicase en esta página para que los lectores pudieran disfrutar con su experiencia. Según ella, el hecho de que otros leyesen lo que había vivido le producía mucho morbo.

Por fin hoy, con algo de retraso respecto a lo prometido a la joven, voy a publicar el relato.

 

LA DEPENDIENTA.

Mi nombre es Nadia y antes de contar mi experiencia me describiré un poco: vivo en Valencia, tengo 26 años, soy de pelo castaño rizado, ojos vedes, mido 1,72m y considero, humildemente, que tengo una figura bonita. Trabajo en una céntrica zapatería. Es un comercio pequeño en el que trabajamos dos chicas: mi compañera, que cubre los turnos de tarde, y yo, que cubro los de la mañana. Los sábados nos alternamos: uno trabaja ella, otro, yo.

Un viernes del mes de noviembre tuve que encargarme de cuidar por la noche a un familiar convaleciente de una reciente operación. Pasé toda la noche en casa de ese familiar y, como al día siguiente me tocaba trabajar, me había llevado en una pequeña mochila ropa limpia para el sábado y un necesser básico para poderme asear.

El sábado por la mañana, cuando llegó la hora de vestirme para acudir al trabajo, fui sacando de la mochila las prendas que me iba a poner: una blusa blanca, una minifalda negra unas medias tipo pantys de color carne, un sujetador blanco semitransparente y…….

- ¿Y las braguitas?- pensé.

Las braguitas no aparecían por ningún lado. Revisé entre las otras prendas por si habían quedado entre ellas, pero nada, ni rastro.

Comprendí entonces que, por descuido, no las habría metido en la mochila. Me encontré con una doble opción: o ponerme las mismas bragas rojas del día anterior y con las que había dormido esa noche o ponerme los pantys sin bragas debajo. Me considero una chica limpia y aseada y eso de utilizar dos días unas mismas braguitas no terminaba de convencerme. Aun así inspeccioné la prenda por si estaba medianamente “decente”: Al examinarla, su uso quedó completamente descartado: en el forrito interior había manchitas secas de restos de orín, flujos y sudor, que desprendían un olor desagradable.

Por lo tanto, opté por usar los pantys como única prenda bajo la minifalda.

Antes de comenzar a vestirme, me rasuré mi zona íntima, pues tras días sin hacerlo habían comenzado a aflorar ya incipientes vellos púbicos.

Una vez depilada esa zona, me puse primero el sujetador para cubrir mis medianas pero firmes y duras tetas. A continuación y con cuidado de no hacerme ninguna carrera, me fui subiendo lentamente los pantys: primero por la pierna izquierda, luego por la derecha y me los ajusté en mi cintura. Me puse la blusa y me abroché uno a uno los botones, excepto el primero por arriba. Acto seguido me vestía la minifalda negra, que me llegaba un poco más arriba de la mitad de los muslos y por último me calcé mis zapatos negros con unos centímetros de tacón.

Metí toda la ropa sucia en una bolsa de plástico y ésta, a su vez, dentro de la mochila. Me despedí del familiar al que había estado cuidando, y que se quedaba ahora bajo la atención de mi tío, me puse mi chaqueta negra y me dirigí a pie hacia la zapatería. Pese al que el trayecto que tenía que recorrer no era muy largo, los síntomas del frío empezaron a notarse en mi cuerpo: a esa hora, las 9.30 aproximadamente, la temperatura era baja y sobre todo mis manos y mis piernas sufrían los rigores climáticos. Mis finos y suaves pantys eran incapaces de proteger mis piernas del frío, un frío que empezaba a notar incluso en mi entrepierna.

Cuando por fin llegué a la zapatería, lo primero que hice fue ir directa al pequeño servicio que hay en la trastienda para orinar, debido al frío que había pasado.

La mañana fue transcurriendo de forma normal, con el típico aumento de clientes que entraban debido a que era sábado. Ese día, por tanto, las ventas estaban siendo buenas.

Pero todo cambió cuando apenas faltaban 15 minutos para cerrar el negocio. Sobre las 13.45, cuando no había en ese momento ningún cliente en la zapatería, entró un señor de unos 65 años, alto, bien vestido, de pelo canoso y algo torpe de movimientos. De hecho necesitaba ayudarse de un bastón para poder caminar correctamente. Me saludó y se encaminó a la zona donde estaban expuestos los zapatos para caballeros. Estuvo unos minutos ojeando varios pares, pero no terminaba de decidirse por ninguno. Opté por acercarme a él y le pregunté:

 

- ¿Puedo ayudarle en algo, caballero?

 

- Sí. Estoy buscando varios pares de zapatos que sean buenos, gordos y que protejan de la lluvia- me indicó.

 

- Mire. Aquí tiene todos estos que se adaptan perfectamente a lo que me ha pedido- le comenté.

 

Estuvo observando unos instantes varios modelos hasta que finalmente eligió dos pares.

 

-Voy a probarme estos dos pares. ¿Tiene el número 43?- me preguntó.

 

- Un segundo que lo compruebe en el almacén- le contesté.

 

Un minuto más tarde regresé con las cajas con el número 43 de cada modelo.

 

- Aquí tiene. Pruébeselos a ver cómo les quedan- le indiqué.

 

- Señorita, tengo que pedirle un favor: apenas puedo agacharme ni inclinarme debido a un problema físico. Me cuesta mucho ponerme los zapatos por mí mismo. ¿Le importaría quitarme un zapato de uno de mis pies y ponerme uno de los nuevos?- me pidió.

 

- No se preocupe, yo lo hago- le respondí amablemente.

 

El anciano se sentó en una de las sillas que hay en la zapatería y estaba a la espera de que le quitase el zapato. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que yo llevaba una minifalda, bien corta además, y que iba sin bragas. Para ayudar a aquel hombre tendría que ponerme en cuclillas delante de él para desabrocharle el zapato, quitárselo y probarle el nuevo. Me quedé unos instantes de pie, pensando cómo salir de aquel apuro.

El viejo me miraba extrañado ante mi tardanza y mi quietud.

Me acordé entonces de un consejo o advertencia que me dio el dueño del negocio cuando empecé a trabajar:

 

- Siempre hay que atender al cliente con amabilidad y hacer que queden satisfechos no sólo con el producto, sino con el trato recibido.

 

Me armé de valor, me acerqué hasta el cliente y me puse delante de él. Me fui agachando poco a poco y con mi mano izquierda puesta en la terminación de la mi minifalda para intentar taparme la entrepierna.

Sentí cómo al agacharme, la prenda se me subió un poco dejando casi todos mis muslos al descubierto.

Por primera vez vi cómo el anciano fijaba su mirada en mis piernas y después en la entrepierna, aún tapada por mi mano.

Yo era consciente de que, en el momento en que me quitase la mano de ahí, mi coño depilado estaría perfectamente visible bajo los transparentes pantys. Respiré hondo y no me quedó más remedio que apartar la mano para empezar a desabrocharle los cordones al anciano. En vano traté de juntar lo máximo posible las piernas para no mostrar mi vagina, pero no sirvió de nada: la expresión en los ojos del cliente, abierto como platos y a punto de salirse de las órbitas, dejaba bien claro lo que el viejo acababa de ver.

Y el hombre no se cortaba en absoluto, estaba aprovechando al máximo y disfrutando esa visión de mi coño abierto por mi postura y de mis rosados y gruesos labios. Me apresuré a desabrocharle los cordones del zapato y en quitárselo. Con rapidez, tratando de que aquella situación durase lo menos posible, cogí de la caja el zapato nuevo para probárselo. Se lo metí en el pie, le até los cordones y le dije con voz nerviosa:

 

- Dé usted unos pasos a ver cómo le queda.

 

Por fin pude volver a ponerme de pie, aunque fuese por unos segundos, y dejar de mostrar mi sexo.

El anciano dio unos pasos y comentó que le quedaba bien ese zapato y se sentó de nuevo en la silla a la espera de que yo volviese a repetir los mismos pasos que antes.

El cliente, excitado por la situación, empezó a sentir calor y se quitó el abrigo que llevaba puesto. Se quedó en mangas de camisa y colocó su abrigo sobre su regazo.

 

Por segunda vez me puse en cuclillas delante del anciano, pero esta vez ya no hice el intento por taparme: sabía que no tendría sentido, que no serviría de nada. De nuevo mi sexo depilado quedó expuesto a las miradas lascivas del anciano.

Mientras le quitaba el zapato para probarle el del segundo par, me percaté de que el viejo introducía con disimulo su mano derecha entre su abrigo y la entrepierna y comenzaba a hacer lentos movimientos.

 

- ¡Joder, lo que me faltaba: este tío se está masturbando!- pensé enojada.

 

No estaba dispuesta a consentir aquello, por lo que me puse en pie y le grité:

 

- ¡Sí, no llevo bragas! ¿Qué pasa? ¿Nunca le ha visto usted el coño a una mujer? ¡Deje de tocarse o, si lo quiere hacer, no sea un cobarde y hágalo sin taparse, a ver si es usted hombre para eso! Estoy segura de que a un viejo como a usted ya no se le pone dura.

Y ese fue mi principal error: entrar en el juego de aquel anciano e infravalorarle. Pues a partir de esos momentos empecé a perder los papeles y me dejé vencer por la calentura al contemplar los atributos del viejo: el cliente se quitó de encima el abrigo y dejó al descubierto la entrepierna de su pantalón, con la cremallera abierta y su largo, grueso y duro pene a la vista.

 

- ¿Qué, contenta con lo que ves? Si eres una guarra que no usa bragas para calentar a los hombres y si querías ver los efectos que esto producía en mi verga, me lo podías haber pedido de forma más amable, ¿no crees? Y ahora, ¿qué quieres que haga? ¿Me marcho sin comprarte los zapatos o me pruebas el otro modelo, sigues enseñándome tu precioso tesoro y termino mi trabajo manual?- me preguntó.

 

Yo había escuchado todas estas preguntas sin apartar los ojos del miembro tieso del viejo, cuyo glande rojo y húmedo de líquido preseminal estaba ya al descubierto.

No me podía creer que lo que hasta hacía unos minutos era una situación vergonzosa para mí se hubiese transformado en algo excitante: esa polla gorda y venosa, ese glande mojado……Todo lo había provocado mi coño expuesto, que ahora empezaba a palpitar. Lo siguiente que sentí fue cómo mi vagina se humedecía y mis pantys se empapaban por la entrepierna. Sin decir nada me dirigí hacia la puerta de la zapatería y puse el cartel de cerrado.

Me volví a situar en cuclillas ante el cliente y me dispuse a probarle el otro zapato. Pero esta vez separé las piernas a conciencia, para ofrecerle al viejo una visión todavía más clara y provocativa de mi sexo y se pudiese pajear a gusto.

 

- ¿Sabes que eres una auténtica zorrita? Tienes los pantys muy mojados por toda la parte del coño. Estás cachonda y tan o más excitada que yo- agregó.

 

El viejo tenía razón: me encontraba muy caliente y mi coño pedía a gritos que aquel pene erguido lo penetrase hasta llenarlo de leche. No sé cómo pude llegar a aquel pensamiento, pero era lo que ansiaba en ese momento.

El cliente había retomado su masturbación y de forma enérgica se agitaba una y otra vez la polla.

 

- Déjalo, no hace falta que me pruebes el otro modelo. Supongo que me estará bien, como el otro. Haz el favor de ponerme el zapato que yo traía puesto- me pidió sin dejar de sacudirse su miembro y de mirarme la vagina.

 

Le obedecí, le puse el zapato y, antes de que le atase los cordones, fui yo la que le hice una petición:

 

- ¡Cabrón, no me vayas a dejar así de caliente! ¡Por favor, fóllame, métemela hasta el fondo y córrete dentro!

 

- No sé, no sé…..Te lo vas a tener que ganar. Antes me gritaste y me menospreciaste. De momento quiero que te pongas de pie, te des la vuelta, te quites esa minifalda de puta de barrio que llevas y me muestres tu rico culo- me indicó.

 

Seguí sus órdenes al pie de la letra: me incorporé, me giré y dejé caer la faldita al suelo. El viejo tenía en ese instante todo mi culo cubierto sólo por los pantys a escasos centímetros de su cara.

 

- ¡Uffff….! ¡Qué culito tienes, hija mía!- exclamó.

 

De repente noté que algo húmedo me rozaba mi raja del culo y mis glúteos. Volví ligeramente la cabeza y comprobé que el anciano me estaba lamiendo con su lengua y que la saliva traspasaba mis pantys, mientras que él continuaba machacándose la polla.

 

- ¡Venga, ponte con el culo en pompa. Quiero ver desde detrás tu culo y tu coño abiertos!- pidió.

 

Me puse en la postura solicitada y no tardé en sentir las manos del viejo en mi entrepierna. Comenzó a tirar de los pantys por esa zona hasta que éstos no resistieron más y se desgarraron. Me había dejado definitivamente al aire mi ano y mi sexo. Con la lengua empezó a acariciarme suavemente mi orificio anal, mientras que de mi chocho cada vez manaban más flujos que se deslizaban por las ingles. Después de darme varios puntazos con la lengua, recorrió con ella mis labios vaginales probando así el sabor de mis fluidos.

 

- ¡Date la vuelta, quiero que me dejes ver esas tetas que escondes bajo la blusa!- me ordenó.

 

Me volví hacia él y empecé a desabrocharme los botones uno a uno hasta que mi blusa quedó abierta y me la quité dejándola caer al suelo. Mi sujetador blanco y semitransparente dejaba ver mis dos pezones bien duritos por la excitación. Antes de quitarme el sostén, quise tocarle la polla empalmada al viejo, pero él me la apartó.

 

- Primero me muestras las tetas y después ya veremos si me coges la verga o no- me indicó.

 

Y no esperó a que yo me quitase el sujetador: enganchó el mango curvo de su bastón en el sujetador, tiró con fuerza y me lo arrancó, rompiendo con ello el cierre y dejando la prenda inservible. Mis senos redondos, duros y coronados por unas aureolas y unos pezones rosados quedaron al descubierto para deleite del anciano.

 

El ritmo con el que se masturbaba era ya frenético y la mano se deslizaba sobre la piel del pene a una velocidad vertiginosa. Mientras se pajeaba con la mano derecha, con la izquierda me manoseaba las tetas, pellizcándome los pezones y dándoles pequeños tironcitos que no hacían más que excitarme hasta un extremo insospechado. Segundos más tarde me dijo:

- ¡Agáchate! Ya puedes tocar o chupar mi polla, si te apetece.

 

Pero cuando me agaché y estaba acercando mi cara a la verga del viejo para hacerle una buena mamada, el anciano comenzó a gemir y gritó:

 

- ¡Ahhhh, ahhhhhh,…..me corro, me corrooooooo.…!

 

No me dio tiempo a nada: varios chorros de semen impactaron de forma directa contra mi rostro. La leche resbalaba por mi cara y goteaba sobre mis tetas y mis pantys, manchándolos de espeso líquido lechoso. Una vez que el viejo terminó de eyacular, abrí la boca para sacar mi lengua y rozarle el glande, pero el viejo no lo permitió. Me puso el bastón por delante para que no lo hiciera, después se levantó de la silla apoyándose en el propio bastón y se puso de pie, con la verga ya algo deshinchada, pero todavía al aire. Se la metió dentro de la bragueta y se subió la cremallera del pantalón. Entonces me dijo:

 

- Lo siento, reina. Búscate a otro que te folle ese coñito que tienes. No te resultará difícil, viendo lo puta que eres. Dudaste de la capacidad de mi polla, así que ahora te vas a quedar con las ganas de probarla.

 

Sacó su cartera del pantalón y me pidió que le cobrase los dos pares de zapatos. Yo, llena de semen y únicamente con los pantys sucios puestos, me levanté, me dirigí a la caja le cobré el calzado y le entregué la bolsa con los zapatos. Él me pagó, le di la vuelta y el anciano me dijo a modo de despedida:

 

- Toma. Aquí tienes 20 euros más como propina. Me has atendido muy bien como dependienta y como zorra. Emplea el dinero en comprarte un sujetador nuevo, unos pantys limpios y, sobre todo, unas braguitas: las chicas guapas, jóvenes y decentes no deben salir sin bragas a la calle o ya ves lo que les puede ocurrir.

 

Salió de la tienda y me dejó desnuda, sucia y con ganas de sexo. Antes de vestirme y mancharme a casa, tuve que entrar en el servicio para masturbarme y quitarme el calentón con el que ese maldito viejo me había dejado.

 

 

Más relatos míos en esta página y en mi blog: http://ratosdesexo.blogspot.com.es/

 

 

 

 

 

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