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Mi tía me deslechó (2).

en Amor filial

                                   MI TÍA ME DESLECHÓ (2).

 

Unos días más tarde del tremendo calentón en el jardín de la casa, mi tía me confesó que desde hacía unos meses no podía dejar de pensar en sexo y que se había decidido a hacer una lista con una serie de fantasías que quería cumplir. Me la enseñó y tras leer todo lo que había escrito en ella, le pregunté:

 

- ¿Y qué pinto yo en todo esto?

 

- Mucho. En algunas quiero que seas tú el protagonista absoluto y en otras deseo que me ayudes a hacerlas realidad. - me contestó.

 

Le prometí que por mí no faltaría. No disponía de mucho tiempo libre, pues se acercaba el final de curso y los exámenes correspondientes, pero le di mi palabra de que los fines de semana intentaría sacar algo de tiempo para poder serle útil en sus fantasías.

 

Desde que follamos por primera vez, Berta no sólo seguía tomando el sol en topless en el jardín, sino que no le importaba estar por la casa tapada únicamente por una braguita, sobre todo cuando se levantaba por las mañanas y mientras desayunábamos juntos. Aunque lo intenté, la verdad es que nunca me acostumbré a verla así durante mi estancia en su casa y siempre me excitaba observarla semidesnuda y a escasos centímetros de mí. Yo no tardé en imitarla y empecé a dejarme ver por la casa llevando puesto sólo un boxer o slip al levantarme y antes de marcharme a mis clases. A Berta le encantaba observar la excitación que provocaba en mí y parecía disfrutar con ello.

 

Llegó el siguiente fin de semana y, por lo tanto, el momento de ayudar a mi tía a cumplir una de sus fantasías. “Quiero ser penetrada por varios hombres negros” fue la primera que leí en la lista que me entregó.

Me acordé de que todos los domingos, en las afueras de la ciudad, había siempre un mercadillo de 10.00 - 14.00 con puestos de ropa y todo tipo de complementos. Esos puestos estaban regentados por vendedores africanos que se ganaban la vida de esa forma. Pensé en acudir a ese mercadillo con mi tía, para que ella pudiera aprovechar la más mínima ocasión que se le presentase para poder llevar a cabo su fantasía.

El sábado le propuse a mi tía la idea y le pareció perfecta: al día siguiente, domingo, acudiríamos a aquel lugar en busca de sexo africano. Pensamos que la mejor hora sería un poco antes de que finalizara el mercadillo, pues habría menos clientes y sería más fácil encontrar una ocasión propicia.

 

Aquel domingo Berta se puso una camiseta sin mangas negra y unos jeans ajustados, que marcaban toda su espléndida anatomía inferior. En su coche nos dirigimos hacia el lugar del mercadillo, pero al llegar, no había rastro de él. Preguntamos en un bar cercano y nos dijeron que el mercadillo se había trasladado de sitio: el Ayuntamiento les había cedido a los vendedores una nave para que pudieran montar allí el mercadillo todos los domingos y no tener que exponerse a las adversidades climatológicas del frío del invierno y del calor veraniego. La nave no estaba muy lejos de donde nos encontrábamos, por lo que unos minutos más tarde llegamos por fin a la nueva ubicación del mercadillo.

 

Se nos había hecho más tarde de lo previsto, ya que eran las 13.50 horas y quedaban apenas 10 minutos para el cierre. No se veían clientes en el exterior de la nave, ni se adivinaba la presencia de más vehículos salvo el de mi tía y varias furgonetas que supuse debían de ser de los africanos.

Berta se bajó del coche y me ordenó que me quedase dentro y que la esperase.

 

 

Media hora más tarde, mi tía salió por fin de la nave: estaba despeinada, sudorosa y terminando de recolocarse la camiseta.

Llegó hasta el vehículo y se sentó en el asiento del piloto.

 

-¿Ya?- le pregunté.

 

- Ha sido algo increíble- me contestó.

 

Entonces comenzó a relatarme lo sucedido en el interior de la nave:

 

“Cuando entré, vi que había cuatro hombres de color empezando a recoger los puestos. No había ningún cliente dentro y uno de los africanos, al verme, me dijo que estaban recogiendo y que no me podrían atender ya. Le pedí por favor que sólo sería un momento, que estaba buscando unos jeans que estuvieran a buen precio. El vendedor, tras dudar, me dijo:

 

- Está bien, pero rápido, por favor.

 

Me acerqué a uno de los puestos y cogí el primer pantalón que vi, aunque intencionadamente de una talla menor a la mía. Le pregunté si había algún probador y el africano me dijo que lo sentía, pero que no disponían de ninguno. Si la prenda no me estaba bien, la podía devolver el domingo siguiente, si conservaba la etiqueta.

 

Con esa respuesta me sirvió en bandeja la ocasión para empezar a cumplir mi fantasía.

 

- El problema es que necesito con urgencia un nuevo pantalón, pues al que llevo puesto se le ha roto la cremallera y no puedo andar así por la calle- le comenté señalándome a la bragueta del pantalón por donde asomaba ligeramente mi braguita blanca.

 

Lógicamente era mentira que se me hubiera roto: me la había bajado yo al entrar en la nave.

 

- ¿Te importa si me lo pruebo detrás de aquellas cajas?- le pregunté al vendedor.

 

- Como quieras, siempre que no tardes mucho- me respondió, sin mostrar aún mucho interés por mí.

 

Tuve que darle otra vuelta de tuerca a la situación para que saltase la chispa definitiva: me puse detrás de las cajas y me quité mi pantalón. Pese a que ninguno de los cuatro hombres podía ver mi cuerpo al estar tapado por las cajas, me empecé a excitar sabiendo que estaba allí dentro con cuatro hombres negros, sola y en bragas.

Consciente de que el pantalón que había cogido para probarme no me estaba bien, dije en voz alta hacia el vendedor que me había atendido:

 

- Perdona. ¿Podrías traerme una talla más de este modelo?

 

Puse el pantalón sobre las cajas superiores y unos segundos después el hombre retiró el vaquero. Supe que había llegado el momento de actuar: cuando regresó y me puso sobre la las cajas el pantalón de mi talla, golpeé la fila de cajas vacías, que cayeron al suelo hacia delante. Sólo unas pocas quedaron en pie, insuficientes para tapar mi cuerpo semidesnudo. Quedé expuesta en bragas a la vista de aquel hombre y de los otros tres vendedores.

 

- Perdón. Te ayudo a colocarlas de nuevo- le comenté al africano que me había traído el pantalón.

 

El vendedor me dijo que no me preocupase, que ya se encargaba él de hacerlo. Pero hablaba sin apartar su mirada de mis bragas blancas completamente transparentes. Esa transparencia le permitió ver mi sexo totalmente depilado.

Opté por hacerme la estrecha y cogí el pantalón y me tapé con él mi entrepierna, fingiendo haberme disgustado por el hecho de que me la mirase de forma tan descarada.

 

El vendedor, sin embargo, no tardó en reaccionar:

 

- No te hagas ahora la tonta y la despistada. Me parece que has hecho todo esto de forma intencionada.

 

Aquel hombre joven, de unos 25 años, alto, delgado y con rastas en el pelo me había descubierto. Me quitó de las manos el pantalón y me dijo:

 

- Deja que te siga viendo lo que tienes entre las piernas.

 

Entonces llamó a sus tres compañeros, que no tardaron en acudir. Eran de estatura idéntica a la del otro hombre, aunque más corpulentos que él. Además parecían algo mayores que el que me había atendido.

Les comentó algo en su idioma que no pude entender, mientras yo, excitada por las miradas deseosas de aquellos cuatro hombres y por su proximidad, comencé a mojar mis braguitas con mis flujos.

 

- ¿Acaso venías buscando esto?- me dijo uno de los africanos, bajándose el pantalón.

Hizo lo mismo con su slip y me mostró una enorme verga empalmada, de unos 20 cm. Empecé a imaginarme el placer que aquel falo debía producir en el interior de cualquiera de mis orificios.

 

Otro de los vendedores se dirigió hacia la puerta de la nave y echó el seguro para que nadie pudiera entrar. Cuando regresó hacia donde estábamos, sus compañeros estaban ya completamente desnudos con sus tiesas pollas negras al aire apuntando hacia mí.

El africano que quedaba vestido se despojó de toda su ropa hasta regalarme la visión de una cuarta verga negra de proporciones considerables.

 

Mi braguita estaba ya chorreando, cosa que no pasó desapercibida para los hombres que, hablando en su idioma entre ellos, señalaban a mi prenda y se sonreían. Entonces uno de ellos me quitó la camiseta y la dejó caer al suelo. Como no llevaba sujetador, mis pechos quedaron directamente expuestos a las atentas miradas de los hombres. Mis pezones estaban durísimos y tieso por el grado de excitación que tenía y el vendedor que me había despojado de la camiseta comenzó a chupármelos con ahínco.

 

Otro de los africanos agarró el elástico de mis braguitas y empezó a bajármelas lentamente hasta sacármelas por los pies. Olió los fluidos que empapaban la prenda y posteriormente se la ofreció a sus otros compañeros que hicieron lo mismo que él.

 

Me quedé totalmente desnuda en manos de los cuatro africanos. Le agarré con la mano derecha la polla al que me estaba chupeteando y manoseando mis senos y con la mano izquierda tomé la verga de otro de los vendedores. El africano que me atendió al entrar yo en la nave se puso delante de mí y me fue metiendo todo su pene por el coño, hasta dejarlo entero dentro. El último de los hombres se situó detrás de mí, me separó los glúteos y hundió su tremenda polla en mi ano.

 

Casi a la vez las dos vergas que tenía dentro de mi cuerpo comenzaron a deslizarse con suavidad por mis orificios, mientras yo sacudía a ritmo lento las dos pollas que tenía agarradas con las manos.

Progresivamente los dos africanos que me penetraban aumentaron la velocidad e intensidad de sus movimientos y mis primeros gemidos no tardaron en oírse. Según iba creciendo el ritmo del bombeo, yo también aumentaba la velocidad y la fuerza de la masturbación a los otros dos hombres. , recorriendo con mis manos una y otra vez la piel que recubría sus pollas, hasta dejarles el glande enrojecido al descubierto.

 

Las dos vergas que me taladraban el coño y el ano se movían a un ritmo frenético y me provocaron al fin un placentero orgasmo que se tradujo en un auténtico manantial de flujo vaginal saliendo por mi coño.

El hombre que me penetraba por el culo no tardó mucho más en correrse: sentí varios chorros de esperma caliente inundando mi ano entre los gritos de placer del africano.

Segundos más tarde de la polla que tenía agarrada con mi mano izquierda salió disparada una gran cantidad de semen que impactó contra mi costado y contra mi teta izquierda.

Algo más de tiempo tardó en llegar al clímax el africano al que masturbaba con mi mano derecha: fueron necesarios varios movimientos secos y bruscos más, para que por fin derramara sobre mi cuerpo su viscoso líquido blanco.

El que más aguantó fue el vendedor que me follaba por el coño: no dejaba de meter y sacar su miembro por mi sexo. Mientras sus compañeros ya se estaban vistiendo, él continuaba con su incesante mete y saca y así logró provocarme un segundo orgasmo. Todavía logró el africano resistir unos instantes más hasta que, tras lanzar varios gritos, me regó el coño con su leche caliente.

 

Después de dejarme dentro hasta la última gota, me dijo:

 

-¡Vístete rápido que tenemos que dejar esto vacío antes de las tres.! Toma un tanga limpio para que te lo pongas. Tus braguitas mojadas me las quedo yo.

 

Me entregó un tanguita de color azul eléctrico de los que tenía para vender, le quité la etiqueta y me lo puse, sin poder evitar mojarlo inmediatamente con los flujos que aún chorreaban de mi coño. Me vestí con la camiseta y con mi pantalón vaquero original, abrí el seguro de la puerta y, sin más palabras, dejé a aquellos cuatro hombres terminando de recoger su mercancía.”

 

 

 

Cuando mi tía terminó de contarme lo que había vivido, mi grado de excitación y calentura había alcanzado tal límite que, sin decir absolutamente nada, me bajé del coche, me dirigí hacia unos matorrales cercanos, me bajé las bermudas y el slip que llevaba y comencé a masturbarme para aliviar la hinchazón que tenía mi verga.

Llevaba sólo unos segundos pajeándome, cuando apareció mi tía Berta. Se bajó el pantalón y su tanga, se puso en cuclillas y empezó a soltar una interminable meada. Mientras las últimas gotas salían aún de su coño, se incorporó y con los pantalones y el tanga por los tobillos, me pidió:

 

- ¡Déjame que sea yo quien te alivie!

Se arrodilló delante de mí, abrió su boca y engulló todo mi pene para empezar a hacerme una felación.

El apetito sexual de mi tía parecía no tener límites: acababa de tener sexo con cuatro hombres y todavía seguía con ganas de más.

Con la punta de la lengua me rozaba el glande y con sus labios recorría una y otra vez toda la longitud de mi pene. Con sus manos me masajeaba los testículos peludos y ya endurecidos.

Mi tía me miraba a la cara a la vez que aceleraba sus movimientos. Seguro que se daba cuenta de lo bien que mamaba mi polla a tenor de los gestos de placer que se reflejaban en mi rostro.

Le dio una velocidad más al ritmo y yo ya no pude aguantar más:

 

- ¡Tita, me corroooo….!- grité.

 

A borbotones sentí salir mi leche y cómo llenaba la boca de mi tía Berta. Ella tragaba todo el esperma hasta que no quedó ni una gota, relamiéndose incluso con la lengua.

 

Salimos de los matorrales, nos subimos al coche y emprendimos el camino de regreso a casa. Durante el trayecto ninguno de los dos pronunciamos palabra alguna. Y la verdad es que no hacía falta decir nada.

 

Era el segundo día que tenía sexo con mi propia tía y todavía vendrían muchos más. Sólo nos encontrábamos en el inicio.

 

 

 

 

Gracias por la lectura.

 

Más historias mías en esta página y en mi blog: http://ratosdesexo.blogspot.com.es/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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