HIRIENTE DESENGAÑO.
Aprovechaste que había bajado la guardia,
la guardia que protege mi corazón.
Entraste en él sigilosa, furtiva, sin compasión,
Y yo, inocente, no te opuse resistencia.
Me engatusaste con tus palabras y tu dulzura;
yo, hipnotizado, te abrí de par en par mi corazón;
te ofrecí mis sentimientos, me cegaste la razón.
Me diste a probar tu miel, miel en forma de ternura.
Me estrechaste entre tus brazos,
yo te rodeé con los míos.
Sentí tu corazón vibrar,
latiendo, acelerado, junto al mío.
Recorrí tu cuerpo desnudo y tembloroso,
olí tu piel perfumada de azahar,
me obsequiaste con aquel beso
que ya nunca podré olvidar.
Y acaricié tus firmes senos,
gemiste al jugar con sus oscuras puntas.
Me miraste con esos ojos,
ojos vacíos de dudas.
Me perdí entre tus suaves muslos,
¡sí, comiéndomelos a besos!
Sentí cómo te estremecías entera
al llegar a tu monte de Venus.
Cuando creí que por fin eras mía,
noté un cruel e intenso frío.
No comprendía bien de donde procedía,
sólo sabía que no era mío.
Todo tu cariño se tornó en indiferencia,
tu pasión por mí en hielo macizo;
echaba de menos nuestro inicio,
no podía soportar tu dolorosa ausencia.
Me di cuenta de tu engaño sutil,
descubrí tus burdas mentiras;
ya no deseaba estar junto a ti,
ya no quería compartir mis días.
Pensé que eras especial y diferente,
pero estaba totalmente equivocado;
sólo pretendo alejarte de mi mente,
que te vayas para siempre de mi lado.
Eres como cualquier otra,
como aquellas que me hicieron tanto daño.
Sólo te pido una cosa ahora:
no intentes consolar mi desengaño.