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Tetas catalanas (reedición).

en Voyerismo

TETAS CATALANAS.

 

Vuelvo a subir este relato publicado en mi anterior etapa como autor bajo el nombre de David.

 

Los hechos que voy a narrar a continuación ocurrieron el domingo 12 de agosto en la playa gaditana de Sanlúcar de Barrameda. Son hechos totalmente reales, no he añadido ni he cambiado nada. Debido a eso y a que todo tuvo lugar en la playa y a plena luz del día no hay escenas de penetraciones ni nada por el estilo. Lo digo porque no quiero defraudar a nadie. Así que quien vaya buscando exclusivamente eso, no lo va a encontrar aquí.

Hace poco publiqué mi último relato de un asunto similar acontecido en la misma playa, aunque en una zona diferente (“Disfrutando en las duchas de la playa”).

De nuevo durante los hechos que voy a narrar me entraron las dudas de cómo actuar, pues no estaba seguro de las intenciones de las chicas que los protagonizaron. Igual dejé escapar otra oportunidad para llegar a más.

Por último resaltar que no habrá mucho diálogo, pues apenas crucé unas palabras con las chicas. Sí reflejaré las conversaciones que ellas mantuvieron entre sí.

Sin más rodeos comienzo con los acontecimientos.

 

El fin de semana del 10-12 de agosto lo pasé en Sanlúcar de Barrameda, localidad de la costa gaditana, huyendo de la terrible ola de calor que afectaba el interior de Andalucía.

El domingo 12 tenía lugar el comienzo del 1º Ciclo de Carreras de Caballos, prueba hípica tradicional que se celebra sobre la misma arena de la playa aprovechando la bajamar. Son dos ciclos de tres días y cada jornada se disputan varias carreras de caballos, desde una punta a la otra de la playa (desde Bajo de Guía hasta Las Piletas, donde se sitúa el recinto de meta).

A lo largo del recorrido los organizadores colocan unas mallas naranjas de 1 metro de altura a modo de vallado flexible, con la intención de delimitar la zona donde puede ponerse el público (siempre detrás de ese vallado). En los momentos previos y durante la carrera nadie puede pasar ese vallado. Cuando la carrera finaliza sí se permite que el público o los bañistas puedan acercarse a la zona del agua del mar.

Los días de carreras la playa, ya de por sí concurrida, se abarrota todavía más de personas deseosas de contemplar el espectáculo, agolpándose tras el vallado naranja.

La primera de las tres carreras de ese día comenzaba a las 18.15. Como mi viaje de regreso a la ciudad no estaba programado hasta las 20.00 horas, me daba tiempo de ver esa primera prueba.

De modo que comí temprano y a las 16.30 llegué a la playa. Quería coger una buena posición para ver el espectáculo en primera fila y aprovechar para tomar un poco el sol.

Cuando bajé a la arena ya había un buen número de personas con sus toallas extendidas tras el vallado, asegurándose un sitio para ver las carreras. Preferí andar un poco más y acercarme a la zona de meta. A unos 200 metros de la misma vi que había un hueco detrás del vallado y opté por acercarme para ocuparlo. Cuando estaba próximo a ese espacio libre, comprobé que había un grupo de chicas, una de ellas en topless, en medio el hueco y al lado varias mujeres maduras con aspecto de ser del pueblo, bien preparadas para pasar la tarde de playa (sombrilla, butacas, neveras…).

Saqué mi toalla de la mochila y la extendí sobre el poco espacio de arena libre que quedaba. Por suerte la chica que estaba con las tetas al aire tumbada sobre su toalla era la que quedaba más cerca de mí, a unos dos metros de distancia. Yo me pegué lo más que pude al vallado y quedé situado un poco en diagonal respecto al grupo de chicas, que no estaba del todo arrimado a la malla naranja. La jóvenes se encontraban a mi izquierda, mientras que a la derecha, a algo más de un metro estaban las mujeres maduras. Me encontraba tan cerca tanto de las jóvenes como de las maduritas que por un momento creía que alguna de ellas se podían molestar por haberme puesto tan pegado a ellas. Pero, por otra parte, sabía que esas situaciones se daban en las tardes de carreras y me tranquilicé, más todavía cuando cada una siguió a lo suyo sin importarle lo más mínimo mi presencia.

Comencé entonces a desnudarme: me quité la camiseta, después las bermudas y me quedé simplemente con mi bañador azul ceñido, tipo bóxer. Mientras me ponía protección solar, me fijé con mayor atención en el grupo de chicas que tenía tan cerca: eran seis en total y algunas de ellas de bastante parecido físico. Más adelante, al oír sus conversaciones, supe que tres eran hermanas y las otras, sus primas y que eran catalanas, pues a veces usaban esa lengua entre ellas. También conseguí averiguar a través de sus diálogos el nombre de tres de ellas: la joven que estaba en topless se llamaba Laia; una de sus hermanas, Aída y una de sus primas Montse.

Todas eran morenas, excepto una que tenía el pelo castaño claro; tenían el cabello recogido en moños o coletas, menos una que lo llevaba rizado y suelto. Eran bastante jóvenes y sus edades oscilarían entre los 18 y 23 años, no más.

Los cuerpos de las chicas destacaban más que sus rostros: de cara eran resultonas, pero sus cuerpos lucían con todo el esplendor que una mujer tiene a esas edades, bien proporcionados, sin nada de celulitis y con pechos generosos y firmes.

Laia, la chica que hacía topless, se veía una de las de más edad del grupo. Llevaba una braguita de bikini roja, anudada a la cintura con sendos lacitos. Toda la parte de su cuerpo descubierta lucía un bronceado envidiable, incluidos los pechos, señal evidente de que solía tomar el sol en topless con frecuencia. Sus aureolas y pezones eran de color marrón oscuro y en pezón derecho mostraba un pequeño aro plateado.

Su hermana Aída llevaba un bikini verde y la otra hermana uno blanco, cuyo sujetador le quedaba tan ceñido que se le apreciaban ligeramente los pezones transparentados y marcados en la prenda.

Una de las primas de las tres chicas ya descritas tenía puesto un bikini multicolor floreado, destacando los colores verde y negro. La tal Montse lucía un bikini rosa y la última de las chicas, la de pelo rizado suelto, no estaba en traje de baño: llevaba puesta una camiseta negra y unas bermudas verdes.

Tras haber extendido por mi cuerpo una buena dosis de crema solar, me tumbé a tomar el sol boca arriba. Después de unos minutos y algo incómodo, cambié de postura y me situé bocabajo sobre la toalla.

En esa postura podía deleitarme con la magnífica vista que tenía de los hermosos, rotundos y bronceados senos de Laia. Trataba de no ser muy descarado, pero no pude evitar que mis miradas hacia sus tetas se hicieran cada vez más frecuentes y duraderas. La chica llevaba en ese momento gafas de sol negras puestas y yo no sabía si me miraba y se había percatado del lugar en el que tenía fijada mi vista.

Mi polla, aprisionada entre mi cuerpo y la toalla, había ido ganando en tamaño y en dureza. Entre la excitación y el calor sofocante que hacía esa tarde mi cuerpo me pedía darme un baño. Tuve que relajarme unos instantes para que mi pene se quedase blando, pues no deseaba ponerme de pie con todo aquel bulto en mi entrepierna. Hasta que no pasaron unos minutos no recuperó mi miembro su estado de reposo y fue entonces cuando me fui al agua a darme un baño refrescante, tras franquear el vallado naranja. Estuve en remojo unos cinco minutos.

Al cabo de ese tiempo regresé a mi toalla y me llevé una gratísima sorpresa: Laia había modificado ligeramente la ubicación de su propia toalla, que ahora quedaba en posición completamente horizontal respecto a la mía. Pese a que la distancia seguía siendo de unos dos metros, ahora tenía el torso de la joven justo delante de la cabecera de mi toalla y la visión de las tetas era mucho más directa que antes.

Me quedé de pie para secarme un poco con la brisa, pero pronto opté por tumbarme sobre mi toalla, dando la espalda al sol y con aquellos dos senos justo en línea recta ante mis ojos. Mientras seguía deleitándome, las chicas hablaban sobre sus cosas y hacían planes para la noche y para el día siguiente: tenían pensado ir a pasar el día a Tarifa. Una llamada al móvil de Aída interrumpió la conversación entre las jóvenes.

Cuando la chica acabó de hablar, le dijo a su hermana Laia:

-Era mamá, para preguntar cómo estábamos y dónde nos encontrábamos. Me ha pedido que le llevemos de recuerdo a Barcelona algunas conchas bonitas que encontremos por la playa. ¿Vienes a la orilla a buscar algunas conmigo?

-¡Venga, te acompaño! ¿Alguna más os apuntáis?- preguntó Laia a las demás.

A ambas hermanas se les unió finalmente la prima que vestía camiseta y bermudas.

-¡ Espera, Laia! ¡Déjame tu protección solar que voy a tostar un poco mis tetas al sol!- le pidió la prima del bikini multicolor.

Laia le entregó su protección solar en forma de spray y tras sortear el vallado se dirigió con las tetas al aire hacia la orilla.

Me giré sobre la toalla para contemplar cómo aquellas dos mamas se bamboleaban con el caminar de la joven catalana. Ella se dirigía a la orilla junto a su hermana y a su prima y yo no podía evitar quedarme embobado mirando el precioso cuerpo de la barcelonesa, ahora ya de pie: el tono dorado de su piel le otorgaba todavía más espectacularidad al cuerpo de la veinteañera, que además llevaba la braguita del bikini no del todo ceñida, sino más bien algo suelta y un poco bajada, por lo que se le llegaba a ver el principio de la rajita del culo.

Seguí con la mirada ese espectáculo hasta que la chica llegó a la orilla. En pleno deleite no me percaté de que al estar boca arriba tenía a la vista de todo el mundo mi polla erecta marcada exageradamente bajo el fino y apretado bóxer de baño. Y esto no pasó desapercibido para la prima de Laia que le había pedido la protección solar: mirándola de reojo comprobé que estaba sentada en su toalla, junto a la de Laia, ya con las tetas al descubierto, echándose el spray sobre esos senos y mirando mi paquete sin cortarse un pelo.

Entonces decidí ponérselo más fácil, viendo el interés que tenía por mi verga: me puse de pie, saqué de mi mochila una botella de agua y le di un par de tragos mientras le concedía la oportunidad a la chica de verme bien el bulto que tenía provocado por su prima Laia y ahora también por ella misma. Aproveché para mirarle las tetas con el mismo descaro que ella me miraba la entrepierna: en sus senos se apreciaba la marca blanca del sujetador del bikini, señal de que la joven no solía hacer topless. Además los pechos de esta chica eran distintos a los de Laia: lógicamente estaban mucho más blancos y las aureolas y pezones eran de color rosáceo. Además la forma de las tetas no llegaba a ser redonda por completo: era como alargada hacia delante y de tamaño menor que las de Laia. Sin embargo no por eso resultaban menos apetecibles que las de su prima.

Cuando terminó de aplicarse el spray, la joven se tumbó cara al sol para broncear su torso desnudo. Yo guardé el agua en la mochila y me senté sobre mi toalla, reflexionando que la verga tiesa de un hombre de 37 años como yo había atraído las miradas de esa chica de unos 18 o 19 años y me la imaginé ahora, con los ojos cerrados, tumbada en su toalla, pensando en mi verga. Y eso me ponía todavía más caliente de lo que ya estaba.

Poco a poco se acercaba la hora de la 1ª carrera de la tarde y por detrás de mí y de las catalanas se había ido colocando más gente, dispuesta a ver la prueba.

Me sentía sudoroso por el calor tanto externo como interno, por lo que decidí darme un último baño antes de que las fuerzas de seguridad prohibieran el paso hacia el agua para dejar despejado el recorrido de arena para los caballos. En la orilla continuaban las tres jóvenes seleccionando las conchas que se llevarían para Barcelona. Pero se había producido una novedad entre las chicas: Aída se había despojado de la parte superior del bikini verde y la llevaba en la mano derecha. Lucía unas tetas medianas, redondas y firmes con unos pequeños pezones oscuros.

Ya desde dentro del agua vi cómo las chicas daban por terminada la búsqueda de las conchas y volvían a sus toallas. No tardé mucho en salir del agua y cuando llegué a mi sitio, me quedé estupefacto: totalmente pegada a mi toalla y en paralelo estaba colocada la toalla de Laia y junto a la de ésta, las de las demás chicas. No había absolutamente nada de separación entre mi toalla y la de Laia, es más, los extremos llegaban a tocarse. No me lo podía creer: parecía como si yo hubiese acudido a la playa junto a las jóvenes y fuera uno más del grupo.

Todas estaban tumbadas o sentadas sobre sus toallas y yo allí, de pie, dejando mi piel expuesta a las caricias de la brisa marina para secarse, mientras me deleitaba con aquellos cuerpos, algunos de ellos semidesnudos.

No lograba entender si el hecho de que Laia hubiera pegado su toalla a la mía se debía a poder acercarse lo máximo posible al vallado o si escondía otras intenciones. Sinceramente, no me parecía normal que una joven mujer en topless se pusiera totalmente pegada a un desconocido como yo. Una cosa es tomar el sol en topless y otra distinta es lo que se estaba produciendo. O para la chica era algo normal estar así o tenía tendencias exhibicionistas.

Fuera cual fuese el motivo, decidí aprovechar al máximo la situación que se me había presentado. No esperé más para tumbarme en mi toalla, bocabajo, y con la cabeza girada hacia Laia: a escasísimos centímetros de mí sus dos tetas se dejaban dorar por los rayos del sol. A esa distancia apreciaba hasta el más mínimo detalle de los senos de la catalana.

Yo tenía la polla a punto de reventar bajo el bañador y me dolía por la presión contra la toalla y la arena de la playa.

Al cabo de un rato Laia se incorporó ligeramente, cogió su spray de protección solar y comenzó a disparar con él sobre sus tetas. La cercanía de nuestros cuerpos hizo que sobre mi piel aterrizaran partículas del spray.

-¡Uy, perdona! Creo que te he llenado- se disculpó la joven.

-No te preocupes, no importa- le dije.

Esas fueron las únicas palabras que intercambié con Laia.

Entonces sus dos hermanas le comentaron:

- Laia, nos vamos a dar un baño rápido antes de que empiece la carrera. ¿Te vienes?

- Acabo de ponerme protección. Id vosotras, pero daos prisa, que falta poco para que empiece la prueba- respondió.

Así que Aída, en topless, y su otra hermana se apresuraron al mar para darse un remojón. Y éste fue breve: las fuerzas de seguridad comenzaron a hacer sonar sus silbatos avisando con ello a todo el mundo de que debían colocarse inmediatamente tras el vallado.

Sentado ahora en mi toalla contemplé cómo las dos chicas se acercaban de nuevo. Ver de cerca las tetas mojadas de Aída me excitó, al igual que la visión que me ofrecía su otra hermana: su bikini blanco estaba empapado, pegado a su cuerpo y a través de la fina tela del sujetador, se le transparentaban los pezones de forma nítida.

-¡Para eso que se ponga en topless!- pensé.

Bajé mi mirada a su entrepierna y el espectáculo fue todavía mayor: el vello púbico de la chica y los labios vaginales quedaban claramente transparentados a través de la braguita blanca del bikini y ella seguía como si nada.

De repente el inicio de una conversación entre Laia y su hermana Aída, no hizo más que subirme la temperatura corporal y aumentar mis ganas de sexo:

-¿Tienes frío?- le preguntó Aída a Laia.

- No, ¿por qué?- quiso saber Laia.

- No, por nada. es que como tienes los pezones duros y empitonados- se justificó Aída.

-¡Joder, hermanita, te fijas en todo. Por si te interesa: no es precisamente por frío por lo que los tengo así. ¿Pero tú te has visto los tuyos?- preguntó Laia.

Miré entonces las tetas de las dos jóvenes y, en efecto, los pezones tiesos, firmes y salidos hacia delante apuntaban desafiantes hacia el frente.

- Ah, pero lo mío sí es por lo fría que estaba el agua- respondió entre risas Aída.

- ¡Sí, ya, claro!- exclamó con ironía Laia.

Oyendo esta conversación, mi bulto en la entrepierna tenía unas dimensiones exageradas y lo malo (o lo bueno) es que había llegado el momento de ponerme en pie para ver la carrera, pues los allí presentes ya habían comenzado a tomar posiciones.

Cogí de la mochila mi cámara de fotos y me puse pegado tras el vallado. Me situé en primera fila, justo entre las tres primas de Laia y las mujeres maduras del pueblo que estaban a mi derecha.

No tardaron en aparecer los caballos, que habían salido del recinto de meta, donde está el control de pesaje y las cuadras, para dirigirse a ritmo lento hacia el otro extremo de la playa, en el que estaban situados los cajones de salida.

Aproveché para disparar algunas fotos e inmortalizar esos hermosos ejemplares de carrera y en un marco tan especial como la arena de la playa.

- ¡Ya están pasando los caballos!- le gritó a sus primas Montse.

Yo estaba expectante por ver si Laia y su hermana Aída se cubrían las tetas para ver la carrera mezclada entre la muchedumbre que se había formado. No creía que fueran capaces de meterse entre el gentío con sus senos al aire, expuestos al roce con cualquier otro cuerpo.

Tras escuchar el aviso de su prima, las hermanas se situaron como pudieron tras el vallado para contemplar el paso de los equinos. Y mis dudas se despejaron: en contra de lo que yo creía, las chicas, con las tetas al descubierto, trataban de ganar una buena posición junto a la valla.

- Haznos fotos con los caballos pasando detrás- pidió Aída a su prima.

Laia y Aída posaron entonces para las fotos, mientras yo continuaba haciendo las mías.

Aída había encontrado un hueco en primera fila junto a sus primas, pero Laia y su otra hermana tuvieron que conformarse con situarse por detrás, en segunda fila.

La chica del bikini blanco se pegó a la espalda de su hermana Aída y Laia se colocó justo detrás de mí. Poco a poco los caballos se fueron alejando hacia la zona de salida: tocaba ahora esperar unos minutos hasta que llegasen a los cajones, se metieran en ellos y se diera la salida a la prueba.

Durante esos instantes de espera, las chicas se divertían entre ellas gastándose bromas, gesticulando y seguían haciéndose fotos.

Y con esos movimientos y con la cercanía de los cuerpos se produjo lo inevitable: empecé a sentir en mi mano bajada el muslo de Aída, luego su trasero cubierto por la braguita verde del bikini, todavía mojada por el reciente baño. No desaproveché la ocasión y con disimulo comencé a palparle las nalgas a la joven. ¡Qué sensación sentir el tacto de ese culito tapado sólo por la fina y empapada braguita del bikini!

Ellas continuaban con sus alegres bromas, lo que hizo que entre tantos movimientos, la chica del bikini blanco se abriera paso y se colase casi delante de mí. El poco espacio que había hizo que nuestros cuerpos ya no sólo se rozasen: mi polla tiesa quedo pegada y oprimida literalmente contra el culo de la chica de blanco. Y a ella le daba absolutamente igual: había conseguido ponerse en primera fila y podría gozar de las mejores vistas de la carrera. Le restregué un poco mi verga de forma suave, no muy descarada, hasta que la dejé justo encajada en la rajita de su culo. Pronto noté la humedad de la prenda de la joven, todavía mojada tras el baño. Esa humedad había empapado también la parte delantera de mi bañador por lo apretado que estábamos y la sentía hasat en mi propia verga.

Y por detrás Laia, cada vez que se movía un poco o intentaba cambiar de postura, me rozaba con su mano mis glúteos (de forma involuntaria, supongo). Nunca me había sentido tan a gusto en medio de una multitud. Debido al grado de excitación que sentía, mi polla empezó a soltar una pequeña cantidad de líquido preseminal, que entró en contacto con la braga blanca del bikini de la chica de delante.

Por fin el toque de campana avisó de que se había producido la salida. Esto provocó que el gentío se agolpara todavía más si cabe, tratando algunos de los de delante sacar medio cuerpo sobre el vallado para lograr divisar a lo lejos a los caballos. La chica de blanco fue una de las que lo hizo y, al inclinarse, puso su culo en pompa. Fue delicioso sentir en mi polla la raja del culo de la joven de forma tan evidente, sin tener que hacer yo nada: en esta ocasión fue ella la que con esa postura me facilitaba las cosas.

Por detrás Laia, para no perder detalle se pegó más todavía a mí y sentí una de sus tetas pegadas a la parte posterior de mi brazo. Estaba convencido de que si esa situación se prolongaba algo más, acabaría corriéndome allí mismo y emparedado entre las dos chicas.

- ¡Ahí vienen ya!- gritó la de blanco. En efecto, a lo lejos se divisaban las siluetas de los caballos acercándose a todo galope hacia la meta.

Yo sentía ya no una, sino las dos tetas de Laia pegadas contra mi, cada vez con más fuerza, mientras las chicas preparaban sus móviles para sacar algunas fotos. Yo tenía también lista mi cámara, al tiempo que empecé a sentir palpitaciones en mi polla. Y conocía eso de sobra: era la antesala de la eyaculación. Cuando los equinos estaban ya muy cerca de nosotros, la joven del bikini blanco comenzó a aplaudir para animar a los jinetes, dando además pequeños botes sobre la arena, que fueron definitivos para mí: al sentir ese culo moviéndose arriba y abajo frotándose con mi pene, no pude aguantar más. Unos segundos antes de que pasaran los caballos por delante como auténticas flechas, me corrí. Sentí cómo salía mi semen y cómo manchaba mi bóxer por delante. Y ya no presté más atención a la carrera: ahora mi única preocupación era que la joven no notase que me había corrido en todo su culo. Estaba seguro de que le había manchado la parte trasera de la braguita del bikini con mi esperma y esperaba que no percibiese nada. Lo único que podía salvarme era que la prenda seguía un poco mojada por el agua del mar y tal vez eso ayudara a que la joven no notara nada raro.

Y así fue: cuando la carrera concluyó, la zona del vallado comenzó a despejarse y todos regresaban al sitio donde tenían sus toallas o butacas de playa. Dejé de sentir los senos de Laia pegados a mí y comprobé que su hermana, sobre cuyo trasero me había corrido, no se había percatado de nada y se limitaba a comprobar las fotos que había hecho.

Me di la vuelta y tapándome con mi mano y con disimulo la parte delantera del bañador me acerqué a mi toalla dispuesto a abandonar la playa, pues se acercaba la hora de regresar a la ciudad.

Las chicas también volvieron a sus toallas y se sentaron sobre ellas, mientras se mostraban las fotos que cada una había tomado de la carrera.

Me miré el bañador y la mancha pegajosa de mi eyaculación era más que evidente. Laia volvía a estar sentada junto a mí, separada por muy pocos centímetros y yo no tenía muchas opciones: no podía estar mucho más tiempo con la mano puesta delante tapando mi paquete porque resultaría llamativo, pero si quitaba la mano de ahí la chica se daría cuenta en poco tiempo de que estaba manchado.

Fue entonces cuando se me ocurrió una idea, igual algo alocada, pero decidí llevarla a cabo movido por las circunstancias en las que me encontraba y por el calentón de toda la tarde: saqué mis bermudas de la mochila, y con toda la naturalidad del mundo me quité el bóxer manchado. Durante unos segundos mi polla quedó expuesta delante de las chicas. Algunas ni se percataron, pero, cuando estaba poniéndome las bermudas, Laia miró y contempló mi verga durante un par de segundos, que fue el tiempo que tardé en cubrirme. La miré a los ojos, ella también me miró y me dedicó una sonrisa, complacida por lo que acababa de ver. Pensé que era el mínimo detalle que se merecía después de haberme pasado toda la tarde gozando con el espectáculo de sus tetas.

Terminé de vestirme y antes de abandonar el lugar volví a mirar a Laia. Ella se despidió de mí con una nueva sonrisa y con un guiño de ojo lleno de complicidad.

Al llegar a la salida de la playa, tiré en un contenedor el boxer manchado y que apestaba a semen. Mientras me dirigía al piso donde me había alojado durante el fin de semana, medité y me di cuenta de que quizás había dejado escapar una oportunidad de oro para haber entablado una conversación con Laia y quién sabe lo que hubiese ocurrido después.

Desde aquel día me he masturbado en infinidad de ocasiones recordando las excitantes tetas de Laia y de las otras dos chicas, así como el magreo de mi polla aquel culo cubierto por la braguita blanca y mojada.

 

Más relatos míos en esta misma página y en mi blog:  http://ratosdesexo.blogspot.com.es/

 

Saludos a todos y gracias por leerme.

 

 

 

 

 

 

 

 

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