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Perversiones familiares.

en Amor filial

PERVERSIONES FAMILIARES.

 

Nunca podía haber imaginado Eva lo que le iba a suponer aquel viaje al pueblo de su familia materna: sería el inicio de todo tipo de perversiones y de juegos sexuales en familia e, incluso, con la intervención, en muchas ocasiones, de desconocidos.

Este relato supone la introducción de cómo empezó todo.

 

Ese fin de semana Eva acudió junto a sus padres, Alberto y Mónica, a un pueblo de la provincia de Soria de donde era originaria la familia de su madre. El sábado se casaba una prima de su madre Mónica y los tres se desplazaron al pueblo para asistir a la ceremonia religiosa y al posterior banquete nupcial. Tenían pensado quedarse en el pueblo hasta el domingo por la tarde, cuando regresarían a la ciudad.

Eva era una chica joven. El jueves anterior a esa boda había cumplido los 18 años. Era una chica llena de vitalidad, que rebosaba simpatía, de trato muy agradable y con un físico agraciado: 1,75 m, esbelta, pelo castaño rizado y ojos marrones. Sin embargo se mostraba tímida e insegura en lo referente al sexo. Pese a que había tonteado con algunos chicos, todavía seguía siendo virgen.

Sus padres llevaban ya muchos años de casados. Su madre Mónica tenía 42 años y Alberto, su padre, 44. Mónica era enfermera y Alberto director de una oficina bancaria. La joven Eva siempre había admirado el físico de su madre: morena, de pelo largo y liso, a sus 42 años conservaba el cuerpo de una chica de 25 y provocaba que más de un hombre se girase en la calle para mirarla y admirar su trasero firme y prieto.

Alberto tenía el físico ya algo deteriorado: era un hombre de estatura media, que había comenzado ya a perder pelo en la cabeza y que lucía una incipiente barriga debido a sus excesos en las comidas y a su vida sedentaria.

Durante el fin de semana de la boda los tres se alojaron en el pueblo, en una pequeña casa que la hermana de Mónica y tía de Eva les había cedido para la ocasión. La ceremonia y el banquete nupcial transcurrieron sin ninguna incidencia y en un ambiente festivo y agradable.

Sobre las 3.15 de la madrugada Eva y sus padres estaban ya de regreso en la casa del pueblo. Los padres de Eva llegaron en un estado “alegre” debido al alcohol ingerido durante la celebración. Eva, sin embargo, sólo había bebido una copa de champán en el brindis, pues no acostumbraba a tomar alcohol.

Tras darle las buenas noches a su hija, Mónica y Alberto se dirigieron a la habitación matrimonial, mientras que Eva se marchó a la suya, prácticamente enfrente de la de sus padres. La joven cerró la puerta y comenzó a desnudarse: se quitó los zapatos negros de tacón y el vestido azul que había estrenado para la boda, se bajó y se quitó la media negra de la pierna derecha, después hizo lo propio con la de la izquierda y por último se desabrochó el sujetador negro, quedando sus tetas medianas, de aureolas y pezones de color marrón oscuro, libres y desnudas. Para dormir sólo se dejó puestas las braguitas semitransparentes y negras a juego con el sujetador. Apagó la luz y se acostó en la cama, mientras escuchaba a sus padres en su habitación hablando y riendo en tono elevado.

Eva no tardó en quedarse dormida pese al pequeño “jaleo” que tenían montado sus padres. Sin embargo, su sueño se vio pronto interrumpido: de la habitación de sus padres salía ahora el sonido inconfundible de los muelles de la cama mezclado con las risas de sus progenitores. Eva se quedó tumbada unos segundos en la cama imaginando lo que se estaba cociendo en la habitación matrimonial. Al ver que los ruidos no cesaban, optó por levantarse y abrir de forma sigilosa la puerta de su habitación. Asomó la cabeza y ahora podía oír de manera todavía más evidente los ruidos procedentes de la habitación de sus padres. En cualquier otra ocasión Eva se hubiera vuelto a la cama y se hubiese echado de nuevo a dormir. Pero aquella noche fue distinto: le invadió una repentina curiosidad, un incontrolable morbo que hicieron que saliera de su habitación tal y como estaba, vestida únicamente con las braguitas.

Se acercó a la puerta del dormitorio de sus padres y se quedó allí parada. Pegó su oído a la puerta y así escuchó todavía mejor lo que a todas luces parecía ser una noche de sexo de sus progenitores.

-Mmmm….me vuelven loco tus tetas.

 

Era la voz del padre elogiando los senos de su madre.

 

- Pssst, calla, no grites tanto. Vas a despertar a la niña- le pidió Mónica a su marido, sin saber que Eva estaba ya despierta tras la puerta.

 

La puerta de la habitación era antigua y tenía una cerradura con su correspondiente orificio para introducir la llave. Eva se percató de esto y comenzó una lucha interna en ella: si alejarse de la puerta y regresar a su habitación o saciar definitivamente su curiosidad y mirar a través de la cerradura. Dudó unos segundos, pero al final pudo más la excitación que comenzaba a sentir y optó por la segunda opción.

Lentamente te fue agachando hasta ponerse de rodillas. Suspiró profundamente, acercó el ojo derecho a la cerradura y comenzó a espiar a sus propios padres. Su madre estaba tumbada sobre la cama. Se encontraba desnuda de cintura para arriba, con sus dos grandes senos al aire y con los pezones erguidos y duros. Eva continuó fijándose en su madre: conservaba puestos los pantys negros que había vestido en la boda y debajo un tanguita blanco. A Eva le llamó la atención el hecho de que su madre tuviese puestos todavía los zapatos rojos de alto tacón que había lucido durante la celebración. Observó que el vestido rojo que había llevado en la boda estaba tirado en el suelo, junto a la cama.

El padre estaba de pie, pegado a la cabecera del lecho y acariciándole los pechos a Mónica. Alberto llevaba puesta la camisa blanca y tenía la corbata desanudada. Estaba sin los pantalones, que yacían en el suelo junto con la chaqueta del traje. Un slip gris cubría sus intimidades. Eva se sorprendió al ver el tremendo bulto que se ocultaba bajo el calzoncillo. Había visto a su padre alguna que otra vez en ropa interior, pero jamás empalmado como estaba en ese momento.

La joven tuvo que tragar saliva, pues tenía la garganta seca no sólo por lo que estaba viendo, sino también por saber que estaba haciendo una cosa horrible: vulnerar la intimidad de sus progenitores.

Entonces la madre se incorporó ligeramente en la cama, terminó de quitarle la corbata a Alberto y empezó a desabrocharle la camisa. Poco a poco Eva comenzó a ver el torso velludo de su padre y su incipiente barriga desnuda. La madre desabrochó el último botón de la prenda, se la quitó a su marido y la lanzó al suelo sobre el resto de la ropa.

Eva contemplaba ahora a su padre ataviado únicamente con el slip, que contenía a duras penas su hinchado paquete. Mónica acercó su mano a la entrepierna de su marido y comenzó a tocar todo aquel bulto, a acariciarlo, a masajearlo. Al ver esto, Eva empezó a notar cómo su corazón latía más rápido y cómo una sensación de ardor y excitación se apoderaba de su sexo. Apartó por un instante el ojo de la cerradura y se miró las tetas: sus pezones se habían puesto duros y empitonados y, mientras volvía a mirar por la cerradura, comenzó a pellizcárselos con los dedos.

Alberto se acercó a los pies de Mónica, le quitó primero el zapato derecho, después el izquierdo y con la lengua se puso a chuparle los dedos y las plantas de los pies cubiertos aún por los pantys. Mónica se llevó la mano a su sexo y se lo acariciaba sobre los pantys y el tanga.

Eva bajó también su mano a su coño y empezó a sobárselo sobre sus bragas negras. La joven veía cómo su padre recorría con la lengua los muslos de su madre y dejaba los pantys humedecidos con la saliva. Al llegar a la zona genital, plantó su cara sobre ella y restregó la nariz y los labios.

-¡Cómo te huele hoy el coño, querida!- dijo Alberto.

 

-Dime a qué huele! Quiero saberlo- le pidió su esposa.

 

- Huele a puta, a puta sucia y barata, a puta que folla con varios tíos una misma noche y no se lava el coño entre polvo y polvo- apostilló Alberto.

 

Eva, al ver y oír todo esto, empezó a sentir cómo sus braguitas se humedecían con sus flujos vaginales. Continuaba tocándose sobre la prenda y notaba las yemas de los dedos mojadas.

Alberto empezó entonces a bajarle los pantys a Mónica hasta que logró finalmente quitárselos, quedando la prenda sobre la cama.

-¡Mira lo mojado que tienes el tanga. Mira cómo se te transparenta la rajita por la humedad!- exclamó un excitado Alberto.

 

Eva estaba cada vez más caliente por lo que veía y oía y seguía frotándose su sexo cada vez con más ahínco. Lo siguiente que vio fue cómo su madre le bajaba el slip a su padre y cómo la verga de éste saltaba liberada, tiesa y empalmada por completo.

La joven se quedó con la boca abierta al contemplar lo bien dotado que estaba su propio padre. Durante unos segundos se quedó admirando hipnotizada aquella polla gruesa y larga culminada por glande húmedo y rojizo. Y se sorprendió a sí misma cuando por su cabeza pasó el pensamiento y el deseo de que ese pene fuese el primero que entrase en su coño virgen.

La chica no aguantó más y, al ver cómo su madre empezaba a mamar aquella verga venosa, metió su mano entre la braguita y empezó a tocarse el chocho ahora ya de forma directa.

- ¡Eso es, puta, chúpamela como sólo tú sabes! ¡Métetela entera en la boca!- pedía Alberto, mientras Mónica se empleaba a fondo. Le mamaba la verga con afán y con ansia, movía la cabeza de forma incesante hacia delante y hacia atrás, recorriendo con sus labios cada milímetro de aquel pene erecto.

 

Eva se quitó sus braguitas y las dejó en el suelo, mientras penetraba con uno de sus dedos su ya húmedo y palpitante coño. La chica creía que su madre llevaría la felación hasta el final, hasta que el padre se corriese. Pero se equivocó: su madre dejó salir la polla de su boca y le gritó a su marido:

 

- ¡Vamos, fóllame de una vez! ¡No aguanto más!

 

Mónica se tumbó sobre la cama y dejó que su esposo le quitase el tanga empapado de flujos. Alberto se lo acercó a la nariz y aspiró el olor que la sucia prenda desprendía. Soltó entonces el tanga y, tras acariciar el sexo de su esposa con la palma de la mano, empezó a hundir su polla hinchada en el coño de Mónica.

Para ese momento Eva se masturbaba usando ya tres de sus dedos y a un ritmo cada vez más rápido e impetuoso. La sensación de placer era intensa. A ratos miraba lo que hacían sus padres, a ratos cerraba los ojos para sentir y disfrutar mejor el trabajo que sus dedos realizaban. Tenía que morderse los labios para no gemir de placer.

 

Alberto, mientras, deslizaba incansable su pene dentro del sexo de Mónica, acariciaba los pechos de su esposa y friccionaba los pezones.

 

-¡ Sigue así, mi vida, sigue! ¡No te pares ahora, por favor!- le suplicaba Mónica a Alberto.

 

Éste aceleró todavía más sus movimientos, cosa que provocó que mónica no pudiera evitar lanzar varios gemidos.

 

-¡Ahhhh….sigue, sigue…sííííí…..!- gritaba la mujer.

 

-¡Vas a despertar a tu hija!- acertó a decir un jadeante Alberto.

 

-¡Ahora eso no me importa. Sólo quiero que me sigas follando como si fuese tu puta! ¡Quiero sentir tu leche dentro!- exclamó Mónica cercana al éxtasis.

 

Eva continuaba tocándose el clítoris incansable, enterrando sus dedos dentro de su sexo, hasta que empezó a sentir ligeros espasmos. No detuvo sus movimientos, todo lo contrario: los aceleró todavía más, alcanzando una velocidad frenética. Y la chica llegó al orgasmo: en medio de suspiros de placer Eva comenzó a ver cómo de su coño salían pequeños chorritos de líquido que goteaban hasta mojar el suelo.

Volvió entonces a mirar por el orificio de la puerta: su padre le había abierto las piernas por completo a su madre y la penetraba a placer.

 

-¡Vamos, dame tu leche, lléname con ella!- volvió a exclamar Mónica.

 

Alberto dio un par de embestidas más justo antes de decir:

 

-¡Ahhhhhh…..me corrooooo, me cooooorrroooo.…!

 

El hombre detuvo sus movimientos en seco y dejó su polla enterrada en la vagina de su esposa. Eva se imaginaba el semen de su padre salpicando todo el interior del coño de su madre.

Alberto sacó su miembro del chocho de Mónica y dejó caer las últimas gotas de esperma sobre el vientre de su esposa.

Eva contemplaba gustosa los restos de semen de su padre sobre la piel de su madre. Alberto se dejó caer en la cama junto a Mónica y empezó a besarla y acariciarla. Ella le correspondió también con mimos y masajeando suavemente el paquete de su esposo. Eva se dio por satisfecha con el espectáculo visto: cogió sus bragas del suelo y secó con ellas los restos de sus flujos que había en el suelo. Pero cuando fue a ponerse en pie, tropezó ligeramente, perdió el equilibrio y su cuerpo golpeó contra la puerta de la habitación de sus padres.

-¡Mierda!- exclamó para sí misma, mientras trataba de dirigirse rápidamente a su habitación. Cuando estaba a punto de entrar en su dormitorio, escuchó a su espalda la voz de su padre:

 

-¡Eva! ¿Se puede saber qué estabas haciendo? ¡Date la vuelta, mírame y responde!

 

A la chica se le heló la sangre. Empezó a girarse lentamente y quedó de cara a su padre. En ese instante se quería morir: sintió cómo se ponía roja de vergüenza al estar completamente desnuda ante la mirada de su progenitor y con sus braguitas negras en la mano. Alberto también estaba desnudo, con el pene recuperando poco a poco su estado natural después de la reciente eyaculación. La madre apareció unos pasos por detrás de Alberto, tratando de tapar la desnudez de su cuerpo con el vestido rojo de la boda que llevaba en la mano. El padre se compadeció del estado de shock en el que se encontraba su hija y le dijo:

- Está bien. Ahora vete a dormir, pero mañana por la mañana tenemos que hablar de esto.

 

Éstas fueron las últimas palabras de Alberto antes de permitir que Eva se metiera abochornada en su habitación.

 

 

Continuará…….

 

 

 

 

 

 

 

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