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Perverso escarmiento a una ladrona (reedición).

en No Consentido

PERVERSO ESCARMIENTO A UNA LADRONA.

 

Antes de comenzar con el relato, me gustaría hacer una aclaración.

Publiqué esta historia en mi primera etapa como autor, con el nombre de David. Decidí en su momento dejar de escribir durante un tiempo y eliminé todos mis relatos que tenía publicados.

En esta segunda etapa como autor y con mi actual nombre vuelvo a reeditar este texto. Hago esta aclaración para que no haya malentendidos como ha sucedido con la serie de relatos titulada Mi tía me deslechó.

Gracias.

 

 

 

Pese a que me habían advertido antes de mi viaje por motivos laborales a la República Dominicana de la inseguridad y de la peligrosidad que se vivía en la mayoría de sus calles, jamás podía imaginarme que las viviría en primera persona como testigo directo.

 

Estuve allí una semana y los cinco primeros días transcurrieron con normalidad, siempre moviéndome por zonas seguras y céntricas. Sin embargo, durante el sexto día tenía que cerrar un acuerdo con los responsables de una empresa local. En mi desplazamiento hacia la sede de la empresa me despisté y me perdí. Cuando quise darme cuenta, me había adentrado en un barrio humilde de la ciudad en la que me encontraba. Se veía claramente que se trataba de una zona empobrecida y marginal. Bastaba echar un vistazo al estado ruinoso de edificios y casas para comprobarlo.

 

Con el fin de retornar al camino correcto que me condujese a mi cita laboral le pregunté a un ciudadano por dónde tenía que dirigirme para llegar a esa dirección. Mientras el hombre me estaba indicando el camino que debía tomar, se escucharon unos gritos cercanos. Nos giramos y vimos a una mujer corriendo seguida a unos metros por un hombre que le gritaba una serie de improperios. Cuando la mujer estaba a punto de llegar a nuestra altura, su perseguidor exclamó:

 

- ¡Deténganla, deténganla, por favor! ¡Es una ladrona!

 

Yo no reaccioné, pero el hombre que me estaba dando las indicaciones sí lo hizo: se abalanzó sobre la mujer y logró pararla. En pocos segundos llegó el perseguidor, sofocado por la carrera que se había dado. Algunos curiosos que caminaban por la zona se detuvieron para mirar qué ocurría.

 

La mujer acusada de ladrona tendría unos 35 años. Era de estatura mediana y de pelo negro largo y liso. Llevaba una camiseta negra ceñida, que dejaba ver el ombligo de la chica y unos jeans azules oscuros. Estaba descalza, pues las chanclas que llevaba puestas las había perdido durante la carrera, unos metros antes de ser detenida.

 

- ¿Dónde tienes los 600 pesos que has robado de la caja de mi tienda?- le preguntó airado el hombre que la había perseguido y de unos 50 años.

 

- ¡Yo no he robado nada!- respondió la mujer.

 

- ¿Ah, no? ¿Y dónde está entonces mi dinero?- volvió a preguntar el individuo.

 

- ¡Yo no lo tengo! ¡Suéltenme!- pidió la mujer, cada vez más nerviosa.

 

Ante los gritos que iban en aumento y el cariz que estaba tomando la situación, la cantidad de personas que contemplaba los hechos había ido creciendo y se había formado un círculo de personas entorno a la mujer, al hombre que la sujetaba y al acusador.

 

- Es la última vez que te lo digo. ¿Dónde tienes el dinero que me has robado?- insistió el hombre.

 

En esta ocasión la mujer no contestó nada, sino que permaneció en silencio. Entonces el hombre que reclamaba su dinero se acercó un poco más a la mujer y empezó a registrarle uno a uno los bolsillos del pantalón, ante los intentos desesperados de ella por zafarse. Lo único que encontró el hombre en los bolsillos fueron unas llaves y una caja de preservativos.

 

-¿Para qué quieres tú esto?- le espetó a la mujer.

 

- Soy prostituta. Me gano la vida así. Esos preservativos son para mis clientes- respondió la joven.

 

- ¡Vaya, vaya! Además de a una ladrona parece que tenemos aquí a una auténtica puta- dijo el hombre.

 

Como el dinero seguía sin aparecer, el individuo empezó a impacientarse, se metió la mano en uno de los bolsillos de su pantalón y sacó una navaja cerrada. La abrió y dejó al descubierto la afilada hoja cortante. Sin previo aviso agarró la camiseta de la chica y rajó la prenda en dos por la parte delantera. Terminó de desgarrar la camiseta con las manos hasta que dejó a la mujer con el torso al descubierto. Un viejo y usado sujetador blanco cubría los pechos de tamaño mediano de la mujer. La chica, al estar agarrada por los brazos por el otro hombre, no podía taparse.

 

En ese instante, viendo que aquello se ponía cada vez más feo, traté de mediar para que la sangre no llegara al río.

Con prudencia me acerqué al individuo que blandía la navaja y le pedí:

 

- Por favor, déjela en paz. Si dice que no tiene el dinero es que no lo tendrá.

 

- Usted no parece de aquí. No sabe cómo se las gastan estas mujercitas con cara de ángel y de inocentes. Son auténticas profesionales del robo. Así que le pido que no se meta en asuntos que no le conciernen. En estos barrios humildes cada uno nos tomamos la justicia por nuestra mano. La policía casi nunca aparece cuando se la necesita.

Así que le pido que no se meta en mis asuntos- me replicó el hombre.

 

Fui un cobarde y no hice nada más: me limité a retroceder y a volver a mezclarme entre los curiosos.

 

- Veamos si escondes los pesos ahí dentro- dijo el individuo señalando con la navaja hacia el sujetador de la mujer.

 

-¡Noooo, por favor, noooooooo!- gritó la mujer desesperada y casi sollozando.

 

Pero las súplicas no le sirvieron de nada: el hombre le introdujo el arma blanca entre la parte delantera del sujetador y la piel de la mujer y con una maniobra rápida y seca rompió la prenda. Los tirantes del sostén seguían en su sitio, pero por delante el sujetador se abrió y dejó al aire las tetas de la mujer, unos pechos con unas aureolas marrones oscuras y de gran diámetro y con unos pezones que sobresalían notablemente de los pechos.

Cuando las tetas quedaron a la vista de todos, se produjo un murmullo generalizado, pero no de reproche, ni mucho menos, sino de satisfacción por lo que aquel “justiciero” acababa de hacer. Me parecía increíble que nadie más me hubiese apoyado para defender a esa mujer indefensa y, sobre todo, que alentasen el comportamiento del individuo.

 

En ese momento una mujer que se encontraba entre el público gritó:

 

- Si ha robado, se lo merece. Además es una puta. Seguro que tiene el dinero escondido en alguna parte.

 

La supuesta ladrona forcejeó con más energía de lo que lo había hecho hasta el momento y cayó al suelo, tirando con ella al hombre que la agarraba. Pero no pudo zafarse de él: se quedó sentada en el suelo, sujetada de nuevo por el mismo individuo.

- Vamos a ver, puta barata. ¿Me vas a decir de una vez dónde guardas el dinero?- le preguntó el acusador.

 

Pero la joven permaneció callada, sin contestar y con la cabeza baja por la vergüenza que sentía en ese momento.

 

- ¿Es que tengo que seguir desnudándote?- le insistió el individuo, al tiempo que le pasaba la punta de la navaja con suavidad por las tetas desnudas.

 

-Está bien. Tú lo has querido. Como no confiesas, seguiré. ¿Quién quiere tocarle las tetas a esta linda putita? Es gratis, invita ella- preguntó el hombre dirigiéndose a la multitud congregada.

 

Rápidamente cuatro hombres y una mujer salieron de entre el gentío, se acercaron y se arrodillaron junto a la prostituta. Una lluvia de manos empezó a acariciar los senos de la chica. Los cinco se afanaban por masajearle los pechos una y otra vez, pellizcando y friccionando los pezones duros y tiesos.

La mujer que había salido del grupo de curiosos logró acercar su boca a la teta derecha de la chica y empezó a lamerle y a chuparle el pezón y toda la mama. Calculo que estuvieron así unos dos minutos para jolgorio del resto de espectadores. Fue entonces cuando se oyó una voz de entre el público:

 

- ¡Quítale de una vez el pantalón! ¡Seguro que esconde el dinero entre las bragas!.

 

La reacción del acusador no se hizo esperar. Primero guardó la navaja en el bolsillo, luego se agachó, abrió el botón del jeans de la joven y se dispuso a quitarle la prenda. La prostituta trataba de defenderse lanzando, en vano, algunas patadas al aire. Pero pronto dejó de forcejear, al darse cuenta de que su lucha era estéril. El hombre le fue bajando el pantalón hasta que se lo sacó por los pies con la ayuda de uno de los manoseadores. Los dos habían tirado tan fuerte del pantalón que le habían bajado también un poco el elástico de las bragas blancas. De nuevo se oyeron risas y gritos de júbilo entre el gentío.

 

Entonces el acusador le dijo a la supuesta ladrona:

 

- ¿No lo ocultarás ahí dentro, no?- refiriéndose al interior de las braguitas.

 

La chica no contestó y rompió a llorar completamente. A punto de verse descubierta y muerta de miedo y vergüenza, se orinó allí mismo delante de todos empapando y manchando sus bragas blancas con el líquido amarillo.

 

Conforme la prenda se iba impregnando de orín, se hacía también evidente la prueba del delito: los billetes robados empezaron a marcarse a través de las bragas mojadas, dejando claro cuál había sido el escondite elegido por la joven para meter el botín del robo. El dueño de la tienda esperó a que el chorro amarillo dejara de manar y entonces fue cuando se decidió a meter la mano dentro de las bragas: sacó los billetes humedecidos por la meada y se sacudió la mano para limpiarse un poco las gotas de orín. Contó el dinero y comprobó que no faltaba nada: había recuperado lo que le había intentado robar aquella mujer. Se guardó el dinero en uno de los bolsillos traseros del pantalón y cuando parecía que aquello ya había terminado, se escuchó una voz de entre los curiosos:

 

- ¡Venga! ¿A qué esperas? ¡Termina de desnudarla, por ladrona y por haber guardado tu dinero ahí!

 

- ¡Sí, eso es! ¡Quítale esas bragas meadas y déjala completamente desnuda, para que escarmiente y no lo vuelva a hacer!- dijo otro hombre.

 

El dueño de la tienda no se lo pensó mucho y de un fuerte tirón desgarró las braguitas de la chica: la prenda quedó rota en dos, inservible y tirada en el suelo junto al charquito de orín. El coño de la mujer, cubierto de abundante vello púbico negro, apareció ante la vista de todos los presentes.

Esto hizo que varios hombres más se sumaran a aquellos que poco antes habían manoseado a la ladrona y que aún permanecían junto a ella.

 

- Retirémosla de acá, de en medio de la calle, y llevémosla allá, al callejón- dijo uno de ellos.

 

Entre todos levantaron a la mujer como si fuera un pelele y la trasladaron hacia el callejón trasero.

Algunos de los espectadores, saciada ya su curiosidad una vez aparecido y recuperado el dinero, optaron por marcharse del lugar. Muchos, sin embargo, siguieron a los que se habían llevado a la chica para ver cómo terminaba todo. Yo, presintiendo lo peor, me dirigí también hacia aquel callejón sucio y maloliente. Una vez allí comprobé cómo habían tumbado ya a la ladrona sobre el suelo. Numerosas manos empezaron a recorrer de arriba a abajo el cuerpo desnudo de la joven: unas acariciaban las tetas, otras se dirigían más abajo para tocarle el sexo aún húmedo por la meada. Varios individuos luchaban entre sí y se empujaban por ser los primeros en poder acercar su lengua y lamer los labios vaginales de la prostituta. Algunos ya le habían introducido antes sus dedos en el coño y habían logrado penetrar con ellos la vagina de la mujer. Esta seguía sujetada en esta ocasión por dos hombres, para que no pudiera levantarse. Indefensa, se limitaba a sollozar y a tratar de revolverse en el suelo. Un par de individuos, que permanecían de pie contemplando la escena, se habían sacado el pene del pantalón y habían comenzado a masturbarse sin perder detalle de lo que allí ocurría. Insaciables, varios hombres seguían manoseando cada poro de la piel de la ladrona y ahora se turnaban para comerle el coño y penetrarlo una y otra vez con los dedos.

 

Las fuerzas se le agotaron a la joven, que ahora ya no hacía nada por defenderse: solo le quedaba esperar a que aquella macabra humillación y violación acabase cuanto antes. La situación se prolongó unos minutos más, tiempo suficiente para que más hombres se sumaran a la acción. Los individuos que habían estado masturbándose se corrieron casi a la vez sobre el rostro de la chica, dejándolo cubierto del espeso y blanco semen.

Yo ya había perdido la cuenta de cuántos hombres habían estado en contacto con el coño de la ladrona, pero sobrepasaba con creces la docena. Cuando uno de estos individuos extrajo los tres dedos que había metido en la vagina de la mujer para penetrarla, pude apreciar cómo del sexo de la chica comenzaba a destilar un flujo vaginal viscoso.

 

Cuatro hombres más estaban ahora agitándose la polla junto a la mujer, pero ninguno se había atrevido a meterle la verga en el coño. Esto quedó reservado para el dueño de la tienda. Entre varios hombres le separaron las piernas a la mujer todo lo que pudieron: el coño de la joven estaba totalmente abierto y los labios y la vulva se veían enrojecidos por la irritación de todo lo que estaban soportando.

En ese momento decidí hacer lo que debería haber hecho muchísimo antes y que el miedo a ser agredido me había impedido: llamar a la policía. Pese a lo que me habían comentado de que no serviría de nada, pues no solían hacer acto de presencia, no perdería nada por intentarlo.

Salí discretamente del callejón y busque el teléfono público más cercano.

Me puse en contacto con la policía y comprobé el poco interés que se estaba tomando por lo que yo les relataba, especialmente cuando les dije el nombre de la calle desde la que llamaba. Sólo me comentaron que, por mi propia seguridad, no interviniese, que ellos se pasarían cuando hubiese algún agente disponible.

 

Tras finalizar la llamada, regresé al callejón y, al llegar, contemplé cómo el dueño de la tienda penetraba con su verga cubierta con un preservativo a la joven.

 

- Esto es por haberme intentado robar. Espero que te sirva para no volver más por esta zona y para que no vuelvas a pisar mi tienda- dijo sin dejar de deslizar su verga dentro del coño de la ladrona.

 

Cuando el hombre intensificó tanto la velocidad como la energía de sus movimientos, la prostituta comenzó a gemir, momento también en que el primero de los individuos que se pajeaba junto a ella se corrió, soltando chorros de leche sobre el cuerpo de la mujer. Sucesivamente hicieron lo mismo los demás hombres hasta dejar todo el cuerpo de la chica embadurnado de esperma.

Mientras, el dueño de la tienda seguía a lo suyo y bombeaba vertiginosamente. Los gemidos de la joven eran cada vez más sonoros y retumbaban en el callejón. Al tiempo que la penetraba, le sobaba las tetas con una de sus manos y extendía el semen derramado por los otros.

 

Tras dar un par de violentos impulsos más, el hombre comenzó a gritar, sacó su polla de la vagina de la mujer y se quitó el preservativo justo a tiempo para regar con su leche el vello púbico de la ladrona. Los goterones de semen chorreaban por los pelos del coño llegando hasta la vagina de la mujer.

 

Lentamente el callejón se fue despejando de curiosos y de participantes en la vejación, mientras la ladrona seguía tumbada en el suelo, sucia y cubierta de semen, aunque ya libre y sin ser agarrada por nadie. Finalmente me quedé yo solo, delante de la mujer. Me miró insegura, tal vez pensando que yo iba continuar y prolongar su castigo, pero pronto comprendió que no la iba a tocar. Me quedé inmóvil, sin saber qué hacer ni qué decir, mientras la mujer intentaba limpiarse los restos de semen como buenamente podía.

Varios minutos más tarde llegaron al fin dos agentes de policía. Traté de explicarles lo que había ocurrido, pero ellos me interrumpieron, diciéndome:

 

- No se preocupe, caballero. Ya nos ocupamos nosotros.

 

Uno de ellos volvió al coche, trajo una manta, cubrió con ella a la mujer y entre los dos policías condujeron a la joven al vehículo policial. Los tres se subieron al coche y abandonaron el lugar.

 

Lo que viví en la República Dominicana es algo que no creo que se me olvide con facilidad y demuestra lo cruel que puede llegar a ser a veces el ser humano.

 

Podéis leer otros relatos en esta página y en mi blogg:  http://ratosdesexo.blogspot.com.es/

 

 

 

 

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