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La rusa y mi biberón (reedición).

en Voyerismo

LA RUSA Y MI BIBERÓN.

 

 

AVISO: Es una reedición del relato que en su día publiqué bajo mi primer nick de autor, "David".

 

 

Hace un par de semanas, aprovechando uno de los primeros domingos calurosos del año, decidí ir a una playa gaditana para pasar la jornada.

Me levanté temprano y cogí el primer autobús que salía de mi ciudad a las 8.00 hacia esa localidad. Lo único que llevaba en la mochila era el bañador, algunos bocadillos, agua y refrescos, la toalla y la crema protectora.

A eso de las 9.15 llegó el autobús a su destino. Aproveché para sacar en la estación el billete de vuelta para las 19.00 y después me dirigí ya a la playa, que quedaba a escasos 10 minutos de la estación de autobuses. Me gusta pasear temprano por la playa, cuando todavía no hay apenas gente. Así que entre lo temprano de la hora y que en el mes de mayo aún no hay mucha afluencia en las playas, cuando llegué al paseo marítimo y me asomé a la playa, ésta estaba desierta. Bajé por las escaleras de acceso y comencé a dar un paseo aprovechando que la marea estaba baja y que había suficiente espacio para caminar por la arena húmeda. Mi intención era pasear durante 1 hora antes de ponerme a tomar el sol y a relajarme sobre la arena.

Durante los primeros minutos de paseo no me crucé casi con nadie, exceptuando una chica que hacía footing, una pareja de ancianos que también estaban paseando y un hombre que jugaba con su perro. Conforme iba avanzando y dejaba atrás la zona más céntrica de la playa, dejé de cruzarme con otras personas. Llevaba ya más de 20 minutos caminando y me detuve un momento: saqué de la mochila el bañador, me quité las bermudas y mi bóxer y me puse el bañador. Tras guardar las bermudas y el bóxer en la mochila reanudé el paseo. El sol, pese a ser aún temprano, empezaba a apretar.

Estaba ya en la zona de la playa que en verano es la más tranquila, pues sólo la frecuentan las personas que viven en una urbanización que hay en las cercanías. Exceptuando los meses de julio, agosto y septiembre y algunos puentes o vacaciones como las de Semana Santa, tanto la urbanización como esa zona de la playa están prácticamente desiertas. Por eso me sorprendió ver a lo lejos a dos mujeres sentadas cerca de la orilla.

Continué caminando y poco a poco me fui acercando a las dos mujeres. Entonces vi con más claridad que eran dos mujeres de unos 30 años. Tenían pinta de ser extranjeras. Una de ellas era morena y estaba vestida con atuendo deportivo: llevaba un conjunto negro de camiseta ajustada sin mangas y unas mallas y zapatillas deportivas. Estaba sentada en la arena haciendo estiramientos. Y la sorpresa me la llevé con la otra mujer: era de pelo rubio y de piel blanca y estaba en topless y sólo con un tanga rojo puesto y con los pies metidos en el agua. Cuando pasé por la orilla a la altura de las mujeres me fijé mejor y comprobé que el tanga que llevaba la mujer no era de una prenda de baño, sino de ropa íntima. Al lado de la otra mujer, sobre la arena, estaban las zapatillas de deporte de la rubia y sus mallas azules y su camiseta blanca. Era evidente que ambas habían bajado a la playa a hacer algo de deporte.

La chica morena continuaba con sus ejercicios de estiramiento, mientras que la rubia me miró pero ni se inmutó, pese a que aproveché para disminuir mi ritmo de paseo y disfrutar mejor de su bonito cuerpo semidesnudo. Tenía unos pechos grandes, con unas aureolas rosadas y sus pezones estaban tiesos.

No me esperaba ver ese cuerpo y continué caminando unos pasos más. Sin embargo reaccioné rápido y se me ocurrió volverme y sentarme cerca de ellas a ver qué ocurría. Lo peor que podía pasar era que la rubia se vistiera y que ambas se marcharan de allí. Pero no tenía nada que perder, así que me di la vuelta, llegué de nuevo a la altura de ambas mujeres, me detuve, me quité la mochila de la espalda y me senté sobre la arena.

La chica morena se giró, me miró, pero no dijo ni hizo nada: prosiguió tranquilamente con sus ejercicios. La rubia hizo un gesto como de sorpresa y cuando yo creía que eso conllevaría que se vistiese, no fue así: simplemente sonrió se dio la vuelta y continuó mirando al horizonte del mar, mostrándome su hermoso culo, en cuya rajita se hundía la fina tela del tanga rojo. Yo, lógicamente me alegré de que a la mujer no le importara que estuviese allí contemplando su cuerpo, y pensé que o para ella eso era algo natural o que le gustaba que un hombre la mirase semidesnuda. Esta segunda idea comenzó a excitarme mucho y yo quería arriesgar e ir un poco más lejos: ya que esa mujer me estaba mostrando sus tetas y su culo, pensé que a lo mejor le gustaría ver mis partes íntimas.

Me metí la mano por dentro del bañador, saqué mi pene y mis testículos de ese forrito blanco que suelen traer los bañadores masculinos y me recoloqué el bañador de manera que por la abertura de la pierna izquierda asomara tímidamente mi polla. Estuve así sentado varios minutos hasta que por fin la chica morena cambió de postura en sus estiramientos y me miró la entrepierna. Mantuvo su mirada unos segundos, se sonrió y prosiguió con sus ejercicios. Mi primer intento había fallado, pues la mujer no se inmutó apenas, pero al menos tampoco se había enfadado y yo me sentía excitado por exhibirme delante de ella. Poco después la mujer rubia se dio la vuelta y anduvo un par de metros hasta llegar a donde estaba su amiga. No pude evitar mirarle sus tetas de forma descarada, ella se dio cuenta, pero lo único que hizo fue sonreírme de nuevo. Entonces vio por fin que mi pene sobresalía por la entrepierna del bañador y ya no lo hacía tímidamente como antes: mi calentón había hecho que mi polla se pusiera tiesa y asomara en su mitad por fuera del bañador. La mujer se quedó mirando ahora mi pene unos segundos de forma tan descarada como yo le había mirado sus senos. Después, y para mi sorpresa, me guiñó un ojo. Le había gustado lo que había visto.

Yo estaba ya tan caliente que pensé en desnudarme por completo. Pero preferí esperar a ver cómo reaccionaba la mujer. Y pronto obtuve respuesta: mientras seguía mirándome el pene, se llevó su mano derecha a su entrepierna y se empezó a acariciar su coño por encima del tanga. La otra mujer se dio cuenta, la miró, después me observó a mí y, haciendo un gesto como diciendo “vaya estos dos”, continuó con lo suyo. Estaba demostrando ser de piedra o difícil de excitar. Poco después se levantó, se sacudió la arena de sus mallas, le dijo algo a su amiga en un idioma que yo no entendí y se marchó de allí saliendo por las escalerillas que dan al camino que conduce a la urbanización.

Nos quedamos solos la rubia y yo y no quise esperar más. Me levanté de la arena y me acerqué a la mujer. La saludé con un “hola”, pero no me dio tiempo a decirle nada más. Ella me cogió las manos y me las puso sobre sus grandes tetas para que se las acariciara. Mi pene se había salido ya completamente de la entrepierna del bañador y al acercarme a acariciarle los senos a la mujer, rozaba uno de sus muslos y lo mojaba con mi líquido preseminal. La mujer, en cuanto sintió esa humedad en su pierna, pasó por ella uno de sus dedos y se lo llevó primero a su nariz y después a su boca.

Yo comencé a masajearle sus pechos, a pellizcarle sus duros pezones y a mordisqueárselos. Ella seguía tocándose con una de sus manos su vagina todavía por encima del tanga. Por sus muslos empezó a chorrear los flujos de su coño: se había corrido por primera vez y la parte delantera del tanga se veía empapada.

Ninguno de los dos hablábamos, ni falta que nos hacía: estábamos disfrutando de aquella situación y eso era lo importante.

Ella me bajó por fin el bañador, se agachó y cogió mi polla con una de sus manos: empezó a masturbarme suavemente, mientras yo le acariciaba su cabello. En ese momento pasó de vuelta la chica que hacía footing y con la me crucé al principio de mi paseo. Se nos quedó mirando sorprendida, pero continuó con su carrera.

La mujer seguía masturbándome y tanto su mano como la piel de mi pene estaban impregnados de mi pegajoso líquido preseminal. Yo sabía que no iba a aguantar sin correrme mucho más, así que decidí que la mujer dejara de masturbarme, le aparté delicadamente su mano de mi polla y ella se puso de pie. Le quité su tanga empapado y lo puse sobre sus mallas que estaban en la arena. Me agaché y comencé a pasarle mi lengua por sus labios vaginales. Ella comenzó a gemir de placer, le abrí los labios con mis manos y empecé a follar su coño con mi lengua. Se la metía y sacaba lo más rápido que podía. Estuve así un par de minutos, provocando que sus gemidos fueran en aumento. Después le introduje primero uno de mis dedos, luego otros dos y con esos tres dedos la masturbé hasta que lanzó varios gritos fuertes y se corrió por segunda vez, en esta ocasión sobre la palma de mi mano. Me sequé mi mano mojada sobre sus glúteos.

Yo me puse de pie y fui a meterle mi polla en su coño, pero ella me hizo un gesto de negación: yo no llevaba preservativo y supongo que ella no quería ser penetrada sin protección. De manera que se puso de rodillas y abrió su boca para que le metiese hasta el fondo mi polla. Yo se la introduje poco a poco y ella con su lengua me acariciaba mi glande, dándome un enorme placer. Comencé con suaves y lentos movimientos de penetración y sentía cómo mi pene chocaba con todas las partes de su boca y de su garganta. A continuación paré con mis movimientos y dejé que fuera ella quien me hiciera una felación.

La mujer no paraba de chupar mi polla como si fuera un biberón esperando probar mi leche caliente. Unas veces sus movimientos eran rápidos, luego frenaba el ritmo, hacía movimientos circulares con mi verga dentro de su boca y me masajeaba con su mano mis testículos a punto de reventar.

Cuando empecé a gritar dando síntomas de que estaba a punto de eyacular, ella aceleró definitivamente el ritmo de la felación, yo lancé un grito de placer y descargué varios chorros de semen dentro de la boca de la mujer. Ella se lo tragaba como podía, hasta que finalmente no pudo más, se atragantó un poco y no tuvo más remedio que abrir su boca y liberar mi polla, llenándole entonces una última descarga de leche la cara. Cuando se recuperó un poco, se pasó varios dedos por su cara, recogió el semen y se lo llevó a la boca para aprovechar hasta la última gota.

A continuación se abrazó a mí y estuvo así con sus tetas y el resto de su cuerpo pegado al mío durante unos instantes. Después me besó, se separó de mí y se dispuso a vestirse. Se puso la camiseta blanca ceñida a través de la cual se le transparentaban sus pezones todavía firmes y duros y fue a ponerse el tanga. Entonces le pedí en un español lento para que me entendiese bien que si me podía quedar con él. Ella esbozó una sonrisa asintió con la cabeza y me lo entregó. Todavía estaba mojado por los flujos vaginales de la mujer.

En un español básico y pronunciado con dificultad me dijo que ella era de Rusia, que había venido con su amiga a pasar unos días en el sur de España y que habían alquilado un pequeño apartamento de la urbanización. Yo le dije que sólo había venido a pasar el día y que me marcharía por la tarde.

 

- Lástima, te podrías haber quedado con nosotras en el apartamento y haber disfrutado de más sexo- me comentó.

 

- Ojalá pudiese, pero tengo que marcharme esta tarde. No estoy de vacaciones- le dije yo.

 

- De todas formas ha estado bien, ¿no crees?- me preguntó.

 

- Claro que sí. Espero que hayas disfrutado tanto como yo- le respondí.

 

Ella me sonrió y asintió con la cabeza, mientras se ponía las mallas, ya sin ropa interior debajo, Después se calzó las zapatillas deportivas, me volvió a besar y se marchó por el mismo lugar por el que su amiga lo había hecho un buen rato antes. Su espectacular anatomía resaltaba aún más con esa ropa ceñida.

Yo guardé el tanga de la mujer en mi mochila, me puse mi bañador, me coloqué la mochila a la espalda y emprendí el camino de vuelta hacia la zona más céntrica de la playa donde iba a pasar el resto del día, que transcurrió sin poder quitarme de la cabeza la agradable y excitante experiencia que había vivido con aquella chica rusa.

 

Por supuesto que conservo su tanga rojo tal cual me lo entregó guardado en una bolsita de plástico como recuerdo de aquella mujer.

 

 

Más relatos y otros textos míos en esta página y en mi blog: http://ratosdesexo.blogspot.com.es/

 

 

 

 

 

 

 

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