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Quid pro quo (3). Folladas por universitarios.

en Grandes Series

QUID PRO QUO 3. FOLLADAS POR UNIVERSITARIOS.

 

Aclaración previa: es la reedición de mi relato publicado en mi primera etapa como autor de esta página, bajo el nombre de David. Para la mejor comprensión de la historia sería conveniente leer previamente los otros dos relatos de la serie.

 

El tercer castigo que Rocío y Patricia tendrían que cumplir para compensar lo que hicieron conmigo era el siguiente: las llevaría a una fiesta americana en un local de copas situado en un polígono a las afueras de la ciudad. La fiesta estaba destinada especialmente a jóvenes universitarios americanos que estudiasen en la ciudad, pero podía acudir todo tipo de gente que fuera mayor de edad. Había visto en la facultad varios días antes el cartel que anunciaba la fiesta y no me lo pensé dos veces.

Se celebraría ese mismo sábado a partir de las 23.00 horas y por el pago de la entrada se ofrecía, entre otras cosas, barra libre y un concurso de toro mecánico.

Se lo comuniqué a ambas mujeres a mediodía y no les quedó más remedio que aceptar, si no querían que fuera por ahí contando a lo que se habían estado dedicando conmigo. Además Silvia, la hija de Rocío, estaba pasando el fin de semana en casa de unos amigos, por lo que no se enteraría de nada. Mis instrucciones sobre la vestimenta que deberían llevar fueron claras: el vestido más corto y sexy que tuviesen. A Rocío le dije que se lo pusiera sin ningún tipo de ropa interior debajo y a Patricia le comenté que llevara bajo el vestidito únicamente un tanga, nada de sujetador.

La espera hasta la hora en que saldríamos hacia el local se me hizo eterna, pues estaba impaciente por ver si mi plan saldría como yo esperaba. A la hora fijada estábamos los tres en la puerta de la casa de Patricia listos para partir. Rocío llevaba un vestido negro, ceñido, que dejaba al descubierto más de la mitad de sus muslos y con un escote tipo palabra de honor. Se levantó el vestido un poco y me mostró su coño depilado, para que pudiera comprobar que no llevaba bragas.

Patricia, por su parte, tenía puesto un vestido de color celeste, muy corto y ajustado y con una cremallera que lo cerraba por la parte de la espalda.

- Esos niñatos americanos que acudan a la fiesta se van a quedar con la boca abierta- les dije a ambas.

Abandonamos el edificio y tomamos un taxi para llegar hasta el local nocturno. El taxista, un tipo gordo, de pelo canoso y de unos 55 años, aprovechó todo el trayecto para mirar a través del espejo a las dos mujeres que iban sentadas en la parte trasera del vehículo luciendo sus muslos. Pude comprobar claramente como en una ocasión su cara se llenó de asombro y alegría al mismo tiempo: aquel tío había conseguido su objetivo de ver algo más que los muslos de las dos mujeres, tal vez las bragas de Patricia, tal vez el coño descubierto de Rocío. Al llegar a nuestro destino, el mismo gesto, más exagerado incluso, se volvió a repetir cuando ambas tuvieron que abrir mucho sus piernas para poder moverse de sus asientos y bajarse del taxi. Aquel tipo se sentiría un afortunado esa noche, ya que cobró doblemente por su trabajo: en metálico y en forma de regalo para la vista y para su pene.

Cuando el taxista se marchó le comenté a las dos mujeres:

- Ya habéis calentado al primero esta noche. Espero que sean muchos más los que disfruten con vosotras.

Tras pagar las entradas accedimos al local, en cuyo interior la música sonaba potente y había ya un buen ambiente. Casi todos los allí presentes eran estudiantes americanos, aunque también había varias parejas algo más maduras, supongo que clientes habituales del local y que esa noche se habían visto mezclados con el numeroso grupo de universitarios. Muchos de los chicos no tardaron en percatarse de la presencia de Rocío y de Patricia: las recorrían de arriba a bajo con la mirada, atraídos por el provocativo aspecto de ambas.

Yo había decidido no probar ni gota de alcohol, para mantenerme hábil y despierto de cara a todo lo que pudiera ocurrir. Sin embargo, las dos mujeres, al igual que el resto de personas que se encontraban en la sala, empezaron a probar los distintos tipos de bebidas alcohólicas ofrecidas por el local. De forma que los efectos del alcohol no tardaron mucho en aparecer entre los asistentes. Todos disfrutaban bailando al ritmo de la música y decidí apartarme algo de Rocío y Patricia para dejar vía libre a cualquier admirador que quisiera acercarse a charlar con ambas y a ligar con ellas. No hizo falta esperar mucho para que esto sucediera y pronto un grupo de tres chicos entablaron conversación con las dos, que les seguían el juego tal vez al sentirse halagadas por ver el interés despertado en aquellos jóvenes, que podrían ser perfectamente sus hijos.

A las 3.00 de la mañana comenzaba la prueba de toro mecánico programada para aquella noche: era una competición por parejas, cuyos dos integrantes deberían subirse a la vez sobre el toro y ganaría la pareja que, por medio de alguno de sus miembros, aguantara más tiempo encima de la máquina en marcha. El premio para la pareja ganadora era de 200 euros, ofrecido por una importante marca de bebidas alcohólicas.

Y ese era motivo por el que había hecho que las dos mujeres me acompañaran a aquel local: quería que participaran en la prueba y por eso les había hecho ponerse la indumentaria sexy que llevaban. Estaba convencido de que calentarían al máximo a todos los jóvenes allí presentes. De modo que poco antes de que hubiera comenzado la competición, me había acercado a Rocío y a Patricia y les indiqué que se apuntaran. Ellas obedecieron sin poner ningún tipo de pegas, se acercaron a la azafata que se encargaba de llevar el control y dieron sus nombres.

La azafata, micrófono en mano, fue leyendo los nombres de los participantes y asignó el orden de participación a cada pareja. En total participarían 8 y a Rocío y a Patricia les tocó el penúltimo turno. Algunas parejas estaban formadas por dos chicos, otras por dos chicas y un par de ellas eran mixtas. Alrededor de la zona habilitada para la prueba se fue congregando bastante público que, cámara de fotos o móvil en mano, se disponía a grabar la participación de las parejas y sus caídas del toro. Los participantes fueron subiendo a la máquina en riguroso orden y la mejor marca la había establecido la segunda pareja, al conseguir aguantar 3. 46 minutos sobre el toro.

Por fin le tocó el turno a la pareja formada por Rocío y Patricia. Yo sabía que en el estado en el que se encontraban por la gran ingesta de alcohol no aguantarían mucho tiempo encima del toro, pero confiaba en que fuera el suficiente para excitar al personal masculino que presenciaba la prueba. Primero se subió a la máquina Patricia, que se sentó delante, y tras ella se acomodó Rocío. Todo fue sentarse sobre el toro y, por la postura y por lo corto de sus vestidos, las dos mujeres quedaron con la prenda casi a la altura de la ingle. A Rocío, que estaba tapada por Patricia, aún no se le veía nada. Pero Patricia les estaba mostrando ya a todos la parte delantera de su tanga verde. Cuando se percató de ello y de que la multitud congregada apuntaba con sus cámaras y móviles a su entrepierna, intentó taparse un poco, pero fue en vano: inmediatamente la máquina se puso en movimiento y la mujer tuvo que dejar de cubrirse con su mano para agarrarse a la cuerda que había alrededor del cuello del toro, si no quería caerse a las primeras de cambio. De nuevo su diminuta prenda íntima quedó a la vista de todos, mientras la máquina se movía lentamente y por detrás Rocío se aferraba con la mano derecha a otra de las sujeciones y con la izquierda al vestido de Patricia.

La velocidad del toro se incrementó tras unos segundos, provocando los primeros apuros en ambas mujeres. Los esfuerzos de Patricia por mantener el equilibrio hicieron que el vestido se le subiera todavía más: lo tenía ya a la altura de la cintura y estaba sentada directamente con su tanga sobre la máquina. De vez en cuando trataba inútilmente de recolocarse su vestido, pero no lo conseguía. Los chicos que contemplaban la escena se deleitaban con lo que estaban viendo y no perdían detalle del triángulo verde que cubría el sexo de la mujer. En ese momento el toro comenzó a girar de forma que las dos mujeres quedaron de espaldas a los espectadores. El cambio de orientación provocó que fuera Rocío quien estuviera expuesta ahora directamente a los ojos del público. Debido a los bruscos movimientos tanto del toro como de ella para mantenerse sobre la máquina, el vestido ceñido negro de Rocío se le había subido lo suficiente como para dejar al descubierto su culo, libre de cualquier ropa interior.

Los jóvenes no se creían lo que estaban contemplando: aquella mujer les estaba enseñando todo su trasero, toda la raja de su precioso culo. Entre gritos de júbilo piropeaban a la mujer sin dejar de grabar y de fotografiar lo que sucedía. Ella se afanaba por seguir más tiempo sobre la máquina y, cuando se volvió a producir un aumento de la velocidad, se agarró con tanta fuerza al vestido de Patricia por la parte de los hombros que se lo bajó casi hasta la mitad de la espalda. Rocío no aguantó mucho más y pocos segundos más tarde cayó sobre la colchoneta que había alrededor del toro. Quedó tendida unos instantes, algo aturdida, con el vestido subido y enseñándole a todos su coño depilado. Se recolocó la prenda lo más rápido que pudo, pero no pudo evitar que el público gozara viendo su sexo. El calentón de los jóvenes fue a más cuando el toro volvió a girar y se dieron cuenta de que Patricia aguantaba aún sobre la máquina, con la parte delantera de su vestido bajada, con las tetas al aire y con su tanguita verde algo desplazado, dejando ver ligeramente uno de sus labios vaginales. Cuando se cumplían 2 minutos y 28 segundos de permanencia sobre el toro, Patricia cayó finalmente a la colchoneta. Entre el efecto del alcohol consumido y los movimientos soportados estaba tan confusa que no acertaba a colocarse bien el vestido para tapar sus intimidades.

Rocío, ya repuesta, se acercó para ayudar a su amiga, pero en ese momento un grupo de cuatro chicos y una chica se abalanzaron sobre Patricia, la cogieron en brazos y la sacaron fuera del local entre risas y gritos. Rocío iba detrás tratando de que soltaran a Patricia, pero sin conseguirlo. Tras unos instantes de incertidumbre me decidí a salir también fuera del local, para ver qué pretendían aquellos jóvenes. Unos metros más allá de la puerta del local me encontré a Rocío agachada vomitando todo el alcohol que había ingerido, mientras el grupo de universitarios corría llevando en volandas a Patricia hacia un descampado cercano. Inicié la persecución a la carrera y pronto empecé a acercarme al grupo. Poco antes de darles alcance vi cómo le rompían el tanga a Patricia y lo tiraban al suelo. Continué corriendo hasta alcanzar definitivamente a los jóvenes, justo en el instante en el que llegaron al descampado y uno de ellos terminaba de quitarle a Patricia el vestido. Ya en el descampado a los chicos no les importó lo más mínimo mi presencia, tumbaron a Patricia en el suelo y comenzaron a manosearla por todo el cuerpo. Ella trataba de apartar el aluvión de manos que rozaban todas sus intimidades, aunque sin ningún éxito. Finalmente desistió y a los pocos instantes pude comprobar con asombro que Patricia empezaba a disfrutar de todas aquellas manos tocando su cuerpo. Emitía leves gemidos de placer que se fueron intensificando cada vez más.

Dos de los jóvenes y la única chica palpaban sin cesar los pechos y el coño de Patricia, al tiempo que los otros dos chicos comenzaban a desnudarse apresuradamente: en pocos segundos se quedaron completamente desnudos, exhibiendo dos pollas gruesas y duras, deseosas de penetrar a la madura. Pronto los otros dos americanos imitaron a sus compañeros y se despojaron de toda su ropa, al igual que la chica, que se quitó su camiseta, sus vaqueros, el sujetador blanco y se quedó sólo con las bragas puestas.

Era una chica rubia, de pelo rizado, con una piel muy blanca y con bastantes kilos de más. Sus mejillas estaban rojas y su cuerpo sudoroso por el esfuerzo que le había supuesto la carrera hasta el descampado. Sus tetas eran enormes, pero estaban algo caídas y se bamboleaban con cada movimiento de la joven. Cogió el móvil de su pequeño bolso y comenzó a grabar toda la escena. Con un castellano correcto me dijo que si no me unía a la fiesta, a lo que le respondí que de momento prefería sólo mirar. Así que saqué mi cámara del bolsillo y empecé a grabar también el comienzo de aquella orgía. Justo en ese momento apareció Rocío ya algo recuperada de sus excesos alcohólicos. Se quedó sorprendida cuando observó la escena de su amiga tumbada desnuda en el suelo y casi a merced ya de todas esas pollas jóvenes dispuestas a perforar todos los orificios de la mujer. Patricia, incluso, había comenzado a masturbarse con sus dedos contemplando aquellas vergas empalmadas. Los universitarios se alegraron de ver allí también a Rocío. Uno de ellos se dirigió hacia ella y le dijo en castellano:

- Ya hemos visto antes que no te has puesto bragas esta noche. Seguro que lo has hecho pensando en follar con el primero que encontrases. Pues aquí tienes a cuatro voluntarios dispuestos a lo que tú les pidas. ¡Vamos, quítate de una vez el vestido, que no te vas a arrepentir!

No tuve que hacerle ningún gesto a Rocío: ante mi sorpresa complació al chico y se despojó de la prenda, quedando completamente desnuda ante los ojos de los cinco americanos, los de Patricia y los míos. Cada vez estaba más convencido de que las dos mujeres se estaban convirtiendo en dos auténticas putitas y todo como consecuencia de haberme espiado y grabado en el baño de la casa. Una vez que Rocío se encontraba ya desnuda, los chicos hicieron que se tumbara junto a Patricia. Dos de los jóvenes se acercaron entonces a ésta y los otros dos a Rocío. De pronto uno de los americanos gritó algo en inglés que no logré entender y al instante los cuatro jóvenes comenzaron a orinar sobre los cuerpos desnudos de las dos mujeres. Por su parte la chica americana, que seguía grabando todo, detuvo un momento la grabación, se aproximó todavía más hasta el rostro de Rocío, se apartó ligeramente las bragas y empezó a soltar una larga meada. Rocío y Patricia quedaron completamente empapadas por el orín de los cinco jóvenes y trataban de secar sus rostros con las manos.

Los universitarios hicieron que rápidamente las dos mujeres se pusieran en pie y con fogosidad y por parejas comenzaron a manosearlas de nuevo, mientras que la chica retomaba la grabación de la orgía. Con enorme ansia y deseo los cuatro americanos besaban a las mujeres, les pellizcaban los pezones y les daban palmadas en los glúteos hasta enrojecérselos. En medio de todo aquello la americana se quitó sus bragas y me las arrojó a la cara. Su sexo quedó expuesto ante mí, un sexo cubierto de abundante vello púbico y con unos labios vaginales gruesos y ya húmedos por la excitación.

Mientras ella y yo seguíamos grabando, dos de los chicos se quedaron con Patricia y los otros dos con Rocío. Ésta había cogido con fuerza y ganas la polla de cada joven y, una en cada mano, empezó a agitarlas con insistencia. Por su parte Patricia tenía ya en su boca la verga de otro de los chicos, a la vez que el cuarto se empeñaba en intentar penetrarla por detrás. Al tercer intentó logró hundir su miembro en el ano de la mujer, produciéndole tal dolor que tuvo que abrir la boca y soltar la polla que estaba mamando para dar un fuerte gemido. Pero no tardó mucho en continuar con la felación que había iniciado.

La chica americana ya no pudo contenerse más, dejó de grabar y se acercó a Patricia para magrearle las tetas: por las ganas con que lo hacía y viendo que era su objetivo prioritario, me dio la impresión de que debería de ser lesbiana. Rocío seguía masturbando frenéticamente a los dos chicos, hasta que uno de ellos le pidió que soltara su miembro para colocarse tras ella: desde atrás comenzó a friccionar los pezones de la mujer. Ella dejó de masturbar también al otro chico para que la follase por delante. El joven se humedeció la polla con saliva y poco a poco fue introduciendo su verga en el coño depilado de Rocío. Ésta cerró los ojos de placer y se dejaba hacer por aquellos dos universitarios extranjeros. El americano que le pellizcaba los pezones dejó de hacerlo para comenzar a penetrarla por detrás: ahora ya tenía las dos vergas en su interior, en su coño y en su culo. A escasos metros Patricia seguía lamiendo y chupando el miembro de uno de los jóvenes, en una acción que parecía interminable hasta que, entre gritos de placer, el chico terminó inundando con su semen la boca de Patricia, que se afanaba por no desaprovechar ni una gota del espeso y caliente líquido. Casi a la vez el otro joven, que había acelerado sus movimientos de mete y saca, descargó toda su leche dentro del culo de Patricia. Al acabar se quedó con la polla metida en el ano de la mujer un buen rato: cuando por fin la sacó, su semen comenzó a chorrear desde dentro del culo de la mujer bajando por los muslos.

La universitaria aprovechó que sus dos amigos ya habían terminado para empezar a comerle el coño peludo a Patricia, que consentía absolutamente todo. A continuación la joven comenzó a introducir varios de sus dedos en la vagina de la mujer y con lentitud la penetraba manualmente. Patricia, tremendamente excitada por todo lo que había experimentado y estaba experimentando, no tardó mucho en soltar los flujos propios de su corrida sobre la palma de la mano de la chica. Los otros dos jóvenes aguantaban aún y seguían penetrando a Rocío por delante y por detrás, mientras los demás, exhaustos, contemplaban la escena. Aquellos dos universitarios seguro que se estaban llevando el mejor recuerdo de su estancia estudiantil en España. Como dos posesos embestían a la mujer que no paraba de gemir de placer. El chico que le estaba dejando el ano bien satisfecho empezó a dar síntomas de que no tardaría mucho en correrse y su compañero no tardó en evidenciar los mismo. Al mismo tiempo extrajeron sus gruesas y enrojecidas pollas de los orificios de la mujer, se colocaron los dos delante de ella, se agitaron un par de veces sus miembros y casi al unísono comenzó a salir de ellos a borbotones y chorros todo el semen acumulado. El líquido impactaba contra el ombligo, el coño y los muslos de Rocío, por los que chorreaba hacia abajo.

Rocío, cuyo interior había sido removido por completo por las dos pollas, se agachó allí mismo delante de todos y, sin poder contenerse, se puso a mear y a defecar. Mientras ella terminaba de hacer todas sus necesidades, me acerqué hacia la chica universitaria. Paré definitivamente la grabación de aquella sesión de sexo y comencé a desnudarme: no quería que la americana se fuera de ese lugar sin probar mi semen, pese a su aparente lesbianismo. Cuando terminé de quitarme la última prenda que me quedaba, mi slip, mi verga salió como un resorte, tiesa y liberada. Tenía todo el capullo húmedo y pegajoso de líquido preseminal. La chica, contra pronóstico, no le hizo ascos a mi polla e inició una deliciosa y placentera mamada. ¡Qué bien lo hacía la muy zorra, seguro que experta pese a sus apenas 20 años. Con sus labios rozaba una y otra vez la piel de mi miembro y con su lengua acariciaba mi glande. Sus movimientos se fueron acelerando cada vez más, mientras yo trataba de contenerme como podía para no correrme aún: apretaba hacia adentro para no descargar todavía y disfrutar algo más. Sentía ya dolor en el bajo vientre y en los testículos y parecía que iba a reventar. No pude más: saqué mi polla apresuradamente de la boca de la americana justo a tiempo para disparar todo mi semen sobre el rostro enrojecido de la joven. El esperma chorreaba por los ojos de la chica, por su nariz, mojando toda la comisura de sus labios. Enseguida comenzó a relamerse y a recoger con sus dedos la leche que no lograba alcanzar con la lengua. Se tragó hasta la última gota.

 

Cuando todo aquello terminó, los extranjeros empezaron a vestirse. La americana buscaba por el suelo sus bragas blancas para ponérselas, pero sería en vano: cuando me las arrojó a la cara las cogí del suelo y me las guardé en el bolsillo del pantalón. Quería un recuerdo de aquella “gordita” y además hacer que tuviera que marcharse de allí sin bragas. No le quedó más remedio que desistir en su búsqueda y ponerse los vaqueros sin nada debajo. Los cinco se despidieron de nosotros y se marcharon de allí satisfechos.

Rocío y Patricia se limpiaron como pudieron, cogieron sus vestidos del suelo y se los pusieron como única prenda. Yo también terminé de vestirme y salimos de aquel descampado. Las dos mujeres olía fuertemente a orín y a sexo. Al llegar a la zona de carretera, tuvimos la suerte de que un taxista se detuviera ante mis señas, pese al aspecto que llevábamos, y nos llevara de regreso a casa.

El tercer juego había terminado. Quedaban otros tres por delante.

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Gracias, vecina.