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Quid pro quo 2: En la tienda de lencería.

en Grandes Series

              QUID PRO QUO 2. EN LA TIENDA DE LENCERÍA.

 

Advertencias: este relato es una reedición del que publiqué bajo el nombre de "David" en mi primera etapa como escritor en esta página. Sería conveniente la lectura del primer episodio para poder comprender mejor la trama de esta segunda historia.

 

 

A la mañana siguiente le dije a Patricia que quedara con Rocío en casa a la misma hora que el día anterior: cuando yo regresara al piso les explicaría en qué consistiría el segundo “castigo”.

Me retrasé un poco, pero a las 21.00 horas llegué al inmueble y al entrar en el salón me encontré a las dos mujeres que estaban esperándome. En seguida pasé a exponerles lo que había tramado en esta segunda ocasión:

- El otro día, paseando por el centro, vi que mañana van a inaugurar una nueva tienda de lencería tanto femenina como masculina. Será en un horario especial a las 00.00 horas y estará abierta hasta las 02.00 de la madrugada.

Para llamar la atención y hacerse publicidad han decidido regalar lotes de prendas íntimas a las 100 primeras mujeres y a los 100 primeros hombres que se presenten en el establecimiento. Eso sí, deben hacerlo en ropa interior y han establecido el siguiente baremo para regalar dichas prendas: a los hombres que acudan en slip o bóxer se les regalarán 3 de esas prendas; las mujeres que se presenten en sujetador y bragas serán obsequiadas con tres lotes completos de dichas prendas; para las que sean más atrevidas y en lugar de bragas lleven un tanga, el número de lotes ascenderá a 6; por último han establecido un regalo muy especial para las menos pudorosas: si alguna mujer se presenta con sujetador y unas medias pantys, pero sin bragas debajo, será obsequiada con 12 juegos de ropa interior compuestos por sujetador, braga o tanga y pantys. Además se le entregará un cheque regalo de 200 euros para canjearlo en futuras compras en la tienda-.

Patricia y Rocío me miraban sin saber aún qué papel jugarían ellas en todo esto. No tardé mucho en aclarárselo:

- Iremos los tres a esa inauguración, yo haciendo como si no os conociera. Yo entraré en la tienda con un bóxer, tú, Rocío, lo harás con sujetador y tanga y tú, Patricia, llevarás un sujetador y unas medias sin bragas debajo. Esas medias serán de color blanco o piel, para que parezca que casi ni las llevas. Seguro que se formará algún tumulto para entrar de los primeros y que algún que otro “listo” aprovechará para tocar lo que pueda: si esto sucede, quiero que permitáis que os manoseen. Incluso mientras esperamos en la cola deseo que entabléis conversación con algunos chicos para ir facilitando las cosas. A partir de ahí lo que pueda surgir…

Por último, Rocío, deberás desabrocharte disimuladamente el sujetador justo antes de acceder al establecimiento, como si hubiese ocurrido debido al bullicio y los empujones existentes. Entrarás en la tienda con las tetas al aire y solo con tu tanguita puesto-.

Cuando terminé de hablar se hizo el silencio en el salón por unos momentos. Hasta que Rocío lo rompió:

- ¿Te has vuelto loco? Si hacemos lo que nos has dicho, nos follarán allí mismo.

- Y esa es mi intención: que acabéis la noche con vuestros coñitos y culos llenos de leche caliente. ¿No queríais disfrutar viéndome desnudo? Pues ahora gozaréis pero al natural, no a través de una cámara y siendo vosotras las protagonistas.

Las dos mujeres se resignaron sabedoras de que no les quedaba otra opción. Yo no quería dejar nada a la improvisación, así que me aseguré de que las mujeres tuvieran las prendas que deberían ponerse al día siguiente. Como Patricia no disponía de las medias adecuadas, hice que bajara a comprarlas a un bazar que había en el barrio y que aún estaría abierto. A los pocos minutos regresó con una cajita rosa de cuyo interior extrajo unos pantys de color piel, finos y suaves al tacto.

- ¿Satisfecho?- me preguntó.

- Justo como los quería- le respondí.

Todo quedó preparado para la noche del día siguiente, que no defraudaría a mis expectativas.

A la hora que habíamos fijado la noche anterior (las 22.00 horas) salimos hacia la tienda de lencería. Rocío vestía una camiseta de manga larga y unos vaqueros ajustados, mientras que Patricia había elegido para la ocasión una blusa blanca, una falda negra casi hasta las rodillas y, por supuesto, los pantys de color piel. Las dos iban coquetas, pero sin llamar demasiado la atención: así la sorpresa sería mayor para los demás cuando se desnudaran. Yo llevaba un a camisa de mangas largas de color negro y unos jeans.

Hacía una noche espléndida de temperatura y apetecía estar en la calle a esa hora. En poco tiempo recorrimos a pie la distancia que había entre el bloque de pisos y el establecimiento. Al llegar ya había una cola formada por personas que querían acceder y aprovecharse de la oferta de la tienda. La cola estaba bien delimitada por unas vallas en los laterales para asegurar cierto orden en cuanto a la organización de la misma. El número de personas allí presentes aún no superaba el límite de 100 por sexo establecido por los responsables de la tienda, así que nos pusimos en la cola a esperar la hora de apertura. Faltaba más de una hora, pero sabía que en un breve espacio de tiempo se alcanzaría la cifra fijada y que todos los que llegaran después se quedarían sin poder acceder al establecimiento.

La mayoría de los presentes era gente joven entre los 20 y 30 años aproximadamente, si bien destacaba la presencia de un matrimonio de unos 45 años y de algunas mujeres que también rondarían esa edad. Dentro del establecimiento cuatro dependientes, dos chicos y dos chicas, se afanaban por dar los últimos retoques a los expositores y prendas. A las 23.00 horas uno de los dependientes salió y, al comprobar que estaba a punto de alcanzarse la cifra de asistentes permitida, se situó al final de la cola para cerrarla con una valla en el momento en que se alcanzara el número exacto. Otro de los dependientes comenzó a dar las instrucciones necesarias sobre el funcionamiento del evento: repartió dos pegatinas por persona con un mismo número, una para que nos la pusiéramos en el hombro y la otra para la pegáramos en una bolsa grande que nos facilitó a cada uno y en la que tendríamos que meter toda nuestra ropa quince minutos antes de que se abrieran las puertas del local. Nos recogerían las bolsas, las pondrían en una zona de la tienda y las podríamos recoger al finalizar el acto para volver a vestirnos.

Unos minutos más tarde se cerró definitivamente la cola al llegarse a la cifra establecida. Todos los que estábamos en la fila tuvimos que distribuirnos de dos en dos, en parejas. Delante de nosotros había un grupo de tres chicas veinteañeras: dos se pusieron juntas y la otra se puso conmigo formando otra pareja. Patricia y Rocío quedaron juntas detrás de mí y justo tras ellas había una pareja de dos chicos de unos dieciocho años. Si todo salía como había planeado, esos dos jóvenes serían los que gozarían con el manoseo y rozando la parte trasera del cuerpo de ambas mujeres.

Disimuladamente le hice una señal a Rocío para que comenzara a entablar conversación con los chicos. A los pocos segundos ya estaban hablando sobre la original oferta de la tienda y sobre si habría pudor o no entre los asistentes. Al otro lado de la valla se había empezado a acumular un buen número de curiosos que aguardaban expectantes el momento en que los participantes se tuviesen que desnudar hasta quedarse en ropa interior. La mayoría ya tenía bien dispuestas sus cámaras fotográficas y sus móviles para inmortalizar el momento. No se imaginaban que verían algo más que ropa interior.

A las 23.45, tal y como se nos había indicado, nos ordenaron quitarnos la ropa, meterla en las bolsas y pegar las pegatinas. Poco a poco empezamos a desnudarnos, unos con más vergüenza que otros, a la vez que los flashes de las cámaras no paraban de saltar. Allí se comenzaron a ver sujetadores de todos los colores y modelos, boxers, slips, bragas y algún que otro tanga. De repente te levantó un murmullo entre el público y entre algunos de los que estaban en la fila y comenzaron a oírse piropos y alguna que otra obscenidad. Me giré y vi que Rocío lucía un conjunto blanco de sujetador y tanga y que Patricia se había quedado con un sujetador rosa y con las medias sin bragas debajo. La polla se me puso dura sólo de ver su coño peludo allí a la vista de todos, únicamente cubierto por los finos y transparentes pantys. Todas las cámaras y móviles apuntaban hacia aquel sexo velludo ante la incredulidad de los que disparaban las fotos.

Por su parte las mujeres que había entre los curiosos no desaprovecharon la ocasión de llevarse como recuerdo fotos de los paquetes de los tíos que estábamos en la cola y hacían las fotos con todo el descaro del mundo, sin importarles que nos diéramos cuenta. Ellas también estaban gozando con todo aquello e, incluso, una mujer ya de cierta edad, supongo que llevada por el acaloramiento de la situación, no dudó en levantarse su blusa y, tras quitarse el sujetador, enseñar a los allí presentes sus dos enormes y caídas tetas durante unos segundos, entre la algarabía general. Después lanzó su sujetador a los que hacíamos cola y se volvió a bajar la blusa. Un chico estuvo rápido y hábil, lo cogió al vuelo y lo introdujo en su bolsa junto al resto de su ropa, llevándose esa prenda como recuerdo de aquella mujer.

 Los dos jóvenes que estaban detrás de Rocío y Patricia ni se creían aún la suerte que habían tenido de estar justo tras ellas y no paraban de mirarle el culo a Patricia y aprovechaban cualquier mínimo giro de ella para gozar con la vista que les regalaba de su coño. Dos de los dependientes, chico y chica en este caso, pasaron a recoger todas las bolsas repletas con la ropa de los participantes y las colocaron a continuación dentro de la tienda, en uno de los laterales. Faltaban apenas cinco minutos para la apertura de las puertas y comprobé fugazmente que no había ninguna mujer excepto Patricia que se hubiera atrevido a quedarse con las medias y sin bragas. Nos dieron la orden de que ya no hacía falta respetar las filas de dos en dos y que cada uno podía buscar como pudiera el mejor sitio para entrar de los primeros. En ese preciso instante comenzaron a sucederse empujones y codazos para conseguir los mejores sitios para acceder a la tienda de los primeros y hacerse con los modelos de ropa íntima de las mejores marcas. Por culpa de ese barullo me quedé algo descolocado y perdí de vista momentáneamente a Rocío y a Patricia. Cuando por fin las volví a localizar, observé que los dos chicos de antes estaban ya totalmente pegadas a ellas por detrás, sobándolas todo lo que podían, aprovechando las apreturas de ese momento y que ninguna de las dos mujeres se volvían para recriminarles. Como pude logré acercarme un poco más hacia ellos hasta situarme casi justo detrás. Únicamente se me había colado por medio una mujer madura, rubia, de pelo rizado y con unas bragas y sujetador azules. La fina tela de las bragas estaba semihundida en la raja del culo de la mujer, supongo que debido a los movimientos forzados que habría tenido que hacer para conseguir abrirse paso entre los presentes y lograr un buen sitio para entrar de las primeras.

Estábamos literalmente pegados los unos a los otros y no desaproveché la ocasión para restregar mi polla por el precioso trasero de la rubia madurita. Creo que tuvo que notar aquel bulto duro en su culo, pero supongo que lo asumiría pues ni siquiera se giró, sino que continuaba pendiente de conservar su buena posición. El chico que estaba justo detrás de Rocío se había atrevido ya a apartarle ligeramente la tira del tanga y con uno de sus dedos trataba de explorar el ano de la mujer. Por su parte las medias de Patricia también empezaban a reflejar el intenso manoseo al que estaba siendo sometida la mujer, pues sobre los pantys se apreciaban algunas carreras a la altura de los glúteos.

No me dio tiempo a observar nada más: las puertas del establecimiento se abrieron y se originó tal avalancha para entrar que se produjeron varias caídas. Yo conseguí librarlas y acceder a la tienda. Una vez dentro me percaté de que ni Rocío ni Patricia habían entrado aún. Me volví y comprobé que entre los que habían caído al suelo estaban las dos mujeres, que trataban de incorporarse a duras penas en medio de los empujones.

Cuando Rocío se puso por fin en pie ya no llevaba puesto el sujetador: había cumplido lo pactado y aprovechó la caída para desabrochárselo y dejar al aire sus pechos, ante la sorpresa de todos. Además su tanga blanco estaba algo ennegrecido y sucio por el roce con el suelo durante la caída.

Otra mujer que se vio afectada en ese incidente trataba de recolocarse sus bragas rojas, pues las llevaba medio bajadas y estaba enseñando involuntariamente buena parte de su culo. A continuación se levantó un chico, luciendo un buen bulto en su entrepierna y por último se incorporó Patricia, que fue la peor parada del pequeño accidente: sangraba ligeramente por la rodilla y el codo derechos y llevaba las medias desgarradas a la altura del muslo de su pierna diestra. Parecía además algo aturdida, por lo que Rocío, sin preocuparse siquiera de que iba con las tetas al aire, y yo acudimos a socorrerla. Los demás, mientras, se afanaban por conseguir las mejores prendas que les serían entregadas como regalo por haber acudido como se pedía.

Una de las jóvenes dependientas se acercó a interesarse por Patricia. Al ver que sangraba, llamó a uno de sus compañeros para que trajera el botiquín de la tienda. La joven nos condujo hasta el almacén de la tienda para poder atender allí mejor a Patricia. Una vez allí tumbamos a Patricia en el suelo para que empezara a recuperarse. Poco después apareció el dependiente con el botiquín y se lo entregó a su compañera. La dependienta era morena, alta, estaba perfectamente maquillada y llevaba una camiseta negra con el nombre de la tienda y una minifalda vaquera y unas medias negras, que le permitían lucir sus largas y esbeltas piernas. Al agacharse para empezar a curar las leves heridas de Patricia, dejó ver sus bragas rojas. Me pilló mirándoselas y su primera reacción fue fijarse en mi paquete oculto en mi bóxer. Mi pene empezó a ponerse erecto, lo que provocó una sonrisa picarona en el rostro de la chica, antes de retomar las curas.

Por su parte el dependiente estaba allí alucinando, viendo los pechos de Rocío y el coño de Patricia a través de los pantys. ¡El pobre tenía ya una buena excitación encima y, nervioso, no sabía a cuál de las dos mujeres mirar más!

- ¡Toma, sigue tú- le dijo su compañera, antes de salir del pequeño almacén.

Ahora ere el dependiente el que se encargaba de restañar las heridas de Patricia. Usaba algodón mojado en alcohol para limpiar las del codo. Cuando terminó con éstas, no se atrevió a bajarle las medias a la mujer para curarle las heridas de la rodilla: metió su mano por el desgarro que tenían los pantys por el muslo y lo agrandó lo suficiente para poder llegar a la rodilla maltrecha de Patricia. Al hacer ese gesto, su mano rozó el sexo de la mujer, que empezaba a estar descaradamente húmedo: Patricia se sentía excitada siendo tocada por aquel joven, que además tenía ante sus ojos y a escasos centímetros de él el coño de la mujer. El chico, musculoso, con el pelo moreno muy corto, se percató del estado de Patricia, que manchaba cada vez más la entrepierna de las medias con sus flujos vaginales. Ella trató de ocultar su sexo mojado con las manos, pero, al darse cuenta de que todos éramos conscientes de su estado de calentón, desistió y optó por cerrar los ojos algo avergonzada. El dependiente no pudo contenerse más, dejó de curar las heridas de la rodilla y comenzó a acercar su mano hasta el sexo velludo de Patricia. Dio el paso definitivo y se puso a acariciárselo, sin importarle la presencia de Rocío y mía.

Justo en ese momento apareció la dependienta con nuestras bolsas de ropa. También traía los lotes de ropa interior que nos correspondían como regalo y el cheque para futuras compras que Patricia se había ganado a pulso. Al ver a su compañero manoseando el sexo de Patricia, dijo:

- ¿Es que no pensabais esperarme?

Cerró el pestillo del almacén y comentó:

- Los otros dos compañeros van a estar muy atareados ahí fuera durante un rato, así que no creo que nadie nos moleste. Yo necesito que alguien sofoque el calentón que tengo de ver a tantos tíos en ropa interior y tantas pollas tiesas como he visto por ahí.

Y empezó a quitarse la camiseta: allí aparecieron dos tremendas tetas operadas, sin sujetador, que me dejaron impresionado. Yo, que ya llevaba un buen rato excitado, sentía ahora mi polla a punto de reventar y deseando ser liberada del bóxer. No esperé más y me quité dicha prenda, dejando al descubierto mi pene en completa erección. La morena tetona se deleitaba observándolo. Por su parte el dependiente dejó de manosear a Patricia para comenzar a desnudarse también. Apresuradamente se despojó de la camiseta, después de su pantalón y por último del slip negro que llevaba. Ahora las tres mujeres tenían ante sí dos pollas tiesas y duras, dispuestas a regarlas con su leche.

Yo no quería penetrar aún ni a Patricia ni a Rocío (eso me lo reservaba para el último de los castigos). Mi intención era follar con la dependienta y que el chico hiciera lo mismo con las otras dos mujeres. En los rostros de Rocío y de Patricia se empezaba a vislumbrar cierto ansia: ya no veían aquello como un castigo a cumplir, sino que estaban deseando que alguna de las pollas se metiera en su coño, en su culo y los inundaran de semen. Mientras, la dependienta había aprovechado para quitarse la minifalda y ahora ya sólo llevaba los pantys negros y las bragas rojas debajo.

-¡Vamos, a qué esperas. Bájate de una vez el tanguita!- le exhortó a Rocío.

Sin dar tiempo a que ésta reaccionara, el chico dependiente se acercó a ella y de un fuerte tirón le quitó la prenda que quedó rota tirada en el suelo. El coño depilado de Rocío permanecía ahora expuesto ante aquel joven y ante el resto de los que estábamos en el almacén. El chico no dudó en comenzar a lamer el sexo de Rocío con su lengua: se lo chupaba una y otra vez e intentaba penetrarlo con ella. La mujer no pudo contenerse mucho más y empezó a lanzar leves gemidos y suspiros de placer. Patricia, que contemplaba la escena, comenzó a masturbarse acariciándose su coño por encima de los pantys: hacía suaves movimientos circulares, se detenía brevemente, comenzaba de nuevo hasta ir aumentando ya el ritmo y la intensidad de los movimientos entre jadeos. Se detuvo un momento para desabrocharse el sujetador y liberar sus dos tetas, cuyos pezones lucían firmes y endurecidos por la excitación. Después continuó con su trabajo manual a la espera impaciente de que alguna polla o lengua rematara la faena.

La dependienta ya no esperó más, se bajó ansiosa los pantys, se los quitó y los dejó en el suelo. Me acerqué a ella, le aparte las bragas por la parte delantera y empecé a darle lengüetazos a aquel sexo depilado a la brasileña. Lo tenía caliente, chorreante y sus flujos se entremezclaron enseguida con mi saliva. Por su parte el dependiente estaba centrado ahora en Patricia: le había ofreció su miembro para que le hiciera una mamada, cosa la la mujer inició en seguida. Rocío se había quedado con ganas de más y se unió a ambos: se situó por detrás del chico, le separó los glúteos y se puso a lamerle el ano con insistencia y de forma desenfrenada. Yo ya había dejado sin bragas a la dependienta y me centraba en masajearle sus enormes y duros senos. Le pellizcaba los pezones y se los mordisqueaba, lo que le provocaba a la joven tetona pequeños gritos de placer y dolor.

Vi cómo el joven dependiente le desgarraba las medias a Patricia justo por la parte que cubría el coño de la mujer: logró hacer un agujero en la prenda suficientemente grande como para poder empezar a penetrarla sin quitarle las medias. Co lentos movimientos de mete y saca comenzó a follársela. Rocío ya no le lamía el ano al joven, sino que ahora restregaba el coño contra los glúteos del chico. Cuando dejé de manosearle las tetas a la chica y deslicé lentamente mi hinchada verga en el interior de su vagina, la sensación de placer fue inmensa: sentía todo el interior de aquel sexo húmedo, ardiente y mi polla se introdujo hasta el fondo. Me impulsaba con mis caderas para darle aún más fuerza a mis movimientos de penetración, cosa que la chica agradecía con intensos jadeos. Mi verga penetraba una y otra vez en el interior de aquel sexo, cada vez de forma más rápida y enérgica y yo sabía que no tardaría mucho en correrme por completo dentro del hermoso cuerpo de la joven. Lancé un par de embestidas impetuosas y a la tercera y entre los gritos de placer de la tetona, mi polla descargó todo el semen disponible, inundando el coñito de la chica.

El dependiente estaba ahora rompiéndole el culo con su miembro a Rocío, mientras Patricia se dedicaba a estrujarle los pechos a su amiga con las manos para aumentarle el placer. Rocío, por su parte, penetraba con varios de sus dedos el coño de Patricia, cuyos labios vaginales se apreciaban enrojecidos de tanto roce y fricción como estaban sufriendo. El chico parecía insaciable y todo su cuerpo estaba cubierto de sudor por el esfuerzo y por el sofocante calor que empezaba a hacer en el interior del almacén. Resistía sin dar signos de que fuera a correrse aún, para mayor deleite de Rocío, que no paraba de penetrar manualmente a su amiga.

Finalmente el chico ya no pudo más, sacó apresuradamente su miembro del culo de Rocío, pidió a ambas mujeres que se agacharan delante de él y, cuando ellas lo hicieron, agitándose varias veces su polla con la mano, comenzó a soltar una ingente cantidad de leche que impactaba contra los pechos y la cara de las mujeres. Rocío acercó su boca a aquella polla y se la introdujo dentro para aprovechar y tragarse las últimas gotas del espeso y caliente líquido.

 

Tardamos unos minutos en recuperarnos, tras los cuales nos empezamos a vestir. Patricia, Rocío y yo cogimos también nuestros regalos y nos despedimos de los dos jóvenes, que ya también vestidos, trataban de ordenar y limpiar algo el almacén, antes de volver a salir a la tienda. Cuando estábamos abandonando el local, los otros dos dependientes se nos quedaron mirando, sabedores de que dentro del almacén había ocurrido algo. Al llegar al piso les dije a Rocío y a Patricia:

-Habéis superado vuestro segundo “castigo”. Mañana os comentaré en qué consistirá el tercero.

Rocío se marchó a su piso y Patricia se desnudó en el pasillo del inmueble para darse una ducha, dejando en el suelo las tres únicas prendas que se había puesto en el almacén antes de regresar: el sujetador, la blusa y la falda. Aproveché que dejó tirados en el suelo del almacén sus pantys desgarrados e inservibles para cogerlos y guardármelos en el bolsillo de mi pantalón: los saqué mientras la mujer se duchaba y con mi nariz empecé a recorrerlos de una punta a otra, disfrutando del intenso olor a sudor y sexo que había impregnado en ellos.

 

 

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