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Dos pollas para Montse (reedición).

en Trios

DOS POLLAS PARA MONTSE.

 

 

Antes de comenzar con el relato, me gustaría hacer una aclaración. Publiqué esta historia en mi primera etapa como autor, con el nombre de David. Decidí en su momento dejar de escribir durante un tiempo y eliminé todos mis relatos que tenía publicados. En esta segunda etapa como autor y con mi actual nombre vuelvo a reeditar este texto.

 

 

“Tu relato”. Eso era lo que rezaba en el asunto de un correo electrónico que recibí hace unos meses. Un par de días antes había publicado en esta página un nuevo relato erótico y supuse que sería algún lector que quería darme su opinión al respecto. Siempre es gratificante recibir correos de personas que se toman la molestia no sólo de leer lo que uno escribe, sino también de enviar un correo para expresar su opinión sobre lo leído.

 

En esta ocasión el correo venía bajo el nombre de Montse. Siempre que es de una mujer resulta más tentador abrir el correo para ver qué es lo que me quiere decir sobre el relato.

Así que abrí el mensaje y comencé a leer: se trataba de una chica joven, de 21 años, una estudiante universitaria de un país de Centro América. Me comentaba que había leído mi relato y que le había gustado y excitado tanto que había empapado su braguita durante la lectura y que pese a la extensión de la historia, la había seguido hasta el final. Se despedía mandándome un beso.

 

Aunque he recibido correos de mujeres comentando mis relatos publicados, no son muchas las que me han reconocido abiertamente haberse excitado al leerlos. Me dan su opinión, me dicen que les ha gustado o que podía haber exprimido más la historia, pero pocas me habían confesado hasta ese día haber mojado sus bragas.

 

Tengo por costumbre responder a todos los correos respetuosos y escritos con educación. Pero si encima es de una mujer que tiene la valentía de expresar a un desconocido lo que le ha provocado la lectura del relato, más aún.

Así que, en cuanto terminé de leer el correo, le respondí. Le dí las gracias a la chica por haber leído la historia, por haberme escrito y por su sinceridad al reconocer lo que había experimentado.

Acabé comentándole que, si quería cualquier cosa, ya sabía dónde me podía encontrar.

 

 

Al día siguiente, al consultar mi correo, comprobé que había recibido uno nuevo de la joven. En él me volvía a felicitar por el relato y me comentaba que estaba segura de que no había sido la única mujer que se había excitado al leerlo. Me añadía que le gustaría seguir estando en contacto conmigo.

A partir de ahí se sucedieron varios correos por ambas partes hasta que me atreví a proponerle intercambiar fotos y vídeos nuestros. No sabía cómo se lo iba a tomar, pero, por fortuna, su respuesta fue afirmativa.

Y por fin la pude conocer a través de dos fotos, una sólo de su rostro, la otra, de cuello para abajo, con su cuerpo desnudo. Tenía todo lo que me gusta en una mujer: era alta, medía 1.78 m (me lo añadía en el correo), con un cuerpo macizo y con curvas, de cabello moreno y liso, que le llegaba hasta los hombros; sus ojos eran grandes y vivos, de color miel, que le daban al rostro una mirada profunda y llena de ternura. Tenía los labios de la boca gruesos y carnosos y a la altura de la barbilla varios lunares marrones le daban un toque aún más sensual a su cara.

 

Sus tetas eran medianas tirando a grandes, con los pezones y aureolas de color marrón claro. En la entrepierna su coño lucía perfectamente depilado y los muslos se mostraban imponentes y daban ganas de manosearlos hasta llegar al sexo de la chica.

 

Poco a poco las fotos fueron subiendo de tono: me mandó varias con el culo abierto, visto desde atrás, de su coño humedecido y chorreando flujo, de sus tetas en primer plano, de ella totalmente desnuda y mojada tras darse una ducha…..

Yo por mi parte también le enviaba fotos mías, de mis partes íntimas, de mi pene empalmado y duro y de mis testículos completamente depilados.

No tardé mucho en enviarle vídeos de mis masturbaciones, donde terminaba corriéndome a chorros.

 

Los días seguían pasando y, lejos de cansarnos, cada vez nos entusiasmaba más nuestra comunicación. A Montse ni siquiera le importaba la diferencia de edad entre ambos (ella 21, yo 37 años). Todo lo contrario: decía que prefería a los hombres algo mayores que ella, pues los de su edad eran demasiado juveniles.

Además de sexo hablábamos de otros temas de la vida, pero siempre lo predominante era el tema sexual.

 

Y un día se produjo lo inesperado para mí: en un correo, la chica me dijo que gracias a sus buenas notas, le habían concedido una beca para hacer un curso breve de 10 días pero intensivo en España, relacionado con su carrera. La fecha de inicio de dicho curso era el lunes 10 de septiembre y duraba hasta el jueves 20. Había esperado hasta el último momento para decírmelo, pues quería darme una sorpresa.

Estábamos a día 6, lo que suponía que en un par de días iba a tener cerca a la mujer a la que tanto deseaba.

Los únicos inconvenientes eran que el curso se celebraba en Madrid (yo vivo en el sur de España) y que el horario era tan apretado que apenas íbamos a disponer de tiempo para estar juntos esos días.

En vista de esto, le propuse a Mon (me dijo que le gustaba que la llamasen “Mon” o “Montse”) que en lugar de marcharse directamente a su país una vez terminado el curso, pasara el fin de semana del 21 al 23 de septiembre en mi casa. Sólo podrían ser esos días por mis obligaciones laborales y por que ella debí retomar enseguida sus estudios en América, pero al menos podríamos estar un par jornadas juntos.

A la joven le encantó la idea y aceptó mi invitación.

 

Los diez días del curso se me hicieron eternos. No veía el día en que nos encontrásemos. Pero ese día llegó finalmente. Dos jornadas antes la chica me había confirmado a través de un correo que llegaría en tren a mi ciudad el viernes 21 a las 20.00 horas.

 

Media hora antes de la llegada del tren ya estaba en la estación y en el andén en el que se detendría el tren procedente de Madrid. Con un par de minutos de retrasó llegó a la estación y comenzaron a descender los pasajeros. Con nervios trataba de localizar entre ellos a Montse. Por fin divisé su figura apeándose del tren: cargando con una maleta roja apareció la chica, más guapa si cabe al natural que en las fotos.

Vestía una blusa sin mangas azul, unos jeans y unas sandalias negras.

Raudo me acerqué a ella y nos quedamos mirándonos fijamente unos segundos. Ninguno de los dos reaccionaba, hasta que me lancé a abrazarla. Así, abrazados, permanecimos unos instantes. Después nos besamos fundiendo nuestros labios. Aquel beso me provocó un inmenso calor por todo el cuerpo y me quedé con ganas de más.

 

- Tranquilo, David, ya habrá tiempo para el placer- tuvo que calmarme Montse.

 

- Tienes carita de cansada- le comenté.

 

- Sí es que estos días han sido de mucho ajetreo y encima el viaje. Pero yo también tengo unas ganas locas de tener sexo contigo- me reconoció.

 

- Quiero que estas horas que pasemos juntos sean inolvidables. Venga vámonos a casa- le indiqué.

 

Cogimos un taxi y a los pocos minutos llegamos a la puerta del edificio de mi piso. Subimos a la 3ª planta, abrí la puerta del inmueble y en cuanto los dos pasamos y cerramos la puerta, no pude aguantar más: estreché a Mon entre mis brazos y empecé a comérmela a besos. Ella se dejaba hacer y con sus manos me acariciaba el cabello, despeinándomelo. Comencé a desabrocharle los botones de la blusa uno a uno, deseando despojar a la joven de aquella prenda. Segundos más tarde tenía la blusa casi abierta y un sujetador blanco ocultaba las dos tetas de la chica. Ella misma terminó de sacarse la blusa y la arrojó al suelo del pasillo. Levanté los brazos y dejé que Montse me quitase la camiseta de forma apresurada y atropellada. Mi torso desnudo quedó a la vista de la joven que no tardó en empezar a recorrer con sus manos mi pecho hasta bajar a la cintura. Allí se detuvo, le quitó el cinturón a mi pantalón, desabrochó el botón, bajó la cremallera y dejó caer el tejano hasta mis tobillos. Me quité los zapatos deportivos, hice lo mismo con los calcetines y terminé de sacarme el pantalón por los pies.

 

Estaba semidesnudo ante Montse, sólo cubierto por un bóxer blanco que no podía ocultar la erección que ya tenía mi pene en ese momento.

 

- Ya veo que no me mentías cuando decías que te excitabas rápido y que mojabas tu prenda íntima con líquido preseminal- me espetó la joven, mientras acariciaba mi paquete y pasaba sus dedos por la mancha de líquido que había mojado la prenda.

 

- Cielo, déjame que te quite de una vez eso- le pedí haciendo referencia a su jeans.

 

La chica se descalzó primero las sandalias y me dio vía libre para que le bajase y le quitase el pantalón. En cuanto comencé a deslizar la prenda hacia abajo, se hizo visible la braguita de la chica: no era una braguita en sí, sino un tanga blanco con varios corazones rojos estampados.

 

- Lo he estrenado hoy, quería lucirlo para ti. ¿Te gusta?- me preguntó.

 

- ¿Qué si me gusta? ¡Mira cómo está mi pene, si te sirve de respuesta- respondí.

 

Bajo el bóxer blanco mi polla se encontraba ya totalmente tiesa, dura, hinchada y palpitante. Montse observó sonriente mi bulto y obtuvo la respuesta esperada.

 

Llevé mis manos a la espalda de la chica y le desabroché el sujetador. Éste cayó al suelo dejando al aire los dos senos de Montse, esas dos tetas que tanto había visto en las fotos y que ahora, por fin, las podía disfrutar al natural.

Con mis manos empecé a acariciarlas con suavidad, a friccionar los pezones que estaban ya duritos. Ella, por su parte, continuaba magreándome la verga todavía sobre el bóxer. Sus dedos se habían humedecido por la creciente mancha de mi líquido y la chica aprovechó para llevarse los dedos a la nariz y olerlos.

 

- ¡Ummmm…..qué delicia de aroma! No sabes cuánto deseaba este momento: tocarte, acariciarte, palparte, comprobar a qué huelen tus flujos…- exclamó.

 

Mis manos habían dado paso a mi boca y a mi lengua y ahora eran ellas las que las que recorrían de forma ansiosa las tetas de la mujer. En ese instante noté la mano de Montse metiéndose dentro de mi bóxer en busca de mi pene. Lo tocó, lo aprisionó con la mano y empezó a masajearlo. Con su otra mano jugaba con mis testículos.

 

- ¡Uffff….qué delicia y todo depilado, como me gusta que esté el sexo de los hombres!- dijo.

 

Entonces me bajó el bóxer por completo y levanté ligeramente los pies del suelo para que pudiera salir la prenda.

Me quedé completamente desnudo ante la chica, que me miraba de arriba abajo. Clavó enseguida su mirada en mi pene, que apuntaba hacia delante, empalmado y recubierto de unas venas que parecía querer explotar en cualquier momento.

 

- Vamos a mi habitación- le pedí a la joven deseoso de follar de una vez con ella.

 

Entramos en mi dormitorio, yo desnudo, ella aún con el tanga puesto, y me tumbé boca arriba en la cama.

 

-¡Ven, acércate!- le solicité a la chica.

 

Ella se aproximó y en ese instante le bajé y le quité el tanga. Me quedé unos momentos admirando el cuerpo ya completamente desnudo de Montse, sus tetas, su coño completamente rasurado sus muslos….

Después de deleitarme la vista con la belleza de su cuerpo, le pedí que se tumbara en la cama de tal manera que quedáramos en la postura del 69: ella podría chuparme la polla y yo a ella le lamería su precioso y húmedo coño.

Montse no se lo pensó y se colocó tal y como yo le había indicado. Enseguida acercó su boca a mi pene y comenzó a hacerme una mamada. Pese a su escasa experiencia en el sexo (me comentó que sólo había tenido relaciones con un chico de su edad), la joven hacía la felación a la perfección, proporcionándome un placer indescriptible.

Yo, por mi parte, lamia el coño de la chica con mi lengua, llegando hasta su clítoris: sabía que el roce y el contacto con ese punto de la anatomía eran los que mayor excitación le causaban a la chica.

 

-Ummmm….¡Qué pene tan rico. Había soñado tantas veces con tenerlo en mi boca que ahora me parece increíble!- exclamó Montse en un breve paréntesis en la mamada.

Después continuó a lo suyo y me di cuenta de que si seguía así, a ese ritmo y de esa forma, no tardaría mucho en provocarme la eyaculación: recorría con su boca toda mi verga, desde la base hasta la punta de mi rosado glande y lo hacía una y otra vez, cada vez de manera más rápida.

Yo seguía centrado en su sexo y comprobé que lo que me había dicho tantas veces era cierto: tras apenas varios lametones en su clítoris, Montse comenzó a chorrear flujos debido a la excitación y al placer que estaba experimentando. El sabor de esos flujos era de lo más rico que había probado nunca y mi calentura aumentaba, sintiendo además cómo la joven me comía la polla por completo.

 

- ¡Ahhh…sigue, sigue, por favor, no te detengas. Haz que chorree todavía más!- gritó la joven tras dejar escapar mi pene de su boca durante unos breves segundos.

 

Nuestros cuerpos estaban ya bañados en sudor por el esfuerzo y por el calor corporal fruto de la excitación. Montse aceleró un poco más sus movimientos y sumó a su acción un intenso masaje con su mano a mis testículos.

Mientras yo penetraba con mi lengua la vagina de la americana, ella paró por última vez la felación para decirme:

 

- Hace ya rato que probé tu líquido preseminal. Dame ahora toda tu leche calentita. Quiero beberme hasta la última gota.

 

Tras decir esto volvió a meterse mi verga en la boca y retomó la mamada. Yo empecé a frotarle la vagina con la palma de mi mano en movimientos veloces y enérgicos, pues quería que soltara más flujos. Después de unos instantes mi mano se empapó por completo del líquido que manaba abundantemente del chocho de la chica.

Acto seguido noté una fuerte contracción en mi abdomen, un pinchazo en mis testículos y tras varios deslizamientos más de la boca de Montse por mi polla, no aguanté más: en sucesivas descargas solté a chorros todo mi esperma que la chica se afanaba en tragar como buenamente podía. Una vez que terminé de eyacular, la comisura de los labios de Montse tenían restos de mi semen, que ella recogía con su lengua para aprovechar hasta la más exigua cantidad.

 

Los dos nos abrazamos y nos besamos sin decir ninguna palabra, pero nuestras caras reflejaban la satisfacción que teníamos en aquel momento. Permanecimos así, fundidos en ese abrazo, el rato necesario para permitirle a mi polla que se recuperase y volver a la acción.

 

Sabía que a Montse no le gustaba el sexo anal, pues decía que le causaría dolor y que aún era virgen en ese aspecto. Decidí respetar por el momento la virginidad del ano de la chica, pues no quería causarle dolor y estropear el momento que estábamos viviendo.

 

- Mi bebé (así me llamaba algunas veces en tono cariñoso), quiero que no esperes más: deseo sentirte dentro de mí. Húndeme tu pene hasta el fondo y riégamelo- me pidió.

 

Volví a besarla antes de iniciar la penetración vaginal. Con mis manos cogí las piernas de la chica por las pantorrillas y las separé todo lo que pude. Manteniendo las piernas completamente abiertas, fui introduciendo con cuidado mi pene en el sexo de la joven. Poco a poco mi verga se fue deslizando hacia el interior hasta quedar totalmente encajada. Mon emitió un ligero gemido de placer al sentirse penetrada. Mientras yo iniciaba un lento mete y saca, la chica se masajeaba sus pechos, jugueteando con sus pezones.

 

- ¡Ayyy…qué gusto. No pares mi amor, sigue así, pero dame más rápido, más rápido!- exclamó.

 

Aceleré mis movimientos, pero no de forma exagerada: no quería correrme demasiado pronto; prefería aguantar y prolongar el placer lo máximo posible. Conforme mis embestidas se hacían más fuertes, el coño de Montse se empapaba cada vez más, produciendo un sonido de chapoteo con las penetraciones de mi polla.

 

-¡Estás mojadísima, cielo!- exclamé.

 

-Ya te dije que enseguida me mojaba, que no tardaba nada en excitarme. ¡Arrrgggg…… no pares, no pares, más fuerteeee!- gritó.

 

Ella había dejado de magrearse las tetas y ahora acariciaba mi torso desnudo, por el que corrían goterones de sudor.

Le di un nuevo y brusco acelerón a mis movimientos de penetración, lo que provocó intenso gemido de Montse. De mi boca también empezaban a salir suspiros y gemidos de puro placer y mi respiración se aceleró notablemente. Ahora metía y sacaba mi pene de forma casi violenta y la chica gritaba cada vez más. Mantuve esa intensidad un buen rato hasta que noté los síntomas evidentes de una pronta eyaculación.

 

-¡Uffffff….Estoy a punto de correrme!- avisé a la chica para que no se viera sorprendida por mis chorros de esperma.

 

-¡Venga, sí, dámelo todo, lo quiero todo!- exclamó.

 

Di hasta cuatro embestidas más antes de que la leche empezara a brotar de mi glande fluyendo hasta los adentros de Montse. Mantuve mi verga dentro del coño de la chica hasta que noté que había salido todo el esperma que tenía. Después saqué mi polla y la joven se incorporó un poco para volverla a chupar y llevarse con su lengua los últimos restos de semen que quedaban.

 

Quedé completamente exhausto y permanecí tumbado en la cama. Montse echó su cabeza sobre mi hombro y así nos quedamos dormidos hasta la mañana siguiente.

 

Cuando abrí los ojos eran las 8.15. Tenía pensado darle una sorpresa a la chica y llevarla ese día, sábado, a una playa nudista. Era una de las fantasías que Montse quería cumplir, ya que en su país ni siquiera se permitía el topless.

Comencé a acariciarle el cabello y las mejillas hasta que la joven se despertó.

 

- Ummm…Buenos días, David. ¿Qué hora es?- me preguntó tras darme un beso.

 

- Son más de las 8- le respondí.

 

- Todavía es temprano. Anda, no te levantes todavía y quédate aquí conmigo un rato más- me pidió.

- Me encantaría, pero nos tenemos que levantar- le repliqué.

 

- ¿Por qué?- preguntó extrañada.

 

- Tú querías ir alguna vez a una playa nudista, ¿no?. Pues hoy vas a cumplir ese deseo- le dije.

 

Me miró con los ojos abiertos como platos, sorprendida pero alegre a la vez.

 

- En cuanto nos duchemos y desayunemos, salimos- le comenté.

 

La joven se abrazó a mí en agradecimiento por hacer realidad una de sus fantasías. No tardó en levantarse de la cama, regalándome la posibilidad de verla de nuevo desnuda. Se encaminó a la ducha mientras yo recogía un poco la habitación.

Una vez que la chica salió del baño, me duché y los dos desayunamos, ella vestida sólo con una camiseta larga que le cubría únicamente hasta el comienzo de los muslos y yo ya con un bañador tipo bermudas puesto.

Tras dar buena cuenta del desayuno, preparamos lo necesario para pasar un día de playa y Montse me dijo entonces:

 

- David, tienes que ayudarme a elegir lo que me voy a poner. Te advierto de que no he traído ningún bikini.

 

- Eso es lo de menos. No creo que en la playa nudista te vaya a hacer mucha falta. Vamos a elegir esa ropa- le comenté.

 

Entramos en mi dormitorio, que era donde Montse había dejado su maleta y nada más entrar la chica se quitó la camiseta, quedando desnuda ante mí.

Abrió su maleta y comenzó a sacar una serie de prendas.

 

- Estas son las que están limpias. ¿Qué me pongo?- me preguntó.

 

Sacó varias camisetas, dos shorts y una minifalda vaquera. Dudé entre un short blanco y la minifalda, pero finalmente me decidí por esta. Elegí también una camiseta de tirantes negra y le dije:

 

- Con eso estarás sexy y espectacular.

 

- ¿Y de ropa interior que me pongo?- quiso saber.

 

- Muy sencillo: nada. Quiero que lleves tus tetas libres debajo de la camiseta y tu coño al aire bajo la minifalda.

 

Mon me miró primero sorprendida, pero después me lanzó una sonrisa cómplice y pícara. Se vistió con las prendas seleccionadas y se calzó unas chanclas. Yo, además del bañador azul que ya llevaba, me puse una camiseta verde y mis chanclas playeras. Cogí mi mochila, metí todo lo que nos llevaríamos para pasar el día y abandonamos el piso.

 

Nos montamos en mi coche y me puse rumbo a la playa nudista. Estaba situada en la costa de Huelva y supe de su existencia porque un amigo me habló de ella. Me comentó que allí acudían además de los típicos nudistas personas liberales que iban a satisfacer sus necesidades o fantasías sexuales. Yo dudé que esto fuera así, pero ese día iba a comprobar que lo que me decía mi amigo era más que cierto.

 

Alrededor de las 12.00 llegamos a la playa. Pese a ser finales de septiembre había bastantes personas. A ello contribuía el hecho de que fuera sábado y la temperatura elevada que estaba haciendo esos días.

 

Yo, al igual que Montse, nunca había acudido a una playa nudista por falta de atrevimiento, sobre todo. Así que en cuanto nos cruzamos con los primeros nudistas, no pudimos evitar mirarlos: esas tetas de todos los tamaños y formas, los coños unos depilados, otros cubiertos de vello, aquellos penes al aire,…..Incluso había mujeres tumbadas sobre sus toallas totalmente despreocupadas con las piernas tan abiertas que dejaban ver hasta el más mínimo detalle de su sexo.

Ante esas visiones mi pene no tardó en ponerse duro y tieso bajo el bañador. Montse me agarró del brazo, nos detuvimos en la arena y me susurró al oído:

 

- No sé si voy a poder aguantar esto. Sabes lo rápido que me excito y que me empapo. Ver tantos penes a la vez, ufffff…..Estoy empezando a chorrear y encima no llevo bragas. Siento mis flujos correr ligeramente por el comienzo de mis muslos.

 

Con disimulo le metí la palma de mi mano bajo la minifalda y comprobé que era cierto: el coño de la chica estaba mojado y sin más comencé a bajarle la minifalda.

Ella me miró algo extrañada, pero no se opuso: permitió que siguiera bajándole la prenda hasta que cayó a la arena. Su coño quedó expuesto desnudo por primera vez en público. La joven hizo un ligero ademán de ocultar su sexo con las manos, pero enseguida desistió.

 

- Venga, quítate ahora la camiseta- le pedí.

 

Se descalzó primero las chanclas y después se quitó la camiseta. Sus dos tetas quedaron liberadas y Montse permanecía ya completamente desnuda.

 

- Me siento rara. Me da la impresión de que me mira todo el mundo- comentó.

 

- Supongo que es normal la primera vez- le dije tratando de tranquilizarla.

 

Realmente nadie había reparado en nuestra presencia. Bueno, casi nadie, porque había un hombre de unos 40 años, solo, que sí estaba mirando a Montse, no con descaro, pero sí de forma evidente.

Yo me quité a continuación la mochila de la espalda y me despojé de mi camiseta.

 

- Es tu turno. A ver qué sientes tú- me dijo Montse.

 

De forma decidida me bajé el bañador, dejando al descubierto mi pene erecto.

 

- Tú puedes disimular mejor tu excitación, pero mírame a mí: no puedo esconder ni ocultar esto- le comenté refiriéndome a mi verga.

 

Mon me sonrió y se abrazó a mí.

 

- Gracias, mi vida, por traerme aquí. Esto no se me olvidará nunca. En mi país jamás hubiera sido posible.

 

Sacamos las toallas de la mochila, las extendimos y guardamos nuestra ropa. Estábamos a escasos metros del agua. Cerca de nosotros se encontraba el hombre mencionado antes, una chica rubia de unos 25 años y una pareja de edad avanzada.

 

Cogí la crema protectora y me dispuse a aplicarla sobre la piel de Montse para evitar que sufriera las típicas quemaduras solares.

 

- ¡Espera. Déjame a mí primero!- me pidió.

 

Le entregué el bote de crema y me tumbé bocabajo. Enseguida noté las manos de la joven recorrer mi cuello, mis hombros, mi espalda aplicándome la crema. Se detuvo unos instantes y después sentí su mano sobre mis glúteos., primero sobre el izquierdo y después sobre el derecho y cómo pasaba varios de sus dedos sobre la raja de mi culo. Montse siguió recorriendo con sus manos mis muslos hasta llegar finalmente a los tobillos.

 

- Date la vuelta- me pidió entonces.

 

- Como me dé la vuelta no sé lo que va a pasar. Tengo una erección que ni te imaginas- le dije a la chica en voz baja.

 

- No seas tonto. Date la vuelta. Aquí cada uno está a lo suyo. Y si te miran, pues mejor para ellos. Déjalos que disfruten de tu rico pene si quieren- me replicó.

 

Me giré y dejé expuesto mi polla totalmente empalmada y con las venas marcadas. Montse la miró, se sonrió, se echó crema en las manos y empezó a aplicármela por la cara. De ahí bajó a mi cuello, a mi torso, a mi vientre. Creí que pasaría de largo, pero no: le dio varias pasadas a mi polla, dejándola cubierta de una fina capa de crema. Por último extendió la protección por la zona delantera de mis muslos.

 

- Ahora te toca a ti- me dijo, entregándome el bote.

 

Desde hacía unos instantes me había percatado de que tanto la rubia como el hombre no perdían detalle de nosotros.

 

- Creo que como no nos cortemos un poco vamos a terminar siendo el centro de atención de todos- le indiqué a Montse.

 

- Que miren lo que quieran. No le hacemos daño a nadie.- replicó la joven.

 

Antes de comenzar a extender la crema por el cuerpo de la chica, miré al hombre y me fijé en su polla: el tío estaba totalmente empalmado, con el glande fuera y de vez en cuando se magreaba la verga de forma provocativa. Me acordé entonces de las palabras de mi amigo: “Allí van muchos a satisfacer sus necesidades sexuales, tanto hombres como mujeres” y por lo que estaba viendo tenía toda la razón del mundo.

 

Montse permanecía de pie delante de mí, esperando a que le pusiera la crema. Dejé salir del bote una generosa cantidad sobre mi mano y empecé a extendérsela lentamente por el cuerpo. Primero lo hice por el rostro, por el cuello, descendí hasta los hombros y me detuve en sus tetas. Quería recrearme en ellas: les apliqué una buena capa de crema , mientras aprovechaba para sobarlas a mi gusto. La chica tenía los pezones bien erguidos y duros y los rocé varias veces. Tras dejar los senos embadurnados de crema, miré de nuevo hacia el hombre: sus tocamientos eran ya totalmente descarados.

La chica rubia, completamente abierta de piernas y sin disimulo, mostraba su coño depilado totalmente abierto y miraba alternativamente hacia nosotros y hacia el hombre que se estaba tocando y masturbando.

 

Seguí aplicando la crema sobre la piel de Montse, bajando con lentitud por su vientre hasta llegar a su ombliguito. Me volví a echar crema sobre las manos y toqué la entrepierna de la chica: la crema se mezcló entonces con los flujos que ya manaban del coño de la costarricense. Me atreví a rozar con mis dedos el clítoris de la joven, provocando un leve suspiro en Montse. Tras darle varias caricias a ese rico y húmedo coño, continué aplicando la crema por el resto del cuerpo hasta llegar al final de las piernas.

Justo al terminar de ponerle la crema vi que el hombre ya no aguantó más: tras agitar enérgicamente su polla, comenzó a soltar varios chorros de esperma que cayeron sobre la arena de la playa, bajo la atenta mirada también de la chica rubia.

 

- Acabas de provocarle una eyaculación tremenda a ese tipo- le susurré al oído a Montse.

 

-Ya lo he visto. Ufffff….. Estoy ahora mismo totalmente caliente. Tengo unas ganas enormes de polla que ni te imaginas- me reconoció.

 

- No seas impaciente. Eso lo dejaremos para más tarde. Disfruta ahora del día de playa.- le pedí.

 

 

 

Entre ratos de toma de sol y algún que otro baño fue transcurriendo la jornada. La chica rubia fue la primera en abandonar la zona, seguro que bien calentita después de lo que había visto. Y fue una pena que se fuera tan pronto, porque igual se hubiese unido a lo que estaba a punto de producirse.

 

Después de dar buena cuenta de la comida que habíamos llevado, me decidí a dar un paseo. Montse me dijo que prefería quedarse allí tumbada tomando el sol y sesteando. Así que me di mi paseo a lo largo de la orilla, aprovechando también para admirar el cuerpo de alguna que otra mujer con la que me crucé en mi caminata.

Ya en mi regreso, cuando estaba acercándome al lugar donde estaba Montse, vi que se encontraba sentada sobre la toalla y que delante de ella, de pie, estaba el hombre que se había masturbado. Me percaté de que estaban dialogando y de que tras unos instantes el tipo se dirigió a su toalla, guardó sus cosas en su mochila y se adentró en una zona de dunas que había detrás de donde nos habíamos colocado.

 

Cuando llegué a la altura de Mon, le dije irónicamente:

 

- ¿Qué, aprovechando mi ausencia para ligar con el cuarentón, no?

 

- ¿Sabes lo que me ha propuesto?- me preguntó.

 

- Supongo que cualquier cosa menos que te vistas- le respondí bromeando.

 

- Dice que va a estar un rato metido ahí detrás esperándonos. Me ha ofrecido hacer un trío, tú y yo con él- me comentó.

 

Me quedé un rato en silencio antes de preguntarle:

 

- ¿A ti te apetece?

 

- Mucho. No por ese hombre en particular, sino por experimentar y vivir por primera vez un trío- contestó.

 

- Sabes que yo prefiero un trío con dos mujeres, no con otro hombre, pero por ti haré una excepción. Quiero que disfrutes al máximo tu estancia conmigo- le comenté.

 

Recogimos nuestras pertenencias y nos encaminamos desnudos hacia las dunas. Al adentrarnos en esa zona, no tardemos en ver al hombre. Se estaba masajeando el pene suavemente. Nos acercamos a él y ni siquiera intercambiamos palabras: los tres sabíamos la razón de estar allí.

 

Montse se arrodilló ante el desconocido y comenzó a masturbarle con la mano. El hombre, con los ojos cerrados, se dejaba hacer y disfrutaba del placer que la chica había empezado a proporcionarle. Con suavidad Mon le agitaba una y otra vez la polla, cuyo glande rosado se dejaba ver ya al descubierto. La chica no lo dudó más, acercó su boca a aquel pene erguido y lo engulló hasta la base. Mientras la joven comenzaba la felación, los testículos peludos del desconocido bamboleaban de un lado a otro por los movimientos de la boca de Montse. El hombre comenzó a gemir de placer viendo cómo aquella joven atractiva y caliente le hacía una mamada en toda regla.

Yo, para ponerme a tono, llevaba desde el principio tocándome el pene para que fuera cogiendo dureza. Sin embargo, la chica interrumpió la mamada y la dejó a medias: soltó de su boca la polla del hombre empapada en saliva y se puso de pie.

 

- Quiero que me folléis los dos a la vez. David, quiero que tú me penetres por el culo- dijo.

 

- ¿Y tu miedo al dolor?- pregunté.

 

- ¡Haz lo que te digo y fóllame el culo!- me ordenó.

 

El desconocido quedó situado delante de Montse y le levantó ligeramente a la joven la pierna izquierda. Yo me coloqué detrás, dispuesto a desvirgar el precioso y rotundo culo de la joven. Casi al unísono el hombre y yo fuimos hundiendo nuestra polla en los orificios de la chica. Aquel individuo tenía ya su verga dentro de la vagina de Montse, mientras yo seguía metiéndosela con más cuidado por el ano para no causarle excesivo dolor.

 

- ¡Ahhhh…Despacio, por favor, más despacio!- gritó la chica.

 

Cuando estaba a punto de enterrarle por completo mi verga a la americana, el desconocido comenzó ya con sus primeras embestidas.

 

- ¡Uffff….Qué placer. No pares, dame bien fuerte!- le gritó la joven plenamente entregada a él.

 

Terminé de hundir mi polla y por fin inicié mis movimientos de mete y saca. Los gemidos y gritos de placer de Mon eran ya incontenibles: por primera vez para ella dos pollas al unísono la penetraban por sus dos orificios. Yo continuaba con algo de cuidado, temeroso de dañar a la joven, pero viendo que ella ya no se quejaba en exceso fui aumentando el ritmo y la intensidad poco a poco.

 

- ¡Ay, sí, sí, seguid follándome así, no paréis!- exclamó Montse.

Nuestros tres cuerpos sudorosos estaban fundidos en uno solo, teniendo como base el de la joven. Miré la cara del desconocido y la tenía enrojecida por el esfuerzo y el calor. Él seguí una y otra vez embistiendo con todas sus ganas y perforando el coño de la chica. Yo perdí definitivamente la mesura y aumenté de forma drástica los movimientos.

 

El hombre dio varios impulsos más hasta que gritó:

 

-¡Ahhhh, me corro, me corrooooo.….!

 

Detuvo sus movimientos de golpe, dejando su pene dentro de la vagina de la chica y regándoselo de semen. Mon suspiraba de placer al sentir toda esa leche recorriendo el interior de su cuerpo.

Aún no le había sacado el hombre la polla de dentro a la chica, cuando mi aguante se terminó: tras unas últimas embestidas secas, mi esperma empezó a salir de mi verga llenando por completo el ano de Montse. La chica tenía en ese momento sus dos orificios inundados de semen caliente y, satisfecha, emitió varios gemidos más de placer.

 

Todavía tenía yo mi polla dentro del culo de la joven, cuando el desconocido sacó su miembro de la vagina de la chica, la besó en los labios, cogió su mochila y se marchó sin más del lugar.

Me quedé a solas con Montse, con mi verga aún enterrada dentro y me abracé por detrás a la mujer, acariciándole las tetas.

 

- ¿Estás bien, cielo?- me interesé por ella.

 

- He disfrutado como nunca hasta ahora- me respondió.

 

Tras unos instantes abrazados, retiré mi miembro del interior del culo desvirgado de la chica, por el que comenzó a salir un ligero chorrito de semen. Del coño de la joven también chorreaba aún la leche que aquel individuo había descargado dentro.

 

- ¡Ufff…Me habéis dejado chorreando por todos lados!- exclamó la chica.

 

- Venga, vamos a vestirnos y regresemos a casa- le dije.

 

Antes de comenzar a ponerse la ropa, la joven trató de limpiarse como pudo con las manos, hasta que encontró un kleenex dentro de mi mochila.

Una vez vestidos, salimos de la playa y emprendimos el camino de regreso.

Durante el trayecto de vuelta Montse se quedó dormida en el asiento del copiloto, con las piernas abiertas, dejando ver cómo por sus muslos aún bajaban pequeños chorritos de semen. Ya dentro de la ciudad, al detenerme en varios semáforos en rojo, algunos afortunados tuvieron la ocasión de ver a través de la ventanilla la minifalda de Montse bastante subida por la postura que tenía y el coño libre de ropa interior. Cuando llegamos a la puerta del edificio detuve el vehículo y desperté a la joven.

 

- ¿Ya hemos llegado?- preguntó algo aturdida.

 

- Sí, te has pasado casi todo el viaje durmiendo- le respondí.

 

Una vez dentro del piso, nos duchamos juntos volviendo a disfrutar de nuestros cuerpos. Pasamos el resto de la noche con una agradable velada y cena antes de acostarnos. Montse, insaciable, me pidió que tuviéramos por última vez sexo. Por supuesto que accedí a los deseos de la chica y no recuerdo cuando terminamos. Cuando abrí los ojos era ya por la mañana y casi la hora en que nos teníamos que dirigir a la estación para que Montse cogiera el tren hacia Madrid y desde allí posteriormente el avión de regreso a su país.

 

Ya en la estación la despedida se nos hizo muy dura, pero prometimos volver a repetir la experiencia en cuanto tuviéramos ocasión.

De momento hemos vuelto a nuestra relación a través de los correos, para mantener viva la llama entre nosotros.

 

 

 

Más relatos míos en esta página y en mi blog:  http://ratosdesexo.blogspot.com.es/

 

 

 

 

 

 

 

 

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