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Mi tía me deslechó (4).

en Amor filial

                               MI TÍA ME DESLECHÓ (4).

 

No hizo falta recurrir a la lista de fantasías de mi tía para volver a tener sexo con ella. La siguiente ocasión se presentó de forma inesperada el viernes de la siguiente semana.

Ya teníamos pensado cumplir el domingo otra de las fantasías de dicha lista, pero finalmente la pospusimos por lo por lo que ocurrió ese día.

 

Mi tía había acudido a una cena de empresarios de la ciudad, mientras yo estudiaba en casa preparando el penúltimo examen del curso. Sobre las 3.00 de la madrugada, cuando vencido por el sueño estaba a punto de acostarme a dormir, sonó el timbre de la puerta. Algo extrañado, decidí no abrir en primera instancia, pues sabía que mi tía se había llevado sus llaves. Pero por segunda vez y con mayor insistencia volvió a sonar el timbre. Entonces decidí salir de mi habitación e ir a preguntar quién era.

 

Al otro lado de la puerta una voz ronca me respondió:

 

- Soy un taxista. Acabo de recoger a una mujer a la salida de una sala de fiestas. Me ha indicado que la trajera a esta dirección.

 

Abrí la puerta y me encontré de cara con aquel taxista. Unos metros más alejado se encontraba aparcado el taxi y divisé a mi tía Berta en su interior, sentada en la parte trasera del vehículo, pero sin inmutarse.

Entonces el taxista continuó aclarándome qué era lo que ocurría.

 

- Esa mujer está completamente borracha. Sólo acertó a darme esta dirección antes de quedarse dormida por los efectos del alcohol. He intentado despertarla para que me pagase el servicio y se bajara del vehículo, pero me ha sido imposible. No hay quien la haga reaccionar.

 

- Está bien. Es mi tía. No se preocupe usted. Yo le abonaré ahora el servicio realizado. Lo que hay que volver a intentar es hacer que baje del coche- le comenté al taxista.

 

Me acerqué junto con aquel hombre al vehículo y cuando el taxista abrió la puerta trasera del coche, pude comprobar el lamentable estado en el que se encontraba Berta. Me sorprendió verla así, pues nunca la había visto beber alcohol en casa, ni sabía que lo hiciera de forma abusiva en ningún tipo de local. Se encontraba con los ojos cerrados, despeinada y con uno de sus zapatos quitados. Le pregunté al taxista que cuánto le debía y busqué en el bolso de mi tía el dinero necesario para pagarle el servicio.

 

Entonces traté de despertar a Berta, pero tras abrir ligeramente los ojos y esbozar una leve sonrisa, volvió a cerrarlos. Llevaba puesto un vestido ceñido de noche, de color negro, corto y escotado y unos zapatos de tacón del mismo color, uno de los cuales yacía sobre la alfombrilla del vehículo. El vestido de Berta era tan corto que no le llegaba ni a la mitad de los muslos y al estar sentada en el asiento, se le había subido un poco más, dejando casi al descubierto su ropa íntima. En seguida le vi las bragas, unas bragas negras transparentes a través de las cuales se apreciaban con nitidez sus labios vaginales y la rajita de su coño. Estaba convencido de que con la postura en la que se encontraba Berta, con las piernas muy abiertas, aquel taxista había podido disfrutar de la visión de aquel coño durante el viaje, a través del espejo delantero del coche.

 

Yo solo sería incapaz de sacar del taxi a mi tía, por lo que le pedí ayuda al taxista. Éste accedió inmediatamente, supongo que por amabilidad, pero también sabedor de que así podría seguir disfrutando del espectáculo gratuito que mi tía le estaba ofreciendo.

 

El hombre tendría unos 50 años, era algo canoso, bastante alto y corpulento.

Entre los dos logramos sacar a Berta del coche y llevarla en brazos hasta la casa. Con la maniobra de sacarla del vehículo y cogerla en brazos el vestido se le subió aún más y mi tía se quedó, ahora sí, con las bragas al aire. Yo sujetaba a mi tía por las axilas y el taxista por las piernas, por lo que el hombre tenía sus manos a escaso centímetros de la tela transparente que cubría su sexo. El individuo no apartaba sus ojos de la entrepierna de mi tía y en su pantalón se comenzaba a notar cómo el bulto crecía de tamaño de forma rápida.

Yo no hice nada por tapar algo a mi tía, primero porque tenía las manos ocupadas aguantando su peso y segundo porque quería permitirle al taxista que disfrutara todavía más de aquella situación.

 

Al entrar en casa tumbamos a Berta en un sofá y observé claramente cómo el taxista, con disimulo, aprovechó para pasar su mano sobre la parte delantera de la braguita de mi tía y así acariciarle el coño.

Entonces, viendo el grado de excitación al que estaba llegando aquel individuo, decidí dar un paso más: le quité los zapatos a Berta y después empecé a sacarle el vestido, ante la atónita mirada del taxista.

- Supongo que así estará más cómoda hasta que se le pase la borrachera que lleva encima- dije.

 

Poco a poco fui descubriendo el cuerpo de mi tía hasta quitarle por completo el vestido: las tetas de Berta quedaron al aire, no se había puesto sujetador aquella noche, y su cuerpo sólo estaba tapado por las braguitas transparentes (si a eso se le podía llamar tapar algo).

 

- Voy a traerle un poco de agua, a ver si así reacciona un poco- le indiqué al taxista.

 

Me dirigí hacia la cocina, no sólo con la intención de llevarle una botella de agua a Berta, sino también para que aquel hombre se quedara a solas con mi tía durante unos instantes. Permanecí más tiempo de la cuenta en la cocina, para prolongar el tiempo que el individuo estuviera con Berta a su entera disposición. Y mi plan dio resultado: cuando regresé al salón, me encontré con que el taxista le había apartado ligeramente la parte delantera de la braguita a mi tía y le acariciaba sus rosados e hinchaditos labios vaginales. No quise interrumpirle, de modo que me quedé un rato más en la entrada del salón, sin que el taxista me viera, contemplando aquella escena. Cuando pasó de los tocamientos a penetrar con dos de sus dedos el coño de mi tía, decidí entrar en el salón. Al percatarse de mi presencia, se disculpó:

 

- Lo siento. No lo he podido evitar. Tu tía me ha puesto muy caliente y la tenía aquí toda a mi disposición……

 

Yo le interrumpí:

 

- No hace falta que te disculpes. Mi tía se ha convertido últimamente en una auténtica puta y viciosa del sexo. No creo que le moleste lo que le estabas haciendo. Todo lo contrario: seguro que le gustaría disfrutarlo más. Puedes seguir tranquilamente.

 

Animado por mis palabras prosiguió con sus tocamientos, posando ahora sus manos sobre las tetas de Berta. Las masajeaba una y otra vez en un continuo refriego que culminó con el pellizqueo de los pezones de mi tía.

El magreo del hombre empezó a ser tan fuerte que provocó que Berta se despertara. Sin embargo, pese a que tenía ya los ojos abiertos, seguía estando aturdida y no acababa de percatarse del todo de lo que el taxista le estaba haciendo. Aproveché para ofrecerle el agua y a duras penas fue capaz de agarrar la botella y beber algo de líquido.

Poco a poco comenzó a recuperarse y en su rostro se dibujó una leve sonrisa, antes de empezar a emitir suaves gemidos: era evidente que ya sentía y gozaba los tocamientos del taxista y lejos de oponerse, se los consentía. Esto envalentonó todavía más al individuo, que intensificó aún más sus magreos, hasta pasar a lamerle los senos a mi tía con la lengua.

 

Yo sentía cómo mi polla se endurecía irremediablemente y comencé a tocarme sobre la ropa.

Entonces Berta pronunció sus primeras palabras desde la llegada a casa:

 

- Me da vueltas la cabeza. Necesito ir al baño.

 

Se intentó incorporar, pero fue incapaz. La ayudé a que se levantara para dirigirse al baño. Sin embargo, no le dio tiempo a llegar: en medio del pasillo de la casa empezó a mearse encima de las bragas ante la calenturienta mirada del taxista. El pipí mojó rápido la prenda transparente y comenzó a chorrear por los muslos de Berta.

 

- ¡Joder, qué vergüenza! ¡Llévame a la ducha!- me pidió mi tía, mientras trataba de quitarse las bragas empapadas de orín.

Tuve que ser yo quien terminara de bajárselas, llenándose mis manos de pipí. La prenda quedó tirada en el suelo justo en la puerta del baño.

Cuando quise darme cuenta, el taxista estaba nos había seguido y estaba a nuestro lado. Se había sacado la polla por la bragueta del pantalón mostrándola completamente empalmada.

 

No tardó mi tía en percatarse de aquella verga tan tiesa y dura, en la que se dibujaban varias venas que parecían a punto de estallar. Al verla desistió de su idea de darse una ducha y se aproximó hasta el hombre:

 

- Ahora me acuerdo de ti. Tú eres el taxista que me recogió a la salida de la sala ¿no?- dijo.

 

- Veo que ya estás bastante mejor. Eso está bien, porque así vas a disfrutar más de lo que va a venir ahora- comentó el hombre.

 

Le ofreció su verga para que se la mamara y Berta no lo dudó: se agachó ante él, le retiró la piel que recubría el miembro y dejó al descubierto el capullo enrojecido. De una vez se metió en la boca el falo de aquel hombre e inició la felación de forma suave. Yo aproveché para comenzar a desnudarme y en pocos segundos me quedé tapado sólo por el bóxer delante de mi tía y de aquel desconocido. Me quité también la prenda íntima y mi verga completamente tiesa y empinada quedó a la vista de mi tía y del desconocido.

 

Berta movía ya la cabeza con algo más de énfasis, dándole un mayor ritmo a la mamada. Miraba a los ojos del taxista y sabía que a éste le estaba gustando lo que le estaba haciendo. De pronto, del coño abierto de mi tía, que se encontraba en cuclillas, empezó a chorrear de nuevo orín: se estaba meando otra vez y mojó los zapatos del taxista y mis pies desnudos.

 

Berta terminó de mear, soltó entonces de su boca la polla del individuo, se incorporó y me pidió que le levantase una de sus piernas y la mantuviese en alto para que tanto el taxista como yo pudiéramos follarla a la vez.

Le elevé la pierna derecha, de forma que el taxista aproximó su miembro al ano de mi tía y yo el mío a su coño.

De forma casi simultánea ambos le hundimos nuestra verga a Berta en sus dos orificios, mientras ella emitió un fuerte gemido al sentirse penetrada doblemente. Para proporcionarse más placer, tiraba de sus pezones y los friccionaba con vehemencia, provocando con el roce que se fueran enrojeciendo.

 

El taxista bombeaba sin cesar el culo de Berta, mientras yo continuaba con un suave mete y saca en el coño de mi tía. Le hice un gesto al desconocido para que parase y él obedeció. Le sacamos de dentro los penes a mi tía y nos la llevamos a su habitación, para acabar tumbándola en la cama.

 

- ¡Métele por el chocho todos los dedos que puedas mientras yo busco una cosa!- le ordené.

 

El hombre no se lo pensó y empezó a introducir primero dos, luego tres de sus dedos en la húmeda y maloliente vagina de mi tía.

Yo estaba convencido de que Berta guardaría en algún cajón de su habitación algún juguete erótico y pretendía encontrarlo para usarlo.

Comencé a rebuscar en los diferentes cajones, entre la ropa, hasta que tras remover y tirar al suelo sujetadores, bragas y pantys, encontré un pene de plástico de color negro. Lo cogí y cuando me giré hacia la cama, comprobé que el taxista había metido toda su mano derecha en el coño de mi tía y la estaba masturbando de forma salvaje. Berta gemía a gritos y unos instantes más tarde alcanzó un primer orgasmo: el hombre sacó su mano de la vagina de mi tía y del interior comenzó a chorrear una gran cantidad de flujo que empapó parte de la sábana de la cama. El taxista volvió a meterle la mano entera en el coño y yo hundí el pene de plástico, que había encontrado antes, hasta el fondo del orificio anal de Berta.

 

A un ritmo frenético la penetrábamos sin parar, mientras ella gritaba que no parásemos. Se le veían los labios vaginales irritados por el continuo roce de la mano del taxista, que seguía deslizándose una y otra vez hacia dentro y hacia fuera de aquel coño depiladito.

El taxista decidió sacar por fin su mano del sexo de mi tía y le ofreció la polla para que ahora fuera ella quien lo pajeara. Berta agarró con su mano derecha la verga de aquel hombre y comenzó a masturbarle a una gran velocidad. Yo seguía penetrándola analmente con el pene de plástico, a la espera de que el taxista se corriese.

 

-¡Vamos, dame de una vez todo lo que tienes, hasta la última gota- gritó mi tía al taxista mientras dejaba resbalar de forma imparable la polla de éste por su mano. Le dio varias sacudidas enérgicas más a aquella verga, hasta que del glande empezó a salir disparado el semen en varios chorros que impactaron en el cuerpo de mi tía y en la pared de la habitación. Berta acabó por meterse en la boca el pene del individuo para saborear las últimas gotas de esperma.

 

Cuando ya no quedaba ni una gota del líquido blanco, Berta dejó escapar de su boca la polla del hombre y éste te apartó de la cama, se metió la verga dentro del pantalón y se subió la cremallera. Sin pronunciar ninguna palabra abandonó la habitación, no sin antes agacharse para coger y llevarse algunas de las braguitas de mi tía que estaban esparcidas por el suelo. Pocos instantes después se escuchó al hombre cerrar la puerta de la casa y arrancar su taxi.

 

 

Me quedé a solas con mi tía, que estaba tumbada en la cama. Berta se llevó sus manos a los labios vaginales, los abrió todo lo que pudo, mostrándome toda su vulva y me dijo:

 

-Aquí me tienes, toda para ti. Lléname mi coño de leche.

 

Con suavidad le fui metiendo mi verga dentro: se deslizaba perfectamente en el interior de aquella vagina lubricada. El gusto y el placer en mi aumentaban cada vez que mi pene resbalaba dentro del coño de Berta, que con el pene de plástico apretaba alternativamente sus pezones. Mis embestidas fueron ganando en velocidad y en potencia, provocando nuevos gemidos en mi tía.

 

-¡Vaya sobrino más guarro que tengo. Yo seré una auténtica zorra por permitir que me folles, pero tú bien que te aprovechas y te esmeras en darme placer!- gritó Berta en medio del éxtasis.

 

Aceleré ya todo lo que pude sin dejar nada en la reserva y tras unos instantes sentí en mi abdomen varias contracciones y una gran punzada en mis testículos. Inmediatamente sentí cómo de mi polla salía a chorros mi leche que llegaba hasta el fondo de mi tía Berta. Ella, complacida, suspiró varias veces y dibujó una sonrisa de satisfacción en su rostro.

 

Berta no tardó mucho en caer rendida por el sueño y por el cansancio. La dejé dormida en su cama y yo me di una ducha antes de acostarme a dormir en mi habitación.

 

Cada día que pasaba y cada vez que follaba con mi tía me obsesionaba más con ella: sólo me apetecía tener sexo con Berta y no con otra mujer, ni siquiera con una chica de mi edad.

Me quedé dormido pensando cuándo volvería a tener la suerte de dejarme ordeñar por mi tía y de regalarle mi sabrosa leche.

 

 

El próximo relato será el final de esta serie. Espero que os haya gustado esta cuarta historia. Me agradaría que dejarais comentarios.

 

Podéis leer otras historias mías en esta página y en mi blog: http://ratosdesexo.blogspot.com.es/

 

 

 

 

 

 

 

 

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