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Honor 01: venganza

en No Consentido

La señora Takahashi dio un rápido vistazo al kimono al pasar frente al espejo, alisó el obi con un rápido movimiento de su mano, y se detuvo frente a la puerta del apartamento para tomar aire y tratar de disimular su nerviosismo. Cuando, por fin, decidió abrirla, el señor Hatoyama permaneció ante ella observándola quizás con demasiada atención: la espalda levemente inclinada en una reverencia; la cabeza humillada, evitando mirarle a la cara; los pies juntos, y las manos recogidas bajo el pecho. Hizo para sí un gesto de asentimiento. Era una bella mujer.

- El señor Takahashi y nuestro hijo esperan al señor Hatoyama en la Ima.

- Gracias, Mizuki ¿Podría llevarme hasta allí?

Se sintió violenta al escuchar su propio nombre en los labios de aquel extraño que había permanecido observándola en silencio más tiempo del conveniente e ignorado el geta-bako. Fingió no haber reparado en ello, se giró sin enderezar la espalda, y caminó por el estrecho pasillo entre fushuma hasta la sala donde los hombres esperaban con ansiedad.

- Señor Hatoyama, es un honor recibirle en mi casa.

- Sí, ya…

- Si me hace el honor…

Se conducía con una cierta prepotencia que violentaba a su anfitrión que, pese a ello, mantenía la actitud sumisa que su jefe tenía derecho a esperar. Tomó asiento sobre el tatami cruzando las piernas sobre los zapatos que no había querido quitarse al entrar y permaneció observante, pasando la mirada de uno a otro de los miembros de su familia, sin prestar atención a la delicadeza de los precisos movimientos con que la señora Takahashi servía el té.

- ¿Y tú te llamas…?

- … Shun, señor Hatoyama…

- Bien, Shun… Te voy a contar una vieja historia…

Se sintió intimidado por la familiaridad con que el caballero le trataba, indignado. Tuvo que recordar la importancia que su visita tenía para su padre, cuyo futuro laboral estaba en manos de aquel maleducado, que podía proyectarlo, como esperaba, o hacerle caer en desgracia con solo chasquear los dedos. Fingió interés y permaneció atento, bajo la mirada satisfecha de su padre.

- Hace ya treinta años, en 1942, yo era un muchacho más o menos de tu edad… ¿Cuantos años tienes? ¿Diecisiete?… Bueno… No importa… El caso es que mi padre, el capitán Hatoyama, servía en la Armada Imperial a las órdenes del Almirante Takahashi, tu abuelo… Creo que tu padre no conocerá esta historia…

El señor Takahashi sintió un nudo en la garganta ante aquel giro inesperado de los acontecimientos que, de repente, alteraba cualquier plan que hubiera podido concebir sobre el desarrollo de la visita en que había puesto sus esperanzas.

- … el caso es que, por entonces, mi padre dependía de su aprobación para obtener el ascenso que podría cambiar nuestras vidas. Mi padre ansiaba gobernar uno de nuestros destructores, había dedicado su vida a prepararse para ello y habría dado cualquier cosa por honrar a su familia sirviendo al Emperador en la batalla.

El muchacho escuchaba con atención el relato. Había conocido a su abuelo, un hombre hosco, chapado a la antigua que, según tenía entendido, había padecido una gran decepción cuando su hijo manifestó su deseo de estudiar economía en lugar de mantener la tradición familiar del servicio de las armas. Tan solo la derrota y el fin del Imperio habían abierto una mínima rendija en su determinación: si ya no había honor, pensó, ¿qué importa?

- … Así que le invitó a su casa (fíjate qué ironía, justo al contrario que ahora), decidido a convencerle de sus méritos con la esperanza de lograr su apoyo. Preparó todo con el mayor esmero: mi madre, la señora Hatoyama, le recibió con su mejor kimono y demostró sus excelentes modales; yo mismo, permanecía expectante, como tú, ligeramente apartado, esforzándome por cumplir mi papel y demostrar a aquel hombre la excelente familia a la que pertenecía… Pero el almirante, tu abuelo, resultó ser… un patán…

Tan solo la mirada suplicante de su padre le contuvo. Sintió que sus mejillas recibían la efusión de la sangre y su pecho se oprimía cómo si le faltara el aire. Sus músculos se tensaron instintivamente y, entonces, miró a su padre, que le suplicaba con los ojos que se contuviera. Despreció su sumisión pero aceptó su derecho a decidirlo.

- … Despreció el té que mi madre iba a servir y, en su lugar, pidió sake. Bebió varios vasos, que él mismo se servía sin dejar a mi madre siquiera la dignidad de halagarle, y se dedicó a charlar sin orden ni concierto mientras se emborrachaba como un campesino...

Se había puesto de pie y caminaba alrededor de la familia pisando el tatami con aquellos zapatos negros que deshonraban la casa.

- Mi padre me obligó a contenerme. Incluso cuando comenzó a manosear a mi madre, mi padre se mantuvo quieto, imponiéndome su actitud. Ella lloraba mientras tiraba con aquella torpeza de borracho de la seda deshaciéndole el obi y abriéndole el kimono hasta exponer sus senos. Tuve que soportar ver cómo mi pobre madre lloraba mientras chupaba sus pezones con aquella lascivia asquerosa humillando a mi familia ante mis ojos.

Mientras hablaba y hablaba sin parar, exponiéndonos a la vergüenza del indigno comportamiento de mi abuelo, había obligado a incorporarse a la señora Takahashi y reproducía sobre ella cada detalle de los que profusamente describía. El joven Shun, desconcertado por la brutalidad de los hechos que describía y por la pasividad de su propio padre, que contemplaba en silencio la humillación a que sometía a su mujer, permanecía inmóvil, incapaz de reaccionar, sin poder separar la vista de la escena grotesca que se había desencadenado de aquella manera inexplicable.

- ¿Sabes, Shun? Mi madre también era una mujer bella, como la tuya: de piel blanca y senos pequeños, un poco caídos, como estos, pero hermosos… menores, mucho menores...; también lloriqueaba mientras tu abuelo lamía y pellizcaba sus pezones: y también gimió cuando introdujo uno de sus dedos en su vulva, discretamente oculta bajo el vello liso y negro, como ahora tu madre… ¿Habías visto antes a una mujer desnuda?

Había conseguido desnudarla por completo. Tan solo los tabi y los geta cubrían sus pies. Situado a su espalda, acariciaba sus senos y su sexo ante el muchacho haciéndola llorar y gemir. Tuvo que ver sus pezones endurecerse y escuchar cómo sus quejidos iban cambiando de tono a medida que forzaba su deseo con aquella autoridad monstruosa que había abrumado a su padre; tuvo que escuchar cómo su respiración se agitaba y contemplar cómo el dedo con que la penetraba adquiría un brillo húmedo apenas a un metro de distancia, a la misma altura de sus ojos mientras permanecía sentado en el tatami.

- Por entonces, yo tampoco había visto nunca a una mujer desnuda. ¿Sabes? Y también me excité. Me daba vergüenza, pero me excité, como tú ¿Por qué estás excitado, verdad? Ven, acércate. Seguro que quieres verla ¿No? Tócala.

La señora Takahashi dio un respingo al sentir la mano de su hijo sobre el pecho. Su llanto se hizo más intenso. Hipaba en violentas convulsiones breves mientras suplicaba que pusiera fin a aquello con escasa convicción, consciente de que aquel hombre haría lo que fuera por vengarse ante la cabeza humillada de su esposo, que permanecía sentado e inmóvil.

- Vamos, Mizuki, desnuda al chaval, vamos a comprobar si tengo razón.

Obedeció. Con las manos temblosas, fue desatando las bandas del obi y abriendo su kimono hasta dejarlo caído en el suelo a sus pies. La polla del muchacho permanecía firme como un palo, rígida. No se atrevía a mirarla a los ojos. Sus manos colgaban a ambos lados del cuerpo.

- A mí también me avergonzaba ver cómo el cornudo de mi padre consentía aquello, pero tampoco podía controlar mi polla. No podía resistirme. Era tan bella…. Un poco más delgada que tu madre, sin estas curvas en las caderas, ni este vientre redondeado… ¿Sabes? Toda mi vida me ha perseguido aquella vergüenza…

La señora Takahashi, rendida, obedecía sus indicaciones sin necesidad de que las formulara siquiera con palabras. A un gesto suyo, se arrodilló tras su hijo. El señor Hatoyama hizo que este se inclinara levemente. Apenas un atisbo de resistencia, nada, y se inclinó entre sus nalgas lamiendo su culito lampiño, buscando con la lengua el estrecho agujero mientras el hombre jugueteaba con su pollita menuda sin llegar a sujetarla.

- ¿Delicioso, verdad? Mucho mejor que cuando te lo haces tú ¿No? Yo también gemía. Tenía vergüenza, una vergüenza intensa y desoladora, que parecía consumirme el alma y, sin embargo, pese a todo, su lengua en mi culo, los dedos del Almirante rozando mi polla… Sí… así… Yo también gemía así…

La había agarrado por fin. Su mano resbalaba lentamente sobre ella. Tiró hacia atrás del pellejito que escondía su capullo descubriéndolo. Shun pudo observar que estaba brillante y enrojecido. El beso oscuro de su madre, a su espalda, se hacía más intenso, más húmedo, y la mano del señor Hatoyama resbalaba acariciando su polla, haciéndole gimotear como una niña. Sentía cada detalle de la vergüenza que describía, de la humillación que relataba.

- Y mi padre, mientras tanto, inmóvil, dispuesto a deshonrarse, a deshonrarnos a todos para conseguir su puesto, mirándonos… Y me corrí…

Gimoteando, Shun comenzó a escupir su esperma en la palma de la mano del señor Hatoyama, que acariciaba su capullo con las yemas de los dedos haciéndolas resbalar alrededor. Sintió un escalofrío, y su esperma derramarse a golpes violentos que le hacían temblar. La lengua de su madre hurgaba en su culito causándole un placer avergonzado y violento. Se corría en la mano de aquel hombre, ante su padre, llorando como una niña, incapaz de contenerse mientras su madre se humillaba de aquella manera horrible.

Tras hacer que se corriera, el señor Hatoyama pareció perder el interés hacia él. Le apartó a un lado con un gesto tajante y acercó la mano goteante a los labios de su madre, que comenzó a lamerlos sumisa bebiendo hasta la última gota del esperma de Shun que aun quedaba en ella. La chupaba dedo a dedo y él la miraba con una sonrisa complacida. Había dejado de llorar, como si asumiera la derrota, como si el vergonzoso silencio de su hombre derrotado autorizara al vencedor a disponer de su botín.

- Pero no terminó ahí. El almirante Takahashi se ocupó entonces de mi madre. Yo ya no sentía orgullo que me impulsara a defenderla, solo vergüenza, así que no hice nada mientras mi madre desabrochaba los botones del pantalón de su uniforme. Tampoco cuando sacó su polla y empezó a lamerla, a succionarla haciendo un ruidito asqueroso, como este ¿Lo escuchas?

La señora Takahashi había comenzado a chupársela. Parecía juguetear con su saliva al succionar haciéndola burbujear en su capullo. Shun pensó que la suya era más grande, que apenas cabía en la boca de su madre, que tenía una mano escondida entre los muslos y la movía lentamente. La suya, que no había llegado a ablandarse del todo, respondía al estímulo visual irguiéndose de nuevo. Le avergonzaba la excitación que le causaba la degradación de su madre, la visión de sus curvas, de su carne mullida, de su piel pálida y sedosa, perfecta, de sus pezones contraídos. Le avergonzaba el deseo que hacía endurecerse más y más su polla al escuchar sus gemidos, casi quejidos mimosos al chupar el capullo grueso y violáceo de aquel hombre que vertía sobre su familia aquel odio de décadas.

- ¿Pero sabes qué fue lo peor?

Mirándole a los ojos, como sin darle importancia, con apenas un gesto, hizo que su madre se tendiera en el suelo. Abierta de muslos, exhibía ante ellos su vulva abierta y brillante. La acariciaba mirándole a los ojos, como suplicándole.

- Lo peor fue verla así, como ahora: caliente como una ramera, implorándole, esperándole… ¿La ves, Shun? ¿Comprendes su deseo? Es una puta. Tu madre es una puta, y tu padre un hombre sin honor que va a mirarme mientras la follo. ¿Quieres verlo? ¿Tú también quieres ver cómo se corre mientras follo su coño de ramera?

- …

- ¡Vamos, dímelo! ¿Quieres ver cómo la follo?

- … sí…

Shun se escuchó pronunciar aquella única palabra como si saliera de los labios de otro. “Si ya no hay honor, ¿Qué importa?”, pensó, y siguió mirándole, observando cómo se arrodillaba en el suelo, entre sus piernas, y la metía lentamente en su interior. La señora Takahashi gimió al sentirla. Incluso abrió la boca cuando, inclinándose sobre su cara, dejó que escurriera su saliva sobre ella y la bebió como con ansia. Sus gemidos, casi como quejidos de pena y de vergüenza, se acompasaban al ritmo trepidante con que el hombre la follaba. Se dejaba hacer con los ojos entornados y un rictus de placer que descomponía su rostro, normalmente amable, sereno. Su carne se movía dibujando ondas blancas bajo la piel. Todo su cuerpo temblaba. Repetía una letanía formal de negativas formales entre gemidos llorosos de placer, cómo su madre le había enseñado. Lloriqueaba de placer recibiendo el bombeo que el señor Hatoyama imprimía a su coño velludo de vello negro, largo y liso.

- Ven, acércate.

Shun obedeció. De alguna manera, cualquier resistencia que hubiera podido contemplar había quedado anulada por el deseo, por la vergüenza, por la excitación que le causaba ver a su madre así. Se acercó y dejó que el hombre deslizara la lengua sobre su polla dura, que lamiera su capullo brillante, que se metiera sus pelotas en la lengua, que la acariciara rozándola apenas con los dedos haciéndole gemir mientras seguía hablándole incansablemente entre jadeos contenicos.

- Pero no es a follarme a tu madre a lo que he … venido… Bueno… También… Pero… ufffff… a quien quiero… a quien quiero… follar… es a ti…

Ni siquiera se apartó. Dejó que aquel hombre que profanaba a su madre ante sus ojos siguiera metiéndose en la boca sus pelotas gimoteando, como si la lógica del momento condujera inexorablemente hacia su voluntad. Ni siquiera le extrañó. Ni se apartó cuando sus dedos comenzaron a juguetear en su culo mientras seguía chupándosela con cuidado, despacio, procurando evitar que se corriera. Dejó que los humedeciera en su propia saliva. Los lamió humedeciéndolos con su propia saliva, y permitió que deslizara uno de ellos en su interior.

- Voy a follar tu culito por que quiero que sientas la misma vergüenza que yo. Voy a clavarte mi polla ante tus padres, por que necesito que sintáis la misma humillación, la misma vergüenza que destrozó a mi familia, Shun. No es nada personal: te follaré, y tú culearás como un yaoi, como una mariconcita. Te dejarás follar lloriqueando ante tus padres, y te correrás… Y tu padre heredará mi vergüenza, y yo habré lavado el honor de mi apellido con tu leche de putilla. Nada personal, Shun. Mala suerte. Es tu herencia…

Entonces la dejó. De repente, la dejó. Sacó su polla de ella, brillante, gruesa, dura, y la dejó. La señora Takahashi lanzó un grito de desesperación. Suplicaba que siguiera, que volviera a follarla. Shun jamás había imaginado que fuera a escuchar aquellas palabras de los labios de su madre. Clavaba los dedos en su coño con desesperación. Se lo ofrecía, imploraba por su polla mientras se retorcía en el suelo gimiendo.

- ¡Vamos, arrodíllate ahí, frente a tu padre, mirándole a los ojos!

Obedeció hipnotizado, arrastrado por la violenta sexualidad del momento, superado por el deseo, por la abrumadora atmósfera que parecía haber oscurecido el ambiente, densificado el aire. Se arrodilló ante su padre, que ni siquiera alzó la cabeza para mirarle. Se colocó a cuatro patas entre sus muslos ofreciéndose a aquel hombre malvado mientras su madre imploraba, lloraba y gemía masturbándose como una desesperada.

- Déjele… por favor, Señor Hatoyama… Por… favor… Deje a mi hijo… Fólleme a mi… ¿Quiere mi culo?… Folle mi culo… Por favor… Fólleme a mi…

Sintió los dedos en su culo, lubricándole y, apenas un instante después, su polla deslizándose dentro, causándole un intenso dolor, una quemazón que no lograba vencer a su excitación violenta. El llanto de su madre, que se había arrastrado a su lado, que se masturbaba violentamente tratando de excitarle, de atraerle a sí, contribuía a incrementar su deseo. Poco a poco, el ardor violento del principio iba siendo sustituido por una sensación extraña. La sentía deslizarse y presionar dentro, como un calambre, cada vez que, lentamente, volvía a clavarse en él. Le sujetaba una mano atrás, tensa, y le follaba. Su polla latía al contacto, respondía a la presión con un latido violento que parecía brotarle de dentro.

- ¿Te gusta, Kaito? ¿Te gusta escuchar a tu hijo gemir como una puta? ¡Míralo, bastardo! ¡Míralo! ¿No te excita? ¡Enséñaselo, cornudo! ¡Enséñale tu polla!

El señor Takahashi obedeció en silencio, con lágrimas en los ojos. Abriendo su kimono, exhibió ante la mirada de su hijo, que gimoteaba ante su cara, su polla erecta, rígida, surcada de venas azuladas, que babeaba. Shun, sintió la mayor de las vergüenzas, la humillación definitiva.

- Ahora has perdido tu honor, Kaito. Ni siquiera mereces tu apellido, y yo recupero el mío.

Empujando su cabeza con la mano, sin dejar de bombear su culito delgado y lampiño, la condujo hacia él. El joven Shun, sin dudarlo, cumplió su deseo. Abriendo la boca, dejó que la polla endurecida de su padre se deslizara entre sus labios. Gimiendo, imitó el gorgojeo de su madre al chupársela. No sentía asco. Solo vergüenza, y placer. La textura rugosa que las venas dibujaban alrededor del tronco firme le resultaba extrañamente atractiva, como una traducción en materia del deseo y del placer. Sentía en la lengua la crema gelatinosa y templada que su padre manada en su boca mientras su madre lloraba a su lado, masturbándose desesperadamente, y aquel hombre brutal follaba su culito cada vez más deprisa, más fuerte, causándole un placer extremo que nunca hubiera soñado. Se dejó llevar. Se dejó penetrar una y otra vez, una y otra vez. Ni siquiera veía. Ni siquiera vio a su madre deslizarse boca arriba bajo su cuerpo delgado. Solo sintió el calor de su boca cuando envolvió su capullo, la succión intensa que acompañaba a sus movimientos, la sensación húmeda cuando, al recibir un nuevo empujón del señor Hatoyama en sus nalgas, su polla se clavaba otra vez hasta la garganta de su madre, que clavaba los dedos en su coño y culeaba.

- Nada… personal… Es… por… mi… ho… nooooooor…

Sintió aquel fluido viscoso y caliente derramándose en su interior. Sintió la polla gruesa del señor Hatoyama clavándose hasta el fondo una última vez y derramándose dentro. Sintió la polla de su padre estallándole en la boca, ahogándole con aquella violenta efusión de esperma viscosa e insípida a latidos sincopados y rítmicos que arrojaban, cada uno, un nuevo chorro en su garganta, que apenas bastaba a tragarla entre gemidos. Y él mismo se derramó. Su madre, Mizuki ahora, succionaba y bebía su leche haciéndole derretirse mientras su cuerpo entero se tensaba formando un arco en el suelo con los dedos firmemente clavados en el coño. Se corrió en su boca a chorros, con una abundancia desconocida que nunca habían conseguido las torpes maniobras de su mano. Se corrió en su boca viéndola correrse, sintiendo su calor, tragándose la leche de su padre mientras aquel hombre malvado interrumpía su danza y, al sacarla, hacía que su esperma gotease hasta el suelo resbalando entre sus nalgas blancas y delgadas.

- Ahora fóllala. Se lo merece.

Ni siquiera tuvo que vestirse. No se había desnudado. Se incorporó mirándolos. Se limitó a subirse la bragueta mientras Shun se echaba encima de su madre, llorosa y como muerta, y comenzaba a bombear en su interior aquella pollita juvenil, tan dura.

- Tu nuevo trabajo, Kaito (No te importará que ahora os llame por vuestros nombres ¿Verdad?) va a tenerte muy ocupado. Creo que te nombraré responsable de ventas en India e Indonesia… Tendrás que viajar mucho… Era lo que querías ¿no?… No te preocupes por Mizuki y Shun… Yo me encargaré de ellos mientras estés fuera… No les va a faltar de nada… Bueno… salvo honor quizás… Pero eso… eso ya hemos visto que no le importa mucho a tu familia ¿verdad?

Salió solo de la ima con una sonrisa discretamente satisfecha en los labios, sin mirar atrás. Shun gemía entre sus muslos y Mizuki lloriqueaba. Debía estar corriéndose. “Habrá que aceptar la oferta de su culo”, pensó. “A Kaito le gustarán las fotos… quizás se masturbe en Nueva Delhi cuando se las mande...”.

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