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Nota media 03: reválida

en Transexuales

Bueno, pues por la mañana, mientras me fumo mi cigarrillo en la puerta, reuniendo estímulos para el día, veo a mi putita Carlota de la mano de un muchacho angelical. Una cosa deliciosa: rubio, de cabello rizado y piel morena, ojos azules, perfectamente lampiño, delgadito, con una de esas caras nórdicas aniñadas, como de ángel. En fin: una preciosidad de criatura.

Yo nunca he sido de hombres. Cuando nos dejó mamá tenía dieciséis años. Papá estuvo varios años desorientado. Volvía a casa tarde, casi siempre bebido, y se acostumbró a llamar a la puerta de mi cuarto. Yo soportaba sus toqueteos, y me resignaba a toquetearle como me exigía, aunque me diera un asco terrible, y mucha pena también.

Una noche llegó con un amigo, y las cosas se complicaron. Entraron juntos, y no se conformaron con manosearme. Papá le incitaba a comprobar lo guapa que era y lo buena que estaba. Como pudieron, por que estaba muy borrachos, me follaron entre ambos, a la vez. Aquella noche sentí la humillación y el dolor como nunca los había sentido, y me juré no volver a tener contacto con un hombre. De hecho, tan solo los he tenido muy esporádicamente a lo largo de mi vida, y siempre con hombres… poco masculinos, no sé si me explico.

El caso es que es ver al muchacho e imaginarme a la zorrita agarrándole la polla, así que me pongo como una perra: tan angelicales ambos, tan dulces e inocentes, desnuditos… No sé… no puedo evitarlo.

  • Carlota, cielo.
  • ¿Sí?

La sorprendo en el pasillo y, al girarse cuando la llamo, veo el temblor en sus labios y el nerviosismo con que se agarra las manos en el regazo. Me excita esa sumisión que fuerza esta posición de superioridad que me da mi estatus frente a las putitas. Me pregunto qué siente ella, qué habrá pensado a solas en casa, durante la noche, una vez pasada la calentura del momento. Me parece ver que tiene ojeras ¿Habrá pasado la noche sin dormir? No tiene los ojos irritados, no ha debido estar llorando ¿Se habrá frotado con la almohada recordándolo?

  • Supongo que recuerdas nuestra cita de esta tarde.
  • Sí… sí, claro…

Habla con un hilillo de voz. Viste de oscuro, mucho más discreta que ayer, con un vestido de paño de color marrón jaspeado, con peto y tirantes, y una blusa abotonada hasta el cuello. Unas botas de aspecto militar y el pelo recogido en una coleta con una goma amarilla.

  • ¿Vendrás?
  • Sí…

Se ruboriza al decirlo. Humilla la mirada, como si hubiera algo en mis pies que atrajera toda su atención y se ruboriza. Se agarra la mano izquierda con tal fuerza que le blanquean los dedos. Me inclino un poco para susurrar en su oído. Otra putita, pasa a mi espalda. Creo que es alumna mía. Hoy me follaría a cualquiera capaz de moverse.

  • Trae a tu novio, putita. Hoy vas a correrte como una perra en celo.

La dejo ahí. Me doy la vuelta y me marcho sin despedirme, dejándola con esa frase en los oídos y la cabeza zumbando. En dos horas tiene clase conmigo. Quiero que tiemble al verme ¿De deseo? ¿De miedo? Me da igual.

  • Buenos días, Miriam.

Me paro un instante junto a la puerta del despacho y creo que lo nota en mi mirada. Se recuesta en el sillón de director que conseguí para ella y separa un poco las piernas dejando que la falda suba ligeramente resbalando sobre sus medias de color carne. Me giro y cierro la puerta con pestillo. Cuando llego hasta donde me espera, su polla se ha escapado de las bragas y levanta su falda. Me arrodillo, termino de subírsela y comienzo a comérsela de manera febril. Gime. Me vuelve loca sentir esas venas gruesas resbalando entre mis labios y escuchar sus gemidos cuando la mamo con fuerza, como si quisiera chuparle la sangre.

  • ¿Sabes? He visto al novio de Carlota. Es un muchacho precioso.
  • ¿Síii…?

Hablo con ella mirándola a los ojos mientras mi mano resbala en su polla mojada de saliva. Me inclino, vuelvo a metérmela en la boca. Giro la cabeza apretándola con la lengua contra el paladar y arranco de sus labios otro quejido agónico.

  • Le he dicho que le traiga esta tarde.
  • ¡Ahhhhh…! ¿Y… vendráaa…?
  • Vendrá.

Succiono con fuerza tras la última frase breve. Succiono con fuerza, gime, y su polla late. La noto latir entre los labios. Un par de veces en vacío y, por fin, a la tercera, escupe en mi garganta su leche tibia. La bebo glotona hasta la última gota, gozando del sonido de su voz quebrada, que me insulta entre jadeos y gemidos.

  • ¡¡¡Trá… trágate…la… zorra…!!!

Sigo chupándola con fuerza aunque ya no mane más. La chupo para hacerla lloriquear,y para mantenerla dura. La chupo sin darle ocasión a que se ablande y, cuando estoy segura de que va a ser así, me incorporo, apoyo el culo en el borde de la mesa y la llamo.

  • Fóllame.

Ni siquiera me baja las bragas. Las aparta a un lado y me clava su polla grande y dura. Hace que me falte la respiración. Culea entre mis muslos con la falda arrebujada mientras me desabrocha la blusa. Saca mis tetas por encima del sostén. Las amasa. Pellizca suavemente mis pezones. Me muerde la boca. Juega en mi boca con su lengua mientras me folla a un ritmo rápido y constante. Ahora sabe que me tiene.

  • ¿Es esto lo que querías, puta? ¿Necesitabas una buena polla en tu coño de ramera? Gime así? No pares ahora de correrte.

Me escupe sus insultos en la boca. Me muerde los labios mientras taladra mi coño empapado. Me corro cuando siento que me llena de leche caliente. La rodeo con las piernas, la aprieto contra mi. Retengo su polla dentro, clavada hasta el fondo, y siento que me llena de su esperma tibia, que me riega jadeando, agarrándose con fuerza a mi culo grande y mullido.

Me coloco las bragas sin limpiarme mientras se recompone la ropa. Mis alumnos no sabrán que tengo el coño lleno de leche y las bragas sucias mientras les doy su clase. Tomarán apuntes como idiotas sin saberlo. Mojo el meñique en saliva y limpio de la comisura de sus labios una mancha de carmín corrido. Está preciosa esta mañana mi becaria. Mi puta. Mi mejor puta. Son menos cuarto y ni sé donde tengo las notas para la clase de hoy.

  • ¡Joder!

Así que me paso la mañana en vilo. Doy la clase fijando la mirada en Carolina, que se azara al darse cuenta. Lupita, muy seria, parece como ausente. Se ha puesto un vestido de domingo hoy. Quizás tenga remedio. Paso la mañana en vilo, nerviosa imaginando cómo será la tarde. Ni por un momento pierdo la conciencia de mis bragas sucias. Me pregunto si las putitas tendrán las suyas mojadas.

A mediodía, Miriam, que me conoce, sube unos canapés de la pastelería. Se empeña, me mima, y consigue que coma un par de ellos. Hoy solo pienso en follar. Todo lo demás es accesorio, una distracción inútil.

  • Tienes que comer, Marisa. Tanto ejercicio sin alimentarse te va a convertir en una vieja fea y arrugada.
  • Sí, pues de no alimentarme estoy…

Me miro en el espejo. ¿Estoy vieja? Me cuido. Tengo cuarenta y cinco y me cuido. No estoy vieja. Un poco gordita quizás. Miriam dice que estupenda, que le gustan “mis carnes”. Las tetas podrían ser más firmes, pero son grandes; el culo y los muslos los tengo tremendos. ¿Y la cara? Bueno… esas arruguitas y el brillo de la piel, claro… A poco atrevida que me ponga, los hombres me miran con insistencia. A veces yo les miro a ellos, y se turban, y no saben a donde mirar. Creo que todavía estoy buena, deseable. Y tengo a Miriam, y a las putitas de primero…

  • No, cielo, deja. Hoy voy a abrir yo.

El muchacho lleva un pantalón corto de lino, amplio, con el bajo vuelto por encima de las rodillas, de color crema, y unas playeras blancas sin calcetines, y una camiseta blanca también, inmaculada. Me gustan los chicos limpios y con cara de muñeca. Es una preciosidad.

Carolina sonríe. Tiene un brillo en la mirada…

  • Buenas tardes, Carolina, cielo. ¿Este muchacho es tu novio? ¿Cómo te llamas?
  • Jose.
  • Pasad, pasad, no os quedéis ahí.

Cerro la puerta tras ellos, me inclino hacia la putita y la beso en los labios. No es un gran beso. Suficiente para que su novio alucine. Me inclino un poquito sobre ella, apoyo los labios en los suyos, los ciño a ellos, y y lo mantengo apenas un par de segundos, quizás tres, mientras apoyo la mano en su cadera. ¿Qué le habrá contado?

  • Pasad, pasad, por favor. Vamos directamente a mi dormitorio ¿No? ¿Para qué vamos a andarnos con tonterías?

Le miro a los ojos mientras lo digo sonriendo con naturalidad. Traga saliva. Noto que su pollita levanta ligeramente el pantalón de lino. Me siguen sin rechistar. Miriam se une a nosotros al pasar por la puerta del salón. Camina detrás de ellos. Carolina sonríe. Creo que se siente cómoda en un contexto que conoce mejor que su chico. Me gusta esta muñequita. Sabe disfrutar de las posiciones de ventaja. Quizás podría ser como yo.

  • Bueno, Jose, pues aquí estamos ¿Qué te ha contado Carolina?

Se queda en blanco, mirándome con ojos de cordero degollado y boqueando como un pez. Parece un niño perdido. No acierta a responder. Me pregunto si yo era tan tonta a los dieciocho o diecinueve que debe tener.

  • Que veníais a follar ¿No?
  • Anda, no seas tonto. ¿Por qué no la desnudas?

Supongo que, en su cabeza, tenía un papel más lucido en el plan, que no esperaba cortarse y que fuera la vieja profesora quien diera las órdenes. Le imagino fantaseando, hecho un rey, follando y follando a un montón de mujeres ansiosas por que las tuviera. En lugar de eso, desabrocha torpemente, con las manos temblorosas, los botones de los tirantes del vestido de su chica, que se deja hacer sonriendo. Cuando consigue desabotonar la blusa, y las tetillas de Carolina aparecen ante sus ojos, está ruborizado y nervioso, pero tiene ya ese brillo en la mirada que dice que no se detendrá.

  • Desnúdale tú a él mientras termina, Miriam, cariño.

Desde su espalda, rozándole con las tetas la espalda, le quita la camiseta y desabrocha el botón del pantalón. El vestido de la putita está en el suelo, y las manos del muchacho acarician torpemente sus tetillas. Miriam besa su cuello. Es precioso. Un tratado de anatomía. En su cuerpo largo y delgado, se dibuja cada músculo bajo la piel dorada. La raya del bañador marca el principio de un culito duro y redondo, divino. Tiene una pollita diminuta. No creo que mida doce centímetros. Quizás ni diez, pero se mantiene dura, recta y aguzada, con el capullito semicubierto, ligeramente más fino que el tronco. Miriam le besa y acaricia su pecho mientras aparto a Carolina de él y la llevo hasta mi cama entre caricias que agradece con quejiditos mimosos. Está suelta mi putita. Mucho más suelta hoy.

  • Ven, dejémosles a ellos. Tú juega conmigo.

La zorrita me desnuda. Parece tener prisa. Verdaderamente promete. Me desnuda sobre el colchón haciendo revolotear a mi alrededor su cuerpecito menudo. Me besa, me acaricia, tira de aquí y de allá, y consigue desnudarme. Tumbada sobre mi, me besa los labios. Envuelve con sus piernas uno de mis muslos y gime al frotar su coñito sobre mi piel desnuda. Se lo ha depilado. Me pone como una perra esta putilla.

  • Para, para, cariño. Disfrutemos del espectáculo.

Miriam le está volviendo loco. Tiene la pollita mojada. Su capullo ha vencido la resistencia de la piel, y gotea mientras le besa en los labios y acaricia su pecho. Deja que le toque las tetas. Nunca ha debido tener a su alcance unas tan grandes. Le tiemblan las manos al desabrochar su camisola.

  • ¿Por qué no venís aquí? Queremos veros ¿Verdad, Carlota?
  • Sí, que vengan.

Me siento haciendo el loto, y la muchacha hace lo mismo entre mis piernas. Les hacemos sitio en el colchón, frente a nosotras. Enfrentados, de rodillas, se besan en los labios. Miriam acaricia sus pelotitas. Roza su polla con la muñeca al hacerlo, mientras sus lenguas se enredan y desenredan. Le tiene enfermo de caliente. Muerdo el cuello de mi putita, que gime. Acaricio sus caderas, rozo sus tetas minúsculas, deslizo la mano entre sus muslos y, apenas compruebo su buena disposición, la retiro para mantenerla eléctrica. Miriam, a la espalda del muchacho, termina de desnudarse. Tan solo conserva unas medias-liguero de una sola pieza que solo a ella en el mundo podrían sentarle bien. Su polla, muchísimo mayor que la de Jose, que apenas destaca entre la mata de vello rubio rizado de su pubis, casi la única mancha pilosa en su cuerpo.

  • Se lo has dicho? -susurro en su oído-.
  • No.

Sonríe girando la cara para mirarme con una expresión pícara. Pienso que se venga por tantos orgasmos frustrados, que ayer comprendió el placer y esta es su pequeña venganza por negárselo, por ser incapaz de dárselo. De pronto la toca. Se queda paralizado. Se vuelve, la mira. Tiene el espanto en los ojos. Se levanta como huyendo hasta quedar de pie, en el suelo, junto a nosotras. Le hablo en voz baja, en un susurro sereno, como quien amansa a una fiera.

  • Tranquilo, cariño. Tranquilízate y piensa ¿Cuando en tu mejor sueño has soñado con algo como esto?

Carolina se inclina hacia él. Agarra su pollita. La acaricia despacio. De cuando en cuando, la roza con los labios o la lame.

  • Piénsalo, cielo, por que esta fiesta es así. No puede tomarse solo una parte.

Se la ha metido entera en la boquita de fresa. La chupa más deprisa de lo que nos conviene. El muchacho tiembla. Está nervioso, asustado, excitado. Imagino su corazón acelerado. Tiro de mi putita. La aparto de su polla pequeña y blanca. La atraigo hacia mi y acaricio sus tetillas frente a él, su coñito, haciéndola gemir. Todas le miramos a los ojos, y él nos mira, y mira intranquilo la tranca enorme de Miriam, que tiene esa mirada de loba.

  • Puedes jugar con nosotras, con todas nosotras. Puede ser la tarde en que metas tu polla en este coñito sonrosado, que te corras en mi boca…

Rozo su capullo con la yema del índice. Resbala sobre él. Lo presiono suavemente hacia abajo y, al soltarlo, recupera su posición erguida como si la animara un resorte.

  • O puedes vestirte y marcharse solo, por que tu novia se quedará aquí, con nosotras, y pasaremos la tarde juntas, y será Miriam quien la folle y haga que se corra, y te perderás ver cómo se come mi coño, cómo nos acariciamos las tres…

Traga saliva. Esta paralizado. Miriam ha vuelto a situarse a su espalda, de pie, cómo él. Muerde su cuello, acaricia su pecho, su vientre plano y musculoso. Su polla le roza la espalda. Parece incomodarle. Clavo un dedo en el coñito de su novia y comienzo a masturbarla. Gime y culea suavemente dejando caer la cabeza hacia atrás.

  • ¿Y bien, cariño? No quiero perder el tiempo. Si vas a jugar, ven. Si no… Ya puedes vestirte.

Alargo el brazo hacia él, y toma mi mano. Tiro suavemente y se acerca a nosotras. Separo al mismo tiempo los muslos de Carolina invitándole. Hago que se eche boca arriba, sobre el colchón, y que separe las piernas. Su coñito, liso y sonrosado, como una herida dulce en la piel blanca de su pubis, parece atraerle de una manera hipnótica. Trata de echarse sobre ella y le detengo.

  • No, cielo, así no. No queremos que se le metas, te corras y nos dejes a todas a dos velas. Inclínate. Bésalo. Más despacio, más tranquilo. Recórrelo con la lengua… Lame aquí… No, no aprietes… Suave, cariño, muy suave… Bésalo… ¿No ves cómo se mueve? ¿Escuchas cómo gime? Sigue así… Despacio… Tranquilo…

Carolina gimotea. Ronronea. Me besa en los labios gimiendo mientras su galán aprende a enloquecerla arrodillado en el colchón. Da un respingo cuando Miriam, de rodillas en la alfombra, se inclina sobre él y lame sus pelotas, y desliza la lengua entre sus nalgas pálidas y duras, como una diana en el centro de su piel dorada. Pronto gime entre los muslos de la putita, que se me deshace en los labios culeando y sujetando su cabeza con las manos, como guiándolo, apartándolo a veces un instante para tomar aire y, al momento, atraerle de nuevo a su vulva empapada, a sus labios inflamados de deseo. La muerdo. Muerdo su cuello. Tiro suavemente de sus pezones con los dientes.

  • Vamos, hazlo.

Miriam se ha sentado a nuestro lado. Su polla chorrea y late en el aire. Pendulea excitada. Carolina se lo ordena con la mirada encendida mientras empuja hacia ella su cabeza. Titubea un instante, solo un instante. Su pollita parece ir a estallar sola.

  • Hazlo.

Se lo dice entre gemidos, apartando la cara del muchacho de su coñito. Lo acaricio ante sus ojos. Clavo mi dedo en él haciéndola jadear mientras lo dice y empuja su cabeza. Abre la boca. Obedece. El capullo grueso y violáceo de mi putita desaparece en su boca. Alargo mi mano y acaricio sus pelotitas en premio. Me asombra la dureza de esa polla pequeñita. Chupa primero con cierta prevención y, poco a poco, una vez superada la primera impresión, se esmera sobre la verga haciéndola gemir.

  • Cómetela así, mariconcita Ves cómo no pasa nada? Mírala a la cara. Mira qué placer le das. Escúchala gemir.

Carolina se retuerce entre mis brazos mirándolos. Gime. Gime, jadea, se estremece mientras la follo con el dedo presionando su pubis con la palma de la mano. Los mira con la mirada encendida, excitada, febril. Los mira mientras se corre temblando. La dejo recuperándose mientras sujeto a mi cintura las correas de mi strapon. Las sujeto fuerte, clavándoseme en la carne. Meto en mi coño el dildo pequeño y aprieto también la cincha entre los muslos. Activo el vibrador. Me muero por follarles.

Miriam aparta de su polla la boca del muchacho, que está enfebrecido. Le empuja sobre la cama. Le coloca a cuatro patas. Lame su culito. Toma gel del bote que reposa en la mesilla y el aire se llena de su perfume intenso a fresas. Unta con él su culito. Se lo aplica generosamente. Lubrica su culo, su pollita, sus pelotas. El chico gimotea negándose, con la cabeza aplastada en el colchón, incapaz de apartarse, agarrándose a las sábanas cuando siente esa polla tremenda apoyándose en la entrada estrecha de su culito pálido.

  • No… por favor… por… faaaa… voooor… no…
  • ¡Shhhhh! Tranquilo, mi amor… Te va a gustar… Tranquilo…
  • Ten… cuidado… Por… faaaaa… vooooor…

No puede resistirse. Carolina los observa hipnotizada. Vemos cómo, milímetro a milímetro, con calma, Miriam le penetra sin dejar de acariciarle, apaciguándole con palabras suaves, entre suspiros de placer. Hago que su novia se coloque a cuatro patas frente a él, mirándose las caras, y lubrico su culito de la misma manera dulce, susurrándole al oído mientras mi dildo me enloquece vibrando firmemente sujeto en el interior de mi coño. Lubrico su culito, clavo un dedo suavemente en él, lo hago girar despacito, lo dilato. Miriam se la ha clavado entera. Le levanta tirando de sus brazos hasta pegarle a su pecho. Le acaricia con dulzura besándole en el cuello mientras comienza a moverse en su interior. La pollita pequeña cabecea. Chorrea su babita sobre la sábana. La putita la lame sin metérsela en la boca.

  • Yo no tendré esa paciencia, puta.
  • No…
  • Yo te la clavaré de un golpe.
  • Síiii…
  • Romperé tu culito de ramera.
  • Sí… sí….
  • Te haré chillar…
  • Rómpa… melo… Rómpa… me… loooooooooooo….

Chilla como una zorra cuando clavo en su culito mi polla de caucho. Chilla y no se aparta. No se resiste. La follo casi con rabia, con fuerza, culeando como una loca agarrada a sus caderas, y chilla y lloriquea. Frente a su cara, la pollita de su novio se balancea en el aire al ritmo, cada vez más intenso, con que Miriam le perfora. Él no grita. Gimotea como una nenita. Jadea y gime. Su pollita chorrea.

Así, mariconcita. Mueve el culito asíiii… ¿La quieres? ¿Quieres mi polla? ¿Te gusta?

Sí. Sí. Síiiiiiii…

Dímelo… Dime que te gusta. Dime que te gusta que te folle, mariconcita.

Sí… Fo… fo.. lla.. me… Fó… lla… meeeeeeeeeeeeee…

Estalla. Miriam, agarrada a sus caderas, clava su polla en él. La entierra entera empujándole, y la suya, chiquitita, cabecea en el aire y empieza a escupir su esperma en la cara de su novia que, llorando, se corre entre chillidos mientras la culeo fuerte y azoto sus nalguitas sujetándola del pelo para que no pueda apartarse. Se corre a borbotones. Su esperma resbala sobre el rostro descompuesto de la putita, que lloriquea. Dispara sus chorretones en la carita virginal de la chiquilla, que parece que se ahoga, y cuando termina de correrse, su pollita sigue firme, dura, brillante. Tirando de ella, me tumbo boca arriba sin sacarlo de entre sus nalgitas redondas, un poco más amplias de lo que cabría esperar. Sigo follándola boca arriba.

  • Vamos, idiota ¿No es esto lo que querías. Fóllala tú también. Métesela.

Y se lanza sobre ella, sobre mi. Carolina gime al sentir su pollita pequeña clavándose en su coño. Un momento de confusión, y acoplamos nuestros ritmos. La follamos al unísono. Apenas se la escucha, como si no tuviera aire. Está caída de espaldas en mi pecho, como desmayada, y gime en voz baja. Emite un sonido ahogado, gutural, y tiembla entre nosotros. Su cuerpecillo menudo se balancea como un pelele mientras clavamos en ella nuestras pollas deprisa, más deprisa.

  • !Llámala puta!
  • ¡Llámala puta!
  • ¡Puta… zorra… puta!

Miriam, de rodillas, ha llevado su tranca, otra vez dura, hasta la boca de la chiquilla, que la recibe sin un solo movimiento de los labios. Es Jose quien, sin dejar de bombearla, la busca con ansia, se la come, se ahoga tratando de tragársela. Me corro como una perra escuchándola emitir un chillido prolongado mientras su cuerpo se estremece, se convulsiona entre nosotros. La leche de Miriam rebosa de la boca del muchacho y chorrea sobre su cara, se introduce en su boca, salpica sus ojos en blanco. Me corro como una perra furiosa. Salgo de debajo de ella desmantelando el montón, y el noviecito se lanza encima nuevamente. Le recibe como muerta, como muriéndose, temblando, sin control de sus brazos ni sus piernas. Me arranco prácticamente las correas del strapon. Las desabrocho deprisa, me agacho sobre ella y, frotando mi coño como una loca, disparo chorros de orina en su carita de princesa. Orino sobre ella. Miriam me ayuda. Me masturba deprisa, con fuerza. Restriega mi coño con su mano, clava sus dedos en mi, y chorrito tras chorrito, chillando, riego su cara y sus tetillas mientras su novio llena de lechita su coño sonrosado de putita de primero.

  • ¡Joder! Son las diez y cuarto. Mi padre me mata.

Se visten deprisa. Se lavan deprisa, se peinan, se lavan, se visten deprisa. Se marchan deprisa. En la puerta, cubierta tan solo por una bata, beso sus labios al despedirles. Ya son las diez y media.

  • Profesora… yo… ¿Puedo venir mañana?

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