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Proyecto Edén 03: complemento

en Grandes Series

Desperté temprano, alarmada por un ruido que resultaron provocar Marina y el muchacho. La pequeña, a mi lado, en el colchón, se esforzaba sin éxito por tragarse aquel enorme falo que me había causado la irritación que sentía entre las piernas. Me pregunté de dónde sacaban la energía y la aparté agarrando a ambos de las orejas y llevándomelos a rastras a la ducha.

Reparé en que no había oído su voz. Mientras los enjabonaba entre risas, el chiquillo trataba de tomarnos. Se agarraba a nosotras y restregaba en nuestras piernas aquella cosa dura que parecía no perder jamás su consistencia. Marina reía. Comprendí que, de no impedírselo, se hubiera pasado el día jugando con él.

- Ya veo que te gusta nuestro nuevo amiguito, cielo ¿Sabes cómo se llama?

- No nombre. Solo folla.

Se río a carcajadas de su propia ocurrencia. Me correspondía enjabonándome, entreteniéndose entre mis muslos. A punto estaba de permitírselo y entregarme a aquellos juegos que quizás pudieran hacer que mi memoria se distrajera de la desazón que todavía me causaba el recuerdo de lo vivido la tarde anterior, cuando unos golpes en la puerta seguidos de una frase concisa, me hicieron reconsiderar mi decisión.

- Doctor espera porche.

A regañadientes, obligué a los chiquillos a salir del agua. Mientras me arreglaba, enseñé a Marina a untarse mis cremas, a utilizar el desodorante, y la perfumé. Quiso ponerse el mismo blusón que le había dejado el día anterior, pero la disuadí cambiándoselo por un vestido corto, de color naranja. Cuando conseguí poner algún orden en su mata de pelo rizado y terminé de pintar sus labios de rosa pálido, se miró al espejo encantada. Posaba riendo con una risa cristalina, y me abrazaba y besaba sin parar. No tenía nada para él, y no me pareció decente que se pusiera el pantalón con que le había encontrado. Como había observado que la desnudez no era infrecuente en el lugar, decidí que nos acompañara como estaba. Caminaba tras de nosotras exhibiendo aquella erección perpetua suya sin experimentar vergüenza alguna. Tampoco pareció extrañar a ninguno de los sirvientes con quienes nos cruzamos.

- Buenos días, Olivia. Veo que ha ampliado usted su corte.

- La verdad es que es un encanto de chaval, y no sé muy bien qué hacer con él, así que he pensado llevármelo.

Me miró con una sonrisa comprensiva. Parecía haber derribado la barrera que interponía entre nosotros en aquel primer encuentro. Me pregunté si quizás pudiera deberse a aquella mínima “intimidad” que nos permitimos.

- He venido a buscarla temprano, por que me pareció anoche que lo que le mostramos la perturbaba. He pensado que le haría bien desayunar en la cantina con nuestra pequeña comunidad y comprobar que todo está en orden.

Alcanzamos la cala desde el embarcadero a bordo de una especie de carrito eléctrico, similar a uno de golf, aunque más grande. El ambiente estaba muy animado, y pude comprobar que compartíamos mesa con un número mayor de personas. Comprendí que antes de incorporarse al trabajo, toda la comunidad se encontraba en aquel lugar.

A nuestra derecha, los Ramírez conversaban tranquilamente, con total normalidad. Luisa, al fondo del comedor, en una mesa ocupada tan solo por muchachos y muchachas de su edad, parecía tontear con uno de ellos, que se pavoneaba haciéndola ruborizar.

- Por sorprendente que parezca, lo más fácil fue solucionar el asunto del recuerdo. Sin enredarme en mayores profundidades, puedo decirle que todo empezó a rodar cuando comprendimos que, en lugar de pensar en “borrarlo”, podíamos inhibir su archivo. Por así decirlo, somos capaces de omitir temporalmente la capacidad del cerebro de almacenar información a medio y largo plazo.

- Interesante...

- Evidentemente, sin esta posibilidad, los problemas éticos dificultarían mucho el desarrollo del Programa. Como comprenderá, muchos de nuestros científicos, y yo me incluyo entre ellos, tendríamos serios reparos a la hora de proceder a la experimentación.

- Sin embargo, la idea de que no hay consecuencias...

- Exacto.

Durante la hora larga que permanecimos en su despacho después del desayuno, mientras me explicaba los motivos del altísimo coste del programa, me resultó extremadamente difícil concentrarme en sus argumentos. No presté atención a las enormes necesidades materiales, a la extensa plantilla de científicos de altísimo nivel, al coste energético que suponía... Mi mente divagaba alrededor de aquel argumento fascinante de la ausencia de consecuencias, a las enormes posibilidades que ofrecía. Me excitaba pensar que experiencias como la vivida la tarde anterior pudieran suceder, en cierto modo, en un lugar apartado de la realidad. Me sorprendí pensando que, de todas las maravillas que mi fortuna podía comprar, aquella podría ser la que mayores satisfacciones pudiera proporcionarme. La irreal experiencia que vivía, parecía modificar mis límites morales, y la idea me resultó preocupante.

Cuando, por fin, llegamos al laboratorio, observé que la decoración mostraba sutiles diferencias con la que había encontrado el día anterior. Supuse que aquel remedo de ambiente familiar, con muebles y demás, había sido una concesión para facilitarme la asunción de aquello. Aquella mañana, sin embargo, todo era más neutro, más aséptico, tenía más aspecto de laboratorio.

- Hoy vamos a presentarle el Proyecto B. Como le expliqué ayer, nuestro programa funciona de manera incremental, así que, la demostración a que vamos a asistir hoy incluye necesariamente la aplicación de los logros que pusimos ayer en su conocimiento.

- ¿Y en qué va a consistir?

- Prefiero que lo vea usted sin explicaciones previas, creo que el experimento hablará por sí mismo. Tan solo, permítame anticipar que va usted a ver a qué me refería cuando le hablé de cambios fisiológicos.

La última diferencia era la ausencia de separación física. Observé que ni siquiera había esta vez lugar para sentarse a observarlo, y así se lo hice notar.

- ¿Y vamos a andar por aquí en medio? ¿No molestaremos?

- No se preocupe por ello. Creí deducir anoche que tendría usted interés en observar más de cerca el funcionamiento de nuestras máquinas.

Me pareció percibir un cierto aire irónico, y las sonrisas veladas que observé en el grupo de científicos que ocupaban media docena de aquellas mesas de control al fondo de la sala, me hicieron comprender que mi pérdida de control había sido muy comentada.

Sobreponiéndome a la vergüenza, me concentré en lo que tenía a mi alrededor: Luisa, la joven Luisa, se encontraba semirecostada en una camilla de ginecólogo, completamente desnuda, con las piernas elevadas. No parecía experimentar vergüenza alguna, sonreía con naturalidad. A un par de metros, el muchacho rubio que parecía cortejarla durante el desayuno, se encontraba sentado en un sillón alto. Tenía los tobillos y las muñecas sujetos por correas, y un cierto aire idiota en la mirada.

- En algún momento tendrá dificultades para controlar su cuerpo -me explicó Blade-. Se trata de que no se haga daño.

Marina y el criado sin nombre andaban por allí. Habían perdido el temor reverencial del primer día, y curioseaban sin disimulo. De cuando en cuando, alguien les mandaba apartarse de tal o cual aparato, o les prohibía tocar algún objeto que llamaba su atención, y venían a refugiarse a mi lado. Me hacía gracia que se comportaran como una pareja de cachorros.

- Los sujetos se encuentran ya preparados, y han recibido las dosis de nanos que necesitamos para la demostración, de manera que, cuando usted quiera, podemos proceder a iniciar el experimento.

- Cuando guste, doctor.

Sentí un hormigueo en el vientre preguntándome con qué me sorprenderían en aquella ocasión. En mi recuerdo mantenía una imagen vivísima de lo sucedido, y los muchachos desnudos y desinhibidos de aquella manera no contribuían en absoluto a tranquilizarme.

Blade dio las órdenes oportunas y comenzó a crecer aquel zumbido familiar. A diferencia de lo sucedido el día anterior, no se produjo ningún fenómeno espectacular. Mientras me mantenía expectante, observé detenidamente a la muchacha. Era preciosa, una criatura rubia, delgada, algo más alta que yo. Pese a moverse con cierto aire desgarbado, estaba dotada de una elegancia natural que la hacía deliciosa. Sus ojos azules, la sonrisa perfecta de sus labios gruesos, la belleza de sus pechitos diminutos, coronados por dos pezoncillos sonrosados, como pequeños botones, el marcado contraste entre las partes de su cuerpo expuestas al sol y aquellas que normalmente ocultaba... Incluso la mata de vello rubio y rizado, no muy densa, que adornaba su pubis, se me antojaron deseables, extremadamente apetecibles. La idea obsesiva de que no había consecuencias me causaba una comezón incómoda.

Y, de repente, observé los primeros, casi imperceptibles cambios: ante mi, los pelillos rubios de su pubis comenzaron a desprenderse de su cuerpo. El proceso se desarrollaba lentamente, de manera aparentemente ordenada, avanzando desde la parte superior de su pubis hacia la vulva. Observé que al muchacho idiotizado le sucedía lo mismo. Miraba con cara de bobo a su novieta, y su polla, erecta y pálida, que cabeceaba en el aire al ritmo -supuse- de sus pulsaciones, iba quedando desprovista de aquella mata densa y oscura de pelillos jascos. Una mujer cuyo atuendo no se diferenciaba del del resto del personal de la sala, recogía con una aspiradora de mano los residuos del proceso. En unos minutos, la niña estaba preciosa. El proceso continuaba en el muchacho, cuyo vello corporal desaparecía de todo su cuerpo avanzando desde el vientre, lo que le dotaba de un aspecto cómico.

- ¿Los robots están depilándolos? -pregunté.

- No, no exactamente. Es un poco más sutil. Actúan sobre su sistema inmunológico alterando sus instrucciones, y es este el que, al pasar a considerarlos elementos extraños, se encarga de expulsarlos.

- ¿Definitivamente?

- Ehhh... Sí, claro... No hay una tijera que los corte, la expulsión afecta al vello entero desde el folículo. Pero no se distraiga, por favor, siga observando. Creo que lo que va a ver a continuación la impresionará.

Permanecí atenta, mirándola, y pude comprobar cómo su vagina comenzaba a humedecerse. La muchacha, con los ojos entornados, parecía disfrutar de un placer que, aunque no resultara escandaloso, si resultaba evidente. Lentamente, los labios fueron separándose, sus pezoncillos se endurecieron, y su clítoris pequeño y sonrosado comenzó a inflamarse. Pese a que aquella excitación forzada no parecía diferenciarse de lo ya visto, sentí mi propio nerviosismo al contemplarla. Sus mínimos jadeos ahogados a medida que aumentaba el placer que parecían estar proporcionándole aquellas máquinas diminutas, me causaban una respuesta fisiológica que me esforcé por disimular, aunque creí notar cómo subía el rubor a mis mejillas.

Mi asombro, sin embargo, comenzó en el momento en que me percaté de que aquello no se interrumpía. En pocos minutos, lo que había sido un clítoris sonrosado de adolescente, había adquirido dos o tres centímetros de largo, se había engrosado hasta uno, y seguía aumentando de tamaño a una velocidad suficiente para que el crecimiento fuera visible y evidente. La pobre Luisa gemía, y trataba de llevar sus manos a aquello. La enfermera que había manejado la aspiradora, tuvo que sujetárselas con correas para evitarlo mientras le dirigía palabras tranquilizadoras.

- No, mi niña, no lo toques todavía, te harás daño, tranquila, mi amor... ¿Estás bien?

- Sí... sí... síiii...

A medida que aquello aumentaba de tamaño, parecía causarle un placer más intenso. Su culito pálido se movía rítmicamente, y su respiración se tornaba más agitada. A ratos, cerraba los ojos, y sus músculos largos y delgados se tensaban hasta hacerla arquearse.

- Pero...

- No se preocupe. No hay consecuencias, recuerde. No deje de observarlo, estoy seguro de que va a fascinarla.

Cuando alcanzó una longitud de unos diez o doce centímetros, y un calibre proporcionado, dejó de crecer y comenzó a transformarse. Lo que había empezado siendo sonrosado y brillante, adquiría el aspecto del resto de su piel, quizás ligeramente más pálido, y, a su alrededor, se iban conformando los atributos de un falo perfecto. Pude ver cómo, entre jadeos, la muchacha asistía sin sorpresa a la formación de un capullito violáceo, descubierto y brillante, e incluso, en la base, se conformaban unos testículos aparentes.

- No se preocupe, eso es solo una concesión a la estética. Sus ovarios siguen en su sitio, y debajo está la vagina.

Al finalizar el proceso, la chiquilla aparecía dotada de un falo pequeñito, pero de aspecto funcional, que cabeceaba sobre su vientre e incluso segregaba un hilillo de fluido. Lo miraba con una sonrisa, y hasta movía las caderas para hacerlo balancearse. Parecía divertida, y su respiración se mantenía agitada. Yo me sentía terriblemente excitada. Notaba la humedad entre mis piernas.

- ¿Quiere...? ¿Quiere hacerle los honores?

- ¿Cómo dice?

- Acaríciela si lo desea. Si no, alguien lo hará. Quiero que compruebe su funcionalidad.

Miré a mi alrededor. Todos parecían afanados en sus respectivas tareas. A nadie parecía importarle lo que hiciera. Temí que solo yo percibiera sensaciones ajenas a la pura racionalidad científica. Extendí la mano para tocarla con cierta aprensión. Su tacto no difería en absoluto de... Bueno, no difería de nada que yo hubiera tocado antes. Gimió al sentir el contacto.

- ¿Te duele? -pregunté-.

- No... no...

- Comprenda que es la primera vez que nadie lo toca, es normal que experimente una viva sensación.

Agarrándolo con delicadeza, tiré de la piel delgada hasta cubrir el capullito violáceo, la retiré y, cuando me disponía a devolverlo a su lugar, lanzó un quejido y comenzó a correrse entre gemidos histéricos. Parecía ir a arrancar las firmes correas de cuero que sujetaban sus muñecas. Su esperma, incoloro, cristalino y denso, manaba en un flujo constante, que mostraba a intervalos rítmicos una mayor efusión. La solté temiendo que, de no detenerme, aquella criatura terminada desmayándose deshidratada.

- ¿Y bien?

- Uffff...

Estaba impresionada. Impresionada y terriblemente excitada. Me sentía febril, maravillada por aquella fascinante alteración del orden natural que convertía a la ya de por sí adorable muchacha en un objeto de placer sin consecuencias. Sin consecuencias, sin consecuencias... Aquella frase resonaba en mi interior de una manera obsesiva.

- ¿Adorable, verdad?

Sin consultarme, ignorando mi presencia, desató a la muchacha y, tomando a Marina de la mano, la hizo ocupar su lugar. Un nuevo zumbido, y el proceso comenzó a reproducirse siguiendo los mismos precisos pasos que había visto en Luisa. Mi muñequita apretaba los labios y gemía con esa sensualidad suya deliciosa, disfrutando del placer que recibía sin extrañarse, agradeciéndolo.

- Pero...

- Claro, usted no sabe... La gente de la isla, sus criados... Todos tienen permanentemente instalada una población de nuestros nanos. Es muy práctico, los hace mucho más eficaces en sus tareas, y facilita la obtención de un sujeto de experimentación cuando surge la necesidad súbitamente.

Me costaba reaccionar. La avalancha de descubrimientos e información, y la sensualidad brutal en que vivía sumida desde dos días atrás, parecían haberme conducido a un estado peculiar de conciencia. Experimentaba una excitación permanente. Cuando me vi rodeada por aquellas dos criaturas, me debatí en la desesperación que me causaba la contradicción entre el intenso deseo de tomarlas, y la firme decisión de no permitir que el personal me viera de nuevo montando un espectáculo. Luisa y Marina jugaban entre ellas, reían divertidas, y acariciaban mutuamente sus recién adquiridas pollitas.

El doctor me miró exhibiendo una sonrisa cómplice. A un discreto gesto suyo, la sala fue despejándose hasta quedarnos tan solo las chiquillas, el muchacho, él mismo, y yo.

- No todo va a ser trabajo -me dijo sonriendo-.

Sentándose en el suelo, llamó a las muchachas, que le rodearon entre risas. Las acariciaba, como valorando el éxito de su trabajo. No tardó en llamar al chico, que se acercó tímidamente. Parecía incapaz de hablar. Lo situó entre ellas, que, al instante, comenzaron a acariciarle mimosas. Marina, más experimentada, mordisqueaba su cuello mientras que Luisa, acariciaba su polla torpemente. Blade puso en mi mano lo que parecía un pequeño mando blanco con solo dos botones.

- Pulse el rojo.

 

Lo hice y, al instante, acompañando al ligero zumbido que produjo, el chico comenzó a temblar, las piernas dejaron de sostenerle, y cayó al suelo. Sus músculos se contraían violentamente, y se corría a borbotones gimiendo. Las chicas, de pie a su alrededor, se reían a carcajadas. Sus pollitas goteaban y oscilaban como animadas por un resorte.

- Dejémoslos jugar.

Blade, sentado en la camilla, tiró de mi mano delicadamente hasta atraerme. Me abrazó por la espalda. Entre sus piernas abiertas, me sentí excitada, muy atraída por él. Aquellos dos días, la contemplación del resultado de su trabajo, le convertían a mis ojos en alguien fascinante. La excitación que me causaba la tremenda tensión sexual a que me veía sometida, hicieron el resto. Sin dejar de mirar a los muchachos, permití que desabrochara lentamente los botones de mi blusa. Sentía el roce en la espalda de su polla a través del tejido. Le deseaba.

Ante nosotros, las muchachas se habían lanzado sobre el chico. Jugaban a limpiar con sus lenguas hasta la última gota de esperma de su piel, y se reían. Él, desconcertado, apenas acertada a alargar sus manos y acariciar a veces sus tetillas. Parecía esquivar sus pollitas, como si le dominara alguna aprensión.

Blade, que me había desnudado de cintura para arriba, besuqueaba mis hombros. Sus dedos dibujaban lentamente círculos alrededor de mis pezones. Sentía el modo en que se apretaban endureciéndose.

Marina, había regresado a la camilla y levantado las piernas hasta los soportes. Miraba al muchacho, que parecía sentirse irremisiblemente atraído por su cuerpecillo de piel negra. Fue acercándose a ella, que levantaba con la mano sus pelotitas indicándole el camino. Pronto estuvo entre sus piernas, follándola. La muchacha gemía y tiraba de sus manos hasta llevarlas a sus pechitos pequeños y oscuros. Luisa, de rodillas a su espalda, besaba y lamía el culito del chaval, que, sin dejar de clavar su polla en mi mascota, negaba sus intenciones sin la convicción necesaria para imponerse.

- No lo hagas... por... favor... no...

Me mordía apasionadamente. Amasaba mis senos con las manos y mordía mis pezones. Yo, ardiendo, frotaba mi pubis en su pubis. Desabrochaba su pantalón con ansia, necesitando sentir en mis manos el tacto húmedo y caliente de su polla. Me mordía los pezones y la boca. Amasaba mis senos con las manos y su sexo palpitaba entre las mías.

No tardó en incorporarse. El pobre, se negaba tan solo con la boca mientras su culo se tensaba al sentir las manos de Luisa, que separaban sus nalgas. Lanzó un quejido al notarla. No podía detenerse. Marina gemía con los ojos cerrados y la cabeza caída hacia un lado. Sus gemidos repetían el ritmo del embate violento de su polla. La suya, negra y pequeñita, goteaba penduleando. Tiraba de su cintura como queriéndole atraer, como si quisiera más. Cada empujón de la muchacha rubia a su espalda, se traducía en un grito con que respondía al súbito clavarse de la polla del chiquillo en su interior.

Me tumbó boca abajo en la camilla. Me libré de los zapatos para asentar mejor los pies en el suelo, consciente de sus deseos. Sus dedos se clavaban en mi vulva empapada mientras lamía apasionadamente entre mis nalgas haciéndome temblar. Me moría de miedo y de deseo. Quería que me hiciera daño, que me destrozara con su polla. Sus dedos me follaban deprisa. Me hacía temblar.

Puso de nuevo el mando en mi mano. Lo tomé sin comprender y reaccioné en el preciso instante en que sentí que me atravesaba como un tizón ardiente. Chillé y pulsé el botón rojo con fuerza. Al instante, observé un chorro de esperma manando del coño de Marina, resbalando hasta el suelo. La muchacha chillaba. Su pollita escupía aquel líquido incoloro alrededor. Temblaba y gemía corriéndose, salpicando al muchacho, que lloriqueaba mientras Luisa taladraba su culito salvajemente, como un animal excitado, con prisa.

Me dolía. Me dolía y, sin embargo, lo quería. Acariciaba mi coño. Lo frotaba con fuerza, me clavaba los dedos como si quisiera desgarrarlo. Temblaba como una loca, gritando mientras aquella polla parecía ir a romperme en dos. Me clavaba los dedos como con rabia, como si necesitara sacar de mi aquella sobrecarga de excitación que iba a volverme loca. El muchacho, caído en el suelo, lloriqueaba convulsionándose mientras su polla seguía golpeando el aire, seguía escupiendo su esperma de aquella manera anómala. Marina se había lanzado sobre él como una loca y lo follaba. Lo follaba en el suelo, boca arriba, arrodillada entre sus piernas, sujetándoselas con fuerza mientras su pollita negra taladraba el culillo pálido y lampiño del chiquillo, cuyos gritos sonaban ahogados. Luisa follaba su boca. Se clavaba en él hasta la garganta. Follaba su boca sin apiadarse de él, casi ahogándole, y su polla seguía golpeando el aire. Seguía corriéndose a chorros. Salpicaba a las muchachas, que reían.

Se agarraba con fuerza a mis caderas. Los golpes de su pubis en mi culo hacían temblar todo mi cuerpo. Su mano, a intervalos, descargaba un azote violento y seco que me arrancaba un grito de dolor. Le incitaba. Le incitaba a follarme más fuerte.

- No te... pares... cabrón... Dame... así... así... Hijo... de puta...

No me reconocía. Dejé caer el mando al suelo cuando me recorrió entera un orgasmo violento y repentino, como un golpe de placer brutal. El flujo de esperma del chiquillo se detuvo, y su polla perdió en parte, solo en parte, su consistencia. Se movía a un lado y a otro cada vez que Marina le clavaba la suya en el culito inmisericordemente, como poseída por un furor imparable. Parecía exhausto, como un juguete roto, y las chiquillas le follaban sin parar.

El placer me recorría a oleadas. Lo sentía retirarse, y al instante regresaba, como el reflujo de la marea, con mayor intensidad, para irradiarme entera, como si estallara desde mi interior. El dolor había quedado superado, arrollado por aquellas oleadas que parecían capaces de proyectarme.

Finalmente, las chicas terminaron con aquel pobre desgraciado. Luisa, agarrándolo del pelo, eyaculó en su boca muy abundantemente. Vi a través de mis propios ojos entornados cómo se tensaba, clavaba su pollita hasta el fondo de la garganta, y, al momento, su lechita rezumaba por la comisura de sus labios. Lo dejaron allí, tirado como un pelele y se apartaron para jugar entre ellas.

Sentí casi desmayada, cómo la polla de Blade estallaba en mi interior. Su esperma actuaba como un bálsamo, aliviando la intensa quemazón que, a medida que mi corazón recuperaba su ritmo normal, volvía a abrasarme. Cuando hice ademán de levantarme, me detuvo. Me aplicaba un ungüento que, de forma milagrosa, aliviaba el dolor y hacía desaparecer casi instantáneamente los verdugones que empezaban a formarse en mis nalgas y en mis pechos, allí donde sus dedos se habían aferrado en aquel encuentro brutal.

- Ya ve que nuestros nanos tienen muchas aplicaciones prácticas.

- ¿Qué?

- No se preocupe, Olivia, no van a dominarla.

Utilizando lo que parecía un imán, en cuya superficie iba formándose una masa gelatinosa de aspecto metálico cuando lo hacía resbalar sobre mi piel, los retiró. Me sentía extraña tras aquella sorprendente recuperación.

- Ahora, supongo que querrá descansar. Mañana podemos seguir con las demostraciones, si lo desea.

- Ya, sí... Claro...

- ¿Le gustaría...?

- Bueno...

- No se preocupe.

- ¿Y la chica?

- La chica debe volver con sus padres. Enseguida estará bien, no se preocupe. ¿Recuerda? “sin consecuencias”.

Mientras regresábamos, en la barca, Marina observaba curiosa su nuevo complemento. Lo tocaba, lo agarraba, y lo miraba atentamente. Iba sentada en el casco, entre mis piernas, y a veces volvía la cabeza para besarme los labios. Parecía feliz. El muchacho la observaba desconfiado. A veces, extendía el brazo haciendo ademán de tocarlo para, después, retirarlo, como asustado.

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