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38 grados

en Amor filial

.- ¡Madre mía, Luisa! No sabes lo que he hecho... No sabes...

Ana, llorosa y azorada, tartamudeaba, hablaba muy deprisa, parecía incapaz de mantener la línea argumental de un relato. Llevaba casi un cuarto de hora tratando de entender lo que quería decirme después de acudir corriendo en apenas cinco minutos -vivimos puerta con puerta- tras recibir aquella llamada de teléfono confusa de la que solo pude deducir que necesitaba hablar conmigo urgentemente. Por enésima vez me esforcé por serenarla y tratar de conseguir que me aclarase la razón de su confusión.

.- ¡Vale, vale! Vamos, Anita, corazón, tranquilízate... ¿Qué te ha pasado?

En la habitación hacía un calor infernal. Ana estaba sudorosa, apenas vestida con un pantaloncito corto y una camiseta de tirantes ceñida, como de ropa interior, que, humedecida de sudor, traslucía no solo el relieve de sus pezones prominentes, sino incluso el tono oscuro.

.- Venga, relájate y trata de contármelo...

Poco a poco, respirando profundo, pareció ir a duras penas recuperando el aliento y la cordura. Sentada en el sofá, a mi lado, se inclinaba ocultando el rostro con las manos y sollozaba. Permanecí en silencio, esperando pacientemente a que terminara de serenarse.

Hacía calor en la habitación. Un terrible calor sevillano. Por no molestarla, no me atreví siquiera a apartar la rodilla de la suya. El contacto, húmedo y caliente, me resultaba violento e incómodo.

.- El aire... el aire -titubeó-.

Creyendo que me pedía que lo conectara, me levanté para acercarme a los mandos del aparato del aire acondicionado. Agradecí separarme del calor agobiante del sofá y del contacto involuntario con su piel.

.- No... no funciona... Por eso ha sido... No funciona...

Por fin parecía decidirse a contarme lo que fuera que la había llevado a aquel estado en que la encontré.

.- ¿Pero qué ha pasado?

.- Jandro... Hacía tanto calor...

Por lo visto, a media mañana se habían dado cuenta de que el aire acondicionado había dejado de funcionar. Ana había llamado al servicio técnico, pero le dijeron que en aquella época resultaba imposible que acudiera nadie a repararlo al menos hasta tres o cuatro días después. Al parecer, cuando el calor aprieta, la demanda de instaladores era tan alta que resulta imposible. Trató de convencerles, se ofreció incluso a comprarles uno nuevo si se lo instalaban, pero nada fue suficiente. Tenían que prepararse a padecer en pleno agosto unos días infernales.

Miré el termómetro en el termostato: 38 grados en el salón de aquella casa. Era insoportable. Estuve tentada de irme de allí. Incluso pensé en invitarla a que viniera a mi casa, pero no quería que mi marido la viera en ese estado. Además, me dijo, necesitaba contarme lo que había pasado. Necesitaba contárselo a alguien, y solo se atrevía a que fuera yo quien lo supiera.

.- Tú eres mi mejor amiga, Luisa...

Por lo visto, un par de horas antes, cuando Ana y su hijo, Jandro, habían terminado de comer, decidieron intentar echarse la siesta, como cada día, en el enorme sofá en forma de L del salón mientras veían la televisión.

Jandro, espoleado por el calor, había encontrado en el trastero un viejo ventilador de pie, y lo habían encendido a ver si les ayudaba a pasar las horas hasta la noche un poco mejor, pero aquel aparato no hacía más que remover aire caliente y, buscando solucionar como fuera la situación, habían terminado por ponerse en bañador -y ella en bikini- y llevarse un cubo de hielo con que aliviarse un poco.

Incapaces de dormir, debían llevar más de media hora dando vueltas y sudando sobre la tela del sofá. Jandro se pasaba por el pecho uno tras otro los cubitos de hielo, y hasta ella había empezado a hacerlo a su vez, incapaz de conciliar el sueño.

.- De repente me di cuenta y me hizo gracia, -me dijo- Jandro me miraba cómo hipnotizado, con los ojos abiertos como platos. El bañador le hacía un bulto tremendo- No sé cuanto tiempo hacía que no le veía desnudo, y me sorprendió el tamaño que tenía.

Empecé a intuir por donde iban los tiros, y me quedé asombrada.

.- Pero...

.- Ya lo sé, ya lo sé, pero no lo pensé. No se por qué no le di importancia, y me porté como una chiquilla de instituto. Hice que no me percataba, y seguí deslizándome un par de cubitos de hielo por el pecho. Incluso llegué a meterlos dentro de las copas del bikini y dar un gritito al sentirlos en los pezones. Llevaba ese blanco, que se transparenta un poco. Los pezones se me pusieron como piedras.

.- ¡Madre mía!

Ana rompió a llorar, pero siguió hablando entre hipidos: Jandro, al parecer, sudaba como un maldito, y su pollita de adolescente debía estar a punto de estallar. De repente, por lo visto, se acercó a ella con una decisión inusitada en la mirada.

.- Deja que te ayude.

Mi vecina no supo qué decir, y se encontró de improviso con que el muchacho se le había sentado a horcajadas sobre la tripa y, con un cubo de hielo en cada mano, había empezado a acariciarle los hombros, los brazos y, poco a poco, había ido llevando las caricias a sus senos.

.- No sé qué me ha pasado -decía entre hipidos-. Se inclinaba un poco sobre mí y sentía en la tripa eso tan duro. Sentía sus manos sobre los pechos, tan frías... Creo que ya no tenía ni cubitos de hielo, que se habían fundido, cuando metió las manos dentro de las copas y comenzó a acariciarme los pezones.

Ana había gemido. Debía haber comprendido en aquel momento lo que estaba haciendo, y debió decirle que parara, aunque no con la suficiente convicción en la voz, por que no había logrado detenerle.

.- De repente estaba tumbado sobre mi, empapados los dos entre el hielo y el sudor. Yo le dije que parase, pero no me hacía caso. Sentía su polla en el pubis, y separé las piernas. Jandro me besaba en el cuello, me acariciaba las tetas, movía las caderas y frotaba su polla sobre la braguita del biquini... Había conseguido hilar el relato, y me hablaba ya sin pausas, explicándome lo sucedido detalle a detalle. Casi podía visualizar la escena: Jandro, un muchacho sano y delgado, rubio de pelo liso, con una media melenita preciosa y de piel morena, debía tener sobre 16 años, y era un chaval atractivo y musculoso. No un culturista, en absoluto, pero tenía uno de esos cuerpos preciosos de adolescente que hace deporte.

.- No sé en qué momento, ni cómo, se desembarazó del bañador. El sostén del bikini me lo desató tirando del lacito, y desató también uno de los de la braguita. Cuando quise darme cuenta, estaba intentando meterme la polla. Traté de resistirme, y la agarré con la mano. Estaba dura, muy dura. Creo que le excitaba que me resistiera. En realidad... creo que me resistí muy poco. Por alguna razón me pareció lo correcto, y comencé a acariciarla. Estaba confusa. Creo que pensé que si conseguía hacerle correrse con la mano desistiría, y que aquello sería mejor. Se incorporó para facilitarme el trabajo. Sentí sus nalgas, tan blanquitas, presionándome el pubis. Acariciaba su polla como con ansia, haciendo subir y bajar el pellejito. Inclinándose un poco hacia atrás, consiguió ponerme una de sus manos en el coño y comenzó a acariciarlo, a clavarme los dedos con torpeza. Entonces comprendí lo caliente que me estaba poniendo. Sus dedos se deslizaban dentro con una facilidad asombrosa. Creo que empecé a gemir. Cuando empezó a correrse cómo un loco, creí que me moría. No sabes qué manera de dispararme... Me llegaba hasta la cara, me cubría las tetas... Me... me corrí...

Ana comenzó a sollozar. Yo no sabía qué decir. Creo que empecé a balbucear algunas palabras incoherentes, tratando de hacerla sentirse mejor, tratando de exculparla para que se sintiera mejor.

.- Venga, Ana, cielo, no te preocupes... son cosas que pasan...

.- Llevo 10 años viuda, Luisa... Ni siquiera me he tocado... Algunas noches me despierto corriéndome en sueños, imaginándome cualquier burrada...

.- Venga, no te preocupes... Tendrás que hablar con él, y explicarle que ha sido un error...

.- Es que...

El caso es que el muchacho, un joven rebosante de salud y escasa prudencia, como corresponde a su edad, mientras su madre se recuperaba del sobresalto, debió apañárselas para colocarse entre sus piernas y comenzar a lamerle el coño. Torpemente, al parecer, pero eso no debió resultar obstáculo para que resultara efectivo tras los largos años de celibato de la pobre Ana que, sorprendida mientras todavía jadeaba y trataba de recuperar el aliento, parece que abrió las piernas como si fuera a desencajarse y a mover la pelvis como una loca mientras se pellizcaba los pezones.

.- No podía parar... No podía parar...

No dejaba de llorar, y se abrazaba a mí. El contacto de su piel caliente y húmeda ya no me resultaba tan hostil. Incluso sentía removerse un no sé qué en el vientre, y notaba que mis pezones parecían despertar bajo la ropa al sentir el roce de los suyos, que seguían tan duros como me había contado...

.- Ni sé cómo, cuando quise darme cuenta, le tenía encima. Me puso la polla delante de la boca sin dejar de lamerme el coño. Empecé a chuparla como una descosida, enferma, cómo loca. No sabes... Tan dura, tan viva... Me follaba con los dedos, me chuperreteaba el clítoris como si estuviera mamando, me clavaba la polla hasta la garganta. Al moverse, me rozaba los pezones. No sabes con qué vigor, Luisa... Sentía en la boca las venas duras como de mármol. No dejaba de manar un hilito de esperma, y yo me lo bebía hasta que, cuando volvía a tener una subida -por que aquello, más que correrme muchas veces, era cómo una sola que subía y que bajaba-, volvió a correrse él en mí. Nunca consentí a su padre que lo hiciera y, sin embargo, con él, no sé por qué... Me lo tragaba. Me lo tragaba todo. La polla le latía, parecía hincharse y deshincharse, y cada vez que latía me disparaba en la boca un chorrito de leche, y yo me lo bebía moviendo el culo como una ramera...

La intensidad de sus sollozos crecía y decrecía como contaba que habían sido su orgasmo interminable. Me di cuenta de que ya no rehuía en absoluto su contacto, más bien parecía que lo buscaba. Estreché el abrazo, como si quisiera consolarla, y apreté mi pecho contra el suyo mientras colocaba mi cara en el hueco entre su cuello y el hombro. Sentí en los labios el sabor salado de su sudor, pero me resistí a besarla. Su respiración caliente en mi cuello, sincopada entre sollozos, me enervaba.

.- No se si me desmayé, o qué demonios pasó. De repente estaba entre mis piernas, moviéndose muy deprisa. Me follaba. Me mordía el cuello, me sobaba las tetas con las manos, y movía el culo como un cachorro salido, clavándome la polla una y otra vez a una velocidad del demonio. Me agarré a su culito con las manos atrayéndolo, clavándome las uñas. Me mordía, me besaba metiéndome la lengua como si también quisiera follarme con ella, y ese golpeteo en el coño de su pubis, ese deslizarse de su polla, ese clavarme las manos en las tetas, que parecía que me las quería arrancar...

Me tenía hipnotizada. Imaginaba al joven vecinito saltando sobre su madre entusiasmada y caliente, y sentía que me manaba el coño de una manera que me hacía temer que fuera a manchárseme el pantalón. No pude resistirme...

.- Me mordía el cuello...

Y yo mordía su cuello. Ana gemía interrumpiendo un instante su relato, apenas un instante, para continuar:

.- Me acariciaba las tetas...

Y yo introducía las manos por debajo de la camiseta hasta encontrarlas, y las atrapaba, las estrujaba, pellizcaba sus pezones...

.- Y me besaba en la boca...

Y buscaba su lengua con la mía, y le mordía los labios, solo un momento, para dejarla seguir...

.- Y me follaba...

Y mis dedos desabrochaban su pantaloncito corto, y se le metían dentro, y uno de ellos se deslizaba en el interior y jugaba a follarla con él, a clavárselo deslizándolo muy suave en su coñito velludo y empapado. Y se dejaba caer sobre el brazo del sofá dejándome quitárselo...

.- Entonces se marchó... Se corrió dentro de mí... Sentí que me llenaba el coño de esperma... Y se marchó...

Y yo, inclinada entre sus piernas, rozándole la piel con la mía, o resbalando en ella, lamiendo su vulva empapada, como buscando, sintiéndola resbalar en mi cara, mojándome la cara al moverla culeando, ya gimiendo sin poder hablar, arrodillada, con el pantalón hecho un rebullo en las rodillas y la mano chapoteando en mi coño mientras saboreo el suyo tan salado, tan lúbrico, tan dulce, y escucho como música sus jadeos intermitentemente, con los muslos tapando y destapando mis oídos...

.- Jandro... Jandro... Por Dios... No te esperaba...

.- ¡Jandro!... Ven, cielo, acércate...

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